Influencia de la vida y la obra de Carlos Marx

September 13, 2017 | Autor: David Pavón-Cuéllar | Categoría: Karl Marx, Marxismo
Share Embed


Descripción

Influencia de la vida y la obra de Carlos Marx* David Pavón-Cuéllar**

Introducción ¿Cómo responder satisfactoriamente cuando se nos ha invitado a reflexionar sobre la influencia de la vida y la obra de Carlos Marx? ¿Cómo exponer un tema tan denso y tan extenso cuando ni siquiera conseguimos pensarlo en su totalidad? Habrá que fraccionarlo. Tras examinar brevemente la vida y la obra de Marx, plantearemos la cuestión de su influencia en la posteridad, no sin antes detenernos en el sentido profundo que adquieren tales términos al aplicarse al pensador y luchador judío alemán. La vida en la obra Empezaremos por admitir las dificultades insuperables a las que nos enfrentamos al intentar distinguir la vida y la obra de Carlos Marx. En su caso, vivir y obrar es prácticamente lo mismo. Cuando buscamos la vida, nos encontramos con la obra, sin que sea posible separarlas, desprenderlas, desgarrarlas una de otra. No es que Marx viviera de tal modo que su misma vida hubiera sido su obra maestra, como ha ocurrido, por ejemplo, con personajes recordados por sus hazañas y aventuras, por sus intensas experiencias vitales, por sus vidas interesantes y apasionantes, importantes y trascendentes. La importancia y la trascendencia de Marx no estriban en la manera en que vivió. Puede ser que su vida nos parezca incluso intrascendente, poco importante, cuando la comparamos a la de contemporáneos suyos como el gran Bakunin e incluso el pequeño Napoleón III, por mencionar dos casos extrañamente contrastantes. ¡Ellos sí que tuvieron vida! Y también en ellos resultaría difícil distinguir la vida y la obra, ya que toda su obra, todo lo que hicieron, todo lo que salió de sus manos, parece formar parte de su experiencia, de lo que vivieron, de la intriga de su vida. Conocemos bien a los héroes y artistas cuya obra forma parte sustancial de su vida. En Marx ocurre exactamente lo contrario. Es la sustancia misma de su vida la que termina disolviéndose dentro de su obra. La obra de Marx, en efecto, consumió su vida entera. Digamos que el hombre dejó su vida en su obra. *

Este artículo retoma la conferencia inaugural del diplomado La concepción marxista de la educación: fundamentos, propuestas e influencia, en el Centro de Didáctica de la Universidad Michoacana, Morelia, Michoacán, México, 17 de septiembre 2013. ** David Pavón-Cuéllar es profesor-investigador en la Facultad de Psicología de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo. Sus investigaciones transcurren en la intersección entre la teoría marxista, la psicología crítica, el psicoanálisis lacaniano y el análisis de discurso.

8 | Revista Marxismos Es en El Capital en donde hay que buscar a Marx. No estoy sugiriendo que El Capital sea en el fondo un ensayo disimuladamente autobiográfico. Nada menos personal que éste y los demás trabajos económicos de Marx. Pero al mismo tiempo, nada más vivo, palpitante de la vida que Marx dejó depositada en cada página. Es la misma vida que sentimos en todas las demás fibras de la obra de Marx: en sus vigorosas torsiones e inversiones dialécticas del idealismo de Hegel, en la inquietud e impaciente agitación de sus manuscritos, en sus impetuosas refutaciones de los filósofos de su generación, en la pasión desplegada en sus artículos periodísticos, en sus vívidas narraciones históricas, en la fuerza de sus intervenciones en el movimiento obrero y en esa incontenible furia que adivinamos en cada sarcasmo que merecen los sofismas de los ideólogos del sistema. Es en la obra de Marx en donde mejor podremos conocer algo de su vida. No quiero decir, desde luego, que debamos privarnos del placer de leer sus biografías, como las clásicas de Franz Mehring (1918), Isaiah Berlin (1962) y Werner Blumenberg (1965). Sin embargo, aunque estos documentos biográficos nos proporcionen valiosas informaciones acerca de la vida de Marx, no es en ellos en donde nos relacionaremos directamente con esta vida, más allá de cualquier dato, evidencia o testimonio. Digamos que sólo en la obra de Marx podremos conocer el pie que dejó la huella. Para contemplar exteriormente cada rastro muerto, cada resto arqueológico, vayamos a las biografías. Pero tendremos que sumirnos en la obra de Marx para sentir esa vida inmortalizada que sigue animándonos hoy en día en Chile, Brasil, Grecia, Turquía y aquí mismo. Es la vida que nos hace estar aquí, meditando nuevamente sobre Carlos Marx, sobre la influencia de su vida y de su obra, una influencia que se pone en evidencia en el hecho mismo de estar meditando sobre ella. Influencia de Marx Cuando se me invitó a reflexionar sobre la influencia de la vida y la obra de Carlos Marx, lo primero que me vino a la mente fue aquella vida que llena la obra de Marx hasta desbordarla, desparramarse en su exterior y extenderse en ese charco, lago, agitado océano marxista cuyas olas han derribado los más altos diques ideológicos. Bien sabemos que las aguas de este océano han penetrado en los resquicios más recónditos de nuestra cultura. Todo se ha visto empapado en Marx. El mundo entero ha sido convulsionado por su vida. No pienso que ningún otro ser humano haya tenido una tal influencia en la civilización occidental, salvo Jesús, desde luego, pero su influencia fue totalmente diferente. Jesús triunfó hasta el punto de que toda la civilización occidental se hizo cristiana. Todos teníamos que encarnar el triunfo de Cristo, identificarnos con él, ser cristianos, y no serlo era un crimen que llegó a ser castigado con la muerte. Fue a capa y espada, con hogueras y suplicios, que nuestra civilización fue cristianizada. Y por más tiempo que haya pasado, todos seguimos siendo cristianos en cierto grado. Todos perpetuamos la cristiandad. Por más ateos o judíos o idólatras que seamos, la religión cristiana modeló nuestras emociones y nuestros juicios, nuestra personalidad y nuestra sociedad, nuestra ética y nuestra política. Imposible deshacernos del avasallador triunfo del cristianismo. La cristiandad triunfó, pero su triunfo ha sido también su fracaso. ¿Cómo no fracasar cuando se ha requerido tanto poder y tanta violencia, tanta sangre y tanto fuego para triunfar? Un triunfo tan forzado no puede ser más que un fracaso disimulado. El mismo

Influencia de la vida y obra de Carlos Marx | 9 cristianismo, el auténtico, no puede atribuir ningún mérito a una fe impuesta con amenazas. Esta fe no es verdadera, nunca lo será, pues ha sido falseada en su origen, desde un principio. Quizá este falseamiento aseguró su victoria total y unánime en la civilización occidental. Pero es en esta victoria falseada en la que radica precisamente la derrota del cristianismo. Lo que ha sucedido con la doctrina cristiana es afortunadamente lo contrario de lo que ha ocurrido con la doctrina marxista. El marxismo no ha fracasado al triunfar, sino que ha triunfado al fracasar. Al no ser capaz de imponerse a todos como lo hizo el cristianismo, el marxismo puede seguir siendo elegido voluntariamente por cada uno. Su elección voluntaria es en sí misma, cada vez que ocurre, un triunfo indiscutible y arrollador. El marxismo triunfa al abrirse camino y al conquistar una posición que no estaba tomada ya desde un principio. Como ya lo señalamos, el marxismo, al igual que el cristianismo, se ha infiltrado en todos los poros de nuestra cultura. Sin embargo, a diferencia de la fe cristiana, la doctrina marxista no ha tenido tiempo de adaptarse, estabilizarse, arraigarse y establecer un imperio universal. Quiero decir que el marxismo no existe de un modo espontáneo, innato, ya dado, cotidiano, y además consensuado y unánime. La trinchera marxista no se despliega como el entorno cristiano en el que nacemos y nos movemos, sino que está presente ahí, en el centro mismo de nuestra cultura, en un conflicto permanente en el que todo sigue oponiéndose a su presencia. Esta presencia no deja de ser molesta y problemática, inoportuna y peligrosa, irritante y provocadora. El marxismo tiene una vocación clandestina. Por más que se haya difundido en todo lo que somos, no encaja con lo que somos, no hay lugar para él en el sistema. Nos habita como un desajuste y como una irregularidad. Nos causa conflicto. Su punto de vista está prohibido y es necesariamente antagonista y beligerante. Su adopción es una toma de posición en un campo de batalla. No lo elegimos por no elegir, de modo natural y automático, aceptando nuestro destino, como ocurre con el cristianismo. Si uno es ya cristiano aun antes de nacer, uno sólo puede ser marxista después de haber decidido tomar un partido contra otro, descartar una perspectiva para profesar otra, luchar por unas ideas y contra otras, pero también sobreponerse a lo que uno es desde su nacimiento, estar en desacuerdo consigo mismo y enfrentarse a ciertas fuerzas que también operan a través de lo que uno piensa y hace. En cualquier caso, la relación con la doctrina marxista debe ser consciente, razonada y reflexiva. El marxismo es una opción de vida y de lucha, una elección deliberada y decidida, y no un sacramento pasivamente recibido en el bautismo. Especialmente ahora, tras la derrota de los aparatos coercitivos del marxismo totalitario, ya no tenemos que ser marxistas como hay que ser cristianos, sino que podemos serlo cuando queremos serlo. El marxismo vuelve a ser indiscutiblemente lo que nunca dejó de ser para millones de hombres y mujeres: una aspiración y no una obligación, una elección y no un destino, un referente de subversión y no de sumisión, un método crítico y no dogmático, un ejercicio dialéctico y no tautológico, una práctica liberadora y no una técnica de control, una forma de lucha y no un artilugio para el ejercicio del poder. El marxismo sale así victorioso gracias a la derrota de todo aquello que se hacía pasar por la victoria del marxismo.

10 | Revista Marxismos Del Kremlin a las calles El marxismo salió del Kremlin y ha inundado las calles. Levanta barricadas, y si nos descuidamos, también cavará trincheras. Las bombas molotov de los combates callejeros nos hacen olvidar los misiles de la guerra fría. La horizontalidad y apertura de las organizaciones marxistas juveniles han dejado atrás las jerarquías y expulsiones de los viejos partidos comunistas. El centralismo democrático deja de ser incesantemente falsificado. En el campo académico, los colectivos críticos marxistas se multiplican y dejan de ser controlados por las academias soviéticas de la ciencia. Los escollos burocráticos acabaron cediendo ante los embates de la historia. Es verdad que perdimos décadas enteras de esfuerzos y sacrificios, pero ganamos todo ese impulso vital que se mantenía encerrado, amortiguado y sofocado, circulando en las estructuras doctrinarias y académicas, partidistas y gubernamentales. Con el quiebre de las estructuras, el impulso fue liberado. Recobramos así una vida colectiva multitudinaria, difusa y profusa, que nunca dejó de rebosar en el marxismo, incluso en el corazón mismo de la morgue estalinista, pero que se nos había olvidado poco a poco. ¿Pero cómo pudimos olvidar la vida propia del marxismo? Digamos que esta vida empezó a pasarnos desapercibida, quizá porque se nos manifestaba únicamente a través de esos gestos que solemos asociar a la Unión Soviética y a otros países comunistas: esos movimientos rituales y repetitivos, tan bien calculados, tan bien ordenados y coordinados, tan bien ritmados y sincronizados, que sencillamente no podían ser humanos, que sólo podían resultar del funcionamiento de una maquinaria con todos sus engranes bien pulidos, acoplados y aceitados. No sólo estoy pensando en los fornidos soldaditos y en las minifaldas y piernas de las hermosas atletas que desfilaban como autómatas en la Plaza Roja, sino también en el funcionamiento impecable de ese gran sistema que lo mismo enviaba cohetes al espacio que espías al pentágono y libros de la Editorial Progreso a todos los rincones del Tercer Mundo. Por más inhumano que pareciera el sistema, su combustible siempre fue humano, y por más perfecto que fuera su funcionamiento, siempre involucró sentimientos humanos, ambiciones y debilidades, corrupciones y traiciones, pasiones destructivas y mortíferas, pero también toda clase de fortalezas, valores y ardores, deseos y heroísmos, esperanzas y perseverancias, brillantes ingenios y auténticas genialidades, las más grandes ideas y los más elevados ideales. Quizá fuera por esto mismo que al final, hace poco más de veinte años, el sistema se nos descompuso. Y descubrimos atónitos que su funcionamiento, después de todo, no era tan perfecto como habíamos imaginado. En efecto, había hombres y mujeres que tapaban los conductos, atrancaban los engranes y dislocaban los procesos. La Unión Soviética era demasiado humana, demasiado carnal, demasiado real y mundana como para seguir existiendo. En cierto sentido, tanto es lo que vivía, que sencillamente no podía ser lo que era. El sistema debía estallar bajo la misma fuerza vital que lo impulsaba. El marxismo y su vida Tanto en el interior del mencionado sistema como en su exterior, en su reverso y en su contra, el marxismo nunca dejó de intensificar, dilatar y diversificar toda esa vida que Marx nos había dejado en su obra. Es una vida que necesitó y que sigue necesitando a los marxistas para expresarse, para quedar plasmada en sus ideas y en sus palabras, en sus

Influencia de la vida y obra de Carlos Marx | 11 decisiones y en sus gestos, en sus trabajos y en sus luchas. Es con esa vida con la que se animaron Lenin y Rosa Luxemburgo, Mao y Ho-Chi-Minh, el Che Guevara y Salvador Allende, pero también revolucionarios anónimos que socavaron tiranías, huelguistas y sindicalistas que nos legaron una gran parte de nuestros derechos laborales, milicianos antifascistas que salvaron miles de vidas en la Segunda Guerra Mundial, gobernantes que repartieron tierras y riquezas, guerrilleros que acabaron con dictaduras y colonialismos, estudiantes que democratizaron universidades e incluso artistas comprometidos e intelectuales progresistas que revolucionaron la cultura en el siglo XX. Es la vida con la que lucharon los más importantes frentes de liberación nacional en África y Latinoamérica. Es la misma vida con la que se pudo vencer al ejército más poderoso del mundo en Vietnam y al aparentemente invencible capitalismo en un tercio del mundo. El marxismo ha demostrado toda la fuerza que había en la vida que Marx nos dejó, pero también en la de sus millones de seguidores. Todavía nos asombramos ante la potencia y las consecuencias de esa fuerza vital. ¿Cómo pudo llegar a ser tan grande como fue? ¿Cómo es posible que el marxismo haya logrado lo que ninguna otra perspectiva o doctrina política alternativa en los últimos doscientos años? Pienso que la respuesta está en esa ocurrencia que tanto se le ha reprochado a Lenin (1913): “la doctrina de Marx” ha sido “todopoderosa”, o al menos ha tenido el poder que tiene, porque es “exacta”, correcta, o mejor dicho, verdadera (p. 15). Su verdad se ha demostrado, verificado, concretado, realizado en su efectividad, en sus efectos, en sus consecuencias, en las reacciones contra ella y a favor de ella, en lo que ha provocado y desencadenado. Parafraseando la segunda tesis sobre Feuerbach, cabe afirmar que ha sido “en la práctica” en donde Marx ha demostrado “la verdad, es decir, la realidad y el poderío, la terrenidad de su pensamiento” (Marx, 1845, p. 9). Esta verdad ha sido su poder histórico. Ha sido en su impacto, en su ímpetu, en su fuerza, en donde ha radicado y sigue radicando su verdad. Aun si el marxismo no hubiera sido verdadero en un principio, ya consiguió serlo al hacerse un mundo a su medida, una realidad correspondiente a su verdad histórica. Su verdad ha sido confirmada por quienes han vivido y muerto por ella, por lo que se ha destruido y construido en su nombre, pero también por lo que se ha inventado y descubierto gracias a ella, por lo que sólo pudo alcanzarse al dejarse guiar por ella, por lo que nunca se habría conseguido si ella no hubiera sido la verdad que era. El marxismo ya refutó en la práctica, en la historia, cualquier intento futuro de refutación teórica de su verdad. Evidentemente, al decir esto, no estoy pensando sólo en la noción jurídica de verdad como correspondencia con los hechos, sino en la verdad que nos interesa a los marxistas, la verdad a la que ya se refiere Marx (1843) en sus artículos sobre la censura, una verdad que no tiene absolutamente nada que ver con la “exactitud” y que puede plasmarse incluso a través de “cuentos de hadas” (p. 297). Es la misma verdad que indagaba Heidegger, la verdad como preparación o provocación de los hechos, como revelación y no como reproducción, como aletheia y no como adequatio, como realización o creación de una realidad y no como adecuación a la realidad. Verdad como inconformidad con la realidad Más que de una adecuación, la verdad marxista surge de una inadecuación con respecto a la realidad. El marxismo es verdadero por su inconformidad y no por su conformidad con

12 | Revista Marxismos lo que existe. Su verdad no estriba en el ajuste o en el acuerdo con el contexto, sino en todo lo contrario: en el desacuerdo, el desajuste, la divergencia, el disentimiento, la ruptura con la situación actual y con el orden establecido. El marxismo sólo tiene razón al desafiar este orden y al resistirse a degenerar en cualquier forma de orden establecido. Tanto el orden como lo establecido resultan incompatibles con la dialéctica marxista. Esta dialéctica se hace muchedumbre, sale a las calles y lo trastorna todo para desmentir la fijeza del orden y de lo establecido. La inquebrantable realidad es refutada y no confirmada por la praxis marxista. El marxismo no es realista, no recurre a la realidad ni para disculparse ni para justificarse, no se adapta ni se atiene a circunstancias aparentemente irremediables. Tampoco sería exacto asimilar el marxismo al objetivismo, ya que no hay entidad objetiva que pueda resistir a una práctica dialéctica y transformadora por la que el sujeto, al transformar subjetivamente el mundo objetivo, trasciende la oposición contemplativa y conformista entre la subjetividad y la objetividad. Más allá de la objetividad y la subjetividad, la transformación realiza una verdad en la que el sujeto se objetiva en el acto mismo por el que imprime su propia subjetividad en el mundo objetivo. Esta verdad marxista, que sólo se descubre a sí misma en la transformación, evidentemente no se conoce a través de la simple contemplación. Tampoco se comprueba mediante una contrastación con la realidad existente. Y mucho menos podría llegar a demostrarse en una supuesta fatalidad económica o histórica desentrañada en el mundo que nos rodea. No hay que olvidar que el marxismo no se verifica en este mundo en el que vivimos, sino en aquel por el que vivimos, aquel por el que luchamos, el que habrá existido por nuestra lucha, el que se crea por el hecho mismo de luchar. Conclusión: de la fuerza de trabajo a la fuerza de lucha Al tornarse movimiento social, el marxismo no lucha por un sueño sin espacio posible, por una utopía en el sentido etimológico del término, sino que abre ya un espacio real de prefiguración, una heterotopía en la que se realiza la sociedad a la que aspira. Esta realización pasa por la solidaridad entre los movilizados, por la democratización de sus decisiones, por la horizontalidad en sus organizaciones, por la igualdad en sus relaciones, por el sacrificio y el desinterés de sus acciones, pero también, de modo aún más hondo y radical, por el hecho mismo de que los movilizados hayan recobrado parcialmente su vida, liberándola del sistema vigente y oponiéndola decididamente al mismo sistema. Digamos que los marxistas movilizados vuelven a ser dueños de una fracción de su vida, la cual, en lugar de ser explotada como fuerza de trabajo del sistema, puede ser empleada como fuerza de lucha contra el sistema. Una vida liberada, libre del sistema contra el que lucha, es precisamente lo que Marx nos ha dejado en su obra. Esta vida redimida, esencialmente insubordinada, es la misma que sigue animando a los marxistas de hoy en día. Vivirla es mantenerla con vida, liberarla o defender su libertad, movilizarla en las calles y en los salones de clase, resistir al sistema que intenta reabsorberla para volver a explotarla. Vivirla es resistir al poder, luchar contra cualquier tipo de represión u opresión, desafiar cualquier argumento de autoridad, criticar la ideología dominante, cuestionar lo incuestionable, nadar a contracorriente, pensar en lo que no se nos permite pensar.

Influencia de la vida y obra de Carlos Marx | 13

Bibliografía Berlin, I. (1963). Karl Marx: his life and environment. London: Oxford University Press. Blumenberg, W. (1985). Marx. Barcelona: Salvat, 1985. Lenin, V. (1913). Las tres Fuentes y las tres partes integrantes del marxismo. En Obras escogidas (pp. 15-19). Moscú: Progreso, 1974. Marx, K. (1843). La prohibición de la Gaceta General de Leipzig dentro del Estado Prusiano. En Escritos de juventud (pp.296-316). México: FCE, 1987. Marx, K. (1845). Tesis sobre Feuerbach. En Tesis sobre Feuerbach y otros escritos filosóficos (pp. 9-12). México: Grijalbo, 1970. Mehring, F. (1918). Karl Marx: The Story of His Life. Londres y Nueva York: Routledge, 2003.

Lihat lebih banyak...

Comentarios

Copyright © 2017 DATOSPDF Inc.