Influencia y proyección del republicanismo de Nicolás Salmerón en la Argentina

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Influencia y proyección del republicanismo de Nicolás Salmerón en la Argentina*

por Marcela García Sebastiani

Abstract. – The different currents of Spanish republicanism between the end of the nineteenth and the beginning of the twentieth century met with a new climate of dialogue, dense relations, and cultural approach between Spain and Argentina that involved political and intellectual elites, and groups of Spanish migrants. Among the three most representative tendencies of Spanish republicanism, in this paper we study the influence in Argentina of the position represented by Nicolás Salmerón, distinguished as liberal-progressive and reformist. The focus is on the perceptions of his political activity among the Argentine elites with special interest in the reactivation of his political thoughts by one of his followers who had migrated to Argentina in the last decade of the nineteenth century: Antonio Atienza y Medrano. Also, we investigate Salmerón’s influence during the politicization of the Spanish collective in Argentina under the slogan of republican union, in the beginning of the twentieth century.

LAS CORRIENTES DEL REPUBLICANISMO ESPANOL Referente para muchos individuos y colectivos sociales, las ideas republicanas configuraron culturas políticas, así como visiones del mundo y de un orden político-social sin las cuales es difícil comprender en toda su complejidad las diversas historias contemporáneas nacionales; entre ellas, claro está, la de España y la de los diferentes países latinoamericanos. Para la de estas últimas, liberalismo y republicanismo constituyeron el basamento normativo, y los valores políticos y sociales a ellos asociados dieron forma y consolidaron a los diferentes Estados nacionales. Para la de España, tanto las experiencias republi-

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Este trabajo se enmarca en el Proyecto UCM No. 1/06-14431-A.

Jahrbuch für Geschichte Lateinamerikas 43 © Böhlau Verlag Köln/Weimar/Wien 2006

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canas de gobierno en 1873 y del periodo 1931–1936 como los proyectos políticos y los movimientos cívicos en nombre de un republicanismo como ideal posible para organizar una nación y un Estado conformaron un conjunto de prácticas, discursos e intenciones que facilita los razonamientos en torno a su desalineado pasado y más calmo presente democrático. Hacia finales del siglo XIX y en los comienzos del XX, el republicanismo en España se fundía en nociones tales como moralismo, laicismo, asociacionismo, democratización, interclasismo y racionalización de la vida política e intelectual. En su conjunto, era un lenguaje político dúctil para conformar lecturas de los diferentes individuos que creían en él, y que, a su vez, ayudaba a la coexistencia de distintas versiones de democracia y libertad como corrientes diversas en el seno del republicanismo; opciones de concebir a unas ideas republicanas que, sin embargo, estaban más bien asociadas al alto grado de personalismo de sus dirigentes más sobresalientes – la mayoría ex presidentes del primer ensayo republicano en España. Difícil es, por tanto, historiar al republicanismo como una única línea de pensamiento, de movimiento, de organización, de cultura política y de proyecto nacional.1 Con todo, existe cierto consenso entre los historiadores del republicanismo español en señalar tres tendencias o corrientes en su seno, no siempre nítidas y estables. Por un lado, la del “posibilismo” – representada hasta su muerte, en 1899, por Emilio Castelar – ofrecía una alternativa de orden para la consecución de la república y la democracia. A medio camino entre el liberalismo y la democracia, el ideal republicano a él asociado apostaba por una reforma a favor de los derechos cívicos de un ciudadano al que había que formar para responsabilizarlo en los asuntos nacionales. Así, valores asociados a la representación ciudadana, la nación y la moderación sostuvieron al 1 Para la compleja naturaleza del republicanismo español, ver Andrés de Blas Guerrero, Tradición republicana y nacionalismo español, 1876–1930 (Madrid 1991); Nigel Townson (ed.), El republicanismo en España, 1830–1977 (Madrid 1994); José A. Piqueras/Manuel Chust (comps.), Republicanos y repúblicas en España (Madrid 1996); Ángel Duarte, “La esperanza republicana”: Rafael Cruz/Manuel Pérez Ledesma (comps.), Cultura y movilización en la España contemporánea (Madrid 1997); Manuel Suárez Cortina, El gorro frigio. Liberalismo, Democracia y Republicanismo en la Restauración (Madrid 2000); y Ángeles Egido León/Mirta Núñez Díaz-Balart (eds.), El republicanismo español. Raíces históricas y perspectivas de futuro (Madrid 2001).

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“republicanismo de orden”. Por otro lado, la corriente del “jacobinismo” o radicalismo democrático popular, de raíz “rousseauniana” y romántica, fusionaba los republicanos unitarios más cercanos a una izquierda progresista – a cuyo frente estaba Ruiz Zorrilla – y los republicanos federalistas – encabezados por Pi y Margall. Ambas opciones manifestaban su antagonismo con el poder monárquico. Unos hacían uso de la mística y del entramado insurreccional y/o militarista, y esgrimían programas socializantes; otros oscilaban entre la inhibición y la participación electoral, y trasmitían tibias propuestas de reformas sociales. Finalmente, había una última corriente intermedia, la del “liberalismo progresista”, para algunos, o “institucionismo”, para otros, representada por Nicolás Salmerón y el Partido Republicano Centralista que él mismo había fundado. Entre 1892 y 1906 Salmerón conseguía convertirse en una de las figuras centrales para buena parte de los republicanos. Su fracaso en unir a las diferentes tendencias del republicanismo, por un lado, y el proyecto populista, radical, republicano y españolista de Alejandro Lerroux, por el otro, acabaron disipando el protagonismo y el ideario político de uno de los patriarcas del republicanismo en el tramo final de su vida, que se apagó en 1908. La corriente del republicanismo que representaba Salmerón fue la que mejor supo acomodarse a las nuevas circunstancias de la Restauración monárquica. Cabeza y voz del centro republicano, Salmerón encauzó al republicanismo en la vida parlamentaria y reformista, lo que le llevó a defender los principios de la libertad individual, la opción constitucionalista, la incorporación de las masas a la vida política, la reforma social y educativa, la separación de la Iglesia y el Estado, y la convivencia pacífica en una nación con representantes para un Estado liberal y democrático. Y es que esa corriente del republicanismo representada por Salmerón y sus seguidores (Gumersindo de Azcárate, Rafael María de Labra, Adolfo Posada, Melquíades Álvarez, entre otros) desplegó las dimensiones políticas y las proyecciones sociales que podía ofrecer una doctrina krausista que tanto había calado entre los intelectuales y políticos liberales en la España de finales del siglo XIX. Estos republicanos moderados rechazaban el liberalismo doctrinario y la democracia directa, pero aceptaban la representativa; defendían la secularización sin ser ateos; apostaban por la armonía entre los sectores sociales sin renunciar a pensar y ensayar reformas; creían en la legalidad de un estado de derecho, en la unidad nacional, y en un proyecto cívico y político en el que la cien-

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cia y la educación tenían un papel fundamental en clave de regeneración de la España de entre siglos; y contribuyeron a forjar, desde ámbitos de la esfera pública y desde la tribuna parlamentaria, una tradición que sellaría identidad al reformismo republicano y a un primer partido de intelectuales que continuaría como intelligentsia liberal-demócrata en el Partido Reformista, formado en España en la primera década del siglo XX.2 Como lo ha señalado oportunamente Carlos Dardé, no existe ningún intento serio de hacer una biografía sobre Nicolás Salmerón para conocer mejor sus líneas de pensamiento, debido, en parte, a su escasa producción teórica sobre la política por ser hombre fundamentalmente de oratoria y discurso político.3 Fue un experto en la vida parlamentaria y dispersó sus ideas y principios siendo profesor de Metafísica en la Universidad Central de Madrid – cuando pudo – y en la Institución Libre de Enseñanza, siendo esta última un ensayo de educación laica que acabaría proyectándose en las ideas y en las prácticas políticas de liberales y reformistas en los tiempos de la Restauración. Además, ejerció la abogacía, como necesidad, tanto en el exilio como en España, cuando tuvo que contener su vocación política. Al día de hoy se dispone de un mejor conocimiento de ese grupo de institucionistas y de esa cultura política republicana reformista gracias a los estudios de Manuel Suárez Cortina.4 También se cuenta con un corto pero actualizado trabajo de corte biográfico sobre Nicolás Salmerón que perfila bastante bien las aristas de su pensamiento.5 Sin embargo, salvo unas pocas excepciones, es muy escaso lo que se conoce acerca del influjo que tuvieron en las modernas naciones latinoamericanas todas aquellas corrientes del republicanismo español

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Sobre el Partido Reformista, ver Manuel Suárez Cortina, El reformismo en España. Republicanos y reformistas bajo la monarquía de Alfonso XIII (Madrid 1986). 3 Como primeras aproximaciones para una biografía de Nicolás Salmerón, ver Urbano González Serrano, Nicolás Salmerón. Estudio crítico-biográfico (Madrid 1903); y A. Llopis Pérez, Historia política y parlamentaria de D. Nicolás Salmerón y Alonso (Madrid 1915). Como pequeña contribución a tal empresa pendiente, ver Carlos Dardé, “Biografía política de Nicolás Salmerón, 1860–1890”: Piqueras/Chust, Republicanos y repúblicas (nota 1), pp. 136–161. 4 Suárez Cortina, El gorro frigio (nota 1). 5 Fernando Martínez López, “Nicolás Salmerón y Alonso, ‘Entre la revolución y la política’”: Javier Moreno Luzón (ed.), Progresistas. Biografías de reformistas españoles, 1808–1939 (Madrid 2005), pp. 129–160.

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del último cuarto del siglo XIX y de principios del XX.6 Cierto es que por aquellos tiempos las repúblicas latinoamericanas tenían ya consolidadas sus instituciones, y sus élites políticas indagaban en posibles fórmulas correctoras de las relaciones entre el Estado y la sociedad civil. Pero, también, aquellos tiempos fueron testigos de un nuevo clima de diálogo, de densidad de relaciones y de acercamiento a diferentes niveles que implicaría a élites políticas e intelectuales de uno y otro lado del Atlántico, que no merece ser despachado tan fácilmente. De hecho, por entonces algunas jóvenes repúblicas, y entre ellas la Argentina, se convirtieron en el espacio elegido por un conjunto de individuos que, entre el exilio político y la emigración, contribuyó a proyectar en suelo americano las ideas del republicanismo español.7 Escapa al objetivo de este artículo desentrañar todas las facetas y muestras de aquel influjo; la abultada y a su vez comprimida información de esta introducción muestra claramente la complejidad de esta tarea: de ahí que hayamos optado centrar la atención en la proyección que tuvo en la Argentina aquella corriente del republicanismo español de “raíz salmeroniana”.8 En este sentido, y sin ánimo de simplificar problemas, acontecimientos y personajes, las páginas que siguen procurarán dar alguna respuesta a preguntas tales como: ¿Es posible definir alguna influencia de Nicolás Salmerón en las ideas y en la política latinoamericana?, ¿cuál fue su real dimensión?, ¿qué atractivo pudo haber tenido entre los intelectuales y políticos argentinos, y entre la élite de emigrantes españoles en la Argentina?, ¿qué lugar le cupo a Salmerón en el reconocimiento por parte de las élites y la gente culta de la Argentina de las

6 Como excepción, ver Carmen McEvoy, La utopía republicana. Ideales y realidades en la formación de la cultura política peruana, 1871–1919 (Lima 1997); y José Antonio Aguilar Rivera/Gabriel Negretto, El republicanismo en Hispanoamérica. Ensayos de historia intelectual y política (México, D.F. 2002). 7 Para una perspectiva general sobre las emigraciones políticas de republicanos en la Argentina, ver Daniel Rivadulla/Jesús Raúl Navarro/María Teresa Berruezo, El exilio español en América en el siglo XIX (Madrid 1992). Para la movilización política del colectivo emigratorio español en la Argentina en torno a las ideas y consignas republicanas, ver Ángel Duarte, La república del emigrante. La cultura política de los españoles en la Argentina, 1875–1910 (Lleida 1998). 8 Como aproximación al tema, ver Marcela García Sebastiani, “Algunas notas sobre la proyección de Nicolás Salmerón en la Argentina”: Fernando Martínez López (coord.), Congreso Nicolás Salmerón y Alonso. A propósito del centenario de la Unión Republicana de 1903 (Almería 2003), pp. 239–250.

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ideas y acciones políticas del republicanismo español? y ¿cómo impactaron sus ideas y su actuación política? Para ello, primero, se trazará un cuadro sobre qué, cómo, y a través de qué canales se conocía al republicanismo español en la Argentina para colocar, luego, el lugar que tenían las ideas y acciones de los políticos más representativos de las diferentes corrientes del pensamiento en el imaginario político de las élites argentinas. Los rastros de influencia de las ideas de Nicolás Salmerón invitan, por fin, a desplegar el análisis en torno a la labor intelectual y política de Antonio Atienza y Medrano, antiguo compañero de fatigas y andanzas de Salmerón y, en definitiva, discípulo en ideas y pensamiento. Sin lugar dentro de las filas del republicanismo español, y ante las expectativas de promoción social que auguraba un territorio con registros culturales cercanos al otro lado del Atlántico, Atienza acabó emigrando a la Argentina y desplegando allí en acciones y proyectos varios de las formulaciones del republicanismo reformista.

EL REPUBLICANISMO ESPANOL EN EL IMAGINARIO DE LAS ELITES POLITICAS ARGENTINAS

Por lo menos hasta su muerte, Emilio Castelar eclipsó la proyección de cualquier otra corriente de pensamiento republicano español en la Argentina. De todos los republicanos españoles fue Castelar el más famoso por aquellas tierras. Sus postulados a favor de la extensión del sufragio y su defensa de las libertades y del individualismo se correspondieron con los del liberalismo que defendían y propiciaban las élites políticas argentinas de finales del siglo XIX. No tendría Salmerón ni el alcance internacional ni el renombre de los que gozaba Castelar en las modernas naciones de América Latina en los albores del siglo XX. Hacia 1903, y ya desparecido aquél, Salmerón comenzó a ser más conocido en la Argentina. Y es que entonces, bajo su estímulo, había hecho surgir en España la Unión Republicana en aras de aunar todas las fuerzas y corrientes del republicanismo, y los emigrantes republicanos en la Argentina se habían hecho eco de esa propuesta movilizadora de gentes y recursos. La oratoria de Castelar, elocuente, verbosa y elegante, había conquistado el imaginario de los políticos latinoamericanos, que le imitaban en las cámaras y en las conferencias, que le visitaban, que le

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escuchaban en las Cortes, y que le leían tanto en reproducciones de sus obras por las casas editoriales como en la prensa de las grandes ciudades de América Latina. Sabida es su colaboración a periódicos de la colectividad española en Buenos Aires, como El Correo Español, y al renombrado formador de la opinión pública porteña, La Nación. Las bien pagadas corresponsalías sobre el devenir de la vida política europea y la reproducción de sus escritos para el prestigioso diario de Bartolomé Mitre le habían permitido a Castelar solventar sus estancias de exilio parisino. Asistió su pluma a perfilar lugares comunes para la coincidencia ideológica de las distintas corrientes de pensamiento que en la capital argentina se informaban y pensaban en torno a las idas y vueltas de la política en el mundo. Sus notas y comentarios en la prensa argentina contribuían a crear una opinión entusiasta con el republicanismo y con unas ideas anticlericales que impregnaban, con cautela pero también con cierta asiduidad, el discurso periodístico y que atendían a las preferencias lectoras de un público cada vez más amplio de italianos y españoles, y de las crecientes clases medias.9 Aún antes de ocupar Castelar la presidencia de la primera República española – pues tan bien fue acogida por los latinoamericanos la presencia de un liberal no tan radical en el gobierno de España –, se venía ganando la vida como periodista, completando un sueldo de catedrático de “Historia Crítica y Filosofía de España” en la Universidad de Madrid, que había obtenido en 1857 pero que, por avatares de la vida política, no siempre ejercía. Quincenalmente aparecían sus comentarios sobre la vida política e intelectual española y europea, no sólo en los periódicos de Buenos Aires, sino también en los de Lima (El Nacional) y Ciudad de México (El Monitor Republicano),10 y también en publicaciones de Nueva York como La Revista Ilustrada y el Herald.11 Se podría enmarcar a Castelar entre las primeras voces liberales españolas que más tarde bregarían y disputarían proyectos a 9 Tulio Halperín Donghi, José Hernández y sus mundos (Buenos Aires 1985), pp. 73–75 y 201. 10 Para las colaboraciones de Castelar en la prensa mexicana y, en general, para el influjo del republicano español en las ideas políticas de los intelectuales mexicanos en la segunda mitad del siglo XIX, ver Charles Hale, The Transformation of Liberalism in Late Nineteenth-Century Mexico (Princeton 1989), cap. 2. 11 Charles Hale, “Ideas políticas y sociales en América Latina, 1870–1930”: Leslie Bethell (ed.), Historia de América Latina, tomo 8: Cultura y sociedad, 1830–1930 (Barcelona 1991), pp. 1–63, aquí: p. 4.

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favor de una comunidad cultural como principal rasgo de una identidad colectiva compartida, trasnacional y trasatlántica, de una raza latina en tiempos en que el concepto de raza y de exclusión a la diferencia traspasaría el lenguaje científico para acoplarse a lecturas políticas e intelectuales asociadas con la idea de decadencia y la necesidad de superación de varias naciones occidentales frente al esplendor y la modernidad de otras de tradiciones y culturas anglosajonas.12 Sin haber viajado a América, Castelar fue un precoz conocedor de ella y de su gente dentro de los ambientes liberal-democráticos españoles. Informó de noticias culturales sobre América, mantuvo un epistolario más o menos regular con escritores latinoamericanos y trató con los viajeros expertos en las tareas de estado que visitaban España en la última mitad del siglo XIX. A muchos de ellos les había conocido en sus estancias de exilio parisino, como, por ejemplo, a Domingo F. Sarmiento, por quien brindó apoyando su candidatura a presidente de la República Argentina cuando la hizo pública en un viaje a París en 1867 y alardeando por la “fusión de las almas de España y América” en nombre de la democracia y la libertad.13 Aún retirado de la vida política, a Castelar le visitaban diplomáticos, corresponsales de periódicos, estadistas, hombres de letras y políticos argentinos que pasaban por Madrid. Ramón Cárcamo, por ejemplo, le visitó en su viaje que hiciera a Madrid en 1891. Años antes Castelar había atendido las recomendaciones de “amigos políticos americanos” como Juárez Celman, presidente depuesto por la Revolución de 1890, o de otros como María Guerrero, Rafael Calvo y Héctor

12 Sobre las iniciativas de Castelar a favor de una unión latina, ver Carlos Rama, Historia de las relaciones culturales entre España y América Latina: siglo XIX (Madrid 1982), p. 95. Sobre la dimensión adquirida por el concepto de raza en contextos de crisis a finales del siglo XIX, ver Edmundo Demolins, En qué consiste la superioridad de los anglosajones (Madrid 1899); Giuseppe Sergi, La decadencia de las naciones latinas (Barcelona 1901); y Rafael Altamira, Cuestiones hispanoamericanas: Las universidades españolas y la cultura americana, nuestra política americanista, latinos y anglosajones, el castellano en América, etc. (Madrid 1910). Como análisis, ver Lily Litvak, Latinos y anglosajones: orígenes de una polémica (Barcelona 1980), especialmente: pp. 39–80; también Isidro Sepúlveda Muñoz, Comunidad cultural e hispano-americanismo, 1885–1936 (Madrid 1994), pp. 272–274; y Oscar Terán, Vida intelectual en el Buenos Aires de fin de siglo. Derivas de una cultura científica (Buenos Aires 2000), p. 74. Para una teoría sobre el concepto de raza, ver Etienne Balibar/Immanuel Wallerstein, Race, nation, class: ambiguous identities (Londres 1991). 13 Hale, “Ideas políticas” (nota 11), p. 4.

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Varela.14 También había considerado las cartas de Dardo Rocha, quien había sido gobernador de la provincia de Buenos Aires y mantenía excelentes vínculos con la élite de emigrantes españoles simpatizantes con las ideas republicanas en la Península, entre ellos Rafael Calzada, el más descollante.15 Hasta tal punto Castelar atraía la atención en los círculos de la élite porteña que parte de sus libros fue a parar a la encomiable biblioteca del Jockey Club, ámbito exclusivo de sociabilidad política de los sectores dirigentes de la ciudad de Buenos Aires.16 La visibilidad y el peso que parece haber tenido Castelar para los hacedores de la vida política argentina no significan, sin embargo, que el resto de tendencias del republicanismo español haya estado ausente del imaginario de las élites políticas de aquella joven nación latinoamericana. Las fórmulas de pensar y de hacer política por parte de los hombres de aquel republicanismo centrista, legalista y reformista representado por Nicolás Salmerón también interesaron a los políticos e intelectuales argentinos que buscaban modelos, experiencias y soluciones en las prácticas y formulaciones diseñadas en las naciones europeas; también en España. La visita a las Cortes de Madrid formaba parte del recorrido por las instituciones y personajes públicos que realizaban las élites políticas de los países hispanoamericanos en sus viajes, escalas o estancias por España. Diplomáticos, hombres en la preparación de las tareas de estado, visitantes de paso, periodistas e, incluso, intelectuales registraban su nombre en la lista de peticiones para la concesión de permisos y pases temporales de entrada al Palacio del Congreso en los tiempos de la Restauración. Las Cortes tenían, acaso, un atractivo que sugería a los

14 Varela pertenecía al entorno de Bartolomé Mitre y del círculo de La Tribuna. Como cónsul general de la Argentina en España se mantuvo cercano a los liberales y republicanos españoles y se convirtió en uno de los animadores de un socorrido “diálogo hispanoamericano” pronunciado por las élites intelectuales y políticas. Sobre Varela, ver Leoncio López-Ocón, Biografía de ‘La América’. Una crónica hispano-americanista del liberalismo democrático español, 1857–1886 (Madrid 1987), pp. 157–159 y 173. Para el resto, ver Ramón Cárcano, Mis primeros ochenta años (Buenos Aires 1965), pp. 195–197. 15 Dardo Rocha visitaría también al federalista republicano Pi y Margall. Ver Martín Dedeu, Nuestros hombres de la Argentina: Dr. Rafael Calzada (Buenos Aires 1913). Sobre D. Rocha y R. Calzada, ver Caras y Caretas 449, 11 de julio de 1907. 16 Sobre la influencia de Castelar en Hispanoamérica, ver Eduardo Posada Carbó, “Emilio Castelar: República, liberalismo y poder de la oratoria”: Carlos Malamud (comp.), La influencia española y británica en las ideas y políticas latinoamericanas (Madrid 2000), pp. 79–94.

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políticos hispanoamericanos no obviar la visita a uno de los centros por excelencia del debate político español. Cuando las élites argentinas viajaban a las capitales de otros países europeos, visitaban también los parlamentos de Londres o París para observar la dinámica en las cámaras o escuchar los discursos de los políticos de moda al tiempo que acudían a los teatros y museos, contemplaban los progresos de la urbanidad de la época, y estaban atentos a la vida cultural europea y a los elementos que definían la identidad nacional diferenciada.17 Todo servía para establecer contrastes y paralelismos con otros escenarios occidentales, incluidos los Estados Unidos, que no faltaban en las rutas de introspección de los entonces viajantes argentinos.18 Miguel Cané, por ejemplo, en su segundo viaje a Europa tras ser diputado nacional, se instaló en París y por las tardes asistía a los debates de las cámaras para escuchar los discursos parlamentarios que más le impresionaban: aquéllos pronunciados por quienes estaban más a la izquierda del liberalismo francés, como Jules Ferry, León Gambetta o Georges Clemenceau.19 Pero no bastaba con leer las arengas de los parlamentarios de mayor renombre en la prensa, tampoco con escuchar los contenidos de los discursos en el recinto, sino también había que verlos decir. No todos los políticos argentinos que pasaron por Madrid entre finales del siglo XIX y comienzos del XX dejaron constancia de sus impresiones sobre las visitas hechas al Parlamento español. Quienes sí lo hicieron reconocían en Salmerón a un político que merecía ser visto y oído en las Cortes. El propio Miguel Cané, cuando se desempeñó como ministro plenipotenciario argentino en España durante los años ochenta del siglo XIX, si bien apenas prolongaba sus estancias en Madrid, asistía a las Cortes con alguna regularidad y prefería las visitas al recinto parlamentario a las recepciones diplomáticas.20 Con el tiempo diría, sin embargo, que “las piezas hojarascas de los oradores” de un parlamento 17 Para la atracción que ejercía París para el mundo intelectual, ver Jacques Dugast, La vida cultural de Europa entre los siglos XIX y XX (Barcelona 2003), pp. 81–86. 18 Como muestra del interés por conocer el funcionamiento del poder legislativo en los países europeos y de los Estados Unidos, ver Eduardo Wilde, Obras Completas. Viajes y observaciones, segunda parte, vol. XIII (Buenos Aires 1939), pp. 115–124. 19 Jimena Sáez, “Argentinos en Europa”: Felix Luna, Lo mejor de Todo es Historia, vol. 3 (Buenos Aires 2002), pp. 317–345, especialmente: p. 333. 20 Sobre el comportamiento de Cané en Madrid, ver la carta al encargado de la legación española en Buenos Aires del 23 de mayo de 1888: Archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores de España, Correspondencia con Embajadas y Legaciones, Argentina, Histórico (H) 2314.

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“enfermo de retórica y desencanto” le habían desanimado a continuar presenciando los debates en las Cortes, excepto las respuestas al discurso de la Corona. Creía que “[...] el espectáculo que ofrecen las Cortes españolas, si bien pueden halagar el oído de los que aman ante todo los arabescos de la palabra y la gallardía de la lengua castellana bien manejada, entristece forzosamente la inanidad de esos torneos oratorios que consumen un tiempo precioso, absorbiéndolo en perjuicio de las graves cuestiones de interés nacional”.21

Por entonces en el Parlamento español se hablaba en exceso y poco se discutía, los diputados leían o decían discursos sin muchas limitaciones en el uso de palabra e intervenían por alusiones sin más.22 Pero aquellos dictámenes de Cané se entremezclaban con su visión de una España antimoderna y atrasada, que había sido construida en la moderna nación americana desde los tiempos de la independencia y que comenzaría a cambiar recién a las puertas del nuevo siglo.23 Con todo, Cané valoró la habilidad oratoria y parlamentaria de políticos dentro de la amplia franja del liberalismo, como Práxedes M. Sagasta, Cristino Martos, Segismundo Moret, Emilio Castelar, Antonio Cánovas del Castillo – y de Nicolás Salmerón.24 Castelar no le había sorprendido especialmente, porque “[...] jamás el famoso orador se ha lanzado a los azares de la improvisación”. Tenía poca réplica y le parecía poca habilidad del elocuente parlamentario el no contestar hasta veinticuatro horas más tarde. Salmerón, en cambio, era un político “correcto, sin brillo, y monótono como un pastor protestante”. De todos, el que más le había entusiasmado a Miguel Cané era Cánovas del Castillo, político de “oratoria colosal”, de discursos magistralmente pensados y dichos que no había oído decir ni siquiera en los parlamentos de Inglaterra, Francia o de los países americanos. Otros visitantes ni aun estimaron que la oratoria de Salmerón fuese digna de atención para un comentario sobre la impresión causada de la visita a las Cortes. Era el caso de Ramón Cárcamo, hombre vinculado al roquismo, quien recordó en sus memorias su paso por las Cortes de Madrid y la oratoria 21

Raúl Sáenz Hayes, Miguel Cané y su tiempo (Buenos Aires 1955), p. 355. Mercedes Cabrera, “Vida parlamentaria”: eadem (dir.), Con luz y taquígrafos. El Parlamento de la Restauración, 1913–1923 (Madrid 1998), pp. 201–202. 23 Sirva como ejemplo la transformación de las impresiones de Eduardo Wilde en sus sucesivos viajes a España entre 1880 y 1910. Wilde, Obras completas (nota 18), pp. 320–348. 24 Sáenz Hayes, Miguel Cané (nota 21), pp. 354–455. 22

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parlamentaria de Cánovas del Castillo, de Segismundo Moret, de Silvela, de Castelar o de Práxedes M. Sagasta – pero no la de Salmerón.25 Ese relativo desinterés por el discurso parlamentario de Salmerón no dejaba, sin embargo, de producir lugares oportunos para las referencias en torno a los políticos españoles construidas por los formadores de la opinión pública en la Argentina. Manuel López Weigel, por ejemplo, periodista parlamentario y autor de breves y satíricas crónicas sobre los debates y personajes del Congreso argentino, conocía bastante sobre los detalles que hacían de Salmerón uno de los políticos más elocuentes y con ademanes singulares en el arte de la retórica parlamentaria. Y en caso de no haberle visto decir en las Cortes de Madrid, bastaba con mantenerse informado de los avatares y las opiniones sobre la vida política española desde las páginas de la prensa de la colectividad de los emigrantes que vivían en Buenos Aires. En El Correo Español, hasta 1905, y en El Diario Español, desde entonces, se transcribían los discursos más vibrantes que los políticos peninsulares pronunciaban en la calle, en las tribunas parlamentarias y en los ámbitos académicos. De hecho, aquel periodista utilizó la opinión que se tenía del político Salmerón para definir los perfiles de la actuación parlamentaria de Estanislao Zeballos, publicista, profesor universitario, formador de la opinión pública como director de La Prensa, miembro vinculado a distintos esfuerzos asociativos de la élite española de Buenos Aires, ministro de Relaciones Exteriores y, finalmente, diputado desde 1912. Diría López de él que era “[...] uno de los hombres más verbosos que ha pasado por el Congreso y que tiene la facultad que se le atribuye a aquel orador español del siglo pasado, Salmerón, quien, interrumpido en medio de un discurso, dejaba el párrafo trunco, contestaba con alguna extensión al interruptor y luego, para admiración de los oyentes, continuaba la frase en la palabra en que la había suspendido”.26

REPUBLICANISMO Y REFORMISMO EN LA EMIGRACION: ANTONIO ATIENZA Y MEDRANO Uno de los rastros de la proyección del pensamiento de Nicolás Salmerón en la Argentina se reconoce por la labor intelectual y política 25 26

Cárcano, Mis primeros ochenta años (nota 14), pp. 200–201. Ramón Columba, El Congreso que yo he visto (Buenos Aires 1948), p. 68.

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de uno de sus discípulos que emigró a la Argentina en momentos previos a la gran inmigración masiva: Antonio Atienza y Medrano. Este republicano nació en la provincia de Almería en 1852 y recaló en Madrid para estudiar las carreras de Humanidades y de Derecho; la primera no la completó y se graduó en 1873 de Derecho Civil y Canónico por la Universidad Central, en tiempos en que el pronunciamiento a favor de la Revolución de Septiembre había exaltado el ánimo de la juventud republicana.27 Desde su etapa de estudiante universitario estuvo vinculado a Salmerón, quien lo introdujo en el mundo docente. Enseñó Latín en el Colegio Internacional, que fue dirigido por el propio Salmerón cuando corrían malos tiempos para la enseñanza de principios liberales en la Universidad Central de Madrid, haciendo de aquella institución uno de los precedentes de la Institución Libre de Enseñanza.28 Allí, Atienza se identificó con las ideas krausistas que propiciaban un desarrollo armónico de la actividad humana; y ya, como institucionista, fue profesor de Lengua y Literatura españolas. En 1877 publicó en su boletín una nota sobre las relaciones entre moral, derecho y religión. Como hombre de confianza de los patriarcas del republicanismo, en los tiempos de la primera República ocupaba cargos en la escala de jerarquías del Ministerio de Ultramar. Con la restauración de la monarquía borbónica emigró, como lo harían Salmerón, Pi y Margall, Castelar y muchos otros republicanos, a Francia. De regreso a España, trabajó en el bufete de Salmerón, fue nombrado secretario del Partido Centralista – fundado por aquél y sus seguidores – y fue candidato a las Cortes en 1885, aunque no logró su escaño. Por esas fechas publicó un libro que reunía comentarios a detractores de la filosofía krausista.29 Por entonces la prensa republicana había logrado reconstruirse de las limitaciones a la libre expresión que había impuesto Cánovas en los primeros tiempos de la Restauración, por un lado, y de las dificultades derivadas del proceso de fragmentación y de enfrentamiento de 27

Para una primera aproximación de biografía intelectual sobre Atienza y Medrano, ver H. Biagini, “Atienza y Medrano, vindicador krausista”: Redescubriendo un continente. La inteligencia española en el París americano en las postrimerías del siglo XIX (Sevilla 1993), pp. 281–291. Para más datos biográficos sobre él, ver El Diario Español, 17 de julio de 1906. 28 Vicente Cacho Viú, La Institución Libre de Enseñanza (Madrid 1962), pp. 134– 179. 29 Antonio Atienza y Medrano, Estudios políticos (Madrid 1883).

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las distintas corrientes que poco facilitaban la formación de periódicos republicanos, por el otro. En Madrid, capitales de provincia y en núcleos de población con base social republicana, la prensa ocupó un lugar relevante para desvelar las orientaciones de cada tendencia del republicanismo. Atienza colaboró con La República, que defendió los postulados federalistas de Pi y Margall, al tiempo que asistió con su pluma a otros periódicos republicanos como La Propaganda, El Demócrata y El Liberal. Sin embargo, por su proximidad con los postulados de Salmerón, acabó aceptando, en 1889, la dirección ofrecida para La Justicia, desde donde se defendió la vía legal del procedimiento electoral para alcanzar una democracia republicana. Allí escribieron los intelectuales vinculados a ese grupo republicano que sería el germen del institucionismo español: Urbano González Serrano, Alfredo Calderón y Gumersindo Azcárate – los “krausoinstitucionistas” que propiciaron la vía legalista, democrática y parlamentaria de la acción política republicana.30 Limitadas sus expectativas de promoción social dentro de las fraccionadas filas del republicanismo en la Península, poco después emigró a Buenos Aires con toda su prole. Se encontró allí con otros compatriotas, como Rafael Calzada, Serafín Álvarez, Carlos Malagarriga o Justo López de Gomara. Todos ellos habían sido en su juventud alumnos de Derecho, hombres cercanos o colaboradores de despacho de los primates del republicanismo español y habían relegado el retorno inmediato ante las oportunidades de movilidad social que ofrecía el desarrollo económico argentino en el último tramo del siglo XIX. El hecho de haber llegado en momentos previos a la inmigración masiva con un sólido patrimonio en materia de ideas le había facilitado, además, formar parte de la numerosa y rica élite de españoles en la Argentina. Ésta gestionaba los símbolos y los recursos para el conjunto del colectivo y de cara a la integración, y el reconocimiento en la nueva sociedad a partir del control de las instituciones benéficas, de socorro mutuo, entidades financieras y de ahorro, y sociedades recreativas, patrióticas, instructivas y editoriales de la colectividad. Junto a otros emigrados españoles en la Argentina, Atienza participó en las empresas de reelaboración cultural sobre el pasado y el legado hispano, de las que también formaban parte intelectuales y políticos argentinos. 30

Sobre la prensa republicana, ver Manuel Súarez Cortina, “Libertad de prensa, elites republicanas y periodismo”: El gorro frigio (nota 1), pp. 61–89.

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Estas empresas, además, desde las últimas dos décadas del sigo XIX harían transformar la hispanofobia construida desde los tiempos de la independencia en una hispanofilia que daría lugar a unas reacciones culturales y políticas hasta entrada la primera década del siglo XX que no siempre hay que leer como reflejo de una mutua aversión hacia las pretensiones hegemónicas de los Estados Unidos sobre “naciones latinas”;31 lecturas y mensajes de unos y otros que darían lugar a acciones con alto valor simbólico, que contribuirían a un cambio de visión de España en la Argentina y que acabarían afectando al imaginario colectivo. Así, por ejemplo, en los inicios del siglo XX, y tras años de polémica sobre “un tema delicadísimo”, la élite dirigente argentina decidió suprimir las estrofas despreciativas hacia España en un himno pensado décadas pasadas para alabar las luchas por la independencia.32 Asimismo, en nombre de una amorfa idea de comunión cultural entre naciones de una misma lengua y raza, afloraron otros debates en torno al idioma nacional y a los métodos de la enseñanza del “castellano” ante la “contaminación” resultante del proceso de inmigración masiva.33 Atienza y Medrano se introdujo con relativa facilidad en las distintas esferas de sociabilidad pública que ofrecía la sociedad porteña de entonces. Sus primeros pasos los dio en el periodismo, y desde allí dirigió la Ilustración Española y Americana, para la cual escribían – o reproducían los trabajos inicialmente aparecidos en la prensa española – las mejores plumas del krausismo hispano. Su estilo y su palabra lo habían hecho merecedor de calificativos tales como “escritor castizo”, “periodista distinguido” y “brillante orador”. A los pocos meses de llegar se desempeñó como docente en el prestigioso Colegio Nacional de Buenos Aires, donde se formaban las élites porteñas antes 31 Para el paso de la hispanofobia a la hispanofilia, ver José C. Moya, Cousins and Strangers. Spanish Immigrants in Buenos Aires, 1850–1930 (Berkeley 1998), cap. 7. 32 Rafael Calzada, Cincuenta años en América. Notas autobiográficas, vol. 2 (Buenos Aires 1927), p. 13; Ignacio Garcia, “‘... Y a sus plantas rendido un León’: Xenofobia antiespañola en la Argentina”: Estudios Migratorios Latinoamericanos 39 (Buenos Aires 1998), pp. 195–221; y Lilia Bertoni, Patriotas, cosmopolitas y nacionalistas. La construcción de la nacionalidad argentina a fines del siglo XIX (Buenos Aires 2001), pp. 180–184. 33 Sobre la polémica por el idioma nacional, ver Ernesto Quesada, El problema del idioma nacional (Buenos Aires 1900); y Caras y Caretas, mayo de 1900; Carl Solberg, Immigration and Nationalism in Argentina and Chile, 1890–1914 (Austin 1970), pp. 139– 140. El tema es recogido también por Fernando Devoto, Nacionalismo, fascismo y tradicionalismo en la Argentina moderna. Una historia (Buenos Aires 2002), pp. 23–26.

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de entrar en las facultades de Derecho o Medicina. Al igual que Ricardo Monner Sanz, un catalán monárquico, fue allí profesor de cursos sobre lengua y literatura españolas sin necesidad de “naturalizarse argentino”, ya que un decreto del Ministerio de Educación argentino de 1899 permitía a los españoles impartir docencia en centros públicos de enseñanza.34 Atienza enseñó en esa institución hasta que sería relegado dos años más tarde a raíz de un cambio ministerial. Desde entonces, y hasta su temprana muerte en 1906, concentró su actividad intelectual para La Prensa, periódico para el que regularmente había hecho contribuciones desde su llegada a la Argentina. Era aquél uno de los sitios más acreditados de reclutamiento de plumas eficaces, útiles y pulcras que no exigían grandes remuneraciones y podían satisfacer las aspiraciones truncadas de personalidades marginadas. En “el coloso de la prensa americana” encontraba Atienza el ambiente que pudo parecerle idéntico al que le rodeaba en España.35 Allí, además, se hizo conocer entre los hombres más vistosos de la vida pública argentina. Fundado por el Dr. José C. Paz en octubre de 1869, hacia comienzos del siglo XX La Prensa era el periódico porteño con mayor circulación entre diferentes sectores sociales. Con una tirada cercana a los 100.000 ejemplares, gozaba de prestigio y popularidad, y era reconocido internacionalmente como una de las máximas expresiones del periodismo moderno por sus servicios cablegráficos y corresponsalías en todo el mundo.36 En 1898 La Prensa inauguró un soberbio y lujoso edificio principesco en el corazón de Buenos Aires, donde las rotativas imprimían los ejemplares, los redactores escribían editoriales y noticias y, finalmente, se diseñaba el periódico. “La casa de la ciudad”, como entonces le llamaban a las instalaciones del matutino, ofrecía, además, una serie de servicios gratuitos para el público que traducían gran parte de los ideales educativos y laicos de los reformadores krausistas. En el piso que daba directamente a la calle funcionaban “consultorios” 34

Carlos Escudé, El fracaso del proyecto argentino. Educación e ideología (Buenos Aires 1990), p. 5. 35 El Diario Español, 17 de julio de 1906. 36 Sobre el periodismo argentino de la época, ver Vicente Blasco Ibáñez, Argentina y sus grandezas (Madrid 1911), pp. 408–414; Ema Cibotti, “Del habitante al ciudadano: la condición del ciudadano”: Mirta Z. Lobato (comp.), El progreso, la modernización y sus límites, 1880–1916 (Buenos Aires 2000), pp. 365–408; y Adolfo Prieto, El discurso criollista en la formación de la Argentina moderna (Buenos Aires 1988).

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médicos, jurídicos y químicos, talleres de escritura, lengua y literatura españolas, y una biblioteca que permanecía abierta hasta media noche, y en la que cualquier visitante podía consultar diccionarios y revistas de todo el mundo; a diario acudían al “edificio popular” personas de todo tipo para conseguir informes, trabajo o “algún consejo útil”. Atienza y Medrano fue no sólo periodista para La Prensa, sino también el profesor responsable de impartir las clases de Gramática y Literatura españolas para las cátedras creadas para tal fin en el edificio del periódico. Mediante esa experiencia laboral, Atienza acabó plasmando en Buenos Aires las iniciativas de extensión universitaria, de formación de aulas de educación popular, así como de instrucción cultural al obrero, a la mujer y a los sectores sociales más desprotegidos; o sea, la proyección social de unas ideas que había aprendido al lado de su maestro, Nicolás Salmerón, y del conjunto de intelectuales y políticos de las tendencias legalistas y reformistas del centro republicano. Hombre de pensamiento krausista, Atienza creía que los estímulos del conocimiento y de la educación para una población no exclusivamente universitaria eran elementos claves de regeneración nacional y pasos previos para la emancipación social. Desde esas cátedras creadas por el periódico al iniciarse el siglo XX, Atienza puso en ejercicio todo el potencial de ideas reformadoras en materia educativa con las que republicanos como él se habían impregnado en la Institución Libre de Enseñanza. De la visita que Giner de los Ríos y un grupo de discípulos de aquella institución hicieran a Inglaterra en 1886 llevarían las prácticas de la educación para amplios colectivos sociales que funcionaban entonces, con bastante éxito, en las universidades de Oxford y Cambridge.37 Atienza puso en práctica en Buenos Aires, por tanto, fórmulas de extensión universitaria que los institucionistas venían ensayando en Oviedo desde 1898 y que más tarde experimentaría la Universidad de La Plata. En ese sentido, Atienza contribuyó a la difusión en la Argentina del pensamiento y de las ideas diseñadas por los “krausoinstitucionistas” en la búsqueda de reformas políticas y sociales que por vías legales acercasen España a su entorno. 37

Sobre la universidad inglesa como modelo de la “universidad ideal” para los institucionistas españoles, ver Adolfo Posada, “Mi Universidad”: Para América desde España (París 1910), pp. 99–110, recogido por Francisco Laporta, Adolfo Posada: Política y sociología en la crisis del liberalismo español (Madrid 1974), p. 45.

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No habría que esperar, entonces, a los viajes a Buenos Aires de Rafael Altamira, en 1909, y de Adolfo Posada, en 1910, y a la conocida experiencia de intercambio universitario de la Universidad de Oviedo con la Universidad Nacional de La Plata, creada en 1905 por Joaquín V. González, para encontrar registros del encuentro de las experiencias reformistas entre las élites políticas e intelectuales de España y la Argentina.38 Las huellas del diálogo reformista hay que buscarlas en momentos previos a la explosión de formulaciones de políticos e intelectuales a favor de un reencuentro con símbolos y legados de España que se sucedieron en torno a las celebraciones del centenario de las proclamaciones favorables a la independencia de las entonces provincias del Río de la Plata; y, sobre todo, hay que buscarlas en interlocutores marginales o en la sombra de un campo intelectual y de formación de opinión en el que se fusionaban, recogían y se correspondían tradiciones de un pensamiento reformista llevado y actualizado por los republicanos emigrantes de la Argentina a finales del siglo XIX a partir del periodismo y otras empresas culturales que se ponían en funcionamiento en un contexto de hispanofilia. Los resultados de la trayectoria de Atienza y Medrano pueden servir para demostrarlo, lo que no es tarea fácil, ya que, por un lado, su obra queda dispersa en una serie de publicaciones y artículos periodísticos y, por el otro, parece ser que no era hombre de gran visibilidad pública, sino más bien “hombre de carácter austero”, de “vida retraída” y “reservado, introvertido y ajeno a mostrarse en las multitudes”, según las notas de condolencia escritas por Malagarriga en El Diario Español con motivo de su muerte. Con todo, entre sus obras figuran Lecciones del idioma castellano y La Escuela Argentina y su influencia social, ambas resultado de la experiencia docente de Atienza en Buenos Aires. Trabajos suyos también aparecieron en publicaciones que congregaban autores y postulados a favor de un impulso cultural en clave de encuentro regenerador entre España y América, como La España Moderna y la Revista Contemporánea. Por último, fue colaborador de El Diario Español, periódico del colectivo de inmigrantes españoles en la Argentina.

38 Eduardo Zimmermann, “La proyección de los viajes de Adolfo Posada y Rafael Altamira en el reformismo liberal argentino”: Jorge Uría (coord.), Institucionismo y reforma social en España. El Grupo de Oviedo (Madrid 2000), pp. 66–78.

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Atienza, uno de los miembros más letrados de la comunidad de españoles que habían logrado consolidarse socialmente en la moderna nación latinoamericana, formó parte de las diferentes experiencias asociativas del colectivo en Buenos Aires. Fue miembro, y en momentos presidente, de la Asociación Patriótica Española, una organización fundada en Buenos Aires por la élite de inmigrantes a raíz del conflicto sobre Cuba desatado entre España y los Estados Unidos. Formar parte de los puestos jerárquicos de asociaciones como aquélla significaba obtener capital político, oportunidades de negocio y relaciones de control social hacia el resto del colectivo; resultados derivados de la posición de unas élites que, en definitiva, contribuirían a interferir activamente en las cadenas de información, a consolidar posiciones dentro de la colectividad y a codificar símbolos, mitos, proyectos y mensajes comunes que hacían operar, a la distancia, una identidad nacional fuera del territorio de pertenencia.39 De hecho, bajo la égida de aquella institución se pretendía representar a todos los intereses de la colonia española en el exterior y aunar todas las empresas políticas y sociales que se hicieran en nombre del patriotismo español a la distancia: de ahí el empeño de los administradores de recursos materiales y simbólicos de la Asociación por mostrar iniciativas y logros de carácter asistencial para el emigrante con penurias y de “auxilio patriótico” al Gobierno español. Así quedó demostrado con la colecta hecha por la Asociación para comprar el crucero Río de la Plata para la guerra de España en defensa de sus últimas colonias en América40 o con la asistencia para los afectados de unas inundaciones o terremotos en Andalucía;41 accio-

39 Alejandro Fernández, “Los españoles de Buenos Aires y sus asociaciones en la época de la inmigración masiva”: Hebe Clementi, Inmigración española en la Argentina (Buenos Aires 1991), pp. 58–83. Sobre el papel de las élites de un colectivo para la elaboración de valores y referencias, ver Benedict Anderson, Imagined Communities (2a ed., Londres 1991). 40 Para detalles sobre la compra del crucero por la Asociación Patriótica, ver Archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores de España, Correspondencia con Embajadas y Legaciones, Argentina, H 2314. 41 Sobre la trayectoria de esta asociación, ver Félix Ortiz y San Pelayo, Boceto histórico de la Asociación Patriótica Española (Buenos Aires 1914); también, Alejandro Fernández, “Patria y cultura. Aspectos de la acción de la elite española en Buenos Aires, 1890–1920”: Estudios Migratorios Latinoamericanos 6–7 (Buenos Aires 1987), pp. 291–307; y Rafael Escobar y Ramírez, Las fiestas del Centenario en la Argentina (Madrid 1912), p. 276.

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nes benefactoras para las que, además, contaban para su difusión en la Península con un republicano parlanchín e institucionista, Rafael María de Labra. En 1903 Atienza asumió la presidencia de la Asociación Patriótica Española e impulsó una de las empresas culturales más comprometidas por difundir las visiones positivas del reformismo español en las versiones de republicanos y liberales. Por entonces fundó la revista semanal España como órgano de prensa de la Asociación. Fue aquél un ámbito de convergencia de las iniciativas de reforma social y política diseñadas por intelectuales americanos y españoles vinculados a aquellas tendencias del republicanismo legalista. También, fue aquél un espacio para construir discursos y mensajes afirmativos de una identidad colectiva nacional y de un sentimiento patriótico lejos de España que, al tiempo que ayudaban a limar las diferencias políticas en el seno de la colonia española en la Argentina que por entonces afloraron, nutrían con argumentos de modernidad y reforma a la hispanofilia argentina.42 Y es que entre los destinatarios de los discursos y de las ideas difundidas desde España estaban las élites políticas e intelectuales argentinas. Unos pocos pero muy influyentes representantes de aquéllas integraban la junta consultiva de esa entidad. Era el caso, por ejemplo, de Estanislao Zeballos (sobre quien antes se han hecho referencias) o, también, el de Joaquín V. González, reformista conservador y conocido por el más elaborado – aunque frustrado en el Parlamento – proyecto de reformas sociales para la Argentina y por una reforma electoral que en 1902 precedió a la conocida ley Sáenz Peña de 1912.43 La Asociación fue, pues, una organización que, bajo la presidencia de Atienza, se forjó como lugar de encuentro, de transferencias, de interacción de tradiciones de pensamiento, de intereses comunes por propuestas reformistas y de la propagación de un ideario republicano útil para encauzar por vías legales la acción política y el reformismo social. En definitiva, era uno de los ámbitos de sociabilidad entre élites para el entendimiento y la conjunción de aportes de hombres

42

Ángel Duarte, “España en la Argentina. Una reflexión sobre el patriotismo español en el tránsito del siglo XIX al XX”: Anuario IEHS 18 (2003), pp. 251–271. 43 Sobre González, ver Darío Roldán, Joaquín V. González, a propósito del pensamiento político-liberal, 1880–1920 (Buenos Aires 1993).

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que, como Atienza, tenían algún tipo de vinculación con el institucionismo y republicanismo español. Atienza, el discípulo de Salmerón en tierras argentinas, murió en 1906 cuando, según sus amigos, estaba “en pleno vigor intelectual”. Fue precisamente Joaquín V. González el encargado de pronunciar el discurso de despedida en memoria de su “maestro y amigo” en la velada necrológica celebrada en su honor en la propia sede de la Asociación Patriótica Española.44 Fueron aquellas páginas entrañables, de hondo afecto, de reconocimiento personal e intelectual para un “maestro del idioma”, “un clásico moderno, un liberal conservador, un ortodoxo reformista, un pulcro despreocupado”. Con él, González había compartido a diario lugares comunes de pensamiento, de ideas, momentos de trabajo, títulos para libros y la confianza de secretos y murmullos sobre el excesivo conservadurismo de los corporativos de la Academia. Reconoció en Atienza a un hombre de pensamiento innovador y precursor, a “un sembrador de ideas [en suelo argentino]”, a quien se atrevió a ensayar las reformas en la educación mediante nuevos métodos de la enseñanza del idioma, abandonando las rígidas y estéticas fórmulas de una gramática vetusta y adoptando los métodos que había ensayado en la Institución de Libre Enseñanza. González y Atienza se habían encontrado en maestros y libros. Diría González: “Queríamos ir juntos a derribar Pirineos intelectuales y económicos, y dejar entrar la lenta y prolífica invasión de las ideas extrañas”, y añadió: “Krause a través de Ahrens han sido su bautizo en la política fundamental; Krause a través de Azcárate, Salmerón, Giner de los Ríos y otros nobles espíritus, han sido sus iniciadores”.45 Atienza y González se habían encontrado, asimismo, en la convicción política del republicanismo como forma de gobierno, aunque Atienza había persuadido a un convencido republicano federal de que no había por qué prescindir de las ventajas de otras fórmulas políticas liberales para alcanzar una democracia.

44

Más tarde, esas palabras se convirtieron en un folleto titulado “Escritor y maestro (Dr. Antonio Atienza y Medrano)”, que fue recogido en la recopilación de la totalidad del trabajo de Joaquín V. González, Obras completas, vol. XIV (Buenos Aires 1935), pp. 359–371. La “velada necrológica” fue publicada en El Diario Español, 23 de marzo de 1907. 45 González, “Escritor y maestro” (nota 44), p. 367.

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SALMERON Y LA MOVILIZACION POLITICA DE LOS REPUBLICANOS ESPANOLES EN LA EMIGRACION

Atienza y Medrano, al igual que otros emigrantes de ideas republicanas, como podían ser Rafael Calzada, Carlos Malagarriga, Justo López de Gomara e Indalecio Cuadrado, participó del proceso de politización de los españoles en la Argentina en nombre de un proyecto político regenerador del republicanismo en España. De hecho, al tiempo que desde la Asociación Patriótica Española y el periodismo contribuyó a construir los repertorios de las versiones de modernidad y reforma del aquel presente de España, fue uno de los fundadores y miembros de la junta directiva de la Liga Republicana Española que propiciaron los españoles republicanos en la emigración.46 En 1903 la reorganización del republicanismo en la Península, la unificación de las diferentes tendencias en la Unión Republicana y la euforia por la consecución de una representación sin precedentes en las Cortes de Madrid animaron a los republicanos españoles en la Argentina a organizarse políticamente. Salmerón, ya viejo patriarca del republicanismo, impulsó la formación de la Liga Republicana Española en la Argentina. También lo hizo Alejandro Lerroux. Ellos eran los dos dirigentes más visibles de aquel esfuerzo unificador del republicanismo español. El despertar republicano en la Península había reencontrado a cierto grupo de emigrados con la esperanza política que habían compartido en España antes de emigrar; y además ofrecía la oportunidad de movilizar recursos y colectivos en la emigración en nombre de un republicanismo regenerado políticamente vinculado al nombre de Salmerón. También, a la postre, contribuía al remozamiento de las visiones que se ofrecían en la Argentina de aquel presente de la vida política española. Los momentos de mayor apogeo de la liga de los republicanos españoles en la Argentina se produjeron entre 1904 y 1906, para más tarde languidecer. Los republicanos españoles en la Argentina acudieron al auxilio económico de los peninsulares con el fin de que saliese exitosa en términos políticos la experiencia de unidad de las diferentes fuerzas del republicanismo. Ocasión sin igual para demostrar que la decisión por la emigración no había supuesto el abandono del senti-

46

Duarte, La república (nota 7).

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miento patriótico, los republicanos españoles de la Argentina organizaron banquetes, colectas y donaciones para contribuir al esperanzado triunfo de los republicanos en España. Salmerón insistió sobre la prioridad de recaudar dinero para impulsar el proyecto de democracia republicana desde los cauces legales, pero no quería dejar las andanzas de la vida política española para viajar a la Argentina y agradecer el apoyo a la causa republicana de los españoles en la emigración. El destino de los fondos económicos acabó provocando conflictos en el interior de la Liga. Unos creían que le correspondía a Salmerón recibir el dinero recaudado; otros, en cambio, creyeron que Lerroux debía ser el destinatario. De un lado estaba Atienza y Medrano, del otro Rafael Calzada, el presidente de la Liga. En el medio de ambos, había una serie de oportunos intermediarios de la amplia familia republicana que convencerían a la dirigencia de la Liga sobre la conveniencia de destinar los recursos a Lerroux, quien se perfilaba como uno de los líderes más prometedores de la esperanza republicana.47 Como contrapartida al esfuerzo económico de los emigrados republicanos, se le ofreció a Rafael Calzada una candidatura para el Parlamento por Madrid, que en 1905 no resultó airosa pero en 1907 acabó triunfando. Tal iniciativa no había partido de Salmerón, y para ello contó con el apoyo de su viejo discípulo, Atienza y Medrano. Éste había impugnado la candidatura de Calzada desde el órgano de la Asociación Patriótica, la Revista España.48 Atienza no traicionaba a su maestro Salmerón y se reconocía en esa franja de republicanos “tranquilos” que creían en las posibilidades de hacer viable las reformas democráticas y sociales del republicanismo en el marco de una monarquía democrática, desestimando acciones revolucionarias. Otros republicanos emigrados, en cambio, apoyaban o bien las posturas más radicales de líderes que por entonces despuntaban en la Península – como Alejandro Lerroux o Blasco Ibáñez –, o bien las fórmulas conciliatorias entre republicanismo y un nacionalismo periférico que acabó conjugándose con la formación de Solidaridad Catalana. Entre los primeros estaba Rafael Calzada y entre los segundos Carlos Mala-

47

José Álvarez Junco, El emperador del paralelo. Lerroux y la demagogia populista (Madrid 1990), p. 297; y Duarte, La República (nota 7), p. 167. 48 Carlos Malagarriga, Prosa muerta. Herbario de artículos políticos (Buenos Aires 1908), p. 175; y Duarte, La República (nota 7), p. 175.

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garriga – ambos reconocidos abogados españoles en Buenos Aires. Fue en los momentos de máxima tensión en el interior de la Liga cuando se produjo la repentina muerte de Atienza y Medrano. Con todo, las diferencias en el seno de la Liga Republicana Española en la Argentina reprodujeron las mismas contradicciones, fisuras e incompatibilidades por liderazgos y métodos que se sucedieron en el propio seno de la Unión Republicana de la Península, dirigida por Salmerón.49 Distintos núcleos de la familia republicana aparentemente unificada pugnaban por encontrar fórmulas que mejor se adaptaran al clima de regeneración política del que participaron todas las fuerzas políticas e intelectuales tras el Desastre del 98. El republicanismo histórico había hecho crisis. En 1905 ciertos sectores del partido estudiaron la posibilidad de conformar acuerdos con los sectores más democráticos del régimen monárquico, como el Partido Liberal. Los republicanos más radicales en la Unión pretendían dar un golpe de fuerza al régimen monárquico, para lo que interpretaban que Salmerón era un obstáculo. También apostaron por otro tipo de ofertas políticas, con una acción más directa de las masas en la vida política, para lo que líderes como Alejandro Lerroux buscaron el apoyo de los obreros de Barcelona. En medio de ambos extremos de la Unión Republicana, Salmerón, como jefe político, se decantó en el apoyo a Solidaridad Catalana, un proyecto político que intentaba conjugar los principios democráticos, legalistas y reformistas del centro republicano con aspiraciones de descentralización por parte del nacionalismo catalán. Salmerón vio en aquel proyecto político la expresión de un regeneracionismo parlamentario que podía ser operativo no sólo para Cataluña, sino también para otras regiones históricas en aras de canalizar políticamente demandas al poder central. La pugna estaba planteada en el seno de la Unión Republicana y acabaría mostrando claramente dos modelos de partido.50 Salmerón y sus ideas para encauzar políticamente el republicanismo eran por entonces mejor conocidas en la Argentina. A ello habían contribuido los repertorios construidos por las élites de la emigración de

49

Sobre las disputas entre Salmerón y Lerroux en la asamblea republicana, ver la opinión de Francisco Grandmontagne para La Prensa, 25 de julio de 1907. 50 Manuel Suárez Cortina, “Solidaridad catalana y los orígenes del Partido Radical”: El gorro frigio (nota 1), pp. 270–299.

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origen republicano en la Argentina y los mensajes que hicieron visible la politización de colectivos a favor de la causa republicana en la Península. De ahí que la “fuerza nueva” que representaba Solidaridad para la vida política no haya pasado inadvertida por la prensa argentina a la hora de informar sobre los acontecimientos políticos en España.51 Entonces, Caras y Caretas presentó a Salmerón como “el político español moderado y de moda”, y en un amplio reportaje aclaró a los lectores de Buenos Aires que Solidaridad Catalana no representaba un peligro para la política nacional española.52 Difícil era que los republicanos españoles en Buenos Aires evitasen pronunciarse por el encuentro del republicanismo centrista y reformista con las posturas del nacionalismo catalán. Desaparecido Atienza y Medrano, fue Carlos Malagarriga quien se pronunció a favor de la apuesta por Solidaridad hecha por Salmerón. Si bien en los tiempos de su juventud Malagarriga no había demostrado especial afinidad con aquel líder del histórico republicanismo, en 1907 celebró públicamente el proyecto político de Solidaridad Catalana del ya anciano Salmerón.53 Pero para el lúcido abogado y periodista español en la Argentina no se trataba sólo de apoyar el proyecto de un viejo patriarca republicano, sino también de decantar la movilización de activos y recursos de las élites del colectivo de españoles en la Argentina que había generado el republicanismo peninsular en nuevas empresas patrióticas de la colectividad. El empeño de Malagarriga fue, entonces, formar una delegación argentina de Solidaridad Catalana. Para ello contaba con la adhesión de uno se los publicistas españoles mejor conocidos en la Argentina, Justo López de Gomara. Sin embargo, el proyecto de Malagarriga no estaba encarrilado a gestionar recursos, símbolos y fuerzas del colectivo de españoles en función de las derivas nacionalistas del republicanismo que en la Península no acabaría de encontrar su cauce político, sino, más bien, en el emprendimiento de iniciativas en nombre del patriotismo español que facilitaran tanto el reconocimiento del colectivo y de sus élites en la sociedad de origen y en la de acogida como la asimilación en esta última; de ahí su idea de dotar de un ordenamiento legal a las diferen-

51 52 53

Ver, por ejemplo, La Nación, editorial del 22 de julio de 1907. “Reportaje a Salmerón”: Caras y Caretas 459, año X, 20 de julio de 1907. Malagarriga, Prosa muerta (nota 48), pp. 211–213.

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tes asociaciones españolas (Sociedad de Socorros Mutuos, el Hospital Español, el Club Español, la Cámara de Comercio) reunidas en una confederación sostenida por una contribución económica de todos sus miembros a fin de lograr una protección legal a todos los emigrantes. Al frente de la gestión debía estar la Asociación Patriótica Española; asociación que desde los tiempos de su fundación – en 1896 – sabía desarrollar, mejor que otras, iniciativas patrióticas en el seno de la colectividad.54 Pero ni los intentos de explicar en qué se había decantado el republicanismo histórico de Nicolás Salmerón por parte de la opinión pública argentina, ni las propuestas de Malagarriga para activar nuevas empresas patrióticas de la colectividad española acabarían produciendo reajustes a su favor en el seno del republicanismo español en la diáspora. La ruptura entre los republicanos españoles en la Argentina fue tan inevitable como la de los republicanos en la Península. La selló la llegada de Lerroux a Buenos Aires meses antes de la muerte de Salmerón, en noviembre de 1908, la que, sin embargo, poco pudo hacer para reactivar el republicanismo entre el colectivo de los emigrantes. Más bien, su fracaso dejó paso a otras iniciativas patrióticas, que también cohesionarían a las élites del colectivo de emigrantes españoles, pero que desde entonces se harían en nombre de un liberalismo monárquico que encontraría sus apoyos en la Argentina entre los antiguos republicanos. Las máximas expresiones de patriotismo español y de hispanofilia en la Argentina que generaría la visita de la infanta Isabel para las celebraciones del Centenario de 1910, y que avivarían los liberales monárquicos españoles, acabaron ensombreciendo la proyección de las ideas y la acción política en la Argentina del republicano español conocido por sus posturas conciliatorias del reformismo político y social de finales del siglo XIX y comienzos del XX.

54

El Diario Español, 5 y 9 de junio de 1907.

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