INMIGRACIÓN, ENCARCELAMIENTO Y DELINCUENCIA EN LOS ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA

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[Pp. 127-156 en Alfonso Serrano Maíllo y José Luis Guzmán Dálbora, eds., Procesos de Infracción de Normas y de Reacción a la Infracción de Normas: Dos Tradiciones Criminológicas. Madrid, Spain: Editorial Dykinson, S.L., 2008.]

INMIGRACIÓN, ENCARCELAMIENTO Y DELINCUENCIA EN LOS ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA. LA PERCEPCIÓN PÚBLICA FRENTE A LA EVIDENCIA EMPÍRICA Rubén G. Rumbaut, 1 Roberto G. Gonzales, 2 Golnaz Komaie 3 y Charlie V. Morgan 4

1. La percepción pública de los inmigrantes y la delincuencia Los mitos y estereotipos acerca de los inmigrantes y la delincuencia suelen ser los puntales sobre los que se apoyan las normativas y las prácticas públicas (Martínez y Valenzuela, 2006). Esos estereotipos se propagan a través de películas y series de televisión como Los intocables, El padrino, Scarface, Corrupción en Miami y Los Soprano; todas ellas proyectan una imagen perdurable de las comunidades inmigrantes como impregnadas de criminales. Lo que es más, los medios de comunicación están desde hace mucho tiempo repletos de historias de delitos violentos cometidos por la mafia italiana, los marielitos cubanos, los cárteles colombianos de la cocaína y las pandillas centroamericanas. En el siglo XIX y a principios del XX, los inmigrantes irlandeses, judíos, polacos y de otras procedencias tuvieron que soportar opiniones similares. El punto hasta el que esos estereotipos han penetrado en la sociedad de los Estados Unidos se puede comprobar en los resultados de la 2000 General Social Survey del National Opinion Research Center, en la que se entrevistó a una muestra nacionalmente representativa de adultos para evaluar las actitudes y las percepciones respecto a la inmigración en unos «Estados Unidos multirraciales». A la pregunta de si «a más inmigrantes, mayor índice de delincuencia», el 25% respondió que era «muy probable» y otro 48% respondió que era «algo probable». Así, aproximadamente las tres cuartas partes de los estadounidenses (el 73%) creían que la inmigración estaba causalmente relacionada con una mayor delincuencia. Ese porcentaje era mucho mayor que el 60% que creía que «la existencia de más inmigrantes es [en cierto modo o muy] probablemente la causa de que los estadounidenses pierdan sus trabajos», o superior al 56% que pensaba que «la existencia de más inmigrantes es [en cierto modo o muy] probablemente la causa de que sea más difícil mantener la unidad de la nación» (Alba, Rumbaut y Marotz, 2005; Rumbaut y Alba, 2003). 1

Universidad de California, Irvine. Universidad de Washington, Seattle 3 Universidad de California, Irvine. 4 Universidad Brigham Young. 2

Los períodos de aumento en la migración han ido acompañados históricamente de alarma para la población nativa, percepciones de amenaza y estereotipos generalizados acerca de los recién llegados, especialmente durante las recesiones económicas o las crisis nacionales (como la recesión económica del período 2000-2002 y la «guerra al terror» posterior al 11 de septiembre), y en épocas en las que los inmigrantes llegaban en masa y diferían sustancialmente de los nativos en cuanto a religión, idioma, aspecto físico y lugar de origen (Fry, 2006). El período actual no constituye una excepción. La Proposición 187 de California, que se aprobó con el 59% de los votos de ese estado en 1994 (pero que fue denunciada como inconstitucional y posteriormente anulada por un tribunal federal), afirmaba en sus líneas iniciales que «el pueblo de California (...) ha sufrido y sufre de dificultades económicas [y] agravios y daños personales causados por la conducta delictiva de los extranjeros ilegales presentes en el Estado». De forma similar, la Illegal Inmigration Relief Act Ordinance (una ordenanza municipal contra la inmigración ilegal), aprobada en el año 2006 por el ayuntamiento de Hazleton, Pensilvana (la primera de cientos de ordenanzas similares aprobadas en los ayuntamientos a lo largo de todos los Estados Unidos desde 2006), declaraba, entre otras cosas, que «la inmigración ilegal lleva a un mayor índice de delincuencia» y buscaba, en consecuencia, asegurar para los residentes y ciudadanos legales de la ciudad «el derecho a vivir en paz, libres de la amenaza de la delincuencia», y protegerlos de los «delitos cometidos por los extranjeros ilegales». Esas actitudes encuentran respaldo en las más altas instancias del liderazgo político. Así, en su discurso del 15 de mayo de 2006 ante la nación, acerca de la reforma migratoria, el Presidente George W. Bush afirmó que «la inmigración ilegal somete a presión a las escuelas y los hospitales públicos, supone una carga para los presupuestos nacionales y locales, y lleva la delincuencia hasta nuestras comunidades». La creencia de que la inmigración lleva a un aumento en la delincuencia no es un fenómeno exclusivamente estadounidense, sino que podemos ver tendencias similares en el ámbito internacional. El reciente estudio de Kitty Calavita (2005) llevado a cabo en el sur de Europa, por ejemplo, informa de que en España, en el año 2002, una encuesta nacional obtuvo como resultado que el 60% de los encuestados creían que los inmigrantes causaban un aumento en el índice de delincuencia, mientras que, según una encuesta llevada a cabo en Italia, el 57% de los italianos estaba de acuerdo en que «la presencia de inmigrantes hace que aumenten el crimen y la delincuencia». Estas opiniones, a su vez, se difundieron a través de los medios de comunicación. Un análisis del contenido de los periódicos del sur de Italia arrojó que el 78% de los artículos relativos a la inmigración estaban relacionados con delitos, mientras que en otro estudio se halló que el 57% de los informes televisivos sobre inmigrantes hablaban de la delincuencia. La percepción errónea de que los nacidos en el extranjero, especialmente los inmigrantes ilegales, son responsables del aumento en los índices de delincuencia está profundamente enraizada en la opinión pública estadounidense y se sostiene mediante las anécdotas de los medios y los mitos populares. En ausencia de una investigación empírica rigurosa, los mitos y los estereotipos acerca de los inmigrantes y la delincuencia suelen servir de refuerzo para las normativas y las prácticas públicas y conforman la opinión pública y el comportamiento político (Chávez, 2001; Hagan y Palloni, 1999; Lee, 2003). Pero esas percepciones no se sostienen ante un análisis empírico; como demostramos a continuación, se refutan a través de la gran cantidad de evidencia científica. Tanto los estudios contemporáneos, como los datos históricos, e incluso

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las investigaciones llevadas a cabo por las principales comisiones gubernamentales a lo largo del último siglo, han demostrado repetidamente que la inmigración, en realidad, se asocia con un menor índice de delincuencia. En este capítulo, pretendemos examinar empíricamente la función de la etnicidad, el lugar de nacimiento y la generación, en relación con la delincuencia y el encarcelamiento. Nuestro análisis está elaborado, en primer lugar, en un ámbito nacional, en el que nos centramos en los índices de encarcelamiento de hombres entre 18 y 39 años y comparamos las diferencias entre los nacidos en el extranjero y los nacidos en los Estados Unidos, según la nación de origen y el nivel de estudios y, entre los nacidos en el extranjero, según el tiempo que llevan residiendo en los Estados Unidos. Después, pasamos a analizar los hallazgos procedentes de las dos principales encuestas del sur de California, la región de mayor concentración migratoria de los Estados Unidos. Por último, resumimos la evidencia empírica disponible a partir de otros estudios, la comparamos con las percepciones públicas mayoritarias y tomamos nota de sus implicaciones para la política y la teoría criminalistas. 2. La nueva era de la inmigración en masa y el encarcelamiento en masa Una nueva era de migración en masa, que se va acelerando desde la década de 1970, ha transformado la composición étnica y racial de la población estadounidense y de las comunidades en las que los inmigrantes se establecen. Las pasadas décadas han marcado el inicio de nuevos flujos de inmigración a gran escala, que van en aumento desde la década de 1980. Esta vez, los flujos migratorios proceden en gran parte de Latinoamérica, el Caribe y Asia, y no de Europa. A lo largo de los últimos 15 años, el número de inmigrantes (con diversos estados de legalidad 5) que han ido llegando a los Estados Unidos ha sido el mayor de la historia, en términos absolutos. En 2006, la población nacida en el extranjero superó los 38 millones, es decir, casi el 13% de la población de los Estados Unidos. Hacia el año 2007, más de 70 millones de personas residentes en los Estados Unidos habían nacido en el extranjero o de padres extranjeros (de primera o segunda generación), lo que representa alrededor del 23% de todos los estadounidenses, incluido el 75% de todos los «hispanos» y el 90% de todos los «asiáticos» (Rumbaut, 2008). Los inmigrantes se concentran mayoritariamente en las áreas metropolitanas, predominantemente no son de raza blanca, hablan otros idiomas distintos del inglés, reflejan una amplia variedad de religiones y trasfondos culturales, y llegan con distintos estados de legalidad (Alba y Nee, 2003; Portes y Rumbaut, 2006). Todavía más significativa es la diversidad de sus clases sociales de origen. Con mucho, los grupos más educados y los grupos menos educados de los Estados Unidos, hoy en día, son inmigrantes, lo que constituye un reflejo de la bipolaridad de las migraciones que se ha dado en distintos contextos históricos, y que está insertada en un mercado de obra cada vez más bifurcado entre los sectores de alta tecnología/alto salario y mano de obra/bajo salario, bipolaridad que atrae tanto a profesionales, como a obreros indocumentados. Llegan a través de los canales de

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Residentes permanentes legales o LPR, así como LPR que posteriormente se convirtieron en ciudadanos estadounidenses naturalizados. Los inmigrantes «ilegales» o indocumentados son los que entraron en el país sin la debida autorización, o legalmente y sin visado migratorio, pero que posteriormente superaron el tiempo de estancia permitido o infringieron las condiciones de sus visados, Passel, 2006: 16).

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inmigración normales, o sin autorización legal, o como refugiados políticos; esos estados legales interactúan con el capital humano y conforman distintos modelos de incorporación. Los procesos de asimilación y perspectivas de estos flujos presentan un conjunto de complicaciones diferente, con respecto al de los europeos que llegaron en la última época de migración masiva, hace un siglo. La incorporación de los inmigrantes contemporáneos ha coincidido con un período de reestructuración económica y de desigualdad creciente, durante el cual los rendimientos de la educación han aumentado bruscamente. Mientras que en la época posterior a la II Guerra Mundial, en la que hubo un crecimiento económico continuado, el bajo desempleo y los salarios reales dejaron de aumentar para la mayoría de los trabajadores hacia principios de la década de 1970, quienes sufrieron más el impacto fueron los hombres que sólo habían terminado los estudios de high school (secundaria y bachillerato), o menos. En este contexto cambiante, los calendarios sociales que los jóvenes tenían que cumplir en general hace medio siglo para conseguir una transición al mundo adulto se han vuelto menos predecibles y más prolongados, diversos y desordenados (Settersten, Furstenberg y Rumbaut, 2005). Se calcula que 12 millones de inmigrantes, o lo que es lo mismo, el 30% de todas las personas de los Estados Unidos nacidas en el extranjero, no tienen en regla sus papeles. El número de inmigrantes indocumentados ha aumentado en más del doble desde 1994. Según el Pew Hispanic Center, hacia 2005, los dos tercios (el 66%) de la población inmigrante sin papeles llevaba en el país 10 años o menos, y el porcentaje más alto, el 40% (4,4 millones de personas) llevaba en el país cinco años, como máximo. Había 1,8 millones de niños inmigrantes sin permiso, es decir, un 16% del total. Además, 3,1 millones de niños que son ciudadanos de los Estados Unidos por nacimiento vivían en hogares en los que el cabeza de familia o su cónyuge no tenían permiso de residencia. Alrededor del 56% de la población inmigrante sin permiso procedía de México, y un 22% procedía de otros lugares de Latinoamérica. El resto procedía de Asia, Europa, Canadá, África y otros lugares (Passell, 2006). Desde 1993, la militarización de la frontera entre los Estados Unidos y México en cuatro sectores clave, desde San Diego hasta El Paso, y la parte inferior del Valle del Río Grande (lo que incluye la triplicación del número de agentes de la Patrulla Fronteriza y la cuadruplicación del presupuesto de dicho cuerpo fronterizo) no ha detenido el flujo de inmigrantes ilegales; sin embargo, sí ha llevado a una floreciente industria de contrabandistas profesionales (los «coyotes») y ha redirigido el flujo de inmigrantes indocumentados a través de terreno desértico más aislado y peligroso, lo que da como resultado cientos de muertes al año. Los inmigrantes indocumentados, en vez de limitarse a los destinos tradicionales situados en California y Texas, se dirigen ahora hacia nuevos destinos a lo largo de los 50 estados, destinos entre los que se incluyen comunidades como Hazleton. Otra consecuencia involuntaria de la escalada en el refuerzo de la frontera es que la población fundamentalmente formada por trabajadores temporeros (en inglés, sojourners) que predominaba en el pasado se ha transformado en una población de «colonizadores» permanentes que se llevan consigo a sus familias y se quedan, ya que el riesgo y el coste del peligroso paso por la frontera han aumentado enormemente. Por ejemplo, en los últimos años, los «coyotes» han llegado a cobrar a los emigrantes mexicanos alrededor de 3.000 $USA por persona para cruzar la frontera (Cornelius, 2006; Massey, Durand y Malone, 2002).

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No obstante, la población inmigrante indocumentada sigue estando desproporcionadamente compuesta por hombres jóvenes y pobres que acaban de llegar de México (así como desde El Salvador, Guatemala y otros cuantos países latinoamericanos) para trabajar en trabajos con salarios bajos, y en los que no hace falta un alto nivel de estudios. Esos inmigrantes responden a la creciente demanda de mano de obra que genera la economía de los Estados Unidos, que se enfrenta a un potencial problema demográfico por el crecimiento futuro de la población activa, ya que el índice de natalidad de los nacidos en el país está descendiendo, y cada vez se retira un mayor número de trabajadores nativos (Inmigration Policy Center, 2005). Como expuso la Congressional Budget Office (la oficina de presupuestos del Congreso) en un informe reciente (2005: 25): «La salida de la generación del baby-boom de la población activa bien podría presagiar un importante cambio en el rol, dentro de esa población activa, de los trabajadores nacidos en el extranjero. A no ser que el índice de natalidad nativo aumente, es probable que, hacia mediados de siglo, la mayoría del crecimiento de la población activa de los Estados Unidos proceda de inmigrantes». Esta nueva era de inmigración en masa también ha coincidido con una época de encarcelamiento en masa en los Estados Unidos que ha transformado aún más el camino hacia la edad adulta entre los hombres jóvenes con bajos niveles de estudios (Pettit y Western, 2004). Durante ese período, el número de adultos encarcelados en prisiones federales o estatales o en cárceles locales en los Estados Unidos subió como la espuma, cuadruplicando su número y pasando de algo más de 500.000, en 1980, a 2,2 millones, en 2005. Esas cifras no incluyen el número, mucho mayor, de los adultos que están en libertad provisional o probation (delincuentes convictos que no están encarcelados) o en libertad condicional o parole (bajo supervisión de la comunidad, después de un período en prisión); cuando esas personas se suman a las cifras totales de personas encarceladas, el resultado es que más de 7 millones de adultos estaban bajo supervisión correccional en los Estados Unidos, durante el año 2005 (U.S. Department of Justice, 2007), Esto es más sobresaliente entre las minorías étnicas para las que estar en prisión se ha convertido en un acontecimiento modal de la vida al principio de la edad adulta: sorprendentemente, como mencionaron Pettit y Western (2004), un hombre de raza negra que no hubiera terminado los estudios de secundaria o bachillerato y que hubiera nacido a finales de la década de 1960, tenía casi el 60% de posibilidades de pasar un tiempo en prisión a finales de la década de 1990, y las grandes multitudes de hombres negros nacidos recientemente cuentan con mayores probabilidades de tener antecedentes penales que de tener un historial militar o una licenciatura. En un círculo vicioso de desventajas acumuladas, los hombres jóvenes con bajos niveles de estudios tienen unas probabilidades sustancialmente mayores de entrar en la cárcel que sus compañeros de la misma edad con niveles más altos de educación; a su vez, tener antecedentes penales no sólo está relacionado con el desempleo, con salarios más bajos, inestabilidad conyugal y familiar y graves restricciones de los derechos sociales y de voto (inclusive de la privación de por vida del derecho al voto, en muchos estados), sino que además se relaciona con identidades estigmatizadas y con un camino directo hacia la reincidencia delictiva (Manza y Uggen, 2006; Pager, 2003; Sampson y Laub, 1993; Western, 2002; Western, Kling y Kleiman, 2001; Visher y Travis, 2003). En el despertar de ambos fenómenos (el aumento de la inmigración y el aumento de la encarcelación, que han tenido lugar rápidamente y en tándem, extendiéndose en profundidad 5

dentro del tejido de la vida estadounidense), las investigaciones sobre inmigración y las investigaciones sobre encarcelamiento han florecido rápidamente, pero independientemente las unas de las otras. Sorprendentemente, con pocas excepciones (por ejemplo, Butcher y Piehl, 1997; Hagan, Levi y Dinovitzer, 2008; Hagan y Palloni, 1999; Lee, 2003; Lee, Martínez y Rosenfeld, 2001; Martínez, 2002; Martínez, Lee y Nielsen, 2004), el esfuerzo académico por conectar ambos tipos de estudios ha sido escaso. Los académicos expertos en inmigración, centrados en la incorporación de las últimas oleadas de recién llegados, han pasado por alto las áreas de delincuencia y encarcelamiento, a pesar de que estas eran indispensables para las pruebas sobre las teorías de la asimilación segmentada. Lo que es más, los criminólogos no han prestado demasiada atención al auge de la inmigración de las últimas décadas. La criminología contemporánea se ha centrado, fundamentalmente, en la estratificación por raza (todavía muy enmarcada en los términos «blanco y negro») y en el lugar, la clase, la edad y el sexo, obviando factores étnicos, de lugar de nacimiento y de generación, en parte, porque no se han reunido estadísticas oficiales sobre el sistema penal por nacionalidad de origen, inmigración o estado generacional. 3. La disminución del índice de delincuencia En The Great American Crime Decline, Franklin Zimring (2007) proporciona un análisis sistemático de la disminución de la delincuencia en los Estados Unidos. Sostiene que no hay una sola explicación a la que atribuir la disminución del índice de delincuencia en la década de 1990. En su lugar, existe una combinación de factores, entre los que se incluye la disminución del porcentaje de personas de entre 15 y 29 años, una economía en expansión a finales de la década de 1990, un aumento en el número de efectivos policiales y el rápido aumento de la población reclusa, que contribuyeron a la disminución de la delincuencia. Aunque Zimring tiene en cuenta los cambios demográficos en la población de los Estados Unidos, nunca se refiere a cómo el aumento de la inmigración durante ese mismo período podría haber contribuido a la disminución de las cifras de delincuencia. Esa omisión es sorprendente, ya que las ciudades que han experimentado las mayores disminuciones en el índice de delincuencia han sido las grandes áreas metropolitanas, que es donde se dan las mayores concentraciones de inmigrantes del país. El sentido común convencional nos lleva a suponer una relación entre las características de los trabajadores que se ocupan de los trabajos menos especializados (hombres jóvenes, pobres, sin estudios de secundaria o bachillerato terminados, procedentes de minorías étnicas) y la probabilidad de verse involucrados en actividades delictivas, sobre todo cuando esos jóvenes trabajadores son inmigrantes ilegales. Si la inmigración (legal o ilegal) estuviera asociada con un aumento de los índices de delincuencia, las estadísticas oficiales lo mostrarían claramente; sin embargo, sucede lo contrario. Al mismo tiempo que la inmigración (especialmente, la inmigración «sin papeles») ha alcanzado cifras históricas y las ha superado, el índice de delincuencia de los Estados Unidos ha disminuido, sobre todo de forma notable en ciudades con gran cantidad de población inmigrante (incluso en ciudades con gran número de inmigrantes indocumentados, como Los Ángeles, o ciudades fronterizas, como San Diego y El Paso, así como en Nueva York, Chicago y Miami). Los informes anuales Uniform Crime Reports que publica el F.B.I. (Federal Bureau of Investigation) demuestran que los delitos violentos y los delitos contra la propiedad han ido

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disminuyendo, al mismo tiempo que ha ido creciendo la población nacida en el extranjero. En los últimos doce años, los delitos contra la propiedad y los delitos violentos han alcanzado cifras mínimas históricas para los Estados Unidos (véase la Figura 1). Desde 1994 hasta 2006, el número total de delitos contra la propiedad disminuyó en más de 2 millones de delitos (una disminución del 18%). En ese mismo período, el número total de delitos con violencia también disminuyó en aproximadamente 440.000 delitos (una disminución del 24%). De hecho, en el año 2005, los índices de delitos contra la propiedad y de delitos con violencia alcanzaron sus niveles mínimos absolutos. Figura 1 aproximadamente aquí Sin embargo, durante esos mismos doce años, vimos un aumento sin precedentes de la población nacida en el extranjero y de la población hispana. Desde 1994 hasta 2006, la población nacida en el extranjero aumentó espectacularmente en los Estados Unidos, desde 22,6 hasta 38,6 millones de personas (un aumento del 71%). Y entre 1994 y 2006, la población hispana aumentó, desde 26,6 hasta 43,2 millones de personas (un aumento del 62%). En la Figura 1, incluimos a los «hispanos» en un grupo aparte, puesto que a menudo se los agrupa en los medios y en los comentarios populares, independientemente de las diferencias generacionales o de su estado migratorio, y porque a menudo son los chivos expiatorios con los que se pretende explicar un aumento en los índices de delincuencia. Aunque la correlación no implica causa, se dice que durante un período de 12 años, cuando la población inmigrante (especialmente, la población indocumentada) aumentó enormemente hasta máximos históricos, los índices generales de delitos contra la propiedad y de delitos violentos en los Estados Unidos disminuyeron significativamente, en algunos casos, hasta alcanzar mínimos históricos. 4. El aumento del índice de encarcelamiento No obstante, junto a esta nueva era de inmigración, el índice de encarcelamiento en los Estados Unidos se ha convertido en el más alto de cualquier país del mundo. Hay más personas tras las rejas en los Estados Unidos que en China o India, y eso que cada una de ellas tiene una población aproximadamente cuatro veces superior a la de Estados Unidos (Walmsley, 2005). Entre los años 1980 y 2005, el índice de encarcelamiento en los Estados Unidos aumentó, de 139 reclusos por cada 100.000 personas del país, a 491 por cada 100.000. De los más de dos millones de personas que están en prisión, dos tercios están en prisiones federales o estatales, y un tercio en cárceles locales. La amplia mayoría está formada por hombres jóvenes de entre 18 y 39 años de edad. Según el National Center on Addiction and Substance Abuse de la Universidad de Columbia (1998), 80 de cada 100 personas recluidas habían infringido las leyes relativas a las drogas o el alcohol, o estaban «colocadas» cuando cometieron sus delitos, o habían robado para comprar drogas, o tenían un historial de consumo o adicción por drogas o alcohol, o cumplían alguna combinación de esas características. Aunque las estadísticas oficiales no tienen en cuenta el lugar de nacimiento ni la generación, muestran que los índices de encarcelamiento varían ampliamente según el sexo (el 93% de los reclusos de las cárceles federales y estatales son hombres, la mayoría entre 18 y 39 años), por grupos raciales/pan-étnicos (en los Estados Unidos había 4.834 hombres negros encarcelados por cada 100.000 hombres negros de población, en comparación con 1.778 hombres hispanos por cada 100.000 hombres hispanos de población, y 681 hombres blancos por cada 100.000, si bien desde 1985, los hispanos han sido el grupo que

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más rápidamente se ha encarcelado), y por nivel de estudios (los reclusos son en su mayoría abrumadora personas que dejaron sin terminar los estudios de secundaria o bachillerato) (U.S. Department of Justice, 2007). 4.1. Índices de encarcelamiento de hombres nacidos en el extranjero frente a hombres nacidos en Estados Unidos En vista de que las teorías convencionales sobre delitos y encarcelamiento predicen unos índices superiores para los hombres jóvenes adultos procedentes de minorías étnicas y con un menor nivel de estudios (características que describen a una proporción mucho mayor de la población nacida en el extranjero que de la población nativa), es lógico esperar que los índices de encarcelamiento sean mayores para los inmigrantes que para los nativos. Y también se podría esperar que los hombres inmigrantes mexicanos, que forman un tercio completo de todos los hombres inmigrantes de edades entre 18 y 39 de los Estados Unidos, tuvieran los índices más altos. Esa hipótesis se examina empíricamente en las tablas 1 y 2, y los resultados echan totalmente por tierra esas expectativas. Los datos procedentes del 5% de la muestra PUMS (Public Use Microdata Sample) del censo del año 2000 se utilizan para medir los índices de internación en instituciones de los inmigrantes y los nativos y se centran especialmente en los hombres de 18 a 39 años, entre los que la inmensa mayoría de los internos están en centros penitenciarios (Butcher y Piehl, 1997; Rumbaut, 1997). Tabla 1 aproximadamente aquí Como se puede ver en la Tabla 1, cuando se realizó el censo del año 2000, el 3% de los 45,2 millones de hombres de edades comprendidas entre los 18 y los 39 años estaban en prisiones federales o estatales o en cárceles locales (un total de más de 1,3 millones, según las estadísticas oficiales de prisiones). Sin embargo, el índice de encarcelamiento de los nacidos en los Estados Unidos (2,51%) era cinco veces superior al índice de encarcelamiento de los nacidos en el extranjero (0,68%). Esta última cifra era menos de la mitad del 1,71% correspondiente a los nativos blancos no hispanos, y diecisiete veces inferior al índice de encarcelamiento del 11,6% correspondiente a los hombres nativos de raza negra. La ventaja para los inmigrantes en comparación con los nativos se aplica a todos los grupos étnicos, sin excepción. Casi todos los grupos inmigrantes asiáticos tienen índices de encarcelamiento inferiores a los de los grupos latinoamericanos (la excepción la constituyen los hombres de nacionalidad laosiana o camboyana nacidos en el extranjero, cuyo índice del 0,92% sigue aun así estando muy por debajo del de los nativos blancos no hispanos). De forma reveladora, entre los nacidos en el extranjero, el mayor índice de encarcelamiento, con mucho, (el 4,5%) se observó entre los nacidos en la isla de Puerto Rico... quienes no son inmigrantes como tales, ya que tienen legalmente la ciudadanía estadounidense y pueden viajar al continente como nativos de pleno derecho. 4.2. Índices de encarcelamiento por nivel de estudios y lugar de nacimiento Resulta especialmente interesante el hallazgo de que los índices de encarcelamiento más bajos entre los inmigrantes latinoamericanos se ven en los grupos con niveles de estudios más bajos, que son también los grupos en los que se engloba la mayoría de los inmigrantes ilegales: los procedentes de El Salvador y de Guatemala (0,52%) y de México (0,70%). No obstante, esos

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índices aumentan significativamente en el caso de inmigrantes de esa misma etnia nacidos en los Estados Unidos, lo que resulta especialmente notable en el caso de inmigrantes de origen mexicano, cuyo índice de encarcelamiento aumenta hasta el 5,9% entre los nacidos en los Estados Unidos, para los inmigrantes de origen vietnamita, cuyo índice de encarcelamiento aumenta desde el 0,5%, para los nacidos en el extranjero, hasta el 5,6% entre los nacidos en los Estados Unidos, y para los inmigrantes originarios de Laos y Camboya, cuyo índice escala hasta el 7,3%, el mayor de cualquier grupo, si se exceptúa el de los estadounidenses nativos de raza negra (de los inmigrantes de origen latinoamericano y asiático, se puede asumir que casi todos los nacidos en los Estados Unidos son de segunda generación, con las excepciones de los inmigrantes originarios de México y Puerto Rico, entre los que se pueden incluir como nacidos en Estados Unidos un número considerable, pero desconocido, de personas de tercera generación). Así pues, aunque los índices de encarcelamiento resultan ser extraordinariamente bajos entre los inmigrantes, también se puede ver que aumentan rápidamente a partir de la segunda generación: excepto en el caso de inmigrantes procedentes de China y Filipinas, los índices de todos los grupos latinoamericanos y asiáticos nacidos en los Estados Unidos superan el del grupo de referencia de nativos no hispanos de raza blanca. Para todos los grupos étnicos, tal y como se esperaba, el riesgo de encarcelamiento es mayor para los hombres que no han terminado los estudios de secundaria o bachillerato (6,9%), en comparación con quienes sí los terminaron (2,0%). No obstante, como se muestra en la Tabla 2, los diferenciales en el riesgo de encarcelamiento según el nivel de estudios se observan principalmente entre los hombres nativos, y no en los inmigrantes. Entre los nacidos en los Estados Unidos, el 9,8% de todos los hombres de edades entre 18 y 39 años que no terminaron los estudios de secundaria o bachillerato estuvo en prisión en el año 2000, en comparación con el 2,2% de los que habían terminado los estudios de secundaria o bachillerato. Pero entre los nacidos en el extranjero, la diferencia de encarcelamiento por motivos de bajo nivel de estudios era mucho más limitado: sólo el 1,3% de los hombres inmigrantes que no terminaron los estudios secundarios estuvieron en prisión, en comparación con el 0,6% de los que terminaron al menos los estudios secundarios. La ventaja para los inmigrantes se conservaba al realizar el desglose según los estudios por grupo étnico. Efectivamente, el lugar de nacimiento surge en esos datos como un factor de predicción de la estancia en prisión que tiene mayor peso que el nivel de estudios: como se ha mencionado, los nacidos en Estados Unidos que terminaron los estudios de secundaria o bachillerato tienen un mayor índice de encarcelamiento que los nacidos en el extranjero y que no terminaron dichos estudios (2,2 al 1,3%). Tabla 2 aproximadamente aquí Entre los hombres nacidos en los Estados Unidos que no terminaron los estudios de secundaria o bachillerato, el mayor índice de encarcelamiento, con mucho, se vio entre hombres negros que no eran hispanos, el 22,2% de los que estaban encarcelados en el momento del censo; ese índice equivale al triple del 7,6% que correspondía a los hombres negros nacidos en el extranjero y que no terminaron los estudios secundarios. Otros índices altos entre los nacidos en Estados Unidos que no terminaron los estudios de secundaria o bachillerato se observaron entre los inmigrantes de origen vietnamita (más del 16%), seguidos de los de origen colombiano (más del 12%), cubano y puertorriqueño (más del 11%), mexicano (10%) y laosiano y camboyano (más del 9%). Se puede suponer que casi todas estas personas son de segunda generación, con las

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excepciones de las nacidas en Estados Unidos y originarias de México y Puerto Rico, entre las que puede haber un número considerable, pero desconocido, de personas de tercera generación. El hallazgo de que los índices de encarcelamiento son mucho menores entre los hombres inmigrantes que la norma nacional, a pesar de sus niveles inferiores de educación y su estatus de minoría, pero que aumentan significativamente entre personas de la misma etnia en la segunda generación, especialmente entre aquellas con menor nivel de estudios, sugiere que el proceso de «americanización» puede llevar a una movilidad «descendente» y a un mayor riesgo de verse involucrado en el sistema penal, entre un segmento significativo de esta población. Para explorar en mayor profundidad esta cuestión, hemos examinado qué sucede en los Estados Unidos a los hombres inmigrantes a lo largo del tiempo. Los resultados se presentan en la Tabla 3. Para todos los grupos, sin excepción, cuanto más tiempo llevaban residiendo los inmigrantes en los Estados Unidos, mayores eran sus índices de encarcelamiento. De nuevo, los índices de encarcelamiento para los nacidos en la isla de Puerto Rico son significativamente superiores (independientemente del tiempo que lleven viviendo en el territorio continental de los Estados Unidos), que los índices de todos los grupos de inmigrantes mencionados en la Tabla 3, lo que subraya el especial estatus de Puerto Rico. Como contraste, los hombres de origen mexicano nacidos en el extranjero de edades entre 18 y 39 años y que representan, con mucho, el mayor grupo (con más de tres millones) tienen un índice de encarcelamiento inferior al de muchos otros grupos étnicos y raciales, incluso después de llevar viviendo en los Estados Unidos más de 15 años. Concretamente, los datos sobre el encarcelamiento de los inmigrantes de origen mexicano pueden causar bastante confusión, ya que los datos combinan a los nacidos en el extranjero y a los nacidos en los Estados Unidos (como suelen hacer las estadísticas oficiales sobre «latinos» o «hispanos»). En vez de mostrar una historia de movilidad ascendente, a menudo mencionada en la documentación sobre la asimilación directa, los datos de las tablas 1-3 sugieren una historia de asimilación segmentada para la propensión delictiva de los nativos. Tabla 3 aproximadamente aquí Aunque no aparece en este perfil nacional, también examinamos los mismos datos censales para California, el estado que tiene, a la vez, el mayor número de inmigrantes (más de la cuarta parte del total nacional, e incluye las mayores concentraciones, con mucho, de inmigrantes procedentes de México, El Salvador, Guatemala, Filipinas, China, Corea, Vietnam y otros muchos), y con el mayor número de personas recluidas en prisiones y cárceles (de hecho, California tiene la segunda población reclusa del mundo, por detrás de China), así como una de las leyes más duras del país para el cumplimiento completo de la sentencia, la llamada «three strikes» law («ley de los tres delitos») (Domanick, 2004). En conjunto, el índice de encarcelamiento en California para hombres nativos de entre 18 y 39 años es superior al índice del resto de los Estados Unidos, mientras que el índice de encarcelamiento de los nacidos en el extranjero es en ese estado inferior al del resto de los Estados Unidos. El índice total de encarcelamiento para los nacidos en los Estados Unidos es superior en más de un punto en California, con respecto al resto de los Estados Unidos (el 4,5%, frente al 3,4%). En contraste, el índice de encarcelamiento en California para los nacidos en el extranjero era menos de la mitad del índice para los nacidos en el extranjero del resto del país (el 0,4% frente al 1,0%). Los datos a partir de los que se extrajeron estos cálculos proceden del censo estadounidense del año 2000. Podemos obtener una evidencia más directa de las experiencias de

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la vida real con el sistema penal, a partir de las completas encuestas regionales de las poblaciones de origen inmigrante. Ahora pasaremos a tener en cuenta datos relevantes procedentes de dos grandes encuestas sobre hijos adultos de inmigrantes llevadas a cabo en el sur de California, la región del mundo que tiene en la actualidad mayor número de inmigrantes. 5. Hallazgos de la encuesta del Sur de California Los datos utilizados para el análisis que sigue se han extraído de dos fuentes: la encuesta sobre inmigración y movilidad intergeneracional en la zona metropolitana de Los Ángeles (IIMMLA o Inmigration and Intergenerational Mobility in Metropolitan Los Angeles), un estudio de muestras representativas de la población cuya recogida de datos se llevó a cabo en 2004 (Rumbaut y cols., 2003), y la tercera ola del estudio longitudinal sobre hijos de inmigrantes (CILS o Children of Inmigrants Longitudinal Study) llevado a cabo en San Diego, un estudio de panel que recoge los datos de una década y cuya última fase de recogida de datos terminó en 2003 (Portes y Rumbaut, 2005). Ambas encuestas se llevaron a cabo en el Sur de California, una región contigua a la frontera mexicana que ha sido la mayor receptora neta de inmigrantes de todo el país (y del mundo entero). Hacia el año 2000, uno de cada cinco inmigrantes de los Estados Unidos residía en los seis condados contiguos de la región (San Diego, Orange, Los Ángeles, Ventura, Riverside y San Bernardino), en los que se incluían las mayores comunidades de personas procedentes de México, El Salvador, Guatemala, Filipinas, Taiwán, Corea, Vietnam, Camboya e Irán, si se exceptúan sus países de origen, así como grandes contingentes de otras nacionalidades, como de Armenia, Arabia Saudita, China, Honduras, India, así como judíos procedentes de Rusia e Israel (Rumbaut, 2004). Desde luego, la mayor parte de las grandes nacionalidades de inmigrantes que se han asentado en los Estados Unidos a lo largo de las últimas décadas, así como las mayores concentraciones de refugiados y de profesionales inmigrantes, empresarios y trabajadores sin permisos, han establecido sus principales enclaves en el gran Los Ángeles. Nuestras encuestas recogieron datos acerca de la implicación en el sistema penal de la floreciente generación de adultos jóvenes de padres extranjeros, y nos centramos especialmente en los grupos étnicos clave con modos distintivos de incorporación, comparados con sus iguales de padres nativos (personas de raza blanca, negra u origen mexicanoestadounidense). A los efectos de este análisis, los dos conjuntos de datos se combinaron, ya que están basados en muestras representativas de participantes divididos de forma uniforme por sexo, de la misma edad aproximada (la edad media era 27,5) y originarios de las mismas nacionalidades (México, El Salvador, Guatemala, Filipinas, China, Corea, Vietnam, Camboya y Laos, el 76% de la muestra combinada, y otras nacionalidades latinoamericanas o asiáticas, el 10%), quienes respondieron a la encuesta aproximadamente al mismo tiempo (IIMMLA en 2004, CILS-III en 2001-2003), en la misma región metropolitana (es decir, en los seis condados contiguos del sur de California). En las encuestas IIMMLA y CILS-III, el centro de atención estaba en los patrones de adaptación de los hijos adultos de los inmigrantes contemporáneos, tanto de los que habían nacido en el extranjero, pero habían llegado a los Estados Unidos de niños (la «generación 1,5»), como de los que habían nacido en los Estados Unidos, de padres inmigrantes (la segunda generación); ambas encuestas utilizaron mediciones idénticas para las variables pertinentes. La combinación de los dos conjuntos de datos proporciona tamaños de muestra mayores para los grupos significativos y una mayor precisión y fiabilidad para los cálculos de los resultados en la

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movilidad, por grupo y generación (para obtener más detalles del muestreo y del diseño de la investigación de cada estudio, véase Rumbaut 2008). De las 6.135 personas que respondieron en la muestra combinada, el 80% pertenecían a de la generación 1,5 (n = 2.356) o a la 2ª generación (n = 2.566), y el 20% pertenecían a la 3ª generación o superior (n = 1.213). Entre las generaciones 1,5 y 2ª (n = 4.922), las personas originarias de México, El Salvador y Guatemala ascendían a 1.621; de Filipinas, China (incluida Taiwán) y Corea, a 1.824, y de Vietnam, Laos y Camboya, a 790. Los «otros latinoamericanos» (n = 240) procedían todos de otros países hispanoparlantes de América Central, de Sudamérica y del Caribe, mientras que entre los de «todas las demás nacionalidades» (n = 447) se incluían personas procedentes de Canadá y docenas de países de Europa, Asia, el Oriente Medio y el Caribe no hispanoparlante. Para todos los grupos, excepto para los procedentes de México y para las personas blancas y negras no hispanas, la inmigración es tan reciente, que el muestreo no fue factible más allá de la segunda generación. De las 1.213 personas que respondieron, clasificadas como de tercera generación o superior (personas nacidas en los Estados Unidos, con ambos progenitores nacidos en los Estados Unidos), la mitad de las personas de origen mexicanoestadounidense (el 47%) tenía cuatro abuelos nacidos en los Estados Unidos («4+ª» generación), al igual que las dos terceras parte (el 69%) de las personas blancas no hispanas, y casi todas (el 95%) las personas de raza negra que respondieron. Tabla 4 aproximadamente aquí En la Tabla 4 se presentan los resultados por etnia y generación para dos indicadores de «asimilación descendente»: si los hombres de la muestra combinada habían sido detenidos o encarcelados alguna vez (lo que, en muchos casos, implicaba haber sido convictos y sentenciados por haber cometido un delito). Existen sorprendentes diferencias en esos indicadores, entre los distintos grupos étnicos y conjuntos generacionales. Entre los casi 3.000 hombres de esta muestra del Sur de California, los índices de detención y encarcelamiento eran, con mucho, más altos para los hombres de raza negra (casi todos los cuales eran afroamericanos de 4ª generación o superior) y más bajos para los de origen asiático. Los hombres de raza blanca y los hombres hispanos se situaban entre los dos extremos. Entre los hombres nativos de raza negra, un 40% había sido detenido en algún momento por la policía, y el 27% había estado en prisión; entre los hombres nativos de raza blanca y los hombres hispanos, el 29% había sido detenido alguna vez, y el 18% había estado en prisión, y entre los hombres de origen asiático, las cifras eran del 10% y el 6%, respectivamente. Las diferencias entre generaciones son muy significativas en su conjunto, con mayor probabilidad para los nacidos en los Estados Unidos (generaciones 2ª y 3ª) de verse involucrados en el sistema penal que para los nacidos en el extranjero (la generación 1,5), lo que refleja los patrones nacionales mencionados anteriormente entre los hombres adultos de edades comprendidas entre los 18 y los 39. Los patrones son lineales, pero los resultados empeoran con el tiempo transcurrido en los Estados Unidos y con las sucesivas generaciones (y la aculturación): entre los nacidos en la generación 1,5, el 13% había sido detenido alguna vez y el 8% había estado en prisión, en comparación con el 21% y el 12%, respectivamente, de la 2ª generación, y con el 36% y el 24%, respectivamente, de las generaciones 3ª y sucesivas. Indudablemente, los índices de todos los inmigrantes e hijos de inmigrantes nacidos en los Estados Unidos de esta muestra son inferiores que los índices del grupo mayoritario de nativos de raza blanca.

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Para el gran subgrupo de muestreo de origen mexicano, los patrones intergeneracionales están claros: entre los mexicanos nacidos en la generación 1,5, el 22% había sido detenido alguna vez y el 12% había estado en prisión, en comparación con el 30% y el 20%, respectivamente, de la 2ª generación, y con el casi 40% y el 27%, respectivamente, de las generaciones 4ª y sucesivas. Estas últimas cifras, las mayores observadas en esa muestra, así como en el ámbito nacional, son idénticas para los hombres afroamericanos. Dado el enorme tamaño de las generaciones primera y segunda de origen mexicano, en comparación con el de otros grupos de los Estados Unidos, se trata de un hallazgo conflictivo y con implicaciones para el futuro, no sólo para las perspectivas de movilidad descendente de los hombres que se encuentran en un ciclo de detención y encarcelamiento (quienes normalmente tienen los índices más altos de reincidencia, una vez excarcelados), sino también para los efectos a corto y largo plazo sobre sus comunidades étnicas. 6. Resultados de confirmación procedentes de otros estudios empíricos La evidencia procedente del censo del año 2000, en la que se demuestra el menor índice de encarcelamiento entre los inmigrantes, así como los hallazgos de las encuestas IIMMLA y CILS realizadas en el sur de California y que confirman los mismos patrones, encuentran un respaldo adicional en otros estudios realizados a lo largo del pasado siglo. Por ejemplo, un estudio realizado por las economistas Kristin Butcher y Anne Morrison Piehl basado en datos extraídos de los censos de 1980 y 1990 dio resultados parecidos (1998). Un análisis más reciente de Butcher y Piehl (2005) demuestra que esos hallazgos no son el resultado de un aumento en las deportaciones de los delincuentes sin la ciudadanía, ni del impacto de unas leyes migratorias más duras que disuadan a los inmigrantes de cometer delitos. Más bien, las autoras llegan a la conclusión de que, durante la década de 1990, «aquellos inmigrantes que eligieron ir a los Estados Unidos tenían menos probabilidades de verse envueltos en actividad delictiva, que los inmigrantes de épocas anteriores y los nacidos en los Estados Unidos». Si se toman todos en conjunto, estudios como esos proporcionan evidencias coherentes y convincentes a lo largo de un período de tres decenios acerca de que los índices de encarcelamiento son mucho menores entre los hombres inmigrantes que la norma nacional, a pesar de sus menores niveles de estudios y sus índices más altos de pobreza. En el año 2000, esos patrones se aplicaban a todos los grupos étnicos, sin excepción. Otros académicos se han dedicado a cuestiones similares relativas a la inmigración y la delincuencia y han llegado a la conclusión de que el aumento en la inmigración es uno de los principales factores asociados a un menor índice de delincuencia. En un estudio realizado entre 180 vecindarios de Chicago, desde 1995 hasta 2002, Robert J. Sampson y sus colegas descubrieron que era menos probable que los inmigrantes latinoamericanos cometieran delitos violentos, en comparación a las personas nacidas en los Estados Unidos, incluso en el caso de que esos inmigrantes vivieran en comunidades de gran densidad y con altos índices de pobreza. Los inmigrantes de primera generación (nacidos en el extranjero) tenían un 45% menos de probabilidades de cometer delitos violentos que los estadounidenses de tercera generación (hijos de padres nativos), ajustando el entorno familiar y del vecindario. La segunda generación (los nacidos en los Estados Unidos de padres inmigrantes) tenían un 22% menos de posibilidades de cometer delitos violentos que la tercera generación o posteriores generaciones (Sampson, Morenoff y Randenbush, 2005; véase también Press, 2006).

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Recientes estudios empíricos realizados por los sociólogos Ramiro Martínez y Matthew Lee acerca de los homicidios cometidos en tres ciudades fronterizas con un alto número de inmigrantes (San Diego, El Paso y Miami) y de violencia relacionada con drogas en Miami y San Diego llegaron a conclusiones parecidas, lo que refuta aún más los vínculos que normalmente se suponen entre inmigración y criminalidad (Martínez, Lee y Nielsen, 2004; Lee, Martínez y Rosenfedl, 2001). Además, varios otros estudios han examinado los índices de homicidios entre los refugiados cubanos que llegaron a los Estados Unidos como resultado del Éxodo del Mariel de 1980. Aunque esos marielitos suelen aparecen en los medios representados como prolíficos delincuentes y criminales, incluso asesinos, en realidad no sobresalían, ni como víctimas de homicidios ni como homicidas. Lo que es más, sólo después de llevar un corto tiempo en los Estados Unidos, tenían muchas menos posibilidades de cometer crímenes que los cubanos que llegaron a Miami antes del Éxodo del Mariel. Como sucede en general con el sur de Florida, Miami experimentó una brusca alza de los homicidios antes de que los cubanos del Mariel llegaran a la ciudad. El índice de homicidios siguió disminuyendo a lo largo de la década de 1980, a pesar de que se produjo un flujo continuado de entrada de inmigrantes latinoamericanos (véase Martínez y Lee, 2000). Los datos del National Longitudinal Study of Adolescent Health o «Add Health» demuestran las diferencias intra e intergeneracionales en la delincuencia y otras conductas de riesgo entre los adolescentes. Add Health es una encuesta longitudinal representativa de ámbito nacional realizada entre los adolescentes y que se lleva a cabo en varias «oleadas» desde 1994. Basándose en esa encuesta, las sociólogas Kathleen Mullan Harris (1999) y Hoan Bui y Ornuma Thingniramol (2005) han descubierto que los jóvenes de segunda generación eran significativamente más propensos a participar en conductas de riesgo como delincuencia, violencia y consumo de sustancias adictivas que los jóvenes nacidos en el extranjero. Según sus análisis, la primera generación de cada nacionalidad tenía considerablemente menos problemas de salud y participaba en menos conductas de riesgo que el grupo de comparación compuesto por personas nativas y blancas no hispanas. De forma similar, John Hagan y sus colegas (2008) utilizaron puntuaciones extraídas de una escala de delincuencia y consumo de sustancias adictivas de dos grupos cerca de Toronto, para examinar la delincuencia y la conducta violenta entre los jóvenes canadienses. Separaron las generaciones primera, 1,5 y segunda, de los canadienses de tercera generación. Se realizó un control por sexo, edad, contexto socioeconómico, origen étnico y grupo, y encontraron que el estatus generacional era el factor de predicción más significativo de la delincuencia juvenil. Es decir, las generaciones primera y «1,5» eran significativamente menos propensas a implicarse en actividades de alto riesgo, que las generaciones nativas, y a medida que el estatus generacional aumentaba, las probabilidades de participar en una conducta delictiva también aumentaban. En cierto sentido, esos hallazgos no deberían ser nada nuevo... porque no son nada nuevo; sencillamente, se han olvidado y han quedado anulados por los mitos populares. En los tres primeros decenios del siglo XX, durante la era anterior a la inmigración en masa, tres importantes comisiones gubernamentales llegaron a conclusiones similares. La Industrial Commission de 1901, la [Dillingham] Inmigration Commission de 1991 y la [Wickersham] National Commission on Law Observance and Enforcement de 1931, cada una de ellas intentaba medir cómo la inmigración daba lugar a un aumento en la delincuencia. Sin embargo, cada una

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de ellas encontró menores niveles de implicación delictiva entre los nacidos en el extranjero, y mayores niveles entre sus iguales nacidos en los Estados Unidos (véase Tonry, 1996). Como se concluyó en el informe de la Immigration Commission hace un siglo (1911: 168): «Hasta ahora no se ha hallado una evidencia satisfactoria que pruebe que la inmigración ha dado como resultado un aumento de la delincuencia desproporcionada al aumento de la población adulta. Las estadísticas comparables sobre delincuencia y población que se han podido obtener indican que los inmigrantes son menos propensos a cometer delitos que los nativos estadounidenses». De forma similar, la comisión para la reforma sobre la inmigración, U.S. Commission on Immigration Reform, llegó a la conclusión en un informe de 1994 de que la inmigración no está asociada a un índice mayor de delincuencia. Esa comisión comparó los índices de delincuencia de las ciudades de la frontera entre Estados Unidos y México, como El Paso, con ciudades de cualquier otro lugar de los Estados Unidos, y descubrió que los índices de delincuencia solían ser inferiores en las ciudades fronterizas. 7. Conclusión Debido a que muchos de los inmigrantes llegados a los Estados Unidos, especialmente los de origen mexicano y centroamericano, son hombres jóvenes que llegan con muy bajos niveles de educación formal, los estereotipos populares y la teoría criminalista estándar tienden a asociarlos con unos índices mayores de delincuencia y encarcelamiento. El hecho de que muchos de esos inmigrantes entren en el país a través de canales no autorizados o que sobrepasen la fecha de validez de sus visados se suele categorizar como un ataque contra la «legalidad vigente», lo que refuerza la impresión de que existe una relación entre inmigración y delincuencia. Esa asociación ha florecido con el clima de miedo e ignorancia posterior al 9 de septiembre de 2001, en el que el terrorismo y la inmigración indocumentada se mencionan como uno solo. Pero la impresión anecdótica no puede sustituir a la evidencia científica. De hecho, los datos procedentes de los censos y de una amplia gama de otros estudios empíricos muestran que, en todos los grupos étnicos, sin excepción, los índices de encarcelamiento de los hombres jóvenes son inferiores para los inmigrantes, incluso para aquellos con menor nivel de estudios. Esto resulta ser cierto especialmente en los casos de personas procedentes de México, El Salvador y Guatemala, quienes constituyen la gran mayoría de la población indocumentada. Lo que es más, esos patrones se llevan observando de forma coherente a lo largo de los censos de los tres últimos decenios, un período que comprende a la época actual de inmigración masiva, y recuerdan a los hallazgos similares de ámbito nacional de los que informaron las tres principales comisiones gubernamentales durante los tres primeros decenios del Siglo XX. Teniendo en cuenta el peso acumulado de toda esta evidencia, la inmigración es, presumiblemente, uno de los motivos por los que los índices de delincuencia han descendido en los Estados Unidos a lo largo de la última década y media (e incluso más, en ciudades con alta concentración de inmigrantes). Desde luego, una posterior implicación de esta evidencia es que, si los inmigrantes desaparecieran de pronto y los Estados Unidos se quedaran sin población inmigrante (y sin población inmigrante ilegal), los índices de criminalidad muy probablemente aumentarían. El problema de la delincuencia y el encarcelamiento en los Estados Unidos no está «provocado», ni tan siquiera agravado, por los inmigrantes, sea cual sea su estado legal. Pero la

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percepción errónea de que lo contrario es cierto (basada en evidencias elegidas arbitrariamente) persiste entre quienes elaboran las leyes, entre los medios de comunicación y entre el público en general, lo que empobrece, por lo tanto, una comprensión genuina de un fenómeno completo, una situación que socava el desarrollo de las respuestas públicas razonadas y basadas en la evidencia, tanto ante la delincuencia como ante la inmigración.

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Tabla 1 Porcentaje de varones entre 18 y 39 encarcelados en Estados Unidos, 2000, por lugar de nacimiento y nivel de educación, ordenados por etnicidad

Varones, edades 18-39: Etnicidad

Total:

Total en E.E.U.U.

Porcentaje

% encarcelado por lugar de nacimiento y educación: ¿Graduado en High Lugar de nacimiento: school?

encarcelado

Extranjero

E.E.U.U.

No



N

%

%

%

%

%

b

3.51

6.91

2.00

45,200,417

3.04

0.86

7,514,857

3.26

0.99

6.72

3.95

2.62

Salvadoreña, Guatemalteca

433,828

0.68

0.52

3.01

0.71

0.62

Colombi, Ecuador, Perú

283,599

1.07

0.80

2.37

2.12

0.74

5,017,431

2.71

0.70

5.90

2.84

2.55

182,303

2.76

2.51

3.71

4.62

1.39

213,302

3.01

2.22

4.20

5.22

2.29

642,106

5.06

4.55

5.37

10.48

2.41

Etnicidades latinoamericanas:

Mexicana Dominicana Cubana Puertorriqueña

a

Etnicidades asiáticas:

1,902,809

0.62

0.29

1.86

2.43

0.35

India

393,621

0.22

0.11

0.99

1.20

0.14

China, Taiwanesa

439,086

0.28

0.18

0.65

1.35

0.14

Coreana

184,238

0.38

0.26

0.93

0.93

0.34

Filipina

297,011

0.64

0.38

1.22

2.71

0.41

Vietnamita

229,735

0.89

0.46

5.60

1.88

0.55

89,864

1.65

0.92

7.26

2.80

1.04

Blanco, no-Hispano

29,014,261

1.66

0.57

1.71

4.64

1.20

Negro, no-Hispano

5,453,546

10.87

2.47

11.61

21.33

7.09

Laosiana, Camboyana Otras:

Fuente: Censo de EEUU de 2000, 5% PUMS. Los datos son estimacines para hombres adultos de entre 18 y 39, encarcelados en el momento del Censo. Adaptado de Rumbaut et al., 2006. a

Puertoriqueños nacidos en la isla que son ciudadanos americanos por nacimiento y no inmigrantes son clasificados como "Nacidos en el extranjero" para los propósitos de esta tabla; puertoriqueños nacidos en el continente son clasificados aquí como "Nacidos en E.E.U.U."

b

La tasa de encarcelamiento de los inmigrantes es sólo del 68 por ciento cuando la categoría puertoriqueños nacidos en la isla (ciudadanos americanos) es excluida.

19

Tabla 2 Porcentaje de varones entre 18 y 39 encarcelados en Estados Unidos, 2000, según hayan completado la educación en el High School, ordenados por etnicidad

Varones, edades 18-39: Ethnicity

% encarcelado, por educación y lugar de nacimiento: Si nacido en el Si nacido en extranjero: E.E.U.U.: ¿Graduado de High ¿Graduado de High School? School?

Total

Porcentaje

en E.E.U.U.

encarcelado

N

%

No



No



45,200,417

3.04

1.31

0.57

9.76

2.23

7,514,857

3.26

1.11

0.81

12.42

4.22

Salvadoreña, Guatemalteca

433,828

0.68

0.58

0.43

4.70

2.16

Colombia, Ecuador, Peruana

283,599

1.07

1.54

0.54

7.01

1.58

5,017,431

2.71

0.70

0.70

10.12

3.95

182,303

2.76

3.99

1.24

8.67

1.82

213,302

3.01

3.18

1.78

11.32

2.90

642,106

5.06

9.01

1.96

11.54

2.66

1,902,809

0.62

1.03

0.18

9.66

1.00

India

393,621

0.22

0.29

0.09

6.69

0.48

China, Taiwanesa

439,086

0.28

0.91

0.07

4.71

0.36

Coreana

184,238

0.38

0.58

0.24

2.05

0.82

Filipina

297,011

0.64

1.73

0.23

4.73

0.81

Vietnamita

229,735

0.89

0.85

0.32

16.18

2.85

89,864

1.65

1.72

0.52

9.11

5.80

Blanco, no-Hispano

29,014,261

1.66

1.63

0.43

4.76

1.23

Negro, no-Hispano

5,453,546

10.87

7.08

1.32

22.25

7.64

Total: Etnicidades latinoamericanas:

Mexicana Dominicana Cubana Puertorriqueña

a

Etnicidades asiáticas:

Laosiana, Camboyana Otras:

Fuente: Censo de EEUU de 2000, 5% PUMS. Los datos son estimacines para hombres adultos de entre 18 y 39, encarcelados en el momento del Censo. a

Puertoriqueños nacidos en la isla que son ciudadanos de EEUU por nacimiento y no inmigrantes son clasificados como "Nacidos en el extranjero" para los propósitos de esta tabla; puertoriqueños nacidos en el continente son clasificados aquí como "Nacidos en E.E.U.U."

20

Table 3 Porcentaje de varones entre 18 y 39 encarcelados en Estados Unidos, 2000, por tiempo de residencia en E.E.U.U., ordenados por etnicidad

Ethnicity

Varones (estranjeros) 1839: % N encarcelados

Años en E.E.U.U.: 0-5 6-15 16 yrs yrs yrs+

Total (nacidos en el extranjero 18-39):

8,079,819

0.86b

0.50

0.77

1.39

Etnicidades latinoamericanas:

4,535,269

0.99

0.57

0.89

1.70

407,147

0.52

0.37

0.46

0.88

3,082,660

0.70

0.46

0.66

1.12

Colombiana, Ecuatoriana, Peruana

234,834

0.80

0.55

1.30

1.98

Dominicana

127,399

2.22

1.28

1.99

3.07

Cubana

144,387

2.51

1.48

2.49

3.40

240,713

4.55

2.57

4.01

6.06

1,510,298

0.29

0.14

0.25

0.50

India

343,834

0.11

0.05

0.11

0.27

China, Taiwanesa

347,029

0.18

0.07

0.22

0.27

Coreana

152,785

0.26

0.10

0.15

0.50

Filipina

205,167

0.38

0.31

0.35

0.45

Vietnamita

210,331

0.46

0.46

0.41

0.51

79,489

0.92



0.33

1.19

1,266,100

0.57

0.36

0.41

0.88

441,263

2.47

1.64

2.10

3.80

Salvadoreña, Guatemalteca Mexicana

Puertorriqueña

a

Etnicidades asiáticas:

Laosiana, Camboyana Otras: Blanco, no-Hispano Negro, no-Hispano

Fuente: Censo de EEUU de 2000, 5% PUMS. Estimaciones para hombres adultos de entre 18 y 39, encarcelados en el momento del Censo, independientemente de su llegada a la isla. a

Puertoriqueños nacidos en la isla que son ciudadanos americanos por nacimiento y no inmigrantes son clasificados como "Nacidos en el extranjero" para los propósitos de esta tabla.

b

La tasa de encarcelamiento de los inmigrantes es sólo del 0.68 por ciento cuando la categoría puertoriqueños nacidos en la isla (ciudadanos americanos) es excluida. † Existen muy pocos casos aquí como para realizar inferencias válidas.

21

Tabla 4 Arrestos y encarcelamiento entre varones jóvenes en el Sur de California, por etnicidad y generación en los E.E.U.U. (Unidas Encuestas IIMMLA CILS-III: N=2.971 varones, edades 20-39) Etnicidad

Generacióna

% alguna vez arrestado

% alguna vez encarcelado

1.5-2.ª-3.ª+ 1.5-2.ª 3.ª+ 3.ª+

29.0 10.4 40.4 29.4

18.1 5.7 27.3 18.1

1.5 2.ª 3.ª+ 1.5 2.ª 1.5 2.ª 1.5 2.ª 1.5 2.ª 1.5 2.ª 1.5 2.ª 1.5 2.ª 1.5 2.ª

22.3 29.8 39.6 21.3 36.7 17.4 21.3 5.8 7.4 11.6 18.1 13.3 9.6 8.1 12.7 8.4 20.0 12.3 21.7

11.9 20.4 26.6 11.2 17.3 15.2 11.5 2.9 1.9 3.9 2.8 8.2 5.7 5.8 9.9 8.4 20.0 7.0 11.9

1.5 2.ª 3.ª+

13.2 20.7 36.3

7.8 12.1 23.8

Panetnicidad: Hispana Asiática Negra Blanca Etnicidad: Mexicana

Salvadoreña, Guatemalteca Otra latinoamericana China Coreana Filipina Vietnamita Camboyana, Laosiana Restantes nacionalidades

Total:

Fuente: adaptado de Rumbaut, 2008. a

1ª generation = nacidos en el extranjero; 2ª gen. = Nacidos en E.E.U.U., uno o ambos padres nacidos en el extranjero; 3ª o superior gen. = Nacidos en E.E.U.U., ambos padres nacidos en E.E.U.U.

22

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