\"Instituciones coloniales: de la caza del indio a la caza del cimarrón” Encuentro en la red April 4, 2001.

May 20, 2017 | Autor: Jorge Camacho | Categoría: Cuban literature, Bartolome de las Casas, Afro Cuban History
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cubaencuentro.com Encuentro en la red - Diario independiente de asuntos cubanos Año II. Edición 90. Viernes, 06 abril 2001 La mirada Instituciones coloniales: de la caza del indio a la caza del cimarrón JORGE CAMACHO, Arkansas

Una vez Shopenhauer, ese eterno pesimista, llegó a afirmar que mientras más conocía a los hombres “más amaba a su perro”. Quienes coinciden con esta conclusión despiadada no pueden menos que reconocer que durante milenios el hombre ha sido en muchos casos igualmente despiadado con sus semejantes. El perro de Shopenhauer, dócil y cariñoso, debió parecerle ciertamente al filósofo una virgen mártir yendo al patíbulo comparada con los carceleros de Auschwitz. Resulta, sin embargo, que el mismo perro ha sido un instrumento de exterminio horrible en Latinoamérica, y más de una vez se le ha utilizado como un método coercitivo por el poder. En los manuales medievales el perro aparece como animal doméstico, que sirve para los cuidados del niño, la mujer y la casa. En la cetrería, y las partidas de caza, está también junto al dueño, dispuesto a alcanzar la presa que cae al piso después del tiro certero, o rastreando el animal que va a esconderse en lo más intricado del bosque. Algunas jaurías de reyes fueron impresionantes y se cuentan historias de perros famosos. No obstante, con la Conquista cambia la relación hombre del hombre con su más fiel amigo y por vez primera se le ocurre a Cristóbal Colón utilizarlos para la caza de los indios fugitivos o rastrear sus huellas luego de asaltar algún batey. La historia de la colonización en América, abunda en imágenes horripilantes de este tipo, donde un puñado de nativos es acosado por jaurías hambrientas y son dejados a su suerte ante la risa y la impasibilidad de los españoles. El hecho de que se utilizaran perros de presa para cazar hombres es fundamental, a mi entender, en la historia de la infamia del género humano y no solamente revela la total ausencia de piedad por parte de estos hombres como la suposición de que de alguna forma los indios eran también animales, salvajes que habitaban estas tierras incógnitas. No es de extrañar entonces que Colón se refiriera en su Diario, varias veces, a los nativos como si fueran ganado, y que los contara por “cabezas” como se hacía con las vacas que eran transportadas de un lado al otro del Atlántico. El padre las Casas, maestro en el arte de deconstruir el discurso imperial, comparó estas prácticas de exterminio con las que llevaron a cabo los romanos en sus circos bajo el funesto mandato de Nerón, cuando los seguidores de

Cristo eran lanzados a las fieras ante una multitud eufórica y sedienta de espectáculo. Circus et pane he ahí la máxima que describe mejor ese deseo de distracción y de comida que siente el pueblo. Theodore de Bray, el genial ilustrador de la edición latina del libro de Las Casas, muestra momentos verdaderamente repugnantes en sus grabados. En uno de ellos aparecen varios españoles observando cómo los perros devoran a un grupo de nativos que han caído dentro de un barranco y, en otro, un soldado alimenta la jauría con miembros recién cortados de un niño indio. A Las Casas esta práctica le reveló una terrible ironía: después de ser perseguidos por tantos años eran ahora los propios cristianos quienes lanzaban a las fieras los indios indefensos y pobres, que según su explicación teológica, el mismo Señor había creado en el inicio de los tiempos. Desde su aparición, en 1552, hasta el presente, se sucedieron una tras otra diversas ediciones de la Brevísima relación de la destrucción de las Indias, en Europa y, a partir de 1822, en América. Sin embargo, en Cuba conozco solamente una edición, del año 1977, lo cual además de ser una omisión sintomática de la cultura cubana, que registra un juego continuo de crítica e enmienda con respecto a la antigua metrópoli, vendría a reafirmar la tesis de que quien desconoce o ignora el pasado está condenado a repetirlo. Por ello, hacia finales del siglo XVIII, todavía bajo el dominio colonial, Cuba se dio a la tarea de agregar otro capítulo horroroso a estas prácticas inhumanas: la caza del negro, del esclavo prófugo, o del llamado cimarrón. La institución que creó Cristóbal Colón tres siglos antes se repitió como una pesadilla para miles de esclavos africanos que llegaban hacinados en la barriga de los barcos negreros. Y como si esto fuera poco, para esta fecha la mayor de Las Antillas se convirtió en el mercado más famoso de perros de raza en el Caribe al extremo que estos eran buscados por hacendados de otras colonias. A los puertos de Oriente llegaban los barcos procedentes de Haití, y de otros lugares de América, para comprar dotaciones enteras de mastines rabiosos entrenados en despedazar en un santiamén a quien fuera. Carpentier en El reino de este mundo, relata el miedo de Ti Noel ante aquellas jaurías hambrientas en un puerto de la provincia más oriental de Cuba quien, después de enterarse a través de un oficial francés, que todos aquellos perros se los llevaban a Haití “para comer negros”, se echó a correr despavoridamente por una de las calles de Santiago. El dato resulta importante en una novela que ejemplifica a cabalidad como la estructura opresiva bajo la dominación francesa había ahondado tanto en la psicología del haitiano que aun después de la revolución siguió perviviendo bajo el liderazgo de los negros la esclavitud, el horror, y la desigualdad. Estructuras de pensamiento, nos recuerda Carpentier, son difíciles de superar y se repiten bajo diversas circunstancias. Como había ocurrido antes con los indios, los negros fueron tomados como bestias, como animales a los que por tal motivo era posible perseguir y acosar

utilizando otro animal entrenado para esos fines. En ambos casos eran los seres marginados de la colonia quienes no tuvieron nunca poder ni representación legal. Ciertamente, esa práctica tan cruel no se redujo a la colonia cubana, pero fue Cuba la que hizo de ella un negocio lucrativo y la que, por el sistema de plantaciones al que estaba condenada para sobrevivir, lo continuó ejerciendo hasta la abolición de la esclavitud a finales del siglo XIX, ¡casi un siglo! Sería necesario repensar la historia de Cuba a partir de esos actos deshumanos, de esas omisiones sintomáticas en nuestra cultura y hallar en los estratos profundos de ella las marcas de coloniaje que aún nos atan a un pasado que se repite. Estos hechos, cíclicos en nuestra historia, igual que esas células repetitivas del son, ritmado esta vez con sangre, se hallan a veces en los comportamientos más inesperados e incluso triviales. Cuando reconozco que en Cuba y en otros países del mundo todavía se utilizan perros de presa para reprimir manifestaciones en contra el gobierno o el orden social no puedo sino sentir un escalofrío tremendo y recordar las palabras del viejo filósofo.

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