Indignación y Rebeldía. Crítica de un tiempo crítico, Abada, Madrid, 2013. (Prólogo de libro)

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INTRODUCCIÓN Félix Duque / Luciana Cadahia El brote de indignación que desde la Puerta del Sol se contagió capilarmente a todo el mundo, hasta propagarse con fuerza en el neoyorkino Zuccotti Park y resurgir sub mutata specie en los movimientos mundiales de ocupación de los lugares simbólicos del poder financiero, ha trastornado decisivamente la escena de la política contemporánea. Si bien es prematuro elaborar un diagnóstico acabado sobre esta indignación, al menos resulta imprescindible el intento de valorar algunos de sus efectos. Más allá de las consideraciones meramente periodísticas o de debate político al estilo tradicional, es necesario un examen crítico que se interrogue por los fundamentos conceptuales que han caracterizado estos acontecimientos: ¿acaso existe una posible voluntad de transformación crítica del concepto de democracia? Y si es así, ¿cómo podría la experiencia de la indignación expresar esta voluntad transformadora? La indignación parece referirse a un estado de ánimo individual, el enfado de quien se siente engañado y traicionado. Alguien se siente indignado cuando ve frustradas sus expectativas, sintiéndolo íntimamente como una injusticia. Pero, si es verdad que la emoción es un estado anímico tan violento como efímero (pues hasta de Dios se ruega que no esté eternamente enojado), ¿es acaso posible transformar esa suma de indignaciones individuales en una pasión colectiva? Y aun si ello fuera posible (de lo cual parece dar fe la evolución del movimiento que bajo plurales nombres tiene lugar en tantos puntos álgidos de la globalización), ¿será suficiente esa pasión solidaria en la rebeldía para abrir espacios de convivencia en una democracia real? De la indignación que cada uno puede sentir al ver agraviado lo suyo (no se olvide que justicia es unicuique suum tribuere), ¿cabe pasar a una radicalización del otro miembro –el negativo- de la definición de justicia, a saber: no sólo alterum non laedere, sino sentir la lesión de los derechos de todos y cada uno de los demás afectados (y no sólo de los “propios”) como una ofensa personal? En ese caso –y mucho signos apuntan en esa dirección- ya no se trataría simplemente de indignación, sino de rebeldía ¿Pero de qué tipo de rebeldía estamos hablando? Está claro que no se trata del estilo de vida transgresor que auspician las cadenas publicitarias, puesto que los actuales movimientos sociales están revelandose y poniendo en entredicho el dispositivo de estas formas de vida. Frente a estas prácticas de consumo rebeldes y narcisitas, está surgiendo una

rebeldía que va mucho más allá de la insumisión, pues se presenta como una categoría política de signo negativo, pero que pugna por una transformación social, por una democracia realmente participativa: una democracia real, ya, ahora que, a través de la tecnología de las redes sociales, lo utópico se está convirtiendo en una idea-fuerza regulativa. Según esto, habrá que comenzar a pensar si el término “indignación” resulta en definitiva adecuado; y sobre todo, preciso será preguntarse por el lugar de su enunciación. Si bien es cierto que el término, aireado mediáticamente por los medios de comunicación, fue adoptado de manera inmediata en los distintos espacios de ocupación, no es menos cierto que desde entonces ha comenzado a gestarse una práctica discursiva y operativa que asume y cancela el carácter inmediato, fogoso y emocionante de esta experiencia. Se trata, por tanto, de preguntarse por el tejido lógico que están gestando estas nuevas protestas sociales y de indagar el modo en que la difusión y popularización de las tecnologías de la comunicación configuran otras formas de acción social. En última instancia, se trata de desentrañar filosóficamente en qué medida, a partir de esta experiencia global, reivindicativa de un espacio público de nuevo cuño, existe la posibilidad y la viabilidad de aparición de nuevas prácticas y de nuevos discursos políticos discontinuos, intensos y (bajo múltiples metamorfosis) duraderos y efectivos. Esta rebeldía incipiente, de nuevo cuño y bien alejada de los nihilismos al uso, implica también un modo distinto de entender la relación entre las viejas y las nuevas formas de acción política. En cierta medida, el sentimiento de insumisión (recuérdese la objeción de conciencia) y luego el de indignación irrumpió de forma casi espontánea como un rechazo hacia las formas tradicionales de la política, hata el extremo de constituirse como un movimiento ciudadano un tanto amorfo y sin un claro referente político: una actitud, ésta, que rápidamente mostró sus límites, con el peligro de que toda esa efervescencia acabe por asimilarese a -o al menos conformarse con- las antiguas formas de practicar la política, en un ejercicio de negociación entre lo rupturista y lo conservador. Por ello, resulta urgente preguntarse por el papel que pueden seguir teniendo los estados nacionales, las organizaciones internacionales y otras instituciones, heredadas del siglo pasado, ante una oleada generalizada de protestas que rápidamente se están transformando en movimientos sociales emergentes, cada vez mejor organizados y con mayor operatividad.

De esta manera, estaremos en mejores condiciones para comprender las razones del malestar de la democracia y vislumbrar las condiciones de posibilidad de su reformulación. La filosofía, entendida hegelianamente como su propio tiempo comprehendido en pensamientos, en estrecho diálogo con otras disciplinas como la teoría de la literatura, la sociología, la ciencia política y la teoría de las artes debe intentar ofrecer respuestas –también ellas, plurales- a estos y otros interrogantes. Este libro, en el que se recopilan las ponencias e intervenciones de un Curso de Verano de la U.A.M. en 2012, preparado y organizado por el Grupo de Investigación GEOPOLHIS y el Proyecto anejo: “Pensar Europa”, puede ayudar a un debate clarificador sobre un movimiento cuyas plurales ramificaciones pueden dejar entrever no tanto que otro mundo sea posible, sino que por fin –aunadas técnica, política y filosofía- el mundo, este nuestro mundo de hombres libres, críticos y conscientes es posible, deseable y, seguramente, hacedero.

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