Incitacion benjaminiana de H. Arendt

July 27, 2017 | Autor: Rocío Salcido | Categoría: Hannah Arendt, Filósofas de la política contemporánea, Pensar poético
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Descripción

I Coloquio Hannah Arendt: pensar y actuar en el mundo1

La radicalización del pensar poético contra la violencia autoritaria Dra. Rocío del C. Salcido Serrano

A cuarenta años de la muerte de Arendt (14 oct. 1906-4 dic. 1975) seguimos sin entender y apropiarnos de sus reflexiones, podemos reproducirlas pero pensar con y más allá de H. Arendt, de sus planteamientos, se nos dificulta. Averiguar que significa el que la nombren como una de las pensadoras más importantes del siglo XX, en parte marca la pertinencia tanto de su obra como de su actitud y entrar en interlocución con ella exige reconocerla, desde mi punto de vista, en principio desde la actitud con la que encaró la tarea de pensar la realidad de hombre. Y de ello nos ilustra cuando escribe acerca de otros, como es el caso de sus ensayos sobre Rosa Luxemburgo y Walter Benjamin en Hombres en tiempo de oscuridad, entre otros; pero también cuando ejercita su pensar político como en Entre el pasado y el futuro. Aún más, su actitud resalta si le vinculamos con la sensibilidad filosófica y el compromiso de su actuar pensante como cuando abordó el fenómeno totalitario y el juicio contra Adolf Eichmann, en Los orígenes del totalitarismo y Eichmann en Jerusalén respectivamente. Cabe aclarar que elegí partir aquellas referencias que pueden considerarse textos menores a La condición humana o La vida del espíritu, porque es donde mejor se trasluce que siempre reflexionó asumiendo el compromiso, la responsabilidad y el derecho a pensar por cuenta propia acerca de lo que nos acontece en el mundo sociohistórico. De este entretejido de referencias bibliográficas puedo decir que uno de los significados de pensar la política, las promesas de ésta, las cuestiones propias del mundo común, entre ellas las monstruosidades que pueden surgir en las 1

Coloquio realizado los días 10 y 11 de marzo de 2015 en el Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades de la Universidad de Guadalajara.  Profesora del Departamento de Filosofía y de la Maestría en Estudios Filosóficos, CUCSH de la Universidad de Guadalajara.

sociedades decentes, es que tal pensar no pueden sobrevenir sino como una radicalización del pensar reflexivo vinculado con las cuestiones fundamentales y los asuntos urgentes de ese mundo común, que nos es tan impropio como necesario al mismo tiempo. La lucida comprensión de un aspecto terrible de las sociedades contemporáneas deja fuera de duda la vigencia y pertinencia de su obra, que en esta ocasión quiero llamar la violencia autoritaria. Contra ésta desde los sujetos de la filosofía, como es el caso de Arendt, se corresponde un pensar poético radicalizado. Decía, su obra de pensamiento todavía estamos lejos de apropiárnosla como una ventana a aquello que nos reusamos a reconocer o asumir, entre otras cosas, por ejemplo, que la filosofía (de la política) occidental no ha tenido nunca una concepción clara de la realidad política, nos dice ella, en parte porque solo de manera tangencial se ocupan de la pluralidad (Correspondencia Arendt-Jaspers: 166), por tanto, agrego de mi parte, tampoco ha tenido una concepción pertinente de la sociedad, de las sociedades de antes y de hoy. Y son este tipo de ineptitudes lo que marca las tareas para la filosofía política del tiempo reciente. De ello diré, la filosofía se encuentra cuestionada, cierto, más su valor deriva de que se realiza como en un pensar obstinado que nos enfrenta a nuestros conflictos y omisiones, a nuestra ceguera comprensiva. Con estas deshilvanas ideas lo que quiero es recordar dos aspectos que la lectura de Arendt permite abordar: lo cerca que estamos de las formas totalitarias y sus implicaciones funestas para la vida en sociedad, para su reproducción en condiciones medianamente aceptables para la pluralidad y el rasgo del sujeto que produce estas formas totalitarias, a decir de la despersonalización, esta es la nueva deshumanización. Y no podremos pensarles sino se encarna un pensar poético, un pensar apasionado, esto es lo que creo hizo posible que la propia Arendt lograra captar, por ejemplo, lo que estaba detrás del comportamiento de un alguien sin cualidades como A. Eichmann.

Precedentes de la relación son Arendt Simone de Beauvoir (1908-1986), Simone Weil (1909-1943), Hannah Arendt (1906-1943), tres contemporáneas no necesariamente valoradas y reconocidas. Se les presentaría más o menos así una Feminista, otra Militante y la otra Filosófa, bastante diferentes entre sí; mas tengo la impresión de que la primera está lejos de ser una referencia existencialista, la segunda apenas si se conoce y entre los conceptos que encontramos en sus escritos está el de habitar la contradicción que nos permitiría entender las formas de actuar y las posibilidades de ir más allá de un sujeto en un marco contextual convulso, violento, trágico, como el nuestro. La tercera que parece ser una referencia filosófica, una referencia en la filosofía política, no siempre fue así. Y digo parece porque también suele hablarse de ella sin profundizar en sus planteamientos, se los describe, se les usa pero no se asumen como directriz en el pensar. Al rumiar estas ideas tuve que preguntarme a partir de cuándo y en qué condiciones filosóficas pero más importante en qué condiciones sociopolíticas se comenzó a leer y de qué manera, porque la autora de Los orígenes del totalitalismo es secundaria a la autora de La condición humana, por mucho, al menos esa es mi impresión. Hoy y con urgencia tendríamos que releer esos dos volúmenes a ver si terminamos de entender que estamos en el medio de unas sociedades occidentales con fuertes rasgos totalitarios y autoritarios, que debemos repensar nuestra condición humana, nuestra condición política y nuestra condición de hombres y de mujeres. En este sentido, los primeros acercamientos afortunados con el pensamiento de esta pensadora fueron a partir de dos conceptos que curiosamente nunca acepte del todo, más en aquel momento me permitieron decir lo que quería: política y acción me permitieron enunciar las experiencias políticas antiautoritarias que estaban emergiendo; también recurrí a su la crítica del trabajo académico. De éste llego a decir en alguna entrevista, que entre los más fácilmente sobornables, atemorizados y sometidos se encuentran los académicos, los escritores, los artistas; podrá diferirse el algún caso. Pero me

importa resaltar, además de que comparto la opinión, que Arendt no temía decir lo que pensaba, más cuando la ineptitud intelectual en lo académico y lo antiacadémico tiene implicaciones funestas, como ensombrecer la comprensión sobre nuestra circunstancia.2 Surgió entonces la empatía con quien trato de esclarecer ¿qué es la política? y ¿cuál es el tipo de hacer humano que la hace posible? En torno de ella me desagrada profundamente que para hacer referencia general a su suele aludirse no alguno de sus planteamientos sino a su vinculación intelectual y afectivo con Martin Heidegger,3 también se alude a su valentía para decir ciertas cosas. El desagrado surge porque lo que para ella no fue algo que le mereciera detenerse a justificarlo o explicarlo termina siendo una manera de identificarle. No obstante lo que realizó lo hizo de manera efectiva, su derecho a pensar, a través de su trabajo y lo convierten en algo que fuera extraordinario, algo así como esa/una mujer se atrevió a hacer un señalamiento crítico a las jerarquías judías, ¡que valiente!, pero además lo hizo con tales agallas que los crispó e hizo retorcerse.4 También hacia su ideas tengo cierta antipatía, esta se relaciona con las implicaciones de su comprensión de la política y, en definitiva, su tolerante apertura a las razones de la realpolitik y su limitación para pensar más allá de la forma Estado, el poder y su reconocer que la democracia estadounidense, pues esta no estaba lejos de lo que perfectamente identifica en los regímenes 2

Se peleaba con el no pensar, con las actitudes de quienes se ponen y realizar su trabajo intelectual como un no pensar. Al punto de decir que hay que volver la espalda a los intelectuales que esto hacen, a aquellos que ella sabía no le podían enseñar nada. A la exigencia de pensar Arendt fue siempre leal y crítica de la misma, porque comprender es una manera de hacerse cargo del tiempo en que se vive. 3 Cuando la ignorancia sobre las ideas, perspectiva, motivaciones y propósitos de la obra de Arendt predomina se hace mención a su relación con Heidegger, con tonalidad descalificadora o neutralizadora de su pensamiento pero no se llega a proponer averiguar si hay algún tipo de continuidad filosófica o de posicionamiento entre ambos. Incluso no puedo evitar mencionar que cuando se encarna la propio feminidad como lo hizo Arendt, encarnando del derecho a pensar filosóficamente, no son necesarias las declaraciones de principios feministas, ni hacer de la condición de mujeres en el ámbito de lo laboral una bandera política. 4 Su crítica es mucho más profunda en su implicación, pues desde su perspectiva admitió implícitamente que la forma en que los judíos estaban sociopolíticamente organizados contribuyó a que tantos murieran. Esto se vincula con la aguda observación de otro filósofo C. Castoriadis, quien también abordando el totalitarismo y el fenómeno burocrático nos dice que una de las bases posibilitadoras está en la división social de las personas en dirigentes y ejecutantes.

totalitarios: recurrir a la violencia extrema como medio para lograr la expansión del control político; por tanto, el uso de la política para lograr objetivos económicos. Entre otros aspectos que espero tratar en otra ocasión. De ello pienso que derivaron las limitaciones que le trajo consigo no pensar con y más allá de las normas, las leyes y la idealización de la palabra, de cierta forma de esta. No obstante entre estos acercamientos, empatías y antipatías se confirma que en el pensar de Arendt no hay concesiones ideológicas, ni culturales, ni conceptuales. Lo que me lleva a conclusión de que la lucidez en la reflexión filosófica se apaga cuando lo que se quiere forjar no es un pensamiento acerca de lo que nos acontece sino una escuela o tendencia filosófica, cosa que en Arendt nunca existió, ella había partido y aceptado la contingencia de la vida de los hombres, la finitud de la vida humana pero también la potencia cuando es encarnada desde las afinidades electivas. En este sentido podemos decir que lejos está de ser la continuadora de las ideas heideggerianas, aun cuando ella misma reconoce que con Heidegger aprendió a pensar. En el modo de filosofar se evidencia la distancia con él, en el desprendimiento y lucha, con todo y reconocimiento, de la herencia filosófica. En su modo de hacer filosofía es que quiero mirar esa pizca de incitación benjaminiana, con todo y que explícitamente marcaría su distancia del pensar apasionado al admitir que la idea de éste le resulta totalmente contraria a la tradición occidental, aquella que insiste en plantear como opuestos el pensar y la pasión.

La radicalidad del pensar poético Me queda claro que la distancia con W. Benjamin, por ejemplo, tiene que ver con sus afirmaciones metafóricas, esgrimidas porque piensa que (solo) en la forma poética se manifiesta el carácter único del mundo. Más la cercanía la encuentro en el interés de Arendt por entender, por pensar de la manera más cruda posible no la práctica sino la realidad. Arendt recurre al fenómeno, Benjamin a los más pequeños objetos, pues estos guardan una relación inversamente proporcional con su relevancia y capacidad de condensar todo

lo demás. Lo que significa que en ese pequeño objeto coinciden significación y apariencia, palabra y objeto, idea y experiencia; y esto, tengo la sospecha de que es lo que Arendt entiende por fenómeno (que la real existencia de una cosa concreta, aun la más compleja e inédita, se puede descubrir en las formas manifiestas). Así retomo algunas ideas como referencias de esa imagen, en el sentido de Benjamin, en que podemos encontrar la relevancia y contundencia de H. Arendt: Habría que resguardarnos de los límites de la herramienta que es el concepto. Habría que estar más dispuestos a trabajar con la pluralidad de significados, porque son estos los que encarnamos, no los conceptos. La revolución como tiempo de un comienzo nuevo. Pensar contra el orden de la violencia y rechazo de la confusión entre violencia y política. Las instituciones y las leyes son frágiles, así deben ser para que puedan entrar los nuevos sujetos. Son los sujetos los que deben hacer valer su comienzo. El comienzo de los sujetos siempre ha de ser un comienzo potencial, ya que por su actuar y su palabra se inicia algo nuevo en el mundo. El lenguaje y la acción solo si son recíprocos pueden situar-nos al margen la violencia. Contar nuestra historia es una manera de abrirnos a la autocompresión colectiva, agrego a la vez que permite afirmar la singularidad del sujeto. No todo puede ni debe ser político, eso significaría la negación de la política misma. La ley, la ley de uno, la ley de unos cuantos, no puede mágicamente elevarse por encima de los sujetos, de las personas.

La técnica de la organización devenida en el motor de toda organización, es el instrumento de la organización. Este es parte del fenómeno burocrático.

Si tuviéramos tiempo de desglosar lo que cada una implica, tendríamos una idea consistente del alcance con el que (preminitoriamente) Arendt abordó las cuestiones que hoy enfrentamos. No digo que por anticipado ha dado respuestas a los problemas que enfrentamos, sino que se planteó cuestiones importantes a partir de enfrentarse con los acontecimientos de su época, que le hicieron sentirse responsable, responsabilidad que asumió enfrentándoles a través de la exigencia de pensar, de reflexionar con rigor, sin ataduras ideológicas, idiosincráticas o de sexo-género: “el pensar como tal se hace a partir de la experiencia de los acontecimientos de nuestra vida y debe quedar vinculado a ellos como los únicos referentes a los que puede adherirse”, nos obsequia y comparte generosamente Arendt. Esto significar ir más allá de lo ya reflexionado, volver a comenzar poniendo a prueba el límite de los conceptos. De tal manera que se encare lo desconocido, esa es la actitud de H. Arendt, que hoy quiero reivindicar. Porque es una de las maneras que tenemos de averiguar lo que las sociedades hemos sido capaces de engendrar, por ejemplo, el uso del aparato policiaco, militar y las instancias formales de gobierno para desaparecer y asesinar personas, como los 43 estudiantes de Ayotzinapa, más los asesinados en lo que se llevaba a cabo su desaparición, o que se acribille flagrantemente a 22 personas (Tlataya, Estado de México), por mencionar los más aparatosos acontecimientos recientes. Y que ante el primero un don-nadie sin cualidades con apariencia de poderoso, a los meses y sin certeza jurídica acerca del primer acontecimiento llame a pasar página, superarlo y seguir adelante. Porque donde esto acontece son regímenes en los que se manipula y entrecruza la legalidad y la ilegalidad. En este marco quien se abstiene de participar de alguna manera, participar en el sentido de exhibirse con su palabra emitida, diciendo efectivamente lo que piense, toma la decisión de ser partícipe de esto, de la ignominia de las sociedades ordenadas y decentes.

Pues si le hacemos caso a Arent, pensar para comprender lo que nos pasa es una manera de hacerse cargo del tiempo en que vivimos, porque estos acontecimientos y otros tantos, si han surgido ha sido de entre nuestras efectivas formas culturales. Y una de ellas se manifiesta en el comportamiento de las personas como meros ejecutantes, como ejecutores de mandatos emitidos por rangos superiores en una cadena de mando. Si al modo de Eichmann, nos desprendemos de la responsabilidad y renunciamos a pensar, solo entonces podemos decir no fui yo, solo cumplía órdenes, como si nuestra tarea fuera acatar mandatos ajenos a nuestro deseo, voluntad o sentido común. Participar pero no por sentimiento de culpa ni a partir de este. Esa es una cuestión que debemos abordar. La cuestión es no apartarse ni encegueserce ante el peligro vital, un peligro que alcances a extraños, cercanos y a sí mismos, como se reprochó a sí mismo K. Jaspers, porque cuando quien trabaja de filósofo lo hace eso significa que la filosofía se ha retirado de la política, y si lo hace se declara incapaz de pensar lucidamente lo que nos pasa. Si algo puede decir la filosofía hoy es a partir de dilucidar qué inspira, qué motiva, cuáles son los criterios de actuación con los que arropamos nuestros actos ante los acontecimientos que toca vivir. Es así como se puede contribuir a constituir una subjetividad como presencia encarnada (diría C. Lefort) propia del quehacer que se pretender realizar. Por tanto, la manera en que Arendt lo hizo, me parece que ha sido a partir de una adscripción apasionada, desde una pasión por el pensar y sus afinidades electivas, su lealtad por la actividad crítica y lucida que ocupa un sitio en el ámbito de nuestra experiencia, enfrentándose a los trágicos acontecimientos de su época. Los vivió, los testimonió, los comprendió. El suyo es un sobrio y apasionado pensar lucido y, a su modo, brutalmente fraterno con los suyos, los judíos. Porque Arendt prefirió la brutalidad de la honestidad a la mesura del pensar políticamente correcto y propio de quien busca sobrevivir y no encarnar con pasión la vida en el momento en que le ha tocado.

Este es el pensar poético que se asombra y espanta por las cosas atroces que ocurren en las sociedades occidentales, las sociedades civilizadas, las sociedades del progreso y la decencia. Ese pensar apasionado es posible si se plantan los pies en la tierra. Si somos capaces de relacionarnos críticamente con el pensamiento de Arendt, quizá tengamos una oportunidad de comprender las monstruosidades que se han engendrado en las sociedades democráticas.

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