“Innovación del lenguaje y policía de las costumbres: el proyecto de los afrancesados en España”, en: Alfredo Ávila y Pedro Pérez Herrero (comps.): Las experiencias de 1808 en Iberoamérica, Alcalá de Henares–México, Universidad de Alcalá–UNAM, 2008, pp. 231-249 [ISBN: 978-970-32-5106-3].

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Descripción

INNOVACIÓN DEL LENGUAJE Y POLICÍA DE LAS COSTUMBRES: AFRANCESADOS

EL PROYECTO DE LOS EN ESPAÑA'

JUAN PRO RUIZ Universidad Autónoma

de Madrid

El ciclo completo de la Revolución francesa, desde sus comienzos en 1788-89 hasta el desenlace del episodio napoleónico en 1815, constituyó un momento de intensa renovación en el lenguaje político occidental, acompañando la creación de conceptos a la transformación de las instituciones y de las estructuras. Era un momento de transfiguración general de las culturas políticas, en el que incluso las tendencias más inmovilistas tuvieron que adoptar discursos nuevos para tomar posición frente a realidades que en gran parte resultaban nuevas. Lógicamente, al ser Francia el foco principal de las transformaciones revolucionarias, fue también la lengua francesa la primera en experimentar esta necesidad imperiosa de renovación del lenguaje; y desde París y el área francófona los nuevos conceptos y su articulación en forma de discursos transitaron hacia otros idiomas, con los inevitables fenómenos de resemantización que suelen acompañar a la adopción de conceptos extranjeros en cualquier contexto cultural distinto de aquel en el cual se originaron. La lengua española no fue, a este respecto, una excepción, sino más bien un caso paradigmático de adopción sistemática de conceptos franceses procedentes de los nuevos discursos revolucionarios; tanto más cuanto que la influencia cultural francesa sobre España -y sobre la América de habla española- había sido ya muy intensa desde la implantación de la dinastía borbónica en 1700. Por tales razones, esta ponencia se interesa por la forma en que el lenguaje político europeo, y con él toda una nueva cultura política formada en la segunda mitad del siglo XVIII, penetró en España y en los países de habla hispana. En la medida en que esa penetración tuvo luI

Este trabajo forma parte de la investigación colectiva "Palabras de la Modernidad en la España Contemporánea" (MEC: HUM2005-06556-C04-01/I-lIST), inserta a su vez en el proyecto coordinado de un "Diccionario histórico de la modernidad en España y América Latina ", ambos bajo la dirección de Manuel Pércz Lcdesma.

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gar predominantemente en forma escrita, su influencia se limitó, en un principio, a las clases medias y altas de la sociedad, los medios cultivados, que se separaron así de la cultura compartida por el resto de la población, más apegada a la tradición y al lenguaje de la Iglesia católica. La aculturación de las últimas décadas del XVIII y primeras del XIX produjo, en realidad, la aparición de dos naciones compartiendo un mismo territorio, pero hablando idiomas diferentes y sosteniendo diferentes visiones del mundo. Una de esas "naciones", la de la elite ilustrada que añoraba la imagen mitificada del reinado de Carlos lII, dispuso de una oportunidad política para plasmar sus ideas en acción de gobierno, al calor de la ocupación militar francesa de la península de 1808-1814y del reinado deJosé 1Bonaparte, bajo cuya protección se situaron. Tenemos muchos indicios de que aquellos afrancesados, lejos de quedar olvidados tras la derrota militar del bonapartismo en 1814-1815, constituyeron un grupo de intelectuales con vocación política que se insertaron como tecnócratas en las sucesivas administraciones absolutistas y liberales a lo largo de medio siglo. Su programa, y con él su lenguaje, acabarían pasando de la proscripción y la marginalidad a ser el centro de un nuevo consenso político, el del liberalismo conservador, que en España tomó forma en el Partido Moderado.' Esta permanencia a largo plazo del proyecto político afrancesado, implícito en los usos del lenguaje que acuñó aquel grupo entre los años 1808 y 1814, aumenta el interés por rastrear tales usos lingüísticos. En este trabajo se apuntan algunas ideas al respecto, y se analiza, corno muestra de los conceptos fundamentales de aquella cultura política, uno en concreto: el de policía.

Un nuevo lenguaje para perseguir una nueva realidad ¡Con el estallido de la Revolución francesa en 1789, fueron muchas las realidades políticas, sociales y culturales que se transformaron bruscamente, y la lengua dio cuenta de esos cambios con una intensa renovación del

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Benjamín González Alonso "Las raíces ilustradas del ideario administrativo del moderantismo español", en De la Ilustración al Liberalismo. Sym/Josium en honor al profesor PaoÚJ Grossi; Madrid, Centro de Estudios Constitucionales, 1995, p. 159-196; jcan-Bapuste Bussall, "Le rógnc dc joseph Bonaparte: une expérience décisive dans la transíuon de la Ilustración au llbéralísme modéré", Historia constitucional, 2006, n. 7, hupe/ /hc.rediris.es/07/articulos/ html/03.html y Juan Pro Ruiz, Bravo Murillo: política de orden en la España liberal, Madrid, Síntesis, 2006.

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vocabulario, los significados y los usos de las palabras. Por entonces se hallaba en París, como secretario de la legación diplomática española Domingo de Iriarte. Este personaje pertenecía a una familia canaria inserta en la diplomacia española desde tiempos de Carlos IIl, y especialmente inclinada a trabajar con el lenguaje: su tío y protector,Juan de Iriarte, era condiscípulo de Voltaire, bibliotecario del rey, de la Real Academia Española y secretario de cartas latinas (traductor) en la Secretaría de Estado; su hermano, el escritor Tomás de Iriarte, conocido por sus célebres Fábulas literarias y por la persecución de que le hizo objeto la Inquisición, también trabajaba como traductor de documentos oficiales en el ministerio. Durante su estancia en París como colaborador del conde de Aranda, Domingo de Iriarte percibió la urgencia de dar a comprender a la corte de Carlos IV lo que estaba pasando, en términos comprensibles desde otra galaxia cultural; y se empeñó, por ello, en buscar traducciones adecuadas del nuevo lenguaje político francés. En la correspondencia que mantuvo con su hermano Bernardo -también diplomático entre 1789y 1791 le dio cuenta de las dificultades que tenía para encontrar traducción adecuada para los términos franceses del nuevo lenguaje político que había traído la Revolución.' En la mayor parte de los casos, Iriarte resolvía el asunto manteniendo la expresión novedosa en francés -a falta de equivalente castellano-- o recurriendo a su traducción literal.' Parece que esta solución le daba buenos resultados prácticos, ya que le permitió tener éxito en una delicada negociación diplomática en la que otros habían fracasado, cerrando por encargo de Godoy la Paz de Basilea de 1795, que puso fin a la guerra entre Francia y España; y en premio a esa labor fue inmediatamente nombrado embajador en el París de la reacción thermidoriana. Los problemas idiomáticos que encontraba Iriarte para establecer comunicación entre la Francia revolucionaria y una España que aún permanecía anclada en el Antiguo Régimen no tienen nada de extraño: en la propia Francia, la aceleración de la innovación lingüística por efecto de la Revolución fue de tal calado que llevó a la publicación urgente de suplementos a los diccionarios existentes, como hizo el abate Gattel en la edición "portátil" de 1797 de su célebre diccionario (1' ed. :3

Manuel Moreno Aloso, "Cartas de París duran le la Revolución. Domingo de Inane", en jean-René Aymes (ed.}, Repercusiones de La Revolución francesa en E'sIJaña, Madrid, Universidad Complutense, 1990, p. 761-789. Francoisc Étienvre, "Traducir la Revolución (1789-1805)"', en Francisco Lafarga (cd.), La traducción en España {l 75()..] 830). Lengua, literatura, cultura, Lleida, Edicions de la Uníversltar de Lleida, 1999, p. 157-164.

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en 1790).' Aquellas innovaciones fueron inmediatamente comunicadas a la lengua española, pues, ya en época napoleónica, se plasmaron en varios diccionarios francés-español/ español-francés. 6 La Real Academia Española, corporación esencialmente conservadora, no se hizo eco de estas innovaciones, a las que no dio entrada en las sucesivas ediciones de sus diccionarios oficiales. El éxito que tuvieron en España los diccionarios bilingües realizados en Francia -tanto el de Cormon como el de Gattel- llevó a que algunos autores españoles intentaran competir con ellos, elaborando el mismo tipo de obra de correspondencia entre las dos lenguas, pero desde el punto de vista hispano. El primero en hacerlo fue Capmany en 1805; pero, dada su filiación tradicionalista, prefirió rechazar como ajenas a la lengua y a la cultura española esas palabras nuevas que, nacidas de la Revolución, sólo podían referirse a realidades pasajeras que no merecía la pena incorporar a un diccionario." Así lo decía expresamente: Se han omitido [... ] las voces revolucionarias de Francia, que con tanta recomendación anunciaron Cormon y Cattel en sus últimas impresiones, porque nunca han sido de la lengua, ni de un sistema constante de la nación, sino de las alteraciones pasajeras que mudaron las instituciones conocidas, e inventaron nuevos términos para designar nuevos establecimientos, nuevos oficios, nuevas funciones, nuevasjurisdicciones, cuyas continuas variaciones y, al fin, cuya total ruina, manifiestan la poca firmeza y autoridad de nombres tan perecederos. Tales voces no admiten traducción en español, ni aPlicación racional, ni análoga a nuestra vida política, ni civil8

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Claude Marie Gauel, Nouveau diclionnaire partalij de la tangue francaise, 2 V., Lyon, Bruysct ainée, 1797. Al final del segundo tomo hay un suplemento, dedicado a "Les mots nouveaux el les autres changements introduits dans la Iangue par la Révoluuon Irancaise". El abate Claude Marie Cauel (1743-1812), que había sido perseguido por la Revolución y había estado en la cárcel, entró en 1804 en el Liceo imperial de París como provisor y fue profesor de gramática de Stcndhal: paradójicamente, su diccionario de 1813 le convertiría en el gran renovador delléxico francés contemporáneo y el democratízador de sus diccionarios. Primero en las 238 voces que recoge el suplemento "De las voces últimamente recibidas y adoptadas en los actos públicos, leyes, constituciones francesas, etc." de Barthélémy Cormon, Dícuonnaire portauf el de prononuation; espagnot-franous el froncaís-espagnot a l'1üage des deux nouons, 2 V., I..}'OIl,Cormon ct Blane, 1800. A quien Cauel acusaría de haberse aprovechado de su trabajo previo; y luego las 318 voces del que, en respuesta, elaboró e! propio Cauel: Claude Marte Oanel, Dícuonnairefranous-espagnot el espagnot-franous, 2 V., Lyon, Bruyset ainée, 1803. En este último, la presentación para el público hispanohablante de las voces nuevas introducidas por la Revolución aparece en el tomo 1, p. 757-764. Francoise Éucnvrc, "Traducir la Revolución (1789-1805)~, p. 161-]62. Antoniode Caprnany, Cenlinelaconlmfranceses, Tarragona, Mana Canals Viuda, 1808, p. VII-VIII,

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Se trata del mismo Capmany, monárquico y reaccionario, que se alineó contra los "afrancesados" en el bando "patriota" y escribió, ya en 1808, su célebre Centinela contra franceses' En vísperas de la invasión napoleónica de la península se estaba formando ya esa dualidad de lenguajes que la guerra exacerbaría, entre una elite culta, "afrancesada" avant la lettre, y atenta a las novedades que venían de Europa (la que empleaba diccionarios como los de Cormon y Gattel, y manejaba los neologismos que contenían) y una masa aferrada a los usos tradicionales del lenguaje, en la que militaba la mayor parte del clero. No obstante la distancia que pretendía crear, el diccionario de Capmany contenía muchos de los términos nuevos de las obras anteriores, aunque hiciera todo lo posible por eliminar las referencias a la Revolución, sus actores e instituciones. E incluso se sintió obligado a anunciar en el subtítulo de su diccionario "enmendados, corregidos, mejorados y enriquecidos los de Gattel y Cormon". De hecho, todas estas obras tenían algo en común, si se comparan con sus predecesoras, y era la atención prioritaria al fenómeno del neologismo, que ni siquiera había sido considerado como tal fenómeno por autores anteriores; las introducciones a los diccionarios posteriores a la Revolución, y específicamente los diccionarios bilingües, se extienden en consideraciones sobre la actitud y el método que deben presidir la relación del lenguaje con los cambios del contexto, con qué ritmo deben insertarse nuevas palabras cuyo uso es muy reciente, etc."

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citado por Francoise Eticnvrc, "Le gallicismc en Espagnc au XVIIIe siccle: modalués d'un rejet", en Jean-René Armes (cd.), L'image de La Frunce en Espagne pendonc la seconde moitié du xuiiie siecle, París, Instituto Juan Gil-Albert/Presses de la Sorbonne Nouvellc, Alicante-París, 1996, p. 99-112. El subrayado es mío. Antonio Capmany y Montpalau (1742-1813) había sido militar; desde 1776 era miembro de la Real Academia de la Historia y desde 1790 secretario perpetuo. De su conservadurismo da prueba el que polemizara contraJovellanos y Campomanes en defensa de la pervivencia de los gremios contra la libertad de industria. Antonio de Capmany, "Discurso político económico (sobre la influencia de los gremios en el Estado, en las costumbres populares, en las artes y en los mismos artesanos", Semanario Patriótico, 1778, Granada, Moderna de la Universidad de Granada, 1949. Durante el gobierno de Codoy se alineó contra la política de éste )' la influencia francesa. En su obra Centinela contra franceses hizo un llamamiento a la rebelión y la guerra a muerte contra los invasores franceses, calificando a Napoleón y los suyos como la anli-España. Fue diputa.do en represemacíón de Cataluña en las Cortes de Cádiz y tuvo un protagonismo muy destacado en el bando "patriota", dirigió la redacción de la gaceta oficial flue suplió a la Gacela de Madrid (en manos de los josefinos), titulada Gacela de La Regencia de Esfmña e Indias; y formó parte de la comisión que elaboró el proyecto constitucional. Carmen Roig, "El Nuevo diccionario francés-español de Antonio de Capmany", en Francisco l.afarga, Albert Ribas y Mercedes Tricás (eds.), La traducción: metodología/ historial tueroiuro. Ámbito tusponofroncés, Barcelona, Promociones}' Publicaciones Universitarias, 1995, p. 75-80

En los cien años anteriores a la Revolución francesa sólo se habían publicado ocho diccionarios o vocabularios bilingües francés-español;': mientras que en el periodo 1790-1836 se publicaron 23, y en el periodo 1837-1850, 20 más." La abundancia y difusión de este tipo de obras en las décadas finales del siglo XVIII e iniciales del XIX nos hablan de la intensidad de las relaciones entre los dos ámbitos idiomáticos: el aprendizaje del francés constituía un componente básico de la formación de toda persona culta en el ámbito hispano, y se necesitaban instrumentos prácticos para la comunicación por la frecuencia de los viajes, las inversiones, las lecturas cruzadas ... La invasión de la península por las tropas francesas y los seis años de ocupación no harían sino acrecentar esta necesidad de perfeccionar y actualizar las herramientas para la traducción, la interpretación y el aprendizaje del francés en España y -tal vez menos- del español en Francia; y la evolución posterior de los acontecimientos, con la práctica satelización de España con respecto a Francia en el siglo XIX, no desmentiría la tendencia apuntada, que quedó institucionalizada al implantar el francés como materia obligatoria de la enseñanza en la Ley de Instrucción Pública de 1857. Los afrancesados españoles, particularmente inclinados y necesitados de una relación fluida con la lengua francesa, no sólo fueron usuarios y consumidores de diccionarios bilingües, sino en algunos casos autores. El más importante fue tal vez el diccionario de Núñez de Taboada, publicado en París en 1812 y del cual se hicieron múltiples ediciones de bolsillo hasta 1823. Melchor Manuel Núñez de Taboada era un presbítero gallego, que pasó a Francia en 1808 y se puso al servicio de los bonapartistas, formando parte de la redacción del diario bonapartista La Abeja Española, mientras éste existió, hasta agosto de aquel año; luego sirvió al Ministerio de la Policía francés como traductor de documentos en español (cartas de prisioneros españoles, ete.). Entre 1814 y 1816 hay informes policiales que le involucran en las redes de conspiradores liberales españoles contra el régimen absolutista de Fernando VIL Su /

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yJuan Francisco Carda, "De Caucl y B. Cormon a Capmany y Núñez de Taboada: en torno a ciertos aspectos)' procedimientos de la lexicografía bilingüe francés-español entre 1790 y 1812", en Francisco Lafarga (ed.), rtjJ. cit., p. 111-120. Francisco Sobrino (1705), Francisco de la Torre y Ocón (1728), Amonio María Herrero (1744), Nicolás de Séjournat (1745), Nicolás González de Mendoza (1761), Francois Cormon (1769),Joseph Broch (1771) y Antonio Capmany (1776). Gonzalo Suárez Gómez, "Avec qucls llvrcs les Espagnols apprcnaicnt le francais (15201850)", Revue de l.iuérature Comporée, x x xv, 1961, p. 330-346.

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diccionario de francés era poco más que un plagio del de Capmany." El mismo autor, Núñez de Taboada, seguiría prestando atención con posterioridad a las cuestiones lingüísticas, decidiéndose a elaborar un diccionario general de la lengua española." Publicado desde su exilio en París en 1825, aquel diccionario tiene la relevancia de ser prácticamente el único (junto con el del jesuita vizcaíno Terreros de 179615) que compitió en el mercado con las sucesivas ediciones del Diccionario usual de la Academia. El lenguaje oficial, efectivamente, era el que marcaban los diccionarios de la Real Academia Española, empezando por el Diccionario de autoridades de 1726-1739, y siguiendo por las sucesivas ediciones del Diccionario usual en 1780, 1783, 1791, 1803, 1817, 1822, 1832, 1837, 1843, 1852 ... Sin embargo, como corporación conservadora que era, la Academia siempre fue muy por detrás de los cambios del lenguaje de su tiempo. Las innovaciones lingüísticas de la época revolucionaria se mantuvieron en su mayor parte fuera de estos diccionarios académicos hasta las ediciones de finales del siglo XIX (1884 Y1899). Los conceptos clave del lenguaje político afrancesado, que desde muy pronto vemos apropiados por todas las ramas de la "familia" política liberal española, acaban convirtiéndose en términos ampliamente arraigados en el habla corriente de los españoles. A lo largo del siglo XIX, tales innovaciones, venidas en su mayor parte de Francia, las vamos encontrando en textos literarios, periodísticos, políticos, legales, diplomáticos y de todo tipo; pero no en el Diccionario de la Academia. De manera que su aparición en las ediciones finiseculares de este Diccionario serí":'tólo el acto final de reconocimiento de un lenguaje ya consensuado, despojado de toda conexión con el partido josefino y así neutralizado políticamente. Veamos, como ejemplo -dadas las limitaciones de tiempo y espacio que impone el formato de una ponencia- el concepto de policía, que tal vez sea uno de los más representativos de esta impronta ilustrada, francesa y bonapartista, sobre el Estado de los siglos XIX Y XX Ysu lenguaje. 13

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Melchor Manuel Núúez de Taboada, Diccionario español-francés y francés-español, más correcto y completo que todos los que se han jmblicado hasta ahora, sin exceptuar el de Cajnl/an)', París, BrunotLabbé, Rey el Gravier, 1812. Melchor Manuel Núñez de Taboada, Diccionario de la lengua castellana para C1t)'acomposición se han consultado los mejores vocabularios de esta lengua, y el de la Real Academia EsjJañola últimamente publicado en /822, París, Seguin, 1825. Esteban Terreros)' Pando, Diccionario castellano con las voces de ciencias y artes (I 796), Madrid, cd. facsímil de Arco Libros, 1987.

Policía La reestructuración de los ministerios por el artículo 27 de la Constitución de Bayona resultaba muy novedosa: las cinco secretarías tradicionales de la monarquía española pasaron a ser nueve, pues se añadían las

de Negocios Eclesiásticos, Interior y Policía General, al tiempo que la de Marina e Indias se separaba en dos; la mera multiplicación de los departamentos anunciaba una voluntad de expansión y especialización de la administración pública, ligada a la superación del modelo de monarquía jurisdiccional, al abolirse los Consejos, y sustituirlos por un Estado gubernativo y administrativo. Pero también era relevante el cambio por la terminología: dos ministerios cambiaban de nombre. El de Estado pasaba a llamarse de Negocios Extranjeros (un claro indicio de que el nombre de "Estado" se reservaba para otro uso más genérico); y el de Gracia y Justicia cambiaba su nombre por justicia (deshaciéndose así del concepto absolutista de la gracia). La aparición del Ministerio de lo Interior resultaría definitiva, a pesar de cambios relevantes en las competencias de dicho departamento, puesto que se trataba del precursor del que en el siglo XIX se llamaría Ministerio de Fomento, titular de amplias competencias relacionadas con las actividades económicas, la educación, la ciencia y la cultura; mientras que las competencias clásicas del que después -y hasta hoy- se llamaría Ministerio del Interior, relacionadas con el orden público y la supervisión de los municipios, las desempeñaba el novedoso Ministerio de Policía General, cuyo nombre era todo un programa de gobierno. Las competencias de estos dos ministerios nuevos -Interior y Policía- resumían lo esencial del programa afrancesado: control autoritario del orden público y fomento intensivo de la riqueza y la ilustración del país. De hecho, había tal familiaridad entre los dos departamentos, se entendían como tan claramente complementarios el uno del otro, que la propia Constitución, en su artículo 29, preveía la posibilidad de refundirlos en uno solo en algún momento futuro. Era el programa soñado por los pensadores y reformadores del despotismo ilustrado, ahora convertido en instituciones y en acciones de gobierno concretas; y sería el programa de orden y progreso que sostendrían los bonapartistas y los positivistas de las décadas centrales del siglo XIX, tanto en el sur de Europa como en el sur de América. La creación del "Ministerio de Policía General" que preveía la Constitución de Bayona fue una innovación de gran calado, pues, como su

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propio nombre indica, se trataba de crear en el gobierno un departamento especializado en cuidar de! "buen orden en la república" en todos sus aspectos. Hasta entonces, el mantenimiento de la seguridad y el orden público dependían de diversos tribunales de justicia, que en última instancia venían a depender del Consejo de Castilla; tales instituciones actuaban como órganos jurisdiccionales limitados a resolver los conflictos que se les planteaban y hacer cumplir sus propias resoluciones. La función de control de! orden en el conjunto de España dependía, al mismo tiempo, de la Inquisición, con todo su sistema de familiares, tribunales, cárceles, censura de imprenta, incautaciones, etc. La abolición de la Inquisición y e! paso de una monarquía jurisdiccional a un gobierno por administración, llevó a esta audaz invención que era e! Ministerio de Policía (transposición del que existía en Francia desde 1796).16 En este nuevo sentido, la policía se definía por las competencias que se atribuyeron al nuevo ministerio en 1809: la "seguridad general del Estado", "todas las medidas que haya que tomar para mantener e! buen orden y la tranquilidad pública", "e! régimen de los pasaportes", "la policía interior de las prisiones", "la censura de los periódicos" y "las disposiciones de alta policía" .17 El desarrollo administrativo de aquel ministerio parece hoy una evidencia; pero eso sólo indica el carácter precursor y moderno que tuvo para todo el mundo hispánico, pues en el momento de su creación, en 1808, constituía una novedad absoluta, cuya organización e implantación sobre e! territorio había que inventar desde cero. En cada una de las 38 ciudades cabeza de prefectura -yen algunas otras de tamaño grande- se instaló un comisario general de policía; cada comisario disponía de una red de cabos y agentes que desempeñaban su servicio en las calles. La ciudad de Madrid fue objeto de una organización policial especial, por la importancia política que tenía para el Estado mantener la seguridad en la capital, tal vez recordando e! trauma del motín contra Esquilache de 1766, cuando los amotinados se plantaron en el patio de! Palacio Real y humillaron al rey imponiéndole sus peticiones. Madrid

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El Ministcrc de la Police générale había sido creado bajo el Directorio, por Ley de 2 de enero de 1796; y luego, reformado por Napoleón, el 17 de febrero de 1800 (Ley de 28 de Pluvioso del año VlI1). "Real Decreto de 6 de febrero de 1809 en el que se señalan las atribuciones a la Secretaría de Estado y demás Ministerios, artículo X.", en Prontuario de las ¡.eJes y Decretos del Rf.'JNuestro Señor Donjosé Napoleón ¡ desde el año de /808, L 1, Madrid, Imprenta Real, 1810, p. 94.

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fue dividido en diez cuarteles, cada uno con un comisario, y coordinados todos ellos por un intendente general, al cual se dotó de una fuerza armada específica, todo un batallón de infantería ligera. Es decir, exactamente el tipo de organización que se entendería desde entonces como policía en la lengua española. Para que la policía de la capital pudiera desempeñar sus funciones con eficacia se dictó poco después un Reglamento de policía para la entrada, salida y circulación de personas por Madrid. ra La lectura de este reglamento y de la documentación toda relacionada con el Ministerio de Policía revela un designio completamente nuevo en la mente de los gobernantes del periodo josefino: la voluntad decidida de controlar estrictamente los movimientos de la población, las actividades de la sociedad, la circulación de ideas, etc., anticipándose en cuanto fuera posible a cualquier alteración del orden; la disciplina de la sociedad, sometiéndola a un orden ideal definido por una elite ilustrada de hombres cultos, sabios, filósofos en suma. Ciertamente, esta utopía de ordenar la realidad social "desde arriba" se presenta en torno a la acción de la policía en su aspecto más represivo; pero no debe perderse de vista que se trataba del ideal ilustrado de transformar la realidad aplicando la razón, superando así el espíritu de resignación y fatalismo de los siglos pasados. La palabra policía era bien conocida en España; pero es importante señalar que no tenía, hasta el momento "bisagra" de 1808-1814, el mismo significado que adoptaría a continuación -sostengo que por influjo de los afrancesados- y con el que ha llegado hasta nosotros. El término policía se refería en el siglo XVIII a las normas de convivencia que regían la vida de la polis, como señala Juan Francisco Fuentes." Era algo relacionado con la limpieza y el buen orden de las calles, con las reglas de urbanidad, cortesía y buena educación en el trato entre las gentes, y, por todo ello, con un ideal de civilización que se oponía tanto al desorden como a la barbarie. A lo largo del siglo XVIII el nombre de policía se había aplicado a empleos diversos, relacionados todos ellos -como diría el Diccionario de

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Reales Decretos de 16, 17)' 18 de febrero de 1809. Prontuario, op. cít., t.

1,

p. 112-133)' 135-

138. 19

.luan Francisco Fuentes, "Policfa", en Javier Fcmandez Sebastián )'Juan Francisco Fuentes (dirs.), Diccionario político y social del siglo XIX, Madrid, Alianza Editorial, 2002, p. 531. Discrepo, sin embargo, en cuanto a la velocidad del giro semántico de este término hasta su significado actual, cuyo inicio sitúa Fuentes en el reinado de Carlos IIl,)' creo que no se produce plenamente hasta el dejosé 1.

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Autoridades de la Real Academia- a "la buena orden que se observa y guarda en las ciudades y repúblicas, cumpliendo las leyes u ordenanzas, establecidas para su mejor gobierno"." De hecho, uno de los usos más comunes había sido el relacionado con el abastecimiento de grano a las ciudades -policía de abastos--, una función económica y alimentaria, pero muy relacionada con el mantenimiento del orden entre las masas populares, como bien se había podido comprobar con ocasión de los "motines" de 1766. Pensando en aquella aciaga experiencia, Carlos III había creado años después una Superintendencia General de Policía para Madrid que, tras una breve existencia entre 1782 y 1792, sería restaurada en vísperas de la invasión francesa y constituiría el precedente ilustrado que pretenderían recuperar los afrancesados." El resto de las definiciones de policía que daba la Real Academia en 1737 nos aproximan a otras connotaciones que el término tenía en la España borbónica, como la que la relacionaba con el objetivo de disciplinar a la población (implícita en el equivalente latino, Disciplina politica, vel civilis) y con imponer a la sociedad unos valores de convivencia propios de las elites ilustradas -"Vale también cortesía, buena crianza y urbanidad en el trato y costumbres [... ] Se toma asimismo por aseo, limpieza, curiosidad y pulidez". Policía sería civilización, la civilización que se enseña y que se impone a las masas para alejarlas de sus impulsos feroces; de ahí que el Diccionario recogiera como "autoridad" a un autor de finales del siglo XVI, Antonio de Fuenmayor, que presentaba como contramodelo de policía a los indios americanos antes de la "benéfica" labor de los colonizadores españoles: "En sus costumbres diferían poco de las fieras, hasta que la Religión y trato de los españoles les enseñaron la policía."" 2{)

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Diccionario de fa lengua castellana, en que se expiica el verdadero sentido de las voces, su naturaleza y calidad, con Lasfrases o modos de hablar, lós proverbios o refranes, y otras cosas conuenientes al uso de la lengua, 6 V., Madrid, Real Academia Española, 1726-1739. "Real Cédula de S. M. y Señores del Consejo de 17 de marzo de 1782 por la que se dispone la creación de una Superintendencia General de Policía para Madrid)' su Rastro", Archivo Histórico Nacional, Consejos, lib. 1525,11. 33; "Real Cédula de 13 de junio de 1792 por la cual se suprime la Superintendencia General de Policía de Madrid)' su Rastro", Caceta de Madrid, 26 dejunio de 1792, n. 51, p. 424; "Real Cédula de S. M. y Señores del Consejo de 13 de diciembre de 1807 por la cual se manda guardar y cumplir el Real Decreto en que se restablece la Superintendencia General de Policía de Madrid, su jurisdicción y su rastro'', Biblioteca Nacional de Madrid, R/34927, p. 137 Y Pablo Sancbez León y Leopoldo Moscoso, "La noción y la práctica de policía en la Ilustración española: la Superintendencia, sus funciones y límites en el reinado de Carlos 111 (1782-1792)", en Actas del Congreso lniemacíonal sobre Carlos 11I)' fa Ilustración (Madrid, 1988), v. 1, Madrid, Ministerio de Cultura, 1989, p. 495-512. Antonio de Fuenmayor, Vida y hechos de San Pio V, Pontifice Romano (1595), Madrid, cd. facsímil de la Real Academia Española, 1953, folio 77.

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El significado de la creación de este ministerio es, por lo tanto muy claro: no basta con resolver los conflictos en los tribunales una vez que hayan surgido, sino que el gobierno ha de responsabilizarse de disciplinar a la población con carácter preventivo, sustituyendo en cierto modo con esta "policía" ilustrada y civil a la pseudopolicía católica que había representado la Inquisición, identificada ahora con el fanatismo y la intolerancia. Que el pueblo español necesitaba policía, en el sentido de civilización, era una evidencia para todo el que recordara el fanatismo castizo con el que reaccionó contra el reformismo en tiempos de Carlos III, en el llamado "Motín de Esquilache", Para los ilustrados españoles, las "luces" apenas habían alcanzado más que a una estrecha elite virtuosa que, precisamente, coincidía con los que ahora admitían y apoyaban el cambio de dinastía, colaborando con José I. Mientras que el grueso de la población, a la que se denominaba con el significativo nombre de pueblo, carecía de esa urbanidad, de esa cortesía, de esa buena crianza, aseo, limpieza, curiosidad o pulidez, conceptos todos ellos que el Diccionario relacionaba con Policía. España, como solía señalar la literatura ilustrada europea, seguía a finales del siglo XVIII cerrada a la civilización europea, con la que poco tenía que ver, y era, por tanto, un territorio periférico, similar a una colonia necesitada de ser civilizada desde fuera, o desde arriba, con una labor de policía." Ya en 1721 uno de los philosophes más admirados de Francia, Montesquieu, había dedicado una de sus "Cartas persas" a presentar crudamente rasgos notorios de la cultura española, como la pervivencia de la Inquisición, el orgullo racial de los "cristianos viejos", la poca afición a los libros o la proverbial aversión al trabajo; y añadía Montesquieu que tales actitudes eran tan propias de la península como de las Indias, remitiendo a algún ejemplo que situaba en México." Y el tono de las referencias a España en la literatura ilustrada europea no había cambiado mucho cuando, en 1782, se empezó a publicar otra obra francesa de gran difusión en España durante los decenios siguientes la Enciclopedia metódica de Masson de Morvilliers (la obra se completaría en 1832). En el artículo de esta obra dedicado a España, Masson de Morvilliers expone un planteamiento según el cual España no pertenece a Europa, a pesar de su posición geográfica, pues nada ha aportado España a la civi23

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Pablo genes Barón cd. de

Sánchez León, "Ordenar la civilización: semántica del concePlo de policía en los oríde la ilustración española", Política)' sociedad, 2005, n. 3, p. 139-156. de Montesquieu, Carlas persas (1721), traducción de José Marchena (1821), Madrid, Tccnos, 1986, can ..a LXXVIII, p. 115-118.

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lización continental a lo largo de los siglos." Tal vez lo más interesante de la diatriba antiespañola de Masson de Morvilliers sea su ocurrencia de asimilar España a la situación de una colonia, necesitada de la protección de una metrópoli. País, por lo tanto, que no sólo no estaba capacitado para gobernar un imperio como el que aún poseía en América, sino que debería ser puesto bajo la acción civilizadora de una nación más avanzada, culta y moderna. Y para los lectores españoles -no sólo para los afrancesados, propiamente dichos- cabían pocas dudas de que esa acción civilizadora, o de policía sobre España, le tocaba realizarla a Francia. El uso del término policía en su sentido genérico fue común en todo el siglo XVIII, y lo encontramos tanto en textos españoles como americanos; curiosamente, asociado con frecuencia -por contraste- con la barbarie que, desde el punto de vista de los españoles, ejemplificaban los nativos americanos. Así 10encontramos, por ejemplo, en el ilustrado Campomanes, cuando describe el orden social como un continuo estratificado por las distinciones de riqueza, diferencias sin las cuales no habría policía: Desde el mendigo hasta la dignidad regia se va subiendo por varios escalones, en que sólo se halla de característico la distinción de bienes que forma la de estados. A no ser esto así, ni se distinguiría el noble ni se conocería el villano; los magistrados serían ociosos y todos vivirían sin policía en la dispersión que experimentan los indios bárbaros, reducidos a familias en una comunidad en lo demás de bienes."

E igualmente, en México, en los escritos del arzobispo Lorenzana, al glosar la importancia de la lengua castellana para hacer de los súbditos de la monarquía una verdadera nación, en el sentido de una sociedad con policía, hermandad o civilidad: El hablarse un mismo idioma en una nación propio. de su soberano y único monarca, engendra cierto amor e inclinación de unas personas a otras, una

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Nicolás Masson de Morvilliers, Encyclopédie méthodiquc, oú IJar orare (le mauéres; IJar une société de gnu (le teures, de sntmns el d 'artistes. Précédée d 'un Vocahuúúre uruuersei, servan: de lable pour una l'ouurage, & ornée des portraus de MM. Diderot & d'Alemberl, premiers édueurs de l'EnC)lcLopédu, t. 1, París, Panckouckc, 1782. Pedro Rodríguez Campo manes, Bosquejo de política económica espaiiola delineado sobre el estado jn'i'senle de sus intereses (1750), Madrid, Editora Nacional, 1984, p. 64.

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familiaridad que no cabe entre los que no se entienden y una sociedad, hermandad, civilidad, policía, que conduce mucho para el gobierno espiritual, para el trato doméstico, para el comercio y la política, como también para ir olvidando los conquistados insensiblemente sus enemistades, sus divisiones, sus parcialidades y su aversión a los que mandan."

o en Perú, cuando

el virrey Superunda explicaba el sistema de gobierno del imperio español, basado en que fueran las autoridades indígenas las que se ocuparan de gobernar a los suyos bajo supervisión de los españoles: Aunque todas las provincias tienen corregidores, gobernadores o justicias mayores, no obstante mantienen los indios sus caciques y gobernadores descendientes de los que en su infidelidad obtenían estos cargos, que se heredan por derecho de sangre, y estos son los que cobran sus tributos, que entregan a los corregidores, cuidan de que se cultiven las tierras, no se ausenten los indios, y todo aquello que pertenece a su policía, subordinados a sus corregidores según las disposiciones de las leyesy ordenanzas."

En algunos textos, sin embargo, fueron apareciendo, ya en el XVIII, matices que relacionaban la policía con servicios específicos del Estado relacionados con el control del orden público, anticipando el significado que tendría la institucionalización y unificación de dicho servicio en 1808. Por ejemplo, cuando Cadalso hacía referencia a una eventual vigilancia sobre los escritos para poner orden: "La crítica es, digámoslo así, la policía de la república literaria. Es la que inspecciona lo bueno, y lo malo que se introduce en su dorninio.:"? También cuando Olavide, al examinar el destino que pudiera darse a los fondos procedentes de propios y arbitrios, ponía el asunto en relación con el [omento general de la riqueza y buen orden de las provincias, y especialmente con la atención al problema de la mendicidad: 27

Francisco Antonio de Lorenzana, Pastoral de D. Francisco de Lorenzana, arzobispo de México a los curas de su diócesis (1769), Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1991,

p.242-243. José A. Manso de Velasco, conde de Superunda, "Relación que escribe el Conde de Superunda, Virrey de el Perú, de los principales sucesos de su govierno'', en Alfredo Moreno Ccbrián, Relación y documentos de gobierno del Vúnry del Perú, José A. Manso de Ve/asco, Conde de Superunda, 1 745-} 761, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Cicnuficas, 1983, p. 240-241. ss josé Cadalso, Los eruditos a la viole/a, Madrid, Imprenta. de Don Antonio de Sancha, 1772, p.66. 2~

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¿Qué haremos con estos inmensos fondos? ¿Qué?: el beneficio general de España, el fomento de la misma agricultura, su aseo, comodidad y policía. ¿Qué hace cada lugar con los fondos de sus propios y arbitrios? ¿No los destina para el reparo de sus oficinas públicas, para la conservación de las cosas necesarias, y para aseo y comodidad suya? Pues destínese la caja de provincia para el aseo y comodidad de la provincia entera; destínese para construcción de caminos; para regar las tierras que se puedan, para hacer los ríos navegables; para establecer academias de agricultura práctica que tengan un fondo suficiente; para hacer experiencias, procurando introducir en su provincia los nuevos ventajosos métodos que han inventado las naciones agrícolas. y, si es posible hallar término a estos objetos inmensos, para que la policía halle un socorro para refugios de la rnendicidad.t"

o

cuando un observador de la realidad sudamericana relacionaba el término con la seguridad de las comunicaciones y la persecución de los delincuentes: Las postas se dicen así, no solamente porque son mansiones, sino porque hay caballos de remuda para hacer los viajes con celeridad. Esta policía es muy útil al Estado para comunicar y recibir con presteza las noticias importantes, de que se pueden servir también los particulares para sus negocios, precediendo las licencias necesarias prevenidas en Cédulas Reales y Ordenanza de Correos para la precaución de que no caminen por la posta delincuentes, sino personas libres de toda sospecha."

Todavía se refería así a la policía el tratado monográfico que le dedicó al tema Tomás de Valeriola en el reinado de Carlos IV.En él se definía policía como "la ciencia de gobernar los hombres, contribuyendo a sus prosperidades, y el arte de llenarles de felicidad, en cuanto es posible"." Sin embargo, la ambigüedad de significados ya estaba latente, pues en la misma obra que daba tan genérica -y utópica- definición de la policía, se decía también que: so Pablo de Olavidc, informe al Conseja sobre la Ley Agraria (1768), Madrid, Instituto de Cooperación Iberoamericana/Sociedad Estatal Quinto Centenario e Instituto de Estudios Fiscales, 1990, p. 71. j1 Alonso Carrió de la Vandera Concolorcorvo, F.ll.azarillo de ciegos caminantes (c. 1775), Caracas, Ayacucho, 1965. 32 Tomás de Valeriola Riambau, op. cit., p. 532. Analizado por Erncst Lluch, "La Idea general de la Policía de Tomás Valeriola", Recerques, 1979, n. 10, p. 126-137. Citado porJuan Francisco Fuentes, "Policía" ... , p. 532.

La Policía, considerada en sus operaciones ordinarias, consiste en mantener el orden, vigilarsobre las necesidadescomunes de los ciudadanos, dar providencias para impedir cuanto pueda turbar la paz y tranquilidad que deben gozar: prescribirles las reglas que deben seguir; observar a los que por su conducta, u olvidode sus obligaciones,pueden perjudicar a los otros." Lo cual implica pasar de la peligrosa idea de que el gobierno tiene que encargarse de encaminar a los gobernados hacia la felicidad, a la sagaz observación de que, para llevar a la práctica esos elevados ideales de civilización y felicidad universales que había concebido el pensamiento ilustrado, sería preciso implementar cuerpos represivos e instituciones de Estado cuyas "operaciones ordinarias" tendrían un inevitable talante autoritario y represivo. El primer uso de la palabra Policía en sentido moderno, como servicio público de seguridad, lo encontramos en 1786, en un texto de Pedro Montengón y Paret (1745-1824). Montengón era alicantino, pero de padre francés. Y su vida misma era un reflejo de las tensiones de la época y las dificultades con las que se abrían camino la libertad personal y las ideas europeas en la España del XVIII: había entrado en la Compañía de Jesús por decisión de sus padres, pero bien pronto, imbuido de ideas ilustradas, empezó a atacarla públicamente, ridiculizando la filosofía aristotélica y sus métodos de enseñanza. Tras la expulsión de la Compañía de España por Carlos III, de resultas del motín de 1766, Montengón se estableció en Italia y completó su alejamiento del jesuitismo, secularizándose. Escribió entonces una novela educativa según el modelo del Emilio de Rousseau, que tituló Eusebio, publicada en 17861788, Y condenada por la Inquisición en 1799, después de haberse vendido la friolera de 70,000 ejemplares; en esa novela, el autor no expone sólo sus ideas pedagógicas, sino también una crítica feroz de la realidad española de la época. Pues bien, en un pasaje en que el joven Eusebio se halla de viaje por Francia, la policía sale a colación entre las instituciones admirables de aquel país que no tienen aún equivalente en la atrasada España: Iba disfrutando Eusebio de la vista de todas estas cosas, que se le hacían más útilescon las reflexionesde Hardyl,el cual, luego que Eusebiosatisfizo a su aplicada curiosidad en los objetos que le presentaba París, quiso tam~~ Tomás de Valcriola,

op. cit., v. 1,

p. 9.

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bién que viese los de afuera y que de ella dependían. Entre éstos fue uno Bicetra, que dista muy poco de la ciudad y que sirve de hospital a los que, perdido todo pudor, se encenagan en los vicios;y acaso llegaron a alcanzar dos carros en que iban algunos inficionados de aquella temible pestilencia, hombres y mujeres, que llevaban a curar por orden de la policía. Magistrado en París, instituido por Luis XIV,y que vela sobre el buen orden y costumbres de la ciudad."

No es casualidad que la policía moderna aparezca en la literatura española en un texto que describe un viaje por Francia, escrito por un español de ascendencia francesa. Y es que, efectivamente, la concepción de la policía como un servicio de orden público era de raíz francesa, y procedía de la creación del lieutenant général de poliee de París por Luis XIV, habiéndose plasmado luego en textos célebres, como el Traité de la Poliee de Delamare y Du Brillet o los Elémens généraux de poliee de Van Justi." Nada tiene de extraño, pues, que la Policía como ramo de la administración del Estado especializado en el orden público llegara de la mano de la ocupación francesa y de un gobierno atendido casi en su totalidad por intelectuales y nobles ilustrados que se habían formado en sus viajes por Francia y en sus lecturas de autores franceses, incluyendo al mentado Masson de Morvilliers. El ministerio de la policía resumía en gran medida el espíritu del Estado bonapartista, sobre todo si lo complementamos con el otro gran protagonista de la administración de José I, que fue el Ministerio del Interior, con sus competencias de "Fomento", Policía y Fomento componían la dupla sagrada de orden y progreso que el Estado estaba llamado a realizar para asegurar la felicidad de los súbditos y la prosperidad del reino: un ideal que puede rastrearse sin dificultad desde los escritos de los reformadores ilustrados hasta los benthamistas y comtianos del siglo XIX.

Mientras tanto, la Guerra de 1808-1814 se llevó por delante el viejo concepto de policía del Antiguo Régimen, ligado a la gestión del abastecimiento de granos a las ciudades, así como a otras labores generales de limpieza y sanidad para el buen orden de las ciudades. En el bando

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Pedro Montegón, Eusebio (1786-1 ¡88), Madrid, Cátedra, 1998, p. 544. Nicolas Delamare }' Lecler Du Brillet, Troaé de la Palice, 4 V., París, Cot-Brunet-Hérissant, 1705-1738}' Johan Heíru-ich Cottlob von jusu, Elémenls généraus de palia, París, Rozet, 1769.

de los "patriotas" este concepto tuvo menos relevancia: aunque las Cortes de Cádiz discutieron la posibilidad de establecer una policía como la implantada en el Estado de José Bonaparte, no llegaron a conclusión alguna;" y la Constitución que promulgaron en 1812 no recogió la presencia de servicio alguno de la monarquía denominado así. La policía era de los afrancesados. Pero sería recuperada como institución permanente del Estado por los dos regímenes sucesivos que -como ya se ha señalado- emplearon los servicios de los afrancesados: primero por los liberales del Trienio, que dictaron un Reglamento provisional de Policía en 1822,"' tras unos debates parlamentarios que contaron con el aplauso de El Censor, órgano de expresión de liberalismo doctrinario en España, gestionado por notorios afrancesados como León Amarita o José Gómez Herrnosilla." Y luego, también por el gobierno relativamente "reformista" de Fernando VII en 1824, en una refundación de la cual guarda memoria actualmente la Policía Nacional como origen del cuerpo." Por cierto, que al elegir el personal de esa nueva Policía, el gobierno fernandino recurrió abundantemente a expertos con pasado afrancesado." En cuanto a la Real Academia Española, conservadora hasta las heces, no dio cuenta de innovación alguna en el uso del término policía a lo largo de un siglo y medio, hasta que a las definiciones tradicionales del XVIII se añadieron tardíamente -como ya se ha dicho--- otras consagradas ampliamente por el uso a lo largo del XIX. Así, fue en 1884, cuando se introdujo por primera vez en el Diccionario usual la acepción de "cuerpo encargado de vigilar por el mantenimiento del orden público y la

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Diario de sesiones de las Cortes Generales y Extraordinarias, Madrid, 1870, n. 263 }' 264, 22 }' 23 de junio de 1811. "Ley de Ir de diciembre de 1822", Gacela de Madrid,

J.

A. Carda,

n , 276, 26 de diciembre

de IR22,

tomo

11,

Imprenta

de

p.1891-1892. Artículo de El Censor de 23 de febrero de 1822. La identidad afrancesada del grupo que sostenía este periódico, en Juan López Tabar, Los famosos traidores. Los afrancesados duranle la crisis del Antiguo Régimen (J 808-/833), Madrid, Biblioteca Nueva, 2001, p. 224-238. ':19 Reat Cédula de S.M. )' Seriares del Consejo por la cual se manda guardar)' cumplir el Real Decreto inserto comprensivo de las reglas que han de observarse en el establecimiento de la Superintendencia general de la Policía del Reino, Madrid, Imprenta Real, Madrid 1824. 1-
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