Implicaciones del silencio en la construccion de memorias

June 8, 2017 | Autor: F. Chacón Serrano | Categoría: Memory Studies, Collective Memory, Memoria Histórica, Memória social, Memoria y silencio
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Implicaciones del silencio en la construcción de memorias: apuntes preliminares Fernando Chacón Serrano Magíster Psicología Comunitaria Universidad de Chile, 2015 ¡Qué sé yo! Faltan palabras, falta candor, falta poesía cuando la sangre llora y llora! Alejandra Pizarnik

1. Introducción El presente texto pretende hacer una reflexión en torno a las implicaciones del silencio en la construcción de memorias, especialmente aquellas referidas a experiencias límites. Se tratará de argumentar la idea de que el silencio, al igual que la palabra, es un elemento importante a la hora de hacer memoria, y que su ausencia-presencia condiciona de cierta forma esa construcción y las relaciones sociales desde donde se hace. Desde una perspectiva socioconstruccionista se expondrá sobre la noción de memoria como construcción social, vista como narración que da sentido al pasado en el presente, para luego reflexionar sobre la implicancia del silencio en esa construcción lingüística del pasado. Así, se trabajarán dos formas de silencio, una vinculada al trauma y otra como acción, en interacción con las condiciones de posibilidad del presente para construir o no una narración. 2. La memoria como construcción social: narraciones del pasado Si nos avocamos al sentido común, o a las nociones tradicionales de memoria, sostendríamos que esta es un fenómeno psíquico que consiste básicamente en retener, almacenar y evocar información de diferentes elementos de la realidad. Asimismo, que dicho proceso psicológico sería propiedad del individuo que lo ejerza y de él dependería la calidad y cantidad de la información memorizada. No obstante, como veremos a continuación, a partir de la propuesta socioconstruccionista de Félix Vázquez (2001), la memoria tendría una complejidad mayor, que transcendería el plano individual y estático, lo que pondría de manifiesto características propias de un fenómeno social e histórico.

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Precisamente para Vázquez (2001), la memoria es tanto proceso como producto histórico, social y contextual, que construye narrativamente un acontecimiento pasado. Tómese en cuenta que la construcción implica algo muy distinto a la simple repetición, pues la versión de ese pasado que se recuerda varía en función del presente y de las relaciones sociales existentes. Para ser más específicos, el presente, y no el pasado, es el lugar de la memoria, desde donde se recuerda, esto es, darle sentido a un hecho pretérito, con la consideración de las condiciones sociales e históricas de ese presente. Es preciso resaltar que a la hora de hacer memoria, entran en juego distintos elementos que complejizan y condicionan la construcción del pasado. Esto es así, ya que “nuestros recuerdos están formados también por saberes y relaciones que manejamos en nuestra cotidianidad y medio social y que conforman nuestra historia” (Vázquez, 2005, p. 123). Se mezclarían relaciones, deseos, eventos del presente, que no necesariamente coinciden cronológicamente con lo que trata de evocarse. En resumidas cuentas, el presente, a partir del orden social vigente, ofrece condiciones de posibilidad en un contexto histórico determinado para la emergencia de ciertas memorias y la eliminación o negación de otras (Vázquez, 2001). Ahora bien, la posibilidad de darle sentido al pasado viene dado por la dimensión simbólica de la memoria, lo que pone de manifiesto al lenguaje como un elemento constitutivo de dicho fenómeno. Según Vázquez (2001), el lenguaje es constitutivo de la memoria, y es lo que la dota de su dimensión social, pues este permite la articulación de las relaciones sociales, desde la cual se construye la memoria. Más en detalle, el lenguaje como práctica social “nos proporciona todo un sistema semántico, dialógico y pragmático que en su uso hace inteligible la realidad”, o en referencia a la memoria, da sentido al pasado a partir de un proceso de construcción desde las relaciones sociales (intersubjetividad) que a su vez conecta (Vázquez, 2005, p. 129). Para Dobles (2009), siguiendo la propuesta de Halbwachs, tanto el lenguaje, como el tiempo y el espacio son marcos sociales de la memoria, no obstante el primero es el más estable y elemental. Este marco sería entonces narrativo y ofrecería nociones de totalidad, lo que se vincularía con la idea de Piper (2002 citada en Dobles, 2009), de

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que la forma superior del recuerdo es la narración. Así, la memoria sería una narración construida en el presente de manera dialógica, que propiciaría la experiencia de continuidad de los acontecimientos, precisamente mediante la conexión de estos de forma discursiva y argumentativa. Es decir, a partir de la construcción de una trama en base a un “encadenamiento de contingencias conectadas” (Vázquez, 2005, p. 127). Con lo dicho hasta aquí, queda de manifiesto la constitución de las memorias como narraciones del pasado. Esto, a su vez, permite emerger distintas interrogantes sobre la memoria y el lenguaje. Concretamente, si el lenguaje permite la articulación de las relaciones sociales, y con él se construye el recuerdo de un evento pretérito en esas mismas relaciones, ¿qué ocurre con aquellas personas que han vivido directamente un evento traumático como las guerras, y que muestran una aparente imposibilidad de narrar lo experimentado?, ¿qué implicaciones podría tener esto para las relaciones sociales en las cuales esa persona se mueve? O para profundizar más, ¿Qué relación existiría entre el silencio, la memoria y el olvido? Estos son cuestionamientos complejos, que tratarán de ser abordados de la mejor manera en los siguientes apartados bajo la luz de los postulados previos. 3. Implicaciones del silencio en la construcción memorias En los estudios de memoria el silencio como elemento que interviene, incluso que constituye el hacer memoria, parece ser poco considerado. En el afán de resaltar su dimensión simbólica, puede ser que se dé por asumido que el silencio implica olvidar, o que no tiene significado (Ramírez, 1989). Así, desde el sentido común tendría la misma suerte del olvido, el cual a simple vista es difícil ver como constitutivo del proceso de recordar. No obstante, como Jelin (2012) y Vázquez (2001) lo aclaran, cada memoria tiene su olvido, pues la construcción del pasado implica también un proceso de olvido al asumir determinados elementos y obviar otros. Es preciso explicitar que el silencio no es lo mismo que el olvido, pues no tiene que ver con omitir información o no tener recuerdo del hecho vivido. Para Aranguren (2008), este puede significar una “representación de lo traumático ante la insuficiencia de las palabras para dar cuenta de la magnitud de una situación límite” (p. 25). O como una forma de resistencia social ante la imposición de discursos oficiales que

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tratan de imponer su versión sobre el pasado, según Pollak (2006). El silencio implicado en la construcción de memoria tendría distintos matices, que es preciso considerar. A continuación se hará una exposición de al menos dos implicaciones del silencio: aquel que emerge a partir de su vinculación con lo traumático, en un plano inconsciente; y aquel que es producto de la ausencia de condiciones de posibilidad de hacer emerger la palabra, más vinculado con la noción de callar. 3.1 Silencio y vacío: experiencias traumáticas Tras la vivencia de una “catástrofe social”, es decir, un hecho que conduce a la alteración del sistema simbólico, representaciones y articulaciones, elementos esenciales de un grupo o comunidad social (Kaës, 1991 citado en Jelin, 2012), puede emerger el silencio. Este condicionaría de cierta forma la memoria social como proceso y producto, y las relaciones sociales desde las que se construye dicha memoria. Para Aranguren (2008), este acontecimiento puede implicar una imposibilidad de narrar lo acontecido, o como anteriormente se expuso, de darle sentido a la experiencia pasada en función del presente. “Por ser una experiencia que traspasa los límites de la comprensión, se fracturan las posibilidades de lo narrable y la viabilidad de una lengua inteligible” (p. 27). Para este autor, de lo que se trataría, más que de silencio, sería de vacío, de una incomunicabilidad, de una inexistencia de lenguaje que pueda (re)construir el horrar experimentado (Aranguren, 2008, p. 27). Ahora bien, cómo operaría la relación discurso-trauma es una interrogante que Van Alphen (1999) busca saldar. En su texto “Symptoms of discursivity: experience, memory, and trauma” en base a sus investigaciones con sobrevivientes del Holocausto hace una revisión de la noción de experiencia, la cual considera que es constitutivamente discursiva. Con esta mirada, se aproxima aunque no a cabalidad a postulados construccionistas, ya que considera que no hay una experiencia directa en donde no esté imperando el lenguaje. La experiencia depende del discurso que se expresa, cómo se piensa y se conceptualiza el evento o situación, y no solo del evento mismo. Así, la memoria no sería avocarse al pasado en sí mismo, sino la experiencia de ese pasado (en el presente). Según Van Alphen (1999), el trauma, con su manifestación como silencio de lo vivido, es una experiencia (discursiva) fallida. Siendo la experiencia constitutivamente

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discursiva, en realidad el trauma sería una incapacidad semiótica, esto implica que la realidad histórica que tiene que ser representada (¿construida?) sobrepasa la comprensión de las personas, por tanto, no habría una experiencia del evento, en la medida en que no puede ser representado por el lenguaje. En resumidas cuentas, el trauma es la imposibilidad de experimentar (construir discursivamente) y subsecuentemente, de hacer memoria del evento pasado. El evento vivido es tan potente que el marco narrativo más elemental, que consiste en el continuo del pasado, presente y futuro, experimentado gracias a las construcciones y conexiones narrativas, se ha desintegrado en estas personas (Van Alphen, 1999). Esto pone de manifiesto, por un lado, una alteración del encadenamiento de contingencias propuesto por Vázquez (2005), que condicionaría la construcción adecuada de tramas del pasado-presente y daría una experiencia de continuidad, y por el otro, una afectación al marco narrativo mencionado por Dobles (2009), que traería consigo daños a la noción de totalidad, es decir, una fragmentación a la hora de hacer memoria. Tomando en consideración las argumentaciones planteadas arriba, las relaciones sociales estarían afectadas por la ausencia de un lenguaje que las articule en función de la construcción de memoria. Los sobrevivientes del Holocausto estudiados por Van Alphen (1999), evidencian una incapacidad de narrar sus experiencias pasadas, así como una fragmentación en la continuidad y unidad de su vida social y personal: “it is precisely this illusion of continuity and unity that has become fundamentally unrecognizable and unacceptable for many survivors of the Holocaust” (p. 35). 3.2 Silencio y callar: condiciones de posibilidad de una narración La otra implicación del silencio a la hora de hacer memoria tiene que ver, no solo con elementos traumáticos e inconscientes, sino con las implicaciones del presente y sus condiciones de posibilidad para la emergencia de determinadas memorias o para el aparecimiento del silencio impuesto o voluntario. Antes de entrar de lleno a estas consideraciones, es preciso retomar la noción de “callar” que Mateu (1998) analiza. Según el autor, el callar va más allá de la ausencia de ruido, su característica fundamental es que es ausencia de palabra, por lo que sería una condición propiamente humana. Su producción justamente se da en la medida en que no hay intención de hablar, o cuando existe una imposibilidad de hacerlo. Esta forma de

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silencio remite a dinámicas de poder inmersas en las relaciones sociales que condicionan de igual forma el recordar, como se verá más adelante. Ramírez (1989), hace una propuesta alternativa sobre el silencio y su vinculación con la palabra. Para él, estos dos elementos tienen la misma significancia. Es más, considera que el silencio se vuelve articulador cuando se está en interacción con la palabra, pues es preciso callar para escuchar o para exponer mejor lo que se quiere decir. En otras palabras, intervienen significativamente en la construcción de narraciones. No obstante, la presencia excesiva del silencio implicaría una fragmentación, una discontinuidad en el “diálogo” de la palabra y el silencio. Es valioso el aporte de Ramírez, por cuanto da la categoría de acción a la noción de silencio, y ve como un elemento dinámico y valioso en la retórica del discurso. En base a los postulados previos se puede hacer la interpretación encaminada a considerar al silencio como un elemento constitutivo del hacer memoria. Es importante, entonces, considerar que el silencio puede implicar un decir no diciendo, un elemento tácito que posiblemente afectaría el sentido en la construcción de memorias. Si se hace uso de la metáfora del iceberg, el silencio sería eso que está oculto, pero constitutivo. Al hacer estas consideraciones respecto al silencio, a este le corresponderían distintos matices que deben ser denotados. Desde los aportes de Pollak (2006) se puede considerar que el guardar silencio del pasado es también un “trabajo de gestión de la memoria según las posibilidades de la comunicación” (p.). Esa gestión de la memoria correspondería al orden social imperante que posibilita o no la emergencia de determinados recuerdos. Así, entre otras cosas, el silencio puede volverse una forma de resistencia, un callarse hasta que se den las condiciones de posibilidad de enunciación. Puede ser que solo se recuerde en contextos y grupos específicos y en otros haya mutismo (ver Jara, 2013 sobre memoria familiar y la segunda generación post-golpe en Chile). Existe la posibilidad de que este callarse, como Pollak (2006) lo identificó en sobrevivientes del Holocausto, se convierta en una forma de vida, en acuerdo a las condiciones de su presente y la gestión de su memoria. Varias son las razones que condicionan la narración del pasado a partir de la emergencia del silencio. Por ejemplo, las personas afectadas por evento traumático tienden a callarse para no transgredir la “calma” del proceso de transición luego del hecho. En ese sentido, no quieren ser sinónimo de ruptura y conflicto (Dobles, 2009).

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Asimismo, existe un temor a sufrir represalias si construyen su memoria, pues perciben que tienen consigo un recuerdo “comprometedor”; esto estaría vinculado con su deseo de proteger a su familia de situaciones reales o ficticias que se vivieron en el pasado. De igual forma, aparece el temor a ser malentendidos por su relato, o lo que es peor, no tener un interlocutor interesado en escuchar. En casos extremos, puede surgir un sentimiento de culpa si se es sobreviviente de una experiencia límite, por lo que se asumiría que el discurso no merece ser contado (Pollak, 2006). Indudablemente lo anterior remite a cuestiones de poder propias de las relaciones sociales en vinculación con el orden social del presente. Hablar o negarse a hablar remite a un acto de poder. El silencio no se escaparía de ello, ya que en cualquier orden social lo que se busca es administrar la palabra, o lo que es lo mismo quienes deben callar o narrar sus memorias (Ramírez, 1989). Esto se vincula con lo propuesto por Michel Foucault (1979) al reflejar que en las relaciones sociales se puede ejercer un control sobre la narración del pasado. Entraría en juego el poder, el saber y la verdad sobre lo ocurrido, incluso y con más fuerza en las relaciones más cercanas, no solo en contraste a un discurso oficial. En esta dinámica de poder, se exige coherencia en los discursos al construir el pasado y desplegar toda una gama de estrategias retóricas y argumentativas para hacer de la narración un discurso verosímil (Vázquez, 2001). Evidentemente esto pone en desventaja a aquellos que guardan silencio mayormente, quienes construirían, si es que llegaran a hacerlo, una narración con rupturas, discontinuidades, que sería poco creíble para los receptores. Incluso si en la narración buscamos coherencia y continuidad, lo que permite definirnos y construirnos quiénes somos, y las relaciones sociales en las que estamos, esto podría desembocar en que los receptores duden de quién es esa persona que no logra narrarse. Con todo, parecer ser que la memoria en su incesante dinámica de palabra y silencio remite a identidad, pero sobre todo a existencia: “tú estás ahí, existes porque me oyes, y yo existo porque te hablo” (Le Breton, 2006 citado en Aranguren, 2008, p. 26). 4. Conclusiones A partir del recorrido anterior se ha mostrado la significativa implicancia que el silencio tiene en la construcción de memoria. Es un elemento que condiciona de alguna

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manera la forma de hacer dicha memoria, así como también las relaciones sociales desde la cuales se lleva a cabo. Ese condicionamiento viene dado por su indisoluble relación con el lenguaje, elemento constructor de realidad y articulador de relaciones sociales. Por un lado habría un silencio dado por la experiencia traumática, que resulta de lo inenarrable del evento vivenciado, y por otro lado, un silencio como acto, vinculado a la gestión de la palabra, en condicionamiento a las exigencias del presente y las relaciones de poder imperante. Profundizar en las distintas características que las relaciones sociales adquieren a partir de la presencia del silencio a la hora de recordar, sobre todo en aquellas personas que no vivieron ese pasado, es una tarea pendiente, pero imprescindible de realizar. 5. Referencias bibliográficas Aranguren, J. P. (2008). El investigador ante lo indecible y lo inenarrable (una ética de la escucha). Nómadas, (28), 20–33. Dobles, I. (2009). Memorias del dolor. Consideraciones acerca de las Comisiones de la Verdad en América Latina. San José: Editorial Arlekín. Foucault, M. (1979). Microfísica del poder (2° Ed.). Madrid: Las Ediciones de La Piqueta Jara, D. (2013). The aftermath of political violence: the opposition’s second generation in the post-coup Chile and its familial memory (Tesis doctoral). Goldsmiths, University of London. Jelin, E. (2012). Los trabajos de la memoria (2° Ed.). Lima: Instituto de Estudios Peruanos. Mateu, R. (1998). Consideraciones en torno al silencio y la palabra. Actas del XIII Congreso de la Asociación Internacional de Hispanistas, 3, 2000, 662-669. Pollak, M. (2006). Memoria, olvido, silencio. La producción social de identidades frente a situaciones límite. La Plata: Ediciones Al Margen. Ramírez, J. L. (1989). El significado del silencio y el silencio del significado. Seminario de Antropología de la conducta, Universidad de Verano, San Roque (Cádiz). Van Alphen, E. (1999). Symptoms of discursivity: experience, memory, and trauma. En M. Bal, J. Crewe y L. Spitzer (Eds.), Acts of memory. Cultural recall in the present (pp. 24-38). USA: University Press of New England. Vázquez, F. (2001). La memoria como acción social. Relaciones, significados e imaginario. Barcelona: Paidós. Vázquez, F. (2005). Construyendo el pasado: la memoria como práctica social. En Portillo, N., Gaborit, M. y Cruz, J. M. (Eds.), Psicología social en la posguerra: teoría y aplicaciones desde El Salvador (pp. 109-143). San Salvador: UCA Editores.

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