Intenso vivir. Desarraigo y creatividad en Violeta Parra.

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Descripción

Intenso vivir . Desarraigo y creatividad en Violeta Parra.

Sergio Holas
Adelaide University
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Yo creo que todo artista debe aspirar a tener como meta el fundirse, el fundir su trabajo en el contacto directo con el público. Estoy muy contenta de haber llegado a un punto de mi trabajo en que ya no quiero ni siquiera hacer tapicería ni pintura, ni poesía, así suelta.
Me conformo con mantener la carpa y trabajar esta vez con elementos vivos, con el público cerquita de mí, al cual yo puedo sentir, tocar, hablar, e incorporar a mi obra.
Violeta Parra

I
¿Qué hace que volvamos a Violeta Parra? ¿Por qué su arte tiene la vigencia que tiene? ¿Cuál es la pertinencia actual de su quehacer? ¿Qué es lo que, después de cuarenta años, y, a pesar del griterío y sordera generalizada, nos sigue cantando clara y escuetamente y toca aquí en los más profundo? Hay algo, sin duda, que nos conecta con ella y con sus quehaceres. Porque lo que convierte a este país en patria no está en la parafernalia oficial ni en su show ni su discurso optimista y ciego, sino en la memoria de lo más querido, de lo más sentido, intensamente vivido, precisamente aquello que Violeta Parra nomina y canta en sus canciones. Entonces, ¿cómo llegó, una mujer del pueblo, pobre, campesina, de cosas claras y de izquierda, a tocar esas zonas de intensidad que dan figura a las raíces de lo que podríamos llamar chilenidad? Estas preguntas guían el argumento de esta breve presentación. Y, para mejor seguir los hilos de su destejer y tejer, empezaré por situar estos quehaceres de Violeta Parra ya que sus prácticas artísticas son una afirmación de ese quehacer englobante que nos hace hacer y que llamamos vivir, así, simplemente vivir, en el infinitivo, para que éste infinitivo no elimine lo múltiple sino que lo enactúe, lo ponga en práctica. Ella rescató esta diferencia que ha sido negada, reducida a lo mismo, es decir, folklorizada, acotada, jibarizada, enjaulada por el miedo como a un enemigo, comunista, terrorista, en las manos de aquellos que se miran en el "espejo obnuvilado", como nos señala Elikura Chihuailaf, de la modernidad de importación europea en la que nos hemos vivido desde ese primer encuentro. Ella rescató esa diferencia en la que se acientan las raíces del constructo identitario chileno. Ella rescató esas historias. Ella rescató esos saberes que han sido reducidos a "folklorismo" por la maquinaria de la "inteligencia" oficial: inteligencia del espejo obnuvilado que lleva a Europa y niega aquella otra raíz, de origen indígena. Como también sucede con las utopías constituyentes de la modernidad importada por el iluminismo criollo, a saber, el desarrollo y el progreso lineal que nos lleva al paraíso neoliberal: este país de sombras. Y es necesario rescatar esos saberes y prácticas subalternos, populares, campesinos e indígenas, que son de absoluta pertinencia para nuestro precario hoy en el que la inmensa mayoría de la población mundial apenas vive en la persecución de un fantasma: la fama y la riqueza material con la que llenar el vacío. Por ello la recordamos. Por ello vuelve. Por ello es escuchada entre tanto ruido y basura. Por ello nos toca, despierta, motiva, levanta, enrabia y alegra. Porque de saber vivir se trata, de estas palabras tan maltratadas hoy en día: saber vivir. Esto es justamente de lo que se trata. De saber vivir. Y para saber vivir hay que amar. Amar, ese verbo hecho carne, puerta, aire, canto, arpillera, poesía, pintura, composición, materia y quehacer de vida. Y sólo quién ha amado vivir con intensidad, sin acomodamientos, sin miedo a desaparecer en el otro, entregada a lo que ese amor -amor necesariamente irreverente- revele, así, en todo su fulgor, expuesta a su llama más quemante, como un cometa que brilla más hermoso y fulgurante mientras más se consume, puede vivir una vida sin restricciones –ajena y en lucha con las que la maquinaria de la muerte le impuso-, sin posponerla ni dejarla para después, ni vivirla al crédito ni en módicos depósitos. Vivir es dar todo y, por ello, exigir, demandar todo. ¿Qué gesto puede ser más generoso que aquél que se da en la entrega total a la afirmación del vivir?. Así ella fue cruzada por estas energías de vida y tomando por las riendas los materiales, historias y colores que le venían a la mano, dio forma a ese trayecto que podemos llamar su vida. Vivir es crear la vida. Trayectoria Parriana que percibimos y sentimos intensamente y, por ello, no podemos nombrarla con ninguna otra palabra más que con la de un poético habitar. Su obra más poética fue, por supuesto, su propia vida. La trayectoria de su vida fue intensamente poética, como si su vida hubiera estado cruzada por la figura de la multiplicidad, de lo posible, y de otros mundos donde la vida misma se hubiera vivido en absoluta libertad creativa, con inocencia, demandando inocencia, exigiendo lo imposible de sí misma y de los demás, con generosidad. ¿Se imaginan ustedes algo así, infinitamente abierto, múltiple, y, a la vez, posible? Un vivir intenso, sin las limitaciones que repetimos en nombre de los miedos que nos colonizan, miedos diseñados en centros lejanos, "made in China", con fondos del Banco Mundial, desde el sitio de los superhombres que dictan el modelo económico, la apariencia y el acto amoroso, la institución y la creencia que nosotros, cobardes y débiles, anotamos y repetimos ad infinitum, temblando de terror ante lo informe, ante lo posible, ante lo que hay que hacer como ella hizo, aferrados como estamos a las estructuras e historias de cowboys e indios, blancos y negros, comunistas y capitalistas y la parafernalia del centavo y la inversión y el futuro esplendor, el paraíso de los ojos azules y el saber contar, calcular y proyectar, caídos del cielo escolar, de las conversaciones familiares y la canción nacional que nos cierra los ojos y encierra en la jaula de un saber que niega, desde hace siglos, ese silencio que ella cantó.

Porque Violeta Parra nos enseña con su propia vivir que la vida no es hecha en serie, no es producto de una industria, que no viene enlatada ni está ya -desde siempre- completa, sino que implica arriesgarse, puesto que no ha sido dada en toda su forma de antemano, sino que esa cosa armada, dada, repetida al infinito por la colonialidad del poder y las instituciones en la que se sostiene, fue desobedecida para que otro habitar fuera posible. Y esto es lo que seguimos recibiendo de ella. La vida no está dada. La vida se hace a partir de esas memorias, quehaceres, decires, discursos y saberes, y, en esas zonas de intensidad, experiencia y vida, cartografías de otros destinos que ella nos legó. ¿Seremos capaces de alcanzar esas intensidades?

II
Sí, como he señalado más arriba, se puede entender la poesía en un sentido amplio, mucho más amplio y verdaderamente liberador, por ejemplo, que el limitado, ideológico e interesado textualismo de la ciudad letrada –recordemos que éste textualismo, esta obsesión ciega por la escritura, nos ha servido a la perfección para robar, entre otras cosas, las tierras, aunque no el vivir ni el saber Mapuche, y, al revés, que le ha servido a Perrochet para que nos robe esta misma casa y dieciocho años y conversaciones y cariños y rabias y memorias y hermanos y amigas-, práctica reducida a género que hemos llamado poesía, en un sentido muy limitado, alfabético, asociado a la escritura, instrumento éste de raigambre eurocéntrica que reduce toda práctica poética a interés colonial ya que le pone "derechos de autor" al poetizar, quehacer interesado, quehacer purista cortado de la vida misma –La vida está en otra parte nos dijo Milán Kundera, en cambio Alejo Carpentier nos recordó a nosotros, seres de mala memoria, que la vida se hace en El reino de este mundo- quehacer de una escritura y de un poetizar limitado a los bordes que la inexistencia le impone –lo que no se puede vivir en la realidad, se puede vivir como imagen y así no cambia nada, no sirve para nada, excepto el simple goce personal: literatura como aparato masturbatorio-, o aquél otro que exploró el grupo CADA, con sus acciones de arte, en los ochentas, entonces, corresponde subrayar el gesto fundamental del quehacer de Violeta Parra: vivir como un acto de desobediencia epistémica, es decir, vivir de otra manera, de manera tal que la vida no está en otra parte, sino aquí, aquí mismo, en este plano, en esta dimensión de la materia y no en el imaginario ni en el inconsciente freudiano, cristiano, capitalista, europeo, que es lo mismo, ya que sus miedos de esta jaula dorada son los miedos de otra casa, sus fantasmas los fantasmas de otra historia. Violeta Para no se contentó, no quiso contentarse, y así quisiera entender su inocencia, no quiso contentarse con lo dado, con esta condición nuestra de fotocopiar, no quiso ser "fotocopia feliz del edén", y se atrevió, y se golpeó, por supuesto, y fue herida, fue rechazada, y le cerraron las puertas en las narices, pero ella luchó, en estas luchas hermosas que ella dio, en el choque que tuvo con las muchas barreras que hemos levantado para defender, en una lucha que nunca ha sido nuestra, una ciudad que muy precariamente constituye un hogar, un dulce hogar. Por ello la recordamos hoy y ayer y mañana, por ello el recuerdo es carne y nos duele y alegra y ese tocar de ella, tocar sin distancia, producto de un vivir en la distancia cero, aquí en lo más cerca, tocar que demanda todo, tocar que elimina barreras y murallas, toca nuestro mundo emocional más chileno, ese sentirnos tocados, que como ayer fue mencionado varias veces por Soledad Fariña y Sergio Muñoz y que nosotros también sentimos, tocar que nos hace más inocentes, y nos va limpiando, hermosa catarsis parreana, de nuestras penas. Violeta Parra machi, Violeta curandera. Hay que llamarla entonces, porque como dice la tradición Mapuche por boca de esa caja de resonancia que es el werken, el mensajero Chihuailaf, "el hombre está enfermo".

III
Si, como señalan Walter Mignolo y Madina Tlostanova -y ustedes me disculparán ya que cito en extenso para ver de cuan lejos viene este mal- :

La fundación del conocimiento es territorial e imperial. Con el término moderno queremos decir que la clasificación y organización socio-histórica del mundo se basa en una macro-narrativa articulada en conceptos y principios específicos del conocimiento. El punto de referencia de la modernidad es el Renacimiento europeo que a su vez está basado, en cuanto idea e interpretación del presente histórico, en dos aspectos complementarios: la colonización del tiempo y la invención de la Edad Media, y, por otro lado, la colonización del espacio y la invención de una América integrada en un orden geopolítico cristiano de naturaleza tripartito: Asia, África y Europa. Fue en y desde Europa que la clasificación del mundo emergió y no en y desde Asia, África o América- en consecuencia, bordes de diferentes tipos fueron creados. La Edad Media fue integrada en la historia de Europa, mientras que las historias de Asia, África y América fueron negadas en cuanto parte de la historia. El mapa del mundo dibujado por Gerardus Mercator y Johannes Ortelius trabajó junto con la teología para crear un punto cero de observación y de conocimiento: una sola perspectiva que negaba todas las otras perspectivas (Castro-Gómez, 2002). De esta manera, con esta doble movida se establecieron y fijaron fronteras epistémicas que expulsaron hacia afuera las diferencias epistémicas de las colonias (el árabe, el aymará, el hindú, el bengalí, etc.). Las fronteras epistemológicas fueron rearticuladas nuevamente en el siglo XVIII con el desplazamiento de la teología y de la teopolítica hacia un conocimiento secular de naturaleza ego-lógico y ego-político. Se trazaron fronteras epistémicas junto con la creación de la diferencia imperial (con los imperios Otomano, Chino y Ruso) y la diferencia colonial (con los negros e indígenas de las Américas). Ambas diferencias epistémicas, la colonial y la imperial, están basadas en una clasificación racial de la población del planeta, un orden clasificatorio en el que aquellos que hicieron la clasificación se situaron en la categoría más alta de la humanidad. La conceptualización de la idea del hombre del Renacimiento está basada en los ejemplos paradigmáticos de la Cristiandad Occidental, Europa, y una subjetividad masculina y blanca (Kant, 1798; Las Casas, 1552). De esta manera, la retórica de la modernidad, desde el Renacimiento en adelante, no podría haber sido sostenida sin la constitución de su lado oscuro: la lógica de la colonialidad.

El trabajo de Violeta Parra, que en un sentido amplio es su propio vivir, surge de una desobediencia epistémica, de un deseo urgente e irreprimible de desengancharse, de desencadenarse del punto cero epistemológico en el cual el cuerpo político de las instituciones hegemónicas nos ha envuelto. Es fundamentalmente este gesto el que le abre las puertas hacia afuera de la jaula dorada -"Libertad absoluta señores, pero sin salirse de la jaula" nos dice un artefacto de Nicanor-, jaula ya ni siquiera de oro, más bien de plástico y desteñida, en la que hemos crecido. Pero éste no es sólo un gesto teatral, una pose para la película, una carita de ángel para la foto, sino un accionar, un moverse, un desplazamiento necesario y calculado, un preparar y poner en práctica un evento que, literalmente, nos cambiará la vida a todos los chilenos, ya que nos hace posible percibir esa energía de vida, que más allá de las instituciones, los mitos, la farándula y el palabrerío que coagula nuestras vidas en posiciones y discursos almidonados, duros, monológicos, ciegos, patrioteros, de banderas izadas, nacionalismos, marchas y uniformes no sólo del cuerpo y la lengua sino también mentales, se sitúa en el vivir mismo. Y esta es la gran dificultad que su obra, es decir su vida, levanta ante nosotros, que esperamos un texto, una pintura, un género definido, una arista clara, un borde, un límite del que agarrarnos con las uñas, con las ideas, es decir, entrampados con el lenguaje que hemos levantado alrededor nuestro para efectivamente protegernos de estos acoplamientos, de estas impurezas, de estas filtraciones bajo la puerta, por entre las fisuras de la pared. Pero ¿cómo desgajar esas prácticas del vivir mismo?. Aquí se encuentra la clave ética del quehacer de Violeta Parra, quien con decisión y fuerza única abre para nosotros y los que vendrán -pues el quehacer de Violeta tiene un claro aspecto proyectivo (como nos señalara ayer Lucy Oporto)- un amplio proceso de descolonización geopolítico. Nos hace volvernos hacia esos saberes silenciados por la historiografía oficial: el de los campesinos y el saber de cultura Mapuche. Será sólo a partir de los años noventa cuando podremos retomarlos, en unos pocos ejemplos, y comenzar a re-elaborar los lugares de estas culturas y sus epistemologías en el discurso historiográfico oficial.

Ahora bien, para concretizar un poco lo anterior, esta desobediencia de Violeta Parra emerge, en las Décimas, de la experiencia de la pobreza, de la impertinencia del currículo escolar para la vida diaria de los pobres y sus exigencias prácticas, y fundamentalmente de la experiencia de la pérdida del padre, la pérdida de la casa familiar y del consecuente desarraigo producido por su viaje a Santiago. Pero también corresponde a un desgajarse de las raíces particulares y, por extensión, implica un darse cuenta que la gente de la ciudad ha sufrido una "pérdida de la conciencia de que los seres humanos forman parte del mundo natural, de que provienen y existen siempre en lugares concretos y son determinados por ellos (y no por un espacio homogéneo e impersonal)". El viaje a Santiago desgaja, corta, separa y obliga a otro quehacer que implica una reflexión sobre la cultura campesina que la gran ciudad arroja a los límites, descalifican como de segundo orden, anticuada, y sin pertinencia en el mundo moderno y, dándole un sello de clase, desecha como basura experiencial. La ciudad, recordemos, es una invención de la modernidad, y, experimentarla implica un estar bailando en el aire, sin raíces, inseguros de nuestra identidad, como puros significantes flotantes. Violeta Parra choca, a medida que trata de traer ese saber a la ciudad y sus instituciones, con las barreras levantadas por la colonialidad del poder. Y, en este choque mismo hace que ella devenga, en su propia apropiación o traducción, esa cultura haciendo posible, con su ejemplo, una revalorización de esta cultura del campo, que va dejando, en consecuencia, de ser desecho cultural y experiencial para ir convirtiéndose en otra forma válida de cantar, contar y vivir, ampliando la limitada experiencia del tiempo, y, por ende, de las relaciones humanas de productividad y de trabajo en las que vivimos. Su obra, en consecuencia, emerge de este cruzarse de lo campesino con la ciudad, del campo con lo urbano. Literalmente trabajar deviene crear, hacer la vida propia, vivir, y no esta actividad enajenante que consiste en sostenerse en un sistema injusto e inhumano que genera hambre y pobrezas de todo tipo. Ella misma es una especie de híbrido, es decir, antigua y moderna, una campesina de la ciudad. Una rareza.

En sus Décimas Violeta Parra canta y al cantar va construyendo y dando figura a un sujeto y a un saber alterno que, cuestionando el carácter masculino, poseedor de las características -de ascendencia anglosajona- de lo pulcro, ordenado y del individualismo ejemplar del género autobiográfico de la época, va dando figuralidad a un sujeto otro que es mujer, pobre, campesina, de izquierda y que además va haciendo emerger en su canto, de género popular: la décima espinel, otro Chile: el de la pobreza, el hambre, el dolor, la violencia, el alcoholismo, el desorden, es decir, uno de los Chiles ocultos, no mencionados, escondidos en las sombras del discurso autobiográfico de la época, un Chile que no forma parte del discurso luminoso del modernismo. Las Décimas de Violeta Parra hacen emergente esa otra esfera de realidad que revela la cojera del discurso del género autobiográfico previo. Surge aquí otra historiografía, local, situada, personal, de mayor peso que la historia abstracta que se aprende en la escuela. En ésta el individuo y la persona emergen de una red de relaciones afirmativas, es decir, de respeto por la diferencia, es decir, en íntimo contacto con los otros, incluida la tierra y los animales. No hay en las Décimas una supermujer, no es esa la impresión que nos deja, sino de una persona que afirma la vida en todos sus actos. En consecuencia, en cuanto afirmación es pura creatividad, es decir, va surgiendo de su quehacer y de las condiciones y materiales que tiene a la mano. En este sentido el conocimiento parte de una experiencia concreta del mundo, tienen una función política y se construye desde una ética. No hay aquí, en estas experiencias de Violeta Parra el "anything goes" del individualismo global actual de raíz anglosajona –que nosotros bailamos tan bien- donde todo vale en la lucha competitiva y donde, como señalara Margaret Thatcher, "la comunidad no existe", sino, y, muy por el contrario, un claro quehacer ético afirmativo de la vida: una creatividad que libera, a pesar de los inmensos obstáculos de toda naturaleza, abriendo posibilidades al quehacer concreto y a la imaginación en íntimo contacto con esa reserva epistemológica que es la sabiduría del campo. Esto, creo, es lo que nos señala el epígrafe a este breve trabajo, y termino así como el ouroboros, mordiéndome la cola.

Yo creo que todo artista debe aspirar a tener como meta el fundirse, el fundir su trabajo en el contacto directo con el público. Estoy muy contenta de haber llegado a un punto de mi trabajo en que ya no quiero ni siquiera hacer tapicería ni pintura, ni poesía, así suelta.
Me conformo con mantener la carpa y trabajar esta vez con elementos vivos, con el público cerquita de mí, al cual yo puedo sentir, tocar, hablar, e incorporar a mi obra.







Notas

Angel Parra, Violeta se fue a los cielos. Santiago: Catalonia, 2006, 13.
Walter Mignolo, Madina Tlostanova, "Theorizing from the Borders. Shifting to Geo- and Body-Politics of Knowledge", European Journal of Social Theory 9(2): 205-221, pp. 205-206.
Violeta Parra, Décimas. Autobiografía en verso. Santiago: Editorial Sudamericana, 1998.
Niall Binns, "Criaturas del desarraigo, o en busca de los lugares perdidos: alienación y ecología en la poesía hispanoamericana", América Latina Hoy. Universidad de Salamanca. En http://redalye.uaemex.mx/redalye/pdf/308/3083002.pdf


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