Imágenes discursivas de la identidad mexicana en Altamirano, Sierra, Reyes

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Descripción

JOSÉ ANTONIO SEQUERA MEZA

Imágenes discursivas de la identidad mexicana en Altamirano, Sierra y Reyes

CUADERNOS UNIVERSITARIOS

JOSÉ ANTONIO SEQUERA MEZA

Imágenes discursivas de la identidad mexicana en Altamirano, Sierra y Reyes

UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE BAJA CALIFORNIA SUR

Catalogación: Biblioteca Central de la UABCS 809 S479i

Sequera Meza, José Antonio. Imágenes discursivas de la identidad mexicana en Altamirano, Sierra y Reyes / José Antonio Sequera Meza-México : UABCS, 2013. 40P p. ; 23 cm. -- (Cuadernos Universitarios) IBSN: 978-607-7777-34-2 1.Identidad en la literatura 2.Crítica literaria. 3.Literatura mexicana I. t.

D.R. © J. ANTONIO SEQUERA MEZA D.R. © UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE BAJA Í CALIFORNIA SUR, CARRETERA AL SUR KM 5.5, LA PAZ, B.C.S.

Primera edición, 2013 ISBN: 978-607-7777-34-2 Reservados todos los derechos. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida, archivada o transmitida, en cualquier sistema —electrónico, mecánico, de fotorreproducción, de almacenamiento en memoria o cualquier otro—, sin hacerse acreedor a las sanciones establecidas en las leyes, salvo con el permiso escrito del titular del copyright. Las características tipográficas, de composición, diseño, formato, corrección, son propiedad de los editores.

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Secretario de Administración y Finanzas M.C. MAGDA DINORAH VALDEZ CESEÑA

Directora de Difusión Cultural y Extensión Universitaria LIC. LUIS CHIHUAHUA LUJÁN

Jefe del Departamento Editorial

COMITÉ EDITORIAL DE SERIE DIDÁCTICA Editor general M.C. Aurora Rebolledo López Editores M.C. Raúl Alonso Carranza Acevedo Biól. Luis Herrera Gil Dra. Rossana Almada Alatorre

Para Abraham, imposible sin ti Para Syn, principio motriz

Introducción

Tres letrados viajeros constituyen el objeto de estudio de este trabajo: Ignacio Manuel Altamirano (18341893), Justo Sierra (1848-1912) y Alfonso Reyes (18891959). Entre ellos media una distancia temporal que se acorta si tenemos en cuenta las ideas y perspectivas que tienen en común. Altamirano, Sierra y Reyes convergen en la tradición del pensamiento ilustrado y liberal mexicano cuyo proceso va del siglo XIX a la primera mitad del XX. Justamente esa línea de continuidad que se perfila entre los tres escritores que aquí nos ocupan ha motivado, en lo esencial, la realización de nuestra investigación, que podría proyectarse en el futuro hacia estudios en torno a la tradición del pensamiento ilustrado mexicano. Aunque bajo diversas circunstancias históricas, Altamirano, Sierra y Reyes abordaron, desde perspectivas semejantes, cuestiones relativas a la nación mexicana, al papel del intelectual, a la función de la

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literatura y a la emancipación intelectual de México y de América Latina. Asimismo, recurren a motivos idénticos como puede ser el del viaje, interpretado en su valor educativo y cognoscitivo, como también en un sentido histórico cultural que trasciende al individuo: el viaje examina en los orígenes, en las raíces y en el destino de una nación. Esa búsqueda de una identidad mexicana y su expresión signa a varias generaciones de mexicanos entre los que se cuentan como protagonistas. Coinciden, además, en señalar a Grecia como punto de partida de un viaje cultural cuyo destino vendría a ser América. Con la intelectualidad del siglo XIX-XX, Altamirano, Sierra y Reyes comparten el mismo esfuerzo por llevar a cabo la labor mesiánica de educar a las futuras generaciones en el afán de contribuir al progreso y modernización de la república. Para ellos, la educación deviene en el instrumento fundamental para el desarrollo de la nación. La línea de continuidad anteriormente apuntada, que consideramos evidente, entre distintas generaciones de intelectuales mexicanos no ha sido, sin embargo, suficientemente estudiada, razón que ha incentivado nuestro trabajo. El examen de la tradición ilustrada, o al menos de algunos de sus más insignes letrados, resulta necesario puesto que permite valorar los caminos trazados por la inteligencia mexicana en sus intentos por definir su identidad. La labor indagatoria llevada a cabo por pensadores como Altamirano, Sierra y Reyes no sólo contribuyó a la definición del intelectual, sino también de los perfiles culturales de la sociedad mexicana y a la constitución de sentidos afirmativos de la nación.

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Una de las razones para estudiar los discursos del periodo de la Reforma se debe, principalmente, a que los intelectuales anteriores a esta etapa se ocuparon de asuntos nacionales más urgentes, y que requerían de su concentración: la defensa militar del país fue uno de ellos. Por otro lado, la derrota de los conservadores —tanto al instaurar las leyes de la Reforma, como en la expulsión de los franceses— define y delimita la tarea de los intelectuales liberales de la Reforma: deslindar el rol de la cultura mexicana en el mundo. Otra de las razones principales para escoger los periodos históricos de la Reforma y la primera parte del siglo XX es que muchos historiadores mexicanos consideran que el inicio de la historia moderna mexicana se circunscribe de 1867 a 1911, entre ellos Daniel Cosío Villegas. Durante este periodo del siglo XIX, y principios del XX, los intelectuales buscan construir una nación con los ideales de autonomía, libertad, democracia, soberanía popular, civilización, progreso; todas ellas expresiones de un pensamiento ilustrado. Para ello crearon instituciones y leyes, con el fin de extender la Ilustración a un, cada vez mayor, número de mexicanos. Desde nuestro punto de vista, la extensión de esto es Alfonso Reyes. Así, los letrados liberales de la Reforma y del porfiriato trabajaron en propuestas sociales, económicas y políticas con el propósito de lograr una hegemonía ideológica, que si bien permitió un crecimiento heterogéneo, avanzaron en un liberalismo que integraba a todas las partes, y permitió el ansiado “orden” del porfiriato.

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El liberalismo (de la Reforma) y el positivismo (del porfiriato) fueron las filosofías del Estado; éstas rigieron la educación, ambas convivieron en los diferentes ámbitos institucionales, sobre todo poniendo acento en la consolidación de las leyes. Así, es importante mencionar que la ideología liberal-positivista remarcó el énfasis en el orden; sin embargo, el proyecto orden del Estado surge por el ideal constantemente buscado a partir de la Ilustración mexicana, que se enfrenta, en la Reforma, a un México que tiene sus raíces en el viejo modelo colonial. Los intelectuales de la Reforma asumen la responsabilidad de los rumbos de la nación y dan una vuelta de tuerca a la utopía de una República Ilustrada. Lo mismo sucede con el grupo del Ateneo (1908), estos intelectuales están a punto de asumir su responsabilidad histórica, un ejemplo de ello es Vasconcelos y su proyecto educativo. Sin embargo, históricamente, el ideal ateneísta se ve interrumpido por la Revolución mexicana; a partir de ella, el grupo se disgregará y no volverá a tener la cohesión pre-revolucionaria. Pero, en su base siempre impulsaron un objetivo clave: la cultura humanística como parte del cosmopolitismo al cual tendría que llegar México (América), pues tenían como meta la construcción de un nuevo México que tomase conciencia de su situación y de su papel en el mundo. Aunque menos políticos, los ateneístas proponen una revisión ideológica de la revolución no en su base, sino en sus ideales. Desde mi punto de vista, coexistía en ellos la ideología del liberalismo y de la Ilustración. Su meta principal siempre estuvo ligada a la educación, ya que los ateneístas veían en ella el

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proceso en el que se inscribía la conformación del Estado mexicano moderno. La condición por la cual Ignacio Manuel Altamirano fue seleccionado para este trabajo se basó en primer lugar, por su representatividad dentro de la línea generacional con más tradición. Altamirano influenció decisivamente a las generaciones futuras. De la misma manera, Altamirano puntualizó las grandes tareas nacionales en el ámbito de la educación y de la cultura, encomiendas que las futuras generaciones aceptaron y desarrollaron al máximo. Se debe reconocer que en el ámbito de una historia del suceder generacional existe un “salto” de Altamirano a Reyes: Justo Sierra. Este último también desarrolló el mismo pensamiento identitario. Sierra fue un discípulo aventajado de Altamirano, en cuyo pensamiento pudo encontrar los principios fundamentales para el desarrollo de su magisterio, legado que supo enaltecer y del que es deudor Alfonso Reyes. Por esta razón, y en aras de analizar no un proceso, sino las instancias polares de una continuidad, no sin hacer constar que en un estudio diacrónico del pensamiento mexicano, resultaría inexcusable excluir a Justo Sierra. Sierra es un puente entre el México del siglo XIX y el del siglo XX. Su titánica labor comprende el dejar las bases del sistema educativo nacional. Impulsor, además, de la soberanía nacional a través de la formación de intelectuales y científicos nacionales. Ya en el inicio del siglo XX, Alfonso Reyes fue uno de los intelectuales que mantuvo un análisis constante del México de su tiempo; su propuesta básica radicó en integrarlo al mundo europeo. Por supuesto, en la generación del Ateneo sus miembros

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tienen la misma formación cultural, la misma base de reflexión, la misma tarea; pueden diferir sus estilos, más no el fondo de sus propuestas intelectuales. En este sentido, la selección de Alfonso Reyes se basa en su representatividad, porque él reflexionó, escribió y defendió las principales tareas del proyecto de los ateneístas para llevarlo a su más alto grado. La poligrafía de Alfonso Reyes le permitió desarrollar ampliamente lo esbozado por los intelectuales mexicanos anteriores a él. La identidad, la memoria histórica, la literatura, los griegos, la nación, el carácter de la tradición: España y Europa, América. Reyes retoma todas éstas y las desarrolla en sus obras completas como una totalidad orgánica. Pese a lo anterior, en el ámbito de la cultura mexicana, Alfonso Reyes es poco estudiado, por lo que ha quedado sólo como figura representativa de la intelectualidad mexicana. Principalmente, por esto último, se hace necesario su estudio para revalorar su significación en la cultura mexicana. Este trabajo tiene el propósito principal de confrontar a Ignacio Manuel Altamirano, Justo Sierra y a Alfonso Reyes a partir de cuatro aspectos fundamentales: la importancia del motivo del viaje; estudio y reflexión en torno a la cultura griega; la representación de la nación y sus proyectos nacionalistas; en estrecha relación con este último, la problemática de la lengua y la literatura nacional, asuntos que ocuparon la reflexión de los tres escritores. La finalidad no es otra que constatar, sobre todo, sus puntos de contacto, así como también los matices que los diferencian, sin dejar de atender aquellos rasgos que los identifican con la tradición del pensamiento ilustrado mexicano.

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En relación con el tópico del viaje interesa analizar cómo cada uno de los escritores aborda el sentido del viaje para el intelectual mexicano, el viaje como metáfora del conocimiento y la cultura, y la definición de los límites entre lo nacional y lo universal (occidental). El estudio del tema de la cultura griega en Altamirano, Sierra y Reyes ha perseguido el examen del lugar concedido al paradigma cultural grecolatino por los tres, a partir de la importancia del conocimiento de la cultura griega en el proyecto educacional, y del valor del origen griego en las estrategias de legitimación de la cultura nacional mexicana. En cuanto a la valoración del concepto de nación en el discurso de los dos pensadores, se han tomado en cuenta los términos en que se prefigura la nación en sus discursos respectivos; así como las representaciones, imágenes y relatos de la nación. Por último, con el estudio comparativo del lugar que ocupa la lengua, y las reflexiones acerca de la literatura nacional en la obra de Altamirano, Sierra y Reyes, se ha pretendido precisar qué funciones se le atribuye a la literatura en la expresión de la identidad nacional. Para el estudio comparativo de los sistemas de pensamiento de estos autores se consideró pertinente partir de aquellos núcleos temáticos que constituyeran verdaderos campos de sentido tanto en Reyes, en Sierra, como en Altamirano, y que propiciaran una comprensión general de los presupuestos ideoestéticos básicos en los tres sistemas. La interpretación de textos que se llevó a cabo no podía desconocer, por

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otra parte, que se trata de escritores inscritos en una tradición de maestros, en la cual se cuentan varias generaciones. De la constante histórica del discurso de la identidad se fortalece un concepto adjunto: la tradición, que para este trabajo inicia con la herencia de la Ilustración. El punto de partida fue la guerra de independencia de 1810, en donde los intelectuales (que se ha llamado generación de transición) plantearon no sólo la separación económica, sino la emancipación intelectual. Por las características de la desavenencia con la metrópoli, los letrados de ese momento histórico propusieron la búsqueda de un modelo cultural, social, opuesto al hispánico, lo cual implicó una ruptura mayor: el ocultamiento de la tradición colonial porque esta última lo representaba. El modelo cultural en el cual se fijaron fue la Ilustración. La fundación de la Ilustración se convirtió en tradición al ser una constante en los discursos de los escritores que sucedieron a la generación de transición. Como se lee, otro concepto clave en el trabajo es el de generación1 porque para que el discurso de la

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La postura de las generaciones se basa en Ortega y Gasset, “La idea de las generaciones”, Obras Completas, Tomo 3; Ortega y Gasset define a la generación como un determinado grupo social con perspectivas desarrolladas por coetáneos que comparten una misma circunstancia histórico-social; la generación se convierte en el grupo de referencia que proporciona una imagen particular que puede servir de marco orientador, sobre todo, porque el grupo de referencia existe en la sociedad y en la historia y no se les puede considerar aisladamente, así las generaciones son variantes en la vida histórica de las relaciones sociales.

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identidad alcance historicidad y se convierta en una tradición, es necesario que los grupos sociales discutan, argumenten, consoliden proyectos culturales y sociales en diálogo con sus predecesores y anticipen el futuro. Una propuesta de este trabajo es la división —polémica— de los intelectuales mexicanos en generaciones. Señalaremos seis generaciones: la primera como la generación de transición,2 ésta fue un grupo que se convirtió en un punto de referencia y de marco orientador para el desarrollo de las ideas posteriores. La generación de transición rescata, principalmente, el núcleo de ideas de la Ilustración y anexa una más: la necesaria definición y conceptualización de quién es el mexicano. Así la identidad se integró en los documentos de los letrados mexicanos. La escritura de la generación de la transición es un espacio en donde se debate, se polemiza, se expone sobre el quiénes somos, qué hacemos, qué país queremos, en este sentido, son los iniciadores de esta búsqueda.

2.

He denominado “Generación de la transición” al grupo de intelectuales que elaboran una propuesta ideoestética a partir del movimiento independentista mexicano de 1810. A éste pertenecen: Andrés Quintana Roo, J.J. Fernández de Lizardi, Teresa de Mier, entre otros; quienes fundan la poesía patriótica, la novela mexicana, el ensayo, y la Constitución de 1824, respectivamente. Esta generación se sobrepone a la irrupción del movimiento armado de 1810 y elabora una búsqueda del carácter del ser mexicano, El Periquillo Sarniento es una clara expresión de lo anterior; este grupo transita de la Colonia a la República, de un neoclasicismo europeo a un neoclasicismo americano, de una dependencia en todos los niveles a una independencia, de una concepción patrimonial a una liberal, de la censura a la libertad de prensa; cambios finalmente que reestructuraron la sociedad del México independentista, en esta transformación, este grupo sostuvo un equilibrio entre las diferentes formas de pensar.

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Centraron su importancia en los cuatro conceptos trabajados: viaje, griegos, nación y literatura. Le sigue en un orden cronológico, la “Generación de la Academia”, porque es en este momento cuando se “pulen” los primeros maestros de maestros: Ignacio Ramírez (reconocido por Altamirano como su maestro), Rodríguez Galván, Manuel Payno, Guillermo Prieto (amigo de Altamirano), Fernando Calderón, Carpio, Joaquín Pesado. A la tercera, después de la Independencia, se denominó la “Generación de la Reforma”,3 en donde tal vez se consolida la tradición liberal, pues el triunfo de los liberales permite afianzar al Estado mexicano, y reunir los más diversos discursos en una sola línea de búsqueda. A ella pertenece Ignacio Manuel Altamirano (como vimos, la influencia de Altamirano como maestro es amplia, pero su más logrado discípulo fue Justo Sierra), Riva Palacio, Francisco Pimentel, Francisco Zarco.4 Una cuarta, la “Generación del Renacimiento”,5 es de suma importancia puesto que es la que coincide en el ámbito de la revista El Renacimiento, dirigida por Altamirano. Esta generación es clave porque conlle-

3. 4. 5.

Anteriormente se había fundado el Liceo Hidalgo, por Francisco Zarco (1851). Sin embargo, no se sostiene durante mucho tiempo, y su propuesta sólo viene a ser un eco de la Academia de Letrán. Esta generación y la anterior se reunirán bajo el proyecto de La Reforma de 1857, y la mayoría se integrará al proyecto liberal. Ignacio Manuel Altamirano, en 1870, también funda lo que se conocerá como la continuación del Liceo Hidalgo. Aunque el límite que veo en éste es que a las reuniones sólo asistían fraternos al maestro Altamirano, mientras que en la revista escribían plumas diversas.

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va el punto de reunión de diversas posturas del intelectual mexicano, además de que coincide con una separación entre el intelectual político y el creador libre. Aparecen los primeros poetas fuera de los ámbitos del poder: Antonio Plaza, Manuel Acuña; también es punto de coincidencia, entre el poeta clásico, el poeta romántico y el poeta modernista: Justo Sierra, de suma importancia para la continuidad de la tradición, quien se forma bajo el resguardo del maestro Altamirano. Sierra es la figura clave para el entendimiento de la etapa porfirista, y del Ateneo de la Juventud; fue el principal promotor de una nueva educación en México. Una quinta generación resulta la llamada “Modernista-realista”. Es en la modernista —con un aparente desapego hacia lo social y lo político—, donde se busca una estética propia (lo cual, desde nuestro punto de vista, también se convierte en esa búsqueda de identidad). Mientras que la línea realista investiga a través de la crítica social respuestas a lo establecido, al quiénes somos. Las exploraciones ficcionales de Rabasa, Othón, López-Portillo y Rojas, Nájera, y Díaz Mirón muestran realidades sociales, políticas, económicas e ideológicas que estaban ocultas por el régimen. Por último, una generación que se ha llamado “Generación de la Revolución Cultural”,6 la del Ate-

6.

He denominado a la generación del Ateneo como la de la Revolución Cultural porque todos sus integrantes mantuvieron una postura en contra de la guerra, de las armas; consideraron necesaria una revolución, mas sólo en el orden de la cultura, de la educación. Finalmente, por esto último, sus contribuciones al México post-

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neo de la Juventud (1908) mantuvo como respuesta al positivismo de Spencer y de Comte un punto de encuentro humanista. Sus integrantes más renombrados fueron Alfonso Reyes, José Vasconcelos, Antonio Caso, Pedro Henríquez Ureña, Martín Luis Guzmán, Julio Torri, Ricardo Gómez Robelo, Jesús T. Acevedo, Enrique González Martínez. A través de estas seis generaciones del siglo XIX y principios del XX se establece la tradición de búsqueda de la identidad mexicana que mediará entre lo literario, lo social, y lo ideológico. Ignacio Manuel Altamirano, Justo Sierra y Alfonso Reyes representan intelectuales cumbres de sumo interés para establecer relaciones entre sus textos.

revolucionario se idearon con base en una modificación cultural total. Para elaborar sus contribuciones culturales, esta generación equilibró pasado y presente de los rasgos de la identidad mexicana.

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Capítulo I

Ignacio Manuel Altamirano, el primer viajero

Ignacio Manuel Altamirano, escritor mexicano del XIX, impulsó una literatura nacional que describiera los paisajes, las costumbres, las geografías, propias de la tierra y del mexicano. La literatura liberal mexicana desarrolló su ideología y el carácter de identidad que pretendía responder a las preguntas: ¿Quiénes somos, cuál es el origen del mexicano, y cuál su forma de pensar?

El viaje como experiencia de retorno: entre revoluciones y reformas El siglo XIX en Hispanoamérica se inicia con los movimientos de independencia, con ellos se gestan los discursos de la nación moderna. En los procesos de conformación de las naciones, los ideales de la Revolución Francesa y el campo cognitivo de la Ilustración fueron fuente de inspiración de modelos ideo-

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lógicos para la elaboración de los discursos nacionales en Latinoamérica. En México, a partir de 1820, diversas regiones políticas y económicas se enfrentaron por el control sociopolítico del país; estas fuerzas crearon movimientos segregacionistas, diferencias en las regiones, mientras que el discurso nacional luchó por contenerlos en un solo Estado. Los estados federados representaban grupos sociales que, muchas de las veces, deseaban separarse de la nación o de la región.7 A través de la crónica, el escritor —nativo o no de la región— pretende describir los cuadros de costumbres que integran a los diversos actores de la nación: se refieren las similitudes y las diferencias de los pueblos que conforman a México. El intelectual mexicano completó los discursos nacionales a partir del conocimiento de las diversas regiones del país. Estas narraciones son llamadas “escritura de viaje” porque el explorador mexicano no sólo relata lo que acontece en el periplo, sino también realiza minuciosas descripciones humboldtianas8 en donde se representa la geografía humana: los límites, la extensión, el aspecto, la longitud-latitud, el clima, los ríos, la agricultura, los animales, el comercio, la industria, la población y los habitantes, la historia. 9 7. 8.

9.

El caso extremo fue el Estado de Texas. Pero también hubo el intento de anexión de Chiapas a Guatemala, la cual se separó de México en 1823, así como el intento de separación de Yucatán, en los años de 1838-1840. El prestigio de Alejandro Von Humboldt originó la proliferación de las excursiones científicas del tipo de las que habían surgido con la Ilustración. El arte y la ciencia se hermanaban en las publicaciones de los viajes. Manuel Payno, escritor mexicano (1820-1894) agrega otro tópico: el movimiento intelectual.

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Éstos son los tópicos de la primera escritura de viaje que se realiza en México por los intelectuales con un objetivo obvio: conocer al mexicano en sí mismo por sus límites, sus recursos, sus riquezas geográficas y humanas. Es un encuentro del viajero mexicano con su identidad interior, lo que algunos autores llamarán el “alma nacional”. En el proceso de reconocimiento territorial, el viaje —como experiencia física—proporciona a los intelectuales no sólo información sobre los lugares y los recursos naturales, sino sobre sus propias fronteras culturales, sociales y políticas. En este sentido, la escritura de viajes contribuye a la redefinición del México, esencialmente, con la visión no científica de la naturaleza y las posibles relaciones de ésta con sus habitantes. La exploración física llega al límite fronterizo en donde necesariamente el viajero se encuentra, se enfrenta —estar cara a cara— con otros modos culturales, que ya no están dentro de sus límites geográficos o humanos sino más bien fuera de su cultura, de su lengua y de su historia. El viajero mexicano aprende que, a partir de las diferencias también, se muestran los rasgos propios de su cultura; así, el viaje a Europa o a los EUA se proyecta como la búsqueda de conocimiento a partir de las semejanzas y diferencias con el otro. En contraposición con los viajeros turistas, están los viajeros intelectuales que ven en el viaje la necesidad de aprender, de asimilar la cultura occidental, de explorar sólo por curiosidad y por conocimiento, vieja costumbre renacentista. A fin de cuentas, como menciona Altamirano, el viaje es “ese deseo de locomoción, tan natural en el hombre.” (Altamirano OC

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1882: 215). Es decir, inherente a él es la exploración, la búsqueda de conocimiento científico, de progreso material y espiritual. El principio del viaje al extranjero tenía como finalidad importar ideales que permitieran terminar con la “barbarie” mexicana. Ésta era la meta de las elites aculturadas occidentalmente (en un principio, los modelos fueron Francia, Inglaterra, y los Estados Unidos. Fray Servando Teresa de Mier, por ejemplo, estuvo en el Estado de Filadelfia, en Francia, y en Inglaterra, e intentó importar esas ideas para México) las cuales reconocen la necesidad de unificar, en teoría, 10 a los distintos grupos que forman parte de la República. Así pues, se buscan modelos que permitan ordenar, disciplinar el “caos” del México “bárbaro” con la finalidad de ser modernizado. Desde la perspectiva de los intelectuales mexicanos, Occidente representa el conocimiento, el desarrollo tecnológico y la cuna de las ideas filosóficas. Ésta es la tarea primordial que enfrentan los intelectuales durante el siglo XIX. ¿Cómo apropiarse de estos paradigmas y adaptarlos a las realidades de los estados emancipados? Los escritos de viaje contribuyeron en este proceso al describir y reflexionar sobre, en primer lugar, la alteridad, el otro desarrollado y civilizado; en segundo lugar, sobre los signos de la modernidad plasmados en las ciudades europeas, resultado de la civilización. Aunque es poca la información que en 1 0 . Se nombra como proceso teórico porque no responde a la realidad de los distintos grupos indígenas que, aunque hay un intento de escucharlos, se hace desde una distancia; desde el “verdadero conocimiento” europeo.

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1882 se tiene en México sobre los viajes a Europa: “Pero si escasa es nuestra literatura de viajes por lo que respecta al interior del país, sus productos son rarísimos en lo que se refiere a los viajes en el extranjero.” (Altamirano OC XIII: 230) El deseo de los intelectuales como Altamirano es que se viaje hacia Europa para apropiarse de los discursos de progreso y civilización. Con esa adquisición de valores ideológicos, los intelectuales mexicanos comienzan a formar su propio modelo cultural e ideológico con el afán de ingresar a la modernidad. Se debería viajar al extranjero para importar los modelos de las ciudades y las formas de vida de los países desarrollados con la esperanza de cubrir esos vacíos en la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, sobre todo, porque las leyes y las reformas no se aplicaban a la realidad mexicana. Sin embargo, en las circunstancias histórico-sociales del México post-independentista no fue fácil la práctica de la Constitución ya que la sociedad mexicana de su momento no estaba preparada para ello. Así, importar estas formas de vida permitiría la legitimación de las nuevas estructuras de poder, la creación de instituciones 11 en la construcción de la nación moderna; sólo el discurso Ilustrado de la razón haría posible el proyecto modernizador. Entonces, la ciudad de México representaba el receptáculo de las fuentes culturales europeas a partir de las cuales sería posible construir una sociedad civilizada; para lograr esta meta era necesario someter el territorio “salvaje” a las 1 1 . Las instituciones heredadas de la colonia se integran como nacionales, como es el caso de las jurídicas.

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normas emanadas de las ciudades; la educación era una de estas medidas (Rama 1984: 16). Ante la antítesis entre ciudad/campo, escritura/oralidad, prevalece una jerarquización social que se manifiesta por el dominio de la escritura, ésta garantizó el poder de la ciudad sobre el campo, la escritura sobre la oralidad. Tanto ciudad como escritura fueron los lenguajes simbólicos que normaron la vida de las comunidades de inicios del siglo XIX a través de leyes que instituyeron “el orden”: testimonio de la ciudad letrada. 12 Con ello, los letrados estratificaron la sociedad mexicana con base en el poder heredado de la colonia; así, la ciudad y la escritura colonial, aún después de la independencia, imperan como parte de la búsqueda del espíritu del pueblo, 13 que es la representación de la nación, 1 2 . Ángel Rama, (1984) La ciudad Letrada, examina el origen de las ciudades en América Latina y hace una distinción entre la ciudad física, producto de la planeación de los conquistadores, y la ciudad letrada resultado del orden de los signos que representaban funciones culturales de las estructuras del poder a cargo de los grupos letrados que representaban una minoría. La oposición entre la ciudad letrada y la ciudad real es que “La ciudad letrada quiere ser fija e intemporal como los signos, en oposición constante a la ciudad real que sólo existe en la historia y se pliega a las transformaciones de la sociedad” (Rama 1984: 55). Es decir, la ciudad letrada se definía a sí misma por el manejo de esa lengua minoritaria que los letrados defendían y procuraban mantener. El uso de la lengua escrita sobre la oral le permitió organizar leyes, clasificaciones y distribuciones jerárquicas. 1 3 . Para Guerra tanto el “pueblo” como la “nación” son ficciones creadas por las elites criollistas para legitimarse en el poder. Antes de los movimientos de independencia no existía el pueblo, la sociedad estaba conformada por comunidades campesinas y sus autoridades tradicionales, la iglesia era el instrumento del poder real. Entonces quién conforma el “pueblo” teórico, son los que han adquirido un baño de cultura moderna, los “elegidos”, las elites

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de la identidad del mexicano. Así, los ciudadanos debían ser educados, instruidos, en la lengua española americana la cual funcionaría como sistema de comunicación. Simón Rodríguez escribe al respecto: “Nada importa tanto que el tener pueblo: formarlo debe ser la única ocupación de los que se apersonan por la causa social.” (Rodríguez citado por Rama 1984: 62). Por supuesto, lo que señala Rama es, para la mayoría de los países de América Latina una constante: serán los letrados quienes dominen el ámbito social, político, económico. Pero en México, ante la imposibilidad de la masificación de las letras (utopía propuesta por los intelectuales) tres estrategias clásicas se integran para cultivar al pueblo: el teatro, la oratoria, y la declamación. Es decir, representaciones orales de la escritura, misma que también se difundía a través de un gran aliado: el periódico.

Renacer en la escritura: el periódico y su fundamento El papel que desempeñó la imprenta fue primordial para la formación de la nueva elite mexicana. Desde la fundación del Diario de México (1808), hasta los periódicos como El Iris, o los semanarios, o los del ilustradas, las que “piensan” y se piensan como la “voz de la nación”. Están también los insurrectos, aquellos que han mostrado con la acción armada que son el pueblo que actúa. Son éstos los actores reales del poder político moderno, el “pueblo” real, aquel para quien se hacen las constituciones.” (Guerra 2001: 333).

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“Pensador mexicano”,14 las publicaciones establecían un debate constante con los intelectuales ilustrados de Europa, o con las nuevas tendencias de pensamiento; su objetivo principal era ilustrar al pueblo, de hecho una de las primeras manifestaciones de la Ilustración en México fue la aparición de gacetas.15 Así, los periódicos mexicanos de inicios de siglo XIX se caracterizan por crear una imagen costumbrista del sitio en donde publicaron, por su deseo de educar al pueblo, por la apertura de espacios de discusión para la identidad nacional, el pasado y el presente mexicano, y de 1820 a 1825 —aproximadamente— discutieron en torno a los héroes de la independencia nacional. El periodismo, entre el periodo de la emancipación y la consolidación de los estados nacionales, se afianza como el medio básico de distribución de la escritura. La escritura es para el intelectual la ordenadora del sentido, de una vida pública racionalizada. Por lo tanto, el periódico era el lugar donde se debatía la cultura que hacía una diferencia entre la “civilización” y la “barbarie”. Es donde se formaliza la visión utópica de lo que “debería ser” la polis, la vida pública en vías de racionalización (Rama 1984:92-93). Dos discursos se conjuntan, la idealización de la sociedad mexicana y la producción (discusión, plan1 4 . Fernández de Lizardi fundó los siguiente periódicos: El Pensador Mexicano (1812) Alacenas de frioleras (1815), Caxoncito de alacenas (1816), El conductor eléctrico (1822), Amigo de la paz y de la patria (1822), Correo semanario de México (1825). 1 5 . Las gacetas tuvieron una corta vida, sin embargo, fueron la base para los diarios, los periódicos y los semanarios de siglo XIX.

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teamiento, proposición) de la imagen de la nacionalidad, lo que Benedict Anderson, llama una “comunidad imaginada”. El autor enfatiza, en la historia de la construcción del sujeto nacional y de su identidad, la importancia de la escritura para la regulación y delimitación del espacio nacional. Así, el periódico participa en la producción de un público que será la base de las imágenes de la nación emergente, al convertirse en el medio que permitió la extensión del orden racionalizado hasta las zonas subordinadas a la “barbarie”, pues se debía transformar al “bárbaro” en lector; se tenía que someter su oralidad a la ley de la escritura que es uno de los proyectos ligados a la voluntad de ordenar y generar el espacio nacional. Esto convierte al periodismo en un mecanismo pedagógico fundamental para la formación de la ciudadanía. ¿Entonces, cómo incorporar al analfabeta a la escritura? Esta situación la salva la aparición de un mediador quien lee el periódico para la comunidad analfabeta, y gracias a este intermediario la escritura será capaz de extender su dominio más allá del reducido mundo del público urbano (Rama 1984:94), que en México son representadas por las ciudades más importantes. La extensión del dominio también se intenta por parte del escritor; comienzan los viajes al interior del país, mitad por las condiciones personales del literato, mitad por la necesidad del gobierno de mandar gente preparada a esos lugares. Estos escritores envían la escritura de ese viaje a los periódicos: crónicas, monografías, cartas personales, escritos políticos, cuentos del lugar, recopilaciones de leyendas del lugar, todo lo que pareciere interesar al lector ilustra-

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do o no. Todo lo que integra al mexicano. En estos escritos se habla de similitudes y diferencias, de identidad. Altamirano da cuenta de este aspecto: En el interior, habría sido utilísima para hacernos conocer nuestra propia geografía. Sabido es que en esta materia enseñan más los libros de viajes que los libros metódicos que se contienen datos, aunque precisos, áridos para la imaginación, difíciles para la memoria. (Altamirano OC XII: 228) (1882)

El periódico descubre el valor comercial de las memorias de los viajeros y explota esa posibilidad. Ignacio Manuel Altamirano es heredero de esta tradición de periódicos; él mismo funda tres: El Federalista, La Tribuna, La República; la revista El Renacimiento, con cincuenta y tres números publicados; él tiene plena conciencia ilustrada respecto al periódico: “[...] el hecho es que entretanto llega el día de la igualdad universal y mientras haya un círculo reducido de inteligencias superiores a las masas, la novela, como la canción popular, como el periodismo, como la tribuna, serán vínculo de unión con ellas,[...]” (Altamirano OC XII:55) (1868) Éste será el tipo de defensa que Altamirano utilizará para el periódico y su consolidación; éste permite la masificación de ideas, pensamientos, cultura, e información necesaria para el pueblo. Además su producción es barata. Ve, pues, en el periódico la forma de encuentro entre el intelectual y las masas.

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La desilusión del viajero Altamirano cuenta con una amplia trayectoria de viajes, inusual en el hombre mexicano medio de su tiempo, comparada con los mejores viajeros intelectuales contemporáneos en México. Realiza los siguientes viajes: el viaje en el interior de la República, de Guerrero a Toluca, a México (para sus estudios); los viajes a través de la República Mexicana en defensa contra los franceses; el viaje hacia el exterior, va a Europa en el año de 1889, allí muere en 1893. Su constante viaje a través de la historia y de la literatura: ve en los viajeros, en especial en los ilustrados, como aquellos que se encuentran con el progreso. Se expresa así de la historia: La historia antigua de México es una mina inagotable. Los sabios extranjeros dirigen miradas llenas de interés, los viajeros ilustres visitan a porfía las grandiosas minas de Yucatán, de Palenque y de Puebla, con la misma curiosidad con que visitan las de Egipto, de la India y de Pompeya. (Altamirano OC XII: 34) “Revistas literarias de México”

La historia, pues, es un tesoro que debe buscarse, debe emprenderse un viaje para tal fin; los historiadores están al mismo nivel que los viajeros ilustres: en ambos impera la curiosidad. El deseo de Altamirano es que el viajero visite los monumentos arquitectónicos prehispánicos que están al mismo nivel de las civilizaciones antiguas. La travesía es conceptuada desde diferentes perspectivas por Altamirano, quien percibe diversas

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aplicaciones en las ideas del viaje. Una de ellas, la presenta como desarrollo, como idea de meta, de llegar a un puerto: el ansiado progreso. Los mexicanos viajan poco, y los que viajan no escriben ni publican sus impresiones [...] nos es desfavorable una comparación relativa con los Estados Unidos de América, cuyos hijos recorren a bandadas todas las partes del mundo en busca de negocios o de distracción. (Altamirano OC XIII: 215) (1882)

Altamirano precisa, además, que el poco movimiento viajero de los mexicanos se debe, esencialmente, a los trescientos años de colonia, ya que “nuestra” tradición es el viaje: Y aquí hay que considerar un fenómeno digno de atención, por extraordinario. Lo que puede llamarse la sociedad mexicana moderna, es hija de dos razas esencialmente móviles y atrevidas, muy dadas a los viajes y apasionadas de las aventuras, como fueron la raza española del siglo XVI y la raza azteca. (Altamirano OC XIII: 216) “Introducción al viaje” (1882)

La herencia se lleva al extremo racial, como si el elemento del viaje fuese parte de la propia genética, y por la mezcla de razas, el mexicano, para Altamirano, debería tender al viaje, a la aventura. Su propuesta es que con la Independencia se dé, paulatinamente, el movimiento viajero mexicano para que a través de una “literatura de viajes” se conozca el mundo cultural. Esta literatura debe semejarse a la de Humboldt: describir la belleza del paisaje en reunión con la cultura, la raza, la política y la sociedad; Humboldt es, para Altamirano, el

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primero de los viajeros que ha logrado esta estética: “Después de Humboldt hay mil viajeros y aún viajeras, que han escrito sobre México, unos apasionados como el de Lovestern o el de madama Calderón.” (Altamirano OC XIII: 229) “Introducción al viaje” (1882) Es Humboldt quien, además de la fineza de su pluma, escribe objetivamente de México, de los más diversos ambientes: “El barón de Humboldt, fue el primero que reveló a Europa civilizada las miserias y las grandezas de nuestra vida minera.” (Altamirano OC XIII : 242) “Prólogo a Las minas y los mineros de Pedro Castera” (1887) La influencia de Humboldt en los intelectuales del siglo XIX es definitiva en muchos sentidos. A partir de él, los escritores esbozarán monografías geográficas y humanas sobre el territorio. Además, el ilustrado Humboldt presentó en sus escritos un México que se muestra ante los ojos europeos como una ciudad civilizada, como un país en progreso. Los escritores mexicanos del siglo XIX tuvieron gran respeto hacia Humboldt, no sólo por los elogios que dedicó al país: “Ciudad de los palacios”, expresión que dedicó a la ciudad de México; sino porque también se integró al movimiento independentista mexicano y americano, lo que impulsó, aún más, el aprecio de los americanos hacia él. Humboldt, y las posteriores expediciones europeas,16 desarrollaron la necesidad de las sociedades 1 6 . Aunque bien es cierto, coincidentemente con Mary L. Pratt, los europeos y norteamericanos en realidad tienen intereses expansionistas, sus expediciones son para conocer las materias primas de América Latina, y consecuentemente explotarlas.

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científicas de Geografía, que tenían para Altamirano un objetivo muy claro: explorarse a sí mismos, a través de los relatos de los viajeros conocer “nuevos descubrimientos y con dibujos e ilustraciones de toda especie, dando a conocer monumentos antes ignorados, nuevas plantas, habitantes de regiones poco exploradas” (Altamirano OC XIV 1883:53). El intelectual reconoce que el europeo adquiere una gran ventaja política, económica y cultural al explorar la geografía humana de México. Por ello, Altamirano insiste en buscar ese reconocerse a sí mismo para crear una visión propia: Así pues, descartaremos también de las novelas de costumbres algunas que el americano Maine Reid, que tiene pretensiones de imitar a Cooper, y que ha pintado a los mexicanos de un modo que ni ellos mismos se conocen. (Altamirano OC XII: 53) “Revistas literarias de México”

Altamirano responde a la visión que tienen los americanos sobre el mexicano, en un libro en donde inclusive su maestro Ignacio Ramírez ha participado: Los mexicanos pintados por sí mismos. Éste es el llamado que Altamirano hace para su literatura de viajes: una escritura en donde las costumbres, las sociedades, los paisajes reflejen algo del mexicano. La geografía física y humana, entonces, es otra manera de escribir el espacio de México. Se convierte en un artificio de los intelectuales liberales para reconocer las fronteras:17 geográficas, sociales, culturales,

1 7 . Los liberales fueron los que impulsaron la ley de deslinde en 1857.

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políticas y económicas. En este sentido, la estética del paisaje, ya sea en la descripción o en la obra pictórica, ingresa a la literatura de viaje. No sólo recupera la tradición impuesta por Humboldt, sino supera al maestro. Este viaje interior se encuentra representado en Clemencia: “[...] Guadalajara por su belleza, por su situación topográfica, por su antigua importancia en tiempo de los virreyes, la que no ha disminuido en tiempos de la república.” (Altamirano OC III: 170) (1869) Es la invitación postal a Guadalajara, que por la situación política en la cual se desarrolla la novela —la invasión francesa— sólo es para los mexicanos, o los amigos de los mexicanos: “la curiosidad más grande a los viajeros mexicanos que la ven por primera vez” (Altamirano OC III: 171), ya que Guadalajara, dice Altamirano es el “centro agrícola”, “comercial” de la región occidental de México. Para más certeza: “según datos estadísticos recientes” (Altamirano OC III: 171) la población tiende a disminuir. La presentación no termina ahí, continúa con sus hombres valerosos, sus hermosas mujeres; la franja de desierto, siempre finalizando en un oasis. Sus ríos, sus sierras: “En la cadena de la Sierra Madre que atraviesa serpenteando el estado de Jalisco, y cuyos ramales toman los nombres de Sierra de Mascota, Sierra de Alicia y el del más al norte el de Sierra del Nayarit.” (Altamirano OC III: 171) La geografía es humana y física, integrada a la novela, para que la fruición lectora sea capaz de asimilar el conocimiento que se vierte sobre Guadalajara. El narrador sabe que abusa de la libertad de mezclar el conocimiento con la ficción: “Perdonen ustedes mi afición a describir, y no la juzguen tan

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censurable mientras ella sirva para dar a conocer las bellezas de mi patria, tan ignoradas todavía.” (Altamirano OC III: 174) El otro viaje, la aventura hacia el exterior, es la vuelta a Europa. Es un retorno porque Altamirano, en la madurez de su vida, confronta a la Europa real con la Europa leída. En primeros momentos encuentra a una Europa desinteresada o poco conocedora de la realidad americana. Sin embargo, entre su puesto diplomático, 18 los viajes al interior de Europa, la diabetes que lo llevará a la muerte, sus escritos, el maestro elaboró la novela El Zarco, y esbozó Atenea. Ambas novelas son una presentación, ante la sociedad europea, de las condiciones de la geografía y de la inteligencia en México. 19 Esto lo expresa Altamirano en El Zarco 20 ya que es una tarjeta postal de las bellezas, la moral, el desarrollo, las riquezas, la política, de México. Estas descripciones son obligadas para el maestro Altamirano porque Europa es ignorante de la realidad mexicana: Los literatos parisienses son encantadores. Comienzo a conocerlos, a tratarlos. Nos quieren mucho, pero nos ignoran mucho, y se sorprenden cuando les hablo de nuestro movimiento litera-

1 8 . Una de las pocas maneras que tiene el intelectual mexicano para viajar a Europa es la carrera diplomática. Esta relación entre viaje y diplomacia es realmente interesante de estudiar sobre todo porque señala los nexos entre los intelectuales y el poder político. 1 9 . Aunque se debe señalar que en el caso de la novela Atenea las referencias hacia América Latina, sobre todo a Sudamérica son constantes. 2 0 . Principalmente esta novela porque es la que el maestro termina; Atenea, insisto, quedó inconclusa.

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rio. Pero nos ignoran más en España. (Altamirano OC XXII: 56) “Carta dirigida a Joaquín Cassasus” (1890)

La desilusión de Altamirano fue inmediata ante el desconocimiento de Europa sobre América, sobre todo, porque él creía que Europa tenía los ojos puestos en la realidad mexicana; el desencanto del maestro radica esencialmente en que él busca una experiencia cultural auténtica, un diálogo verdadero; se encuentra con que él tiene que describir, y re-escribir el mundo mexicano. El Zarco sirve muy bien a estos propósitos. Altamirano presenta con El Zarco una literatura de viajes para el europeo. Una invitación a conocernos aunque esto sólo sea a través de la literatura. Desde el principio intenta describir a los personajes en sus características físicas, raciales, así como morales. Aunque no justifica la violencia del periodo, establece claramente que las condiciones políticas y sociales del país han permitido erradicar ese problema; sin embargo, con Benito Juárez (quien aparece como personaje histórico) en la presidencia de la República esto tendería a cambiar. Asimismo, Altamirano explica cómo la geografía da una identidad al mexicano. En toda novela, el espacio desempeña un papel importante, en El Zarco, el ámbito “Yautepec” es metonímico del México que Altamirano quiere representar; lo que en ese terreno suceda pasará en la República. Por supuesto, el narrador conoce de la ignorancia que priva en Europa y presenta así este territorio: “tal es la exuberancia con que se dan, agrupándose”, “de Cuernavaca”, “empinada sierra

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de Tepoztlán”, “pueblo mitad oriental, mitad americano”; precisa diciendo que es “semejante al de todos los de las tierras calientes de la república” (Altamirano 2000:09-10). Para mayor información para el lector europeo: “En lo político y administrativo Yautepec, desde que pertenece al estado de México, fue elevándose de un rango subalterno y dependiente de Cuernavaca [...] el río y los árboles son un tesoro [...] se compone de razas mestizas.” (Altamirano 2000: 14) El paisaje se somete a casi todas las condiciones que predominan en la comunidad de Yautepec: política, raza, belleza, administración; que permiten a Altamirano no sólo presentar a México, sino su propio espacio de infancia. En este sentido, Altamirano se reinventa un lugar idílico, la perspectiva no dista mucho de la imaginería de los primeros cronistas, “los árboles son un tesoro”. Así, la re-invención de la geografía se establece por la distancia que comunica el viaje, el contacto con el otro, el espejo de los europeos. En donde Altamirano encuentra, eso es cierto, la ciudad letrada europea y la confronta con su pasado bárbaro que debía ser civilizado. Este sentimiento en Ignacio Manuel Altamirano se muestra cuando el personaje de Atenea, reflexiona y habla sobre sí: “Esto era impertinente de mi parte; lo sé, pero no estuvo en mi mano impedirlo. Había algo del salvaje americano en mi actitud.” (Altamirano OC IV: 268) En esta última novela, Altamirano, en circunstancias de narrador-viajero, muestra con la escritura de viaje, cómo se participa al mismo nivel de la construcción del discurso de la sociedad civilizada;

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es decir, el personaje se “sabe” comportar, pese a su actitud de “salvaje americano” a la altura de cualquier europeo. Con ello, el narrador pretende enseñar también a aquel otro viajero americano-mexicano que lea la novela, para que sepa cómo desenvolverse en las ciudades modernas europeas. Así como también reflexionar sobre el lugar que ahora ocupan las naciones americanas en la distribución económica y territorial, así como cultural. Altamirano quiere consolidar la visión de dominio de la civilización en todos sus ámbitos: ciudad/ campo. El maestro desea que el proyecto de la Ilustración cubra ambos espacios, esto implicaba llevar la conciencia de la ciudad al campo, la civilización al campo: búsqueda de un pastor culto; civilizar el campo o naturalizar la ciudad. Que en El Zarco se establece claramente cuando ingresa el espacio de la ciudad de México, representado prototípicamente por dos personajes “históricos”, Don Benito Juárez y Martín Sánchez Chagollán. Éstos tienen el objetivo de “limpiar” la zona de la tierra caliente de bandoleros, para poner “orden”, en la misma. El pastor civilizado es Nicolás. Aunque es cierto, que la novela Atenea se encuentra inconclusa, en donde el proyecto estético del maestro no se consolidó, y que el personaje femenino vale por la revelación de la importancia en la sensibilidad romántica (Sol 1997:205); también es cierto que el planteamiento es la apertura de un diálogo, desde mi punto de vista, entre la inteligencia mexicana (o americana, el maestro ya no hace precisamente la diferencia) representada por el personaje, llamémosle Altamirano y, la inteligencia europea representada

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por el personaje llamado Atenea, juego no causal en donde sólo cabe la posibilidad de Palas Atenea, diosa de la sabiduría, para algunos, de la inteligencia. Independientemente de la novela inconclusa, Altamirano presenta el posible destino de México si sigue el camino de la civilización. Ese futuro está en la ciudad moderna europea, él como viajero provee la descripción de las ciudades civilizadas y sus habitantes, que son el ejemplo a seguir. Además, su reflexión sobre el amor lleva esencialmente a pensar que su propuesta era la revisión de éste como resultado del conocimiento, de la razón. En esta reflexión, Altamirano compara el mundo americano con el europeo estableciendo la diferencia en una constante dualidad que se deberá resolver en la medida de que las naciones americanas modernas alcancen su mayoría de edad: barbarie/civilización, ignorancia/ conocimiento, oralidad/ escritura; amor/ razón, hacia donde el viajero debe emprender su travesía.

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El palimpsesto griego en Ignacio Manuel Altamirano

Creo que el primer viaje cultural que los mexicanos emprendieron fue la búsqueda de las raíces ancestrales. El criollo se imagina parte de una raza mestiza, cuyas bases serían: la raza prehispánica,21 en especial la mexica. La otra, ante la ausencia de España se presenta como única alternativa de tradición: el mundo grecolatino. De la primera se heredará la sangre del guerrero, el arrojo, la tonalidad del color de la piel; de la segunda, la reunión entre dos grandes culturas que darán pie a la formación de la República independiente. Sin embargo, a la postre, sobre todo con la victoria política de los liberales y la separación de Roma católica, los intelectuales como Altamirano optaron por la

2 1 . Aunque claramente se debe señalar que la idealización del criollo por este origen va enfocada a la elite de los gobernantes de la sociedad azteca; y no al indígena real, con el que convivía en el año de 1810.

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“pureza” de Grecia. ¿Qué buscaban en Grecia? Las raíces occidentales de la tradición mexicana, es decir, la negación del mundo indígena y la aceptación del mundo europeo; esto como respuesta a quién es y de dónde viene el mexicano. La vuelta a Grecia clásica tuvo un principio lógico: Grecia era fundadora del primer estado democrático, Atenas, el ideal buscado por los intelectuales mexicanos del XIX. Asimismo, Grecia cimienta las bases de la filosofía occidental que sustentará el desarrollo del pensamiento científico, además de las bases para la educación en las letras y las artes. Los intelectuales mexicanos deseaban, pues, ser parte de ese origen, para serlo de la modernidad y del progreso. En este capítulo, se responderá al porqué del deseo de encontrar en Grecia las respuestas a las propias características mexicanas. Éste es el primer regreso a lo que se conocerá como tradición. Por lo cual, verán en la cultura griega las primeras bases para la constitución de las escuelas en México ya que en Grecia encontrarán los fundamentos para el desarrollo de la cultura mexicana. La escuela griega proveerá de cultura, política, poética, filosofía, formas de hacer y de ver el mundo. Así, la propuesta es que Grecia puede muy bien integrarse al mundo moderno, y el mundo moderno puede integrarse a Grecia, es el intelectual quien desempeña un papel preponderante para hacer posible esto. Una de las formas en cómo Grecia se integra a la cultura mexicana es para Altamirano la copia que se debe hacer de su epopeya, feliz unión entre el canto y la nación. Se notará, en este sentido, que Altamirano no analiza la cultura mexicana, salvo en uno que otro caso; pues se muestra interesado en la

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cultura sudamericana, allí es donde el maestro encuentra una epopeya nacional digna de imitarse, y semejante a la de los griegos. Éste es un cambio de perspectiva interesante en el discurso de Altamirano ya que muestra que observaba los fenómenos culturales desde una perspectiva cosmopolita, y no tan nacionalista como se podría presuponer. El capítulo finaliza con el análisis de la novela Atenea, en donde se encontrará que Altamirano visualiza el encuentro, mestizaje, entre mundos y culturas como la única alternativa para el desarrollo de la razón humana.

Los griegos en la tradición Este viaje cultural de vuelta a Grecia dura todo el siglo XIX. El intelectual indaga el reflejo de los griegos en su mundo, político, social, artístico, científico: la escritura sobre ese primer manuscrito borrado. De hecho, Béjar menciona que ese ambiente griego se respiraba circa 1900: “Para Rodó, América Latina tenía como misión ser la representante, en el nuevo mundo, de las mejores tradiciones y valores de la cultura grecorromana”. (Béjar 1990: 60) La idealización del modelo griego fue total, se adhería a todos los órdenes, sobre todo cuando la sociedad mexicana ingresa en una crisis identitaria que es consecuencia de la Independencia, o de sus constantes luchas internas por el control y el poder. Los griegos permitirían a la conformación del intelectual mexicano amplias libertades, y conceptos para su idealización; no se había corrompido en términos religiosos, como el catolicismo romano; era

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una sociedad con amplio margen de tolerancia. Asimismo, idealmente, era una sociedad en donde el “ciudadano” podía tomar decisiones. Amén de un pueblo en amplio desarrollo, que pese a su carácter politeísta, desarrolló un uso de la razón que permitirá a Ramírez expresar: “No hay Dios, los seres de la naturaleza se sostienen por sí mismos.” (Altamirano OC XIII: 111) Además, en casi todos los discursos de los intelectuales entran los elementos griegos como ornamentaciones naturales de los mismos: liras, cantos, himnos, epopeyas, son lo que acompañan las disertaciones; esa sensación de una Grecia que pertenece al intelectual mexicano: “[...] nosotros que adoramos los recuerdos clásicos de Grecia y Roma [...]” (Altamirano OC XII: 37) “Revistas literarias de México” Así preguntará triste viajero. Fúnebre voz responderá tan sólo: ¿Qué es de Roma y Atenas? (Clásicos XIX y XX: 64)

Esta Grecia y Roma de Altamirano no sólo es parte de la letra muerta, sino está presente en la memoria, ésta es la que consolida el pasado de los mexicanos. La cultura grecorromana también pertenece al país, sobre todo porque se es parte de: “[...] la leyenda fabulosa y exclusivamente sensual de la antigua Grecia [...]” (Altamirano OC XII: 39) Altamirano estructura el conocimiento sobre Grecia como un acto íntimo, genealógico, efectuado de recuerdo a recuerdo, de oído a oído. Se conoce Grecia porque es parte del folclore mexicano “la leyenda fabulosa”; porque, además, es el modelo ideal que cualquier

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país culto debe alcanzar: “[...] siguiendo su camino (el Renacimiento) aunque buscando a través de nuevas formas la pureza del ideal deseado, del ideal eterno, del ideal helénico”. (Altamirano OC XIV 1874: 110) No sólo porque los intelectuales eran “Admiradores nosotros de la antigüedad clásica” (Altamirano OC XII: 40), sino porque ese ideal se ha mantenido intacto, ha sido la base de la civilización occidental. Altamirano también previó que era necesario el estudio de los helenos, y siempre tiene una frase positiva para ellos, sobre todo, porque eran pocos los investigadores: [...] la deliciosa traducción de los idilios de Bion de Esmirna, hecha por “Ipandro Acaico” (el padre Montes de Oca) helenista de primer orden y miembro de los Árcades de Roma. (Altamirano OC XIII: 12) “Apertura del periódico El Renacimiento” (1869)

Altamirano, como la mayoría de los intelectuales del siglo XIX, tenía como modelo a la cultura helénica. En cuanto a esta última, se encuentran dos momentos especialmente importantes en Altamirano, los escritos que se han ordenado bajo el título de Escritos de literatura y arte, y la novela póstuma e inconclusa, Atenea. Ambos escritos son la base del análisis de Altamirano y su relación con los griegos.

Los griegos y cultura Altamirano verá siempre a la cultura griega como una escritura en palimpsesto, tal vez con modalidades de la latina, pero

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[...] no hubo escuela de pintura propiamente romana, después de la introducción del arte griego en Roma, y que sólo por transacción podría admitirse la denominación de pintura grecorromana para aquella pintura que no hacía más que imitar la de los griegos. (Altamirano OC XIV: 244) “La revista artística” (1884)

En la descripción de un ideal, la pureza no puede tener imperfecciones. Por ello, la escritura de Altamirano enaltece el carácter del prototipo para cualquier arte ya que los griegos no “imitaron” a ninguna cultura: En su juventud y aún en su edad madura, los gimnasios, los liceos y las academias, como en las repúblicas de la antigua Grecia, la escuela elemental, la escuela superior y las universidades, como en Suiza, en los Estados Unidos, en Francia y en México. (Altamirano OC I: 394) “Discurso de la instrucción primaria, gratuita y laica” (1882)

Altamirano presenta a los griegos como el motor de la civilización moderna. En este caso, atribuye el desarrollo griego a la educación de su juventud. Así, para el maestro, educación, ilustración y progreso de un pueblo van necesariamente unidos. Para él, pues, es forzoso afirmar que la cultura mexicana tiene su base en la educación, que no sólo es la imitación de otros modelos, sino que busca en su propia escuela: [...] hacen que la escuela que fundó Ramírez en el instituto de Toluca, tengan gran semejanza con las escuelas griegas de la antigüedad o con las escuelas de la Reforma en el siglo XVI. (Altamirano OC XIII: 127) “Biografía de Ignacio Ramírez.” (1889)

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Para Altamirano, el respeto por la cultura grecolatina se basa no sólo en lecturas, sino en la aplicación de sus preceptos. Esto es lo que permitirá a América Latina la reinvención de lo heredado. Estas bases consentirán fundar una escuela que contenga los elementos de la etapa griega clásica, mezclada con nuestra cultura mexicana para cultivar todos los basamentos griegos en las artes y en la escritura: para el maestro Altamirano, el primer sentido poético de La Ilíada es clave para el entendimiento de la poética mexicana de su siglo: Ahora bien: echemos una mirada retrospectiva, y de Homero a nuestra época no nos encontraremos un solo momento sublime de la literatura que no esté fundado sobre una de estas bases o sobre todas, porque es casi indispensable que vayan unidas. (Altamirano OC Tomo IX: 119) “Cartas sentimentales” (1872)

Pero no sólo son las pasiones que se han copiado de los griegos, sino son también sus normas. Las reglas son claves no porque los estados modernos occidentales las sigan, sino porque ellas permiten el ingreso, desde la tradición griega, del desarrollo de la cultura mexicana. El maestro ve en los griegos los fundamentos de la crítica literaria: “[...] La unidad, precepto clásico que Aristóteles estableció, deduciéndolo de la belleza del gran poema helénico, [...]” (Altamirano OC XIII: 86) “Guillermo Prieto” (1883). La norma, entonces, no sólo es para los que quieran seguir los preceptos aristotélicos, sino es general para el mundo occidental; así lo entiende al menos Altamirano, quien mira la conjunción entre lo

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moderno y lo griego como algo natural y único, consecuencia uno del otro: “Los griegos y Shakespeare, es decir, los que han traducido al teatro el carácter del hombre con mayor verdad, [...]” (Altamirano OC VIII: 36) “Crónicas” (1870). Ésta es la mejor expresión de integración del intelectual mexicano en la cultura occidental del siglo XIX; basa su conocimiento en las raíces de lo griego y lo relaciona con las tradiciones clásicas, y con su mundo contemporáneo. Evidentemente, el escritor mexicano se encuentra, siempre en ese filo, entre seguir la tradición que se ha creado y la modernidad de los escritos de los intelectuales del XIX. Tener el pensamiento, los ojos, en todo: No negamos la utilidad de estudiar todos (sic) las escuelas literarias del mundo civilizado; seríamos incapaces de este desatino, nosotros adoramos los recuerdos clásicos de Grecia y de Roma, nosotros que meditamos sobre los libros de Dante y de Shakespeare, que admiramos la escuela alemana y que desearíamos ser dignos de hablar la lengua de Cervantes y de Fray Luis de León. (Altamirano OC Tomo XII: 37) “Revistas literarias de México”

El “nosotros” corresponde a los mexicanos que deseen ser ilustrados en todo el sentido de la palabra, la tarea del estudioso es acuciosa: Grecia y Roma, Italia, Inglaterra, Alemania, España (aunque España sólo por dos grandes, y no por su literatura del siglo XIX), deben ser parte de esa misma adoración que Altamirano siente por impulsar el desarrollo de lo que él llama “la bella literatura”. Por supuesto, siem-

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pre reverenciando el origen: “Hay que atravesar después los venerables salones en que se ostentan los maravillosos modelos del arte griego.” (Altamirano OC XIV 1874: 119) “Impresiones de un aficionado” El amor y la admiración por la cultura y la educación de los griegos es tanta, y se vuelve tan recurrente en Altamirano, que se convierte en una forma de vida para el escritor, hasta fantasear con esa posibilidad: Además me asedian cariñosamente mis discípulos como a un filósofo griego, y doy mis lecciones conversando como un haragán, ya en las sombrías avenidas de la Alameda, ya en las calles, ya en mi gabinete. (Altamirano OC XXI: 377)

La imagen de Altamirano en esa tesitura, tal vez irónica, representa el valor que para los griegos y para la cultura ilustrada tenía el conocimiento: la enseñanza de los jóvenes. Es decir, Altamirano siente que el trabajo del intelectual debe finalizar en la enseñanza misma, el conocimiento no puede quedar estancado por ocupaciones burocráticas o cotidianas; así el que sabe, el ilustrado, debe enseñar en las condiciones que sean porque es responsabilidad de él trasmitir su conocimiento en tanto que éste representa el desarrollo de la cultura.

Los griegos y la nación Realmente la cultura griega impregnó la ideología desarrollada en el siglo por el intelectual mexicano; todo parece enfocarse desde esa cultura: su arte, su

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filosofía, su ciencia, sus costumbres,22 su educación y su política. La utopía, porque los intelectuales —pese a las condiciones difíciles del país— mantienen el optimismo, se pretende realizable. América es vista como el nuevo mundo en donde todo es posible, hasta la sociedad perfecta.23 El sistema de gobierno deseado es el griego: la democracia, pero el sistema de gobierno implantado tiene su base en la república romana. Así la justifica Altamirano: Si examinamos la historia de Grecia, encontramos que en las repúblicas los gobernantes sólo ejercían el poder un breve tiempo. Si nos fijamos en Roma, encontramos que en los tiempos grandiosos de la República los cónsules sólo duraban seis meses en sus altas funciones. (Altamirano OC Tomo XVIII: 66)

2 2 . El intelectual del XIX siempre anhela las costumbres griegas, y desea su aplicación en los usos mexicanos. Otras veces, al describir los hábitos de los mexicanos, ve en ellos rasgos de las costumbres griegas. 2 3 . El proyecto humanista de Don Andrés Bello no sólo aportó la cultura griega en su carácter de literatura; sino, al igual que Altamirano, intenta reacondicionar el modelo griego, la utopía griega (habría de recordar que es Grecia, según Alfonso Reyes, en donde nace la utopía occidental), a la patria americana como fundación de una nueva civilización. Este modelo que surge desde esta concepción evoca un nuevo humanismo, un humanismo ilustrado en donde el intelectual americano elabore un pensamiento, una expresión y una crítica propia. Este nuevo humanismo del XIX plantea que la cultura grecolatina no sólo es un adorno artístico, sino parte fundamental en la formación, moral, cultural, social, de los pueblos hispanoamericanos; con ello, no sólo se buscaba el desarrollo de la intelectualidad, sino también una cultura con una amplia acción social a través de la cual se logrará la universalidad del pensamiento americano.

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En la defensa de la nación mexicana, el discurso se imbrica de lo literario a lo real; de La Ilíada a la invasión francesa a México. Bien para formar la “epopeya” mexicana, pero más para encontrar la semejanza en la identidad. Pues bien: lo que ha hecho el jefe de los Habsburgos con aquél que ha decapitado a su hermano, ha sido dirigirse a él respetuosamente, pidiéndole como el rey de Illión a Aquiles el cuerpo ensangrentado del Héctor de las monarquías.” (Altamirano OC VII: 31) “Revista de la quincena” (1867).

En la cita anterior no se puede dejar de lado la excelente transportación de discursos que Altamirano elabora: dos realidades extrapoladas, la guerra representada en La Ilíada y la guerra de México contra los franceses. Al relacionarse comparten nombres: el Héctor de las monarquías es Maximiliano; Aquiles24 es el país de México representado por Benito Juárez; el rey Illión es el jefe de los Habsburgos, representando a Napoleón III. La comparación entre dos mundos diferentes, el pasado glorioso de Grecia y la realidad mexicana no es más que ese deseo de recrear un pasado; Altamirano lo narra, moldea y reconstruye; lo integra a su presente para proyectar una imagen futura. Inmerso siempre en su contexto histórico: defender a la patria, la Helena, es la visualización femenina de la patria, que se construye. 2 4 . Por supuesto, existen diversos Aquiles en la perspectiva de Altamirano, y los relaciona con los momentos históricos: “Con las hazañas de Morelos, el Aquiles de la Independencia mexicana.” (Altamirano OC XII 1870: 225).

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A partir de los discursos de defensa del país (1862), siempre constantes, y de la más amplia diversidad, Altamirano vislumbra el juego de las naciones poderosas con tendencias imperialistas hacia México y América Latina.25 Su disertación de geografía limitada sólo al nacionalismo mexicano, se extiende a América Latina, con un punto de unión clave que no es la geografía sino: “¡Es la poesía de Grecia con toda la gracia virginal de la América!” (Altamirano OC XII 1870: 193), los cantos, la “epopeya” de los pueblos —esencialmente sudamericanos—; la tradición grecorromana es la que puede mantener unida a la América Latina ante los embates de los deseos imperialistas: Tendiendo cada día más y más a la eterna y serena belleza helénica, como el objeto esencial, como el único ideal de perfeccionamiento, puede sin embargo revestir nuevas formas, si vale expresarme así, y asumir un carácter nacional que nos pertenezca o al menos que pertenezca a la América. (Altamirano OC XIV 1874: 110)

También escudriña las semejanzas con el otro latinoamericano, encuentra el mismo origen, la misma búsqueda en el ideal, el mismo lugar geográfico que no es el espacio físico en donde los intelectuales y políticos deben encontrar la América; sino es un lugar de coincidencia para la tradición greco-romana, donde también los latinoamericanos han desarrollado su propio canto, este lugar es el Olimpo:

2 5 . En estos discursos son las primeras veces en que Altamirano cambia de perspectiva con respecto a América.

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A la sazón que ostentaban con soberana majestad en el exceso Olimpo de la América del Sur, donde veían a sus pies una hermosa falange de inspirados cantores. (Altamirano OC XII : 212) “Los poetas de la Academia de Letrán” (1870)

Este sentimiento de reunión con la América se manifiesta en Atenea, de manera explosiva. La confrontación que Altamirano tendrá no será México versus Europa, sino Europa versus América. El maestro, en sus últimos años, procura un encuentro geográfico mayor que abriría, ampliamente, las fronteras nacionales para ingresar al desarrollo, al progreso occidental.

La inconclusa: Atenea A dos años de su muerte, en 1891, Ignacio Manuel Altamirano plantea, por vez primera en un escrito26 el nombre de su próxima novela, y asienta: “mis descripciones de Atenea, que había yo hecho sólo para la lectura de los viajes. ¿Se acuerda usted de Atenea?” (Altamirano OC XXII: 89). No hay otra referencia directa, más que la inconclusa novela en sí. Pero de ese bosquejo se puede afirmar que el escritor proponía un enfrentamiento entre la inteligencia americana y la europea. Para ese momento, el pensamiento de Altamirano ha tomado una perspectiva diferente en donde se notan claramente dos Altamiranos distanciados, aquel que en México elogia a la cultura occidental moderna; el otro, en Europa, desde nuestro punto de 2 6 . “Carta a Francisco”. Fechada el 2 de marzo de 1891.

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vista, desilusionado, no de la modernidad en sí, sino del estado de la Ilustración de los pueblos europeos y que él imaginó en un nivel más alto. Atenea se presenta ya no “sólo para la lectura de los viajes” (Altamirano OC XXII: 89), sino más allá de una literatura de viajes, que él se había propuesto impulsar. Tal vez porque el personaje encuentra una Venecia igual que cualquier ciudad europea, igual que cualquier otro sitio en el mundo. Ante ese tedio, surge la escritura, la reflexión, la teoría, que versará, inicialmente, sobre el amor. Un diálogo, que si bien tiene un tinte pasional, enfrentaría dos posiciones intelectuales: la de Atenea y la del personaje. El maestro sólo presentó la primera opinión que era la suya, no logró desarrollar ninguna escritura de Atenea. Sin embargo, como se ha mencionado, ese esbozo es importante para el desarrollo del trabajo: la importancia de los griegos como fundadores de la cultura occidental, y la integración de los americanos a través de esta visión. La unificación que, entre Europa y América, busca Altamirano se organiza a través del personaje Atenea.27 El nombre mismo se solidifica en la tradición greco-occidental, aunque la protagonista ha nacido en Venecia, su madre es americana, de Argentina; además, Atenea habla muy bien español. De la madre aprende el fondo del carácter americano: “la dulzura inefable de las vírgenes indias, con cierta fiereza salvaje que les da el aire de leonas cuando las agita la pasión” (Altamirano OC XXI: 262). Pero Atenea tiene 2 7 . El nombre mismo de la protagonista no disimula la visión romántica en la usanza de nombrar sus novelas con nombres femeninos: Clemencia, Antonia, Julia, Beatriz.

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también atributos que son acordes con el nombre: la inteligencia, la curiosidad, el conocimiento; Altamirano escribe: “un abismo de pasión y de inteligencia” (Altamirano OC IV: 270); sobre todo, “Es realmente la severa Palas Atenea, la bella diosa de cuello blanco y erguido que nunca se ha doblegado” (Altamirano OC IV: 264). Todas estas son cualidades naturales que Altamirano debe resaltar como parte del carácter americano. La inteligencia debe educarse: [...] pero su padre, desde que era muy pequeña, la envió a educarse en Londres y en París, hasta que ya formada la hizo volver al seno de su familia. [...] De modo que ahí tenéis una mujer enteramente europea por su educación; pero, en quien domina, según mis observaciones, el fondo del carácter americano. (Altamirano OC IV: 262)

El “pero” inicial y el intermedio (sobre todo este último) señalan perfectamente la dualidad con la que pretendía el maestro trabajar: la oposición entre América y Europa. América representa la naturaleza inhóspita, el carácter indomable, la belleza exótica, los recursos naturales; Europa es el arquetipo de la educación moderna, del desarrollo, y de potencialidad personificada por Inglaterra y Francia. De suma importancia es ahora señalar que la concepción geográfica del maestro (curiosamente como buen geógrafo parece engañarse) ha cambiado: ya no es el maestro regionalista, el mexicano en Europa, sino el “americano”, el mexicano casi “compatriota” de una Argentina. La perspectiva es muy adecuada con los tiempos en donde la visión panamericana se conformaría, al menos dentro de los límites Latinoamerica-

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nos, como las uniones regionales para el progreso de toda América. ¿Atenea, 28 como símbolo de Grecia, es el punto de reunión de los americanos? Altamirano encuentra en toda América la representación de la diosa en algún rasgo antiguo, bello e inhóspito de América. El personaje Atenea, es el producto perfecto del mestizaje para el desarrollo de la cultura moderna, es la american —en sangre— con ansia de conocer, con curiosidad, con ideas propias; a la vez, la europea, con una Ilustración completa. Pese al esbozo de novela, el maestro también ha señalado simbólicamente en el personaje Atenea la representación de las razas; sostenidas éstas en una dualidad estética curiosa, la “belleza” de la raza americana en reunión con la europea: lo blanco en conjunción con lo “moreno”: “Blanca y morena, como nuestras morenas de América, con un cutis de raso en que la sangre se colora y se transparenta como a través de un pétalo. [...] el cuello erguido y poderoso como el de Palas, y las manos y el antebrazo como de marfil.” (Altamirano OC IV: 269-70)

No es propiamente la búsqueda de belleza femenina que los europeos y los americanos de ese momento deseaban; sino que es una perspectiva muy propia de Altamirano. Sobre todo, la antítesis blanco/moreno sobresale en la cita, ya que no es propia de las descripciones anteriores del maestro, en donde 2 8 . Me aventuraré un poco más allá; en un juego vocálico con la letra A, el maestro pretendería conjuntar Atenea-Grecia; América.

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cada personaje mantiene su propio “color” de raza; así, el indígena es moreno, “bronce”; el criollo es blanco. Atenea, al ser producto del mestizaje, adquiere esa reunión particular, desde el pétalo de una rosa hasta la blancura del marfil. Pero esta oposición entre Europa y América, que a veces se conjunta en Atenea, se ve también, en oposición con el propio personaje masculino, quien además de la reflexión sobre el amor, analiza —y contrasta— constantemente la situación entre estos dos espacios geográficos, en los cuales él ha viajado. [...] por los amores tormentosos de América o por las selvas vírgenes de que ella oía hablar frecuentemente ¡Cómo excitaba su curiosidad nuestra república, guerrera y salvaje! ¡Cómo le encantaba nuestra naturaleza! ¡Cómo deseaba conocer las maravillas de los Estados Unidos del Norte! Pero ¡Cómo la interesaba también el carácter de nuestros pueblos primitivos! Ella enteramente europea, no podía ocultar su sangre americana, y se deleitaba pensando en la América como en una leyenda en cuyas brumas luminosas se perdía su alma en infantil meditación. (Altamirano OC IV: 270-71)

En Atenea, Altamirano percibe ese ambiente en donde América es vista como: tormentas, selvas vírgenes, guerreros salvajes, pueblos primitivos; conceptos todos que iluminan la imaginación infantil que el europeo se tiene sobre América. En medio de la cita, Altamirano señala la capacidad a la cual pueden los bárbaros llegar, “las maravillas de los Estados Unidos del Norte”.

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En el discurso de Altamirano se esboza ya no la contrapartida entre civilización y barbarie; al contrario, presenta el poco conocimiento que tienen los europeos sobre América. No es la europea una civilización completa, para Altamirano. Así, a la parcial Europa, le hace falta el matiz americano —aún con su barbarie. Por supuesto, Altamirano describe la “barbarie” americana en la obra Atenea, y la mexicana en El Zarco, como parte fundamental del carácter americano que necesita la civilización occidental. Altamirano defenderá la siguiente postura: el transplante que la cultura occidental europea ha realizado en América rendirá mejores frutos que la tierra de donde proviene. De esta forma, puntualiza que en esta desilusión, el campo recreado por Altamirano es un lugar “bárbaro”, pero del cual se puede aprender algunos aspectos de vida; sobre todo, la lucha por la civilidad. En este sentido, Altamirano cree, al igual que Sarmiento, que la solución consiste en llevar la civilización de las ciudades al campo. Pero agrega que ambos deben tener un mutuo aprendizaje, para provecho de los dos. Este balance también proviene de su estancia en Europa, y del contrapeso de lo que él ha considerado civilización. Ve en Europa los mismos palacios, los mismos ruidos, los mismos ritmos que en América; y descubre a un campesino europeo tan ignorante como el americano; el europeo que no tiene el aseo adecuado, a las personas despreocupadas por la instrucción. Desde esta perspectiva, ve que la ventaja del campesino americano radica en los deseos por educarse y superarse en su ilustración. Europa ha caído en el desgano; y al ignorar América, desconoce una de las

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vetas más importantes de su desarrollo cultural. Para el Altamirano en Europa, ésta ya no es el “ideal” de civilización que él esperaba encontrar. Sobre todo, pone de manifiesto que la intelectualidad europea está ensimismada, sólo sabe de ella y para ella; no es una comunidad que haya volteado los ojos hacia América. Ahora bien, también habría de considerar que Altamirano no revela, al menos en México, un México bárbaro: la ignorancia es lo que produce la barbarie; en América un descendiente de europeo puede ser bárbaro: el personaje “el Zarco” es ejemplo de ello. Así mismo, piensa que es el mestizo quien tiene esas fuerzas para robustecerse a través de la instrucción, el protagonista Nicolás es el mestizo que desarrollará su cultura. Altamirano asume construir en el lector una Europa diferente a la de las descripciones comunes, y establecer una oposición entre la verdadera belleza europea: Atenea-Europa, más que sus columnas, o sus pórticos, o sus palacios; asimismo, diferenciarse él de los turistas: “Yo hablo con muchos americanos que pasan por aquí, pero se van pronto o preguntan mucho, y nuestras conversaciones tienen que ser el complemento de sus Guías. 29 Yo deseo hablar de América.” (Altamirano OC IV: 271) Se busca una experiencia cultural completa entre Atenea-Europa y Narrador-América; no sólo la momentánea experiencia del viaje del turista. El término de primitivo retoma un nuevo significado a través de Atenea; América es la tierra del futuro en

2 9 . Las cursivas son del texto.

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donde se puede “sembrar”, a partir de los sentimientos, una nueva civilización; o una nueva forma de civilización occidental, Atenea habla: Yo creía que en nuestro siglo no existía ya eso, sino en la imaginación de los poetas. Pero vosotros los americanos tenéis cosas nuevas; sois primitivos, es preciso conoceros para creer en sentimientos que han desaparecido de nuestro viejo suelo en Europa agotado por la civilización. (Altamirano OC IV: 275)

Ese es el intercambio que Altamirano estuvo esperando de Europa: un conocimiento mutuo. Si una ciudad no establece un diálogo con el visitante, por más hermosa que sea —como Venecia—, se caerá en tedio: Encuentro que esta ciudad es como cualquier otra de las de Europa. Sólo tiene diverso el ruido de las calles. Por lo demás, igual bullicio, iguales exigencias de la vida social. Y es que para los anacoretas de la religión y del fastidio, sólo convienen los desiertos. (Altamirano OC IV: 278)

Aquí ingresa la temática del amor en la novela Atenea. Porque a partir del diálogo entre los dos personajes: “Su voz era dulcísima y melodiosa, con ese acento suave veneciano que parece hijo del silencio de la ciudad, del rumor de las góndolas, del suspiro del viento entre los palacios.” (Altamirano OC IV: 278) La simbiosis entre la ciudad, Atenea y el amor es perfecta; el narrador descreído de los sentimientos amorosos establece un cordial diálogo con Atenea (a petición de ésta) para reflexionar acerca de los sentimientos.

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Creo que el tema del amor, como idealización o como forma racional de establecer los sentimientos es, en efecto, el hilo conductor de la novela; sin embargo, el maestro no “escribió” la respuesta de Atenea al personaje narrador. Pero se puede proyectar que el amor es la base del equilibrio entre dos comunidades diferentes, entre dos personalidades opuestas; sustento, también, de desarrollo del espíritu humano. Un dato hace pensar en esto: establece un cordial diálogo con el personaje femenino, Atenea, a través de cartas, en las cuales no comunica, sino pretende discutir, “¡Qué singular capricho! Discutir conmigo acerca del amor” (Altamirano OC IV: 280). El que el maestro haya usado el género epistolar para desarrollar sus ideas presenta a un escritor íntimo preocupado por lo que tiene que plasmar y lo que ha escrito. No creo que sea un diálogo con otro, necesariamente, sino con los opuestos: juventud y vejez —a punto de la elección de morir—. Entre lo que encaraba y lo que enfrenta ahora: “¿Qué cosa es el amor ideal, Atenea? Si es un amor que nace y se desarrolla en el cerebro, todo amor es ideal.” (Altamirano OC IV: 281) Altamirano idealizó muchas cosas en su vida: la república, las leyes, la tolerancia entre los pueblos, la democracia, los griegos (su permanente amor), los hombres, Europa. Todo ha estado en él, todo lo ha construido él, este viajero que se ha enfrentado a tantas batallas cuenta con una desilusión: cuando él muera, morirán sus idealizaciones. Creo que como símbolo, Atenea personifica a la inteligencia europea con la cual él deseaba establecer contacto, diálogo, reflexión, y como buen viajero, en la comunicación establecer ese lazo espiritual: “Hacía

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diez minutos que hablábamos y ya viajábamos juntos en alas del espíritu por los espacios celestes.” (Altamirano OC IV: 270) Esa es parte de la desilusión del viajero, no encontró en Europa el diálogo; ni el conocimiento que él esperaba sobre América (y que tantas veces elogió desde su tribuna periodística). Encuentra que “El amor vive en Europa, como donde quiera...” (Altamirano OC III: 275), porque todo amor se construye en la razón.

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Los sentimientos de la nación

Durante el gobierno de la Reforma, los intelectuales empiezan a plantear el concepto de pertenencia del ciudadano a una entidad: México. A través de una identidad nacional, los intelectuales se apoyan en las instituciones que el Estado propone: la escuela, la patria, los héroes, la raza, las fiestas cívicas y religiosas. De esa forma, el ciudadano se va apropiando de los valores de la cultura e idiosincrasia mediante la educación escolar, los discursos y fiestas oficiales. En cada uno de estos espacios se simboliza a la nación mediante el himno, la bandera nacional, el discurso por la patria, el elogio al héroe caído, etcétera. De todas las áreas, la escuela es la más importante, pues es ahí donde se inculcan los demás valores: “La escuela es fundamento de la República” (Altamirano OC IX: 29), escribe Altamirano. Es, además, guía en la elaboración de discursos sobre la formación, composición y definición de la nación; por otra parte,

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sostiene el ingreso de México a la civilización a través de la formación de una ciudad letrada (Rama 1984:9192). Los literatos reinterpretan las contribuciones populares, dan cabida al sentimiento nacional, retoman las expresiones colectivas para valorarlas como parte de la identidad de la nación mexicana.

La nación, la región, la patria La patria como un todo: geografía, economía, cultura, o bien, como civilización, no tenía un carácter unitario hacia 1870, que es cuando se habla de restaurar la República; para ello, no sólo intervienen los liberales, sino también los conservadores, echando mano de todo tipo de recurso, esencialmente: los discursos, la poesía cívica, el romance, las canciones, los himnos, los manifiestos, las proclamaciones, la oratoria, en fin, la literatura en general. Los escritores explícitamente “usan” su producción literaria para exponer sus ideas sociales, morales, políticas; para definir la identidad del mexicano en el siglo XIX; en realidad, el concepto de patria colinda entre lo afectivo —el amor a la tierra natal— y una idealización apegada al compromiso político liberal o conservador. En el concepto “patria” media la región, el llamado terruño, que es tanto un principio de familia, de “lengua” y de alma, como también el reconocimiento de las diversas sociedades políticas, económicas, sociales, geográficas, que los intereses han impuesto para su consolidación. Por supuesto, esta tolerancia hacia la comarca se plantea a partir de las diversas pugnas regionales que establecieron movi-

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mientos separatistas en la formación de la República Mexicana. Algunos fructificaron, Texas, Guatemala; otros no, Yucatán, Chiapas.A este reconocimiento de la región dentro de la nación se añade la declaración de los intelectuales en un México multi-nacional que necesitaba integrarse en cultura y en política. Esto se puede ver claramente en los cambios de discursos de los intelectuales de la Arcadia mexicana, en donde los límites fronterizos de tres conceptos se redefinen: Reino, Patria y Nación. 30 En ese sentido, el comienzo por delimitar a la región americana se vuelve importante para el independentista —quien debe, por el lado económico y político— tener en claro sus dominios. El concepto de nación se apega al principio de nacimiento del individuo mexicano ¿Cuál es tu nación? Es una pregunta que significa en donde se ha nacido. Así, nación se liga a la geografía, mientras que la patria al aspecto espiritual del Estado, en casi todos los ámbitos de la escritura subsiste esta definición. En todo caso, los intelectuales recurrieron al concepto de patria como el más apegado a su propuesta poética; aunque bien es cierto, ambos conceptos, patria y nación, son claves para la formación de la identidad mexicana.31 A la vez, son parte de las 3 0 . Es precisamente para esta generación de ilustrados de transición, entre la Colonia y la Independencia, que el término se sitúa en medio: Morelos, por ejemplo, utiliza una frase “soy siervo de la nación”, reuniendo dos mundos: siervo como parte de la Colonia, del reino España; nación, como lo moderno. 3 1 . Los conceptos no estaban aislados. Por ejemplo, el Himno Nacional Mexicano, no es sólo parte de un momento (la década de 1850), sino que corresponde a esa búsqueda de la identidad escrita y de

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necesidades del escritor en el proceso de conformación de su propia perspectiva social e ideológica de patria; por ejemplo, Altamirano escribió en algunos casos desde esta noción, usándola además como contrapartida al conservador Comonfort, quien fue considerado un traidor por los liberales. Uno de los pocos poemas en donde Altamirano utiliza el concepto “patria” es en “Comonfort en Veracruz”: “¡Cuán cara/ te va a costar tu infame apostasía/ que el seno de la patria desgarrara!” (Altamirano Tomo VI: 178)32 El principio de la idea de regionalización emerge cuando la patria se une al concepto de nación por nacimiento, con la consecuencia lógica de la tierra, del territorio físico al cual se debe el ciudadano mexicano. En la literatura, tuvo su acercamiento a partir de los primeros escritos americanos, en donde se describe la belleza y la exuberancia de las tierras, como menciona Antonio Cándido. La idea de patria se vinculaba estrechamente a la de la naturaleza y en parte extraía de ella su

memoria. Un ejemplo de esto es la elaboración de poesías-himnos que semejan, en mucho, el Himno Nacional Mexicano; el ejemplo es de Navarrete (1808): “Mil veces retembló la madre tierra,/Y bañada en la sangre de inocentes” (Aguilar L. 1986:1). Son palabras que no cambian de signos, ni durante la insurgencia, ni durante la Reforma, aún están ahí: “Y retiemble en su centro la tierra”, “Tus campiñas con sangre se rieguen,/sobre sangre se estampe su pie”. (Clásicos 1984: 81-82). 3 2 . Y es, en términos generales, una palabra que durante el siglo XIX en México se apropia de un sentido literario. Desde los poemas de los insurgentes hasta el poema “Suave Patria”, de Ramón LópezVelarde. Punto que pudiera ser parte de otra investigación más amplia.

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justificación. Ambas conducían a una literatura que compensaba el retraso material y la debilidad de las instituciones por la súper-valoración de los aspectos “regionales”, haciendo del exotismo un motivo de optimismo social. (Fernández 1972:336) “Literatura y Subdesarrollo”, Antonio Cándido.

La patria es una descripción de la tierra en donde el escritor ha nacido, la cual está contenida dentro de sus propios límites. Por ejemplo, para los extranjeros, es el principio que explica el valor del “suelo americano”, de las “selvas vírgenes”. Pero más que un mero nacionalismo, o regionalismo a ultranza, es la búsqueda de autonomía, de autenticidad. Desde la óptica de Altamirano, México se encuentra en la paradoja del rechazo hacia lo que había asimilado del progreso europeo. Por lo cual, retornó el encuentro con lo regional, con lo autóctono, en busca de ese ser nacional, o “color local” para que representara las costumbres, la naturaleza (aún antes del romanticismo), para mostrar el carácter exótico (producto mismo del coloniaje), lo que se reivindica como una forma de personalidad mexicana. Esa búsqueda de la expresión forma parte importante de una motivación más alta: la herencia española, de la que los intelectuales no se separan debido a la liga de la lengua. Luego, el intelectual buscará tener una esencia americana: “América debe pues buscar sola su camino, y sola encontrar su expresión”. (Campra 1987:20)

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El tipo de mexicano Desde los inicios del movimiento armado de 1810, en una de las primeras búsquedas identitarias, los intelectuales rompen con todo lo colonial español y fundan una utópica descendencia a partir de la elite guerrera y sacerdotal de los aztecas. La generación de la Reforma encuentra un mejor argumento: el mestizaje. A partir de éste, justifica su ingreso a la civilización. Así, el maestro Altamirano analizará que la opción para el desarrollo, para el progreso de la humanidad, no está en las “razas puras”, sino en el mestizaje como el nuestro: “los pueblos de raza, pur sang han necesitado de la emigración” (Altamirano OC XVIII: 370), para su supervivencia, y en estos éxodos, necesariamente, se han entrecruzado. En la literatura de Ignacio Manuel Altamirano queda clara su preocupación por ciertos elementos de raza, vinculados con el color de la piel, la forma del cráneo y la complexión. Dos novelas que presentan esto, Clemencia y El Zarco,33 narran estas ideas. Aquí, Altamirano las establece en oposiciones binarias: español-europeo occidental versus indígena-mestizo. En Clemencia: La una era blanca y rubia como una inglesa. La otra morena y pálida como una española. Los ojos azules de Isabel inspiraban una afección pura y tierna. Los ojos negros de Clemencia hacían estremecer de deleite. (Alatamirano OC III: 184)

3 3 . De Atenea, ya se ha presentado este aspecto.

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Los Hombres: [...] Flores era seductor; su fisonomía era tan varonil como bella; tenía grandes ojos azules, grandes bigotes rubios, era hercúleo, bien y tenía fama de valiente. [...] Enrique era el tipo completo de lion parisiense en su más elegante expresión. (Altamirano OC III: 163) Valle era un muchacho de veinticinco años como Flores, pero de cuerpo raquítico y endeble; moreno, pero tampoco de ese moreno agradable de los españoles, ni de ese moreno oscuro de los mestizos, sino de ese color pálido y enfermizo [...] Tenía ojos pardos y regulares, nariz un poco aguileña, bigote pequeño y negro, v cabellos lacios, oscuros y cortos, manos flacas y trémulas, (Altamirano OC III: 164)

En El Zarco: La una como de veinte años, blanca, con esa blancura un poco pálida de las tierras calientes, de ojos oscuros y vivaces [...] corte ligeramente aguileño de su nariz, [...] Diríase que era una aristócrata disfrazada y oculta en aquel huerto de tierra caliente. (Altamirano OC IV: 101) La otra joven tendría dieciocho años; era morena; con el tono suave y delicado de las criollas que se alejan del tipo español, sin confundirse con el indio, que denuncia a la hija humilde del pueblo. Pero en sus ojos grandes, y también oscuros [...] en su cuello inclinado, en su cuerpo frágil y que parecía enfermizo. (Altamirano OC IV: 101)

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Los Hombres: [...] era un joven trigueño, con el tipo indígena bien marcado, pero de cuerpo alto y esbelto, de formas hercúleas, bien proporcionado, y cuya fisonomía inteligente y benévola, predisponía desde luego en su favor. Sus ojos negros y dulces, su nariz aguileña, su boca grande, provista de una dentadura blanca y brillante, [...] Se conocía que era un indio, pero no un indio abyecto y servil, sino un hombre culto, ennoblecido por el trabajo. (Altamirano OC IV: 110) Él era joven, no tenía mala figura: su color blanco impuro, a sus ojos de ese color azul claro que el vulgo llama zarco, sus cabellos de un rubio pálido y su cuerpo esbelto y vigoroso, le daban una apariencia ventajosa. (Altamirano OC IV: 132)

A través de sus personajes, Altamirano desea caracterizar dos Méxicos esenciales y en constante oposición: el México indígena-mestizo (que él mismo representaba) y el México blanco. Dichos personajes tipos salen airosos de las pruebas axiológicas que el autor mismo les impone, las cuales se aplican a todos los personajes, pero con el matiz de las obras de Altamirano, los mexicanos indígenas-mestizos resultarán los triunfadores. De esa forma, cobran otra importancia las descripciones físicas de los personajes. Fernando Valle y Nicolás comparten el color moreno de la piel, la nariz aguileña, los ojos oscuros; ambos, uno indio y el otro mestizo, con un gran amor a la patria, de buenos sentimientos y buen comportamiento, trabajadores y tenaces. Por su parte, Clemencia y Pilar se relacionan en cuanto a belleza se refiere,

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son morenas, de ojos negros; de excelentes sentimientos para el hombre que aman. El Zarco y Enrique Flores comparten los ojos azules, los cabellos rubios, la piel blanca y la “fama” de valientes. Comparten, además, la conquista de mujeres y la vida fácil. Aunque uno es bandolero, y el otro traidor a la patria. Se puede decir que los dos dañan a la nación. Altamirano, siendo él mismo un indígena describe en la novela, “Se conocía que era un indio, pero no un indio abyecto y servil”, “sin confundirse con el indio”, “criollas que se alejan del tipo español” (Altamirano OC IV:130-3), lo que nos señala que presiente el dominio de una nueva raza en formación desde la colonia: la mestiza. Sus descripciones median entre el indígena “sin confundirse con él” y los tipos que se “alejan” del español, por lo cual vemos que éstos son los dos Méxicos opuestos que él visualiza. Es, pues, la raza mestiza la deseada por Altamirano.

El grito del corazón Tres conmemoraciones ocupan una constante reflexión en Altamirano, cada momento repetido anualmente34 vale un escrito: el carnaval, la fiesta de Guadalupe y el 16 de septiembre. 35 Estas fiestas eran observadas por Altamirano porque entrañaban movimientos sociales fuera de lo ordenado por el aparato 3 4 . La repetición anual es lo que consolida la tradición. 3 5 . Altamirano era un gran escritor cívico. También se ocupó de la fiesta del 5 de mayo, de la Promulgación de las Leyes de Reforma, entre otras.

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gubernamental. La más incomprensible de esas fiestas, para él, es el carnaval, sobre todo, porque implicaba la liberación de los “placeres” más sublimes o más perversos. De cualquier modo, siempre intenta investigar su origen, justificar su desfogue carnal. Constantemente comprendían, para él, signos de una nacionalidad que se encontraba en formación. Y que, obviamente, provenían del mestizaje ya cimentado en la cultura mexicana como la tradición secular: la máscara,36 el ruido, las saturnales antiguas, el carnaval es el signo de encuentro entre los mexicanos en donde, a través de la máscara o de la careta, el rico puede pasar por pobre y viceversa: ¡El carnaval! La locura autorizada por una tradición secular y sagrada. Hela aquí, pues, con sus máscaras, con su ruido, con sus promesas de placer [...] La careta servía para dos cosas: para decir verdad a cualquiera, a imitación de lo que se hacía en las saturnales antiguas o para entregarse a las aventuras ilícitas. (Altamirano OC VIII: 111-113) “El carnaval” (1870)

Una de las fiestas más significativas para Altamirano es la fiesta de la Virgen de Guadalupe,37 aun3 6 . El tema de la máscara será analizado por Samuel Ramos, Octavio Paz. Aunque Altamirano sólo realiza una aproximación a través de la historia, sí le interesa el fenómeno como signo de lo mexicano. 3 7 . Montero señala: “3. Su resignificación histórica dada a través de la Virgen de Guadalupe (la religiosidad mexicana) al ser asumida ésta como símbolo de la insurgencia por los fundadores de la patria. Todo esto lo llevó a reconocer como parte del verdadero carácter mexicano más un sentimiento “guadalupista” enraizado en lo cotidiano, que un pensamiento religioso apegado a la doctrina; visto el primero como un lado positivo, instructivo, en tanto elemento de unificación nacional” (Montero 2002: 55-6).

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que este festejo se encuentra en el ámbito religioso, Altamirano no puede sustraerse de la fuerza social que la Virgen impone. En un ensayo dedicado a ella (Altamirano OC V), el maestro explica el ritual de la peregrinación, y en ese análisis presupone los porqués a partir de las instituciones sociales: la literatura, la historia, la moral, la política y la religión. Independientemente de su no catolicismo, elabora un ensayo bellísimo en donde, sin faltar el respeto a los profesos de la fe en la Virgen, analiza su historia y lo integra como parte del discurso nacional. La primera identificación es la del indígena: A estos cantares pertenece quizás una especie de cuarteta náhuatl aconsonantada, que he oído cantar en mi juventud a indios celebrando la fiesta de Guadalupe. Dice así: Ytzintla ce tepetantli/ Campa xochitl mohuapana/ Oniquitac ce ixpocatl/ No yolotzin quitilana: Que traduzco literalmente: Al pie de aquella colina/ Donde la flor creció/ He contemplado una virgen/ Que atrajo mi corazón. (Altamirano OC V: 172) “La fiesta de Guadalupe”.

El indígena se integra al participar con su lengua y la capacidad poética de éste, ennoblecida en el rango de la métrica española; a la raza indígena de Altamirano es a la que la virgen se le aparece, no a un blanco, ni a un mestizo, sino a un indio. Además, la historia que Altamirano señala puntualiza que la construcción del templo de la Virgen de Guadalupe fue erigido sobre el templo de una diosa azteca. Qué mejor explicación para el fervor que causó en los indios la Virgen, quien, además, cuenta con una particularidad opuesta a las demás vírgenes: es mo-

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rena. Pero en el mestizaje debe ingresar el otro elemento, el español: “He aquí lo que dice el famoso Covarrubias en su Tesoro de la lengua española: Guadalupe, unos dicen que vale como río de los lobos a lupo, otros de los altamo que en latín se llama Lupiros.” (Altamirano OC V: 151) “La fiesta de Guadalupe” (1870) Es el origen del nombre español. Es la procedencia, también, de lo católico-español. Ahora bien, en este sincretismo, la Virgen de Guadalupe desempeñó un rol importante en la guerra de Independencia, sobre todo porque: Es también patente, que ésta no fue el atractivo para las masas, sino vino a ser el símbolo de la nacionalidad que surgía. Nació del pueblo, y no del caudillo, pero desde luego se identificó con el odio a la dominación extranjera. (Altamirano OC V: 273) “La fiesta de Guadalupe” (1870).

A partir de este momento, Altamirano elabora un discurso en donde sitúa a la Virgen como parte de ese movimiento social, lo que la simboliza en cada momento crucial de la construcción de la nacionalidad: el bastión en la guerra de Independencia, el lugar en la defensa del 5 de mayo —el fuerte de Guadalupe—. Altamirano cierra su ensayo de manera tajante: El día en que no se adore a la Virgen del Tepeyac en esta tierra, es seguro que habrá desaparecido, no sólo la nacionalidad mexicana, sino hasta el recuerdo de los moradores del México actual. (Altamirano OC V: 241) “La fiesta de Guadalupe” (1870)

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El 16 de septiembre representó para los liberales del siglo XIX el triunfo más decisivo en la búsqueda de la conformación de la nación mexicana. A partir de esa fecha, se marca el parteaguas entre el mestizo y el español. Pese a la seriedad que les imponían el orden cívico, el pueblo y las masas, encuentran una concepción muy propia de esos días de fiesta nacional. Así, las fiestas empezarán a tomar un matiz entre lo popular y lo que la elite desea. El 16 de septiembre será el día del grito del pueblo, e inicio de la escritura de esa fecha conmemorativa. Altamirano se asombra con la tradición popular que se impuso. Luego, lo popular forma parte del ser nacional: patriótico y revolucionario: “A todo esto, llama el pueblo desde hace tiempo el grito, en memoria del glorioso grito de independencia dado en Dolores por el inmortal Hidalgo”. (Altamirano OC VIII: 444) (1870) Altamirano entiende que el grito se encuentra apegado a la forma de ser del mexicano, sobre todo desde su surgimiento como nación independiente. Como si el gritar se hubiera marcado como acto de rebeldía en contra de la nación que dominaba México; como si la exclamación fuese también parte de ese nacimiento como nación; como forma de liberarse de la censura: el mexicano grita y en ello está su naturaleza: Expresiones muy largas, compendiadas con el pueblo, para su grito de combate en: “Viva La Virgen de Guadalupe; mueran los gachupines”, su amor y su odio, su bandera y su enemigo. (Altamirano OC II: 225) “Biografía de Don Miguel Hidalgo y Costilla”.

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Asimismo, comprende el valor simbólico que la cultura popular le ha establecido al grito. Lo asemeja a los nuevos momentos que la nación estaba viviendo; es decir, ese mismo acto de reacción violenta en el mexicano, para Altamirano, debe provocarse en todos los ámbitos en donde haya dependencia económica, social, cultural: “Aquí en México, señorita, todavía no nos hemos atrevido a dar el ‘grito de Dolores’ en todas las materias. Todavía recibimos de la ex metrópoli preceptos comerciales.” (Altamirano OC XIII: 64) “Carta a una poetisa” (1872) La Independencia, pues, sólo cubrió un margen de posibilidades: políticas y económicas. Bien sabía Altamirano que todavía manteníamos otros tipos de adhesiones de las cuales el mejor espíritu de la República tendría que liberarse.

Los héroes y los dioses Desde la perspectiva de Altamirano, una nación, para que se considerase como tal, debería mantener un orden, un constante progreso, una educación, un proyecto futuro. Ante todo, debería sostener un pasado glorioso. Por ello necesitaba —al igual que los griegos— las epopeyas de sus héroes. 38 A partir de esa premisa, el siglo XIX es ideal, ya que existe una constante lucha armada contra los enemigos de la nación, internos y externos. Por tanto,

3 8 . Por ello, el México del siglo XIX fue el máximo ejemplo de héroes actuales y pasados; no hay en México, propiamente, un héroe colonial.

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los héroes y la epopeya se comienzan a conformar. Los héroes son de dos tipos: los representantes del pasado prehispánico, esencialmente, del centro del país: los aztecas; los otros, los héroes que lucharon en la guerra de Independencia. Así, con esta sucesión de acontecimientos en el país fue desarrollándose el sentimiento patrio, el cual fue difundido a partir de los héroes forjadores de la nación mexicana —por lo menos sobreviven en la literatura dedicada a los vencedores.39 Tanto los liberales del movimiento de Reforma, como los conservadores, fomentan el espíritu de alabanza hacia los héroes de la guerra de Independencia (los héroes del pasado fueron más “naturales”). Dichos héroes mexicanos exploran los orígenes de nuestra identidad, a la vez que ayudan a consolidar un pasado remoto, y los ideales que se construyen para el futuro. Así, los hombres de esas épocas y en sus circunstancias, se adjetivan, según la perspectiva liberal, dependiendo del bando que se ocupan. El audaz y mañoso aventurero de Medellín, al frente de una horda sedienta de oro y de pillaje, incitado por los vasallos descontentos del débil y afeminado Moctezuma, invade el imperio de éste y se apodera, por traición, de su persona. (Altamirano OC I: 41-42) “Independencia y Reforma”.

3 9 . Como bien señala Montero: “A nivel del imaginario liberal y romántico, los símbolos más importantes del primer tipo fueron aquellos que permitirán la afirmación del concepto de soberanía nacional, a saber la figura de los llamados “padres” o “fundadores” de la patria- Hidalgo, Morelos [...]” (Montero 2002:62).

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El prototipo del héroe del pasado, sin epopeya, es Cuauhtémoc.40 La presencia ideológica como signo del rasgo ancestral del invencible que cae con la cara al sol, del que es el Calibán indomable, prosigue todo el siglo XIX.41 Magistralmente, Altamirano construye la idealización de ese hombre, comparándolo con Aquiles: El héroe fue completo. Aquiles el de la Ilíada, hijo de la fábula, tenía el talón vulnerable física y moralmente. Cuauhtémoc, más glorioso que el héroe homérico, porque como hijo de la realidad humana, tenía el cuerpo todo vulnerable. (Altamirano OC II: 348)

Sobre todo porque lo presenta como parte de la realidad humana, Altamirano logra un ser humano capaz de comprometerse hasta la muerte con los ideales de la patria. Según la perspectiva de los liberales a la patria debía dársele todo, incluyendo la vida misma. Ése es el momento en que surgen los héroes, y Cuauhtémoc se alzó entonces, tan grandioso, tan único, que eclipsó a todos los héroes antiguos, y dominó con su figura aquel cuadro aterrador. Morir por la patria: ése fue el lema desde entonces [...]. (Altamirano OC II: 348) “Cuauhtémoc” (1887) 4 0 . Uno de los poetas iniciadores de esta tradición es Rodríguez Galván con el poema “la Profecía de Guatimoc”; escrito para festejar las fiestas de Independencia de 1839; y este poema se toma como obra maestra del romanticismo en México. 4 1 . A partir de esta reflexión, podría realizarse una buena investigación documental acerca de qué poetas han dedicado su pluma a escribir sobre Cuauhtémoc, sobre todo en el siglo XIX, hasta el poema de López Velarde “Suave Patria” (1921).

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“Éste es el cáliz patriótico, 42 de hecho, la frase “La patria es primero”, del adalid Vicente Guerrero, condensa lo que Ignacio Manuel Altamirano ha elaborado en su discurso. Los héroes, pues, son aquellos que defienden con su vida la patria. En este elogio de los héroes se construye, en primer lugar, una imagen divinizada de sus atributos, que puede resultar, a la postre de los años, equivocada; por ejemplo, el verso “Del guerrero inmortal de Zempoala/ te defiende la espada terrible” (Clásicos 1985: 80) del Himno Nacional Mexicano se refiere a Santa Anna, quien después será considerado traidor a la patria. En la naciente república, faltan poetas que canten las victorias de los héroes. Para Altamirano, es necesario encontrar al Homero mexicano, aquel que sepa reunir poesía y patria, para crear así una conciencia cívica. Sólo en México se han visto con desdén nuestros recuerdos patrióticos; y si exceptúa usted a Moreno (poeta de Puebla) a Lejarza (poeta de Michoacán; a nuestros Rodríguez Galván, el ge4 2 . Los liberales tuvieron que idear el concepto de patria, la noción por quién o por qué morir o vivir. Los héroes estimados son aquellos que anteponen su propia vida para salvar los ideales de lo que se comienza a conformar: “La patria, porque es ella la que debe levantarse primero ante nuestros ojos, como en nuestro corazón, como cualquier motivo noble o grandioso, en todo tiempo, pero especialmente en medio de estas solemnidades con que celebramos las conquistas de la civilización en nuestro país. La patria debe ser el único y principal objeto de nuestras aspiraciones de bienestar; es a ella a la que deben dirigirse nuestros afanes, es por ella por quien solamente son dulces nuestras esperanzas. Ella lo justifica y engrandece todo. Sin ella sería inútil, sería peligroso, sería triste y desconsolador hasta el porvenir que pudiera ofrecernos el progreso material”. (Altamirano OC I: 435).

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neral Díaz (padre de Díaz Covarrubias), todos los demás han preferido pedir a la historia extranjera sus héroes. Imitando o traduciendo a los poetas de otro país. (Altamirano OC XII: 54)

Son pocos los poetas que dedican sus loas a los “recuerdos patrióticos”. Esto tiene más relación con los modelos de escritura que la cultura mexicana importó en un primer momento y no con la ausencia de los acontecimientos históricos. Ahora bien, es claro que Altamirano deseaba una epopeya singular, liberal y reformista que sirviera de modelo educacional para las futuras generaciones. Para él, los poetas, al igual que los héroes, deben sacrificar todo por la patria: Los poetas que conservaban la epopeya antigua en los cantares de la tradición, o que pudieron crear la nueva de su lucha infortunada, los sacerdotes guardianes de la religión y de la historia, los viejos sabios, maestros de la juventud y oráculos del pueblo, murieron esgrimiendo su macana empapada con sangre en las calles de México, y combatiendo por su patria. (Altamirano OC XIII: 273) “Prólogo al romancero nacional de Guillermo Prieto” (1885)

Los poetas y los libertadores no son divinidades, para Altamirano, operan como “sublimes ministros” de la nacionalidad. Él siempre toma como referencia el mundo antiguo, en donde estos personajes eran interpretados como divinidades, entremezclando el amor patrio con el fervor religioso (Sol 1997: 104).

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La Ilustración, la patria y la educación Al final del siglo XVIII se viven una serie de eventualidades en muchas partes del hemisferio occidental, las que pueden atribuirse —directa o indirectamente— al florecimiento de las ideas conocidas como la Ilustración. Tales concepciones, reflejo de las necesidades y tensiones de una sociedad cambiante, se basan en el nuevo conocimiento científico del siglo XVII, que engendró una nueva fe en la razón y en el progreso. Por un lado, esto llevó a un rechazo de la autoridad y a una afirmación de los Derechos del Hombre, expresados en la famosa declaración de Rousseau: “El hombre nace libre”.43 En América, la Ilustración fue vista como la manera viable de enfrentar problemas de orden económico, político y social. Ante los ojos de los intelectuales ilustrados de México, la patria y el reino no tenían las mismas oportunidades que la metrópoli. Fue la Ilustración la que fundamentó el primer espíritu nacionalista de México. Sus intelectuales, sus luchadores, se esforzaron por integrar las ideas de los pensadores europeos del siglo XVIII al naciente país. Se creerá en el progreso y se tendrá fe en el desarrollo científico de la época, que es servirse de la razón. Indudablemente, en 4 3 . Las nuevas ideas fueron una inspiración para los monarcas, que, al terminar el siglo XVII, empezaron a concentrar el poder en sus propias manos y a gobernar mediante agentes burocráticos nombrados por ellos. Sin embargo, estas actividades centralizadoras encontraron resistencia en todos aquellos que tenían intereses creados en el antiguo régimen, iglesias, gremios y corporaciones y, sobre todo, la aristocracia.

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la mayoría de los países la Ilustración busca a través de la educación, para superar sus problemas, encontrar el tan anhelado progreso. Rousseau en Francia, Feijoo en España, Fernández de Lizardi en México; Andrés Bello concibe a la Ilustración como el instrumento conceptual para manifestar la independencia cultural de Hispanoamérica. A partir de ella sugiere la emancipación política, y sobre todo, cultural (mental). Esta última, era fundamental dentro del programa porque implicaba el surgimiento de una ideología propia, a través de un discurso, que a la vez fuera la expresión de la realidad. Así, educar fue esencial para Andrés Bello porque esa transmisión educativa repercutía en la construcción de las naciones americanas; además, este proyecto, necesariamente debería incluir la literatura como parte de la edificación de la nación; mediante la instrucción, la patria debería consolidar los valores morales, filosóficos, de la nueva América. Por supuesto, se enseña para homogenizar y conciliar el espacio utópico. En ese primer momento la Ilustración en América Latina es vista por el intelectual de la siguiente manera: En la época que llamamos de la conciencia amena de retraso, el escritor participaba de la ideología de la Ilustración, según la cual la instrucción trae automáticamente todos los beneficios que permiten la humanización del hombre y del progreso de la sociedad. (Fernández 1972:340) “Literatura y Subdesarrollo”, Antonio Cándido.

En el fondo, el más caro anhelo de los intelectuales mexicanos era formar la conciencia de los nuevos ciudadanos, esto es, individuos concretos que construyan

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una nueva sociedad para integrarse como ciudadanos con derechos políticos, así como obligaciones sociales. Altamirano conoce el valor de la educación, de la enseñanza, para alcanzar las metas deseadas por la república. Por ello, dedica tanto tiempo a fundar sociedades, escuelas, academias, aunque más bien su fundamento era clásico: He aquí, de esta manera dando el impulso más eficaz a la Ilustración en México, creando primeramente la enseñanza, y luego la discusión, primero la escuela y luego la academia, conforme al espíritu práctico que ese gran escritor francés del siglo pasado, Voltaire. (Altamirano OC I: 213) “La Academia de Ciencias y Literatura” (1870)

El concepto que tendrá Altamirano de Ilustración será de cultura, donde todo es bienvenido para él, siempre y cuando las intenciones sean las de educar al pueblo, a las masas. Con referencia a los primeros mensajeros de la Ilustración se guiará por los frailes, “héroes de la civilización”; esto último es de suma importancia para los intelectuales del movimiento de la Reforma en México porque se busca civilización, asegurar la civilización occidental: Estos frailes si no son santos para nosotros, sí son los primeros amigos de los indios, los mensajeros de la Ilustración, los héroes verdaderos de la civilización latinoamericana. (Altamirano OC V: 29) “El Señor del Sacromonte” (1880)

Todo lo que asegure civilización, Ilustración, será bienvenido por Altamirano porque su deseo es construir una patria civilizada para que el ciudadano tenga

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la libertad, la igualdad y la fraternidad, valores tan ansiados desde la Independencia. El medio más próximo para la educación de un pueblo es la literatura: Gran escritor fue el que dijo: “Que la literatura es la expresión, el termómetro verdadero del estado de la civilización de un pueblo”. Sin duda, podría añadirse que también ella retrata al vivo las pasiones, las amarguras y las esperanzas de una generación. (Altamirano OC XIV: 159 44)

Altamirano creyó sistemáticamente en la instrucción; su visión fue social, un poco adelantada al México de ese siglo porque su posición era integrar la nación de manera completa al desarrollo tecnológico, social, económico de la Europa de esa época, mientras que la elite convenía sólo en acercarse política y económicamente (más esto último) creyendo que los otros beneficios vendrían como consecuencia de esta asimilación. Un factor con el que se enfrentó Altamirano fue la gran población analfabeta. Como buen ilustrado, combatió el analfabetismo puesto que sabía que era importante colaborar en la formación de una nación instruida y civilizada. Y liberales como él, consideraron el desarrollo de la Ilustración como un método de pensamiento y no un sistema rígido. Sin embargo, para llegar al conocimiento se requería de un pueblo alfabeta, sobre todo para obtener un mejor impacto en el plano social de los postulados de su filosofía, pues de no ser así, las ventajas serían sólo para unos cuantos;

4 4 . Del prólogo a Flores del destierro de José Rivera y Río.

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eso fue precisamente lo que ocurrió. La alfabetización y la educación son dos procesos que se hallan en el desarrollo del país. No puede haber progreso sin alguno de estos dos. Esto lo sabe Altamirano, quien los ve como procesos imbricados y, por lo tanto, importantes para su proyecto de nación. El pueblo necesita instruirse, instruido será rey. Ignorante se hallaría siempre bajo una vergonzosa tutela, y aquellas castas privilegiadas bajo cuya férula ha gemido por tantos años, volverían a parecer siempre dominadoras [...] Las masas quedarán siempre apartadas del banquete de la soberanía y gemirán bajo el yugo del libro como han gemido en otro tiempo bajo el yugo del fanatismo religioso o del poder militar. (Altamirano OC I: 206) “La educación popular” (1870)

Durante la Reforma, la nación instruida y civilizada tendrá en 1870 un espacio para la discusión de ideas, de propuestas educativas, literarias. En ese ámbito, la lucha personal de Altamirano será integrar al México intelectual en uno solo. Después de la crisis y de las secuelas que se deja tras de sí a causa de la intervención francesa (como cualquier injerencia extranjera) se debe comenzar un nuevo aprendizaje de sí mismos, lo cual es un volver, en los términos del viaje, a nacer, un volver a formar. Se busca renacer de las cenizas.

Los modelos El modelo fundamental para los mexicanos independentistas fue la cultura greco-latina. Sin embargo, este modelo occidental sólo ingresa en el ámbito del origen

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y de la base cultural. Lo que México necesitaba era entrar en el orden del desarrollo contemporáneo de los países de avanzada del siglo XIX. Esos modelos son dos en México: Estados Unidos de Norteamérica y Francia. Este último país es el más respetado en el ámbito intelectual en la América hispánica del siglo XIX: En el caso numéricamente dominante de los países de habla española y portuguesa, el proceso de autonomía consistió, en buena parte, en transferir la dependencia, de manera que otras literaturas europeas no metropolitanas, sobre todo la francesa, fueron volviéndose el modelo a partir del siglo XIX, lo que además ocurría también en las antiguas metrópolis. Actualmente, es necesario tener en cuenta la literatura norteamericana, que constituye un nuevo foco de atracción”. (Fernández 1972:344) “Literatura y subdesarrollo, Antonio Cándido.

Aunque esta importación de la que habla Antonio Cándido trajo consigo (después de agotada la exploración de modelos) la reafirmación del carácter nacional de las literaturas, la búsqueda de la expresión americana, en este caso, mexicana. Sin embargo, el seguimiento de los modelos se dará en dos formas: el político cultural, en el cual, el modelo político que el Estado mexicano siguió afecta el orden cultural, impregnando a este último de la postura del país o nación que se ha seguido. Como segunda forma, el modelo cultural imperante en el mundo occidental, no sólo en el orden de la literatura, sino en todos. Como sistema de referencia, el parteaguas de 1810 —el inicio independentista en México— mues-

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tra la separación (inicialmente política) con la tradición española. Sin embargo, en esa ruptura se debe reconocer que se heredan los siguientes modelos: el grecolatino y el barroco español. En este proceso de transición hay dos influencias importantes: la Ilustración francesa y el neoclasicismo español. México se relacionó con los países desarrollados más desde una perspectiva política que cultural. Por supuesto, la continuidad de su relación dependió mucho de las invasiones que la nueva república sufría. Este tipo de relaciones conforman, poco a poco, los paradigmas para los intelectuales mexicanos; es decir, los escritores buscan, a la vez que un reflejo natural, una idealización realizada. Los primeros importadores de modelos culturales, sociales y políticos son los propios viajeros mexicanos, quienes conocen Europa, describen sus maravillas y adelantos; por ejemplo, a través de Fray Servando Teresa de Mier y otros, el intelectual mexicano ve en Europa, en Inglaterra y en Francia, el futuro; el modo de ser más adecuado para el desarrollo humano. Al volver los ojos a América, ésta, en lugar de ser una utopía realizada, es el lugar del desencanto. Una manera lógica es rechazar el pasado buscando modelos europeos progresistas.

España Pese al terrible rompimiento con España provocado por la Independencia, la intelectualidad mexicana no dejó de ver a Europa a través de España misma. Esta dependencia cultural estaba marcada, princi-

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palmente, por la falta de recursos técnicos (como las imprentas) o por la falta de medios (traductores capacitados). España continuó siendo el modelo tamiz de Europa: el Monte en Cuba, como José Joaquín Pesado (1801-1861) en México, representa la decisión patricia de someter a moldes tradicionales, conservadores, reaccionarios, los nuevos impulsos de raíz popular que surgen explosivamente con el romanticismo. (Fernández 1972:402) “Literatura y Sociedad”, José Antonio Portuondo.

Como lo mencionaba anteriormente Altamirano, faltaba dar el grito de Dolores en muchos espacios; se dependía de España, esencialmente de los libros, ya que las editoriales mexicanas no obtenían los recursos suficientes; la misma censura española (el mantener durante la colonia un estricto control de la imprenta) fortaleció esta dependencia aún más. La opción que encontró la intelectualidad mexicana fue el periódico; pero sin duda, éste tuvo sus limitaciones en el desarrollo de las ideas. El otro impedimento fue que eran pocos los lectores; una minoría era la letrada, resultando más barato importar libros que editarlos: “Los escritores criollos usaban los modelos europeos, las formas francesas o inglesas, pero les faltaban los estímulos sociales para que dichos modelos se llenaran del contenido señalado por esa edad cultural”. (Fernández 1972:376) “Situación del Escritor”, José Guilherme M.

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La separación de los intelectuales mexicanos con España no fue tangencial, sino que se respeta la tradición española en muchos sentidos: la lengua, la religión, las instituciones, los símbolos producto de la colonia como la Virgen de Guadalupe. Algunos mexicanos y algunos latinoamericanos aún considerarán la posibilidad del mejoramiento a partir de lo español. Esto se nota claramente cuando se propone que la lengua sea precisamente el español para que sea la forma más rápida de homologar, educacionalmente, a la población, como manera de ingresar a Europa a través de España. Aunque Altamirano, por su parte, cuestiona el modelo de lengua española, y propone una nueva alternativa a la misma: “¿qué podrá esperar México el día en que estos indígenas abandonados por la población que habla español, aprenda y conozca el idioma inglés?”. (Altamirano OC XV: 219) “Instrucción Pública (1882)” De alguna manera, Altamirano siempre vio en la lengua castellana el lastre que unía, irremediablemente a España, al atraso que ésta tenía en ese momento. Por ello, propone el aprendizaje de la lengua inglesa.

Francia Francia ha sido, significativamente, una gran influencia para los intelectuales mexicanos. Desde la ilustración hasta nuestros días; y desde el germen de la misma guerra de Independencia hasta el movimiento modernista.

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No es sólo un modelo a imitar en lo literario, también es un modelo cultural en todos los sentidos,45 el prototipo del cual aprender; sobre todo, porque este país era el centro militar, político, cultural de Europa: España leía a los franceses, el intelectual mexicano a través de ellos. Los poetas franceses estudiados en el siglo XIX fueron: Pierre de Béranger (1780-1857); Alphonse de Lamartine (1790-1869); Casimir Delavigne (1793-1843); Alfred de Vigny (1797-1863); Víctor Hugo (1802-1885). En algunos casos, poetas no franceses como Byron, Heine, Poe, se conocieron en México a través de Francia. (Blanco 1977:35-49) El término “afrancesado” es un concepto que se ha construido en el ambiente cultural mexicano, y que ha ido desde un aspecto significativamente positivo: lo que imita las tendencias —sobre todo, arquitectónicas— de Francia; hasta el “afrancesado”, como aquel que imita a la cultura francesa, en menoscabo de la mexicana: el término colonial es malinchismo. Altamirano por razones más políticas —la invasión de Francia a México en 1862—46 mantiene una postura 4 5 . La moda, por ejemplo, la vestimenta enriqueció la usanza mexicana a través de una mano francesa, quien pone los últimos toques al mexicanísimo traje charro: lujosos arreos, bordados de realce, botones de oro y plata, y la chaqueta negra de paño inglés, es la corte de Maximiliano, quien lo usaba de esta manera. Como otro ejemplo, el término mariachi proviene del francés marriage; la palabra produjo un cambio de sentido cuando las personas solicitaban una banda musical para el acompañamiento de la celebración del matrimonio; la gente queriendo hablar el francés pronunciaba mariachi; la acepción primaria se olvidó, y la banda musical fue llamada como la gente le nombró. 4 6 . Aunque históricamente, la primera tendencia de invasión a México por parte de los franceses fue en 1838 con la llamada “guerra de los pasteles”. Sin embargo, esa vez, Francia se retira con el compromiso de pago.

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violenta contra Francia. Clemencia es un ejemplo de ello; pero al ir a Europa, Altamirano escribe: Los literatos parisienses son encantadores. Comienzo a conocerlos, a tratarlos. Nos quieren mucho, pero nos ignoran mucho, y se sorprende cuando les hablo de nuestro movimiento literario. Pero nos ignoran más en España y digan los que dijeren, nos quieren allí menos, nos consideran inferiores y cada español se considera muy competente para juzgar nuestras cosas. (Altamirano OC XXII: 56)

Al final de su vida, Altamirano ya no guarda rencor por la invasión francesa, o el dominio español de la Colonia. Se enfoca en aclarar que Europa desconoce mucho de América. Para él era de suma importancia que México tuviese un lugar en la mente del intelectual europeo, ya que eso simbolizaría el ingreso del país a la cultura moderna europea y a la modernidad.

Los vecinos: Estados Unidos de Norteamérica La relación con el modelo angloamericano ha sido, desde tiempos de la colonia, un límite más entre los pueblos latinoamericanos y el anglo-americano. A partir del siglo XIX, los intelectuales liberales encuentran en Norteamérica un modelo a seguir, elogian al hermano mayor, a la nueva industria, al progreso. La crónica del maestro Ignacio Ramírez es ilustrativa de esta alabanza. Sin embargo, a partir de la anexión de

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Texas, en 1836, sobreviene un recelo en algunos de los escritores mexicanos, quienes lo expresan, como en los versos de Rodríguez Galván: “Y por Texas avanza/ el invasor astuto” (Clásicos 1984: 68), sin embargo, la invasión que cambia el paradigma del modelo es la de 1846: La invasión estadounidense no había sido propicia, en absoluto, a la causa liberal. Primero, por la imposibilidad militar de triunfar contra ella, envuelto como estaba el país en la discordia civil y la indiferencia nacional. Segundo, porque, para el liberalismo mexicano, la guerra norteamericana fue con un aliado querido. Elogiado hasta la veneración, postulado sin medida como un ejemplo a seguir. En 1848, para los liberales, el modelo de nación propuesto se volvió de pronto el ejército invasor. (Aguilar 1993: 5)

El elogio por el desarrollo de los Estados Unidos se centrará, principalmente, en la industria, en el comercio —así como en el afán por la aventura y el viaje—, en sus instituciones, como las jurídicas, las democráticas. Para Altamirano, su escuela. Quedará Estados Unidos, digámoslo así, excluido en el orden de la cultura. La grandeza de los Estados Unidos, hoy imponente ante la Europa y el mundo, y que será mayor cada día, más que en sus adelantos materiales, en el poder de su marina, en la riqueza de sus leyes, consiste en la instrucción de sus ciudadanos que siendo igual, con insignificantes excepciones, les permite ser aptos a todos para el ejercicio de las funciones administrativas, y no consiente la elevación de una clase, ni de una persona más allá del nivel republicano. (Altamirano OC IX: 38).

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El maestro Altamirano no se ocupa mucho de Estados Unidos. 47 Lo que elogia de este país es lo que se escucha desde Europa (específicamente en Atenea) con respecto a que es una nueva nación donde se progresa. Este elogio por el progreso de los Estados Unidos, pero recelo por el empuje imperialista e invasor se muestra en casi toda América Latina, especialmente en Argentina, Cuba, Puerto Rico. José Martí, quien ya ha tenido su experiencia mexicana percibe la figura de los Estados Unidos como una nueva “Roma americana”: En el fiel de América están las Antillas, que serían, si esclavas, pontón de la guerra de una república imperial contra el mundo celoso y superior que se prepara ya a negarle el poder, —mero fortín de la Roma americana; —y si libres, — y dignas de serlo en el orden de la libertad equitativa y trabajadora— serían en el continente la garantía de equilibrio, la de la independencia para la América española aún amenazada,(Martí 1975: 41.42).

Ambos escritores conocen de los intereses imperialistas de los Estados Unidos por las constantes invasiones, oficiales o furtivas, por su declaratoria en la Doctrina Monroe (1823); en Altamirano, para equilibrar el peso de la balanza era necesaria la 4 7 . Aunque bien es cierto: “Fueron Prieto y Altamirano nuevamente los que, con el impulso del programa liberal y ecos románticos, demarcaron mejor la imagen de lo foráneo desde una perspectiva nacionalista, al diferenciar la admiración lógica hacia los países como Estados Unidos –por sus logros sociopolíticos y económicos y sus avances tecnológicos innegables– del culto servil y la copia ciega de su cultura, provocado por una implícita visión autodenigratoria.” (Montero 2002:5).

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búsqueda de una Europa humanista, la ve en Alemania, y en la reunión de toda América Latina como una sola.

Los lejanos: Alemania El modelo de la Alemania y su influencia en la literatura y en la cultura mexicana nos parece poco estudiado; sin embargo, es muy claro que después del término de la invasión francesa en México (1867), la mira de la elite mexicana estuvo puesta en Alemania. Existe una desconfianza y recelo ante los Estados Unidos de Norteamérica, Francia, España —por razones conocidas—. Es Altamirano quien, desde su periódico El Renacimiento, declara: “Los franceses traducen; los alemanes piensan y crean. Las ciencias naturales, la literatura, la crítica, hoy están resplandeciendo en Alemania”. (Citado por Martínez 1955: 166) Muchos aspectos de la vida en México se vieron envueltos por las nuevas relaciones con Alemania. México, por mil razones debía al imperio alemán una manifestación de amistad cordial, y hoy la lleva a cabo, enviando a la corte de Prusia a un representante que lleva encargo de ofrecer a la nación honrada y generosa, los votos más sinceros por su prosperidad, que hace el pueblo de Hidalgo y de Morelos. (Altamirano OC XVIII: 349) “Relaciones Diplomáticas con Alemania” (1874)

Para Altamirano, este momento es clave en la historia de México. Él cree en ese nuevo modelo europeo a seguir, e incitará a sus discípulos a traducir

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literatura germánica; él mismo leerá a Hoffmann, Goethe, y se aproxima a un romanticismo alemán tardío. Clemencia presenta esa nueva actitud hacia el mundo occidental contemporáneo, hacia Alemania. El capítulo uno se titula: “Dos citas de los cuentos de Hoffmann”. En la novela, surgen las referencias acerca de la cultura alemana: “Era una colección de melodías alemanas” (Altamirano OC III: 208); “[...] ambas le señalaron una magnífica pieza alemana sobre piezas de sonámbula” (Altamirano OC III: 220); “En el salón se había colocado ese pretty german toy, como lo llama Carlos Dickens [...] con entero arreglo al estilo alemán” (Altamirano OC III: 246). En El Renacimiento, como esquema general de las revistas de la época, se publican partituras alemanas. En fin, de alguna manera, el desarrollo tecnológico que se deseó fue el seguimiento de la potencia naciente. A la muerte de Altamirano e involucrado en la política de Porfirio Díaz, Justo Sierra seguirá la obra de su maestro: los kindergarden son importaciones de la época, así como la distribución de las materias en la primaria, ya que Justo Sierra envió a un grupo de maestros a estudiar a Alemania los métodos que la escuela aplicaba. En su discurso inaugural de la Universidad Nacional en 1910, significativamente comienza: Dos conspicuos adoradores de la fuerza trasmutada en derecho, el autor del Imperio Germánico y el autor de la Vida Estrenua; el que la concebía como instrumento de dominación, como el agente superior de lo que Nietzsche llama la voluntad de potencia. (Gaos 1993: 726)

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No sólo fue a ese nivel, sino también hubo un apego en términos militares y políticos; sobre todo, porque México no podía comprar para su defensa armas a antiguos enemigos: ni a Francia, ni a España, ni a su vecino del norte. Bélgica, Suiza, y ante todo Prusia, fueron los suministros de la República Mexicana durante el porfiriato: la usanza de los uniformes militares es alemana. En este entendimiento, muchos mantienen que es con el modernismo que América Latina comienza a forjar un espíritu, más que seguir un modelo, de conciencia propia; los límites son poco claros, y en México podría haber tantos modernismos como poetas regionales. Lo cierto es que se inicia la búsqueda de una expresión distintiva.

La clemencia de la nación Clemencia no es únicamente un relato de guerra, o una narración amorosa, más bien, plantea el problema esencial de la formación del espíritu nacional. Los conservadores monárquicos no consideraban a España como modelo, puesto que se encontraba sumida en un atraso considerable en comparación con el resto de Europa. De hecho, España, más que ayudar a los conservadores, enardecía los ánimos tanto de liberales como de muchos conservadores. En cuanto a los Estados Unidos, ellos tenían su propia guerra civil, además de que la intervención estadounidense de 1846 tenía los ánimos encendidos en su contra. Por consiguiente, los conservadores monárquicos consideran que el ingreso del país a la modernidad puede darse a través de

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la anexión a la Francia de ese momento, por lo que lo ven como el modelo visible. El país no sólo se encontraba dividido en lo político (liberales versus conservadores), también en sus valores, en sus bases ideológicas, en lo racial. Fue la intervención francesa la que provocó el clímax de la crisis de identidad en México, desde su Independencia. La novela Clemencia es el espacio de lucha entre los mismos mexicanos divididos desde la Independencia en dos bandos: los conservadores y los liberales. La lucha en contra de la intervención francesa es sólo ocasión para presentar la lucha interna entre dos ideologías, así como entre dos Méxicos: el mestizo y el criollo. En medio de estos dos hermanos se sitúa Clemencia, la protagonista que desempeña el rol de mujer y del más noble espíritu patrio. Estos dos Méxicos se encuentran representados por los personajes Fernando Valle y Enrique Flores. Fernando Valle: cuerpo raquítico y endeble, moreno, color pálido enfermizo, ojos pardos, nariz aguileña, bigote pequeño y negro; metódico, antipático, solitario, económico, repulsivo; de origen familiar desconocido. 48 Por cada adjetivo dispuesto para Fernando Valle, encuentra uno opuesto en Enrique Flores: hercúleo, gallardo, blanco,49 buen mozo, grandes ojos azules, grandes bigotes rubios; jugador, elegante, amis4 8 . Para Gomáriz: “En Fernando se establece el contraste entre la realidad del interior y la apariencia del exterior del sujeto, entre lo bueno y lo bello, que sólo en ciertas ocasiones se combina de manera ideal (42)”. (Gomáriz REV 2001:48). 4 9 . Aunque Altamirano no señala el color de piel, se ha inferido por los “rubios bigotes”.

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toso y bien querido, generoso; con familia de magnífica posición. Estos adjetivos desempeñarán el papel de confrontación de dos tipos de mexicanos: uno, mestizo, valiente, héroe, y por añadidura, poco atractivo; el otro, blanco, cobarde, traidor, atractivo. El mestizo es quien tiene en la novela los más altos valores; el otro, sólo ve a la guerra como un medio para la escalada social; “grandes bigotes rubios”, marcándose la usanza del bigote en Maximiliano. Es por esto que dicho sector, con sus rasgos de conservadurismo ideológico, fue figura común en la literatura costumbrista de tono satírico, en la que aparece bajo los esterotipos de catrín o de catrina, el pollo o la polla, el lion o la liona, caracterizados por su vanidad, [...], y, sobre todo, inmovilidad social, imitación desenfrenada de los modelos foráneos, y por un individualismo ilimitado, causa frecuente de sus conductas antipatrióticas. (Montero 2002:45)

Pero estos dos Méxicos personificados también encuentran su eco en dos geografías mexicanas: Guadalajara, sitio en donde transcurre la novela, y Puebla, con la que se compara. Guadalajara50 es para los liberales el último bastión de defensa de la patria y sus ideales, en sí misma 5 0 . Gomáriz establece que: “La descripción de Guadalajara es una alegoría cultural y política, pues como sugiere W.J.T. Mitchell, el paisaje tiene un carácter semiótico, en tanto que es un medio de expresión a través del cual se codifican valores y contenidos culturales, así como los procesos de formación de identidad social y subjetiva” (Gomáriz REV 2001:56). En la novela Clemencia este valor semiótico está construido por la forma en que Altamirano establece un eje de contrarios entre Guadalajara y Puebla.

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esa tierra lleva la fama de procrear hombres valientes que la consolidan. Guadalajara se abre al progreso de México, sostiene un pensamiento liberal.51 Guadalajara, según la adjetiva Altamirano, 52 es “reina de occidente”, “ciudad superior a todas las de la república”, “tierra de hombres valientes”, “mujeres hermosas”, “hija predilecta del trueno y de la tempestad”; Guadalajara es “afectuosa”, “benefactora”, “virtuosa”, “franca”, “risueña”; bella moralmente: “lugar en donde la civilización ha entrado sin sus falaces arreos de codicia y egoísmo”. La otra geografía mexicana en la novela es Puebla. Ésta es sólo utilizada por el narrador para contraponerla a Guadalajara como antítesis. Puebla es, para el maestro, “mojigata”, no oriental, ciudad con “odio”, “insultante”, “fanática religiosa”, “en Puebla invitan al forastero a visitar iglesias”, “agua bendita y rezan con él un vía crucis”. El sentimiento descrito hacia la ciudad de Puebla también se encarna en sus habitantes: ¿Saben ustedes, lectores, cómo acostumbran las poblanitas comenzar el viaje a México en los trenes de ferrocarril? Pues señor: entran y se arrodillan como para rezar un vía crucis, se encomiendan a su divina majestad y se entregan en alas del vapor, como si dijéramos en alas del diablo. (Altamirano OC VIII: 75)

5 1 . Guadalajara se convirtió, a la postre, en el prototipo del mexicano, y de su cultura; con varias exportaciones: el tequila, el mariachi, la charrería, entre otras cosas. 5 2 . Todas las citas que a continuación se presentan son de los capítulos V y VI de Clemencia.

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En la ironía de Altamirano, los poblanos —habitantes de Puebla— son ridiculizados al extremo, como gente que no entiende el progreso, y que cree que el desarrollo tecnológico es producto del demonio; es decir, para el maestro —como para muchos liberales— la religión católica había llegado al límite del fanatismo religioso, a su vez que detenía el progreso. El tema es la oposición entre la progresista Guadalajara y la fanática Puebla, como geografías mexicanas en lucha en la misma novela; aunque la región en donde el narrador se centra es en Guadalajara y la zona occidental de México.53 Significativamente, otra oposición intentada por Altamirano es entre el personaje Clemencia versus el personaje Isabel; sin embargo, esta última se diluye en la trama de la novela. La rivalidad amorosa que Altamirano estaba elaborando, se transforma en una tríada amorosa en donde los personajes masculinos se opondrán en el corazón de Clemencia. La feminidad como vórtice en una situación de crisis, conviene en el centro mismo de la oposición de fuerzas: Fernando Valle versus Enrique Flores. En ese sentido, el narrador plasma la guerra de intervención francesa como un momento álgido en donde la identidad mexicana es un espejeo constante de las apariencias (físicas, morales, políticas) que pueden engañar. Lo que está en duda es quién es mexicano y quién da su vida por la patria. De Fernan5 3 . Se debe señalar que esta visión de Altamirano por Puebla, tal vez se deba a la construcción de la ciudad misma, ya que Puebla fue construida espacialmente, fuera de todo centro ceremonial prehispánico; por tanto, fuera de todo mestizaje.

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do Valle se dice: “No era, pues, un patriota, sino un ambicioso, un malvado encubierto”, “tiene más aspecto de traidor que de héroe; él medita algo” (Altamirano OC III: 166-67). El juego de las apariencias tendrá su culminación con la vida de Fernando Valle, quien finalizará como héroe, patriota; Fernando Valle ha dado la vida por la patria, por el amor. Por la patria ha dejado, inclusive, su familia, quienes resultan ser acaudalados de la región de Veracruz. Es decir, Valle ha renegado de todo, con tal de servir a los ideales que se ha impuesto. Conociendo la historia de este personaje, el narrador revela otra postura: “El joven estaba hermoso, heroicamente hermoso”. (Altamirano OC III: 308) La novela tiene que definir quién es el traidor y quién el héroe a partir de sus conductas morales, y las que se tienen para con la patria. He aquí donde el maestro Altamirano arroja otro ingrediente: el amor por la patria. Para él, los amantes que van en contra de la patria deben pagarlo con la vida, independientemente de los motivos. Mientras que a Flores le ha salvado la mitad de la fortuna de la familia de Clemencia (consiguiendo un indulto tardío), a Valle le cuesta la vida: “Así pues, para colmo de dolor, la familia del señor R [...] volvía a recobrar la mitad de su fortuna comprometida para salvar a Flores, a costa de la vida del infeliz Fernando Valle”. (Altamirano OC III: 300) Altamirano utiliza el espacio narrativo para exponer sus ideas sobre la patria. La novela es el medio para enseñar al lector los valores ideológicos de los liberales, además de la moral que un buen patriota debe tener. Como han señalado los críticos más cercanos a Altamirano, su literatura aspira a lo nacional, y

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desde la perspectiva de este trabajo, una literatura que defina lo que es nacional. Con Clemencia, Altamirano señala a la sociedad que el concepto “clemencia” ya ha sido usado para el perdón de compatriotas. Si bien la novela tomó forma durante la ocupación francesa, la elaboración en Altamirano llevaba más tiempo; es precisamente el perdón del hermano el que debe considerarse. La amnistía sólo cubre el requisito legal para la petición, y no señala ninguna falta. Altamirano desea otra cosa, que, al menos en el orden moral, el culpable de traición a la patria pague con su vida. Éste es el germen de la novela: el discurso de Altamirano ante el Congreso de la Unión el 10 de julio de 1861, titulado “Contra la amnistía”; con este discurso Altamirano se gana el elogio en la cámara de diputados y el apoyo de ambas fracciones: [...] que reconozco en ellos un excelente corazón lleno de sensibilidad y de clemencia, pero entiendo que ellos se han equivocado al creer que debía la nación perdonar a sus enemigos con la misma facilidad que estos señores por su carácter generoso perdonan a los suyos. (Altamirano OC I: 53)

El citado discurso de Altamirano señala que el perdón de los enemigos internos de la patria es muy costoso para la misma, ya que, más que perder un ciudadano traidor, muchas de las veces se pierde un ciudadano responsable. A través de una metáfora antropomórfica, la patria toma cuerpo, siendo capaz de sentir y tomar decisiones, tiene corazón y otorga perdón a sus enemigos. La ironía del maestro nuevamente surge: “un excelente corazón lleno de sensibilidad”, convierte a los traidores solicitantes en los que

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no comprendieron a la patria. Singularmente, en el citado discurso como en Clemencia, los enemigos son internos, por lo cual, para Altamirano, no se puede olvidar, asentar las cosas en la amnesia, en la amnistía, porque es un mal que corroe por dentro: “[...] sería inoportuno, porque la clemencia, como todas las virtudes tienen su hora. Fuera de ella no produce ningún buen resultado”. (Altamirano OC I: 57) La hora a la que se refiere Altamirano es el momento justo en que el “traidor” debe anteponer la patria a sus intereses. La hora de Flores es quedar libre, pese a la traición. La hora de Valle es morir, porque no sólo ha traicionado al ejército, sino a la patria. Otra lucha se establece como tríada en Clemencia: el amor como eje, el amor a las pasiones y el amor a la patria. Las pasiones parecen (ése también es un engaño de la narración) dominar el relato. Sin embargo, para Fernando Valle, las pasiones se subordinan al amor a la patria: “La bandera de la patria tenía entonces para él un símbolo más que el de idolatrar: el de su amor”. (Altamirano OC III: 233). Mientras que el hedonista de Flores desea: El patriotismo tiene sus móviles de diferentes especies; para unos es cuestión de temperamento; para otros es la simple gloria, ese otro platonismo de los tontos; para mí es la ambición. Yo quiero subir. (Altamirano OC III: 194)54 5 4 . La temática del amor platónico y su confrontación la explora Altamirano en esta novela y en Atenea. En una primera lectura, es una preocupación de Altamirano. En esta discusión es sobre las condiciones de amor a la patria; Flores es un realista, y Valle, un platónico. En Atenea, el narrador que presuponemos como Altamirano es realista, y Atenea es platónica.

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Es, en este sentido, que la patria, la nación, en cualquiera de los discursos (el parlamentario y/o la novela), adquieren un carácter antropomórfico. La nación, la patria, pueden tener sentimientos y perdonar a sus enemigos. La lucha amorosa por Clemencia es una lucha que simbólicamente está manifestando la de la patria. Clemencia es la patria misma: quien puede otorgar su amor, pero que también puede errar en su juicio sobre uno de sus amorosos amantes; se le puede, momentáneamente, seducir, comprar, utilizar. Pero reconocerá siempre el mayor sacrificio, entre el amor pasional y el amor al ideal, que es la patria: “Un militar no se pertenece, su vida es de la patria, y arriesgarla en otra cosa que en su defensa, es traicionar a sus banderas”. (Altamirano OC III: 253) Desde esta perspectiva, Clemencia encarna a la patria como una mujer que pone a prueba las virtudes de los personajes: su moralidad, su valentía, su fraternidad, su patriotismo, su amor. Es también el cuestionamiento sobre la lucha interna en los mexicanos: Flores contra Valle confrontando simbólicamente, a los conservadores contra los liberales, a los franceses contra los mexicanos, los traidores en contra de los buenos mexicanos. Como también se ha visto, las razas también se enfrentan en esta oposición: Valle/mestizo; Flores/blanco. En medio de la guerra, del amor, se encuentra Clemencia, un personaje que delimitará su campo de acción entre una y otra opción, pero eso parte de la misma clemencia que pide Altamirano en su discurso: “La clemencia en teoría es bellísima, lo confieso, pero en la práctica nos ha sido siempre fatal”. (Altamirano OC I: 57)

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Es fatal para el teniente Valle. Éste paga con la muerte traicionar a la patria, pero obtiene, a cambio, el amor final de Clemencia, quien se esfuerza por salvar su vida, la vida de un valiente, de un héroe moderno y mexicano. Esta búsqueda de la heroicidad en las obras de Altamirano es constante, aunque debemos señalar un cambio: el héroe es un hombre mexicano que puede ser cualquiera.55 El que tenga el valor, la integridad, el amor a la patria, no importando su condición social, su aspecto —su apariencia—, su grado en el ejército, etcétera. Como único requisito es dar la vida por la patria. Finalmente, la representación de Clemencia como la patria es, desde la perspectiva del trabajo, señalada por el discurso en contra de la amnistía, además del escrito “La fiesta de Guadalupe” (1870), en donde analiza el valor de la fiesta. La redacción de este ensayo crítico, demuestra (en la coincidencia temporal con la novela Clemencia) que la elaboración de la novela se basó en estas dos fuentes del escritor. En el ensayo de la Virgen de Guadalupe, Altamirano rescata la historia: “mostraré mi clemencia amorosa, y la compasión que tengo de los naturales” (Altamirano OC V: 125). Altamirano logra reunir el sentido materno de la religiosidad: “No estoy aquí yo, que soy tu Madre” (Altamirano OC V: 132). Por supuesto, la virgen reúne la mejor cualidad para Altamirano: es mestiza, es también la Tonantzin 5 5 . Por supuesto, para la trama y el desarrollo lógico de la misma, es indispensable que Fernando Valle provenga de una familia con bienes materiales.

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(nuestra madre) de los indígenas. Pero además, la confirma en su identidad: “Virgen india”, “Virgen mexicana”, le llama. Ésta es la relación más cercana con Clemencia, el maestro termina con una cuarteta: “Las morenas me agradan/ Desde que supe/ Que es morena la Virgen/ De Guadalupe”. La referencia hacia la piel morena de Clemencia es una constante en la novela; Altamirano enaltece a Clemencia, aún más, al encauzar a su personaje hacia un monasterio, por lo cual permanece virgen, como la guadalupana.

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Lengua y literatura

La escritura en el México post-independiente (1821) retoma el sueño Ilustrado de civilizar. En este proceso de avanzada, los letrados mexicanos 56 desempeñaron el papel de formular los documentos que perfilarían al hombre mexicano civilizado, así como las normas que lo regirían, la Constitución Mexicana de 1824 y la de 1857 son parte de esta evolución. Por supuesto, en el México del siglo XIX las luchas internas de carácter político-militar no permitieron que se avanzase en el campo de la cultura. Por ello, al encontrar la estabilidad social —hacia 1867— la idea de un México civilizado y culto, así como en vías de progreso, se convierte en el ideal de los intelectuales. Y como menciona Montero, a partir de la llamada República restaurada: 5 6 . Aunque los letrados en el siglo XIX desempeñaron papeles entre la pluma y la espada; es decir, a la vez que formaban parte de la elite cultural, también lo eran de la elite político militar.

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El hecho cierto es que en México, a la altura de la séptima década decimonónica, los escritores y escritoras de mayor oficio partían ya de un mismo referente espacial e histórico a la hora de “narrar” la nación y sus sujetos; es decir, por ese entonces dicha entidad que fue primero una utopía política, era ya una imagen consolidada por el discurso literario, aunque por supuesto no sólo por éste. (Montero 2002:48).

En este momento histórico, el proyecto ideológico de los liberales toma cuerpo, y plantea el “progreso” de la “bella literatura” que semeje el de la nación. Los intelectuales mexicanos, encabezados por Ramírez, Prieto, y Altamirano, desarrollan la concepción de una nación letrada, ilustrada. Así la “bella” literatura será el pilar para educar al pueblo, para enseñar los valores nacionales: geográficos, históricos e ideológicos.

La literatura liberal Para los liberales mexicanos, la independencia no fue culminante. Decidirán reformar el país, y este reordenamiento se lleva en todos los niveles: se dictan nuevas leyes, las de la Reforma, y la Constitución de 1857, se lucha por la patria en 1862; se procura un positivismo —al menos en Altamirano— razonador y revolucionario, así como progresista. Al consolidar la nación —como Estado y geografía—57 el proyecto liberal busca una nueva utopía: 57. Desde 1860-1870 la geografía mexicana mantiene casi las mismas características territoriales, y hasta el año 2000, mantuvo una clara postura liberal (con sus diversos matices, dependiendo de la época).

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una revolución en el alma del mexicano. 58 La propuesta de los intelectuales fue desde continuar con el español, previendo en un futuro la independencia idiomática, hasta la aceptación de otra lengua extranjera. La lógica de la propuesta liberal no sólo se basa en una independencia total del europeo español —España en ese momento histórico se hallaba en un enorme atraso tecnológico— sino también en el encuentro con una expresión propia, que representara al espíritu de la nación mexicana, ya que los intelectuales sentían que mientras se hablase y escribiese en español, habría una pregunta obligada: “¿tenemos una literatura nacional? Y en caso afirmativo ¿esta literatura debe diferenciarse radicalmente de la literatura española?” (Altamirano OC XIII: 266) Hasta esta pregunta, Altamirano no siente la diferencia con lo otro, con el otro, de quien ha heredado la lengua. Adjetivarla como nacional, como mexicana, construye el ser, 59 ya que el intelectual define, a través de la literatura, el “tipo” mexicano. Esto significó un nuevo límite cultural en su esencia: el no mexicano, el otro. El afrontar el carácter extranjero y lo “extraño” de la lengua española, manifiesta, también, una necesidad viajera de explorarse a sí mismos. Lo cual trae consigo, en un primer término, un fuerte espíritu nacionalista; pero también, forjar desde dentro del país, la imagen y la expresión mexicana. Para el proyecto liberal es claro que la literatura —a través de los periódicos como el medio para 5 8 . El movimiento intelectual en México busca un humanismo integral. 5 9 . Durante el siglo XX, en diferentes foros y con diferentes matices, aún los intelectuales se lo preguntaban.

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masificarla— situaría a la nación en un estado de progreso y de civilización (como conceptos de la Ilustración) nivelándose con respecto a Europa. Esta es la primera emergencia: ser y escribir literatura porque ella definirá no sólo el espíritu mexicano (su primera preocupación), sino colocará a México en el mundo civilizado: “que la literatura es la expresión, el termómetro verdadero del estado de la civilización de un pueblo.” (Altamirano OC XIII 1868: 159) “Prólogo a Flores del destierro de José Riera” (1868) Casi todos los intelectuales de la época reconocen este aspecto: la literatura civilizará; sin embargo, la mayoría no invierte en la edición de libros, sino en la impresión de periódicos.60 Con esta solución, el sentimiento fue el de: “El objeto a que aspiramos al fundar El Renacimiento, que fue el de impulsar el progreso de la bella literatura en México [...]” (Altamirano OC XIII: 18) “Despedida de El Renacimiento” (1869). Indudablemente, progreso y civilización, a través de la bella literatura, implicaban entrar de lleno en el orden de los países desarrollados en ese momento; aunque son, desde nuestro punto de vista, concep6 0 . El nuevo régimen liberal intentó el retiro de los letrados de la tradicional tarea de administrar los Estados y obligaba a los escritores a profesionalizarse. Este proceso explica al periódico como el medio más urbanizador de la época. Así, el periódico, que antes había cristalizado la voluntad racionalizada en una función estatal, cambia su tendencia al distanciarse de la vida pública, aunque no deja de ser ideológico ni de asumir posiciones políticas (Rama 1984: 94-95). La prensa debía reformular sus funciones ya no sólo como un dispositivo de la centralización y limitación nacional ligada a lo político-estatal (96-97). Desde la perspectiva del trabajo se debe señalar que El Renacimiento de Altamirano buscaba no hacer la diferencia entre los escritores de tendencia conservadora y/o liberal.

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tos de la Ilustración. Ya cuando Altamirano asimila el discurso positivista del progreso a su propio discurso —participa de él—, no es el Altamirano lleno de esperanzas del primer momento, del intelectual ilustrado que cree que la razón solucionará los problemas, es un Altamirano maduro, político, y sobre todo, asimilado a la elite social-cultural de la época, e intenta inscribir el trabajo literario a la modernidad científica progresista que el discurso de Barreda 61 propuso el 16 de septiembre de 1867 (Quirarte 1970). Es bien notorio que en nuestra naciente literatura, apenas hay cultivados algunos géneros de los muchos que constituyen una literatura nacional.[...]Hace poco más de medio siglo que México se separó de España, formando una nación independiente y libre, y asumiendo un carácter propio, ... territorio, por las cualidades de su clima, por la diversidad de la raza, de sus pobladores y la singularidad de las costumbres de éstos, se habían distinguido por una fisonomía peculiar desde el siglo XVI en que fue conocida por el mundo civilizado: (Altamirano OC XIII: 236) “Prólogo a Las minas y los mineros de Pedro Castera” (1887)

La inmediatez en la literatura mexicana cobra un sentido primario para el escritor que desea narrar las características de ese ser nacional: cultural o geográfico. El paisaje —al igual que en el viajero Humboldt— revela al escritor los simbolismos y los puntos de

6 1 . Si bien, la exclusión del humanismo no es tajante en el discurso de Barreda, ya que incluye la instrucción –al estilo del liberal mexicano– sí hay una tendencia lógica a reducir el valor del conocimiento a su aspecto instrumental.

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reunión de esa fisonomía “peculiar”; en las descripciones del paisaje se revaloran y reconocen territorios, climas, razas, gentes, tradiciones. El deseo de los escritores es que sus descripciones sean conocidas en el mundo civilizado. El género que considera más adecuado para estos propósitos: ...es en el género descriptivo, género difícil y que algunos desdeñan por la sencilla razón de que no pueden manejarlo, pero que da a la poesía un carácter local, nacional, que debe ser nuestra gran propensión” (Altamirano OC XIII: 176) “Prólogo a los Versos de Ramón Rodríguez R. (1875)

La defensa del género descriptivo refleja la preocupación de Altamirano por la posible desaparición de esta técnica frente a la aparición de las nuevas tendencias literarias. Así mismo, se palpa el deseo de que el género reúna todas las regiones de México, ya que Altamirano conoce muy bien los “diferentes” caracteres regionales, y su intento es integrarlos en una sola identidad. El género descriptivo, pues, no sólo se orienta al carácter testimonial, sino que generaliza y puntualiza el contexto histórico-social del mexicano. Esta literatura, con carácter nacional, no debe imitar otros modelos que no sean propios de la fisonomía cultural de México. Por ende, si no refleja un carácter local, el paisaje forzará la descripción falseándola. Es una imitación feliz de algunas leyendas europeas, pero francamente aún así no ha logrado usted dar color local a su composición, cuyo asunto coloca usted, parte en Palestina, y parte en Francia, países que no conocemos usted ni yo sino geográficamente, y por el relato de viajeros

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mentirosos como la mayor parte de ellos. (Altamirano OC XIII: 51) “Carta a una poetisa”

Por esta buscada fisonomía en la literatura nacional Altamirano se ve a sí mismo como: En efecto, soy uno de los apóstoles de la literatura nacional, y a mucha honra tengo contarme en el grupo que acaudillado por el Pensador está formado por pocos, entre los cuales se encuentra usted en uno de los primeros lugares. Este grupo ha hecho escuela ya como usted dice, y más tarde, un poco más tarde, varios se disputarán el honor de haber pertenecido a él, como diría Ignacio Ramírez. Me quedo, pues, mexicano, y no quiero ser otra cosa. (Altamirano OC XXII: 153) “Carta a Francisco Sosa” (1891)

Aunque parezca soberbio, debo decirlo así: Altamirano sabe que ha realizado un trabajo interesante durante su vida productiva y creativa en la literatura. Él está consciente de su “propio papel rector —en tanto escritor y político— con respecto a la modelación de la nacionalidad,” (Montero 2002:38); sabe, además, que es parte de esa tradición literario mexicana, a la cual él ha aportado algo, y puede colocarse al lado de Fernández de Lizardi,62, 63 —en el sentido ilustrado—, por ser un 6 2 . Blanco sostiene que el carácter de la literatura disimula el peso de la ideología liberal. No se ha ahondado en el tema porque el linde con lo ideológico podría desviar el contenido de la identidad y de la estética. (Véase Blanco 1977). 6 3 . Cito a José Gomáriz: “Con estas coordenadas socio-históricas es natural que Altamirano mencione El Periquillo Sarniento (1816), de José Joaquín Fernández de Lizardi (1776-1827), como la primera novela nacional en México (43), pues “desciende a las masas del pueblo infeliz, y compadece su miseria y le consuela en sus pesares, haciéndole entrever una esperanza de mejor suerte.” (41-42) (Gomáriz REV 2001: 42).

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escritor, por dedicar su vida a impulsar la Ilustración a través de las revistas o los periódicos. Señala la procedencia de sus ideas a través de su maestro Ignacio Ramírez, se antepone en ese grupo como parte de los fundadores de la escuela —como decía Voltaire, “primero la escuela, después la academia”—. Como buen mexicano, pensaba que la literatura antes de buscar ser otra cosa, debe ser mexicana, como el grupo que la impulsó.

La lengua La interesante postura que Altamirano tuvo frente a la lengua española es contrastante; a veces, apoyándola; y otras, intentando un cambio de lengua que se nos antoja imposible. No niega la tradición española en asuntos de lengua, tampoco la viabilidad de ésta para el ingreso a Europa; sin embargo, sí analiza varios elementos para la valoración de la actualidad y validez de la lengua española en México. Me permito una digresión: cuando Altamirano propone el aprendizaje, estudio y uso de otra lengua extranjera moderna —esencialmente la alemana o la inglesa— se basa en su propia experiencia personal, él dominaba la lengua náhuatl como lengua materna; el español, en sus primeros estudios; por lo que se puede leer, dominaba el inglés, el francés (hablaba, leía y traducía); por último, hablaba y leía alemán. Es decir, la lengua no era un obstáculo para el aprendizaje, y obviamente él era ejemplo de ello. Así, cuando Altamirano se enfrenta a la tradición de la lengua española percibe que España no ha establecido un

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diálogo intelectual posterior a la guerra de independencia. Por supuesto, se sostuvo un vínculo comercial, pero no ilustrado. Encuentra que España ha dejado, desde hace mucho tiempo, de ser una potencia, ya no se diga imperialista, sino moral y cultural: tanto para América como para Europa; España, para Altamirano, se encontraba en el atraso. Así, el español es útil para Altamirano sólo con una finalidad: Para que se vea cuán urgente y cuán trascendental es la enseñanza del español en nuestra República a fin de realizar la verdadera unificación del pueblo que hasta aquí no ha sido más que teórica, [...] (Altamirano OC XV: 206) “Instrucción pública, generalización del idioma castellano” (1882)

El español es el que abre la posibilidad de la unificación, Altamirano sabe lo que ha costado incorporar al país, política y geográficamente. Conoce, también, lo frágil que resulta la restauración de la república en un México que son muchos, en realidad. Interpreta que esta lasitud está en el límite, en la escritura —“teórica” le llama—, sólo solventada por la definición de constitución, y de República Mexicana. También es claro que el llamado a la unificación que Altamirano clama es por “el otro México”, el indígena. Por supuesto, a partir de ese abandono en el que se ha tenido a la raza indígena, Altamirano vislumbra una posibilidad mayúscula: Ya no tendrá necesidad de emplear otra lengua que la de nuestros vecinos para enseñar sus dogmas e iniciar a estas razas aletargadas, en

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todos los principios de la cultura moderna. (Altamirano OC XV: 219) “Instrucción pública” (1882)

Son dos motivos para analizar en la cita de Altamirano: el español como se ha mencionado, no integrará a México al progreso. Más que el uso o no de lo castizo, el problema está fundamentalmente en eso: la cultura moderna, ya no la civilización pasada, no tiene los ojos puestos en el español, sino en lo anglo-germánico. Hacia allá debe dirigirse la cultura moderna en México, progresar no es sólo tecnificarse, sino asimilar la cultura a partir de la lengua. Altamirano parece decir, desde su carácter de políglota, que la lengua española sólo es “para hablar con Dios”,64 como señala ese viejo adagio, y que las lenguas progresistas son el alemán y el inglés. Aunque al final de su vida, Altamirano optó más por el alemán. “Sus universidades son los faros de la ciencia, sus libros son rayos de luz, sus sabios son los maestros en todo. Y ¿Así descuidamos el estudio del alemán, cuando al contrario, debía enseñarse este idioma de preferencia a los demás extranjeros que se hablan hoy?” (Martínez 1955: 166)

Lo alemán, de hecho, impregnó muchos haberes de la cultura mexicana; en la cultura alemana Altamirano encontró, una nueva Ilustración, una modernidad culta.

6 4 . Dámaso Alonso integra esta nota como presidente de la Real Academia. El comentario, así lo señala él, es de El César.

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La tradición La cultura de Altamirano también le permite ver que detrás de la lengua española está la tradición. Altamirano tenía, pues, los ojos puestos en todos lados: en el pasado prehispánico, en la herencia española de la colonia —la tradición—, y el renacimiento del espíritu mexicano. En lo prehispánico, creo que Altamirano supone un pasado ancestral que permanece medianamente en los indígenas del siglo XIX, que sin embargo, poco filtra a la actualidad, porque no ha permanecido puro: Por lo demás, aquella raza pura y sacerdotal de México habla el Náhuatl. Más castizo más elegante, que se habló jamás en el imperio de los montezumas y conserva usos y costumbres privadas de la gran Tenochtitlan. (Altamirano OC V: 40) “La semana santa de mi pueblo” (1880)

En ese sentido, ante la desaparición de la elite cultural de Tenochtitlán, Altamirano nota un vacío en la producción intelectual-artística de los indígenas. No sólo la herencia de la escritura es poca, sino que el pensamiento indígena no se desarrolló después de la conquista. Esta afirmación requiere una explicación para diferenciar entre el contexto mexicano actual y el de Altamirano. Así, para la identidad literaria mexicana presente las muestras de literatura nahuatl son esenciales. Pero para este trabajo se debe explicar que el mundo nahoa tiene dos momentos claves en la incorporación en el imaginario identitario de la sociedad mexicana; el primero, es en el México post-independiente, cuando los intelectuales buscan un contra-

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peso ideológico para el mundo español, lo encuentran al idealizar y reorganizar el mundo prehispánico a partir de recuperar documentos de los colonizadores, y en gran medida de los miembros de la Compañía de Jesús, quienes estudiaron los textos recuperados de la antigua Tenochtitlán (cultura prehispánica en donde se centra la labor de recopilación). En ese México, postindependiente se encuentra un mundo nahoa occidentalizado, Cuauhtémoc y Moctezuma son pintados y/o descritos usando vestidos a la usanza de los griegos o romanos. En este primer momento, aún no existe estudio sobre la poesía nahoa, y son contadas las traducciones de ella —refiriendo desde la colonia—. Por supuesto, se reconoce la labor de los recopiladores, sobre todo del fraile Bernardino de Sahagún. El segundo momento es la etapa post revolucionaria, a partir de los años de 1920, los intelectuales mexicanos vuelven sus ojos hacia la cultura prehispánica con base en un nacionalismo a ultranza. Fragmentos de este programa nacionalista se cimientan en la recuperación del pasado indígena como parte fundamental de la identidad del mexicano. No sólo se estudia de manera ardua todos los aspectos de la cultura indígena nahoa, sino que se comienzan los estudios en muchísimas culturas mexicanas. Así mismo, la pintura apoya ampliamente dicho evento ya que estimula el imaginario colectivo y lo plasma en murales como parte inherente del mexicano. Es en el siglo XX, y con base en la corriente indigenista, que las investigaciones, recopilaciones y traducciones, se realizan en forma sistemática y “científica”. Ángel María Garibay K. publica, en 1953, la

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más amplia recopilación Historia de la literatura náhuatl, en dos tomos. Son cinco siglos que la literatura náhuatl ha permanecido soterrada. Así pues, para Altamirano, la literatura indígena no existía en lo absoluto por ello considera que el náhuatl fue un pueblo sin la memoria escrita de la civilización occidental: “Los mexica, pues, no pudieron ni trasmitirnos su poesía heroica antigua, ni legarnos como un canto de muerte poesía ninguna posterior a la conquista.” (Altamirano OC XIII: 273) “Prólogo a El Romancero Nacional de Guillermo Prieto” (1885). Los indígenas creativos, intelectuales del siglo XIX, asimilaron la cultura del criollo y del mestizo, para poder interpretar su realidad. Pese a que Altamirano es representante directo de una etnia indígena de México, en su descripción de los naturales en las crónicas o en los testimonios de viaje se muestran más como una raza atrasada, el escritor se lamenta por ese pueblo que suele llamar semi-bárbaro y con un gran atraso socio-cultural. Aunque en El Zarco el indígena mestizo conviene en ser el modelo de la utopía de Altamirano; sin embargo, el indígena sólo logrará elevar su posición social en tanto que se integre al modelo occidental de modernización. Por ello, la lengua española sería un buen punto de encuentro para ese objetivo ya que vendría a unificar tres mundos: el criollo, el mestizo, el indígena. [...] podemos tener y tenemos de hecho una literatura nacional, y que para ello no necesitamos de que se diferencie radicalmente de la literatura española, puesto que la lengua que sirve de base a ambas es la misma. Basta las modificaciones

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que se han impuesto a la lengua española que se habla en México, los modismos de la lengua que habla el pueblo indígena, los millones de vocablos de toda especie que han subsistido en el modo común de hablar a sus equivalentes españoles haciéndolos olvidar para siempre; la sinonimia local, [...] para que nuestra literatura tenga una sinonimia peculiar, independiente, autonómica, como la tienen todas la literaturas que se han formado en el fondo de las lenguas latinas[...] (Altamirano OC XIII: 267) “Prólogo a El Romancero Nacional de Guillermo Prieto”(1885)

La tolerancia de los mundos, a partir de la lengua, es singular en Altamirano. La base de la lengua española, en el criollo, las modificaciones son del mestizo, los modismos, del indígena. A través de esa reunión de caracteres en la lengua Altamirano propone una lengua mestiza que sostenga una literatura mexicana independiente. Aquí y así es como, para Altamirano, se puede construir una literatura independiente —que tanto anheló el maestro—. Sin tener los estudios lingüísticos contemporáneos se aproxima mucho a esperar un cambio diacrónico, como sucedió en el mundo latino. El cambio diacrónico es paulatino, no es revolucionario o radical como en un principio hubiese querido Altamirano; tolera las semejanzas —con la esperanza de la transformación en el tiempo— con la versificación española y con su métrica: Nuestro poeta consideró que, a semejanza del pueblo español, nuestro pueblo que habla la misma lengua, gusta más de la versificación llana y fácil del romance octosílabo, que de las intrincadas combinaciones de otros metros, y que más bien que torturase la memoria recordando el

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consonante, prefiere saborear la armonía del asonante como hija de su idioma. (Altamirano OC XIII: 297) “Prólogo a El Romancero Nacional de Guillermo Prieto” (1885)

La peculiaridad mexicana en el romancero de Prieto es que se basa en el octosílabo español, pero con una “asonancia” particular, mexicana. Altamirano se propone encontrar el espíritu de la lengua nacional, la cual debe tener características locales, regionales y nacionales, para poder diferenciarla de la española. Pero el poeta quiere hablar de la lengua de México, y lo singular del caso es que los mexicanos leen sus versos como él quiere, y el ritmo y la cadencia suenan bien. (Altamirano OC XIII: 213) “Prólogo a Pasionarias de Manuel M. Flores” (1882).

El trabajo del poeta es encontrar un punto en donde la lengua española se distinga, por su realización, como expresión mexicana. Donde la lengua encuentre un “ritmo”, una “cadencia”, un tono,65 un sentimiento que le sea propio; donde el lector participe de ese gusto, de esa identidad. Esté arraigado a la región: “[...]porque el sentimiento que da vida a sus fábulas es esencialmente mexicano; retrata al tipo y hasta, pudiéramos decir, la época moderna de México.” (Altamirano OC XII: 100) “Ignacio Rodríguez Galván” (1885) Esto señala una congruencia total en el pensamiento del maestro Altamirano: busca una literatura 6 5 . La mayoría de los escritos posteriores indicarán la búsqueda del tono en la poesía mexicana.

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nacional que consolide la idea de una suficiencia política, cultural y moral de México, la tan ansiada soberanía nacional. Una literatura que fortaleciera la imagen de lo nacional como una figura homogénea, progresista e idealizada. En cuanto al carácter uniforme, esta literatura serviría para reunir a las diversas regiones de México; en lo progresista, ayudaría a desarrollar la educación en México; en lo idealizado, aquella capaz de agrupar a los mexicanos bajo el hábito de una nación, y de sus símbolos. Así como la representación de sus costumbres en la propia comunidad mexicana, hasta en sus sentimientos y en sus más básicas tradiciones; el ejemplo lo ve en la poesía sudamericana, la cual: “[...] ha llenado un vacío que existía en la poesía patria, en nuestra historia y en nuestros sentimientos, y ha creado la epopeya nacional en una de sus varias formas.”66 (Altamirano OC XIII: 262) Altamirano supone que para encontrar esa particularidad americana se tendría que seguir los pasos de la poesía sudamericana porque ellos han deconstruido la lengua española a partir de la ruptura de las reglas para plasmar un pensamiento propio. [...] comprenderían que los poetas sudamericanos han roto adrede las ligaduras de las reglas para crearse una lengua propia en qué expresar sus pensamientos, en qué dar nombre y cabida a los objetos de su país; la lengua debe reflejar la

6 6 . La referencia sobre la poesía sudamericana no precisa nombres de autores. La evocación viene por la lectura de algunos de estos poemas en las tertulias literarias que él organizaba. Cabe también mencionar que la época nos indica que Altamirano estaba consolidando una visión más americana; que en Atenea explora.

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naturaleza, el espíritu y las costumbres de un pueblo, y la lengua española castiza era ya pequeña para reflejar la naturaleza, el espíritu y las costumbres de los pueblos americanos. Los pueblos americanos tuvieron su lengua, después tuvieron sus libertades y sus instituciones políticas, luego tuvieron su literatura. Asumieron su derecho en materia de nacionalidad y pudieron asumirla en materia de idioma. (Altamirano OC XIII: 210-11) “Prólogo a Pasionarias de Manuel M. Flores” (1882)

La cita anterior puede muy bien resumirse en lo siguiente: la lengua como la representación de los pueblos, de sus costumbres, de sus pensamientos, de sus sentimientos, de su naturaleza; la lengua como la libertad para nombrar el mundo americano, el cual tendría que ser nombrado por ellos mismos.

Lengua y tradición: el esbozo liberal La institución del liberalismo, como tradición y como representación, se funda en la concepción de la idea universal del ciudadano: el concepto, a grandes rasgos, especifica que todos los hombres nacen, y crecen con las mismas condiciones y son iguales en las circunstancias. El ciudadano es el designio idealizado en la República de 1857. Se crea, pues, un nuevo objetivo. En los altos ideales de los republicanos liberales del México de 1857 está el de llevar este esquema de libertad, de igualdad, a todo México. Sin embargo, existe un problema esencial: México es multiétnico, multiforme, es, por así

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decirlo, muchos Méxicos. El esquema de la igualdad es difícil de llevar a cabo. Así mismo, la diferencia también es étnica; lo es culturalmente, en México sólo un porcentaje concentrado había estudiado a niveles universitarios. Ante esto último, los intelectuales liberales propusieron una tarea avasalladora: homogeneizar la cultura a partir de la lengua española. Con este primer balance, los liberales determinaron un aspecto importantísimo para el entendimiento de la formación ideológica-cultural del mexicano: la educación que se recibiría no sería en otra lengua más que la española (esto quitaría de golpe otras lenguas, incluyendo las indígenas); debemos recordar que es la elite —tanto conservadora como liberal— la que defiende esta postura. El proyecto liberal veía que la lengua aportaba lo siguiente: la ventaja de obtener la tecnología europea a través de España. Por lo tanto, el español, sería lo que acercaría a México a Europa. Así se señala en el programa liberal: [...] y en el orden de la cultura las libertades de credo y prensa, el exterminio de lo indígena, la educación que daría “a todo México un tesoro nacional común” y el nacionalismo en las letras y en las artes. (HGM: 909)

Indudablemente, personalidades intelectuales como Altamirano se encontraban inmersas dentro de ese proyecto, además con la firme convicción de llevarlo a cabo, no sólo en el discurso, sino en la acción (en la praxis) a través de la literatura. La vida cultural en el México de los 1850 a los 1870 (acentuándose a finales y mediados de los 70) se circunscribió en la búsqueda de la unificación de un

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ideal estético de lo propio, de lo nacional. En la literatura fue Altamirano quien propuso que ésta debería basarse en los principios liberales: el respeto a su base original que era representada por la independencia de 1810. Abordar el paisaje de toda la geografía nacional. Y finalmente, una literatura ligada al futuro de la nación, es decir, entendida como parte del Estado. La propuesta de Altamirano no sólo va a ser aceptar el español por el español,67 sino que va a adecuarlo a las necesidades del país. Él ve claramente que una poesía como la de Prieto logra desarrollar esa propuesta, dejando de lado la ilusión indígena: [...] pues Prieto, lo mismo que todos ha evitado de propósito hacer penetrar a su musa en el mundo sombrío y melancólico de la raza indígena, aislada de ellos por una lengua y, a su parecer, alejada de la poesía por la miseria. (Altamirano OC XII: 241) “Revista literaria y bibliográfica” (1883)

Desde nuestro punto de vista, la perspectiva liberal crea, no sólo la primera de las segregaciones raciales, sino funda una de las primeras fronteras culturales. La visión de los liberales se dirige al exterminio del otro-interno: lo indígena,. 68, 69 Nótese cómo

6 7 . La lengua española, así como el catolicismo, vienen a reforzar la identidad de México. No se le acaba del todo, sobre todo, por oposición, después del `48, a la cultura anglo: inglesa y protestante que tanto había elogiado el movimiento liberal antes de esa fecha. 6 8 . Lo curioso es como Altamirano, “indio de cepa pura”, fortalece un proyecto como el liberal. 6 9 . También el proyecto liberal sigue los propósitos de Europa.

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en la cita de Altamirano se habla de todos, del aislamiento del indígena debido a su lengua; del aislamiento entre ellos: los otros. Al poseer una concepción homogénea del sujeto nacional, los escritores decimonónicos optaron por el perfil lingüístico único que le ofrecía la lengua española; así, los indígenas permanecieron analfabetas y fuera del legado cultural europeo. Por supuesto, la apertura hacia la pluralidad lingüística que el nahoa y otras lenguas indígenas ofrecían permaneció como modos coloquiales, mexicanismos, parte del costumbrismo, y en el mejor de los casos, en un nivel pintoresco. Los límites de esta escritura liberal son sencillos: el proyecto de educación en la lengua española, una literatura nacional (con una visión nacionalista en las letras y artes), la búsqueda de la igualdad cultural con Europa y con los centros culturales del momento.70 Como menciona José Luis Martínez: Los escritores entendían entonces la literatura como un medio de comunicar emociones placenteras a los lectores medios, procurando, al mismo tiempo, fortalecer sus creencias religiosas o ampliar “sin lágrimas” sus conocimientos culturales. (Martínez 1955: 149).

El proyecto de cultura liberal al definir al sujeto nacional, al mexicano, intenta explicar, además, al foráneo: al extranjero. Desde el punto de vista nacionalista, por ello, el extranjero viene a ser un personaje importante en la producción literaria del siglo XIX. 7 0 . Aunque esta búsqueda de cosmopolitismo se va a crear hasta la entrada del porfiriato.

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Este nacionalismo intenta fortalecer el efecto de soberanía e identidad nacional. Así, en términos culturales, los modelos importados son filtrados por un tamiz nacionalista, buscando siempre, ese carácter mexicano o regional. En donde lo mexicano “[...] implicaba no sólo límites espaciales, sino una demarcación temporal y simbólica, así como un conjunto de rasgos identificados como propios.” (Montero 2002: 54). Aunque el modelo buscado e idealizado de los liberales fue el prototipo helénico: Tendiendo cada día más y más a la eterna y serena belleza helénica, como el objeto esencial, como el único ideal de perfeccionamiento, puede sin embargo, revestir nuevas formas, si vale expresarse así, y asumir un carácter nacional que nos pertenezca o al menos que pertenezca a la América. (Altamirano OC XIV: 110) “Melesio Morales” (1869)

El proyecto cultural de los liberales, entonces, contrasta las diferencias de los modelos europeos modernos y los recubre con nuevas formas hacia la pertenencia de una voz propia. Al establecer esta diferencia, el intelectual formaliza fronteras culturales con las otras culturas; una de las primeras fronteras que Altamirano delimita fue la de Estados Unidos: Así pues, descartaremos las novelas de costumbres algunas del americano Maine Reid, que tiene algunas pretensiones de imitar a Cooper, y que ha pintado a los mexicanos de un modo que ni ellos mismos se conocen. (Altamirano XII: 52-53) “Revistas literarias de México”

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La anterior afirmación de Altamirano no gozaría de ningún eco de no ser por el sentido que toman sus escritos críticos para formar las barreras geopolíticas de los liberales. La generación de la Reforma es la que sufre las consecuencias de la invasión americana de 1846, generación que ve con desconfianza al vecino país. Esto implicará que Norteamérica no será más un modelo en lo cultural; ellos son los que menos tendrían que “pintarnos” porque su visión es errónea, y porque describen lo que culturalmente no les pertenece. La otra frontera cultural es con Francia, una frontera que sólo es pretendida por la generación de la Reforma, la que recuerda la invasión francesa de los años 60: En fin, el progreso de las letras en México no puede ser más favorable, y damos por ello gracias al cielo, que nos permite una ocasión de vindicar a nuestra querida patria de la acusación de barbarie que con que han pretendido infamarla los escritores franceses, que con su rabioso despecho quieren deturpar el noble pueblo a quien no pudieron vencer los ejércitos de su nación. (Altamirano OC XIII: 14) “Introducción a El Renacimiento” (1869)

Si bien El Renacimiento se propone como el periódico de la reunión de los bandos opositores en México; la defensa de la patria tiene como campo de batalla el terreno intelectual. No existe peor ofensa para el mexicano ilustrado que el concepto de barbarie; El Renacimiento, pues, debe ser un frente ante esos nuevos ataques. Por supuesto, en la década de 1860 en México, Francia era el prototipo del extranjero, por la invasión militar a México (1862-1864); al serlo

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todo el discurso nacionalista se enfocó en oponer los símbolos nacionales: el escudo, la bandera, el himno, a la influencia de extranjero francés. Aunque la confrontación intelectual se establece en el terreno de las ideas y no del modelo literario francés, Víctor Hugo será alabado no sólo por su actitud contra Napoleón III (lo cual lo elevó al rango de héroe entre los mexicanos), sino también por la forma, el ritmo, y la estructura métrica de su poesía. Así, es sobre la base de “atraso” intelectual que se establece la defensa del mexicano: Por eso las críticas de Altamirano en sus Crónicas contra las influencias corruptoras del gusto y de la moral vertidas de Francia y contra los nacionales que tenían como único criterio de autoridad la opinión extranjera. Por eso también las frecuentes sátiras sobre los franceses que incluyera Prieto en su Musa callejera (Montero 2002:51)

La frontera más obvia es con España, y se establece en dos momentos, el primero es la presencia de la necesidad de independencia cultural: Así es, que basta a nuestra juventud que hayan llegado a nuestras librerías las obras de don Fulano de Tal cualquiera, impresas en Madrid y recomendadas por un aviso de periódico, para que las consideremos desde luego como cosa sobrenatural y digna de leerse y de imitarse.(Altamirano OC XIII: 64) “Carta a una poetisa (1872)”

Altamirano ve con desánimo que la literatura mexicana no encuentra un reflejo en sus compatriotas, sobre todo, porque la juventud está leyendo literatura

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española, y Altamirano sabe que se está aprendiendo valores que no son parte de los símbolos del mexicano y de la literatura nacionalista que él impulsó. La otra es una urgencia por desarrollar una “lengua” española con carácter mexicano71 (o americano); aunque no lo aluda directamente, Altamirano espera que con el tiempo, la lengua mexicana sea un dialecto de la española. Como se ha mencionado, el único momento en el que Altamirano define su concepción de lengua fue durante una tertulia literaria, de la cual, ninguno de los participantes llevó una bitácora de lo acontecido. Así, realmente sería muy impreciso trabajar en términos de una definición de lo que para Altamirano significa lengua o dialecto. Lo que se sostiene es que él definió el concepto de lengua desde una perspectiva política cultural y social. En su momento histórico, Altamirano recupera la discusión en torno a la lengua; reflexión que se centraba alrededor del uso o no de la lengua española como lengua oficial. Esta discusión tuvo diversos momentos históricos, y que desde nuestro punto de vista, inició en 1820 con el México independentista, y terminó en 1870 cuando se acepta la creación de las Academias Americanas de la Lengua, y culminó con la sesión de la Academia Mexicana de la Lengua que

7 1 . Al separar inicialmente la lengua española de la mexicana, le procura a ésta última un carácter dialectal propio. Sin embargo, en sus escritos él sigue la norma española, sus modificaciones a la lengua se basan en el aspecto léxico-solamente, nunca presentó modificaciones estructurales, sintácticas, o morfológicas.

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se celebró hasta el 11 de septiembre de 1875.72 Esta discusión tenía tres vertientes: la primera fue el no uso de la lengua española porque ella implicaba el dominio de los españoles, de hecho, los intelectuales tenían presentes los motivos sobre los cuales se impuso la lengua en el nuevo mundo: [...] y respondiendo por mi dixo que después que vuestra Alteza metiesse debaxo de su iugo muchos pueblos bárbaros y naciones de peregrinas lenguas, y con el vencimiento aquellos tenían necessidad de recebir las leies quel vencedor pone al vencido, y con ellas nuestra lengua, entonces, por esta mi arte, podría venir en el conocimiento della. (Nebrija 1492:5)

Al no usar la lengua española, los intelectuales reaccionaron con una propuesta: la importación de una lengua extrajera europea, sobre todo, que permitiera dejar el yugo del vencedor, a la vez que integrarse a la modernidad de Europa. Altamirano estaba de acuerdo con ésta. En esta propuesta se encontraba una segunda variante: desarrollar una lengua indígena, esencialmente, el nahoa. Este proyecto tenía como finalidad desplegar un mundo lingüístico aparte, separarse totalmente de la noción de España, e independizarse totalmente. No fructificó por la ausencia de alfabeto, y de tradición escrita en lengua nahoa. 7 2 . Los miembros fundadores de la Academia Mexicana de la Lengua fueron: Sebastián Lerdo de Tejada, Juan Bautista Ornaedea, José María de Bassoco, Alejandro Arango y Escandón, Casimiro del Collado, Manuel Moreno y José, Joaquín Cardoso, Joaquín Granija Icazbalceta y José Sebastián Segura.

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Tercero, la aceptación de la lengua española como política para facilitar la integración del país en términos educativos, tecnológicos, y de recursos; por otro lado, se reconoció que la lengua española daba una unidad política, social, económica a las regiones del país. Esta unidad mexicana, por supuesto, era sumamente deseada ya que durante esos años el país se convulsionaba constantemente entre luchas internas e invasiones extranjeras. Así, la discusión en la que participa Altamirano se basa en el sentimiento de dependencia con la antigua metrópoli, e incita la pregunta sobre nuestra propia entidad, sobre nuestro propio ser. La pregunta ¿Existe la literatura mexicana?, corresponde al valor que le damos al existir como entidades con valor propio, o la independencia de nuestro pensamiento respecto de la forma de razonar del otro. Es en la poesía popular de Guillermo Prieto73 que el maestro encuentra este principio; él utilizó recursos en donde el verso de arte menor, con su carácter popular, “pinta” a los tipos mexicanos, utiliza el habla de México de la clase baja, así Prieto construye un nuevo romance, en donde el pueblo renovará el verso. Prieto, a pesar de todo, es un poeta admirable. Aquel a pesar de todo que caía irónico y cargado de conceptos de los labios de bronce del gran pensador, significaba el desorden de las ideas, desorden que muchas de las veces es combinado adrede, es la falta prosódica, falta venial en quien conoce las reglas, pero que las rompe porque le 7 3 . A quien después por componendas políticas no le habla.

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estorban para remontarse, como un águila rompe sus ligaduras para elevarse a la región de las nubes; es el uso de la poesía, de un lenguaje nuevo y pintoresco, copiado del natural pero que se había reputado hasta aquí bajo y propio sólo del populacho, como si la poesía no tuviese el privilegio de aquel rey de la fábula que convertía en oro todo lo que miraba, o como si la poesía clásica en sus orígenes no hubiese ido a buscar en los sentimientos y en el lenguaje del pueblo sus reglas e inspiraciones. Por último, aquel a pesar de todo no significa la censura de Ramírez sino las acusaciones, las envidias ruines y estúpidas, la crítica senil de los gramáticos, la murmuración imbécil de los impotentes y hasta la pasión insensata de los políticos para quienes un adversario no puede ser jamás un buen literato[...] (Altamirano OC XIII: 82) “Guillermo Prieto” (1881)

Si bien la larga cita recoge una de las preocupaciones esenciales de Altamirano, también expone un tema importante: el criollismo versus el casticismo académico; que en México, desgraciadamente no brinda su máxima expresión polémica, como lo fue en Sudamérica: Andrés Bello versus Sarmiento. Pero tanto Andrés Bello como Manuel Altamirano aceptaron —desde diversas circunstancias— la adhesión al proyecto de lengua española. Evidentemente, en Don Andrés Bello se puede encontrar la propuesta más radical dentro de ese vínculo: la reformulación de las normas académicas venidas de España para adecuarlas a la realidad americana. En Don Andrés Bello esto formaba parte de la independencia cultural. La postura de Don Andrés Bello desató la polémi-

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ca de 1842 en Sudamérica, especialmente en Chile, esta discusión en términos generales trajo consigo el rechazo a la normatividad y el purismo lingüístico, el principio de una literatura como expresión de una sociedad hispanoamericana. Los intelectuales vieron en su propuesta que al “americanizar” desde la lengua se elaboraba una literatura con expresión propia. A los moldes literarios importados de Europa se incorporaban los modismos americanos, y el llamado “color local”, elementos de donde provenía la originalidad de la expresión americana. En todo caso, ambos aceptaban que lo que seguía era un acto de independencia intelectual, mediante la creación de americanismos: Además se impidió a nuestra poesía dar el carácter nacional, que más que nada imprime el patriotismo, como se ve de una manera indudable en los cantos sudamericanos, los cuales si son inteligibles para los que hablan la lengua española, de los que se distingue por un sello especial de americanismos que se revelan hasta en las enormes palabras (Altamirano OC XII: 212) “De la poesía épica a la poesía lírica en 1870”

La lengua, entonces, debería dar muestras de independencia a través de un medio, la literatura. Es, en este sentido, que la literatura en el siglo XIX, más que literatura misma, intentó ser pensamiento mexicano; es decir, los escritores, como Altamirano, utilizaron recursos como la descripción de paisajes, de costumbres, de geografías, para señalar a la mismidad o al otro su existencia. La literatura respondió al quiénes somos, al cómo somos, a cuál es nuestro origen, cuál es, sobre todo, nuestra forma de pensar.

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Todo lo necesario para que el otro nos identificara como parte integrante del mundo civilizado, del mundo occidental. En ese responder y ubicarse, literariamente, frente al otro, los escritores consolidan más una literatura que desea ser nacional. Altamirano muestra su aprecio a los recursos estilísticos como los que Prieto o los sudamericanos emplearon; es decir, en la medida de transformar su lengua a partir de las modificaciones del pueblo mismo, del habla popular, es una de las formas que Altamirano encuentra para responder finalmente al cómo somos a través de una expresión mexicana muy propia, para cimentar así, la identidad sociocultural del mexicano. Finalmente, para el maestro el punto de encuentro entre el nacionalismo literario, la patria como símbolo, y la expresión mexicana —la lengua como representación— es la poesía. Ella debe ser la que exprese los valores más altos de la patria mexicana. Para el goce, además de la enseñanza, de esas generaciones y de las futuras.

Capítulo II

El aprendiz de viajero “Esto de los viajes resulta un chorrillo de oro.” Viaje a Europa. 1900-1901 Justo Sierra

Después del período de La Reforma, en la consolidación de la República (1970), la generación a la que pertenece Justo Sierra Méndez (1848-1912) propuso su propio esquema de solución a los problemas nacionales; si bien, la honrosa tarea de la defensa de la patria apenas la vivieron, y durante la Restauración de la República eran guiados por sus mentores: los maestros de maestros. Los años de paz del porfiriato serán propicios para el objetivo de consolidar las tareas de la patria: la educación, las leyes, el progreso, la ciencia. Así pues, en este marco debemos entender la poca movilidad viajera de Justo Sierra: su trabajo se basó en consolidar un proyecto de educación y leyes para México. Por supuesto, durante sus viajes no deja de escribir las reflexiones, aunque el más intenso es el primero, a los Estados Unidos, como lo menciona:

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Esta insatisfacción y estos estímulos producidos por el viaje a tierra yankee deben ser tomados en cuenta para mejor entender la exaltación de las páginas inspiradas poco después en el viaje por Europa latina. ( Sierra OC I:137)

Pero más que el encuentro con la tierra yankee, Sierra anhela estar en otra tierra; aquella que ha confrontado durante toda su vida lectora, aquella en la que ha formado su espíritu de historiador, de poeta, de estadista: Europa. Todo el discurso ante la tierra de los “primos”, pasa por el tamiz de la cultura europea.

El viaje del progreso Circa los 1900, los intelectuales mexicanos decidieron tomar la bandera del progreso como parte de sus reformas, como forma de integrarse al mundo contemporáneo. Se integraron al vértigo de su velocidad. La añorada palabra progreso es una realidad; no sólo por la aceptación y por el estudio de la filosofía positivista, sino porque se palpa un avance económico importante. Sierra será el más insidioso crítico del sistema: integrará a la máquina de positivismo, el estudio del espíritu humano, su poesía estará marcada sobre la esperanza de ese porvenir: Y qué más desear; nauta atrevido, entre el futuro y tú la muerte sobra; [...] se ha sentido volar en el espacio; (Sierra OC I:335)

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El futuro está frente a ellos, es parte de lo que esa generación sentirá: el atrevimiento del navegante es compartir la creación, lo que implica la madurez en la toma de conciencia del rumbo que debe llevar la humanidad. El nauta necesita un medio para el viaje, éste lo proporciona el tren. México, ingresa al progreso y al desarrollo: los pintores José María Velasco, Luis Coto y Casimiro Castro, proponen al ferrocarril desde esta perspectiva, simbolizando la máquina que lleva el progreso a todos los rincones de México. En sus cuadros o litografías, el tren irrumpe sobre el paisaje mexicano: una pequeña estela de humo se ve sobre el horizonte. Todos, pues, están pendientes del rumbo y de los sinuosos caminos del tren: “La vía férrea de Veracruz a México corre de levante a poniente.” (Justo Sierra OC III, 49).74 Así mismo, pues, para todo viajero es necesario otro elemento, la memoria, el recuerdo mismo del viaje, que se necesita para llevar la bitácora, que para Justo Sierra es tan preciada: “Registrando un cuaderno pomposamente intitulado ‘Álbum de viaje’,” (Sierra OC II: 436).75 Porque en efecto, el viaje provocará un sinfín de emociones en Sierra, será una experiencia llena de impresiones y en la cual siempre hay que llevar todas las posibilidades. Porque en un viaje se encuentra uno no sólo con los otros, sino con el habitus de los mismos: ¡Ah¡ infeliz de aquel que emprenda este viaje atenido a las “latas” de carne salada y de frijoles blancos del buffet; morirá de fastidio y de inopia; 7 4 . El texto se encuentra en el escrito, “Metlac” (Crítica). 1869. 7 5 . El texto se localiza en el escrito, “La fiebre amarilla” (Cuentos románticos). 1895.

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porque aquellos manjares son de una cruel monotonía y porque media libra de ternera conservada cuesta tanto como una vaca lechera. La amable previsión de las señoras, nuestras compañeras de viaje, nos libró de este fin dramático y prosaico, y ante las cestas y paquetes de tentadoras provisiones[...]. (Sierra OC VI: 16)

Se nota que el viajante debe llevar notas de todo lo que acontece en el periplo. En la cita anterior, éste se encuentra con los sabores, con la comida, ante la cual no sabe cómo reaccionar, por los costos de la misma. Sobre todo, frente a “las compañeras de viaje”, que salvan los días con su comida de origen. Pero, Justo Sierra conceptúa el viaje contrario a su sentido motriz, para él implica una actitud mental, una perspectiva que pone en un estado propicio. La escuela que el señor Olavarría defiende con tan generoso calor, podrá servir ‘para divertirnos durante el viaje’; pero no para ponernos en estado de viajar. (Justo Sierra OC III:84) “Filosofía de un drama español (Crítica)”. 1870.

Para un intelectual como Justo Sierra, la casualidad no existe fuera del orden. El viaje debe programarse, corresponder a una estricta disposición de los recursos y de los materiales, por ello escribe: Viajar es su método; no hay región del pensamiento de donde no haya amarrado su barca; la flora ideal de las literaturas antiguas y modernas le han dado todos sus perfumes, le han mostrado todos sus colores, lo han visto pasar sobre sus cálices llenos de miel, seguido de un enjambre de almas zumbadoras, y si no ha tenido tiempo para

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analizar y disecar, sí lo ha visto, lo ha sentido y lo ha aspirado todo. (Justo Sierra OC III:385) “El maestro Altamirano” (Crítica) 1889.

La cita es sumamente importante porque en la descripción que realiza de su maestro Altamirano, resume su propia concepción de viaje: la actitud del viaje radica en el pensamiento; esa es la premisa fundamental. Las literaturas, los escritos, son las geografías que el letrado debe recorrer ampliamente. La escritura como inteligencia es el inicio de la aventura, en el momento histórico, representada por la ciencia como finalidad; sin embargo, Sierra da una vuelta de tuerca a este presupuesto: “¿Será que la ciencia del hombre es un mundo que viaja en busca de Dios?” (Justo Sierra OC V, 454) “Inauguración de la Universidad Nacional”. 1910. La fe de Justo Sierra se funda en tres elementos: la educación, la ciencia y el camino inevitable de estas dos hacia la divinidad. La travesía científica siempre debe tener como objetivo a Dios; para él, el último motivo de la existencia del hombre. Cada nuevo descubrimiento, cada aplicación reciente, cada paso acreditado es un avance, en términos científicos, irremediable para consolidar el espíritu del hombre: Pues bien, todos los descubrimientos, incontables ya, que en ese viaje ha logrado la ciencia; las aplicaciones y modalidades de la energía eléctrica que se va convirtiendo a los ojos del filósofo en una suerte de alma del universo [...] (Justo Sierra OC V:454) Inauguración de la Universidad Nacional. 1910.

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La fe del maestro no es ciega ante los avances de la ciencia, con sus aplicaciones a la vida cotidiana. Sobre todo, con aquellas en donde habrá de reconocerse la ayuda que brinda a la rama humanística. En el caso de la cita, la ganancia del filósofo ante una buena lectura en la oscuridad. La nave sea la ciencia o la filosofía, está construida por la educación, como recuerda de las enseñanzas del maestro Altamirano: Su enseñanza prodigada a manos llenas (oro regado; pero quizás no desperdiciado), ha sido colosal; nunca reglas, siempre ejemplos; los clásicos griegos, los latinos, los españoles, conocidos, comprendidos a fondo, eran la quilla, las velas y el timón de la nave en que nos ha conducido en un viaje perpetuo hacia lo ideal. (Justo Sierra OC III, 384-385) “El maestro Altamirano (Crítica). 1889”.

Los preceptos del maestro Altamirano son básicos porque es a partir de él que Justo Sierra aprende a proyectar sus propio viaje, y aprende a redactar su propia bitácora. Es un camino que ya, de antemano, Sierra ha ganado. Fundamentalmente, el objetivo es el ideal que se obtendrá con base en nuestra tradición. Los clásicos griegos, latinos y españoles.

Humboldt en revisión Diversas circunstancias rodean la formación de la personalidad de Justo Sierra Méndez: su licenciatura en abogacía, sus dotes de maestro en la historia, su gusto por la literatura, lo erigen como uno de los intelectuales mexicanos mejor preparados de finales

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del siglo XIX. Su gusto por Humboldt se basa en que éste describe las ideas de principios del siglo XIX en México, y presenta desde otras circunstancias, el medio que rodeaba al México de ese entonces. Sierra ya no cae en la tentación de sólo admirar al alemán, sino en establecer sus razones: [...]allá muy lejos sobre un fondo rayado por la azul transparencia de los lagos, ¿has visto dibujarse el contorno amarillento de la ciudad que el adulador Alejandro de Humboldt llamó de los palacios? Perdona estas descripciones, ¡tengo tan presente el espectáculo, lo vi todo tan bello…! De la ciudad parten las calzadas bordadas de árboles y entre las varillas de este regio abanico tienden los potreros sus húmedos y verdes lienzos, que no se pierden y se quiebran en los dobleces de la llanura, en los lomeríos que el maguey eriza, o renacen en planicies suaves en donde el maíz amarillea y que los grupos de árboles frutales manchan de oasis oscuros y perfumados. (Sierra OC II: 394) “La novela de un colegial” (Cuentos románticos). 1895.

El personaje se enfrenta al valle de México, y de la misma manera, que Alejandro Von Humboldt, describe la escena. No obstante de adjetivar como adulador a Humboldt, el personaje mismo refiere su propio mundo humboldtiano: si el intelectual alemán llegó a la región más transparente del aire; a través de su escrito, Sierra ve la transparencia en los lagos. Presenta su propia ciudad de los palacios, se la apropia más. Inserta la naturaleza: no faltan los árboles frutales, la producción de lo dulce; el ganado representado por los potreros, finalmente, lo autóctono representado por el maíz; éste último colorea el acontecimiento de amarillo.

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En este último sentido de la producción, es presentada por Sierra con otra opinión sobre un pensamiento del alemán: “Humboldt, al referir la extirpación de las vides mexicanas, circunstancias que motivó la primera idea formal de emancipación,” (Sierra OC IV:351) Aunque a la distancia, Sierra antepone diversos factores para la guerra de independencia. Para él importante porque la construcción de una nación se establece desde ese principio. De hecho, por los movimientos sociales que vislumbró, sólo dos cobran importancia: la guerra de independencia y la Reforma. Por supuesto, una etapa histórica sobresaliente es el Juarismo, y la intervención napoleónica: Napoleón creía, no sin razón desde un punto de vista, que México era un país rico en extremo (Humboldt había divulgado en el público ilustrado de Europa este concepto, cierto físicamente considerado, absolutamente inexacto bajo el aspecto económico). (Sierra OC XIII:354)

Con la referencia, Sierra pone en un equilibrio la interpretación que Europa tiene de México a través de la lectura de Humboldt. En efecto, Sierra considera el factor del flujo de capitales que en el México de principios de siglo XIX no se establecía aún. Son pocas las referencias a Humboldt, no pasarán de cinco o diez en toda su obra. Esta última es de suma importancia porque así Sierra propone su discurso: el análisis es la lectura que provoca un texto como el de Humboldt en la codiciosa Europa. Como Altamirano, Sierra entiende a Humboldt como un poeta y un

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viajero que describe las bellezas mexicanas, y le otorga el mismo tratamiento cuando refiere: Poetas y viajeros han descrito maravillados los paisajes de nuestras serranías, en que la realidad está por encima del ensueño, y las metáforas más audaces y pintorescas son incoloras traducciones de los aspectos de la naturaleza. (Justo Sierra OC IX: 136) “México social y político” (Ensayos y artículos). 1889.

La realidad de México está más allá de lo que se describe, sea por quien sea. Para Sierra, México rebasa las cualidades que se le puedan anteponer: cualquier retrato es incoloro. Aunque para él es claro que los viajeros y los poetas contribuyen en mucho a la visión que se tiene de México. El viaje de la nación no se detiene ahí, sino que se encuentra en la travesía, en constante construcción.

Las impresiones del nauta Una las maneras con las que cuenta Sierra para llamar la atención de sus lectores es la referencia del sentimiento que causa en él la presencia de lo otro, de lo extranjero que se le antepone, se le fija en la imaginación. Este primer balance es, un atisbo, un acercamiento a lo desconocido porque de algún modo el viaje siempre proyecta las expectativas propias: El Juicio Final que deja tan fríos a los viajeros, porque la impresión es de una gran cosa borrada —de la que se destacan al cabo grupos de figuras enérgicamente pintadas y una que otra figura

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soberana. (Justo Sierra OC XIV: 171)De Italia (Segunda Parte: Viaje a Europa. 1900-1901). 1901.

Por supuesto, la cita tiene como referencia la pintura, porque es, a partir de ella, que parece trabajar Justo Sierra. La pintura del Juicio final se enfrenta a la concepción de Sierra quien da su valoración al lector al presentarla como borrada. Sierra viaja en dos sentidos: el recuerdo de lo leído, de lo visto a través de la mente, de la memoria y de la construcción de estos mundos, y el enfrentamiento de lo anterior con la realidad. Frente a algunos aspectos de la civilización humana, un poeta así dotado debe ser un caso interesantísimo, me decía yo, al comenzar la lectura de los apuntes de Rubén en su viaje por Italia y París; y me dispuse, no a viajar con el poeta, sino a viajar por dentro de las impresiones del poeta. (Justo Sierra OC III, 457) “Prólogo a Peregrinaciones de Rubén Darío” (Crítica). 1901.

El ensueño y el viaje ya son parte de la forma de percibir el mundo por parte Sierra. Hacia 1901, ya conoce Italia, y ya conoce Francia. Nadie le puede contar. Lo que él quiere es saber las impresiones de un poeta como Rubén Darío. Lo que le otorga ventajas en las mismas impresiones porque conforma y reestructura lo que él ha visto y lo que ha leído. Viajar es una manera de construir. Aunque, por supuesto, a veces compara: De repente parece Madrid una ciudad de provincia en Francia, de repente tiene un relámpago de París, suele ser inferior a México acá y acullá,

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tiene muchas cosas superiores, más arte, más sociabilidad, más cultura. (Justo Sierra OC XIV: 137) De España (Segunda Parte: Viaje a Europa. 1900-1901). 1900.

La comparación no puede estar lejos de la bitácora del viajero, ya que necesita, en mucho, dar a entender al lector con lo que se enfrenta. Lo parecido no es lo mismo, es cierto, pero son las semejanzas las que más gusta comparar en sus viajes; es decir, en la cita anterior, lo madrileño con la meseta de México. De alguna manera, el viajero recurre a esta estrategia narrativa, Altamirano también la elaboró al escribir sobre España, aunque Sierra es más equilibrado, establece puntos a favor de México, y puntos a favor de Madrid. No sólo en España o Europa realiza estas comparaciones, sino también en EUA: Nueva Orleáns es un Veracruz inflado con carbón de piedra —1ª impresión, pero muy grande, con edificios de 8 pisos con mucho fierro en las casas y las calles, un movimiento de tranvías que acaba por fatigar y unos pámpanos —lee pómpanos— y unas papabotes deliciosas. (Justo Sierra OC XIV: 49) “A su esposa”. Viaje a los Estados Unidos (Primera Parte. 1867-1900). 1895.

Con la referencia, el autor nos señala el flujo constante de intercambios culturales. Sociales, políticos, entre la región de Veracruz y de Nueva Orleáns. Además, añade el distintivo del color negro —de la raza— a ese sur de los EUA. Así mismo, puntualiza el aspecto latino-francés en reunión con el latino español.

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Justo Sierra: un viajero culto por los Estados Unidos de Norteamérica En la tradición de los viajeros mexicanos del siglo XIX, el escritor que más se atreve al viaje en los libros; en lo virtual, es, precisamente, Justo Sierra Méndez; su trabajo político en el gabinete de Porfirio Díaz no le facilitaba la ausencia del país; sin embargo, en su vida aventura tres viajes al extranjero que dejan una huella profunda en su pensamiento: uno a los EUA y otros dos a Europa. De los viajes manda crónicas que son publicadas en diversos periódicos de México. Del que nos interesa hablar esta vez es del libro titulado: En tierra yankee. Notas a todo vapor. Con el pretexto de una invitación de su tío materno Don Pedro G. Méndez, a quien dedica el libro, Justo Sierra asume la postura del intelectual mexicano viajero. Ya para 1895, el intelectual mexicano había comprendido que la forma de integrarse al mundo contemporáneo y a su modernidad era el viaje, y a través de éste, importar ideas, tecnología, modernidades de los países de avanzada con la esperanza de integrarlas al país. Los viajeros e intelectuales mexicanos se deslindan de los turistas ya que su finalidad no es la de pasearse por las ciudades con el propósito del divertimento o de la simple ocasión; todo lo contrario a éstos, los viajeros intelectuales desean una experiencia cultural en todos los sentidos. Necesitan comprender a la nación desarrollada y los motivos de su desarrollo, pero sobre todo, en especial el más íntimo deseo del intelectual: la civilización, entendida como la ilustración liberal y la modernidad con su progreso.

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Edith Salgado menciona en su tesis que los primeros autores que tocaron el tema del viaje a los Estados Unidos fueron: Lorenzo de Zavala (17881836); le sigue José Fernando Ramírez (1804-1871) en su libro México durante su guerra con Estados Unidos; después Luis de la Rosa (1804-1856) quien publicó en 1849 Impresiones de un viaje de México a Washington en octubre y noviembre de 1848. El mismo padre de Sierra, Justo Sierra O'Reilly (1814-1861) publica en cuatro volúmenes, en 1851, Impresiones y recuerdos de un viaje a los Estados Unidos y Canadá en donde alterna memorias, relatos históricos y vivencias conjugadas con observaciones y análisis propios de los libros de viajes. Guillermo Prieto (1818-1897) escribió un extenso libro de tres tomos que tituló Viaje a los Estados Unidos (1877-1878). Felipe Santiago Gutiérrez (1824-1904) publicó en dos volúmenes Viaje por México, los Estados Unidos, Europa y Sudamérica (1882-1883). Pero, por otro lado, no sólo es una necesidad el viaje hacia EUA, también lo es por el sólo ímpetu del viaje mismo: Altamirano, maestro de maestros, y maestro de Justo Sierra, había viajado a Europa en el año de 1880, y mandaba sus crónicas de viaje. Manuel Payno había elaborado sus Crónicas de viaje en los años de 1841. Es decir, los intelectuales mexicanos aprendieron de sí mismos a relatar historias de sus viajes para conocer su propio interior o la identidad del otro. Como lo hemos señalado, la influencia de Humboldt fue decisiva para la querencia de esta forma tan peculiar de narración, sobre todo porque Humboldt resaltó la belleza y las cualidades de los países latinoamericanos.

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Así pues, Justo Sierra pertenece a la generación de finales del siglo XIX, en donde la búsqueda de un modelo a seguir se convierte en una de las primeras razones para el viaje. El atractivo de Francia es singular: por un lado, la guerra de intervención es reciente —apenas han pasado 20 años—, pero por otro, es el modelo literario para la versificación de los modernistas. Los Estados Unidos refrendan el nuevo paradigma de desarrollo, sin embargo, la guerra del 1847, aunque lejana, aún se encuentra presente en la memoria histórica de los intelectuales. España se halla en plena decadencia, y todavía se tiene presente la guerra de independencia. Y finalmente, por razones de relaciones internacionales, la política del régimen de Porfirio Díaz se había encaminado hacia un nuevo modelo, el alemán. Éste es el contexto del periplo de Justo Sierra, su viaje va de finales de septiembre a principios de noviembre de 1895. Desde el principio, transita con el espíritu libre e indagador del romántico, desde él muestra grandes ánimos del viaje, un enorme deseo —como él dirá— de entrever a los norteamericanos. El libro, En tierra yankee. Notas a todo vapor está dividido en apartados que Sierra titula tomando como referencia el lugar o la reflexión que en ese momento hace. “De Buena Vista al Bravo”. “Del Bravo al Mississipi”. “New Orleans”. “A New York por Atlanta”. “La ciudad Imperio”. “In Excelsis”. “Por abajo”. “La vita Buona”. “De paseo Bowery”. “Colón-Cervantes”. “Washington”. “El Capitolio”. “Por Baltimore”. “Arte”. “Arte ¿Arte?” “Niágara”.

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“De Niágara a Chicago”. “Carne”. “Ruinas”. “La postrer jornada”. Como menciona Salgado: Estos subtítulos muestran una visión de los espacios como resultado de impresiones analizadas por el hombre-escritor, el hombre-historiador, que busca, más que conocer, comprender en dónde radica la fuerza de una nación joven que, en poco tiempo, logró integrarse en el mundo moderno del desarrollo y la productividad. (Salgado 2003:34)

Pero también el mismo título recuerda una división reciente: separa a través del adjetivo yankee ciertas porciones de tierra, y con ello establece, también a los vencedores de la guerra de secesión estadounidense;76 a la vez de asumir, a través de una bella imagen, una escritura moderna: una escritura a todo vapor como las locomotoras en las cuales él viaja, una vista muy rápida de ese desarrollo y modernidad (esta última trae inherente la velocidad). En este vertiginoso entrever, Justo Sierra ve lo que pasa en este mundo moderno. El subtítulo que más llama la atención es “la ciudad imperio” porque en él describe —y vaticina— el poderío de los EUA a través de la economía, del movimiento de capitales, y de su capacidad para integrar diferentes caracteres. En esto, Justo Sierra crea un discurso que argumenta su propio asombro frente a los EUA como potencia, a la vez que toma una postura: como intelectual, como estadista, con respecto a los Estados Unidos, y 7 6 . Tema sobre el cual reflexiona constantemente y que no podremos abordar en esta exposición.

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señala su posibilidad de influencia como modelo de desarrollo económico; sin embargo, no como paradigma de integración cultural. Esto se ejemplifica más claramente en los subtítulos: “Arte. Arte, ¿Arte?”, y “Carne”; en donde Justo Sierra defiende, desde un discurso identitario, su posición frente al otro estadounidense en dos aspectos que son esenciales: el estético, y la comida. En ambos puntos se muestra irreconciliable. Sin embargo, este tipo de descripción —como lo mencioné anteriormente— nos remite al influjo de Humboldt sobre el género de literatura de viajes; este tipo de descripción no buscaba oponer caracteres sino ante todo comparar, desde el buen gusto, desde una visión estética, regiones similares u opuestas, pero unidas por un lazo histórico, social, político, económico. Así, el entrever de Don Justo Sierra reproduce el placer de la contemplación de lo opuesto, de la otredad, se asume que el viajero experimenta esa lucha de sensaciones. Pero veamos en los ejemplos este entrever de Don Justo Sierra: “Es de una serenidad sublime; toda la estatua viene de Grecia;” (:69) Frente a la estatua de la libertad, logra esta frase que trae consigo una comparación entre dos elementos que parecerían antagónicos a los intelectuales mexicanos: lo moderno estadounidense y lo griego, así logra darle sentido clásico y civilizador a la ciudad de Nueva York. Así mismo, recuerda el origen de la belleza: lo grecolatino, con ello muestra la referencia del origen de la estatua, que fue regalada por un país de origen latino: Francia.

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Pero en esta ciudad llamada imperio se establecen los contrastes de los que hablamos anteriormente: [...] ya una sucesión sombría de columnatas romanas, ya de pórticos griegos, ya de pilastras góticas, ora de basalto, ora de pórfido, de granito o mármol; pero todo obscuro, todo silencioso, todo triste. —Broadway— me dijo mi compañero de carruaje, un mexicano germano, aclimatado en Nueva York-. Broadway! una de las primeras arterias mercantiles del mundo, ¿este es Broadway? (literalmente; “vía ancha”).” P. 53

Las sensaciones pasan del asombro luminoso a los más diversos contrastes: lo romano, lo griego, lo gótico, en diversos materiales: basalto, mármol, pórfido, granito; asombra la variedad, pero Justo Sierra señala la falta de un elemento, la alegría. Con una imagen formada de tres elementos, pensados para las tres culturas, señala la ausencia de luz, de ruido, de alegría, el ambiente es fúnebre. Si bien lo anterior es una descripción poco alentadora, momentos después, narrará, desde otra postura, a la ciudad: Y así es como se han puesto de moda en New York y en toda la unión, estas casas que los americanos llaman con cierto orgullo “rasca nubes”, sky-scrapers. Pronto estas torres serán, de acero, o de vidrio, o de aluminio, y subirán (hay una en construcción de veinticinco pisos y otra de treinta y dos en proyecto para el Sun, popular periódico de aquí), a 140 metros. Supongo que habrá que tener entonces encendida la luz eléctrica todo el día en las calles de esta Babilonia. P. 60

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Por supuesto, en este estilo que vamos conociendo de Justo Sierra, ya vemos que intenta asimilar los materiales de lo que está compuesto esta modernidad, la ciudad imperio. Ahora trata del acero, del vidrio, del aluminio (otra vez tres); por supuesto, los materiales son de suma importancia porque dan el valor de la construcción y asumen también los costos; a la vez que representan la tecnología que están trabajando. 140 metros eran un proeza para los años circa el 1990, pero lo eran más para una construcción de vidrio en México-impensable. Finalmente, el contraste al final de la cita muestra una oposición significativa: el narrador ve la ciudad desde una perspectiva apocalíptica, a la vez que señala el inicio de la decadencia del imperio, como le sucedió a Roma, precisamente la llamada por Juan nueva Babilonia es Roma. Con lo anterior Don Justo Sierra muestra el dominio que tiene de la Biblia y de la tradición católica. Si bien, la tecnología hace ascender a la cultura norteamericana, deben tener luz en las obscuridades, en lo que dejan abajo. Por supuesto, no sólo señala una Babilonia, sino varias, aunque no dice cuáles son, se puede pensar muy bien en las sociedades industrializadas que en su afán de desarrollo vertical olvidan a Dios y al hombre. Pero, sobre todo, las comparaciones no son una crítica, sino una forma de asimilar representaciones diferentes; lo igual en lo estadounidense se semeja a lo mexicano: Es un encanto esta iglesia de San Patricio, la catedral católica, viuda en aquellos días de su Arzobispo, que estaba en México coronando a nuestra Señora de Guadalupe y sirviendo de

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corista en la apoteosis de Juan Diego, personaje tan real, gracias el poder creador de la imaginación del pueblo, el supremo poeta anónimo, como el Guillermo Tell de los suizos. A éste y a aquél los inventaron los monjes; pero éste, a Juan Diego, en la actitud en que querían los misioneros eternizar a la raza conquistada, protegida por la reina de los cielos, que convirtió la tilma indígena en una égida fulgurante capaz de embotar todas las codicias y avideces de los encomenderos, y de rodillas ante los frailes sus bienhechores. (:56)

Lo que llama la atención de la cita es que no puede Justo Sierra sustraerse de su propio catolicismo, de sus raíces y lo sabe; así lo externa. Pero, además muestra que las relaciones entre los países van más allá de las fronteras políticas, existe otra frontera: la religión, y en este caso, entre el arzobispo de San Patricio, y la basílica no existen los límites, se puede oficiar tanto en México como en EUA. También ejemplifica que la iglesia católica ha inventado sus propios héroes, mitos que han subsistido a las diferentes conquistas. Guillermo Tell y Juan Diego, pese a pertenecer a diferentes culturas cuentan con una misma base católica. Pero él no se queda con su propio habitus, sino busca más allá, en un afán de conocimiento: [...]aquí estaba la antitesis, luego la poesía; y sí, aquí estaba la poesía; ésta es Trinity Church, como si dijéramos la catedral protestante de New York. Me pareció mucho menos bonita que San Patricio; aquellas naves espléndidas, aquellos “vitrales” inmensos regalados por los ricos irlandeses, aquel “altar mayor”, que me hizo tan agradable impresión y del que ya no me acuerdo, no

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pueden compararse a este interior de la Trinidad. (:61)

En la atmósfera de religiosidad, Justo Sierra otorga el valor de contrario a la iglesia de la Trinidad; no mejor, ni peor, sólo diferente de lo que son sus gustos. Prevalece el gusto del católico mexicano, pero él en su punto medio sabe que el comentario es muy subjetivo, “me pareció”, acentúa la ecuanimidad. La admiración por el desarrollo se muestra en otros ámbitos, uno en especial llamará la atención de Justo Sierra: la educación. Aquí en la escuela primaria superior o high school, lo mismo que en el kindergarden (esa deliciosa institución frebeliana por la que tienen pasión aquí y que entre nosotros apenas ha podido prosperar, por la viejísima preocupación del alfabeto y los palotes) y en toda la enseñanza, como en la sociedad entera, predomina, reina, triunfa la mujer. (:83)

No es de extrañar que en su gestión frente a la antigua Secretaría de Justicia e Instrucción Pública y Bellas Artes (1905-1911), impulsara, con más ahínco, la creación de los estudios superiores, la universidad y la escuela de Altos Estudios; de la misma manera, que destinó recursos para capacitar en Alemania a mujeres como Rosaura Zapata, e implementar los kindergarten en México. Es decir, Justo Sierra era un impulsor nato del sistema educativo mexicano porque pronosticó que sólo a través de la educación se desarrollan los países. Progreso que afecta todos los ámbitos:

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[...] no hay que olvidar que Baltimore, fundada por lord católico, es una de las capitales del catolicismo en los países angloamericanos. Vimos la casa de la ciudad, notable edificio municipal, y por desgracia no vimos ni el instituto Peabody ni el Hospital Hopkins, uno de los primeros del mundo, ¡ay! Ni la Universidad que lleva este mismo gran nombre de Hopkins, venerado por cuantos amen el progreso intelectual. (:133)

La búsqueda de Justo Sierra es el progreso intelectual, las escuelas superiores, las universidades, los institutos, los parlamentos, los municipios. Es un viajero intelectual insaciable en su deseo por entrever todo lo que conformó a los EUA. “[...] todo progreso canta para mí el canto de la Sirena.” (Justo Sierra OC XIV, 350)

El cielo de la Grecia visto por Justo Sierra Para Justo Sierra, el mundo griego debe verse a través de los ojos de la historia, y sobre todo, por su influencia en la consolidación de la civilización moderna. De los griegos se debe aprender la ciencia, el arte, la tecnología, la propia lengua. Incluyendo, también, la democracia. Para Sierra, como para Altamirano, la cultura griega debe estudiarse porque son parte de las raíces mexicanas. De hecho, para un literato como Sierra, se nace con ese aire griego: “Yo nací irónico;

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desgraciadamente, también nací poeta. [...] y en nada estuvo que estallara yo en una carcajada homérica;” (Justo Sierra OC: 568) Confesiones de un pianista (Cuentos románticos). 1895. Y como poeta, también lo recordará siempre: “alta cima del triunfo, en sus afanes, con el empuje audaz con que escalaban el cielo de la Grecia los titanes.” (Sierra OC : 396) Grecia no es sólo un recuerdo, es un punto de apoyo cultural que está presente en la obra de Sierra, su aparición en los escritos no es sólo un elemento decorativo —parte del estilo modernista— sino se confronta con el ideal. Por ello, en este estudio se recurrirá a la mayoría de sus textos en donde Sierra rescate la tradición de los griegos.

La memoria de la belleza griega La perspectiva griega de Sierra tiene su base en todo lo cotidiano. En el gran espectro que está a su alrededor. Sus comentarios en donde se aduna lo griego con esta cotidianeidad pueden darse en cualquier circunstancia: —Me hablas en griego. ¡Yo qué he de sospechar! Cuando vine hace poco, por cierto que ahí dejé mi pistola (Dolores se estremece), tenía yo algún temor, es verdad; [...] (Sierra OC II: 59) Piedad. 1865.

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La ironía, si aceptamos su gusto por serlo, es que no utiliza la frase más común: “me hablas en chino”, sino utiliza una expresión que representa una referencia más cercana a nuestro mundo occidental. A la vez, está tan lejos. Sólo unos cuantos tienen acceso a la lengua griega. La lengua griega será entendida sólo por algunos de los estudiosos, de hecho, el maestro Sierra, alaba a quienes se han dedicado a la tarea de la traducción de esa lengua: El señor Montesdeoca puede no ser un poeta, pero ha contribuido con sus correctas versiones de los clásicos helenos a familiarizar con algunas bellezas de primer orden a muchos que ni las sospechaban; en esta clase de tareas tiene también su excelente hoja de servicios nuestro venerable amigo el señor Segura [...] (Justo Sierra OC III: 372) La Academia correspondiente (Crítica). 1884.

Dos intelectuales, sobresale la ironía, no tan buenos poetas que se han dedicado a la labor, no menos pesada, de la traducción de las obras griegas. Estas traducciones han presentado ya su mundo propio, sus metáforas que refrescan y se reflejan en la cotidianidad, en donde se encuentra la tradición, en el ornamento que se combina: Sobre una mesa, ídolos mexicanos, copas de malaquita, máscaras de ónix encontradas en Pompeya, ejemplares griegos de mármol y de alabastro, lámparas de distintas formas y materias, platos de Bernardo de Palissy, y en medio de todo eso, un jarrón de porcelana de Sèvres, en el que venían a beber agua los pájaros.”(Sierra OC II: 221) El ángel del porvenir. 1868.

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Los ornamentos se encuentran en el mismo nivel descriptivo de la narración: es decir, equivalen a la misma belleza, y no elementos que se contraponen: los ídolos mexicanos cohabitan con las máscaras griegas, de las cuales, además, el autor señala su fabricación en ónix, un material típico en la artesanía mexicana. Por supuesto, se encuentran en el mismo nivel los platos de Palissy, la porcelana de Sèvres, Francia. Son elementos de un cosmopolitismo, sí, pero también de la integración de lo antiguo con lo moderno; de lo nacional con lo griego y con lo extranjero. Se está ahí. Si la modernidad ha aceptado lo griego; ello puede explicarse porque los poetas serán los narradores de la historia de la humanidad. Son los poetas los que integran la narración histórica, aquellos capaces de cantarla. La historia de los poetas es la de los grandes pasos de la humanidad. Los cantos de Hesíodo inician al hombre en los goces sagrados del trabajo; Homero les hace amar la lucha para que han sido destinados, y amar la gloria, brillante ilusión de ultratumba que hace marchar sin tregua hacia adelante. Esquilo, ese condensador supremo de todos los dolores y de todas las esperanzas del género humano, ese creador de insólita potencia, con sus manos de titán llega a modelar el embrión del porvenir. (Justo Sierra OC III: 55) Los poetas (Crítica). 1869.

Tres son los elementos en los que Sierra está fijándose: el primero, es el trabajo, los trabajos y los días, la elaboración del trabajo, ello es porque es la base, para él, de progreso material, tanto en lo indivi-

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dual como en los términos de nación. El segundo, la producción del canto homérico, que es canto de la batalla, de los héroes que son capaces de forjarse en la adversidad, la nación misma está envuelta en ese mismo canto. El tercero es la contemplación, debemos aclarar que Sierra era un asiduo lector de teatro. Por ello, la presencia de Esquilo, de su importancia con que aquí lo trata. Por supuesto, el develamiento de los defectos humanos es un tema vital, que el teatro griego supo explorar. La Grecia, pues, no queda sólo en ese entramado de belleza, de cotidianidad y de presentación histórica por parte de los poetas. Para un Sierra, armador y admirador de la historia, es básico que los griegos representan el puntal, el origen de la formación de Occidente, y de México, como ramal de ese occidente español. Grecia es el punto intermedio entre un Medio Oriente (punto geográfico en el que Sierra se encuentra profundamente interesado por su intensidad religiosa), así siempre lo demuestra en sus referencias: Huyó a aquel tiempo lejano en que, sin que el mundo lo sintiera, unas cuantas palabras sencillas y una dolorosa y oscura muerte cambiaban el itinerario de la edad antigua y hacían que la corriente del paganismo se bifurcara en un montículo de la Palestina, yendo una a perderse en la soledad del desierto como los ríos del África, y entrando la otra en el cauce profundo en que la civilización helénica se convirtió en la civilización humana. (Justo Sierra OC: 527) El velo del templo (Cuentos románticos). 1895.

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La imagen es trabajada por Sierra, también con otros historiadores, en donde la civilización humana es vista como un río, un afluente, que lleva rumbo, que tiene corrientes, cauces, y encuentros con otros afluentes en donde se genera otra posibilidad histórica. A la vez, en la cita, presenta los puntos geográficos a partir de los cuales, desde su punto de vista, se generó la civilización humana: Palestina, África, y la Grecia, que son señalados como parte de una edad antigua. Esta manera de señalar los espacios, a la vez, que indican la parte por el todo, se ve claramente en esta próxima cita: [...]sangrienta selección operada por los siglos, una porción de la humanidad que en las orillas del Mediterráneo encendió un faro, cuya luz deshizo la tiniebla del espíritu, Atenas; para tomar conciencia de sí misma la humanidad, comprimida entre el Mediterráneo y el Atlántico, entró por grupos sucesivos dentro de la irradiación de aquel luminar incomparable. De todo esto viene lo que se llama Europa [...] (Sierra OC VII: 370)

La cita muestra cómo Europa se ha olvidado de su origen. Sierra remarca la tragedia de Europa para llegar a ser lo que es circa 1900; recurre al mito de la caverna platónica: Atenas como el faro a partir del cual se ingresa a la civilización. Para él, existe una toma de conciencia y esto es parte de la conformación no de un solo grupo, sino de varios y diversos grupos, que con esa base, han decidido el progreso de Europa y del mundo occidental. Europa, pues, no tendría que olvidar su origen, porque además: “Y la Grecia era la naturaleza, era la verdad de la forma, era la esplendente realidad

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del arte. La Grecia era lo bello.” (Justo Sierra OC III: 228) El centenario de Miguel Ángel (Crítica). 1875. No hay momento en el que Grecia deje de irradiar esa fuerza porque ella es una fuerza en sí, además, bella, natural; el modelo del renacimiento, no pudo tener otra fuente que la Grecia misma, el mundo helénico, finalmente.

La invención helénica: la cultura La belleza griega irradia en todas las direcciones, por ello, es parte de la formación del mundo occidental. No fue una cultura que sólo dejó huella en su rol de la historia, sino que afectó las artes plásticas, la literatura, la música, la arquitectura, la matemática, la ciencia, la medicina, la filosofía, historia, etc. Pero sobre todo, dejaron los primeros rasgos escritos de la historia universal, además de su propia concepción de mundo: Una vez revelada la divina armonía del arte griego, la tierra dejó escapar de su seno los gigantes que habían de ser los sacerdotes de la divinidad nueva. Se estremeció el orbe de alegría con el calor que habían conservado los labios de un pueblo, y el ósculo helénico fecundó el porvenir. (Justo Sierra OC III: 228) El centenario de Miguel Ángel (Crítica). 1875.

El arte griego fue una representación simbólica que sobrevivió al tiempo y el renacimiento tuvo a bien rescatar. Por supuesto, el beso griego fue capaz de trasplantarse a través de los siglos porque representaba la naturaleza divina, y porque permanecó laten-

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te. Sierra es alguien que en su transcurso por Europa, busca los detalles que le hagan sentir la permanencia de esa cultura a la cual el pertenece. Busca a Grecia en las minucias porque sabe que ahí se encuentra: “El busto de Homero, que pasa por el modelo supremo de los bustos, me maravilló como busto de anciano ciego;” (Justo Sierra OC XIV: 183) De Italia (Segunda Parte: Viaje a Europa. 1900-1901). 1901. La prominencia que le establece al busto de Homero es la relevante. Él se fija en el detalle, se limita a la precisión y a la belleza, se maravilla ante el busto por la proporciones; pero, no ante lo que representa sólo como busto, porque: Plásticamente esas figuras son divinas; pero la divinidad les viene de que son soberanamente humanas; es la misma explicación del antropomorfismo helénico; a fuerza de embeber de serenidad, de belleza, de pensamiento, una figura humana, la deban una expresión, un verbo divino. (Sierra OC VI:296).

El arte griego es capaz de representar al hombre con características divinas, con elementos que sobrepasan las propias capacidades; se funde, pues, con la esencia del humano; el artista conoce la misma divinidad que radica en el hombre, su serenidad, su belleza (que también puede explicarse por la razón áurea), su expresión, finalmente, que la concretizan en sí mismo. El arte, y no sólo la filosofía, representa una forma de acceso para el entendimiento de la razón humana. Pero en términos de cultura, no sólo heredamos el arte, sino que una transformación paulatina de las más finas culturas. Ese río que contaba con afluente

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que los unía a sí mismo, no buscaba la transformación completa, sino la asimilación de sus elementos. Adorable instante en el perenne curso del tiempo, fué aquel, señores, en que el genio jónico, hecho de libertad y de luz, transformó la exuberante flora de las civilizaciones orientales, en la miel de la cultura griega, que ha bastado para endulzar y perfumar veinticinco siglos de la historia humana. (Justo Sierra OC IX: 117) “La lucha por la electricidad” (Ensayos y artículos). 1886.

Sierra refiere que en la planicie de Atenas se fundaron la libertad, la democracia para ser más preciso, y la luz, representada por el progreso del hombre mismo. Pero ello no podía ser sólo para conformar la cultura occidental; la libertad y la luz griega necesitaron de otra cultura: la oriental. Es partir de la transformación de la riqueza de la oriental que se endulza y perfuma la historia de Occidente. Ese instante no sólo será representado por Alejandro Magno, sino por los constantes flujos migratorios entre las regiones. El influjo de la cultura griega es tal que la modernidad de Europa misma ahí tiene su simiente. [...] que momentos antes de la gran revolución de 1789, tenía ya la Francia una poesía lírica bastantemente grande para confundir a quienes opinan que nuestra época es prosaica. Con efecto, la poesía lírica alcanzó por entonces tal alteza, que sólo la Grecia Antigua puede proporcionar ejemplos de elevación tamaña. (Justo Sierra OC III: 274) Literatura extranjera contemporánea (Crítica). 1878.

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Pese a los siglos, a la lejanía, el instante precioso se repite en Francia, y en toda Europa, en todo lo que toque Grecia. Es decir, el genio jónico es capaz de transformar el mundo. Genera nuevas evoluciones constantemente, 1789, es una prueba de ello. No sólo con referencia a la circunstancia política, sino también a literatura propia. La literatura épica de los griegos siempre será un soporte para los momentos cruciales de la historia europea o latinoamericana. La literatura griega no sólo creaba el mundo ficcional alterno, sino con ello creaba una religión, una historia que le era propia. La literatura representaba la sociedad en todos sus ámbitos: era un mundo integral: Así el griego creaba por medio de la poesía su religión y su historia. Esta primera poesía se llamó épica; y su tipo, la Ilíada, no ha sido después ni siquiera igualado. (Justo Sierra OC IX: 217) Historia antigua (Elementos de historia general). 1888.

La poesía griega se convierte en el centro de razas y desarrollo del espíritu de la cultura griega. Con ello, se ve que no existe posibilidad para que una civilización se desarrolle sin el aspecto humanístico. Por ello, como menciona: Volvieron a florecer, por entonces, los estudios helénicos, si bien a través de un vidrio que los desnaturalizaba, de manera que el alumno de nuestras Universidades actuales, incapaz todavía de hacer una correcta traducción del griego, comprende el espíritu de aquella literatura mejor que lo comprendían los eruditos de la última mitad del siglo pasado. (Justo Sierra OC III: 274) Literatura extranjera contemporánea (Crítica). 1878.

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Los estudios sobre los griegos son de vital importancia para el desarrollo de la historia contemporánea, al estudiarlos se trae consigo una mejor comprensión y aprehensión del espíritu de aquella civilización. Sierra se refiere a vivir lo griego, a tener la absoluta certeza de dónde se proviene como occidental y cuál es el rol histórico que toca desempeñar. Sobre todo, porque cuando él analiza históricamente el proceso de creación de la república griega observa que ellos realizaron mucho con, realmente, pocos elementos: Eran los helenos, o pastores o labradores o marinos; levantaron muchas ciudades, y cada ciudad era independiente de las otras, y todos eran libres, es decir, que no estaban sometidos a la voluntad de un hombre, como los del Oriente, bajo gobiernos que se llaman despóticos, sino que obedecían a las leyes, que es lo que se llama ser libres. La libertad así entendida es, desde entonces, un carácter distintivo de los pueblos civilizados; los que no viven en la libertad o no se encaminan hacia ella, no progresan; los pueblos así, vegetan y mueren. (Justo Sierra OC IX: 210) Historia antigua (Elementos de historia general). 1888.

Una de las primeras lecciones que Sierra establece como base o fundamento de la influencia griega en la inteligencia mexicana es que se basaron en la búsqueda de la libertad; en la democracia. La gran lección histórica para el maestro es que los pueblos que no son capaces de dirigirse a esa posibilidad no progresan. Por supuesto, para un intelectual como Sierra, el régimen porfirista debió ser una cadena que se tuvo que soportar. Pero también sabía que si bien el régimen no

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era perfecto, permitía la paz; la precisada paz para el desarrollo y el progreso de la nación. Pero, el avance de los griegos no fue perfecto, para llegar a ser lo que culturalmente fueron, implicó puntos de reunión entre diversas culturas: [...] así los egipcios, v. gr., tuvieron por herederos a los fenicios, a los helenos; éstos a los romanos, y los romanos a nosotros, y como todo el conjunto de pueblos en que nos hemos ocupado forma una humanidad, resulta que si muchos pueblos han pasado, la humanidad ha ido avanzando en cada uno de ellos ... (Justo Sierra OC IX: 287) Edad Contemporánea (Elementos de historia general). 1888.

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La amalgama de pueblos que han pasado a conformar el pensamiento griego y occidental se entiende desde el concepto que impulsaban los liberales del siglo XIX, y del cual Sierra era ferviente promotor: la migración. Su curso de historia no deja de recapitular el proceso de migración como fenómeno cultural de lo que el entenderá como “progreso” de los pueblos que lo conforman. Algunos ven en los zapotecas y los mixtecos, sus congéneres, la misma familia de los mayaquichés; otros los suponen nahoas de la primera inmigración, proto-nahoas, como había protohelenos o pelasgos[...] (Justo Sierra OC XII: 38) Civilizaciones aborígenes. II (Las civilizaciones aborígenes y la Conquista). 1900.

De hecho, la cita, tan peculiar en el estilo de Justo Sierra, acerca y compara dos procesos históricos-sociales de dos pueblos: los nahoas y los helenos. Al adjetivar

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estas dos culturas como “proto”, las coloca en el mismo nivel de desarrollo cultural. Amén de compararlas en dos paralelos: el mismo desarrollo histórico que tiene occidente lo tuvo, lo pudieron tener: [...] llevó a Escisión, hijo de Eneas, a violar a las emita Cartago sobre las cenizas de Dido (emigración al África), a Hernán Cortés a tener hijos de la Malinche (nación mexicana), (emigración a América), y a los presidiarios ingleses a moralizarse en Botany-Bay (Emigración a Australia). (Sierra OC IV: 294)

Por supuesto, el podría abre la posibilidad condicional. En efecto, Sierra no se ciega ante un fenómeno plausible, lo que también ha aprendido de la historia; en especial, de la historia de los griegos: [...] y cuando los romanos conquistaron el Asia, el idioma corriente era el griego: tal había sido la obra fundada por Alejandro: hacer de la civilización oriental y de la helénica una sola, pero en que la segunda predominó por ser superior. (Justo Sierra OC IX: 216) Historia antigua (Elementos de historia general). 1888.

El dominio necesario de una de las vertientes culturales; de hecho, el comprenderá que el dominio de los romanos fue militar y territorial, pero los aspectos culturales son heredados de Grecia. La lengua es el primer proceso cultural que se impregna en la migración, en la colonización o en la conquista de los territorios, de ahí, todos las demás transformaciones sociales toman forma.

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Por eso se dice que los griegos son los autores de la civilización humana; por eso, todos los que quieren enseñarse a pensar correctamente, o a expresarse bien, por medio de la palabra hablada o escrita, o a traducir una idea en el mármol o en el bronce, tienen que recurrir a esas fuentes. Por eso son los supremos educadores o pedagogos de la humanidad. (Justo Sierra OC IX: 219) Historia antigua (Elementos de historia general). 1888.

Éste es el pensamiento más preciso y que puede resumir lo que Sierra piensa de los griegos como partícipes de la formación de la civilización humana. La oración primera coincide con muchos de los intelectuales de su época, con personalidades intelectuales anteriores a él (Altamirano es uno de ellos); y literatos como Alfonso Reyes llevarán al máximo esta expresión. El pulir de las ideas en el mármol o en el bronce es una imagen, por demás, hermosa, donde los materiales indican la máxima expresión de lo griego. Un maestro como lo es Sierra no puede dejar de lado el matiz pedagógico de los griegos.

Nuestra Grecia Como lo hemos planteado en el trabajo, Grecia es un punto nodal para nuestros intelectuales formados en el siglo XIX. Grecia es un todo que tiene que imitarse; un parangón. Sólo a partir de Grecia, y de su ejemplo, es que puede entenderse el mundo nacional. De hecho, la repetición histórica, se le presenta a Sierra como una posibilidad de explicación plausible, mediante la cual se revela la formación del Estado y del espíritu nacional:

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Este fenómeno, que se reproduce periódicamente en la creación, la historia lo repite para cada pueblo. Nosotros lo sabemos; hemos pasado por ese invierno: hemos dormido en esa tumba; hemos tenido en pleno siglo XIX, después de Washington y la Democracia, después de Hidalgo y la Independencia, nuestra pequeña Edad Media, rápida, mezquina y devota, que sólo ha servido para contrastar con la altura de los hombres de la generación de Morelos y Bravo, griegos incultos de nuestras montañas, que si no eran capaces de disertar en el Pórtico, eran dignos de morir en las Termópilas; y esta pequeña época gótica, exhumada del pasado colonial, poco después de 1821, cubría al país como la mortaja glacial del invierno. (Justo Sierra OC V: 15-16) A la memoria de Miguel Lerdo de Tejada. 1874.

Debemos notar que Sierra ve el progreso y el desarrollo de la nación como un proceso histórico que es comparable con la matriz de la civilización occidental: Grecia. Los mismos estadounidenses han sufrido el proceso. Todo pueblo que se precie de alcanzar un ideal pasará, casi irremediablemente, por una edad oscura. Obviamente, Sierra se centra en América, como una rama occidental única. Esta etapa oscura, que en México se representa por la colonia y por la etapa postguerra de la independencia, desde 1821 hasta 1857, hasta La Reforma. Pero antes de este proceso, en México, hubo personajes como Morelos y Bravo que, por sus ideales, eran, para Sierra, griegos incultos capaces de consumar el ideal patrio de libertad. Este periodo glacial, este hielo, esta etapa oscura se divide en los dos periodos señalados, sobre todo, porque en la Colonia, al grupo de los mestizos:

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[...]les atemorizaban los tribunales, tenían un temor profundo al enredo ya notable de la legislación; era un laberinto en que cualquiera podía dejar la libertad y, sobre todo, la hacienda, si no tenía una Ariadna conocedora del hilo conductor. (Justo Sierra OC XII: 125) El Crecimiento Social. Siglos XVI y XVII (El periodo colonial y la Independencia). 1900.

Ese laberinto que era la burocracia del imperio español, oscurecía los procesos de avance de las personas deseosas de “progreso”. En la colonia, el mestizo tuvo que aprender a moverse en su propio laberinto, debía conocer las claves sobre las cuales se movía esa sociedad, sus propias reglas. La guerra de independencia es, en este sentido, un nuevo inicio: una turba que deseaba encontrar la salida del mismo. Grecia es el irremediable modelo para la formación del espíritu nacional, y para la comparación de las grandiosas almas de nuestros héroes. Los momentos históricos se repiten, sólo cambian los nombres, pero la grandiosidad de los actos está presente siempre: ¿Qué pluma sería capaz de referir los mil hechos gloriosos de aquel día para siempre memorable, en que la victoria fue para el vencedor, pero la gloria para el vencido? Rasgos dignos de los heroicos tiempos de Grecia y de Roma tuvieron lugar aquel día. (Justo Sierra OC IX: 43) El aniversario de Churubusco (Ensayos y artículos). 1874.

Ante la intervención norteamericana, ante un país desmembrado, un país en formación, un país que pasaba una etapa oscura (su propia edad media); la intervención norteamericana se convierte, para Sierra, en el punto de referencia de mayor defensa del

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país; un momento histórico que sólo puede ser comparado, por supuesto, con el sabor de una derrota griega. Ganaron, es cierto, pero a partir de ese momento, la patria comenzó a cobrar sentido nacional. Un punto de reunión vital para que la futura generación de la Reforma, diez años después, propusiera el camino de la formación de la Nación. Por supuesto, al ser Grecia un parangón, la frase es precisa: “Además, nacimos y crecimos con la espada de Damocles colgada sobre nuestra cabeza[...]” (Sierra OC XIII: 23) El peligro es constante para la formación del Estado Mexicano. Nuestro crecimiento, nuestra independencia, siempre han estado rodeados por los más peligrosos intereses. Sierra, con esta expresión, resume: la colonia, las intervenciones extranjeras (la norteamericana y la francesa), las intervenciones pensadas (la inglesa y la española). México deseó la toma del poder, y por supuesto, no considero los diversos factores que ello implicaría. Por eso, para él, es tan importante la época posterior a la intervención francesa; ya que diversos factores fueron los fundamentales: desde el fusilamiento de Maximiliano, que simbolizó la muerte de cualquier extranjero que desease intervenir en México, hasta la formación de las nuevas relaciones internacionales durante el periodo de Porfirio Díaz. Pero siempre México es un país, que durante todo ese tiempo, tiene la espada de Damocles sobre su cabeza: ¿Hay posibilidad de llegar a este resultado mientras el país se ocupe eternamente, como Penélope, de deshacer en una noche de revolución lo que se hace en un día de paz? (Sierra OC IV: 228)

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Las constantes revoluciones internas también son el otro factor interno, éste, de formación de peligros. La imagen es bella: un país que deshace lo que se construyó en sólo una noche de revolución.

Ese adorable instante griego La presencia de lo griego es una constante que Sierra se preocupa por mostrar en casi todos sus escritos. La representación griega será, muchas de las veces, no sólo el elemento decorativo de la casa, sino será la muestra del avance de la sociedad; de la cultura y de la civilización de la misma. Todo encuentro con lo griego, en la ciudad o en el campo, en el espacio abierto o en el espacio cerrado, es muestra de ese apego a lo clásico y a lo urbano: Pocas casas hay en la capital que adunen, como la del señor Schiafino, la elegancia arquitectónica de los griegos y el confort de una habitación inglesa. (Sierra OC II: 77) “Conversaciones del domingo”. 1868.

Por supuesto, ya no basta la elegancia griega, en encuentro con la perfección de la razón áurea de la arquitectura de ese estilo, sino que ese estilo antiguo, encuentre asilo en una modernidad que plantea destruirlo todo. Pero, además, parece que una parte de la naturaleza de Occidente no es nuestra, esa muestra de desesperanza: Nuestro siglo no posee el mismo fatalismo que la antigüedad; el fatus griego tuvo un platillo de la balanza para Agamenón y otro para Ulises. De-

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bió, el uno, encontrar el puñal en la mano de Clitemnestra; el otro, el amor en los castos labios de Penélope. Entonces podía el hombre virtuoso esperar la felicidad: hoy no; el mundo está entero en el lado de la balanza que inclina al dolor; el otro platillo se ha perdido en lo desconocido [...] (Justo Sierra OC III, 113) María (Crítica). 1871.

El mundo, para Sierra, se acerca al spleen finisecular, pero además, no tiene ese drama álgido que es parte de lo griego. En el siglo XIX, siglo de Sierra, las personas no pueden esperar la felicidad plena. De todos modos, es un siglo y una modernidad que es capaz de imitar lo griego desde diferentes perspectivas, ya lo dice con respecto a la democracia estadounidense: For whites, para blancos, nada más; y es que toda democracia necesita esclavos, o abajo, como la de Atenas, o arriba, como la francesa; los de arriba son caros, se llaman diputados, son el gobierno. (Sierra OC VI: 26)

La crítica es como la copiada democracia helénica tiene sus tamices en un sistema como el estadounidense que, en ese momento, intenta reflejar su perfeccionismo como sistema. Justificada o no, por la presencia de democracia selectiva, también en Grecia, Atenas; y en Francia, la republicana; eso sucede a los ojos de Sierra cuando observa una sociedad como la de los EUA, a la que México pretende imitar. Pero, por supuesto, Sierra, observa que en esa sociedad, el gusto por lo griego va en aumento, y en una parte de su viaje por este país anota:

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Estos yankees se pagan unos gustos capaces de hacer estremecer de envidia, en sus tumbas académicas, a todos los puercos de la piara de Epicuro de Grecia y Roma, entre quienes descollaba el poeta favorito de los antiguos magistrados de las antiguas supremas cortes de justicia, el Venusino, como se le llamaba siempre al gotoso y divino Horacio. (Sierra OC VI: 81)

Dos motivos se pueden deducir de la cita: uno es que el ingreso de lo griego en las decoraciones de las tumbas académicas de los norteamericanos muestra el deseo de esa sociedad por ingresar al más alto espíritu de la base fundacional de la sociedad contemporánea, y a partir de ahí legitimarse. Dos, como consecuencia de lo anterior, el mundo griego, en esa sociedad, es sólo una apariencia, no tiene alma. Aunque dentro de las cosas que posee, se atribuyen la Estatua de la Libertad, que al mirarla, Sierra escribe: “Es de una serenidad sublime; toda la estatua viene de Grecia;” (Sierra OC VI: 69) Desde su punto de vista, todo tiene su origen en Grecia, por ello es necesario el conocimiento del griego, como lengua y como cultura. Sierra lo plantea de la siguiente forma: Y cierto; el conocimiento y la práctica del latín no habían sido parte en los siglos medios, ni a impedir ninguna decadencia, ni a trazar uno solo de sus derroteros al pensamiento humano, ni a iluminar ante él un solo segmento de los horizontes del porvenir; y así como el contacto con Grecia produjo la literatura latina superior, la creó, puede decirse, el contacto por los griegos, por interposición de los árabes, primero, y directamente luego, marcó el fin del período medieval, con esa

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espléndida transfiguración del verbo y del espíritu humano que se llama el Renacimiento. Pero el griego no estaba en nuestras tradiciones escolares americanas; sólo el latín y, con raras excepciones, el latín inferior, el que servía para entender los libros litúrgicos de la Iglesia o,[...] (Justo Sierra OC V, 136-137) Organización de la enseñanza pública. 1891.

En el trabajo educacional de Sierra se ve la necesidad de plantear el griego en la base de la estructura del pensamiento y de la formación del nuevo estudiante; si bien, reconoce que el estudio del latín es clave en este desarrollo, también propone que el mayor entendimiento de la cultura latina se establece sólo a partir de conocer la griega, ya que la literatura latina, por poner el ejemplo, es pieza fundamental en el desarrollo de esa literatura. Lo cierto es que la literatura latina, en su vertiente en América, se encuentra también en ese instante de modernidad donde es necesaria la recuperación de sus raíces; por supuesto, el instante griego es hermoso, pero debe recuperarse constantemente para que su fuente no se agote.

El océano del ser Si bien los griegos son fundamentales para Sierra, él mismo reconoce que desconoce mucho de ellos. Sus acercamientos son base fundamental y no en las obras completas de ellos. Siempre se le recordará por frases como: “hay que leer a los griegos, a Shakespeare..”,77 la

7 7 . Es una frase común atribuida a Justo Sierra.

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tradición y el presente; lo clásico y lo moderno. Para ello, es fundamental el contacto de dos culturas; la griega y la latina, sin la primera, no se puede explicar la segunda: Pero los griegos, y sus hijos intelectuales los latinos, no vieron de la naturaleza más que la sonrisa o las lágrimas; seducidos por sus cantos de sirena, amaron su belleza y sus horrores sublimes, entrevieron quizás sus temerosos misterios; mas no supieron hallar la clave para descifrarlos; apréciales una decoración espléndida, ante la cual entonaban Teócrito y Virgilio sus dulces serenatas, más melodiosas que las del ruiseñor, o prorrumpía en himnos soberbios o en desesperados reclamos la lira varonil de Lucrecia. De la naturaleza sólo conocieron al hombre, sólo en él se fijaron, sólo en la noche del espíritu osaron penetrar y en las balanzas de oro de la razón pesar y aquilatar los sentimientos y las ideas; por eso fundaron la filosofía, por eso urdieron métodos sutiles como los intangibles tejidos de Aracné, por eso idearon sistemas en que hacían caber la naturaleza entera, como una gota de agua, en que se refleja el paisaje, dentro del cáliz de una flor; y aquellos sistemas eran obras de arte, simétricos y armónicos como los templos de mármol, y sus autores tomaban por la naturaleza, su propio espíritu, esa gota de agua en el océano del ser. (Justo Sierra OC IX, 117-118) La lucha por la electricidad (Ensayos y artículos). 1886.

Dos procesos son analizados en la larga cita, uno es el proceso de invasión y de migración de los latinos hacia oriente; con el cual se crea una amalgama de cultura, que ya no es propiamente latina, pero tampoco totalmente griega. La seducción de Grecia es grande. Lo otro, cómo los latinos vieron y analizaron la cultura

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griega, en qué elementos se fijaron para poder desarrollar la propia. Por supuesto, la belleza y el desarrollo de ambas culturas, considera Sierra, se debe, principalmente, a sus propuestas filosóficas. Fundamentalmente, su propuesta de análisis es que la base latina se dividió, a partir de lo griego, en dos ramas: Los romanos consolidaron la civilización griega en Oriente, manteniendo la paz, y la propagaron en Occidente; de modo que en el mundo antiguo llegó a haber una sola civilización: la griega, y dos idiomas: el griego en Oriente y el latín en Occidente. (Justo Sierra OC IX, 230) Historia antigua (Elementos de historia general). 1888.

De esa manera, es fácil entender a Oriente y a Occidente como dos formas separadas, como dos entidades diferentes. Con la misma base, sí, pero con diferencias sustanciales. Los romanos son, para Sierra, grandes emigrantes, que en cada paso han dejado algo de sí, y por tanto, de la cultura griega, ya que, como leímos más arriba, los romanos son hijos intelectuales de los griegos. Sierra comprende que la migración es sumamente fundamental para el fortalecimiento de ideas, los cambios de rumbos, pero sobre todo, para la solidificación de la cultura y de la civilización tal como él la entiende en el XIX. Si a uno le diera en tomar en serio una de esas brillantes paradojas del articulista ¿cómo le podría retorcer sus hechos históricos? ¡Qué nos habla usted de Roma! Ese es un fenómeno inmenso de asimilación, es una inmigración de todos los pueblos dentro del imperio y la emigración del espíritu romano a todos los pueblos. César, el hombre-Roma, el que debía abrir el muro sagrado

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del imperio a todas la naciones, como Rómulo abrió el de la ciudad a todos los bandidos, ese derrotó a Pompeyo, a un enemigo de la inmigración, con legiones de galos. Iberos, germanos, griegos, egipcios, asiáticos, esos eran los romanos; por eso el soplo poderosamente humano de Roma anima aún la civilización moderna. (Sierra OC IV: 294)

Sobre todo, porque los mexicanos, desde su punto de vista, son una entidad cultural que es derivación de la latina. Por supuesto, con el tamiz cultural de la española. Sierra lo justifica así: Gran acto de España éste, que junta en torno suyo a los renuevos del tronco añejo, y que prueba que los períodos de decadencia latina no son, desde que Roma trasmutó la cultura helénica en civilización humana, sino momentos de transformación, de donde surgen elementos de vida nueva. Cada vez que tras un eclipse vuelve a toda su luz el alma latina, resulta un faro que marca nuevos derroteros y más amplios a la solidaridad universal. (Justo Sierra OC V, 278-279) España y América. 1900.

Justo Sierra escribe en contra de lo que han llamado decadencia latina. Menciona que no puede haber tal, y que cada formación nueva, cada transformación, cada metamorfosis de la cultura latina la fortalece plenamente, además, en ese proceso, lo latino señala siempre la luz, el camino hacia donde seguir en la marcha de la solidaridad mundial. Finalmente, para Sierra es importante este proceso porque, la América tiene su sangre de España, de Roma, de Grecia (por supuesto, de su mundo indígena); sangre, ésta, que fortalece ambos espíritus.

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A Sierra lo impulsaba el estar en todos lados; sabía que labor del intelectual latinoamericano debería estar tanto en la formación dentro de la tradición clásica, como en la modernidad; con la carga de recuperar, también, la tradición en otras lenguas, al menos en los otros mundo que Occidente ha desarrollado.

El predicador de la patria

Sierra fue un liberal profundamente religioso, fiel hasta la muerte a sus principios morales, y a sus creencias religiosas. Dividía esa fe entre el progreso de la nación mexicana y su ferviente amor cristiano, apegado siempre al catolicismo. De hecho, no se pueden concebir su apostolado educativo, y su misión liberal política, sin esta devoción. Bien cita, Agustín Yañez: La forma oratoria que para predicar el evangelio de la educación inicia este discurso, se halla matizada con frases, paráfrasis, reminiscencias y alusiones religiosas, que transmutan el fervor laico hacia la ciencia y la patria, superiores objetos de la predicación. (Sierra OC I:78)

Como se leerá en este capítulo, la conformación de la patria mexicana sólo se puede comprender a través de esta simbiosis entre el discurso en el poder

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y el discurso de la religión (independientemente de que él será un defensor de la separación entre Iglesia y Estado). Por otro lado, Sierra ve, él dice que entrevé, la situación de México en el mundo. Comprende las relaciones internacionales como una forma de presión para establecer alianzas, guerras, divisiones geopolíticas. Sabe que México —y cualquier nación del mundo— se encuentra inmerso en decisiones internacionales. Por ello, para él es claro que el mexicano debe confrontar y aceptar su nacionalidad y sus rasgos; sus fiestas y sus celebraciones, así como también, conocer sus raíces. La latinidad será una de las propuestas que Sierra establecerá como punto de partida para la nacionalidad mexicana. Sin ella, sería difícil describir la misma.

La patria en el mundo Formado por la generación de la Reforma y por los liberales de la República Restaurada; vivió, en carne propia, la intervención francesa, Sierra no puede ser más que un patriota. Su momento histórico, que podemos señalar desde sus primeros escritos 1870 a 1912, será crucial para entender su fervor patrio: su obra estuvo inmersa en el porfiriato, no por ello dejó de tener valía y valentía. Su cuestionado acercamiento con el poder de Porfirio Díaz es justificable cuando vemos la totalidad de su obra, el compromiso que como persona tenía con la patria, siempre tendrá esa responsabilidad porque para él:

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[...] mi alma estaba llena de lágrimas, de indignación y de impaciencia; una llamarada de patriotismo (yo no tenía otra madre que mi patria) me hacía crecer. (Sierra OC II: 414-415) La novela de un colegial (Cuentos románticos). 1895.

La cita es una de las pocas en donde se conceptúa la patria como madre: con esta imagen Sierra revierte el proceso imaginario de la tierra americana. La expresión fomenta la femineidad del suelo en donde se ha nacido, donde se tiene nación, nacimiento; la tierra es la madre, que en este caso particular, también alimenta; así, la tierra es origen y nos identifica. Por supuesto, para Europa, la tierra mexicana, en general la americana, era la mujer que había de conquistarse, de mancillarse, de domesticarse. Sierra, por supuesto, desarrolla al filo de las identidades, el discurso de acercamiento de la patria, con sentimiento juvenil o senil, al progreso europeo: La religión de la patria basta a la escuela; puede no bastar y de hecho no basta al hombre; pero a la escuela sí. Nosotros somos, no por espíritu sectario, no por bandería política, sino constitucionalmente y por patriotismo y por moralidad, nosotros somos laicos, laica es nuestra ley y laico nuestro espíritu; los mismos que hinchan la voz para predicaros odios de razas alzan un gran clamor contra la escuela sin Dios. Cristianamente esto es una blasfemia, porque Dios está en todas partes... (Sierra OC V: 442) “Conquista de la patria por la educación”. 1910.

La patria debe constituir su propio dogma: la educación. Si hemos mentado a un Sierra predicador, con esta cita los situamos en el equilibrio perfecto.

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Sierra, por supuesto, sabe, conoce y defiende las ventajas de la constitución del 1857; por ello, su predicación, para con la patria, se enfocará a la educación, porque es la única capaz de traernos el progreso: “[...] la máquina dejó escapar un agudo silbido, se izó la bandera nacional, y el tren partió a las seis.” (Justo Sierra OC III, 313) “De México a Toluca” (Crítica). 1882. Todos los elementos de la modernidad se le presentan como una opción para el desarrollo de la nación, de la patria; pero es la educación la que hará posible el crecimiento de la misma. En el sentido de la cita, máquina (ferrocarril) y la patria mexicana tienen un desarrollo, un camino que proseguir: Y aquel rumor ilimitado se concretaba, se volvía una armonía divina en una palabra sola, en esta palabra de concordia, de porvenir y de paz: ¡República! La fórmula de la verdad social estaba encontrada. (Justo Sierra OC: 534) María Antonieta (Cuentos románticos). 1895.

El primer camino para consolidar el desarrollo de la patria es respetar su principio de República. Por éste se ha luchado desde 1810, es un concepto que de 1810 a 1867 (Sierra lo llamará edad obscura) ha sufrido altibajos: dos invasiones armadas, otras tantas tentativas, pérdidas de territorio nacional, dos imperios, y el cuasi imperio de Antonio López de Santa Anna; la República y su restauración son de vital importancia porque permitirán el desarrollo pacífico de la nación.

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Por supuesto, para Sierra, la mayoría de edad del mexicano llegó con el periodo de consolidación de la Reforma de 1957. Desde el momento en que sonó la hora de nuestra mayor edad, no podemos dejar a los extranjeros el privilegio de juzgarnos, declarándonos incapaces de exponer a nuestros conciudadanos las múltiples cuestiones en que la sociedad europea suceden a tropel. (Sierra OC IV: 367)

Con la cita anterior, Sierra, al igual que su maestro Altamirano, cimienta la hora de la madurez, la hora del despertad de México, la hora de la toma de conciencia como pueblo, y como nación. Declaración de la autonomía que señala, también y por qué no, la decadencia de Europa, y sus vendados ojos ante sus propios problemas. Pero es también Europa quien es señalada como el punto de partida de los problemas del México indiano, ya que es ella quien: ¿Quién fué el primero, cuál fue la serpiente que tentó a nuestra pobre patria, a esta Eva indiana perdida en las sombras salvajes de su paraíso, diciéndole: eres rica? (Sierra OC IV:339)

La riqueza, para Sierra no es parte de la naturaleza, sino de la industria y del progreso, del saber aprovechar al límite los recursos naturales. Precisamente, en la apertura que México realizó en aquella época, las grandes inversiones europeas y norteamericanas daban sus frutos para los mismos capitales financieros, con una mínima ganancia para el gobierno. No había una repartición más justa, y la ganancia de la mano de obra era mínima. La riqueza, pues,

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interviene como la voz demoníaca, la serpiente, que pone en predicamento a la conciencia y, por ello, pierde su pequeño paraíso. Por supuesto, a Sierra le debemos más que esta expresión combinada entre la patria y la religión: ¿Qué templo y qué religión eran esos? La patria. Esa es tu creación imperecedera en nosotros. Esa es una creación, porque la creación es el amor, y ese amor nos lo infundiste hasta lo más profundo de nuestro ser. Otros lo han sentido y nos lo han enseñado. (Sierra OC V: 166) Oración fúnebre a Ignacio Manuel Altamirano. 1893.

La patria se sostiene por los cimientos de quienes la forjaron. La patria es el conjunto de dogmas que la conforman: una religión en toda la expresión de la palabra, así mismo, es un templo porque guarda lo sagrado; cada individuo y sociedad debe impulsar el desarrollo y construcción de la patria, por eso la patria tiene padres fundadores e hijos ilustres que la desarrollan. En la formación, que en este caso no es sólo temporal, ha requerido de muchas circunstancias, pero sobre todo de concepciones: Distingamos entre los vocablos nacionalidad y nación o patria, y, aunque sean las definiciones un poco convencionales, admitamos que una nacionalidad es un organismo que se integra y se diferencia conjuntamente adquiriendo caracteres cada vez más específicos; o en otros términos, una nacionalidad es un ser vivo en que operan en plena actividad los factores de raza, medio, religión, lengua y costumbres para hacerlo cada vez más coherente y darle una individualidad com-

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pleta o, lo que es lo mismo, convertirlo en persona moral. Y admitamos que una nación es una nacionalidad en el momento en que el fenómeno de la vida personal e independiente se verifica. Si no fuera por el miedo de sentar plaza de pedante, diría que una nacionalidad es el fenómeno político en su aspecto biológico, y una nación es el mismo hecho en su aspecto psicológico. (Sierra OC IX: 192) “Cortés no es el padre de la patria” (Ensayos y artículos). 1894.

Lo que la nación mexicana tiene es un proceso de gestación de la nacionalidad; en la cual, algunos aspectos son los mismos, otros se encuentran en pleno desarrollo. Pero lo que sí tiene, esa es la etapa del despertad americano al cual se refiere Sierra, es una nación, una patria, un sentimiento, una ideología. Por esta idea, por esta formación es la que se ha luchado durante todo el siglo XIX. Un ideal para todo aquel que habita la misma geografía mexicana. Esto prueba que crecieron lentamente, por el aislamiento sistemático de las dos razas; era la nacionalidad mexicana, que había de convertirse en nación, aglutinándose al núcleo mestizo, como decían los virreyes; mexicano, como nosotros repetimos. (Sierra OC XII: 98)Organización Social (El periodo colonial y la Independencia). 1900.

La nacionalidad se conforma lentamente en México: el mestizo es el producto de la unión entre las dos razas. El mestizo conformará el nuevo núcleo social en desarrollo, es el conjunto que podrá aglutinar los ideales de ambas culturas. La idea de Sierra va más allá, su promoción directa por la inmigración al

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país, sobre todo, de países europeos, propone un mestizaje más amplio, no sólo al interior del país, sino intercultural. [...] él (Ramírez Fuenteleal) inauguró la casi nunca interrumpida era de paz en que se formó lentamente la nacionalidad mexicana. (Justo Sierra OC XII: 87) Los Pacificadores (El periodo colonial y la Independencia). 1900.

La paz, la añorada paz del porfiriato, es tiempo propicio para Sierra; la inversión extranjera encuentra las puertas abiertas en México para este tiempo de mestizaje. Porque México, encerrado en sí mismo y en su colonia, no había tenido una formación precisa, y describe, el trabajo de embarazo y de parto de la madre patria así: No, la nación mexicana no tenía trescientos años de vida, sino de laboriosa y deficiente gestación: en los once años de la lucha había venido a la luz, como nacen las naciones, al adquirir conciencia de sí mismas [...] (Justo Sierra OC XII: 173) El Imperio. 1821-1823 (La República. Primera Parte: La Anarquía: 1825-1848). 1900.

Por supuesto, el desarrollo de esa primera parte, no sólo para los historiadores como Sierra, sino casi para todos los intelectuales del periodo de la Reforma, la primera etapa de México fue desastrosa, de 1825 al 1848, la llamó la anarquía. Fue una etapa de muchos conflictos internos; sobre todo, muchas divisiones internas, por ello era importante conformar una idea de nación. Para Sierra este momento fue:

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Aquel día, en aquel momento inolvidable, la imagen se precisó luminosa y pura en las almas; todos, en todas partes, nos sentimos irrevocablemente mexicanos; una religión, una bandera, emergían del polvo y el humo de la batalla; esa creación del espíritu que se llama una nación, esa personalidad forjada con razas, con lenguas, con climas, con intereses distintos, engendrada en la historia por el alma social, se había condensado para siempre en aquel instante —como en la masa cósmica solicitada por contrarias fuerzas rompe el equilibrio un accidente externo y la nébula se condensa en mundo, y el mundo en vida y pensamiento? [...] (Sierra OC V, 149) Apoteosis de Zaragoza. 1891.

Finalmente, el sentimiento patrio encuentra su más sólida defensa en la base social que la protege: la reunión de elementos diversos en la batalla del cinco de mayo en contra de los franceses, formuló el punto de reunión para la formación del discurso de la identidad mexicana. En una zona ultraconservadora, como lo era Puebla de los Ángeles, que ofrece el terreno y lucha al lado de los más firmes liberales. También se lucha al lado, por ejemplo, de los indígenas de Zacapoaxtla. Todo ello, hace sentir, con firmeza, que la nación ha despertado.

El tipo del mexicano El tipo mexicano, su tipo físico, se conforma, esa es la gestación a la que se refiere Sierra. Aunque ve que el tipo ya tiene ciertas características que lo representan como tal. Pero tampoco se compromete a uno solo. Él sabe que la idea del mexicano es:

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No era blanca: su tez era pálida como la hoja del jazmín; rara vez nacarada sus mejillas un transparente y suavísimo rosado, muy semejante a eso que se llama oriente en las perlas. (Sierra OC II: 229) El ángel del porvenir. 1868.

Por supuesto, en la cita nos encontramos la firme referencia a su modernismo: su referencia oriental y su mezcla con lo exótico. Deja en claro, que el personaje no es blanco, pero que cuenta con el rasgo de la palidez de la hoja del jazmín. Es una de las pocas descripciones de lo que Sierra considera el tipo mexicano. Carmen era hija de uno de esos hombres que por no sé qué aire indefinible, pero inconfundible, indican que no son mexicanos, sino de España o de La Habana o de la América del Sur. (Sierra OC II: 400) “La novela de un colegial” (Cuentos románticos). 1895.

Este pueblo tiene su propia conformación física, ya es fácilmente distinguible de los de su propia raíz latina, se distinguen de los cubanos, de los españolas y de los sudamericanos. Pero, sobre todo: Los mexicanos somos los hijos de los dos pueblos y de las dos razas; nacimos de la conquista; nuestras raíces están en la tierra que habitaron los pueblos aborígenes y en el suelo español. Este hecho domina toda nuestra historia; a él debemos nuestra alma. (Sierra OC XII: 56) “La Conquista” (Las civilizaciones aborígenes y la Conquista). 1900

Esta especial conformación se debe a la mezcla de estos dos pueblos, el pueblo español y el pueblo mexica; de ahí surge, la cultura y la sociedad a la que

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en su actualidad se refiere Sierra. El alma del mexicano es más propicia para definirlo; lo exterior está en constante elaboración, y lo interior logra definirlo. Aunque él presenta el inicio de esa alma a través del desarrollo de la idea o de la formación de lo latino. México ha sido, quizá por los elementos latinos de su sangre, un país de intuiciones. Adivinó, en medio de la pléyade, aquella modesta frente plegada por la meditación y levantada por las altas aspiraciones. (Sierra OC IX: 24) Miguel Lerdo de Tejada (Ensayos y artículos). 1874.

Lo latino, la latinidad, será la bandera de Justo Sierra. Entendible desde muchos aspectos, su formación jurídica, las cimentaciones institucionales del porfiriato; a partir de lo latino se justifican una serie de proyectos: la inmigración es el primero de ellos, la inclusión, plena, de la República mexicana en el concierto europeo, la búsqueda de occidentalización. Pero sobre todo: No hay una raza latina, porque no hay razas puras, ni sé si las hubo nunca, ni los latinos han sido los progenitores de los europeos occiduos, ni de los latinos de la América; pero hay un grupo latino, obra del espíritu de los clásicos aquietadores del mundo antiguo, difundido en sus hijos y sus nietos; pero hay un modo especial a los latinos de sentir lo bello y de amar lo bueno, ecuación personal de un gran grupo humano que es lo que llamamos un ideal; y este ideal crece y se agiganta: ayer lo formó nuestra historia, luego lo adivinó nuestro instinto, en el porvenir lo definirá nuestra voluntad. (Sierra OC V, 248) “Influencia de Portugal en la civilización”. 1898.

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En el sentido de la piel, no hay una raza pura, es lo que señala Justo Sierra, sino en los términos de cultura. Ahí es donde se forjan los mundos: es lo que él llama grupo latino en contrapartida de los otros grupos, y distinguen en toda su obra uno en especial: el grupo germánico. De hecho, podemos considerar que Sierra divide Europa en dos grupos, el germánico y el latino. De aquí que pueda considerar la diferencia entre los EUA y México de la siguiente forma: El espíritu dominante en el libro es profundamente, íbamos a decir, exageradamente mexicano; este mexicanismo es eminentemente latino, como era natural, como era justo. De aquí un odio altivo hacia todo cuanto a yankee trasciende desde los primeros años de nuestra existencia nacional, de aquí la patética relación de las tristes campañas del 47 y 48. (Sierra OC IX: 186) “México a través de los siglos” (Ensayos y artículos). 1889.

Aunque sólo una fracción de los conservadores y, algunos pocos liberales, son los que se oponen a los EUA, Sierra engloba a todos en contra de ese país. Pero, además, es uno de los primeros intelectuales que explica la relación entre ambos países, y se atreve a mostrar un sentimiento negativo; aunque como hemos visto en el primer apartado, cuando Sierra viaja a EUA, no lo plantea como odio, sino como diferencia. Para este momento histórico, 1882, México se integra al concierto mundial y recibe influencia de los demás, en este proceso Sierra propone el espíritu latino:

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Ahora que los hombres de estos países, y con otras aspiraciones vienen a mezclarse en nuestros negocios domésticos, no es el momento oportuno de perder lo que precisamente marca nuestro carácter latino y nuestro carácter nacional. Estas aspiraciones, estas aptitudes artísticas, son propias del carácter mexicano[...] (Sierra OC V: 94) Defensa de la Escuela de Bellas Artes y del Conservatorio de Música. 1882.

Lo mexicano está mezclado con lo latino. Lo latino es el alma de lo mexicano, una raíz que se muestra en cada espacio del mexicano: en su comida, en sus costumbres, en sus instituciones, en su religión y en sus instituciones. Éstas, ya lo decíamos, son de suma importancia para Sierra, abogado de formación, le otorga un valor incalculable. Una de las supremas formaciones es el resguardo de la ley, que para él es latina: Nuestra ley fundamental, hecha por hombres de raza latina, que creen que una cosa es cierta y realizable desde el punto que es lógica; que tienden a idealizar bruscamente y por la violencia cualquier ideal, que pasan en un día del dominio de los absoluto a lo relativo, sin transición, sin matices y queriendo obligar a los pueblos a practicar lo que resulta verdad en la región de la razón pura. (Sierra OC IV: 144)

La razón elemental que guarda Sierra con la ley, es el establecimiento del orden, su resguardo, tan importante para el porfiriato porque le permite el desarrollo, y la paz interna para alcanzar el bienestar.

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Entre Guadalupes te veas Si bien, para Sierra, la virgen de Guadalupe no merece un estudio completo, como en el análisis de Ignacio Manuel Altamirano, sí se detiene a reflexionar sobre ese proceso en particular. Aunque sólo lo establece como comentarios alternos a la fiesta, como si la fiesta fuese sólo un punto de encuentro popular. Lo primero que tuvo lugar esta semana, digno de referiros, fue la fiesta de la Virgen de Guadalupe. En las noches del 11 y del 12 fue celebrada, según la antigua costumbre, por los vecinos del callejón de la Alcaicería, con templetes, y músicas, y cohetes, y buñuelos, y vendimias, y toritos. (Sierra OC III: 119) Trinitarias (Crítica). 1871.

La crónica no va más allá de esa muestra de lo que acontece, porque él sabe, también, que la cultura popular impregna todos los ambitos: “Todos ustedes conocen estas diversiones, que son de las más populares entre nosotros [...]” (Sierra OC III: 119) Trinitarias (Crítica)1871. No sólo son populares por el pueblo, sino también por el conocimiento que se tiene de ellas; de hecho, Sierra se da el gusto de ironizar cuando describe el siguiente cuadro: Por supuesto que en la fiesta de la Villa no faltaron ni sus ebrios ni sus pleitistas, ni sus escandalosos… ¡Bah, faltaría algo a la fiesta, si no hubiera eso! Por la noche, como el número de las Lupes es muy crecido, hubo bailes y tertulias por todas partes, luces, gasas, perfumes, lágrimas, promesas, cunas de esperanzas y esperanzas de sepulcro. (Justo Sierra OC III: 120).

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Como menciona Altamirano en su análisis de la virgen de Guadalupe, la fiesta es capaz de reunir desde lo más bajo de la escala social hasta a él mismo, quien realiza la crónica en el periódico. Es, la fiesta de Guadalupe, un acontecimiento social que reúne a México. La fiesta es así, la fiesta del mexicano se llena de esos elementos, que le permite como narrador, sentirse libre en la redacción del texto. La fiesta provoca otro acontecimiento social: Después de la fiesta de Guadalupe ha habido un acontecimiento que ha ensanchado nuestra alma, porque tenemos la firme convicción de que lo que necesita el país es escuelas y no soldados; y que el día en que existan escuelas en cada barrio, en cada calle, en cada pueblo, en cada encrucijada, habremos resuelto el problema de nuestro porvenir a favor de la felicidad y del verdadero engrandecimiento. (Sierra OC III: 120-121) Trinitarias (Crítica). 1871.

El apego de la figura religiosa a los acontecimientos sociales, la necesidad de que después de la fiesta sobreviene el pensamiento sobre la patria, las necesidades de la misma representan el valor que la guadalupana otorga a México; si bien, Sierra se deja llevar por el proceso de la fiesta, por el jolgorio, los bailes y las tertulias, no deja de lado, que el verdadero compromiso es con la patria y con la educación. Su crítica se acentúa cuando señala: Viva la religión. Viva Nuestra Madre Santísima de Guadalupe. Viva la América. Muera el mal gobierno. Exclamaciones, o sin sentido concreto, o exclusivamente religiosas. (Sierra OC IX: 107) El día de la patria (Ensayos y artículos). 1883.

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Ya se ha hecho notar, más arriba, el profundo afecto religioso de Sierra; sin embargo, esto no nubla la separación explícita entre gobierno e iglesia; para Sierra, un vigoroso defensor de la reforma del 57, tiene que haber una separación entre una y otra; entre la imagen y el gobierno. Indudablemente, su saber histórico, también le permite reconocer que la imagen de la virgen de Guadalupe desempeñó un rol importante en la formación de la identidad mexicana, sobre todo, en la guerra de independencia: Y entre aquéllos protegiendo al indio y éstos rebelándolo, había un hilo escondido durante tres siglos; el cura Hidalgo encontró el símbolo gráfico de esta unión: la Virgen de Guadalupe. (Sierra OC IX: 109) El día de la patria (Ensayos y artículos). 1883.

Tres siglos de conformación permiten que la figura de la virgen de Guadalupe se yerga sobre todas las condiciones sociales y accedan a que el pueblo de México busque su independencia. El cura Hidalgo (más adelante hablaremos sobre la opinión de Sierra sobre este personaje histórico) supo perfectamente que la virgen de Guadalupe era un símbolo capaz de reunir los más diversos intereses y las más diversas capas sociales de México. Dos fechas se reúnen en términos de fiesta y de celebración: la representación de la virgen, el 12 de diciembre, y el 16 de septiembre: Borrar esta fecha de nuestros anales sería la impiedad mayor que registrase la historia humana; millares y millares de hombres muertos en los cadalsos y en los campos de batalla desde el 16 de septiembre de 1810, se levantarían de la tierra

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para reescribirla en nuestra frente. (Sierra OC IX, 110) El día de la patria (Ensayos y artículos). 1883.

El 16 de septiembre es una fecha que es clave para el entendimiento y el nacimiento de la patria. No se puede olvidar fecha tan importante. No sólo por los muertos, sino porque representa el cambio de circunstancia social, de estatus en la vida del país, por el cual lucharon los miles de mexicanos. Por supuesto, el proceso de gestación y de lucha, para Sierra, perduró hasta el año de 1857. [...] decretó que el 16 de septiembre, aniversario del primer grito de la libertad en el pueblo de Dolores, sería en adelante una festividad nacional. Desde entonces jamás ha dejado de serlo. (Sierra OC IX: 107) El día de la patria (Ensayos y artículos). 1883.

Un grito que todos han respetado si son conservadores o son liberales. Es el grito un punto de reunión entre los mexicanos, una lucha representada como un grito inicial, un primer grito, señala Sierra, de Libertad: una expresión violenta que expresa los trescientos años de contención. Sierra apunta que jamás ha dejado de ser una fiesta patria, con ello, señala la importancia de la fiesta ya que Iturbide, Santa Anna e inclusive Maximiliano de Hansburgo, han festejado dicha fiesta. Esta significación no escapa de Sierra: He aquí (como dice la Biblia) que la frialdad de las fiestas nacionales en la capital de la República, pasó para mí desapercibida, porque me encontraba muy lejos de ella y en una sociedad cordial y simpática.

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Lo único notable que sin duda tuvo lugar en la noche del 16, me encontró ya en México y en disposición de disfrutar del breve pero escogido encanto que brindaba. (Sierra OC II: 190) Conversaciones del domingo. 1868.

La patria impregna los más recónditos espacios del alma de Justo Sierra; la patria es la madre, la patria es la Biblia, la patria es el disfrute.

Tres hombres: Cortés, Hidalgo y Juárez —Sí, pero es un indio… —Pues porque es un indio —contestó el porvenir. (Sierra OC XIII: 238)

La búsqueda de la libertad y de la misma identidad son procesos que se encuentran arraigados en el pensamiento de los intelectuales mexicanos. Son los hombres y su trabajo los que rendirán su fruto, los que se despuntarán como héroes de México. Obviamente, dependiendo de las circunstancias y del grupo en el poder, los héroes cambian, sin embargo, en México, Sierra señala tres personajes claves: Cortés, Hidalgo y Juárez. Éstos simbolizan, también, puntos claves de la evolución política del pueblo mexicano, como señala Agustín Yañez: La opinión, sin embargo, es dada con el exquisito tacto que anuncia ya la serenidad próxima a iluminar las páginas de la Evolución política del pueblo mexicano. Quizá hubo quienes esperasen desahogos contra el conquistador; empero, Sierra lo califica “fundador de la nacionalidad”, en tanto Hidalgo le merece título de “padre de la

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patria”; y añade que no sabe si habrá rezagados que nieguen el supremo beneficio de la conquista, reconociendo, como reconoce, lo cruel e impío de sus medios, por lo cual es en cien veces más grande Cuauhtémoc que Cortés. El alegato es de singular importancia para el estudio de la evolución historiográfica de don Justo. “Prólogo” de Agustín Yañez. (Sierra OC I:128)

Por supuesto, el punto de partida de Sierra es clarificar el valor de los hombres en su punto medio, una circunstancia de equilibrio entre la historia y los sentimientos. El valor de Cortés se mide en relación con su trabajo en la conquista, a él, escribe Sierra, se le debe la nacionalidad, es decir, la raza (acepta a la Malinche o a doña Marina) mestiza, la geografía, la cultura. Con la aceptación de Cortés en ese ámbito, en esa relación de los hechos, Sierra, acepta los trescientos años de colonia, y señala: [...] Hernán Cortés fue, como la personalidad capital de la Conquista, el fundador de la nacionalidad; Hidalgo, como la personalidad capital de la Independencia, es el Padre de la patria. (Justo Sierra OC IX: 192) Cortés no es el padre de la patria (Ensayos y artículos). 1894.

La sutileza de Sierra radica en poner un límite histórico a una vieja rencilla: la nación mexicana como efecto de la conquista directa de los españoles, o la nación mexicana como fruto mestizo de la guerra de independencia de 1810. Éste era el debate que se daba en los periódicos nacionales de la época. La defensa de Cortés era la defensa de un origen mexicano, netamente español; dicho origen, además no aceptaba, por ninguna circunstancia el mestizaje.

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Los primeros intentos de establecer el linaje de la patria se manifestaban en las primeras fiestas nacionales —aquellas celebradas durante las guerras de la independencia. Las fiestas de la independencia derivaban aspectos de su estructura de las fiestas coloniales, pero su contenido ideológico fue notablemente distinto de el de las fiestas coloniales que en general celebraban la iglesia católica, la corona española y la conquista. (Earle, 2005:4).

Por supuesto, corresponde a Justo Sierra enarbolar la crítica más asidua y más equilibrada del momento histórico ya que por su propia inclinación hacia el mundo occidental, como hemos leído, su declaración de un mundo mexicano propiamente latino —con lo que dejó de lado las reivindicaciones amerindias— proponer, decíamos, un equilibrio entre las dos fuerzas, y declara la fundación de la nacionalidad en uno, y al padre de la patria a otro. No da la razón a ninguno de los dos bandos, deja de lado aquella discusión del origen mexica. De la misma manera, si Sierra considera al pasado colonial caso cerrado, y a la guerra de independencia, un hecho consumado; para él, como generación y como intelectual, ve en la generación que lo formó, el paradigma a seguir: Nosotros, que formamos parte de una generación educada en los momentos en que la defensa de la Constitución tomaba proporciones épicas de la lucha por la independencia nacional, y por el advenimiento de las ideas que sirven de base a la sociedad moderna, heredamos de nuestros padres cierto exaltado entusiasmo por el código de 57. (Sierra OC IV: 205-206).

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Justo Sierra, junto con otros intelectuales, entre los que podemos incluir a Emilio Rabasa, fueron críticos de la constitución del 57, pero no por ello dejaron de defenderla en sus principios básicos: una república democrática (más, dirá Sierra, que los EUA), salvaguarda de las garantías individuales, separación de la Iglesia y el Estado, educación laica. Ese es el cierto exaltado entusiasmo, ya que Sierra sabe que la carta de 1857 es un ideal y que no corresponde a las realidades del pueblo mexicano de su momento. Pero ahí estaban esos nombres: De la tragedia al fin la hora terrible sonó: el naufragio su mortal aliento infundió al mar, y hundíase en las olas la nave: en ese lúgubre momento Ortega apareció: la lucha entonces, verbo en Ocampo, en Lerdo razón fría, en Degollado fe, y en Juárez bronce, recibió un soplo heroico de poesía. (Sierra, OC I: 396)

Es la generación del 57, un compuesto de particularidades y de intelectuales que forjaron la patria misma. A estos héroes, ya no padres o tutores de la patria, sino hombres de trabajo, hombres que representan al pueblo mismo porque son el pueblo mismo, se les debe la poesía patriótica, el canto de la memoria. Aunque también la prosa: Y la imprudencia indecible de vincular los bienes terrenales a los espirituales había hecho de la revolución un cataclismo, y de una victoria política una catástrofe religiosa y un estimulante

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para que el grupo reformista joven, que tenía su Rousseau en Ocampo, su Diderot en Ignacio Ramírez, su Danton en Altamirano y su Tirteo en Guillermo Prieto, acometiese la empresa de descatolizar al pueblo. (Sierra OC XII: 305) La Guerra de Tres Años. 1858-1860 (La República. Segunda Parte: La Reforma). 1900.

El alcance de la cita es extraodinario porque propone algo muy sencillo: se ha logrado, con la generación del 57 la verdadera revolución social. Circa 1900, debemos recordar, el porfirato está a diez años de su declive, muchas voces, para entonces, reclaman otra evolución, otra vuelta de tuerca al sistema —sobre todo la constitución del 57—. Con la cita, pues, compara la revolución del 57 con la revolución francesa. Incluye, además, el sobrenombre de Tirteo para Prieto en relación con Tirteo de Esparta, con lo que refiere los cantos populares, y la defensa del espacio patrio por sobre todas las cosas. Finalmente, en esa generación destaca Benito Juárez; Sierra redacta su obra magna con Juárez, su obra y su tiempo; otra vez, con esta obra, Sierra, lucha contracorriente nuevamente y pone punto final a la discusión del valor histórico de Juárez. El libro es, pues, una magnífica respuesta a los de Francisco Bulnes: El verdadero Juárez y la verdad sobre la intervención y el imperio y Juárez y las revoluciones de Ayutla y de Reforma. Con el rescate de la obra y el tiempo de Juárez, Sierra recupera la visión de un Juárez ante las circunstancias adversas: [...] los folletos antinapoleónicos de Víctor Hugo y de cuanta obra revolucionaria podía pescar, asistí a algunas conferencias de hombres perfec-

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tamente probos y liberales que dieron su adhesión al imperio, en virtud de este razonamiento que de repetir cien veces: la república no puede restablecerse contra el empeño del emperador francés resuelto “evidentemente” a apurar en México todos sus recursos hasta lograr la pacificación; el gobierno legal de Juárez va a acabar o ha acabado, sin substitución constitucional posible; Juárez para sobreponerse a los franceses, necesitará venir en los bagajes de cien mil americanos; la independencia del país, que es antes que la república, tiene, pues, dos amenazas supremas: el imperio sostenido por los franceses; la república restaurada por los americanos. Tenemos, pues, el deber de ayudar a quien trate de impedir estos dos peligros. Lo que habían hablado con Maximiliano (podía yo citar nombres, lo haré en mis memorias) afirmaban que el príncipe les había comunicado confidencialmente este programa: si el partido liberal me ayuda, prometo, en primer lugar, y esto de acuerdo con las miras de Napoleón, consolidar la obra reformista, con o sin el asentimiento de la Iglesia. En segundo lugar, hacer inútil por medio de la paz, no sólo impuesta, sino aceptada y por medio del divorcio con el partido “mocho”, que nos atraerá a los liberales militantes, la permanencia de los franceses en México; obtenida así esta independencia, yo doy a ustedes (decía Maximiliano) mi palabra de honor de que me considero un jefe Provisional y de transición en la nación mexicana, que, una vez consolidada nuestra independencia en ambos sentidos, hemos de llamar al pueblo a una consulta libre, enteramente libre, y si se pronuncia por la república, entregaré el gobierno a quien elija; lo natural es que sea a Juárez. (Sierra OC VII: 173)

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Lo natural era Juárez porque la comparación entre Maximiliano y Juárez es que ambos tienen un programa liberal, cambian las circunstancias y los modos de operación finalmente, pero el objetivo es el mismo. Por supuesto, Juárez es el personaje que se presenta como occidentalizado, el título de abogacía, el ejercicio del poder. En esos términos, Juárez adopta la cultura occidental, por lo cual renuncia a un origen cultural: aprende español, matemáticas, jurisprudencia. Pero sobre todo, Juárez representa la reivindicación del glorioso pasado indígena, obviamente, con el tamiz europeo; esta mezcla es la ideal para Sierra, porque además, Juárez fue el líder de esa pléyade de gigantes: “[...] todos los esfuerzos se sumaron en la autoridad de Juárez; Juárez fue el autor de la Reforma.” (Sierra OC XIII: 187) Como lo hemos leído en el apartado de Altamirano, la gesta juarista tiene un valor preponderante ya que los valores se suman al respeto de la nacionalidad, y de la historia mexicana; en El Zarco la figura de Juárez resalta por esa firmeza del bronce. El dicho popular “lo que el viento a Juárez” la representa. [...] su impasible figura se destaca en el horizonte matinal de la Reforma, como un dedo de granito escribiendo la profecía de muerte en medio de la orgía lúgubre de la reacción. (Sierra OC IX: 22) Juárez (Ensayos y artículos). 1872.

Juárez es, pues, la figura clave para el desarrollo del país como estado, y para el encauzamiento del mismo en la tendencia que lo marcará por más de un siglo: el liberalismo mexicano.

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El progreso y la escuela Para que haya una verdadera patria debe haber progreso, para el progreso son necesarias las escuelas. La búsqueda de la escuela, un lucha de los liberales del siglo XIX, tiene un representante empecinado en Justo Sierra Méndez; casi es un encargo personal demostrar que la escuela es necesaria ante el gasto militar, o ante el derroche. De hecho, el proyecto de la Universidad Nacional Autónoma de México es una encomienda que él lleva a cuesta, hasta su último término. Pero ante todo, construir escuelas es construir patria, ya que: “Sin la escuela… todo cuanto se ha hecho por el progreso material y económico resultaría un desastre para la autonomía nacional. Así veo las cosas; así son.” Citado por Yañez en (Sierra OC I: 163).

Determinado a fundar la escuela, Sierra, lleva a cabo, a gran escala, el proyecto liberal de su maestro Altamirano, y de otros pensadores de la época —como Gabino Barreda—. El ansiado proyecto se realiza precariamente, pero sobre todo, con la firme convicción de encontrar, para todos los mexicanos, una educación común, ésta es la que él llama la tarea suprema de la patria: “[...] y la necesidad de encontrar en una educación común la forma de esa unificación suprema de la patria [...] (Sierra OC V: 450) Inauguración de la Universidad Nacional. 1910. La idea de la educación común es desarrollada por liberales como contrapartida de la idea religiosa de educación, que también forma una comunidad. Sin

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embargo, la educación religiosa, sigue sus propios objetivos, y no las ideas de progreso, de ciencia, de orden, de Estado, que la propuesta liberal. Así lo consta Sierra: Progreso intelectual, porque la instrucción pública ha sido el constante objeto de sus afanes; por dondequiera que ha pasado el gobernador, ha brotado una escuela, un plantel en donde la familia liberal va educando la reserva del porvenir. (Sierra OC III: 109) A vuelo de pájaro (Crítica). 1871.

Esa formación del mexicano es la que interesa a Sierra; una formación en donde la familia liberal mexicana cimiente sus bases de desarrollo. Estar unidos, tener un mismo objetivo educativo permitirá el desarrollo como nación, como patria. Eso le interesa. Por supuesto, Sierra no escapa de la influencia de los modelos a seguir, y en cuanto a educación, él sigue, admira, e intenta dos modelos: el alemán, y el norteamericano, aunque en este último repara en su circunstancia técnica, es decir, alejado de las humanidades. [...] sin embargo, el pánico echa por tierra todas las precauciones. Aquí en la escuela primaria superior o high school, lo mismo que en el kindergarten (esa deliciosa institución frebeliana por la que tienen pasión aquí y que entre nosotros apenas ha podido prosperar, por la viejísima preocupación del alfabeto y los palotes) y en toda la enseñanza, como en la sociedad entera, predomina, reina, triunfa la mujer. (Sierra OC VI: 83)

Para que la familia liberal se desarrolle en todo su esplendor, para Sierra, es necesario que la mujer

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ocupe un lugar de importancia en la formación de las nuevas generaciones. Él toma de referencia los EEUU, sin embargo, es una idea que constantemente está planteando y plasmando en sus escritos: la mujer debe ocupar un lugar preponderante en la formación de los nuevos mexicanos; alrededor de los 1900, él manda una comisión educativa a formarse en EEUU y Alemania para que se implante el sistema de Kindergarten en México. La educación sí; la educación representa el esfuerzo más eficaz que puede hacer una sociedad para salvar a la muchedumbre femenil que naufraga en los lúgubres siniestros de la vida. La educación moral que despierta por medio de la sugestión dentro del vicioso innato una personalidad apta para el bien, que se arresta a modificar la fatalidad hereditaria, que ha reemplazado en el mundo moderno al hado ciego de los antiguos; la educación moral que aprovecha un átomo de bondad en nuestro interior para convertirlo en un mundo, constituye un recurso supremo. Pero digamos la verdad entera: esa educación debe ser religiosa, o no será. (Sierra OC V: 210) Problemas sociológicos de México. 1895.

Finalmente, para el desarrollo de la patria es necesario incluir a la mujer, desde su punto de vista, para la mujer debe incluirse una formación religiosa. Sierra no desarrolla este punto, pero su adelanto es el de considerar un papel preponderante para la misma en su proyecto educativo.

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El concierto de las naciones Sierra es uno de los intelectuales mexicanos más preocupados por la relación que, con el exterior, el Estado se ha permitido entablar; sabe que la orquesta mundial está en movimiento, por lo que es necesario que México encuentre su lugar en el mismo para no perecer en el intento. Pese a que no viajó mucho, físicamente, envió viajeros en su lugar; los envió a educarse para traer noticias a México, nuevas tecnologías, nuevos progresos. Pero ante todo para reforzar la identidad propia: él entiende muy bien que el discurso de la identidad no es sin el otro, cuando viaja a EUA, como señala Agustín Yañez: Interesa destacar, lo primero, el constante afán que podría llamarse de situación patriótica en el ámbito comprensivo de la experiencia extranjera y, en este caso, dentro de un rectificador neurálgico para un sensibilidad mexicana, como es el encuentro con Estados Unidos. (Sierra OC I: 133).

No podemos negar, como se ha analizado en el apartado de la bitácora del viajero, que la admiración de Sierra por la tecnología, por el progreso de los EUA, así como su sistema de organización social: se maravilla ante la inclusión de la mujer en su escalón laboral. Como lo hemos mencionado más arriba, entreve a los norteamericanos porque lleva su propio paladar latino a la circunstancia de esa nueva potencia: El hondo sentido de la independencia hispanoamericana, el carácter egregio de la familia latina, la transformación del monroísmo como “égida del derecho contra la fuerza”, ya no de lucha

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entre continentes; los nuevos métodos de la vida internacional, el urgente implantamiento del arbitraje obligatorio entre los pueblos, la posición de México en la vanguardia geográfica, junto a sus poderosos vecinos, constituyen los principales puntos de ese discurso. (V -277), autocriticado en el Epistolario (XIV - 155 y 156).Prólogo de Agustín Yañez en (Sierra OC I: 148).

Yañez establece uno de los primordiales puntos en la obra de Sierra, su preocupación geopolítica, y su excelente ubicación en el mapa de las naciones. Cada uno de sus textos, podríamos incluir su poesía, están pensados desde esta perspectiva. Así mismo, desde su postura de historiador, sabe que los imperios se forman y se consolidan, así como se extienden, sabe, pues, que cada pueblo que surge como potencia (y es un siglo XIX, XX en donde muchos países desean ser) quiere formar parte de ese concierto mundial. También sabe que las potencias se distribuyen el mundo, sus geografías y sus culturas, esto lo ha aprendido México de la manera más difícil: vivió las invasiones y las mutilaciones. De todo lo anterior está consciente Sierra, pero sobre todo de: Ahora bien, toda alianza internacional se celebra contra alguien Alianza, ¡ oh! imposible. ¿Imposible? Está llegando al gobierno en Francia y Alemania la generación que nació al día siguiente de la guerra; una generación más y la transformación de sentimientos se habrá verificado en Francia; podría dudarse de esto si quien tuviese que olvidarse no fuera un pueblo latino. (Sierra OC VII: 173).

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Para Sierra, el mundo que le toca vivir a México es difícil en ese sentido: acontecen las luchas militares por la nueva división política del mundo. Prevé una confrontación de caracteres entre lo latino y lo germánico (de la que ya hemos hablado un poco), pero también una lucha en donde Alemania, que ha llegado tarde a la repartición de las geografías, desea más territorios. Prevé, Sierra, de alguna manera, la guerra de 1914. Curiosamente, guarda razón en algo: las pujantes generaciones de jóvenes, tanto de Francia como de Alemania, han olvidado los costos de la guerra, y empujan el violento mundo hacia ese fin. Esta contraposición entre mundos y caracteres la distingue hasta en sus más profundos niveles: La afición de estos pueblos de origen germánico a la música que, al través de los sentidos, busca el alma, es clásica; los latinos nos contentamos con una conmoción nerviosa producida por la melodía; (Sierra OC VI: 88)

En ello, Sierra determina que lo mejor será permanecer lo más unido a los lazos sanguíneos: las hermanas repúblicas de Latinoamérica serán las primeras en esa reunión: Las repúblicas latinoamericanas hermanas nuestras, van saliendo difícilmente del estado de equilibrio inestable en que nuestra falta de preparación en la práctica de las instituciones libres nos colocó en el período subsecuente a la lucha de emancipación. (Sierra OC VII: 139).

Sutilmente Sierra analiza que el retraso de las hermanas repúblicas es el mismo, no sólo por el lazo de

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unión, sino por la dependencia que la colonia marcó con las mismas. Esa hermandad, esa consaguinidad es defendida por Sierra ante cualquier atisbo de opinión contraria, El libro de Guyot comienza demostrando que no hay “raza latina” y trae a colación para demostrar su tesis las opiniones de antropologistas y etnologistas de nota. No necesitaba tanto a fe; su tesis es perfectamente cierta y empuja puertas abiertas el conspicuo economista. ¿Y qué? Porque en el grupo que se llama latino en España y América no hay parentesco de consanguinidad, ¿no lo hay psicológico? ¿La lengua, la educación, la fe religiosa, no son ideas, no son fuerzas, no son factores mentales de primer orden que determinan la personalidad moral de una porción de la especie humana, capaz de diferenciarla de las otras porciones? (Sierra OC VII: 38).

La pregunta de Sierra encierra su propia respuesta; todo eso compartimos con los países latinoamericanos; y son las más importante fuerzas que ingresan en los factores que determinan la cultura de los pueblos; se comparte con los latinoamericanos la lengua, la fe religiosa, católica netamente, y la educación latina. A esta consaguinidad se le suma, por supuesto, España: ¡Ah! madre España, tu gran sombra está presente en toda nuestra historia; a ti debimos la civilización, a ti que en pos del conquistador nos mandaste al misionero; a ti debimos la independencia, a ti que de la sombra del virrey hiciste surgir al tribuno, a ti debemos nuestros errores, nuestros crímenes, nuestras virtudes... (Sierra OC IX: 109) El día de la patria (Ensayos y artículos). 1883.

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Como analizaremos en los tiempos de Sierra, para los momentos de Sierra es importante, la permanencia de los lazos “familiares”, y dejar en el olvido las viejas rencillas. Reconocer a España como madre, es integrarse, desde esta perspectiva familiar, en el árbol de Occidente. Es verdad que tenemos el deber de mantener vivo en nuestro corazón el recuerdo de la madre España; es verdad, como ha dicho el primer orador de la raza latina, que antes de que los recuerdos de la España desaparecieran de la América, sería necesario que los dos océanos se reunieran sobre la cresta de los Andes. (Sierra OC V: 103) La deuda inglesa. 1884.

La madre patria está en las circunstancias más diversas, son más los encuentros que los desencuentros. Una nación que debe los sentimientos más contradictorios en Justo Sierra, es sin duda, Francia; para él es el paradigma del desarrollo latino occidental, es la cúspide de la literatura, su modelo modernista se inspira en el francés. Muchos de los estudiosos que Sierra estudia son de origen francés; es pues, toda una escuela la que hay detrás de ese amor, y esa relación de odio; por supuesto, siempre justificaba la intervención a partir de la carta de Victor Hugo, en donde él señalaba que la guerra la hacía el imperio no el pueblo francés. Por ejemplo a la memoria de M. T. Thiers dedica el siguiente poema: ¡Oh! Francia, ayer vivías de esperanza, tornóse el sueño realidad: avanza. Allá va el buque entre las crespas olas, lleva el dócil timón piloto experto,

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en cuya frente pensativa y grave brilla la fe en el rumbo y en el puerto: mas se para de súbito la nave… ¡Un hombre al mar!... (Sierra OC I: 383) “Francia”.

No deja de sorprender el equilibrio que Sierra cuenta para no ofender, pero también dejar clara su postura respecto a la más cara de las ofensas hacia México: la intervención francesa. Sin embargo, no fue culpa toda de Francia, sino también de la parte que corresponde a México: el mal de su sangre. Una nación que encubre el mal de su sangre con las más extrañas caretas, que para no dejar salir a su tez las pústulas envenenadas toma medicamentos imposibles; una nación llena por otra parte de atractivos y de encantos, se enamoró de nuestra sociedad, y le tendió una mano llagada, que se llamó la intervención francesa. (Sierra OC II: 212) El ángel del porvenir. 1868.

Estos escritos de juventud permanecerán en la memoria de siempre de Justo Sierra. Pero la mirada es de incomprensión, no por la intervención misma, sino porque una parte de los mexicanos permitió la invasión. De alguien que es líder moral de la persona: “¡Los franceses!” ¡Yo los aborrecía; los había amado tanto! El alma de Francia se había diseminado átomo por átomo en nuestras almas y aquella guerra en que nos mataban, nos humillaban, nos despreciaban sin piedad, me parecía un crimen nefando, como si una madre matara a su hijo en la cuna.” (Sierra OC II: 414) La novela de un colegial (Cuentos románticos). 1895.

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Incomprensiblemente, el proceso de la intervención tiene como consecuencia que los ideales de una nación: los fundamentos de la revolución francesa, se cimienten cada vez más en la juventud que le toca el desarrollo de la intervención francesa. El maltrato hacia México, a través de la intervención francesa, provoca que esa generación fundamente, con base en la constitución francesa, un modelo propio de liberalismo mexicano. Finalmente, esto es, pues, la consecuencia benéfica del proceso sufrido con Maximiliano. “Resultado: la generación a que yo pertenecía se adhirió más y más a la Revolución francesa, a medida que aborrecía más la intervención.” (Sierra OC V: 252). Por supuesto, una nación que Sierra, y casi todo el porfiriato veía con desconfianza eran los Estados Unidos. Desde el territorio mutilado en 1847, la anexión de Texas en 1836; la relación con el país sin nombre, es constantemente conflictiva; sin embargo, es, también, una relación de admiración, y de constante influencia: “El mecanismo americano, copiado por la Constitución de 57, es distinto.” (Sierra OC IV: 197). La defensa de la Constitución del 57, que tanto es admirada por Sierra, se basa en que los intelectuales mexicanos han trabajado una constitución que contiene elementos diversos dentro de su elaboración: elementos latinos, germánicos, y con respeto a su propia tradición en leyes. Si bien, la estructura ha sido copiada, no la esencia ni el espíritu de la ley, pero, Sierra, sigue proponiendo: Admiro al pueblo cuyo centro de gravedad política es el Capitolio; su grandeza me abruma, y me impacienta, y me irrita a veces. Pero no soy de los

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que se pasan la vida arrodillados ante él, ni de los que siguen alborozados, con pasitos de pigmeo, los pasos de este gigante, que, en otro tiempo, fué el ogro de nuestra historia, como los niños a los Hércules de circo. Pertenezco a un pueblo débil, que puede perdonar, pero que no debe olvidar la espantosa injusticia cometida con él hace medio siglo; y quiero, como mi patria, tener ante los Estados Unidos, obra pasmosa de la naturaleza y de la suerte, la resignación orgullosa y muda que nos ha permitido hacernos dignamente dueños de nuestros destinos. Y no niego mi admiración, pero procuro explicármela; mi cabeza se inclina, pero no permanece inclinada; luego se yergue más para ver mejor. (Sierra OC VI: 99).

En estas palabras, que provienen del viaje que efectuó a los Estados Unidos, Sierra otorga una lección de historia: la humildad para reconocer la grandeza del otro en su más amplio aspecto, saber que esa grandeza es la que se envidia del otro. Justo Sierra mantiene el orgullo patrio, sabe que no puede permanecer postrado frente al gigante; reconoce que su patria es débil, y que no puede olvidar, debe mantener presente en su memoria la pérdida del territorio; y frente a la merma de Texas, él mismo presenta su opinión: Al anochecer llegamos a Houston; ésta es una ciudad en forma. ¡Houston! ¡qué melancólicos recuerdos! Esta ciudad lleva el nombre de nuestro vencedor en Texas; es decir, del vencedor de Santa Anna. Estas páginas de nuestra historia no pueden recorrerse sin que venga a la boca un sabor de ceniza y de muerte. La gran figura del federalista Zavala surgió ante mí, del libro consagrado por mi padre a su memoria. * No, no fué un traidor el primer vicepresidente de Texas; la

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patria apenas tomaba forma en el caos, aún se subalternaba esta noción, en las conciencias nuevas, a determinada forma política. No, Zavala no fue traidor; había nacido en Yucatán; pues bien, sólo para los dos extremos del país, para Yucatán y Texas, el pacto federal habla sido un hecho y no una ficción[...] (Sierra OC VI: 27-8)

Dos generaciones se juntan en este momento: el padre de Justo Sierra y él; cada quien con sus opiniones. Ambas se contraponen a la historia general de México. Zavala, para la mayoría de los intelectuales del siglo XIX, era un traidor. Dos apuntes extraordinarios asoman en Sierra: la república era un caos, y se creía en el incipiente federalismo. Anota Sierra el origen Yucateco de Zavala, punto geográfico que en un momento también pidió la separación de México; tierra que comparte, por lindes geográficos, puntos de encuentros culturales, sociales, económicos, con Campeche, lugar de nacimiento de Justo Sierra. Pero regresemos al modelo de los Estados Unidos: La suprema corte mexicana se ha encontrado facultada no sólo en el asentamiento de la nación, como en la federación vecina, no sólo en el espíritu de la Constitución que ha servido a la nuestra de modelo. (Sierra OC IV: 21-22)

Reconocer el modelo en las leyes, es también, reconocer los adelantos, o las formas por las que esa región ha progresado. Anteriormente, Justo Sierra habló del azar para la conformación de esa nación. También ve, pues, que debe su éxito a la inmigración diversa:

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El pueblo de los Estados Unidos no ha necesitado de formular una teoría cosmopolita, como lo había dejado de hacerlo un pueblo de origen latino, para practicarla con amplitud, con ese acierto peculiar de la gran raza práctica a la que pertenece. Los latinoamericanos hemos preconizado ese dogma al abrir nuestras playas a la inmigración cosmopolita, y hemos comprendido temprano que nuestra salud injería a la transfusión en nuestras venas de la sangre viril de otras razas. (Sierra OC IV: 353)

Sierra será un promotor de la inmigración extranjera a México. De hecho, el porfiriato abrirá sus puertas a los más diversos inmigrantes, aunque no hubo inmigración masiva como en Argentina. Los Estados Unidos fueron consolidados por los inmigrantes. La inmigración será el tema fundamental para esa apertura. Lo que deseamos de veras los mexicanos en todo esto, es que nuestros primos no tengan ni la oportunidad ni la necesidad de convertirse en potencia guerrera: agricultores, comerciantes, industriales, éstos son los vecinos que nos convienen, no los rough riders de Mr. Roosevelt. (Sierra OC VII: 20)

Para un pensamiento universal como el de Sierra, los seres humanos están divididos por la geografía, mantienen parentescos lejanos y cercanos. La ironía de los primos superpone dos relatos, el apellido O´relly de su padre, quien tenía lazos sanguíneos —según Sierra Méndez— con el presidente Grant. Así mismo, los recuerdos del padre de las ciudades americanas, Baltimore, era una de ellas. Por otro lado, la familia de Sierra, había tenido propiedades en la zona norte, en

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Nuevo México. Es decir, la permanencia de lazos se superpone en Sierra de tal manera que se deja abierta la posibilidad de la suerte para el desarrollo del imperio naciente. Pero sobre todo se tiene diferencias con los norteamericanos: son otra cultura: “Este pueblo tiene su modo especial de concebir el arte; hasta ahora es una concepción eminentemente industrial y utilitaria; cifra su vanidad en lo enorme y su ideal en lo confortable;” (Sierra OC VI: 88). Atribuye esta diferencia a la rama familiar de los estadounidenses: lo germánico. Ese será el otro país en el cual Sierra se fijará, aunque en realidad, casi todo el porfiriato: Alemania, será un motivo de comparación. Sierra, un poco atrás, esperando una reacción propia de ese grupo. La música de los germanos es más “psíquica”, ¿me permiten ustedes el vocablo? Eso proviene de que el germano es, por excelencia, el animal metafísico nace con unos anteojos que se empeñan en ver “más allá”. (Sierra OC VI: 88)

Lo germano comienza a interesarle, sabe que de ahí proviene mucha de la filosofía que fundamenta un nuevo orden. Pero también sabe que las diferencias entre lo latino y lo germánico pueden terminar en una guerra, ya que tienen una larga historia de enfrentamientos constantes. La raza latina ha caído ya dos veces, las dos el cristianismo la ha levantado; tendrá aún su tercera caída y el cristianismo la levantará. El imperio fundado por César cayó bajo la lanza de los

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tártaros; las bombardas de Mahomet derrumbaron el imperio de Constantino. ¿Quién echará abajo el imperio fundado por Bonaparte? ¿Y sabéis cómo se llama el imperio del vencedor de Austerlitz? Se llama civilización latina. La salvación vendrá del norte. (Sierra OC II: 198-199) El ángel del porvenir. 1868.

Si bien no confiere un poder netamente bélico a los germanos, si conoce de su circunstancias y de su lucha por repartirse el mundo bajo un nuevo orden, una nueva geografía que los incluya como potencia. El equilibrio europeo está roto, como tiene que suceder con todo lo que es facticio; una teoría alemana, puesta en práctica con un millón de bayonetas, ha venido a echar por tierra las sabias Constituciones de los Metternich y los Taleeryrand. (Sierra OC IV: 38).

Por supuesto, la consecuencia es esa ruptura que nada bueno trae al equilibrio europeo. El escrito se adelanta unos dieciochos años antes de la primera guerra mundial. Si bien no conferimos a Sierra el don de vidente, si de buen analista del concierto que las naciones en desarrollo, y su irremediable propuesta de repartición de las geografías.

El catecismo de la patria La propuesta textual más evidente de la conjunción entre un estado laico y una formación católica, la establece, Justo Sierra, en un pequeño texto —contrario a su enorme producción— que se titula: “El catecismo de la patria”. Es un texto, que, desde su principio,

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deja en claro, la postura que él espera del nuevo mexicano: la construcción sólida del credo patrio. La patria es pues, esa otra esencia de fe, que el mexicano debe aprender a respetar y amar, desde lo sólido, desde lo medular. Se anteponen varias circunstancias al texto: la capacidad de ver detrás del Estado Mexicano de finales del siglo XIX, un estado doctrinario, y un estado capaz de tener una doctrina sólida, como plataforma de concienciar al individuo mexicano. De la misma manera, educar en esos principios para que el individuo tenga un mayor conocimiento de lo que le rodea. Este conocimiento, indudablemente, construye el imaginario en donde se conocen los apóstoles de la nación, y los puntos que conforman ese credo: la constitución mexicana de 1857. Así, pues, con este breve catecismo de México, Sierra pretende educar en los fundamentos de lo que se profesa. El catecismo que expone, es un catecismo básico de los elementos que rodean a la construcción del imaginario patrio; su presentación se consolida desde la perspectiva de lo infantil, pero es para todos los que ignoran los preceptos, con ello busca consolidar el recuerdo moral en el ciudadano. Como principio de catequesis, el texto se divide en una introducción y cinco partes, cada parte se aboca a una parte histórica específica, que desde el punto de vista de la catequesis, representa un fundamento. El texto inicia con una pregunta abierta, que otra voz narrativa contestará firmemente. El carácter de duda es porque el catecismo establece ese recuerdo y punto de reunión entre el estado y el ciudadano. La misma patria es el credo.

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El primer gran acercamiento de logro en la redacción es que Sierra, a partir del uso del nosotros, logra integrar una identidad general en los mexicanos. No plantea una división entre los mismos, sino una comunión con los otros “nos-otros”, la suma, pues de esa geografía. En ese sentido geografía, el mutilado cuerpo de los mexicanos se recuerda, y antepone un bosquejo general de los límites físicos, los términos corpóreos. Por supuesto, como todo catecismo, tiene preceptos que seguir; el primero, es el trabajo, que es donde está la virtud moral del pueblo, y sobre todo la riqueza del mismo. El trabajo por sí mismo no genera utilidades, sino: “el suelo produce lo necesario para vivir y más de lo necesario para vender y comerciar, de donde viene la riqueza”. (Sierra, Cate, 393). La continuación de las dudas, también parte del discurso del catecismo es discernir sobre la doctrina, en este caso sobre el conocimiento que se tiene del país, del terruño, en términos generales, pero también, resulta para consolidar la fe en los individuos, no sólo se debe profesar, también se debe tener juicio sobre la nación. ¿Todo mexicano debe conocerla? Sí, porque el primer deber de todo mexicano es amar a la patria, y la patria se compone del suelo que nacimos, de todos los hijos de ese suelo en que nacimos, de todos los hijos de ese suelo que viven ahora y de todos los mexicanos que han muerto; por consiguiente, para amarla es preciso conocerla y saber su historia, es decir, lo que ha luchado y sufrido por nosotros (Sierra 395).

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La base de ese conocimiento, para Don Justo, es la historia misma. La que se convierte en el dogma religioso a seguir. Que enseña las condiciones por las que el mexicano se encuentra en esas circunstancias y por qué. “El catecismo de la patria” tiene el sesgo propicio para la construcción de un discurso de la identidad que antepone, nuevamente, la imagen del indígena azteca: “de buenas costumbres, trabajadores, sobrios, es decir, que bebían poco pulque, y tenían sus familias que vivían contentas. Muy industriosos [...]” ( Sierra :398). Es una imagen idílica que representa al buen, sino salvaje, americano civilizado. A la vez que presenta, desde el carácter, a los antípodas de estos últimos: “[...] Hernando Cortés y que quería ser muy rico y tener mucho poder, que es lo que se llama ser ambicioso, y que además era valiente y pensaba mucho” (Sierra 398). Esa suma de cualidades y de defectos que se contraponen representan, también, el choque de culturas que serán determinantes en la construcción de la nación; al imponerse los españoles, les atribuye la ambición, que no cesará ni con la iglesia: “los arzobispos de México tenían mucho poder, como que por todas partes construían los indios, de balde, iglesias y conventos” (Sierra 402); después señala que el clero era dueño de más de la tercera parte de la riqueza del país. En el apartado de la Independencia, el catecismo nombra a los apóstoles: Hidalgo como el padre de la patria; Morelos, el mestizo, quien logró formalizar el Congreso de Chilpancingo y declarar la independencia de España; Sierra lo llama, “el primer servidor”. Guerrero, junto con Iturbide, dieron fin al proceso de guerra de independencia. Sobre esta base de

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héroes se basa la primera de los héroes de la patria. Vendrán otras batallas: intestinas, por ser internas; e invasiones del exterior. Las internas las caracteriza porque: “el pueblo mexicano no estaba educado para la libertad” (Sierra 412); las externas por las ambiciones de los países extranjeros: “los americanos o yankees, como únicamente les nombraba el pueblo, se metieron por la fuerza a nuestro territorio, que es lo que se llama invasión, y empezó la guerra.” (Sierra 413).

El ministerio espiritual de la educación

Si para Sierra la patria era un deber, la educación era un trabajo supremo. Eso lo sostuvo como parte de su discurso de principio a fin. Tuvo, casi siempre, como soporte la historia, que demostraba que sólo los pueblos civilizados progresaban (para usar un verbo adecuado); también a la educación que recibió de sus maestros más próximos: la generación de la Reforma, y sobre todo, Ignacio Manuel Altamirano. A quien reconocía como el forjador de su generación: [...] tu enseñanza está en la conversación infinita, maravillosa de vida y de luz, que has sostenido día a día con dos generaciones de almas jóvenes. Nosotros, buenos o malos, grandes o pequeños; nosotros, poetas, profesores, periodistas, dramaturgos, oradores, escritores, nosotros somos tu obra. (Justo Sierra OC V, 165) “Oración fúnebre a Ignacio Manuel Altamirano”. 1893.

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Las valoraciones que se puedan realizar de las personas, buenas o malas, son producto de Ignacio Manuel Altamirano. Pero, además, lo que juzga es la capacidad de dar: Manuel Altamirano, se ve a sí mismo, como maestro de la generación. No se molesta en las reacciones, sino en simplemente otorgar lo que sabe. Esto lo aprende, muy bien, Sierra, y el proyecto educativo, lo defiende a capa y espada, aún ante los más acérrimos opositores a su proyecto: [...] el concepto de Ud. es insostenible; la educación es el servicio nacional de mayor importancia: es el supremo. No es comparable ni bajo su aspecto moral, ni bajo su aspecto nacional, con ningún otro, como no sea quizás al de la defensa de la Patria por el ejército. (Justo Sierra OC XIV: 358) “A José Ives Limantour” (Tercera Parte. 19021912). 1907.

Para Justo Sierra no se puede comparar el ejercicio educativo con otra tarea burocrática, desde lo fundamental en el proyecto nacional: el kindergarten, o el jardín de niños, la escuela básica o primaria, desarrolla el trabajo de las normales para la formación de los profesores (tarea que había iniciado el maestro Ignacio Manuel Altamirano), la escuela de altos estudios, la Universidad Autónoma de México. Por eso, Yañez comenta: Su angustia por la educación era de signo patriótico. Ya investido de responsabilidad política vuelve a repetir audazmente su antigua idea de que frente a los amagos del imperialismo norteamericano y a la invasión del capitalismo extranjero, México no tiene otra esperanza que la edu-

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cación; así lo dice con cierta ruda franqueza, nada menos que a Limantour, en la memorable carta del 31 de diciembre de 1907: “los ferrocarriles, las fábricas, los empréstitos y la futura inmigración, y el actual comercio, todo nos liga y nos subordina en gran parte al extranjero.” (Sierra OC I: 163).

La correspondencia entre Limantour y Sierra, aunque diplomática, muestra oposición entre el pensamiento de un tecnócrata y un pensador social. Mientras uno propone la inversión en la educación para, en un futuro, sortear de mejor manera las finanzas y la inversión, el otro, Limantour, propone una generación de riqueza en el aquí y ahora, sin el gasto social. En ese adelanto, como señala Yañez, Sierra ve: El axioma de la paz como condición del progreso se mantiene incólume, inquebrantable, reiterado a lo largo de todos estos artículos, atentado por los frutos de seis años. Pero también se mantiene la obsesión por “el mejoramiento intelectual, la espiritualización del pueblo por medio de la instrucción y de la educación, que no sólo lo arma [...]” ( Sierra OC I:97)

Es al ejército y a la educación que Sierra enfoca la salvaguarda de la patria. El primero guarda la paz necesaria para el progreso de la nación. En la paz florecen las artes, dice el dicho, y así lo pensaba Sierra. Propone una religión que tenga como enfoque la humanidad, el cristianismo desde el más puro enfoque. La educación sería parte de ese trabajo.

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“Los intentos del señor Montes van más allá de lo que se temía”, declara el primero de los artículos, que analiza la exposición del proyecto, y aun cuando ésta es en su mayor parte una historia de la educación mexicana con enjuiciamientos generales en que por primera vez varía la interpretación histórica oficial en puntos como el virreinato, Sierra pasa esto por alto, seguramente a causa de profesar igual criterio, como lo demuestra la carta —ya citada— que dirigió a Altamirano el 9 de octubre anterior, donde habla de “nuestro profundo respeto al pasado, al revolucionario y al de más allá, al pasado católico y feudal de la civilización”, en tanto califica el odio al pasado como “llaga secreta de los partidos revolucionarios, fuente de intolerancia y error” ( Sierra OC I:87). Su catolicismo, cristianismo para muchos, desarrolla esa empatía con el pasado colonial, sin embargo, no deja de reconocer los problemas que esos trescientos años trajeron consigo. Por supuesto, en su propuesta, invitó al clero a trabajar desde su propia esfera al desarrollo de una ética moral del mexicano. De las ideas trabajadas durante un cuarto de siglo, bien corrido, la que primero aparece, y no podría ser de otra manera, es la que define y orienta la jornada como una empresa nacional de educación y no simplemente de instrucción. (Sierra OC I:154)

Para Sierra, el Estado mexicano, pues, debería ser un promotor de la educación, y no un instructor; es decir, no sólo se necesitaba gente para trabajar, para maquilar, sino para pensar. Para ello proponía, siempre, que el trabajo del Estado era el ser continua-

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dor de la obra educativa de los padres, porque la educación que se propone es integral: incluye lo moral y lo cívico. Reconoce que si la educación se queda en cierto nivel, esto será causa de: La industria sin la Ilustración es un instrumento de hacer esclavos. Las naciones pueden cifrar su fuerza material en la industria, en la agricultura, en la minería, en lo que se quiera[...] (Sierra OC IV: 332)

La anterior cita es importante para nuestro trabajo, porque es una de las raras ocasiones en las que el autor retoma la palabra Ilustración como concepto que remite, unido al de educación, a los deseos de un pueblo, libre, igual, fraterno y civilizado. Ese es el concepto que propone Sierra. Por supuesto, a diferencia de las potencias desarrolladas económicamente que proponen que los otros sean, y muchas de las veces ellos mismos, instruidos. Mientras que el instruido es enseñado sólo en una disciplina o rama de conocimiento, el ilustrado es enseñado y culto. La industria requiere personal instruida en la fábrica, mientras que el Estado requiere al ilustrado. ¿Y cómo lograr tamaña empresa? Procurando con todos nuestros conatos equilibrar estos resultados de lo que se ha llamado invasión pacífica, con la contrainvasión de los intereses europeos, de manera que estas fuerzas se equilibren y nosotros podamos gobernarlas; mas para gobernarlas es preciso fortificarnos, procurando consolidar nuestra unidad nacional por medio de la educación pública. (Justo Sierra OC IX: 115) “Declaraciones” (Ensayos y artículos). 1886.

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La educación es lo que proporcionará el saber y además la libertad para poder equilibrar las fuerzas extranjeras. En el saber está la unidad que es capaz de enfrentar a los intereses extranjeros; el saber da, además, la independencia, que en este caso, es una dependencia tecnológica. Por ello, el discurso de Sierra, hasta el día de inaugurar la Universidad será un discurso de: Por sí sola esta lista, con otros nombres de pensionados que no figuran en el Epistolario —Diego Rivera y Manuel M. Ponce, por ejemplo—, acreditarían lo patrióticamente saludable del empeño, cuya finalidad era “nacionalizar la ciencia”, “mexicanizar el saber”, “recurriendo a toda fuente de cultura, brote de donde brotare”, según la última y suprema expresión del pensamiento, el día de inaugurar la Universidad (V -448).” (Sierra OC I:163).

Es su primer trabajo como patriota, es el trabajo que se debe fortalecer para formar la patria. Mexicanizar, nacionalizar, el saber representa la forma de liberarnos de las dependencias tecnológicas, y por tanto, económicas de los países extranjeros. Otra forma de capitalización es la educación; es convertir los capitales intelectuales inertes en las manos muertas de la ignorancia, en capitales activos y productores. ¿Cuál es el estado de esta movilización del capital intelectual en México? (Justo Sierra OC IX: 147) “México social y político” (Ensayos y artículos). 1889.

Ésta es la discusión que Sierra tiene con el otro México, el México comandado por Limantour. Mientras el proyecto de Sierra es a futuro, como todo buen

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maestro es visionario, el proyecto del otro México es en el presente. Por ello, la resistencia al proyecto de Sierra, no sólo proviene del extranjero, sino también del interior del gobierno, pero: Día a día renovada, original e intacta día con día, celosamente defendida contra las asechanzas de la incomprensión, de la calumnia, del tedio, de la rutina, es la emoción el secreto que convierte los escasos diez años del ministerio espiritual del maestro Sierra en el más fecundo período de la educación mexicana. Porque la Sutra era una emoción contagiosa, que reduplicaba el esfuerzo de las almas, el rendimiento de los trabajos. (Sierra OC I:155)

El empeño de Sierra está presente aún en la educación mexicana; para Sierra el proyecto educativo fue un ministerio personal, en el cual tenía que defender su postura. Yañez escribe bien cuando menciona que fue una Sutra emocional: eso es lo que mantuvo el espíritu educativo de ese México. Ya que, finalmente, el pueblo entiende la propuesta de Sierra, que puede resumirse en la siguiente cita: Los pueblos más civilizados son aquellos en que hay más escuelas y más niños que sepan leer y escribir; más ferrocarriles, para que las personas y las mercancías puedan ir con mayor rapidez, comodidad y baratura, de un lugar a otro; más fábricas que den de comer y permitan el ahorro a mayor número de obreros; más campos cultivados, etc., y más museos, academias, bibliotecas, teatros. (Justo Sierra OC IX: 199) “Noción de la historia” (Elementos de historia general). 1888.

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Todo está en el centro de la educación, o mejor escrito, el punto nodal de todo es la educación, ella es el centro sobre el cual giraran las demás actividades económicas. Esto lo aprende de las grandes potencias; sabe que la educación es clave para el desarrollo de los pueblos. De ellos, también conoce otra lección: [...] la necesidad de hacer del héroe el centro de la instrucción histórica primaria. Estas máximas están en práctica ya en Europa y los Estados Unidos [...] (Justo Sierra OC IX: 197) “A los profesores” (Elementos de historia general). 1888.

Por supuesto, Sierra es uno de los promotores máximos de la generación de la Reforma, y entiende que la conformación de héroes nacionales, y su enseñanza en la primaria fundamenta el espíritu identitario y nacional. Pero no sólo es por seguir a las naciones en desarrollo, sino también porque impera la necesidad de conformar un ideario de identificación, e históricamente, los conservadores y los liberales están de acuerdo en los héroes nacionales, pese a las pequeñas diferencias. Admitimos que la enseñanza histórica tenga para los niños un fin moral y cívico; pero con esta reserva: que no se pierda de vista que no es lícito falsear los sucesos para darles un carácter moral (que pocas veces tienen), y que este punto de vista se subordine a este otro: la historia es la narración de las vicisitudes y del progreso de la humanidad. (Justo Sierra OC IX: 198) “A los profesores” (Elementos de historia general). 1888.

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Si se desea un hombre íntegro, en todos los sentidos, éste debe ser educado con la imagen del líder, éste es el primer sentido de la enseñanza del héroe. La finalidad de ello es que la narración del héroe sea la detonadora del análisis del progreso de la humanidad. Finalmente, en términos de educación, Sierra ve un horizonte en la educación estética: La educación estética del pueblo, elemento de regeneración cuya importancia hasta hoy empieza a comprenderse, encuentra obstáculos casi insorteables en la vitalidad creciente de organismos destinados a solicitar lo que hay de más inferior en la sed de goce que nos domina [...] (Justo Sierra OC XIV: 261) A Carlos J. Meneses (Tercera Parte. 1902-1912). 1903.

La educación estética es parte de esa forma integral de educar, no sólo para Sierra, sino para casi todos los intelectuales del XIX. Por supuesto, los obstáculos a los cuales se enfrentaba, están presentes, y siempre lo estarán, serán parte del trabajo educativo de Sierra. En ese desarrollo educativo, la literatura desempeña un rol importante en Sierra: La poesía es una perenne revelación de Dios en la humanidad. Los helenos la llamaban “Creación”. Los latinos apellidaban a los ministros de ese culto inmortal de lo bello, “vates”, adivinos, y cuenta la tradición que la pitonisa Phenomoé fué la primera que en el arrebato de la inspiración profética, prorrumpió en esa música del pensamiento que se llamó “verso”. (Justo Sierra OC III: 54) “Los poetas” (Crítica). 1869.

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El apego que siempre tuvo Justo Sierra a la poesía nunca lo abandonó, fue un impulsor de ella, en todos los niveles; la literatura mexicana encontró en él uno de los más críticos lectores. Muchas de las veces fungió como orador en los funerales de sus maestros y amigos. Como crítico de la literatura nacional se preguntó, igual que se lo había cuestionado Altamirano, si la literatura nacional existía, aunque le proporciona a la pregunta un sesgo interesante: Pero llegamos aquí a un punto capital. No existe entre nosotros una literatura dramática. ¿Por qué no existe? (Justo Sierra OC III: 100) “La literatura en México y otras cosas” (Crítica). 1871.

Por supuesto, realmente él habla de una literatura nacional dramática que, en efecto, no existe, en términos de números: de actores y de creadores; se debe tomar en cuenta, que el teatro era el gran medio de difusión de arte. Por supuesto, las producciones más representativas, y las que contaban con mejor calidad, eran traídas del extranjero. Sobre todo, porque no había inversión en ese rubro. ¿Cuál es el elemento esencial para la formación de una literatura dramática mexicana? El estímulo. ¿Y a quién le toca estimular? Al público ante todo, después al gobierno. (Justo Sierra OC III: 100) “La literatura en México y otras cosas” (Crítica). 1871.

Ese es el problema como lo señala Justo Sierra: el mayor obstáculo para Sierra es que no se tiene, uno, la cultura para apoyar a la producción mexicana, y dos, los dineros. Nótese que Sierra antepone el públi-

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co al gobierno; no es responsabilidad de este último, estimular directamente porque no se desea un teatro de Estado. En otro sitio, Sierra, escribe bien sobre este punto: “¡Bienaventurados los que tienen dollars, porque J. de ellos es el reino del arte!” (Sierra OC VII: 45). De cualquier manera, siempre se encuentra una insistencia en las representaciones teatrales mexicanas porque en ellas se puede encontrar un modelo válido de representación de la cultura popular, se puede combinar lo regional con la alta cultura: En nuestra tierra natal, los dramas sobrios y profundos de Cisneros, los poéticos y ardientes ensayos de Aldana, entre una gran cantidad de nobles tentativas, marcan muy alto el nivel que ha alcanzado en Yucatán la corriente literaria, cuya fuente se identifica con una memoria por nosotros adorada, y que aún hoy y por entre innumerables obstáculos marcha más imponente a cada instante, bajo el decidido amparo de un gobierno lleno de inteligencia y de ardor juvenil por el bien y prosperidad del Estado. (Justo Sierra OC III: 101) La literatura en México y otras cosas (Crítica). 1871.

Sin embargo, finalmente, la situación de la literatura dramática es difícil, ya sea por los actores o por las compañías de teatro que tienen dificultad en la inversión ya que al representar obras nacionales o de autores mexicanos ven mermadas sus ganancias. El hecho es que en el día, nadie, nadie hace caso de la literatura nacional bajo ningún aspecto. Y con razón los directores de compañías dramáticas, exceptuando quizá a Eduardo González, esquivan el dar a la escena piezas de autores

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mexicanos. (Justo Sierra OC III: 100) La literatura en México y otras cosas (Crítica). 1871.

En efecto, en su época nadie hace caso de la literatura bajo ningún aspecto. Justo Sierra en 1881 refiere un caso particular para la industria del libro en México: no existen los empresarios en fomentar la industria de ningún tipo, o mejor dicho, la industria para mexicanos y por mexicanos, o extranjeros con cimientos en México; industria en el orden, por supuesto, de la cultura. Sierra pone el dedo en la llaga: la industria del libro deja ganancias, pero nadie quiere encargarse del asunto: De ahí el estado que lamentamos: la literatura no tiene a su disposición el instrumento que le exige la refinada cultura de la sociedad moderna; el de la belleza de la edición, aliada con su baratura. Un libro mal impreso entre nosotros cuesta mucho más que un bellísimo libro en Francia, en Inglaterra y aun en España. Y como estos libros no encuentran obstáculos en el arancel para entrar al país, nos inundan literalmente en un mar de ediciones baratas y magníficas, con las que intentan competir los editores mexicanos. He aquí una industria condenada al estancamiento, si no a la muerte, ¡y qué industria! La del libro, artículo de primera necesidad en el orden intelectual y moral. (Sierra OC IV: 329).

La lamentación de Sierra es válida y se acerca a la lamentación de un lector, en primera instancia, y a la de alguien que sabe que no se está estimulando la inversión por el orden de la independencia intelectual, y moral, sobre todo. Él insiste que se lee, y que se

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podría otorgar “[...] al público lector con impresiones hechas en papel nacional.” (Justo Sierra OC V: 72) “La industria papelera”. 1881. Es claro, pues, que la defensa de Sierra, por independizarse, en todos los ámbitos, es anhelada. La patria es la que se encuentra presente en el discurso de Sierra: La patria es el deber supremo, y la literatura también debe subordinarse a esa misión. Al igual que su maestro Altamirano, y la mayoría de los intelectuales liberales del XIX; debe pues, trabajarse sobre la epopeya nacional, que piensa de manera muy particular: Decidíos, por último, a contar en dramas la epopeya de nuestros abuelos, de los heroicos aborígenes de nuestras montañas, nuestros bosques y nuestros vergeles. Devanaos los sesos para hacer de cada indígena un Garcerán, haced, a riesgo de parecer inverosímiles hasta no más, haced hablar y moverse a esa noble raza envilecida por la servidumbre y por la ignorancia, que ha visto pasar ante ella doce generaciones de opresores, silenciosa e inmóvil; dad el color local a vuestras composiciones… y el teatro, estallando en una carcajada homérica, os mandará a todos los diablos, a vosotros y a los heroicos aborígenes de nuestras montañas. (Justo Sierra OC III: 102) “La literatura en México y otras cosas” (Crítica). 1871.

Es la lucha entre la realidad y lo que se plantea en la literatura; en contra de la imagen idílica del indígena pastor e inteligente, que dominaba una parte de la literatura, se encuentra la realidad; el realismo y el modernismo comparten un tiempo, el tiempo histórico del porfiriato. Éste es un pasado en donde la crítica fue

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constante; en este apartado Justo Sierra deja claro que ese pasado indígena es remoto, inexistente, tanto racial, como culturalmente. Por supuesto, lo que interesa a Sierra es que el poeta cante: [...] sino las tradiciones inmortales de nuestras luchas, de la guerra de la insurgencia, de la santa contienda civil que produjo la Reforma, de ese épico ayer que se llama la segunda independencia. Cantad, poetas, no la danza habanera, ni en versos más o menos armoniosos, los viles refinamientos de una lascivia platónica, de que se hace alarde nada más que por el prurito de pasar por libertino; cantad al amor, pero al amor sublime del alma; y cantad la historia política de nuestra patria, aun cuando vuestros himnos os marquen un puesto en uno de los partidos en que se divide nuestra sociedad. (Justo Sierra OC III: 104) “La literatura en México y otras cosas” (Crítica). 1871.

Estos himnos a la patria son los que fortalecerán la imagen del héroe, desde el punto de vista pedagógico, y remarca la memoria patria, la memoria identitaria de la insurgencia, de la reforma, de la historia patria, porque a partir de ahí es en donde forja la unión del pueblo, aunque sea de un partido completamente diferente: la diferencia política la une la patria. Porque la patria escucha: “… ¡oh! patria, atranca tus oídos… se ríe de los dramas tomados a nuestra grandiosa epopeya nacional.” (Justo Sierra OC III: 102) “La literatura en México y otras cosas” (Crítica). 1871. Esta epopeya nacional está unida, irremediablemente, al calor de la cultura latinoamericana, que ha encontrado un solo canto para entonarse, la libertad en la expresión poética:

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[...] la gran poesía americana, cuyos primeros vagidos se anuncian con tanta robustez, en Cuba, en las Américas del Sur y acaso en México. (Justo Sierra OC XIV, 19) “A su hermano Santiago” (Primera Parte. 1867-1900). 1868.

Por supuesto, este anuncio de Sierra, recupera la importancia que ha tenido tal independencia en Sudamérica y en Cuba; en la primera, ve que la deconstrucción del lenguaje ha sido positiva, ha generado una nueva libertad. Pero es el canto hacia la patria lo que creará un nuevo lenguaje, un lenguaje crítico en la literatura nacional: [...] imitad [...] a Olmedo, el cantor de la libertad americana; a Hugo, el poeta redentor de las injusticias sociales; así formaréis, así estáis formando bellas páginas a la literatura nacional. (Justo Sierra OC III: 104) “La literatura en México y otras cosas” (Crítica). 1871.

La propuesta de formar parte de la literatura nacional, a partir de la consolidación de la llamada epopeya nacional, fue la propuesta de toda una generación de escritores: Cuando venciendo mi timidez, que hacía sonreír a Altamirano, hablé con él, me sentí otro, y me detengo un momento en recordar este estado de mi ánimo, porque ha sido el de muchos de vosotros, amigos míos, en circunstancias análogas; estoy seguro de ello. Mi nombre trajo a su prodigiosa memoria el de mi padre, me habló de él, me entusiasmó, me cautivó, me hizo suyo… lo soy todavía. Al día siguiente me llevó a una ‘velada literaria’ en la casa del señor Payno. ¿Qué hombres había allí? La nobleza, la alta nobleza de las

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letras patrias: Prieto me llamó su hijo con olímpica ternura; Ramírez me dió un consejo o una broma; Payno brindó conmigo; Riva Palacio me habló del porvenir; Gonzaga Ortiz me informó de mis aficiones literarias en un tono un poco “marqués”, es cierto, nuestro siempre llorado don Anselmo de la Portilla, me comunicó instantáneamente su fervor por el ideal y por el arte. (Justo Sierra OC III: 384) “El maestro Altamirano” (Crítica). 1889.

Éstos son los hombres y los nombres que rodean la conformación de la República restaurada, son los hombres que forjan las letras y a, a la vez, la patria, están situados en todos lados, en todos los ambientes y ámbitos; y su trabajo es claro: educar a las nuevas generaciones. Son los padres putativos de Sierra, en la ausencia de él, en el recuerdo, en la “olímpica ternura”; cada uno tiene una visión y un trabajo, es cierto, pero pese a la diferencia, sostienen un objetivo común: la patria. Anoche fué mi debut en aquel areópago. Allí estaban Ramírez (Nigromante) con todo el sarcasmo de Voltaire, con toda la dialéctica de Proudhon y con una finura de gusto, peculiar a él, allí Prieto, cuyos versos, cuya voz palpitan como su corazón volcánico, allí Alcaraz el de las endechas preñadas de sentimentalismo y que si no fuera tan gordo y bien comido, haría pensar en Hegessippe Moreau, Lafragua, que clasifica cada verso, cada destello, como si fueran diamantes de una joyería inmensa, allí Payno, que ha encontrado en la vida dos sonidos que causan éxtasis, el de los versos y el del oro, allí Altamirano, ese muchacho de gran corazón y cuyos ojos chisporrotean como una hoguera, admirable poeta;

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Arias, ese Lope de Vega flojo, Vicente Riva Palacio, que me encarga para ti muchas gracias por tu cuarteta que le leí. (Justo Sierra OC XIV: 18) “A su hermano Santiago” (Primera Parte. 1867-1900). 1868.

Pléyade de intelectuales, pues, que encuentra parangón entre los más sabios. Algunos han sobrevivido a la memoria, algunos otros no. Pero lo importante es observar, cómo, en esencia, la literatura mexicana cuenta con los mejores hombres y los más preparados; están a la altura de cualquiera en Europa, y se encuentran bien preparados. Uno de los mejores prólogos que Sierra preparó, fue el de Gutiérrez Nájera; como parte de su generación Sierra sintió el deber de impulsar a su generación, y defender su postura estética, frente al regionalismo exacerbado, que en ese fin de siglo, aún tenía pujanza: ¡Y el francesismo! En un estudio, demasiado rápido e incompleto, por insuficientemente informado, de nuestra literatura nacional en los tres primeros cuartos de este siglo, pero así y todo, el más acertado y de mayor alcance de cuantos sobre el mismo tema se han escrito, el señor Menéndez y Pelayo reprocha a los novísimos poetas mexicanos su devoción, que él llama hiperbólicamente superstición, por la literatura francesa del cuño más reciente. (Justo Sierra OC III: 405) Prólogo a las poesías de Manuel Gutiérrez Nájera (Crítica). 1896.

Manuel Gutiérrez Nájera es un poeta, y eso habría que defenderse, en todo el sentido de la palabra. Y un poeta mexicano, sobre todo, que nunca dejó

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de pensar en México, y en el canto a la epopeya nacional. Sierra, en su descripción posterior, nos habla de su raza, de su precocidad, su catolicismo: Si hubo un poeta de raza y de medio, fué Gutiérrez Nájera seguramente; tenía en la sangre el germen y respiraba la atmósfera apropiada a su desarrollo precoz. La sociedad católica en México que, muertos Carpio y Pesado, no veía despuntar ningún sucesor de aquellos grandes salmistas en su horizonte, porque Arango y Segura eran acrisolados versificadores más bien como resultado de una cultura literaria selecta y superior, que por temperamento y genio; la sociedad católica que atravesaba una crisis aguda de descomposición y recompensación a consecuencia del triunfo definitivo del liberalismo, miró en Gutiérrez Nájera a su niño sublime, como dijo Chateaubriand de Hugo, y esperó verle tremolar, al son de incomparables himnos, los vexilla regis de la religión y del arte. (Justo Sierra OC III: 404) Prólogo a las poesías de Manuel Gutiérrez Nájera (Crítica). 1896.

Como Sierra mismo lo menciona: Gutiérrez Nájera logra reconformar una tradición casi perdida en México: la poesía religiosa; sin embargo, esa recomposición poética no es declarada, sino subyace en su poesía: no podría ser directa por el triunfo del liberalismo. Pero, Nájera, retoma esa veta para explotarla y explorarla desde una perspectiva diferente, y con ello, recupera a personalidades como Pesado, Carpio.

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Capítulo III

El último argonauta: Alfonso Reyes

Alfonso Reyes representa la cúspide de los intelectuales formados en la tradición de la Ilustración mexicana, fuente primaria durante el siglo XIX, su labor culta fue una vuelta a la tradición, una lectura de los letrados ilustrados de México de finales del siglo XVIII y del siglo XIX. La escritura de Reyes no se centra sólo en proponer una respuesta a las preocupaciones nacionales, sino que en el marco de lo universal, de lo internacional, inserta la tradición mexicana (no como respuesta antitética, sino en el encuentro de coincidencias) en lo cosmopolita. Así, Reyes propone un marco occidental común para los habitantes de América Latina y de Europa: la cultura grecorromana: Reyes profundiza en la cultura helénica y ve en ella el origen de la cultura occidental-universal. Una de las maneras de percibir el conocimiento se traza en el viaje. Para Reyes el intelectual debe

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viajar por curiosidad, por las ansias de entender su mundo. El viaje enlaza tres tipos de experiencias: los griegos, que para Reyes fundamentan el viajar filosóficamente en la indagación por el conocimiento mismo. El viajero Humboldt, quien para Reyes funda las exploraciones de los viajes modernos, realiza la mejor combinación entre el viaje científico y las descripciones estéticas al plasmar en sus escritos la materia a través de la cual se viaja. Además, Humboldt permitió el redescubrimiento social e histórico de la Nueva España. Por último, el viaje mental que, para Reyes, es encontrar el conocimiento por sí mismo, viaje que debe procurar, sobre todo, el intelectual a quien le corresponde la fundación de la utopía.

Tránsito de ida: concepción del viaje en Reyes Los pensadores mexicanos del siglo XIX se iniciaron en la posibilidad del viaje asimilándolo como una alternativa viable para el aprendizaje de nuevas formas. Su viaje acontecía, principalmente, hacia el interior —conocerse a sí mismos— en su geografía y en sus riquezas, pero, sobre todo, el “viaje” más deseado lo representó la vuelta a Europa y a su cultura. Un nuevo género se propone: “literatura de viaje”, ésta como el principio motriz de los intelectuales mexicanos por adquirir conocimiento europeo de manera directa, ya que el viajero relata lo que observa tanto de Europa como de América. La literatura de viajes es el medio para emprender la odisea, tanto en lo placentero como en lo educativo: su enfoque es cognoscitivo.

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Por supuesto, en Reyes, como en muchos otros intelectuales de la época, acontece un hecho irremediable: la revolución que provoca la salida del país y consecuentemente el viaje. En el caso particular de Reyes acaece la violenta muerte de su padre. 78 A partir de este viaje (1913), Reyes sintetiza e interpreta la tradición de los viajeros mexicanos: Payno, Heredia, Ignacio Ramírez, Ignacio Manuel Altamirano, Justo Sierra. 79 Integra la práctica del viaje como parte inherente en la labor del intelectual mexicano, latinoamericano y cosmopolita. Reyes analiza el carácter de sus viajes y asume la postura de viajero. Su propia definición navega entre el Odiseo geográfico, casi científico, y el Eneas nebuloso, equívoco, enigmático.80 Su postura al conceptuar el viaje será la de equilibrio entre esas dos fortalezas en el hombre: el viaje por la ciencia y el viaje por la poesía. Ese equilibrio (palabra que por demás gustaba escribir) le lleva a confesar: [...] pertenezco a la familia de Odiseo, a la familia de los que andan por entre peripecias suspirando por el retorno. Simbólicamente, puedo decir que 7 8 . El padre de Reyes muere el 13 de febrero de 1913 en lo que será conocido como la “Decena trágica”, cuando Victoriano Huerta traiciona a Madero, el cual es aprehendido y asesinado. La muerte del General Bernardo Reyes para muchos intelectuales lo levantó como héroe, para otros como traidor. El acontecimiento histórico trajo pesadumbre a Alfonso Reyes, quien siempre llevó en la memoria esta muerte. 7 9 . Justo Sierra no fue un gran viajero físico, sino mental. Sólo viajó a Europa (a conocer Grecia) una vez en su vida, y otra a EUA, este último más en misión diplomática. De ambos viajes realizó bellísimas crónicas. 8 0 . Confróntese, Reyes OC III, EPO.

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he pasado la mitad de mi vida contemplando el mar. El mar ha cobrado para mí un sentido místico. (Reyes OC VIII: 163) “Juegos florales de Mazatlán”, 1940.

Desde su éxodo a Europa, Reyes se figura como viajero, su travesía semeja la del hombre del siglo XIX, a caballo entre el avance tecnológico y la rapidez, comodidad de los viajes en el siglo XX. Pero Reyes no se conformará con la experiencia fenomenológica del viaje mismo, es decir, él conceptúa el viaje no sólo por su condición personal, sino porque ve que el hombre se ha planteado la vida como una travesía que enfrenta a los viajeros con la otredad en la cual aprenden y aprehenden otras formas de conocimiento: un desarrollo histórico. La búsqueda del viajero sirve, sustancialmente, para encontrar el sentido de la vida, no sólo el conocimiento: “Filosofía comienza por ser curiosidad en general, y hasta curiosidad de viajero: Solón, según Herodoto, viajaba por filosofía, en busca de las maravillas del mundo.” (Reyes OC XIII: 17) LCEA, 1941. Los griegos81 no sólo indagaron por su naturaleza científica, sino que deseaban conocer las bases del conocimiento peregrino: “Y en aquellos días, viajar era el medio por excelencia para conocer el pensamiento extranjero (SS155)” (Reyes OC XIII: 31) LCEA, 1941. Los viajeros griegos para Reyes establecen los primeros puentes en el pensamiento occidental, traen consigo noticias, información, ciencia, desarrollo, 8 1 . Aunque el apartado especial sobre los griegos se presenta a continuación de este capítulo, se vuelve necesario la relación que Reyes expuso entre el viajero griego y el contemporáneo.

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referencias que no sólo sirven en su momento, sino también en la actualidad: “Por referencias del viajero Ion de Quíos, se sabe que el joven Sócrates comenzó sus estudios [...]” (Reyes OC XIII: 92) LCEA, 1941. La base del conocimiento parte de la curiosidad latente en todo ser humano, así la filosofía, límite primero, señalará ese camino: “Y la mayoría de los filósofos apenas roza ligeramente la poesía, en su viaje de descubrimiento hacia la substancia universal” (Reyes OC XIII: 160) LCEA, 1941 Porque para Reyes, los viajeros fundan en su filosofía los objetivos del viaje por el conocimiento mismo, la curiosidad enlazada a otros momentos que se relacionan con la manera de cómo narrar las experiencias del viaje, cómo establecer la bitácora: el método del conocimiento. Doble objetivo, mientras se entrelazan los datos y las referencias, se construye un sistema de reflexión que permitirá a los otros viajeros un método de estudio, un procedimiento para llevar a cabo su narración. Así, para Reyes importa la referencia del viaje porque no sólo se transporta la raza humana en su aventura, sino el fundamento de toda prospección de la raza humana, lo que servirá a las futuras generaciones de viajeros pensadores, de seres humanos o de, inclusive, civilizaciones: “Aristóteles limitó sus viajes al área Egea. La obra geográfica que se le atribuyó es apócrifa. Pero en su sistema filosófico situó conceptualmente el lugar de la geografía.” (Reyes OC XVIII: 334) GMA 1958. No importa que ya desde Aristóteles se realice el viaje físico a través del mundo real, sino que el intelectual tenga en cuenta el viaje como parte de sí, como un sistema de referencias en el pensamiento: se viaja mentalmente.

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El viajero para ello debe tener un objetivo, o los objetivos claros, sobre todo para el cumplimiento de la bitácora: Así, entre los argonautas, Homero, los genealogistas y los logógrafos, se van creando una historia y una geografía míticas con retazos de realidad [...] Así fue descubierta América. Y así la antigüedad fue completando su carta del mundo (Reyes OC XVII: 69) LH, 1941.

Todo ingresa en las posibilidades del viajero cuando se ha creado una organización en donde las realidades mentales de la curiosidad desbordan las posibilidades de la ciencia a las cuales se circunscriben. En Última Tule Reyes escribe sobre Waldo Frank, y reflexiona sobre su poesía. Lo ilustrativo de este ensayo radica en que Reyes encuentra en la obra poética de Frank un “Sentido del viaje” (que es como se llama el apartado). En el escrito conceptúa el viaje como la fantasía de los humanistas, de los poetas y de los navegantes (antes del descubrimiento) como proyecto de un futuro heredado. Termina al decir: “Y éste es, en efecto, el sentido del viaje espiritual de Waldo Frank” (Reyes OC XI: 138) UT, 1942. El viajero, pues, busca más allá de la razón, más allá de los límites de la tierra, el viajero se define como el intelectual que busca construir la utopía. Aunque la metáfora en Reyes no se detendrá en ese ámbito, sino englobará desde lo personal hasta lo mental o lo social: la raza humana se encuentra en un viaje en el cual se necesita tolerancia intelectual entre uno y otro. Entendimientos de las formas culturales para integrarnos en lo general. Así:

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Nuestro viaje por el mundo, aunque cuando sea, físicamente, una serie de partidas y contrapartidas geográficas, es —moralmente entendido— una suma constante, una línea en movimiento que cada vez enlaza entre sus mallas nuevos afectos, nuevos pueblos, nuevas nociones del mundo. Vamos a través de reinos y repúblicas, tejiendo el cordón de miel evangélico. Somos, como la vieja Celestina, aunque en un sentido mucho más noble, ‘zurcidores de voluntades’ [...] a crear continuidad (Reyes OC VIII: 156) VV, 1930.

Los embajadores, los viajeros, los intelectuales tienen ese trabajo, crear vasos comunicantes entre las diferentes identidades que sostienen siempre al otro, al que se visita o al que se recibe. La continuación es necesaria para el nuevo mundo, pero la continuidad debe ser planteada como un tejido en donde lo nuevo se integra, sin violencia, a lo que ya está.

Punto de reunión, Humboldt: viajero moderno Humboldt está presente en la tradición mexicana porque es un hombre de quien se ocuparon los intelectuales del siglo XIX y principios del XX; su vasta cultura renacentista-universal permanece porque ha enseñado a los mexicanos la manera de alcanzar sabiduría a través del viaje. En 1959, a seis meses antes de su muerte, Reyes prepara y sustenta en el Palacio de Bellas Artes de México, una conferencia titulada: “ALEJANDRO DE HUMBOLDT (1769-1859)”. Dicha conferencia representa, también, un elogio al viaje como medio

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para el conocimiento. Reyes expone los diferentes modos del viaje, escribiendo: “El Barón de Humboldt comienza pues su ‘viaje terrestre’ como al amparo de un mito adornado con los encantos artísticos del poema.” (Reyes OC XXI: 463). Pero el periplo multiplica concepciones, en él ingresa la lectura con sus marcos de referencias: “Goethe ha viajado por España en persona de Guillermo de Humboldt, digamos que también viajó por América en la persona de Alejandro” (Reyes OC XXI: 463). El viaje, pues, posibilita virtualmente, a través de lo que describe el autor, la intromisión del lector en la otra realidad, a la cual no se puede asistir físicamente. El conocimiento no sólo se adquiere de manera directa y por la experiencia, sino que se lee. A través de la lectura se genera una respuesta: “él mismo —propia proyección de Goethe hacia nuestra América—” (Reyes OC XXI: 464). Goethe simboliza a la parte del intelectual europeo que emite su propia idea sobre América. Reyes explora formas de lecturas para establecer una concepción propia, por ejemplo, a través de los textos “clásicos” que relatan las crónicas de la conquista de Tenochtitlán, perfecciona la noción que el europeo se representaba sobre América.82 A través de los libros es como se forma una imagen acerca del otro (europeo o americano), aunque en Humboldt se debe reconocer el arrojo, como buen hijo de Ulises: “Pero pronto se sintió atraído por el mar, tentación constante de los hijos de Ulises, los exploradores condena-

8 2 . Esta reformulación la trabajará en el libro Visión de Anáhuac, cuyo análisis finalizará este apartado.

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dos a soñar en las lejanías.” (Reyes OC XXI: 466). No obstante, Humboldt pertenece a la modernidad que ha llamado cada vez más a los viajeros a dar el salto hacia otras latitudes, geográficas o mentales. E independientemente del valor mostrado por el viaje mismo, el alemán Alejandro cuenta además con la Ilustración que le acompaña a América: [...] lo está esperando ya su gran destino de viajero, de viajero según la gran escuela de Cook, Bougainville y La Condamine, pero que poseyese a su vez algunos chispazos de ciencia a lo Buffon, de sensibilidad a lo Rousseau y a lo Bernardin de Saint-Pierre. (Reyes OC XXI: 467)

Tres cosas se requieren para ser viajero contemporáneo: la valentía, la ciencia y la sensibilidad. Humboldt sintetiza toda la Ilustración, a la vez que la moderniza en sus discursos; además, con un sesgo de ironía, Reyes menciona que Humboldt puso a prueba los modelos científicos manejados por los enciclopedistas. En efecto, a partir del trabajo de Humboldt se apreció a América de manera diferente. No sólo se consideraron las selvas, sino también el desarrollo científico, tecnológico; por ejemplo, Humboldt cuestionó las tesis de los ilustrados franceses quienes consideraban que los animales americanos eran subespecies. Así, Humboldt, pues, combinó ideología, experimentación y grandes dosis de erudición, en la descripción de América. Por esto mismo, mediante el discurso de Humboldt, los viajeros intelectuales mexicanos se replantearon la posición de América frente a España; el discurso humboldtiano sirvió tanto para los americanos, como

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para los europeos no españoles. A partir de Humboldt, la América y la Nueva España se afirman como entidades socialmente complejas, furiosas (independientes), sublimes (naturaleza). Ahí está el cosmos que Reyes ve en el viajero Humboldt, ya que a través de su análisis histórico, social, ideológico, estético, el escritor alemán pone en duda la visión que Europa tiene sobre América. Lo que invita, siempre, al europeo a visitar América, por supuesto, cuando además, “La pasión por los viajes es, por lo demás, característica de su época” (Reyes OC XXI: 463). Con el mismo ímpetu, Humboldt se inició en su carrera científica a través de Georges Forster y Sir Joseph Banks, los naturalistas que habían participado en la empresa de Cook. Forster conceptuó el viaje como una experiencia científica en la cual se debía combinar objetividad e imaginación con el fin de producir un relato que propusiese un equilibrio entre la información científica y las impresiones estéticas. Por ejemplo, en A Voyage Round the World, publicado en Londres en 1777, se lleva a cabo dicha combinación. Propuesta que Reyes resalta al decir de Humboldt: Es filósofo a la manera del griego, que viaja para aprender y consulta siempre el panorama de los pueblos y las costumbres. Es científico a la manera de los enciclopedistas, que ya empezaban a desaparecer. (Reyes OC XXI: 471)

Este sesgo momentáneo en Reyes, de admiración, de sobrecogimiento, de asombro por la obra de Humboldt atañe al ansia viajera, presente en él mismo:

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Y hay, en efecto, hombres de tal suerte estructurados que no soportan el confinamiento en un solo rincón del orbe o de la inteligencia. Quiere ir a Egipto, al cercano Oriente, a donde fuere; quiere “viajar como cosa en sí”. (Reyes OC XXI: 467)

En esta última cita, Reyes siente el apego que ha tenido hacia el viajero Humboldt. Él se refiere a que los hombres tienen la capacidad, como él a sus setenta años, de volver los ojos hacia su propio viaje y reconocer que el ser humano no ha sido “estructurado” para confinarse a una sola tierra o a una sola materia; él también es enciclopedista. El sentido del viaje no encuentra doblez en la naturaleza de ciertos hombres.

El Anáhuac desde Madrid El viajero al transportarse usa un camino que utilizará para llegar a un fin. Éste le da distancia de su propia reflexión. Lo primero que aporta el viaje: la perspectiva desde donde se objetiva el fenómeno. Visión de Anáhuac se encuentra en esta perspectiva, compromete muchos caminos, muchos viajes: el histórico, el social-literario, el cultural, el ideológico; es muestra de una breve e inicial “bitácora” de viaje que responde a la visión que los otros tienen de uno y/o a su vez a la de uno mismo. Alfonso Reyes cuando inicia la escritura de Visión de Anáhuac ha tomado distancia de sí mismo como mexicano. Separación a la que se puede atribuir gran parte de su concepción de viajero —real y virtual—, que lo enfrenta al único medio de respuesta: la escritura. El análisis de Alfonso Reyes se divide

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en una línea temporal en donde se reúnen diversos tiempos: el tiempo de la escritura del ensayo, en el cual México se presenta vuelto a la barbarie: la revolución que destruye la fachada de orden y progreso que Porfirio Díaz había impulsado a nivel mundial. Paradójicamente, Díaz expresa al inicio de la revolución: “Ya se soltó la yeguada, ahora a ver quién la junta”.83 Si bien para Reyes la revolución es un acto irresoluble, en su análisis encuentra que la raíz de esa violencia radica en el espíritu del mestizaje mexicano. La revolución busca, asimismo, el alma nacional. El tiempo de la realización, éste se enmarca en la conquista de México. Relato narrado por los “conquistadores mismos”. Por supuesto, los conquistadores poseen la permanencia de la escritura (irónicamente Reyes utiliza este elemento para presentar la conquista). Con la ausencia de escritura, Reyes señala la mudez del prehispánico en todos los ámbitos culturales. Reyes utiliza el relato de los cronistas: militares y religiosos, para “revivir” en el lector europeo —especialmente el español— su propia visión de México: la visión de Anáhuac. Con el uso de la preposición “de” propone que el valle de Anáhuac será la materia a tratar. A la vez, Reyes sabe que no puede mirar más que desde el Anáhuac, su México. Para él no existe otra posibilidad cultural, su pensamiento primogénito es así: Anáhuac. En este sentido, el libro de Visión de Anáhuac se anuncia como una presentación de México y sus habitantes: así es el mexicano, ahí está.

8 3 . Dicho que se atribuye a Porfirio Díaz y que representa la barbarie del pueblo mexicano.

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El viajero lector europeo americano se transporta a través del relato de Alfonso Reyes. El primer tránsito inicia con la transposición de fechas, Visión de Anáhuac (1519),84 firmado al final del texto como Madrid 1915. Este juego lingüístico en donde los números se cruzan (los mismos números, diferentes tiempos) de manera exquisita; 1519 representa el inicio del relato para terminar en la temporalidad de 1915: viaje histórico. Lo que representa una misma realidad confundida en la ficción (de la historia o de la literatura misma). Esta articulación deja entrever el anverso y el reverso de Anáhuac; de esta manera Reyes toma distancia, la necesaria para todo viajero, alejar lo real de la ficción. Así, con esta acción lúdica se logra decantar la postura teórica, moral o cultural representada en la escritura del ensayo. Asimismo, logra la observación de lo concreto: España y Anáhuac, o España viendo Anáhuac: origen común. La otra de las divisiones temporales que Reyes usó fue la numeración con las siglas romanas: desde el punto de vista del trabajo, esto señala una etapa temporal que se analizará con mayor profundidad. Reyes incluye al lector a través de los epígrafes, especialmente en el primero, que sorprende porque la cita85 tiene la doble repercusión de situar al lector en 8 4 . Se debe notar que el nombre completo del libro es éste: Visión de Anáhuac (1519). Así es registrado por Alfonso Reyes, y así permanece en las futuras ediciones, al menos en las notas bibliográficas. 8 5 . Así mismo, Reyes situó una perspectiva novedosa de México para este inicio de mestizaje cultural. La novela de Fuentes tendrá esas repercusiones, e intentará ese mismo sincretismo que Reyes plasmó, a través de Ixca Cienfuegos; nombre indígena, apellido español. Sincretismo que nos habla de la noción identitaria.

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el lugar establecido por su perspectiva. En segundo lugar, Alfonso Reyes la deja sin el nombre para que el lector viaje, nada más ni nada menos, por el ensayo. El viajero lector se transporta a través de un espacio temporal dinámico entre el aquí (Madrid 1915) y el allá (Anáhuac 1519). Redactó una primera versión del epígrafe en su conferencia ateneísta Paisaje de la literatura mexicana en el siglo XIX (“Caminante, has llegado a la región más transparente del aire”). El texto quedó finalmente como: “Viajero: has llegado a la región más transparente del aire”. Dos características especiales se advierten de inmediato. Primero, que Reyes no recurrió a ninguna frase redactada sino que él mismo la concibió. En segundo lugar, pulcramente describe el escenario natural de Tenochtitlán. El epígrafe funciona como introducción, como hilo conductor y como conclusión. En el epígrafe ensayado por Reyes en 1908, o en la edición de 1910, el término “caminante” marca la diferencia en la concepción del viaje, a partir de la experiencia misma de la travesía a Europa. Ya para el año de 1914-15 el viajero Reyes se aparta de la materia que es su patria. La vuelta a los periodos en los cuales Reyes revalora la visión de México se compone de cuatro apartados capitulados con dígitos romanos: I, II, III, IV. Cada número resumirá cada siglo desde la conquista, no en un orden cronológico, sino en un equilibrio presente que reinterpreta el pasado y su esperanzada prospectiva. El primero (I) revisa el presente, una visión desde afuera. Ya en Europa el viajero ve cómo se abre “la última zanja” (Reyes VdA II: 15), los desastres de la guerra y la irrupción del espanto

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social, definición y representación de la revolución. Cuatro siglos se embelesan en este punto, desde Netzahualcóyotl hasta Porfirio Díaz, desde la poesía hasta la guerra. El segundo (II), ingresa totalmente en el pasado, antepone a Bernal Díaz del Castillo, para que nos guíe. El tercero (III) presenta la tercera época, el siglo XIX; el epígrafe signado por “El Nigromante”, Ignacio Ramírez quien representa el maestro de maestros de la generación de la Reforma —como también de todos los intelectuales del siglo XIX—. “El Nigromante” impulsó el estudio y el aprendizaje de las lenguas indígenas. En el cuarto y último (IV), escribe un párrafo completo en donde la apología conjunta lo que se espera: el deseo de reunión futura. Se abre este espacio con una cita de Bunyan, quien representa al mundo sajón; Reyes abre y cierra el apartado con citas de dos poetas de lengua inglesa, el otro es Keats. Los cuatro espacios temporales de los capítulos cuentan con un hilo de voces que se analizarán independientemente. Lo significativo en esta estructuración discursiva radica en que Reyes enfrentará dos concepciones del mundo a través de espacios temporales diferentes.

I: El espanto social Reyes inicia Visión de Anáhuac con la frase: “Viajero: has llegado a la región más transparente del aire”, la cual ya había ensayado —reitero— hacia 1910 ó 1911 como: “Caminante: has llegado a la región más propicia para el vagar libre del espíritu. Caminante: has llegado a la región más transparente del aire.” (Reyes OC I: 198).

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Esta frase prueba dos caminos: uno, interno hacia dentro de la obra reyesina y del que se ha hablado en el párrafo de arriba; el externo que tiene dos valores: una primera referencia obligada a Humboldt,86 quien inspira la frase por su libro Ensayo político sobre el reino de la Nueva España, en donde propone una nueva perspectiva del Anáhuac. El análisis alfonsino retoma las voces que han proclamado la belleza del paisaje de México. Para esta frase, Robb propone que la referencia humboldtiana se debe a que “Reyes toma estos dos detalles de la ‘reverberación de los rayos solares’ y lo ‘enrarecido del aire’ (‘l´air raréfié) —despojados de su ropaje científico—; los combina, sintetiza y subjetiviza.” (Robb 1997: 1002) Humboldt está presente en la cultura mexicana: El Ensayo político sobre la Nueva España es base de nuestra literatura sociológica, obra de popularización única en su tiempo, indispensable para quien desee entender a nuestros países; y es inexplicable que España parezca haber olvidado por algún tiempo este documento expresivo y fehaciente de su propia reivindicación histórica. (Reyes OC XXI: 472).87

El libro Visión de Anáhuac parte de Humboldt como hombre “clásico y universal” (Reyes OC II

8 6 . Con este epígrafe se discutió ampliamente sobre la autoría del texto; la mayoría de las voces la atribuían a Von Humboldt. 8 7 . Conferencia que Reyes dicta en la celebración oficial del Primer Centenario de la muerte de Alejandro de Humboldt en el palacio de Bellas Artes en México, fechada 6-V-1959, unos meses antes de su muerte.

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VdA:16), para el análisis de la cultura hispánica en México: la española y la mexica de lo que se germinará el mestizaje cultural mexicano. Humboldt retomará, también, la “envidiable hora del asombro” (Reyes OC II VdA:17) en 1519, en donde dos razas se encuentran; significativamente, para Alfonso Reyes, el momento histórico social de 1519 es un instante de coincidencias azarosas para ambas razas, que en un punto de la reunión se aceptan sin violencia, sin intereses, sin odios: la curiosidad lo domina todo. Con ello se revaloriza, de manera científica-poética, el Anáhuac, lo que da un nuevo valor ante el mundo occidental. Como menciona el mismo Reyes: Alejandro contemplaba la que no pudo menos que llamar “Ciudad de los Palacios”, con arrobamiento semejante al de los Conquistadores cuando por primera vez se asomaron al valle de Anáhuac y a la ciudad de Tenochtitlan. (Reyes OC XXI: 468).

En la segunda referencia, Reyes cambia el sustantivo inicial “caminante” por “viajero”, término significativo en la “era de los descubrimientos” (Reyes OC II VdA: 13), en donde la transportación ya no es sólo por las vías ordinarias, por el movimiento físico del hombre, sino se requiere de algo más: el arrojo que implica la navegación. La historia, dice: “se desborda del cauce clásico” porque para el mundo occidental América no existía: ni su naturaleza, ni su gente, ni su civilización. Aquí entra la segunda referencia reconocida desde un principio: “Así nosotros, como los griegos” y señala un momento anterior a la cita del caminante

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que tiene el reflujo de la épica griega —dice Reyes— e imita el “tono” de lo antiguo. Además de esa evocación marcada por el epitafio griego, de los cuales Reyes gustaba, por ejemplo el tono del epitafio de Midas: “He de decir al viajero que aquí reposa Midas” (Reyes OC XIII: 164) LCEA, 1941. Reyes fija una nueva manera de enmarcar el fenómeno: la pintura y la etnografía. Es decir, los “ojos” de Europa ven a América desde la perspectiva de los relatos, y de lo que de ella se ha “pintado”. Las pinturas fundan una visión, que ha variado según “la elegancia del tiempo”, desde ese 1519 a 1915. Cuando Reyes fecha, 1915, se propone como un nuevo cronista que integra los elementos contemporáneos y pasados que conoce. La tradición hispánica: Ruiz de Alarcón, Netzahualcóyotl, Luis de Velasco, Porfirio Díaz; o de otra tradición: Stevenson, Giovanni Battista, Adrián Boot, Humboldt. Así, el primer apartado se estructura como una reminiscencia de los cuatro tiempos que desea evocar. Estos tiempos88 los señala por la separación entre los párrafos del primer apartado, que son cinco, sin embargo, con el quinto menciona un nuevo recuento, una recapitulación que señala la fundación, la síntesis del Anáhuac. Reyes tiene presente el recuento temporal de los aztecas, “el quinto sol”, que simboliza el fin (azteca) y el inicio (mestizo).

8 8 . Luis Leal en “La Visión de Anáhuac de Alfonso Reyes. Tema y estructura” propone que la división estructura una sonata en la obra misma, y que “ha sido utilizada con gran maestría para dar expresión al tema y sus variantes, el tema de la emoción del ser humano ante el paisaje”. (Robb 1996: 768).

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Dos motivos presenta América: los discursos etnográficos y la pintura de civilizaciones. En los primeros, América asombra por su paisaje, materia de las descripciones de los viajeros. Pero sobre todo, los textos que se releen proyectan su propia perspectiva. El paisaje se desborda del cauce clásico, la naturaleza no es creída por el hombre europeo, “las estampas,” escribe Reyes, provocan el ensoñamiento de ese lector. Las estampas lo llevan a la segunda evocación personal representadas por los paréntesis o los guiones, “—constante cuidado de los hijos de Ulises” (Reyes OC II VdA: 13). Pero los ojos que “fijan el carácter” de América son de los historiadores. Así, no es la literatura la que establece el carácter de América, sino los historiadores que narran por primera vez su naturaleza. En esta parte del texto, el lector Reyes integra al lector en la estampa presentándole de manera directa el Anáhuac: “Deténganse aquí nuestros ojos: he aquí un nuevo arte de naturaleza” (Reyes OC II VdA: 14). El tema sobresale por la descripción del Anáhuac a través de su naturaleza: cuando Reyes comienza a describir, “La mazorca de Ceres” (Reyes OC II VdA:14) expresa el sincretismo del mestizaje propuesto en la Visión de Anáhuac: el elemento maíz unido a una divinidad griega. Pero, las diferencias en la naturaleza es que la de Anáhuac es terriblemente seca y espinosa. El lector Reyes se atreve a enunciar más comentarios en la búsqueda de una imagen que el lector europeo pueda comprender: “—imagen de tímido puerco espín—” (Reyes OC II VdA: 14); “—semejanza del candelabro—,” (Reyes OC II VdA:14).

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La tercera parte aborda la temática de la desecación del valle. El límite se impulsa a un nuevo orden: el Anáhuac ha sido devastado por tres razas: 89 la indígena, la colonial, y la del porfiriato (la del mestizo), precisión histórico social del libro ya que sitúa al presidente Porfirio Díaz como el prototipo mestizo, representante de la raza de México. Pero, por ese centro, el Valle de México, corre un torrente de aguas vengativas. Para Reyes, la paz augusta se interrumpe por “el espanto social”, la revolución, último punto donde Reyes se detiene. La descripción va más allá y la voz narrativa presenta un Anáhuac siempre convulso, que no encuentra comparación, después la humana, porque ese valle es metafísico. Del tema de la naturaleza, los ojos del narrador vuelven al viajero americano, que ha ido a Europa, el

8 9 . Desde mi perspectiva –y en estos momentos en que me replanteo la idea– comparto el criterio racial de Reyes en el sentido de que él basa lo racial en lo cultural. Así, al ser el mexicano una raza de síntesis humana representa el verdadero saldo histórico; es decir, el americano se ha puesto en movimiento y en él obra la síntesis como compensación a su llegada tarde a la civilización occidental. Ahora bien, para Reyes el concepto de raza no se basa en la coloración de la piel, o en sus formas físicas; sino su propuesta de raza radica en la formación de pensamientos culturales –en los análisis históricos que él realiza ha concluido que éstos se han construido a través de los siglos– y son tan heterogéneos como las civilizaciones que han poblado la tierra, siendo cada representación de las evoluciones una muestra particular de ese pensamiento. En el caso de Occidente, todos los países pueden tener un pensamiento cultural-social diferente, pero conservan una misma base: la cultura grecolatina. Así, para Reyes, el concepto raza en América presupone las cualidades de un pensamiento mestizo. Este mestizaje cultural, encuentro entre dos razas –la europea y la americana–, supone la última manifestación (la última Tule) de la civilización occidental.

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lector, ahora, participa del texto. El lector Reyes se personifica, habla de sí mismo, de su naturaleza, de su mundo, porque encuentra que América no ha sido leída por el europeo: Cortés, Díaz del Castillo, Humboldt. Ante el desconocimiento el viajero se encuentra condenado a responder intermitentemente a las interrogantes, a dar noticias, todavía de México, y de su cultura simbolizada por su naturaleza. El narrador decide cambiar de postura, de perspectiva e integrar a partir de lo “nuestro” (finalizará el ensayo con este planteamiento) tanto las igualdades como las discrepancias entre dos culturas, éstas las presenta a partir de su geografía: “una Castilla americana más alta que la de ellos” (Reyes OC II VdA: 15). Reyes plantea al europeo que el Anáhuac posee diferencias, una naturaleza más armoniosa, una geografía más alta, menos agria, “un valle metafísico”. Reyes presenta una Castilla90 duplicada, la española y la americana. Intercambia cualidades —las dos comparten la sequedad— entre las dos resulta para el lector europeo un modelo comparativo más cercano a su realidad. Reyes centra la imagen prototípica de lo mexicano: el valle de Anáhuac. Se sitúa en otro momento clave para el desarrollo de su visión: la víspera de la independencia, puntualizada por un verso de Fray Manuel de 9 0 . Por supuesto, en el sentido histórico Reyes señala la importancia que la región de Castilla desempeñó durante la conquista, y durante la colonia española; sobre todo, como propone Fernando García de Cortázar: los castellanos tienen como gran proyecto en común América. Y América era de la corona de Castilla, sólo en el siglo XVIII se le va a permitir a la Corona de Aragón comerciar con América.

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Navarrete (1768-1809), el libro del barón de Humboldt (su viaje a México fue en 1803). Ambos escritores resaltan un rasgo del lugar: su transparencia. En la última parte, la narración se recapitula con una mayor tranquilidad. Todo el conjunto de siglos puede resumirse en el momento histórico de 1519, espacio temporal donde se produce “la hora del asombro”(Reyes OC II VdA: 17). Asombro que efectivamente se manifiesta a través de: Este asombro se manifiesta, estilísticamente, a través de hipérboles, adjetivos, superlativos e imágenes que subrayan la grandeza del espectáculo. Las hipérboles, como es natural, subrayan el hechizo que la civilización de los indígenas ejerce sobre el observador recién llegado; en ocasiones, nuestro autor inserta alguna reflexión crítica sobre la exageración de estas descripciones como en aquella narración en la que se cuenta como ‘discurren por ella [la plaza mayor] diariamente —quiere [Cortés] hacernos creer— sesenta mil hombres cuando menos’. A través de las numerosas comparaciones con elementos que resultan tan familiares para la Europa de aquel entonces y en las que el aspecto mexicano se revela, siempre, como superior, se percibe el asombro de los protagonistas del relato: ‘esta plaza principal está rodeada de portales, y es igual a dos de Salamanca[...] (Houvenaghel 2003: 11).

II: La construcción de los textos Este momento únicamente puede relatarse a partir de la sensación fenomenológica del estar ahí. Para tal efecto, Reyes utiliza los textos de otros que estuvieron

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en ese acontecimiento histórico, con ello logra que el texto se caracterice por su polifonía, ya que cuenta con un narrador que organiza la historia en un argumento y compone también las otras voces en el discurso. El narrador Reyes sirve de centro a todas las relaciones y referencias textuales. Si bien la polifonía como categoría teórica bajtiniana ingresa perfectamente en el análisis del libro de Reyes, también se observa que Reyes postula su propio método, que se puede resumir con sus propias palabras: En rigor no debe citarse sino de memoria, como quieren las Musas; suprímanse, si es preciso, las comillas, con lo que se salva el compromiso de la cita exacta. De mí diré que sólo siendo indispensables las uso, porque han comenzado a avergonzarme: son el signo de lo no incorporado, de lo yuxtapuesto, de lo que no sabemos [...] Citar de memoria sería prenda, la menos, de que sólo usamos de lo propio, de lo ya asimilado. (Reyes OC III: 164) EC, “Ensayos”, 1910-20.91

Como ya se ha escrito, Reyes pretende una revalorización sobre el Anáhuac (México en un tiempoespacio mítico) no a partir de lo que él exponga, sino mediante lo que han escrito los europeos mismos. La intertextualidad del ensayo se basa en cómo el europeo ha formado una visión asombrosa de América a través de lecturas tan diversas y disímiles, que Reyes se 9 1 . La observación de Reyes es de suma importancia y dice: “Este libro contiene páginas escritas en México desde 1910, en París desde 1914 y en Madrid, de 1915 a la fecha de su publicación más o menos.” (Reyes OC III: 82). Éste es precisamente el momento cuando Reyes ha escrito ya la Visión de Anáhuac, se encuentra elaborándola, es decir, integra su “teoría” al texto mismo.

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apresta a revelar. El epígrafe de Bernal Díaz lo demuestra: América sólo puede compararse con la magia, con otra realidad. Por supuesto, el cronista recurre a sus propias lecturas, a sus propias referencias, las encontradas y las no, “el libro de Amadís... No sé como lo cuente” (Reyes OC II VdA:18). Múltiples voces históricas ayudan a construir el relato: Bernal Díaz del Castillo, Hernán Cortés, Gómara, Alejandro Von Humboldt, además del narrador Alfonso Reyes. Tres voces se ubican desde 1519, una de 1804, la del narrador de 1910-1915. Estas cinco voces estructuran y representan también los cinco segmentos (movimientos) a través de los cuales Reyes construyó este segundo apartado. La descripción del texto conjuga todas estas voces. Reyes selecciona la estampa en donde se narra de lo general a lo particular, de una visualización desde lo alto de una de sus cordilleras hasta los hombres mismos, los cuales desde esa altura, y con esos atavíos parecen unos “delicados juguetes” (Reyes OC II VdA:19). Primera visión que todos tienen del Anáhuac. La descripción de la ciudad deja paso a la raza misma, que apenas se asoma, tiene un “gesto de agradar” (Reyes OC II VdA:19), una voz no alta, con una lengua diferente que dominan a la perfección. Aquí, Reyes señala la primera diferencia que heredará la futura raza mestiza: el tono de voz comparado con la suavidad de aguamiel, esta diferencia fonética queda como los dulces chasquidos, “se habla en secreto” (Reyes OC II VdA:18). Este tono de voz heredado no es alto y esto será una característica que el español mexicano heredará hasta un nivel

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estético.92 Precisamente, en este segmento, la voz del narrador apenas atreve el susurrante comentario, “—comunicándoles su calidad y finura—” (Reyes OC II VdA:19). El siguiente segmento contrasta: el narrador define toda una cultura a partir de los lugares importantes para el indígena: los templos, el mercado y el palacio. A la vez, define el número “tres” como símbolo de la cultura indígena en contrapartida del número “cuatro”, para el español. Así, el tres simboliza la cultura indígena, “la triple unidad se multiplica”, la triple alianza Tenochtítlan, Texcoco, Tlacopan; Bernal cita, por ejemplo, “Tres indios hay en la ciudad de México —escribe—...” (Reyes OC II VdA:23)… se adelantaban con tres reverencias: Señor —mi señor— mi gran señor” (Reyes OC II VdA:25). Como número multiplicado: “Cuidan de ellas trescientos hombres” (Reyes OC II VdA:26). Reyes supone que este simbolismo ha ingresado temporalmente en el México actual, como un destino irremediablemente cósmico, ya se ha referido al número tres como las tres razas, los treinta años de paz augusta. Por supuesto, la estructura en cuatro segmentos de Visión de Anáhuac representa este análisis de la cultura mexicana que Reyes propone como una suerte de herencia numérica: el número tres con su continuación lógica, el número cuatro, de la cultura española. 93

9 2 . Es precisamente la generación del Ateneo que comienza y plantea la propuesta estética de una poesía mexicana con un tono “crepuscular” bajo. 9 3 . El análisis del cuatro lo he dejado para el apartado que le corresponde.

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Las voces acercan lo que puede ser cierto. Reyes escoge redescribir, puntualmente, los tres sitios simbólicos; comienza por el templo ya que para los tiempos de Humboldt y de Reyes, lo único que queda de la religión de los aztecas es la ostentación de la piedra, las gigantescas moles, las pirámides. Mientras que en 1519, en la hora del asombro, esas piedras hacían retroceder al soldado cristiano porque sus calaveras señalaban el sacrificio humano. Cortés relata el segundo punto de reunión, el mercado. Desde aquí el torbellino polifónico se evidencia y continúa hasta terminar el apartado donde los únicos momentos claramente definidos del narrador sobresalen con las expresiones entre guiones. Todo el texto semeja el discurso de Cortés, paráfrasis que a la vez es Humboldt, Cortés, Reyes, juego polifónico en donde el narrador ha seleccionado lo que los dos primeros escriben, por supuesto, media su propia interpretación de las lecturas. El mercado constituye el comercio, la capacidad de ese pueblo para administrarse económicamente, sorprende el volumen de las riquezas que existen en esta tierra. El conquistador se asombra de los tesoros y verá en ellos el medio para convencer a la corona de la pertinencia de la inversión en la conquista. Todo se puede imaginar en el mercado porque no se sabe si en el recuento las abundancias son imaginación de Cortés: “—nos quiere hacer creer— sesenta mil hombres” (Reyes OC II VdA:20) nos dice el narrador, de la otra narración; “Allí venden —dice Cortés— joyas de oro y plata, de plomo, de latón, de cobre de estaño [...]” (Reyes OC II VdA:20), en estas expresiones el narrador Reyes no sólo pone en duda lo que Cortés escribió,

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sino refiere una fórmula: así está escrito por el mismo europeo. Aunque por el estilo bien se sabe que es Reyes: “Entre las vasijas morenas se pierden los senos de la vendedora. Sus brazos corren por entre el barro como en su elemento nativo: forman asas a los jarrones y culebrean por los cuellos rojizos” (Reyes OC II VdA:22). Cita que describe el color de la raza indígena con la cual el conquistador se encuentra, y que ninguna de las voces había hecho referencia, lo que cobrará importancia en el último instante del buscado mestizaje. Para observar la técnica de inclusión de los testimonios, Reyes no sólo cita de memoria, sino que se ha apropiado del significado del texto de Gómara,94 la cita respeta el texto, pero a la vez se inserta en ella: “‘Lo más lindo de la plaza —declara Gómara— está en las obras de oro y pluma, de que contrahacen cualquier cosa y color’” (Reyes OC II VdA:23). En esa vertiginosa enumeración de cosas nuevas, el narrador utiliza las voces, el zumbar y el ruido de la plaza, sonidos a los que refiere Bernal, y que desbordan la imagen en “un mareo de sentidos, como un sueño de Breughel,” (Reyes OC II VdA:22). El último punto de este apartado es el emperador Moctezuma, quien representa el poder político, que en toda su majestad sólo puede compararse con el occidental rey Midas. Reyes utiliza otra estrategia narrativa, la inclusión de citas más directas, intercaladas unas como texto aparte, las otras ingresan al orden de lo narrado. 9 4 . El sentido de esta técnica es una declaración de Reyes: Gómara escribió sobre Nueva España a través de lo que otros le declararon haber visto.

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Moctezuma “vestíase todos los días cuatro maneras de vestiduras, todas nuevas, y nunca más se las vestía otra vez. Todos los señores que entraban en su casa, no entraban calzados” y cuando comparecían ante él, se mantenían humillados, la cabeza baja y sin mirarle a la cara. “Ciertos señores —añade Cortés— reprendían a los españoles, diciendo que cuando hablaban conmigo estaban exentos, mirándome a la cara[...]” (Reyes OC II VdA:25)

La situación narrativa es dialógica, Reyes narrador y Cortés. El narrador disimula una reunión entre Moctezuma y Cortés, en donde la visión del último perfila al emperador azteca. Esta forma de presentarlo nos acerca al personaje, al ser el narrador presencial quien nos describe la situación en el palacio. La polifonía del momento en la hora del asombro, queda a un lado; ese momento histórico fue único e irrepetible. Después vienen las guerras, la devastación que ya nos había anticipado.95

III: Los nuevos magos La voz del narrador vuelve a sí misma (deja el vértigo), a la interpretación y a la guía. En este tercer apartado decide hablarnos en dos momentos: una introducción al tema de la flor en la naturaleza y en la vida indígena, en América y en México. Un segundo momento, en un segmento separado, del valor de flor en la poesía prehispánica. 9 5 . Reyes adelanta con la presentación de estos tres puntos (el templo, el mercado y lo político) el análisis fundamental de procederes propios del mexicano, que generaciones futuras de escritores integrarán como suyas.

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Pero la referencia a la cuantía de la flor en la vida indígena prehispánica se establece en otro momento histórico, el siglo XIX. Reyes abre este apartado con una cita de “El Nigromante”, Ignacio Ramírez, quien formó parte de la primera generación que defendió la reconstrucción de la lengua indígena como parte del programa liberal. Alfonso Reyes centra la herencia de la cultura prehispánica en la simbolización de la flor. En el manejo del presente se ilustra cómo la flor permanece en la cultura mexicana, está en fondo, en la piel, en las vasijas de barro, lo que la olla fastuosamente luce. Sin embargo, otra flor está perdida, la flor de la poesía, por lo cual categóricamente escribe: Hay que lamentar como irremediable la pérdida de la poesía indígena mexicana. Podrá la erudición descubrir aislados ejemplares de ella o probar la relativa fidelidad con que algunos otros fueron romanceados por los misioneros españoles; pero nada de eso, por muy importante que sea compensará nunca la pérdida de la poesía indígena como fenómeno general y social. (Reyes OC II VdA:29)96

En la introducción al segundo segmento, el narrador se pregunta de manera tajante, ¿Entonces, qué busca en una poesía perdida? La respuesta: no sólo la poesía como producto ideológico, “general y social”, sino también los elementos de la memoria de 9 6 . En los años que seguirán, sobre todo posrevolucionarios, los intelectuales mexicanos se dedicarán a compilar poesía indígena mexicana. El trabajo más amplio es de José María Garibay, con tres tomos de ésta, libros publicados a mediados de la década de los treinta.

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un pueblo, los rastros que han quedado de él en el otro pueblo, el mestizo. Por eso señala las tres razas, que son casi las tres civilizaciones: una perdida, la otra española, una última, en formación, la del México contemporáneo, la del mestizaje. En la poesía nahoa este proceso de formación se clarifica al ver que los poemas nahoas fueron romanceados por los españoles. Por este motivo, la llamada “la flor de la poesía” queda como una temática que no es propiamente Europa, ni indígena; por otro lado, adopta la cultura de la lengua del conquistador por lo que su ritmo, métrica, no son indígenas, comienza a formarse la mexicana, la poesía mestiza. Desde este sentido de tradición, Reyes delimita perfectamente bien: del pasado de Netzahualcóyolt hasta Luis de Velasco (1564), de éste a Porfirio Díaz (Reyes OC II VdA: 15). Esta tradición mexicana se sustenta sólo en la civilización occidental. En esto Reyes es tajante: la cultura mexica sólo es representada por un “alarde de piedras”, plenamente es “un pasado absoluto”. En este sentido, la cultura prehispánica náhuatl (no precisa si también en las diversas culturas americanas) contribuyó al mestizaje cultural de México sólo asimilándose en sus formas, en sus pensamientos, en sus representaciones, ya que el hierro se impuso al barro, el alfabeto a la escritura pictográfica. Para Reyes, el alfabeto simboliza —en su nivel más básico— a la civilización. De la “escritura” prehispánica sólo quedaron muestras de códices, los cuales no se leen directamente, sino a través de estudiosos que reinterpretan sus signos.

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Alfonso Reyes propone, entonces, que la labor del rey poeta Netzahualcóyotl, que ha sobrevivido gracias a los recopiladores españoles, es parte de la tradición occidental. Para la historia y la poesía prehispánica, este trabajo tuvo dos tamices, el primero, la recopilación de la poesía y de la historia —en un primer momento, realizada directamente por el cronista con una traducción directa del nahoa al español—; un segundo, la enseñanza del español a indígenas, quienes también traducen los códices o las recopilaciones. Sobre esta base, el pensamiento de Reyes ve a Netzahualcóyotl insertado en la tradición de la escritura hispánica; es decir, en el tamiz, lo que Netzahualcóyolt representó desde el punto de vista nahoa, ya es un pensamiento mestizo, un pensamiento que tiene su base en lo hispánico, en lo occidental. Por supuesto, Netzahualcóyotl es la reescritura de España en América, Ruiz de Alarcón representa la de América en España; Luis de Velasco, la representación del poder de España en América; Porfirio Díaz, la simbolización (para el momento histórico de Reyes) de cómo ejerce el poder el mestizo, último elemento que devastará su valle metafísico. Así, de los trescientos años de colonia sólo permanece una triste referencia: “que poco hay de común entre el organismo virreinal y la prodigiosa ficción política” (Reyes OC II VdA:14). Es decir, Reyes percibe todos los años anteriores como periodo de formación de lo mexicano, el siglo XIX, con los liberales (como Ignacio Ramírez) y los conservadores (como Joaquín Pesado). Ramírez, reitero, propone el estudio de la lengua indígena; Pesado traduce algunos poemas indígenas, “[...] aquella colección de

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Aztecas en que Pesado parafrasea poemas indígenas [...]” (Reyes OC II VdA: 30). Reyes interpreta el poema “Ninoyolnonotza” y comenta un poema del ciclo de Quetzalcóatl. En su análisis busca integrar la huella del pensamiento occidental en la poesía indígena mexicana, y escribe: “La parte final decae sensiblemente, y es quizá aquella en que el misionero español puso más la mano” (Reyes OC II VdA:32). Aunque no sólo es lo español, sino también es la integración de los ritos, “Anuncianlas ya los ritos dionisíacos [...] y perduran todavía en el sacrificio de la misa.” (Reyes OC II VdA:32). La presencia de las flores, que en un principio parecía verse como originaria de la cultura prehispánica se presenta como una imagen que “evocan en el lector la figura de Sulamita en pos del amado” (Reyes OC II VdA:32), es decir, propiamente en la tradición judeo occidental. En el otro poema, el análisis se centra en el tema del héroe desarrollado por todas las culturas occidentales, por sus mitos semejantes: Perséfone, 97 Adonis, Tamuz, sólo se señala una sola diferencia, en el culto mexica el héroe tal vez nunca resucite. Las comparaciones de Reyes se extrapolan a otras regiones: “este nuevo Arturo” (Reyes OC II VdA:33) donde muestra cómo el guerrero señala su identidad mexica: “e impidiendo la dominación del bárbaro azteca, habría transformado la historia mexicana” (Reyes OC II VdA:33); pero el mexicano se funde con esa antigua raza lacrimosa y solemne, obsesionada con la flor.

9 7 . Perséfone, la hija primaveral de Démeter, fue secuestrada cuando recogía flores en los campos.

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IV: El progreso del peregrino Reyes estructura Visión de Anáhuac en cuatro apartados, al dividirla así, cobra un significado especial cuando se entiende que el libro propone una reunión de intereses y valores culturales de los más diversos. En ese sentido, este cuarto apartado, no cierra el libro, no pone punto final, sino más bien concluye un ciclo, e inicia otro (el quinto sol, regeneración), es parte de ese México en construcción: “Cuatro veces el Conquistador Anónimo intentó recorrer los palacios de Moctezuma: cuatro veces renunció, fatigado” (Reyes OC II VdA:27). Pese al punto final, no se termina nada, al contrario, la eternidad en los goces invita al conjunto de España y de Europa —realza Reyes— (pese a las historias en conflicto) el “nosotros” se une. Presente que debe unir e integrar tanto a España como a México en el progreso peregrino para insertarlas en otra tradición: la inglesa, que se encuentra en todo su apogeo para los años de 1915. La escritura diplomática de Reyes disimula la ocupación del puerto de Veracruz en 1914 por el ejército norteamericano. Al igual que Altamirano, Sierra, Martí, Reyes antepone Europa como punto para equilibrar el fiel de la balanza. Keats y Bunyan, dos poetas ingleses, representan el sutil contrapeso; simbolizando con ello que es en la cultura (y no en las armas o en el progreso sin humanismo) donde se encuentra el punto de reunión para la humanidad. Este presente continuo lo expone en un sólo párrafo, lo que simboliza la unión a través del pronombre nosotros —incluidas otras culturas—, la reiteración del verbo “unir” a lo largo del párrafo, y reforzándolo

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por la reciprocidad del “nos”. La fusión de culturas se encuentra tanto en América como en España, en el esfuerzo, en la comunidad, en la búsqueda de ese instante en donde “El choque de sensibilidad con el mismo mundo que labra, engendra un alma en común” (Reyes OC II VdA:34). Alma universal que debe buscarse a través de un pensamiento convergente para ingresar a la modernidad con la poesía: “No renunciaremos —oh Keats— a ningún objeto de belleza, engendrador de eternos goces” (Reyes OC II VdA:34). La polifonía textual conjunta ese nosotros, en donde se incluye, gracias al narrador, a Keats, a Bunyan, el signo de la búsqueda del sincretismo cultural que Reyes ve en Anáhuac, en América como principio valioso para la integración de la humanidad en una sola. Por supuesto, Visión de Anáhuac señala que por más divergentes que sean los caracteres culturales se debe estar en esa hora del asombro para poder integrarse como tales, ver en las diferencias las igualdades. Desde este principio, el libro construye también la visión que los españoles y Europa han tenido de México, pero a la vez, la visión que un mexicano tiene de sí mismo. Una cultura no debe renunciar a conocer a otra, como el Conquistador Anónimo renunció al palacio de Moctezuma.

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Reyes en el Olimpo “Yo debo de haber sido griego en otra vida.” Alfonso Reyes. Marginalia: 460

Alfonso Reyes fue un helenista completo como lo evidencian sus obras en torno a la temática griega: Crítica de la Edad Ateniense; La Antigua Retórica; Religión Griega; Mitología Griega; Los Héroes; Junta de Sombras; Estudios Helénicos; El Triángulo Egeo; La Jornada Aquea; Geógrafos del Mundo Antiguo; Algo más sobre los Historiadores Alejandrinos; Los Poemas Homéricos; La Ilíada; La Afición de Grecia; Rescoldos de Grecia; La Filosofía Helenística. Para la generación de Alfonso Reyes (significativamente llamada “El Ateneo de la Juventud”) Grecia dejó de ser un palimpsesto para convertirse en el modelo “heredado”, “a seguir”, “analizado”, integrado como parte de nuestra cultura occidental; el paradigma que podía dar la vuelta de tuerca a la deshumanización en la que había caído el positivismo mexicano, aún más, la misma modernidad. Los ateneístas veían el arquetipo griego como la base de nuestra herencia occidental.

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En este trabajo se sostiene que, al final de su vida, los griegos recobran importancia porque él no encuentra la resonancia griega en los jóvenes intelectuales mexicanos de los cuarenta y cincuenta. Para el mundo europeo, Grecia es una vuelta de tuerca a la recuperación de sus más básicos valores. Para América y para México, Grecia es la tradición occidental que representa la occidentalización de la utopía americana; es decir, se presenta como la opción moderna del desarrollo de las bases culturales de Grecia.

La totalidad griega: ser griego El estudio que Reyes dedicó a los griegos fue íntegro: religión, costumbres, educación, viajes, anecdotario, reflexión, patria, guerra, textos, traducciones, oratoria, discursos; imposible abarcarlos todos en este breve capítulo. Lo cierto es que Reyes reconstruyó el Olimpo para la tradición, insisto, mexicana, americana y universal. La pasión por Atenas clásica fue grupal en el Ateneo de la Juventud, pero el desarrollo de las ideas griegas por sí mismas, la exploración de sus nuevos horizontes aplicados a la cultura moderna, así como estar al tanto de los nuevos estudios helenistas, únicamente fue efectuado por Alfonso Reyes. Alfonso Reyes acredita dos momentos claves en su estudio sobre los griegos: el primero, corresponde a la etapa del Ateneo de la Juventud; un segundo momento, desde mi punto de vista, inicia con el libro de Crítica de la Edad Ateniense (1941) y llega hasta el final de sus días. Estos dos periodos son importantes

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para el trabajo ya que a la distancia temporal pareciera que sólo fue de 1908 a 1914 el tiempo en el que los ateneístas se dedicaron a los griegos. Pero, en el caso de Reyes esta afición por Grecia continuó; él siempre estuvo pendiente de lo que se hablaba y se escribía sobre ella.98 Entre estos dos periodos, entre el Ateneo y Crítica, Reyes se dedica a México: el libro de Cuestiones Estéticas se conjunta con el libro de Capítulos de Literatura Mexicana; la pasión por Grecia se iguala a la de México. En este sentido, detrás de cada palabra dedicada a Grecia está un punto de encuentro con México. 99 Creo que una de las razones de peso por las cuales Reyes recomienza en la década de los 40 su trabajo sobre Grecia se debe al “olvido” en el que los intelectuales mexicanos tienen los estudios sobre ella.100 Desde mi punto de vista, Reyes desea enseñar a los jóvenes su predilección por los griegos, mostrar las

9 8 . De hecho, Ifigenia cruel, para muchos el más alto poema de Reyes, se publica en 1924. 9 9 . Fina García Marruz distingue tres Grecias en Reyes: “La primera es un poco la Grecia bucólica del modernismo, cabalga en los alejandrinos rubenianos (…) La segunda es la Grecia trágica, la de la catarsis personal de su Ifigenia cruel, y la tercera la pudiéramos llamar, con alguna licencia, la Grecia cristianizada, en cuanto en ella los dioses parecen encarnar en la vida diaria, y hasta sentarse a compartir comidas eucarísticas: es la Grecia de su “Ceres casera” y de su “Homero en Cuernavaca”. (Rangel 1996 Vol IV: 136); en el estudio se coincide con García Marruz con una pequeña digresión, son dos etapas de ardua dedicación a los estudios griegos; mientras Ifigenia cruel es esa catarsis personal que desemboca en un inolvidable poema. 1 0 0 . Los estudios sobre Grecia se mantienen en los claustros de las universidades, pero pocas veces extienden su radio de influencia a la sociedad.

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cualidades de un sitio tan especial como Atenas que en algún momento le llevó a escribir, “Creo firmemente que toda villa es Atenas, siquiera a ratos” (Reyes OC I: 161) C.E. “Horas áticas de la ciudad” (1910). Esto que escribió hacia 1910 será la constante que le lleve a recordar treinta años después: Desde 1906 cuando menos los temas helénicos andan en mis poemas. Y en el mismo año de 1908 en que creo haber escrito “La evocación de la lluvia”, el afán por desentrañar la continuidad pagana que corre del mito antiguo al cristiano nos llevó a celebrar una íntima fiesta literaria la noche de navidad, fecha coincidente con la que se ha atribuido al nacimiento de Dionisos. ( Reyes OC XIV: 130) LEL. “El Revés de un párrafo” (1940).

La entrega de Reyes sería para siempre, porque considerará la cultura helénica como la fuente de la esencia del mundo occidental, surgido a partir del sincretismo. El trabajo de Reyes es una reconstrucción de las fuentes griegas para interpretar su transcendencia en el mundo moderno: Grecia no sólo dibujó al hombre, lo determinó desde su espíritu. Al recordar la tragedia griega, Reyes ve cómo a través de ella se dibuja el material de lo humano, se superpone la base del prototipo griego: Pienso que la tragedia helénica es más universal que humana y que sólo tiene de humano lo que necesariamente ha de tener siendo humanos los elementos que la integran, siendo formas humanas los elementos de expresión de que se vale el poeta trágico. (Reyes OC I : 44) C.E. “Las tres Electras del teatro ateniense” (1910).

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Éste es el principio de universalidad buscado por Alfonso Reyes; el ser humano que tenga ese carácter universal, en donde las fronteras sólo dibujen las divisiones de materia, de cultura, de los respetables modos de ser de cada uno, de cada comunidad y de cada lengua, con sus propias valoraciones, sus propios significados. Por supuesto, aquí cabe la pregunta, ¿Por qué Grecia? Porque Grecia es la fuente, a la vez, la utopía. Ésta no sólo como realización de gobierno (democracia), sino como la búsqueda espiritual del hombre, el humanismo más puro se encontrará en Grecia. De esta forma, no se puede escribir sobre ningún influjo específico de Grecia, su cultura es permanente, es parte de la formación del hombre como principio básico de su educación, Grecia reúne: ciencia, amor, filosofía, literatura, arte; pero sobre todo: “En los días de la libertad griega, ser griego significaba ser ciudadano de determinado cantón helénico. Después de Alejandro, ser griego significa poseer la cultura helénica.” (Reyes OC XX: 305) LFH “La transición”. Alejandro es quien extiende la visión helénica —a través de sus conquistas—. Reyes cree que ese es el helenismo que ha llegado hasta la América moderna, legándonos no sólo la antigüedad como unidad histórica, ni la unidad del llamado mundo occidental, sino también la pertenencia a una patria cultural, ya que es la antigüedad griega la que une a los pueblos de Europa y de América, pese a sus diferencias raciales y nacionales. El inconfundible rasgo de lo occidental, que no es parte de la geografía, ni de la raza, sino de la cultura heredada. América es tan occidental como Europa por su herencia: Grecia. No hay duda en Reyes, todos

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los occidentales, después de Alejandro, son griegos. El mundo griego equilibra, dispone, representa ese núcleo que todavía impresiona e irradia su espíritu. El hombre organiza sus estructuras del mundo a partir del mundo griego, en sus categorías más íntimas e ínfimas. Es decir, Grecia no sólo es un recuerdo o una moda para Reyes; Grecia está en la filosofía, en la historia, en la metodología de las ciencias, en la arquitectura, en fin, en la búsqueda del equilibrio entre el hombre y su entorno. Si tal cultura no tuviese la importancia que tiene como fundamento de la nuestra y como savia que nos alimenta todavía —al punto que, en cierto sentido, seguimos pensando y hablando en griego—, su solo aire de desfile bien organizado y conforme con las necesidades de la mente bastaría a explicar la atracción que ejerce sobre nosotros. (Reyes OC XVII: 309) JdS. “Aspectos de la lírica arcaica” (1944).

Por supuesto, esta Grecia que en Reyes se encuentra dibujada, planeada, utópica, se ha mezclado con las cualidades de la ensoñación latina. México hereda una Grecia que dialoga con otras culturas, sobre todo, con Roma, y con lo judeo-cristiano. 101 El legado griego 102 no sólo es su arquitectura o sus 1 0 1 . Desde el punto de vista de este trabajo, una de las líneas de estudio que Reyes no logra profundizar es el judaísmo como filosofía en constante relación con la filosofía griega. En este sentido, Reyes apenas vislumbra posibilidades en esa conexión; en este trabajo, sólo queda la sugerencia para futuras investigaciones. 1 0 2 . Significativamente, Reyes mantiene el espíritu griego idealizado en todas sus formas; así, pese a estar en Europa no viaja a Grecia. “Sin embargo, por lo que a Grecia toca no desembocó nunca en una

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estatuas o su espacio, sino la herencia de su pensamiento plasmado en sus escritos. El valor de la herencia griega radicó en la designación consciente de su cultura, organizándola para la educación y difusión de la misma, y constituyendo parte inherente de la formación humana. Así, Grecia trasmitió para la posteridad sus conocimientos. Por supuesto, el pensamiento permaneció gracias al interés de los latinos (esa fue la conquista de Grecia) por el trofeo cultural que representó Grecia. Tras la ruina de Grecia, Roma cayó bajo la mágica influencia de la cultura helénica. Los libros griegos se derramaron en Roma a montones, primeramente en calidad de botín. También se trasladaron a Roma algunos traficantes griegos de libros. (Reyes OC XX: 381) LyLelA “Editores romanos” (1952).

Lo que arriba con la escritura es la cultura, es la permanencia del pensamiento que, sutilmente, conquistará a Roma, como menciona Reyes: “El vencedor absorberá las virtudes del enemigo muerto como sucedió entre Grecia y Roma, cumpliéndose así la pintoresca superstición del salvaje” (Reyes OC XI: 172) TYO “Discurso por Virgilio” (1937). Pero esta lección, no sólo es para Roma, lo es para los demás pueblos que tienen intenciones imperialistas. Al final, dice Reyes, la cultura, el pensamiento coherente actitud de indiferencia ante las circunstancias y vicisitudes del modelo. No ocultaba su profunda nostalgia de aquello que, siéndole familiar, desconocían de hecho sus sentidos. Si se abstuvo del viaje físico, fue porque temía la decepción.” (Robb Vol III 1996: 675) García Terrés, “Nueva junta de sombras”.

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y constructivo triunfarán sobre la soberbia de los pueblos imperialistas. En ese mundo griego, finalmente, se encuentran las más diversas esencias, el hombre únicamente debe acercarse a ellas: “No hay que tener miedo a la erudición. Hay que contemplar la Antigüedad con ojos vivos y alma de hombres, si queremos recoger el provecho de la poesía.” (Reyes OC XVII: 254) JdS. “La estrategia del gaucho Aquiles” (1945). Cuando Reyes aconseja no tener miedo a la erudición proyecta ya la cada vez más fuerte tendencia a una tecnología sin humanismo; y asume como contrapartida al espíritu de la máquina, los ojos vivos, el alma, sobre todo, la poesía.

El aire que se respira: la cultura griega En un momento anterior de este apartado se señalan dos puntos claves en la escritura de Reyes, muy apegados al espíritu griego. Reyes ve la necesidad de proveer una nueva relectura de los griegos sobre todo ante el desaliento de la modernidad occidental (que ha olvidado a los griegos). Reyes se propone, desde nuestro punto de vista, alimentar a las nuevas generaciones con ese espíritu103 que a él lo invadió desde temprana edad. Para ello, tenía que dar respuesta y caracterizar el valor

1 0 3 . Una manera especial de Reyes al escribir sobre Grecia es: “Aquí palpita Grecia con la gracia de su libertad, que es como debe palpitar, y no encasillada en capítulos de un ascetismo académico [...]” (Rangel Vol II 1996:145) Vitier, “Junta de sombras”.

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de los griegos en los momentos de la propia actualidad que se vivía, no sólo en México y en América, sino en el mundo entero. Luego, lo que para el maestro era obvio para los demás no, era necesario una pregunta básica: ¿Para qué ocuparse de Grecia? No es de actualidad. Tampoco lo es el aire que se respira. Porque sucede que todavía pensamos, hablamos y obramos en griego —sepámoslo o no—, aunque con frecuentes faltas de lógica, de sintaxis y de conducta. Es decir, como los mismos griegos. (Reyes OC XX: 35) RdG “El mundo espiritual de los griegos” (1966).104

Como respuesta Reyes señala que los griegos no pueden ser una moda, sino un encuentro con el espíritu del hombre mismo. Aunque se desconozca esa cultura, no existe argumento para dejarla a un lado porque nuestros actos son guiados por la razón, que es griega. La contribución griega ha sido un influjo de elección, buscado por América: concretamente convertido en propósito e ideal histórico. Ante la decadencia del Occidente europeo es válido ocuparse de Grecia porque es el modelo inspirador, el que promueve nuevos efectos espirituales en cualquier cultura. No puede ser tema de moda aquella fuerza capaz de renovar el imperio romano (bizantino), el Renacimiento europeo, el humanismo del XVII y XIX, la utopía americana. En esos términos, la reunión entre el hombre moderno y la tradición griega se hereda a través de la cultura: 1 0 4 . El texto fue publicado póstumamente, como la fecha lo señala, hasta 1966.

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Pero si por cultura entendemos el descubrimiento y valoración de la persona humana, tal como ha llegado a enraizar en la civilización occidental, al punto de asumir la solidez de evidencia ética, entonces para nosotros no habrá más cultura que la inventada por Grecia, y luego propagada por Roma y por el Cristianismo. Somos pueblos helenocéntricos. A su vez, la cultura helénica es antropocéntrica. La obra por excelencia del genio griego es el hombre. (Reyes OC XVII: 309) JdS. “De cómo Grecia construyó al hombre” (1943).

Reyes también demuestra que no todo es pasión por el estudio de Grecia, sino que debe estudiarse porque Grecia representa el embrión —dirá después— del elemento de la persona, vista como ciudadano; el individuo adquiere un valor inédito en la sociedad. Grecia enseña la libertad al individuo, la tolerancia a las diversas formas de gobierno. Además, escribe su ética, su propuesta para el cumplimiento de los modelos de gobierno, y de las formas de comportamiento del individuo en la sociedad. Por supuesto, Grecia no impone su manera, ella ha dejado el razonamiento para llegar a tales conclusiones, no es la imposición de la fuerza, sino la fuerza de la razón es quien guía. A través de Roma y del cristianismo, nos llega la virtud de Grecia, porque: Grecia está en el origen de nuestra vida, nuestro pensamiento, nuestra arquitectura lingüística, nuestros hábitos. Grecia es el embrión, pero un embrión que presenta dos singularidades casi increíbles [...] Y sucede que Grecia, en el orden filosófico y artístico, sigue siendo un término ejemplar [...] Y sucede que Grecia es ya una rosa

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de los vientos, una estrella náutica, un centro de rumbos definidos. (Reyes OC XVIII: 23) EH “Presentación de Grecia” (1949).

En Grecia se origina la integridad, además continúa creciendo, incrementándose en la cultura humana que basa su centro en el pensamiento griego, ejemplo en todos los ámbitos. No hay arte o rama del conocimiento que se desarrolle sin tener la base griega, el método es griego en su umbral, y éste ha definido el rumbo, como lo menciona Reyes del hombre y el espíritu humano, de Grecia parte todo: “La literatura griega, y por consecuencia la europea, comienza por Homero.” (Reyes OC XVII: 241) JdS. “Prólogo a Bérard” (1945); continúa su desarrollo precisamente porque la cultura moderna se ha ocupado de explicar sus temas, como decíamos anteriormente, Grecia se encuentra en dondequiera: Hay que rescatar la verdadera figura de la Grecia prehistórica por entre una maraña de confusiones y de rutinas escolares. Hay que abandonar la manía de echarnos fuera de Grecia para entender a Grecia. (Reyes OC XVII: 277) JdS. “La aurora de la investigación” (1944)

La erudición que emana de Grecia debe analizarse, estudiarse, criticarse, ya que a través de la interpretación de su cultura se comprenderá, como reflejo, el ser mexicano. Esta cultura occidental está en México, en América, porque la estructura histórico-social proviene de ahí, sobre todo, se tiende a buscar a la “Grecia, la auténtica Grecia que amamos” (Reyes OC XVI: 190) RG (1964), que fundamenta la civilización por sus fuertes valores morales, éticos,

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sociales, políticos, que permitirán seguir en esa exploración del espíritu humano. Es la crítica griega fuente de todo desarrollo, tanto tecnológico como filosófico, su sistema crítico permite el avance del hombre en todos sus aspectos ya que Grecia buscó la libertad —tanto en el individuo, como en la sociedad— a través de la crítica, que implica la toma del libre albedrío para eximir moralmente al individuo de la subordinación al Estado: “Sea esto dicho sin incurrir en la querella de Perrault y Boileau sobre los antiguos y los modernos. De toda suerte, la crítica nos vino de Grecia.” (Reyes OC XIII: 29) LCEA. (1941). La cultura y la educación moderna se basan en la griega porque su organización, su estructura, por más que los edificios se hayan modificado, cuentan con los mismos elementos constructivos que los griegos: Cultura y educación son funciones concomitantes. La Educación en la Edad Ateniense se inspiró en la filosofía política y tenía por fin esencial construir ciudadanos pero se la confiaba sobre todo a la iniciativa particular, ya en los grados elementales del gimnasio, ya en las enseñanzas superiores, que hoy llamaríamos universitarias, de filósofos y sofistas. (Reyes OC XX: 189) LFH “La transición”.

El principio moral se conoció por Grecia, éste es importante porque permite el desarrollo del hombre con sus propias reglas y condiciones sociales; este sistema establece las condiciones para que el hombre acepte que es parte integrante de la formación de su destino:

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Los antiguos griegos, creadores del mundo cultural y moral en que todavía vivimos, llamaban aidós a este sentimiento de la propia dignidad; y le llamaban némesis al sentimiento de justa indignación ante las indignidades ajenas (y no a la venganza como suele decirse). Estos dos principios del aidós y la némesis son el fundamento exterior de las sociedades. (Reyes OC XX: 492) CM “Lección V” (1944).

Inclusive para la cultura popular Grecia es, finalmente, ese aire que respiramos todos: Es chiste de la conversación decir que quien no se casa se arrepentirá de vivir soltero, y el que se casa, de vivir casado. Nadie se atreverá a buscar aquí un contacto con la cultura griega. Sin embargo, ese chiste lo decía ya Sócrates, según testimonio de Diógenes Laercio. La humanidad convive y se mezcla hace muchos siglos. (Reyes OC XIV: 59) LEL. (1941).

Grecia es la risa, Grecia está en la nimiedad; con ello Reyes demuestra que no sólo es alta cultura: la Grecia se posee. La cultura moderna popular cuenta con esos rasgos que son propios tanto en unos como en otros. Muchas de las veces son situaciones que Reyes utiliza para hacer más comprensible la actualidad de Grecia, pero también es llevar a mínima expresión toda la herencia griega.

Los griegos y la nación Reyes se forma en el periodo de la “paz augusta” del porfiriato. Momento histórico en el que coexisten dos movimientos claves en México: los escritores modernis-

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tas y los realistas, ambos deseaban que México se integrara a la intelectualidad mundial. Los modernistas desde su poesía105 y los realistas desde una fuerte narrativa crítica. Para esos momentos históricos, la nación parecía estar definida en sus más profundas entrañas, se buscaba integrarse a ese mundo contemporáneo. Este trabajo sostiene que una de las maneras cómo se completa el intelectual mexicano al mundo occidental es mediante el pensamiento griego; el estudio de esta cultura toma fuerza con los ilustrados mexicanos y es una herencia que desarrollan durante el siglo XIX. El legado alcanza su máxima expresión con el grupo de los ateneístas (1908-1913), y en Alfonso Reyes encuentra su mejor discípulo, quien analiza su propia tradición: “La batalla aconteció en el mes Broedromión, no desconocido en la poesía mexicana” Reyes continúa con una nota a pie de página: “S. Díaz Mirón “Broedromión” en Poesías, New Cork, Beston and Co., 1895, pp 83-4. Los magníficos tercetos pintan un triunfo griego, sin la menor referencia a las amazonas.” (Reyes OC XVI: 295) RG (1964).

Es Justo Sierra quien tiene la conciencia histórica de heredar el mensaje griego a las nuevas generaciones a través de las instituciones: la Escuela de Altos Estudios, la Universidad; así como alentar a los jóve-

1 0 5 . El modernismo no fue sólo un movimiento poético, también incluía narraciones; sin embargo, los escritores son mejor conocidos por su poesía.

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nes ateneístas a desarrollar su propio programa helénico. Justo Sierra, pues, desempeña un papel importante en esa conservación de los ideales ilustrados. Como menciona Legrás: Pese a que los ateneístas se consideran a sí mismos la antípoda del sistema cultural del porfiriato, sus primeros pasos en el mundo de la cultura fueron facilitados y apoyados por Justo Sierra, uno de los funcionarios más influyentes de la administración porfirista por quien los ateneístas profesaron verdadera veneración. Sierra, a su vez, tal vez vio en los jóvenes ateneístas la posibilidad de una transición más o menos pacífica y controlada del aparato intelectual en México. (Legrás 2003:4).

Para Reyes, el antecedente no sólo está en Justo Sierra, sino también en los intelectuales de la Reforma: Ramírez, Altamirano, Prieto,106 quienes aconsejaron las lecturas para las nuevas generaciones. Sobre todo, aquellas en donde había una reunión entre el pensamiento griego y la cultura patria: Ante estas evocaciones, viene a nuestra mente el fiero lamento de Ignacio Ramírez, en un instante de exasperación nacional: “Y si la civilización nos traicionara, no vacilaríamos en sacrificarla, refugiándonos entonces en esa frontera hospitalaria para todos los perseguidos, donde nos entregaríamos todas las noches a la danza frenética, inspiradora de las cabelleras.” (Discurso en la alameda de México, 16 de septiembre de 1861.)

1 0 6 . No sólo como viajeros en la geografía, sino también como viajeros en el pensamiento.

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Tal es el grito dionisíaco en boca de un mexicano. (Reyes OC XVI: 176) RG (1964)

La relación entre Ignacio Ramírez y el grito dionisiaco no es casual, ya que el primero fue un iniciador del estudio del pensamiento griego. El maestro de maestros, como es conocido, planteaba, además, un regreso a ese humanismo clásico. Antepongo la visión que Reyes tiene sobre Ignacio Ramírez porque se ha sostenido la siguiente idea: [...] planean un frustrado ciclo de conferencias sobre la antigüedad griega. Al principio la idea los convoca y entusiasma; bien pronto sin embargo se dan cuenta que sin un conocimiento de la antigüedad griega de primera mano el proyecto estaba más allá de sus posibilidades. Los ateneístas terminaron conformándose con una fiesta pagana en honor a Dionisios en la navidad de 1908 y con una velada inolvidable de lectura de El banquete de Platón en el estudio del ingeniero Acevedo. ( Legrás REV 2003: 39).

Este trabajo propone lo contrario: los ateneístas recuperan el pensamiento griego como parte fundamental de la herencia intelectual que obtienen de sus maestros mexicanos.107 Y en efecto, proyectan estudiarlo para consolidarlo como parte de la cultura mexicana. Además, bien es cierto que no se había visto un helenista tan completo como Reyes. Él trabaja a los

1 0 7 . No se descarta el arielismo, sin embargo, creo que es parte de esa historia social compartida por América; es decir, coinciden en un momento histórico la tradición de Argentina y de México, que supongo parte de las coincidencias en toda América Latina.

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griegos de manera intensa, desde 1906108 —según sus palabras— el tema le ocupa, es decir cuando Reyes apenas tenía 16 ó 17 años; era demasiado joven como para poseer un conocimiento de la antigüedad griega de primera mano, sin embargo, este joven proyectó su vida desde la perspectiva del estudio helénico. Las etapas que marcó como helenista son: el Ateneo (19061913), Ifigenia cruel (1924), Crítica de la edad ateniense (1941), a partir de esta fecha Reyes se dedica casi por completo al pensamiento griego hasta su muerte. En este sentido, se debe recalcar que al regresar Alfonso Reyes siente que la ciudad ha perdido el “aire metafísico”. Los jóvenes intelectuales formulan rupturas sin el conocimiento de la tradición griega. Este desprendimiento de Grecia, obliga a Reyes a reenseñarla. Los estudios de Reyes sobre los griegos se encuentran separados de sus estudios sobre la cultura mexicana o americana; sin embargo, siempre se encuentran referencias enlazadas en uno y otro sentido, ya cuando es mexicana hacia los griegos, ya cuando es de los griegos hacia México. Sobre todo en el México post-revolucionario en donde ve una desintegración de la ciudad (letrada-civilizada); en donde

108. Como se ha mencionado, quien guía a estos jóvenes en la búsqueda de la tradición griega es Justo Sierra, de quien Vasconcelos recuerda el siguiente consejo: “Lean ustedes a Platón, a Dante a Shakespeare y después vuelvan a leer a Platón, a Dante y a Shakespeare.” (Carballo 1956: 18); como el lector ha apreciado, este consejo es idéntico a una cita de Altamirano: “Los griegos y Shakespeare, es decir, los que han traducido…,” citado el segundo apartado de Altamirano, página 18 de este trabajo.

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el individuo estaba “libre” del orden de la ciudadEstado. En esto, para él, la “ilusión” de la revolución, de la utopía social, debería encontrarse en la ruptura de las formas de pensar. Así, siempre intentó reconciliar lo viejo —lo griego— con el nuevo contexto revolucionario —mexicano— para que el ciudadano pudiese asumir un orden moral que le permitiera construir la utopía americana desde cualquier punto de sus circunstancias post-revolucionarias, y no sólo en la lucha física, que significó la lucha por el poder. El momento post-revolucionario mexicano representó para Reyes el mejor espacio temporal para integrar la Grecia Clásica, la cultura occidental, a México y América, ya que la primera consecuencia del movimiento fue la reestructuración de la base históricasocial. Pero el momento post-revolucionario mexicano desarrolló la idea de un origen culturalmente mestizo entre la cultura prehispánica y la cultura europea, mientras para Reyes la cultura mexicana posee la base occidental griega, a la cual se han asimilado la náhuatl, la española, la méxico-americana. Así, el mestizaje radica en el ámbito cultural, y no racial. Pero respecto a la cultura prehispánica guardará un utópico punto mítico de relación entre los griegos y los aztecas: “Como se hizo para Orestes o para Netzahualcóyotl, prefirió guarecerlo contra los desmanes del usurpador alejándolo del palacio.” (Reyes OC XVII: 45) LH (1965). Aquí se cotejan dos mitos antiguos: el griego y el náhuatl, ambos están en la misma balanza, con un detalle nimio, es primero Orestes, y de manera explicativa e integrando al lector mexicano en el sistema

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comparativo, un mito comprensible (como el de Netzahualcóyotl que es bandera de la tradición de los liberales mexicanos) que permita desarrollar una imagen de lo que pudo pasar en Grecia. En este sentido, las condiciones se equipararán. Los griegos tenían del Oriente la misma idea que tenían de América los descubridores, quienes esperaban encontrar a cada paso los portentosos países de Eldorado y las Amazonas. (Reyes OC XVII: 360) JdS. “Fastos de maratón” (1939).

Los griegos no sólo quedan en los nombres de las regiones o de los ríos, sino inmersos en la cultura que se ha difundido en América. Para la “inteligencia” americana, Occidente ha llegado con los griegos, pero sobre todo, a partir de la cultura grecorromana, el tamiz inevitable que tuvo que ver con el desarrollo de la cultura hispánica para que “la Ilíada se fragüe —¡ y aun la Eneida!” (Reyes OC X: 409) Homero en Cuernavaca (1948-1951): una como ramificación de la otra. Ambas son los antecedentes más antiguos y los más míticos: Ahora bien, constaba por las más autorizadas tradiciones que el pueblo azteca debería entregar algún día la tierra a unos hombres blancos —acaso descendientes del civilizador Quetzatcóalt— quienes vendrían de donde nace el sol y que eran los verdaderos amos de todos aquellos vastos dominios. (Eterna fábula del Retorno de los Heraclidas) (Reyes OC XXI: 451) ACT “Moctezuma y la ‘Eneida mexicana’” (1957).

Reyes perfila esa misma formación mítica en donde los orígenes mexicanos son confusos, más por un carácter de recuerdo remoto, que por ser ciertas.

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Con el verbo “constaba”, Reyes elabora un discurso encaminado a comprometerse con la cultura mexicana; pero sobre todo, deslinda el origen azteca al señalar la posibilidad a través del “vendrían” y compara ese origen con otros mitos: el retorno de los Heraclidas, La Eneida (que en este caso es mexicana). Grecia, Roma y México tienen los mismos valores porque son occidentales, su fuente es la proveniente de ese mestizaje propio de las culturas antiguas: “Lo que nos importa en último análisis —ya lo hemos dicho— es la compenetración final, el fuerte hibridismo de que ha de brotar la Grecia Clásica.” (Reyes OC XVIII: 301) LJA “Las cuatro acayas” (1944). Reyes siempre correlaciona el mundo moderno, con los griegos, y con la cultura mexicana —prehispánica y colonial, observa que la cultura mexicana (la americana incluida) al igual que la griega es el resultado de la conjunción de diversos valores: el mestizaje cultural. En el caso de la mexicana los valores reunidos son: griegos, latinos, españoles e indígenas americanos. Mezcla de esos primeros mestizajes, raciales y culturales, el español heredero de su propia mezcla mediterránea (Roma, Grecia, España, Arabia…), con las razas indígenas de México. Aunque para Reyes, en la profundidad de los aspectos humanos, la cultura helénica es la primera referencia cultural. En cuanto a la integración cultural de los indígenas Reyes plantea que ese mestizaje cultural se encuentra en el desarrollo histórico social, ya que lo ve como una cultura simétrica a la griega y por lo tanto con las mismas bases: “El supuesto derecho de los amos anteriores es tema socorrido: se lo alegó en la conquista de Roma por Eneas, y en la conquista de

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México por los Hijos del Sol.” (Reyes OC XVIII: 169) EH “Dos comunicaciones”. Lo que une a ambas culturas no es el contacto, sino el principio universal de la formación de la imagen del hombre por el hombre mismo, quien puede crearla por su poder cognoscitivo. Pero cualquier momento puede ser comparable, a esa “Eneida mexicana”, como la llama Reyes. En el libro VII de la Eneida, el héroe llega hasta la desembocadura del Tíber y se acerca a los dominios del rey Latino, como Cortés se acercó a los de Moctezuma. Latino, como Moctezuma, era un monarca imbuido de religión y que consultaba sus decisiones con los oráculos y los augurios. (Reyes OC XI: 178) TYO “Apéndice sobre Virgilio y América (1937).

Este es el nivel de cotejo referido en el trabajo y que Reyes aplica para reinterpretar cualquier aspecto de la cultura mexicana como parte de la cultura griega; así, en la lectura, Reyes está examinando lo siguiente: el héroe es Cortés, el rey latino es Moctezuma; ambos —tanto latinos como aztecas— coinciden en lo primigenio: deciden destinos a partir de los presagios. De esta manera, Reyes nos señala el estado embrionario en ambas culturas; por supuesto, la herencia griega se fortalece por la permanencia de su pensamiento a través de la escritura, mientras que la cultura náhuatl es un alarde de piedra. Los puntos comparativos entre la cultura griega y la cultura mexicana se enlazan, también, cuando Reyes considera que las correspondencias pueden continuar en ese mismo sentido: “La nación se reduce

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a las proporciones del coche en que Juárez peregrinaba, salvando las formas del Estado. Juárez —Eneas: Juárez, el hombre que sale del incendio”. (Reyes OC IX: 52) NS “México en una nuez” (1930). La imagen que Reyes trasmite es la siguiente: el héroe (un indígena americano) lleva consigo, a través del territorio nacional, la fundación de la República. No importa el exilio al cual se ve sometido, sino como Eneas, en cualquier parte que él se encuentre, también estará el Estado, la República. La heroicidad de Juárez radica en llevar a cuestas la nación, como en el mito de Eneas sucede. Pero no sólo es la comparación entre personajes (de una memoria novelada) sino la relación entre el desarrollo histórico de México y el de los griegos. Para los intelectuales liberales del XIX, Juárez encarna el prototipo de héroe, estadista, griego; por ello, (independientemente del hecho histórico real) Juárez representa el mejor ejemplo de occidentalización mexicana: es un indígena con una cultura europea completa. Para Alfonso Reyes, Juárez es el mejor ejemplo del empuje del indígena: Juárez representa el campo y la ciudad; la personificación de que la ciudad puede ir al campo, al fin, que la barbarie puede ser civilizada. Juárez cumple con todas las características, además, del héroe: el pastor que cuida ovejas, la tarea de estudiar, la misión de salvar la patria. Sin embargo, no es un héroe producto del “destino”, sino es un hombre práctico, lo demuestra al llevar a cuestas la simbolización de la patria, al fusilar a Maximiliano, al proponer la leyes de la Reforma, e incautar los bienes eclesiásticos. Es un estadista griego porque en cada asunto Juárez actúa impasiblemente, desde un análisis crítico.

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Así mismo, fue un presidente que, con un espíritu liberal, luchó por la homogenización de la sociedad mexicana. Por supuesto, al igual que toda la clase dirigente e intelectual de la época, Juárez deseaba la occidentalización de México. Se perfila como el mejor representante en este sentido: “Soy un indio, te digo, apenas sé leer y escribir, sólo tengo la voluntad”, dicho de Benito Juárez. Esta voluntad es la que deseaba en todos los indígenas, que ellos, al igual que él, se superasen a través del mismo medio: voluntad. Juárez, paradójicamente a lo que podrían esperar las comunidades indígenas, propuso leyes iguales para todos los mexicanos y todas las etnias; estas leyes no respetaron los usos y costumbres de los indígenas, ni sus territorios. Podría pensarse —algunos antijuaristas lo escribirán después— que Juárez actuó en contra del indígena, sin embargo, su proyecto se basó en reformular la sociedad mexicana a través de la cultura europea. Por esto último, mencionamos que es un indígena occidentalizado. Esta occidentalización —reitero— está integrada a todos los aspectos de la vida cultural mexicana. Tanto es así que si alguien deseara escribir una elegía sobre algún héroe nacional prehispánico, este poema tendría el mismo sentido épico que el de Homero: (Recuérdese que el poema de Homero es unos cuatro siglos posterior a los episodios que narra: lo que sería en nuestros días un poema sobre Cuauhtémoc y Cortés escrito por algún homérida o alguna homérida mexicanos) (Reyes OC XVII: 156) LH. (1965).

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Necesariamente, pues, quien narre la actividad de los héroes nacionales rememorará la perspectiva épica de Homero; con esto Reyes sutilmente les recuerda a las escuelas nacionalistas y regionalistas de México (que en los años cuarenta y cincuenta se empecinaron en cantar la épica nacional resaltando el carácter de los héroes109) que su regionalismo está fundado, irónicamente, en la tradición occidental. Merecerán un culto público, es cierto, pero mucho más que un culto de creencia, un culto de ceremonia cívica, como cuando hoy acudimos a cumplir un turno de guardia ante la columna de la independencia. (Reyes OC XVII: 280) JdS. “La aurora de la investigación” (1944).

Los sujetos héroes cambian, como se transforma el escenario; sin embargo, los rodea el mismo sentido de la heroicidad, tanto a los griegos como a los nacionales, modernos o pasados. Queda un vestigio nimio como clave para ver el desarrollo del origen olvidado: los griegos que siempre son, en cualquiera de sus aspectos, la vuelta a la semilla.

Rey es Homero en la literatura Reyes representa a un helenista de primer orden para ese México de los años cuarenta y cincuenta. La mayoría de sus escritos fuertes se encuentra en esa 1 0 9 . Se ha señalado la influencia del héroe Cuauhtémoc en la poesía mexicana; el último gran esteta fue López Velarde, sin embargo, sus seguidores continuaron elaborando este tipo de propuesta, que es hacia donde se dirige la crítica de Reyes.

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etapa, salvo, por supuesto, Ifigenia Cruel, (1924). Su trabajo se centra, a partir de 1947, en lo que él considera el arquetipo de los ideales helénicos: Homero, La Ilíada y La Odisea (aunque su trabajo se agrupa en la primera obra, La Ilíada); fundamentalmente esta decisión se basa en lo siguiente: “Todos sabemos que los poemas homéricos son el primer repertorio de las virtudes occidentales o características de nuestra civilización.” (Reyes OC XIX: 342) LAdG “Negruras y lejanías de Homero” (1954). Esa primera compilación funda los valores de nuestra civilización, la base de la construcción cultural occidental (a lo que se ha aludido). Por supuesto, para Reyes fue demasiado tentador investigar ambas posibilidades para mantener el equilibrio del espíritu. Su exploración se enfocaba en ver qué tanto de nosotros es griego: “Los ideales homéricos son un inventario de valores para nuestra civilización, hasta por su simplificación extrema y por su ausencia de complicaciones y motivaciones enfermizas.” (Reyes OC XVII: 125) LH. (1965). El valor de la crítica es lo que se ha aprendido del mundo helénico; Reyes entiende que ésta dará la libertad, pero que debe mantener un equilibrio entre la entrega total (su amor por Grecia) y la crítica. Con esta armonía él ve claramente los valores heredados de Grecia: la moral, la libertad del individuo, la utopía realizable. Este principio de escritura en los griegos es lo que Reyes admira: una literatura que no pretendía más que permanecer en la memoria, lo que admite la siguiente afirmación:

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Homero ha inspirado a las literaturas en el mejor sentido. Más que provocar imitaciones académicas, ha provocado creaciones nuevas, que parten de él y hasta transportan su espíritu a otras épocas y a otros pueblos. (Reyes OC XVII: 132) LH. (1965).

Esta declaración de Reyes es la que permite el análisis de Homero en Cuernavaca110 (HeC) Desde mi punto de vista, el poemario plantea tópicos vitales en la literatura de Reyes: el poema homérico, la traducción de los mismos, su teoría literaria, su persona, el hombre, finalmente la herencia griega, que en este caso repercute en una nueva creación: HeC: un poemario en donde no sólo está presente lo griego, sino que es una reflexión acerca de cómo un mestizo culto mexicano lee, interpreta y traduce a Homero desde esa perspectiva mexicana. 111 HeC es una personalísima forma de reintegrar el pensamiento, la poesía y los elementos culturales de la Grecia clásica de Homero. Toda la elaboración de HeC tiene como esencia la traducción de La Ilíada que Reyes trabajaba en ese momento; sobre esta base, Reyes plantea los proble1 1 0 . Subrayaré que el poemario fue publicado como libro, (1948, la primera parte; 1951, la segunda). Así mismo, me referiré a éste utilizando la siguiente abreviatura subrayada HeC, para facilitar la lectura. 1 1 1 . De acuerdo con Anderson Enrique, Reyes escribía: “Además de sus ensayos-ensayos y de sus ensayos-poemas hay ensayoscuentos (“Fortunas de Apolodoro de Tiro, Retratos reales e imaginarios) y cuentos-ensayos (…)” (Robb Vol IV 1996: 566) “Teoría y práctica…” Desde mi punto de vista, HeC se escribe como un poema-ensayo en donde el autor reflexiona sobre lo mexicano, lo griego, la literatura, el hombre.

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mas de interpretación del texto asociados a su traducción. Sobre estos personalísimos razonamientos, Reyes se pregunta sobre la pertinencia de llevar a la modernidad el texto. La traducción de La Ilíada también se lleva a cabo en momentos de post-guerra, en donde se encuentra el sentimiento del retorno a las preguntas básicas en el hombre. Reyes ve una civilización agotada, un desencuentro humanista, una pérdida de humanismo, una necedad totalitarista, lucha entre pueblos con deseos imperialistas, y un sentimiento de privación de equilibrio. Por supuesto, HeC, más que reflejar, concentra la perspectiva de Reyes sobre los valores humanos enseñados en La Ilíada, de los cuales el hombre ha aprendido tan poco. HeC, pues, representa esa “Ilíada” moderna (sea mexicana, americana, mundial). Un primer acercamiento a HeC invita a detenernos en la disposición triádica del poemario, las tres etapas en las que el texto se traza: éstas equivalen a esa simetría “caprichosa” del mismo Reyes. Sin embargo, ese antojo suyo es explicable a partir de su gusto por el equilibrio y el orden en casi todos los aspectos de su vida. Esta geometría triádica se establece desde los principios de su escritura: Las tres Electras (1910) se llama un texto del entonces novel escritor. El poemario HeC se organiza en tres fases, desde su propio origen. En la edición de las obras completas (que en este caso es la que interesa porque es la que Reyes mismo ha organizado) se ha editado el texto con un breve prólogo. En esta publicación, el poemario es colocado dentro de una tercera etapa; las dos primeras corresponden a la división llamada Tres

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poemas, la primera sección se titula: 1. Minuta (19171931); la segunda sección: 2. Romances del río de enero (1932); y la tercera: 3. Homero en Cuernavaca (19481951); el título mismo, como se muestra, indica tres años de producción para el poemario completo, es cierto, con sus diferentes azares (una edición primera de quince sonetos, una revisión y la colocación de los otros quince), que van desde el año de 1948 al año de 1951. Esta edición completa incluye una treintena de poemas, como si el tres se multiplicase por diez, de los quince “se me fueron ocurriendo los otros quince” (Reyes OC X HeC: 403), estos últimos con la fecha de elaboración de abril mayo de 1951, ocurrencias de Reyes que dificultan explicar lo arbitrario del orden deseado. En el prólogo,112 Reyes explica las consideraciones que se le deben tener: “Este recreo en varias voces —prosaico, burlesco y sentimental—” (Reyes OC X HeC: 403), son tres voces las que dominan el texto; tres los pronombres personales en el texto: yo, nosotros, él. En el mismo tenor de la triada, en el poemario resalta un epígrafe sutil: “Je veux lire en trois jours l´Iliade d´Homère”, el cual proviene del poeta francés Ronsard, quien desde la perspectiva renacentista propuso una relectura poética de Homero en su libro Los amores de Casandra.113 1 1 2 . Conviene destacar un dato: el poemario se signa, “México, 17 de mayo de 1951”, que personaliza el asunto homérico ya que la fecha es el cumpleaños de Alfonso Reyes. 1 1 3 . Un estudio comparativo entre ambos poetas, y respectivos poemarios HeC y Los amores de Casandra podría fructificar mucho, ya que los dos autores son helenistas y parten de la misma intención: redescubrir a Homero, desde su mismo espacio y tiempo.

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En esa línea vertical, que es la poesía, divide con números romanos cada una de estas etapas del desarrollo del poemario: “I. A Cuernavaca”, primer poema; “II. De Agamennón”, poema decimoprimero; “III. Una metáfora”, poema vigésimo primero. Reyes ha seguido La Ilíada, en etapas enlazadas en triadas; desde este punto de vista se pueden enfocar tres etapas de su vida, o tres problemas vitales que él tuvo que enfrentar. La Ilíada es la pauta: diez años en la misma, diez años de regreso (La Odisea), a la vez que Alfonso Reyes sólo traduce diez cantos de la primera. En Reyes, son tres jornadas, de diez años, que pueden relacionarse con sus tres estadías, digamos, importantes: España (1914-1924), Sudamérica (1927-1937), México (1938-1948). 114 Estas fechas son claves para Alfonso Reyes, sobre todo a partir de 1913 —la muerte del padre, a quien le dedica el soneto 28 de HeC—, pero es marcada la estadía, no de Europa en sí misma, sino de España en donde se vislumbra su mayor influencia: una vuelta a la tradición, “Un tiempo al Mío Cid consagré mis afanes/ para volcar en prosa sus versos y su esencia” (HeC S28:418). Las demás fechas, Sudamérica y México caen por sí mismas en el azaroso orden reyístico.115 ¿Qué es lo que busca Reyes con el poemario? La mejor respuesta está en él mismo, en 1911 escribió: 1 1 4 . Por supuesto, en estas etapas no consideramos tres años en Francia, y los días de viajes. Las referencias a Francia son dos; el epígrafe de Ronsard, y un comentario sobre M. Mireaux. 1 1 5 . En el libro Repaso poético (1906-1958) Reyes organiza de una manera parecida las mismas fechas: 1: 1906-1913; 2: 1913-1924; 3: 1925-1937; 4:1938-1958. Aunque en el trabajo no se toma la primera etapa.

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“Pero Pagaza, con ese arte contemporáneo de todos los tiempos, a partir de Grecia y Roma, se nutre de visiones clásicas y las sobrepone a lo actual.” (Reyes OC I: 267) CLM. “Joaquín Arcadio Pagaza” (1911). Desde el punto de vista de Reyes, se necesita una nueva valoración de la Grecia Clásica, robustecerla ante los problemas de la modernidad, ante el olvido de los hombres al creerla ya asimilada. Ésta que se llama revitalización griega es presentada por Reyes a partir de su carácter más humano, más esencial, más personal, porque en el poemario se manifiestan los sentimientos de la persona que es Alfonso, el que tiene esas tres voces: prosaicas, irónicas y sentimentales. En donde el carácter de Reyes sobresale desde un Yo, que presenta las perspectivas directas de varios asuntos, que no son meramente literarios, sino preocupaciones globales: la guerra entre los hombres, el poder, etc. En este sentido, se distinguen 15 sonetos en donde el “Yo” (Reyes) sobresale, y cuatro sonetos en donde el “nosotros” prevalce. En los demás los personajes hablan o se relata su historia. Mientras Reyes trabaja en la traducción de La Ilíada, escribe el texto HeC. Así ambos textos se encuentran íntimamente relacionados, no existe uno sin el otro. Sostengo que HeC más que un deleite es un trazo en donde Reyes se pregunta cómo integrar La Ilíada a su modernidad mexicana. Traducir, entonces, no es sólo encontrarle el significado a las palabras, sino encontrarle el sentido dentro de una referencia cultural mexicana. En este descanso, el “dulce retiro” que es Cuernavaca, Reyes se lleva la traducción; con él va Homero y el problema de presentar como actuales los temas de los griegos.

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La traducción es, sin duda, cosa desconcertante y, a poco apurar, da muestras de una multiplicidad o variabilidad psicológica comparable a las elasticidades del volatinero que ejecuta con el cuerpo lo que parece en principio, un logro imposible. (Reyes OC VIII: 122) DVV “La guirnalda española de Jean Camp”, 1947.

Precisamente, en esos años, Reyes trabaja en el equilibrio de dar a las palabras la certeza de la traducción. El primer enfrentamiento que tiene de manera real con el trabajo de traducir es ese carácter de adivinanza de los sentidos de las palabras griegas, “No leo la lengua de Homero; la descifro apenas. > —como dice Góngora en su romance—, un poco más entiendo de Grecia” (Reyes OC XIX 1949: 91) LIdH “Prólogo”. Por supuesto, unido a la problematización de la traducción surge el problema semántico (preocupación a la que Reyes dedicó buena parte de su obra teórica). El asunto de la traducción es básico para Reyes porque le permite visualizar los pocos entendimientos que la sociedad moderna tiene sobre la Grecia Clásica. ¿Cómo señalar, por ejemplo, a Helena como motivo de Troya? La guerra por una mujer. Nada más justificable que el comprensible amor: “El amor no conoce victoria / que disfrutar la dicha transitoria, / ¡Y arda Troya después no lo deploro!” (Reyes OC X HeC: 411); pero el amor es la palabra que lo acredita en este caso, y en otros, todo. El amor es, por así decirlo, lo primero que tendríamos que comprender del mundo aqueo. El autor sabe que su traducción no alcanza el conjunto de conocimientos que le permitirían acertar en las acciones de los griegos para relacionarlas con

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su vida política, científica, doméstica, con su cultura en general; es lo que él llama “deletreo”. Por ello conviene en otro concepto: “la exégesis”, ya que la interpretación no es directa, sino corresponde al mundo de quien está traduciendo el texto. Principio que le permite la comparación entre la vida del entonces griego y de la actualidad. Precisamente, un hombre mexicano contemporáneo que traduce La Ilíada es Alfonso Reyes en HeC. Un hombre ante la guerra, ante su conocimiento, ante México y el mundo, ante su cultura, con sus propias preocupaciones personales. Éste es el “yo” en HeC que explica cómo interpretó a Homero al traducir su obra para México. En tal sentido, los poemas “Los Exégetas” 116 (poema 6), y los dos siguientes, “2”, y “Materialismo Histórico”, precisan ampliamente el esbozo, discusión, propuesta en los que Reyes proyectará el poemario de Homero en Cuernavaca, como un centro de reunión entre dos mundos diferentes: el mexicano representado por Cuernavaca, y el griego simbolizado por Homero. Incluye, también, la fusión temporal representada por la traducción de La Ilíada de Homero. En el soneto 6, Alfonso Reyes expone que se ha juzgado a Homero no sólo desde la métrica, sino desde la modernidad en donde se pierde, para Reyespoeta, la antigüedad clásica, “como peca el moderno desatino” (Reyes OC X HeC S6v4). Porque si La Ilíada no cuenta con un lugar en la actualidad, Grecia tampoco. Grecia es el “embrión” de este presente.

1 1 6 . Mantengo, por supuesto, la ortografía del poema en la edición de las obras completas; revisada por Alfonso Reyes.

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Precisamente, y sin caer del balancín, Reyes se atribuye como traductor la cualidad de exégeta, y con ello la crítica: por supuesto, en la narración de circunstancias, la antigüedad y lo moderno, la crítica es lo que permite vislumbrar la trayectoria espiritual de las letras iniciadas por Homero: “Esta crítica, que por ahora prefiero llamar la exégesis,” (Reyes OC XIV: 112) LEL “Aristarco o anatomía de la crítica” (1941). En la traducción está presente ese mundo mexicano contemporáneo, ese pasado inmediato, ese pasado mexicano, con ello Reyes revisa las similitudes, las diferencias: “De modo que la Ilíada, según Monsieur Mireaux” (Reyes OC X HeC Soneto 7 v1), en donde compara su interpretación con la de un francés. El enfrentamiento e interpretación de La Ilíada puede ser diverso y responde a las diferentes lecturas comunes con las que el libro se encuentra. Mireaux, francés con otro marco cultural opina sobre la obra, y en ello se encuentra una perspectiva, “según”. Cada quien puede tener una visión sobre el mismo acto, “Y añado por mi cuenta: Tersites padeció/ a nombre de la tropa, según claro se ve” (Reyes OC X HeC Soneto 7 v7-8). Porque en esto de las vistas de un objeto, de una interpretación ingresan diversos órdenes, entran en todas la posibilidades de la lectura de inclusive nuestra propia tradición: “[...] muchacho no te encumbres, que toda afectación es mala”, y el sensato la juzga con desdén. También a Don Quijote le han hecho sinrazón (Reyes OC X HeC Soneto 7v9-11).117 1 1 7 . Lo que juzga Reyes recuerda el libro de Ortega y Gasset Meditaciones del Quijote; la cita es precisamente del Quijote, 2º parte, Capítulo XXVI.

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A toda lectura se le pueden buscar “mil trazas” (Reyes OC X HeC Soneto 7 v12); en ese sentido, cualquier mecanismo se puede probar para poder realizar, elaborar, trabajar en la poesía, y reinterpretar el momento histórico social. Éste es el diálogo intertextual que plantea el autor: Don Quijote, la tradición española está en el mismo nivel que La Ilíada. En la lectura y en la traducción surgen las referencias culturales del autor. El tercer soneto, “Materialismo histórico” (Reyes OC X HeC soneto 8) es la búsqueda más fuerte de la poesía en Reyes, la interpretación del poema de Homero. Por supuesto, en este último respiro antes de ingresar totalmente a su interpretación señala el único camino válido para él: “la ruta vertical, la poesía” (Reyes OC X HeC Soneto 8, v14). La poesía como método dialéctico, que es capaz de manifestar la ideas en una más amplia realidad. Pero no sólo es la traducción lo que ocupa a Reyes, sino es todo el umbral (para intentar ser congruente con su propuesta teórica) de las intenciones estéticas. Lo que mueve al texto a ser literatura es ese principio motriz en el poeta, tan sencillo como: “4. Respecto a la forma, sin intención estética no hay literatura;” (Reyes OC XIV: 83) LEL 1941 “Apolo o de la literatura”. Son las mil trazas las que impulsarán a Reyes a realizar la proeza de la traducción, además de colocarse la máscara de Homero, sus intenciones son claras cuando señala que puede “probar que este soneto nace de la intención/de abatir a un coloso hiriéndolo en la sien” (Reyes OC X HeC Soneto 7, v13). La ansiada expresión estética es cómo compa-

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rar dos obras: La Ilíada y HeC. Ambas producciones emergen de una intención estética, la de Reyes que pretende derrocar al coloso que es la obra de Homero: La literatura posee un valor semántico o de significado y un valor formal o de expresiones lingüísticas. El común denominador en ambos valores está en la intención. La intención semántica se refiere al suceder ficticio; la intención formal se refiere a la expresión estética. (Reyes OC XIV: 82) LEL 1941. “Apolo o de la literatura”.

La reflexión lleva a Reyes a mostrar el perímetro de la intencionalidad estética, 118 la relación en el poema con la intención de Homero, de su suceder ficticio; y también su aplicación a la intención formal, en cuánto se aproxima la expresión del “arguto alejandrino” (Reyes OC X HeC Soneto 7 v1) a la del poema homérico. Todas las preocupaciones se vacían en el fondo de Homero en Cuernavaca. De dos formas, tanto en la española como la griega, surge el otro sentido: cómo aplicarlas a la modernidad: Partiendo en dos a Homero fue tan impío ni ha pecado tanto como peca el moderno desatino (Reyes OC X HeC Soneto 6. v2-4). 1 1 8 . Por supuesto la aplicación teórica desplegada en su libro Deslinde se nota con claridad. Lasser resume el concepto de intencionalidad como: “(…) es el hecho íntimo, decisivo, que precede a otros; es ese estado del espíritu, esa predisposición que va imprimir su carácter, su color, su nota, al orden científico o literario”. (Rangel Vol. II 1996: 366) “Las ideas literarias de Alfonso Reyes”. Precisamente, busca imprimir un carácter propio, un color, una nota a La Ilíada. Y él conoce que por su propia identidad sólo puede imprimirle el carácter, el color, la nota de un mexicano.

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Desde esa perspectiva es que surgen los personajes griegos, explicados para el lector. Precisamente, el poema 9 es la relectura de La Ilíada; los poemas, “Genealogías troyanas”, “Entreacto”, presentan las características del mundo aqueo a la modernidad. El primer soneto, con un rasgo prosaico dice: “le salió mujeriego y vano y sin escrúpulo” (Reyes OC X HeC Soneto 9 v12); es decir, no es otra cosa que un problema de faldas, de arrogancia y de valores —sean troyanos, aqueos o modernos. Del poema 11 al poema 19, Reyes se ocupa de caracterizar a los personajes en sus más prontas pasiones, acercando al lector a su propia interpretación textual. “II. De Agamenón”: la guerra y la fatalidad motivo preocupante en ese mundo de post guerra que Reyes sufrió. “Menelao y la sombra”: la ironía. “Dice Hera”: el clímax del poema. “Paris”: la arrogancia. “De Helena”: la pasión. “Paris-Alejandro”: rivalidad. “El llanto de Briseida”: desamor. “Hera”: poder. “Héctor”: héroe. En esta aproximación a la lectura, se muestra una interrogación directa que llevará a su límite la posibilidad del texto homérico, y del texto de Reyes: “Y tú, lector, ¿no acudes, por muy sutil que seas. En pos de una esperanza o de un embeleco?” (Reyes OC X HeC Soneto 12 v13-4). La pregunta es de una resonancia extrema: no sólo se interroga al lector directo de Homero en Cuernavaca, sino también al lector de La Ilíada, y con ese mismo sentimiento se ve a Reyes como lector en un franco texto polifónico,119 preguntándose lo mis1 1 9 . Aunque la polifonía se definió por Bajtín en los límites de la prosa, el uso que Reyes establece en los textos de las diferentes voces narrativas señalan esta característica, que por demás, debe estudiarse en la escritura reyística.

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mo; en ese sentido, la intertextualidad aparece, el texto no sólo es su propia referencia, sino las demás relaciones. Es decir, no sólo es un problema de lectura para Reyes, sino también es síntoma de la tradición, que él muestra como insertada en su propia lectura, traducción e interpretación del texto de Homero. Los textos y los autores que acompañan la “paráfrasis” de Reyes son: Don Quijote (Reyes OC X HeC Soneto 7); El Mío Cid (Reyes OC X HeC Soneto 28); Alarcón, P. Henríquez, Castro Leal, Ermilio Abreu (Reyes OC X HeC soneto 22), Manrique (Reyes OC X HeC soneto 25); Los amores de Cassandra, Ronsard (epígrafe); Pónticas, “A Mesalino”, Ovidio (epílogo). Amén de algunos dichos populares que Reyes suma a los poemas. Todo circunda la creación del poemario Homero en Cuernavaca. Son las lecturas de la tradición, de la propia cultura, las que permiten abrevar en los poemas, con o sin color local, con características personales o ajenas, con mundo o sin mundo, pero sobre todo (se reitera) con intención estética. Porque, “De todo poema, a la fuerza, resulta un testimonio histórico, en el sentido más amplio de la palabra, a causa de lo que alguna vez se ha llamado , el residuo de la realidad que ocurre necesariamente” (Robb 1997: 207). La tradición se convierte en ese pedazo de realidad a partir del cual Reyes puede traducir los poemas homéricos. Los héroes más representativos de la tradición literaria hispánica son evocados en el poemario: el Mío Cid, Don Quijote, además de la evocación paterna; están todos en ese mismo momento, en ese mismo lugar que es la lectura.

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En cuanto se ingrese al tema de la nación se analizará con mayor detalle la filiación que Reyes muestra con respecto a la patria, con respecto a su “terruño”. En HeC Reyes dice que la Grecia clásica es parte de nuestra herencia occidental, se ha establecido un punto medio y recíproco con la cultura helénica, sólo se necesita traducir los más lejanos y cercanos sentimientos. Pero la liga con lo clásico está: “[...] y exclama, casiicomo el mexicano: Los dioses no dan juntas las virtudes” (Reyes OC X HeC Soneto 23 v13-4) Por supuesto, el mexicano es Alarcón, pero a la vez, este personaje se convierte en la posibilidad prototípica de los demás; de los que así se consideren. Porque Alarcón es “nuestro”, porque ha sido el discreto —particularidad de la cortesía que Reyes atribuía a las buenas costumbres mexicanas. Evidentemente, México también se encuentra en esa referencia toponímica que es Cuernavaca, “el dulce retiro”; en donde por demás sitúa a Homero, haciéndolo parte de la cultura mexicana —al igual que Alarcón. Por último, en este juego de relaciones griegas y mexicanas, Reyes asume el riesgo de insertar esos elementos prosaicos, irónicos,120 que son parte del mismo carácter de lo mexicano. “Guerrero de opereta y de chiripa” (Reyes OC X HeC soneto 14 v9), “Soy sin ti como ave sin alpiste” (Reyes OC X HeC soneto 17v3); con estos dos versos, Reyes desnuda el carácter épico y sombrío de los personajes ya que a través de la ironía los presenta como parte de ese mundo contemporáneo. En la ironía, en la risa que es “la propia salud del 1 2 0 . “Por eso sabía perfectamente que su Grecia, su Ifigenia, su Iliada, eran espejos deformantes, parodias críticas del humanismo que él usaba con tanto respeto como humor.” (Rodríguez: 1982:8).

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corazón” (Reyes OC X HeC soneto 18v14) se encuentra la otra lectura de La Ilíada, ya no tan seria. Los diez últimos poemas son avasalladoramente personalísimos. Lo sentimental invade las páginas; el soneto 28 se aproxima al poema “9 de febrero de 1913”. Este profundo sentimiento de Reyes explora en línea vertical el mundo en guerra: desde Alejandro a los otros capitanes; desde el Mío Cid al padre semejando a Rodrigo. En este soneto se lamenta la pérdida del padre por las causas militares, Reyes sólo alcanza a retratar —en esa evocación que el poema de Homero provoca— “las imágenes de su virtud guerrera” (Reyes OC X HeC soneto 28 v14). Porque el llanto y el sufrimiento siempre es uno, tanto para los helenos, como para los europeos, como los latinos, como para los mexicanos; siempre que corra sangre habrá ese llorar, que como escribe Reyes: “A siglos de distancia la sangre es siempre una” (Reyes OC X HeC soneto 28v9). Al final del texto se encuentra una cita de Ovidio que cierra el texto de manera dramática: “Lengua, site, non est ultra narrabile quidquam”; cuya traducción se ha localizado como: “¡Calla, lengua! No se puede contar nada más”121 (Ovidio 1992:414). Cita con la cual Reyes cierra el ámbito de lo sentimental, además de colocar un punto final al mundo heleno; abriendo paso al mundo latino y con ello a la Eneida americana. No se puede contar nada más porque en ello es posible la visión de la desilusión (ya al final de sus días) de Reyes ante el mundo de la post-guerra. Como Ovidio, Reyes se encuentra en una melancolía, que 1 2 1 . En nuestra traducción encontramos este texto numerado como 60, Reyes lo tiene como 61; dicho texto corresponde al libro de Pónticas, la epístola dirigida “A Mesalino”.

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parece provenir de la desilusión del mundo, del que decide exiliarse. Los griegos, pues, y los poemas homéricos son el punto de equilibrio al que Reyes espera que la humanidad, los europeos, los latinoamericanos, los mexicanos arriben. “Perdóname: como náufrago le tengo miedo a todo mar” Ovidio. Pónticas. “A Mesalino” 2, 125.

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La última patria

El pensamiento de Reyes se desarrolló en dos vertientes que confluían en una misma tendencia: la universalidad de la razón. La primera de esas directrices es el progreso del pensamiento ilustrado en México, esta fuente siempre estuvo presente en Reyes como parte de la tradición intelectual heredada por sus maestros —el más prominente: Justo Sierra. La otra, el cosmopolitismo del porfiriato, que encontró un cauce en México para los más diversos intercambios europeos, fuesen culturales, materiales o tecnológicos. El intelectual mexicano se integró a esta importación.

Los orígenes de la patria Durante el siglo XIX, el romanticismo liberal fundamentó la cultura indígena y la colonial como antecedente de la nacionalidad mexicana. El planteamiento político cultural de los liberales de la época de la

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Reforma, y de la República restaurada fue reconstruir esta continuidad mítica: ser parte del mundo prehispánico. La idealización de la cultura prehispánica tiene como finalidad reconciliar —al menos culturalmente— pugnas sociales, políticas y raciales. Así, los liberales se imponen con un nuevo matiz de mexicanos: indígenas y mestizos, conformándose el imaginario cultural; sin embargo, para Reyes la cultura prehispánica conviene en: “No tenemos una representación moral del mundo precortesiano, sino sólo una visión fragmentaria, sin más valor que el que inspira la curiosidad, la arqueología: un pasado absoluto.” (Reyes OC XI: 174) TyO “Discurso por Virgilio”. Ese alarde de piedra que para Reyes se representa en los rescoldos de la cultura azteca mexicana, tiene sin embargo sólo “últimos reductos” en la cultura mexicana: lo que los indígenas enmascararon bajo el cristianismo. La moral es base de la civilización y al no heredar ni siquiera esa representación de los valores de la cultura prehispánica, ese pasado es sólo ruinas. La cultura indígena queda fuera de la asimilación de la cultura mexicana por la ausencia total o parcial de un sistema de aprendizaje y de escritura: no existe la inteligencia indígena americana que se contraponga a la europea; el mestizo, en su caso el indígena, aprende a través de la visión europea. Nuestros indígenas disimularon por mucho tiempo —y lo hacen todavía en sus últimos reductos. Su sensibilidad cósmica, su imaginación mitológica y aun algunas prácticas de sus religiones autóctonas, bajo los ropajes del simbolismo cristiano importado con la conquista. (Reyes OC IX: 131) NyS “El derecho público en el Antiguo México” (1938).

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Parte de lo que conforma la expresión de ese espíritu mexicano se encuentra en el disimulo de lo enterrado por los indígenas, ya que para ocultar sus signos los reforzarán a la manera occidental: sus dioses, su magia, sus danzas, su tecnología. Así, cuando el mexicano plantea la independencia cultural recurre a estas formas enterradas, lo que le da voz propia frente a Europa. Por supuesto, esta independencia cultural, para Reyes, ya no reclama necesariamente lo autóctono o lo regional per se, sino se integra de manera natural al mundo moderno como voz de México, pero sin su base moral: sólo es parte del paisaje. Sin el menoscabo del “amor a la patria” la propuesta de Reyes es el surgimiento de un estilo que sea híbrido en todos los sentidos: la mezcla permite las nuevas formas, en esa reunión de dos razas, señaladas por él, en un punto de diálogo: 1519, en donde la dominación del indígena americano tuvo como consecuencia que los vestigios se asentarán dentro de nuestra propia mitología como parte del panorama que corresponde al amor patrio, naturaleza que no se cuestiona, sino se ama. Los imaginarios creados simbolizan un punto de reunión en la vida cotidiana del mexicano, aún antes de Reyes: [...] el amor a la patria, nuestra naturaleza, brava, fragosa, como la encontraron los mitológicos caballeros de la piel de tigre y de los penachos multicolores y agitados, nuestra naturaleza, hecha símbolo y sello y concreción de nuestra unidad en el grupo dramático del águila y de la serpiente. (Reyes OC I: 196) “El paisaje en la literatura mexicana del siglo XIX” (1911).

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Se plantea la representación de la mezcla que es el espíritu mexicano. El nuevo ser, mestizo, resulta de la conjugación de dos emblemas disímiles: el águila y la serpiente. Estos elementos del blasón mexicano (que tiene su origen en un mito azteca) representan el carácter en lucha —ya ha iniciado la revolución— para ver qué rasgo domina. El nuevo ser se forja de la cópula entre el águila y la serpiente;122 cuatro son los nuevos seres, uno el resultado: los indios olvidados por la sumisión implicada por su estatus; los españoles en la cúpula determinando los intereses de sus reinos; los criollos que son y no participan de los beneficios totales, de entre ellos, los mestizos.123 Pero en este origen, México se explica a partir del mestizaje entre los españoles y los indígenas (con la consabida mezcla entre las diferentes razas). En ello, el ente cultural no sólo se determina o se limita a México, que comparte con la América Latina el mismo destino. América Latina es totalmente mestiza, sustancia heterogénea que está en todas: espíritu buscado con ímpetu por Reyes.124 Este nuevo ser, si bien tiene características físicas diferentes, debe ante todo poseer un espíritu, un principio cultural básico compartido por México con gran sincronía: 1 2 2 . El tema será aplicado posteriormente en la literatura mexicana: Martín Luis Guzmán, otro trasterrado a España en los años 20, escribió en 1928 la novela El águila y la serpiente. 1 2 3 . “Entretanto, sorprendentemente, los indios abajo, los españoles arriba y en medio los criollos señoriales y soberbios y los mestizos astutos y sutiles, se engendra el nuevo ser de una patria.” (Reyes OC IX: 44) NyS “México en una nuez” (1929). 1 2 4 . “Por mi raza hablará el espíritu” es el lema de la Universidad Nacional Autónoma de México, que resume la propuesta de Vasconcelos, pero también la de la generación de Reyes, el Ateneo de la Juventud.

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La laboriosa entraña de América va poco a poco mezclando esta sustancia heterogénea y hoy por hoy, existe ya una humanidad americana característica, existe un espíritu americano. (Reyes OC XI: 82) UT “Notas sobre la inteligencia americana” (1941).

Reyes escribe de entrañas porque la visión de América es materna; América representa la matriz de ese nuevo ser. Ante el suelo acabado de Europa, por las guerras mundiales, la tecnología deshumanizada de Estados Unidos; América Latina conviene en ser el nuevo punto de partida en donde, más que un asunto racial, está: De la raza dijimos ya lo bastante y casi da enojo insistir. Para América no hay más raza que la raza humana. Es innegable que las diferencias de la lengua establecen hiatos; innegable que cada lengua se funda en una metafísica o representación del mundo. (Reyes OC XI: 268) TyO “Posición de América” (1942).

A Reyes le preocupa la posición de América porque no es una cuestión étnica, sino de inteligencia, la última Tule se copa de esperanza, pero el intelectual debe sostenerla en el papel. En ese proceso de construir la nación, el letrado reordena el mundo, su realidad; a partir del discurso mismo, proyecta en él, el futuro para América: el desarrollo productivo, cultural y social de América conviene en la medida de dimensionarlos en otra dirección y en un futuro próximo: la utopía. Así, América albergó dos Américas, la del letrado, que marchaba hacia la utopía; la otra, la bárbara, que liquidaba a la primera. Este sentimiento perdura

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todo el siglo XIX en los intelectuales, el americano estudia, viaja y practica a Europa desde su más básica educación, es occidental. A la vez, y en ello está la formación de la nación, se debe reconocer que se es mestizo, que se es una síntesis, el “verdadero saldo histórico” —dirá Reyes. Este proyecto utopista del espacio cultural hispanoamericano prioriza la capacidad creadora del intelectual americano, lo que explica, en gran medida, cómo se construyó un mensaje apriorístico del futuro. En este sentido, “La Última Tule” de Alfonso Reyes, “Alocución a la poesía” de Don Andrés Bello, “Atenea” de Ignacio Manuel Altamirano, muestran la dimensión utópica de América; a través de una elocuente poética, el topos anhelado cobra vitalidad. Así lo nuclear de la posición de América ante el violento caos en Occidente es la representación cultural del mundo que establece con la lengua. A partir de ésta América será capaz de, En el campo de la cultura, todo hibridismo acaba en fecundidad, por mucho que de un momento perturbe los hábitos establecidos. Es la ley del espíritu. Más aún: es el destino de la vida. Polibio, que viajó por Alejandría en el siglo II, distingue tres grupos de población: el egipcio o indígena, el mercenario —numerosa masa militar de griegos y macedones sobre todo, que han comenzado a ser postergados por el monarca, aunque Polibio no estima esta causa de su oscurecimiento— y el propiamente alejandrino, producto de la mezcla, que considera sin ambages el mejor de todos.(Reyes OC XX: 175) LFH.

América representa el más nítido hibridismo, Reyes la considera la mejor utopía de todas. Pero,

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específicamente América Latina (ya que los Estados Unidos no permitieron con ellos el hibridismo, la mezcla). Para demostrar la valía del mestizaje plantea los ejemplos de la historia en donde el hibridismo no es la decadencia, sino un mejoramiento en la propuesta cultural, no racial. Es decir, Reyes defiende el mestizaje cultural ante el creciente resurgimiento del discurso de la supremacía de la raza aria en los años 40 (tanto en Alemania como en EUA). Reyes plantea que la independencia intelectual es la base para que su América desarrolle una propuesta propia, que desde su punto de vista se percibe desde, Cincuenta años después de la conquista española, es decir, a primera generación encontramos ya en México un modo de ser americano: bajo las influencias del nuevo ambiente, la nueva instalación económica, los roces con la sensibilidad del indio y el instinto de propiedad que nace de la ocupación anterior. (Reyes OC XI: 83) UT “Notas sobre la inteligencia americana” (1941).

También señala a una América en formación, que aún no alcanza la mayoría de edad; esto no es limitante para América, sino una invitación para los pueblos europeos a unirse a la utopía americana: ver a la América como los americanos la ven; porque ante las posibilidades teóricas de Europa, América plantea una divergencia: la posibilidad de un nuevo ser que lleve al máximo de expresión el plano de la cultura heredado de Occidente en donde no reine la violencia, y el individuo recicle la libertad griega con su nuevo contexto. América fundó, en este sentido, un nuevo mestizaje, una lucha entre dos razas que no tenían rela-

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ción ninguna. Por ello, los pueblos latinoamericanos tienen ese punto de reunión que los realiza en un solo ser, los hace sentirse parte de lo mismo: inicio de todo despertar americano, para el cual Rodó, según Reyes, planteó la alternativa: [...] mi México pareció —para las conciencias de los jóvenes— un don inmediato que los cielos le habían hecho a la tierra, un país brotado de súbito entre dos mares y dos ríos: sin deudas con el ayer ni compromisos con el mañana. Se nos disimulaba el sentido de las experiencias del pasado, y no se nos dejaba aprender el provechoso temor del provenir. Toda noticia de nuestra verdadera posición en el mundo se consideraba indiscreta. [...] A él, en un despertar de conciencia, debemos algunos la noción exacta de la fraternidad americana.” (Reyes OC III: 134) EC “8. Rodó (Una página a mis amigos cubanos).”

Esa fraternidad se establece en el lazo más profundo que existe: el espíritu humano. Entonces, los sentidos unilaterales de México constan en la comprensión de la totalidad del espíritu americano para entender lo que sucede en el terruño, la inmediatez: América Latina tiene coincidencias históricas y sociales. Lo histórico y lo social no son producto de un intercambio material, sino van más allá como parte de la unidad americana: “[...] este comienzo de solidaridad no ha sido efecto del comercio ni de la política, sino de la poesía, es decir: del espíritu” (Reyes OC XI: 65) UT “En el día americano” (1941).

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El despertar americano 125 que se propone está vinculado al espíritu por lo que forzosamente, quienes deben guiar el trabajo son los poetas, por supuesto, porque en ello ve que la formación histórica de América contiene una unidad interna que es producto de una necesidad vital: cuando América elabora poesía, también fabrica ciencia. Así, si es el alma lo que nos une, son los poetas (asumiéndose él en esta postura) los armadores de la armonía: “Somos los poetas —es decir: las fuerzas desinteresadas del Espíritu— quienes están devolviendo su coherencia y unidad a Toda-la-América.” (Reyes OC VIII: 158) DVV “A Ronald de Carvalho” (1922). Por supuesto, la América tiene la misión de encontrarse, porque en esa afinidad de sentimientos, la misma concordancia de espíritus, las temáticas, políticas, sociales, económicas, incluyendo sus propios sueños, se encuentran irremediablemente unidos por la lengua española: América, como se ha dicho de Virgilio, tiene “don de lágrimas”. En la temática de la poesía americana —la gota de miel, el destierro y el regreso, los murmullos del bosque o “soledad sonora,[...]” (Reyes OC IX: 236) LTylD “El llanto de América” (1940).

1 2 5 . Esta hora americana “(…) llegará si sabemos aguardarla con plena conciencia y humildad. Si comprendemos que las civilizaciones no se producen en el aislamiento, porque su ley es la intercomunicación y la continuidad. Si de acuerdo con esta ley, sabemos aprovechar la fusión de razas y de culturas que en este momento se está realizando en la tierra.” (Rangel Vol II 1996: 351) Olguín, “La filosofía social de Alfonso Reyes”.

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En ese sentido, el trabajo de la inteligencia americana con su sensibilidad es el de comparar, en su mínimo impulso interior, las semejanzas más que las diferencias. Esto es, América Latina comparte un destino anterior al descubrimiento, siendo en parte española, un poco latina, en el fondo griega. Estos elementos de la tradición han fundamentado el carácter y el peculiar espíritu de los americanos; éstos deben estudiarlo porque representan la creación de la identidad de su pueblo; el poeta no es sólo una individualidad, sino una cultura integral; su presente es en la medida de su pasado. La comparación no se realiza sobre la raza —“último reducto de pigmentación”— sino se coteja la cultura, entendida como el cruce de tradiciones que conjuntan a la América Latina consigo misma, o mejor dicho, la enfrentan a sí misma en un mosaico diferente, pero con una base en muchas semejanzas. Las tradiciones son las que, en el fondo, mantienen unida la autenticidad del espíritu latinoamericano. Muchas son las formas, pero un solo contenido. La autenticidad de este carácter homogéneo y su última garantía de éxito nos la da el hecho de que tal comunidad internacional funciona desde mucho antes que se le haya dado forma institucional. (Reyes OC XI: 266) TyO “Posición de América” (1942).

América se ha mantenido como utopía; y como todo ideal, su fuerza está en ella misma. Hacia 1942, a 450 años de su descubrimiento por los europeos, América no se ha dado cuenta que el mejor acercamiento a la utopía es buscar en sus propias venas

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históricas, es compararse entre sí: “El mexicano descubre mejor su destino cuando se le compara con el del Amazonas o con el platense, que cuando se le compara con el alemán o con el inglés.” (Reyes OC VIII: 55) DVV “Sobre el folklore” (1929). Reyes plantea con ello la necesidad de encontrar la identidad, no a través de la otredad, sino a través de la América misma, con la brújula para descubrir su posición en el mundo; no en el presente inmediato. Es interesante observar que el escritor propone el discurso de la otredad en Latinoamérica para mejor comprensión del nacional. Hasta ese momento, el intelectual había insistido en definirse a él mismo por sí mismo. Si bien en América Latina no existe el opuesto porque está el mestizaje, el intelectual deberá tomar su posición en el mundo para poder establecer la comparación: “Quiero decir que hemos comenzado apenas a compararnos unos con otros, y que de semejante comparación ha de nacer un conocimiento más exacto del propio ser nacional.” (Reyes OC IX: 28) NyS “Palabras sobre la nación Argentina” (1929). La búsqueda del ser nacional, de los nacionalismos latinoamericanos no se centra en los límites geográficos de cualquier nación latinoamericana, tampoco al exterior, no es Europa quien la definirá, son las propias naciones latinoamericanas. El ser nacional, mexicano o argentino o colombiano, o cubano, se detalla sólo a partir de la comprensión de lo “otro” latinoamericano: Reyes no ve a México, Argentina, Colombia, Cuba, como partes aisladas de su América Latina. Él advierte una totalidad congruente en sus relaciones económicas, políticas y sociales que comparten un espíritu propio, una poesía pro-

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pia; América con un vasto cuerpo en formación para alcanzar la tan ansiada mayoría de edad. Así, la única patria es la civilización.

Las fiestas de la nación El “propio ser nacional” —como lo llamó Reyes— tuvo un lugar primordial en su pensamiento. Él escribía a caballo entre lo nacional y lo extranjero, pero siempre con pluma fuente universal. El paisaje será parte de esa reflexión, pero también el espíritu para ser parte integral del mundo; la fe que éste tiene para el movimiento de su propia conciencia. En el punto de reunión que no habla de la distinción entre uno y otro, Reyes reconoce que la fe se encuentra interiorizada como elemento mestizo: Reyes analiza el mito de la virgen de Guadalupe como un componente importante en la cultura mexicana, porque ésta —como icono— también recupera el sentido arquetípico de otros mitos que tenían otros pueblos: los griegos y los romanos: Entre nosotros, lo primero equivaldría a examinar las devociones anuales en la basílica de Guadalupe y, confiriendo los documentos y la crítica de la materia, restablecer los rasgos de la tradición (folklórica y canónica) y el milagro concebido a Juan Diego. (Reyes OC XVIII: 99) EH.

Para Reyes, la solidez de la figura de la virgen de Guadalupe corresponde a esa fe cíclica en donde el sentir popular encuentra respuesta para que el mundo se mueva. En un sentido primario, la Guadalupana es el punto de reunión de la fe de los pueblos latinoamericanos:

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Respecto a los elementos no religiosos que se mezclan en estas magnas celebraciones, hay que percatarse de que para nada empañan su valor místico. Recuérdese que lo propio acontece en nuestra fiestas consagradas al Señor de Chalma o a la Virgen de Guadalupe. (Reyes OC XVI: 307) RG.

El mundo americano siempre es comparado con lo otro. La virgen de Guadalupe cuenta con el mismo valor que los otros rituales, en donde se mezclan caracteres que no son propios de la religión, pero esto es común en casi todos los que el autor ha leído. México, aún en lo místico se parece a los demás pueblos, aquí no hay variaciones. Por supuesto, merece toda la atención porque es parte de ese disimulo indígena, parte de esa mezcla, parte de esa arqueología: además, simboliza el relativismo moral de una sociedad apenas en formación. Otra de las fiestas que, indispensablemente, ocuparon el pensamiento de Reyes fue la del 15 de septiembre. La postura que toma hacia la fiesta nacional es una reinvidicación entre lo que se hace por el amor a la patria, y lo que el Estado mexicano impone como necesario: una ideología a través de la fiesta como el fundamento de la patria: En nuestra literatura nacional —particularmente me contraigo aquí a la novela— el color local y la imitación de la vida han producido un resultado funesto a todas luces; no hallaréis, o la hallaréis difícilmente, novela nacional en donde no se describa esta festividad, la más cruda de todas: un 15 de septiembre en la noche. (Reyes OC I: 156) “La noche del quince de septiembre y la novelística nacional” (1909).

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La crítica de Reyes puntualiza cómo esta festividad nacional se ha convertido en un mero artificio dentro de la literatura nacional. Un discurso vacío que es forzado a ingresar en el paisaje de la novela costumbrista. Este es el tipo de nacionalismo al cual Reyes tuvo siempre aversión, un nacionalismo que no analiza el trasfondo histórico-social del acontecimiento que se describe. Al filo de la revolución mexicana, el juicio de Reyes es revelador: la festividad del 15 de septiembre se ha convertido en una representación teatral o novelística que no tiene nada que ver con los ideales de la misma. Como buen crítico, Reyes reafirma que el punto crucial en la literatura mexicana es que se ha insistido en establecer el “color local”, “el nacionalismo”, “la particularidad”, o el “rasgo mexicano”; lo que para la literatura termina por ser funesto: Nosotros, como los atenienses, tenemos a orgullo el celebrar con discursos y poesías, año por año, los aniversarios de las hazañas patrióticas; para lo cual, dicho sea de paso, contamos con un inagotable caudal de oradores y poetas, que, como forzados a quienes por turno van tocando la prueba, no pueden menos de considerar la fiesta nacional como un compromiso amargo. (Reyes OC I: 156) “La noche del quince de septiembre y la novelística nacional” (1909).

Patria sin sentimiento no es patria; el escenario social o político en donde los poetas amargan sus cantos no habla de un amor patrio. Es decir, que se ha sacrificado uno de los más altos valores. La poesía con una finalidad utilitaria; la ideología, para Reyes, no conlleva la violación del orden estético; y sobre

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todo, del orden amoroso: la patria debe quererse por sí misma, como la aman los atenienses.

Los héroes y los dioses Un pensamiento como el de Reyes no se queda sólo en la aceptación de los fenómenos por sí mismos; necesariamente profundiza en los ambientes que le preocupaban, sobre todo, en los rituales sociales en los que se identifica el mexicano con su tiempo: “El culto a la tumba del héroe supone que éste, en cierto modo, está vivo y presente, y es accesible a la ira y al apaciguamiento.” (Reyes OC XVIII: 119) EH. Su análisis siempre se apega a uno de los primeros sentidos heroicos: el helénico. En lo personal, él está muy unido al sentido de los héroes militares, sobre todo por la influencia del padre, aún más por la trágica muerte del mismo en 1913. Así, en él existe una reflexión constante sobre la formación de ese imaginario del cual escribe: “El héroe, antepasado místico, será una deidad local, amparo de su ciudad o región [...] La escala cultural conduce de la familia al Estado, y del Estado al cielo”. (Reyes OC XVI:83) RG. Nada más claro: la construcción del héroe para el hombre es la construcción de los ideales del Estado, sobre los cuales este último fincará sus más preciados y caros anhelos. Sobre la construcción de la idealización del héroe que no sólo representa, metonímicamente, al Estado, sino a la lucha y al pueblo. México imagina diferentes y diversas ideas de héroe porque no ha precisado el carácter del mismo, o bien el canto de su epopeya: “Es aquí cuando se levanta Cuauhté-

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moc, tal como lo admiramos en el bronce, verdadera contrafigura del relajado Moctezuma.” (Reyes OC XXI: 456) ACT “Moctezuma y la “Eneida mexicana” (1957). La tendencia es la admiración hacia el fuerte y aguerrido Cuauhtémoc,126 con esta figura no sólo se finca el carácter y la fortaleza de la ideología liberal, sino también ese aspecto metálico del bronce que refleja el carácter de nuestro mestizaje, y de nuestro propio valor: “la raza de bronce”. Cuauhtémoc personifica ese primer sentido para señalar la figura en la cual la patria puede fijar sus ejemplos; los héroes representan, en ese sentido, a las mayorías, en pensamiento, en luchas, en formas, en oposiciones y en concordancias.

La Ilustración y la patria Para un pensamiento como el de Reyes, no sólo es la base jurídica y política la que fundamenta la patria, sino un valor más alto: la educación. Preocupación constante de los intelectuales mexicanos del siglo XIX, en Reyes encuentra un eco similar la educación para las masas, conviene con Vasconcelos: “las escuelas sobre las escuelas”, busca que el pueblo mexicano obtenga la más alta calidad de educación porque a través de ésta los beneficios serían más para la mayoría; así mismo, se podría alcanzar como pueblo, al fin, la mayoría de edad, que el proyecto de la Ilustración 1 2 6 . La primera estatua inaugurada de Cuauhtémoc fue la de 1885, en bronce, y en la ciudad de México.

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deseaba. No es exagerado hablar de este programa en Alfonso Reyes, ya que como menciona Olguín: La filosofía social de Alfonso Reyes es esencialmente una filosofía de la cultura orientada hacia Hispanoamérica. Animada por un ideal cosmopolita y humanitario semejante al de la Ilustración o el Enciclopedismo, esta filosofía aspira ante todo a encontrar la fórmula capaz de elevar Hispanoamérica a un plano cultural universal, pero sin abandonar los valores humanos fundamentales de su tradición hispánica y latina. (Rangel Vol II 1996:336) “La filosofía social de Alfonso Reyes”.

Así pues, educación e ilustración desempeñan un papel importante en la conformación de la patria porque la educación forma ciudadanos, es decir, congéneres que compartirán las mismas prioridades jurídicas, sociales, económicas, asuntos por demás importantes para Reyes en un México que, como él lo ve, es multicultural. México, América Latina, deben ser ilustradas para ocupar el lugar que le corresponde ante la aridez de Europa: “[...] la función educativa es en ella predominante; es decir, la preservación de los caudales que llamamos cultura.” (Reyes OC XIV: 112) LEL “Aristarco o anatomía de la crítica” (1941). La base educativa se encuentra, para Reyes, en Grecia, no hay otra opción de aprendizaje: La cultura ha llegado, a través de los siglos, mediante el aprendizaje de la crítica, es decir, como buen ateneísta, Reyes sabe que el positivismo en la escuela y en la educación ha creado una negación de la reflexión crítica. Para él, ésta conlleva a la emancipación del individuo. Así, Reyes vuelve a los griegos para la enseñanza ya que fueron los primeros que,

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La educación en la Edad Ateniense se inspiró en la filosofía política y tenía por fin esencial construir ciudadanos. Pero se la confiaba sobre todo a la iniciativa particular, ya en los grados elementales del gimnasio, ya en las enseñanzas superiores, que hoy llamaríamos universitarias, de filósofos y sofistas. (Reyes OC XX: 189) LFH.

El fundamento primordial de la patria se edifica a través de la imagen que los ciudadanos tienen de ésta. El ideal es el pensamiento helénico, pero sobre todo, la estructura que el griego tenía, el ciudadano era educado en dos niveles: el primario y el universitario (según se llamaría hoy). Así, el espíritu de la educación es formar al intelectual del futuro, al que conforme un espíritu de estudio, razón y paz social: Sobre el primer motivo tiene que trabajar un plan de educación que abarque todos los grados de la enseñanza y la prédica; que use todos los medios lícitos de la disciplina, de la difusión de las ideas, del entrenamiento práctico, y que se refiera a todas las edades del hombre. Que la poesía de la paz absorba gradualmente toda la sustancia de la poesía de la guerra. (Reyes OC XI: 224) TyO “Doctrina de la paz” (1932).

La educación, pues, debe llegar al último fin que la compone: la paz. Sobre todo, entrenando en la disciplina, en las ideas, en la poesía misma. Los poetas son quienes deben resolver sobre la hora americana porque son los enriquecedores de la nueva cultura que subyace en ella. Así, se institucionaliza la academia, ésta disciplinará, dirigirá al nuevo ciudadano en ese despertar americano:

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Pero no creo que nos arrastre necesariamente hasta impedir lo que hemos llamado la madurez americana. Al contrario ¡Hay que decirse y repetirse que ha llegado el momento! ¡Ahora o nunca! (Reyes OC XI: 115) UT “Paul Valery contempla América” (1941).

América sólo podrá asumir su responsabilidad histórica en tanto sea un pueblo ilustrado porque así podrá sobrellevar no sólo sus propias idealizaciones sino parte del bagaje cultural que lleva todo pueblo, es decir, América debe asumir su hora tomando la estafeta de los beneficios universales de la cultura. Pero de cierto modo, para Reyes, ya no sólo es México quien debe despertar de su letargo, sino es propiamente la extensión americana como prolongación de lo universal, para ello: “En cierto modo, la catástrofe europea ha venido a ser un aviso providencial que nos despierta de la infancia.” (Reyes OC XI: 114) UT “Paul Valery contempla América” (1941). No sólo es a causa de la guerra que Europa resulta incapaz de asumir los destinos del hombre, sino también ese suelo culturalmente agotado, en donde ya no fertiliza ningún nuevo pensamiento. La llamada hora americana propone renovar el más alto valor en el hombre: la razón. Con ello se defiende el espíritu que la hace valer como parte de la herencia occidental; América tiene su hora porque ha conservado con mayor ahínco el espíritu grecolatino: “México, mantenedor constante del espíritu latino, no debe permanecer indiferente. No quede, pues, lugar a dudas. Se trata de un acto de latinidad.” (Reyes OC XI: 157) TyO “Discurso por Virgilio”.

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Desde nuestro punto de vista, la defensa de la latinidad en México y en América Latina cobra importancia en los años 40 porque refleja el pilar de la cultura representada en las instituciones hispanas, así como el carácter de su herencia cultural, lo griego a través de lo latino, lo latino en España, ésta en la formación de América; y por supuesto, América es la mezcla de todo lo anterior. Reyes se da a la tarea de redefinir en el ámbito de la patria la herencia cultural prehispánica. Así, para este receptor, que presuponemos nacionalista, dirige la pregunta: “¿Usted cree en las tradiciones aztecas? ¿O les llama así a los monumentos arqueológicos? Porque de aquella vetusta civilización sólo hemos heredado las piedras.” (Reyes OC VIII: 62) DVV “México en América” (1929). No existe para Reyes la tradición azteca; ese pasado absoluto, ese alarde de piedra, fue una civilización, pero que no tuvo la opción de repetirse en las generaciones de mexicanos. Por ello, es necesario que el latín —como tradición e ilustración— se fortalezca en América Latina, para lo cual es necesario: “Quiero el latín para las izquierdas,127 porque no veo la ventaja de dejar hacer las conquistas ya alcanzadas. Y quiero las Humanidades como el vehículo natural para todo lo autóctono. Lo autóctono, en otro sentido más concreto y más conscientemente aprehensible es, en nuestra América, un enorme yacimiento de materia prima, de objetos, formas, colores y sonidos que necesitan ser incorporados y disueltos en el flui-

1 2 7 . En otro lado dirá: “La derecha es realista; la izquierda es utopista. “(Reyes OC XI: 253) TyO “Esta hora del mundo” (1939).

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do de una cultura, a la que comuniquen su condimento de abigarrada y gustosa especiería. (Reyes OC XI: 161) TyO “Discurso por Virgilio”.

Ésta es la vuelta al sentido de la educación deseada por Alfonso Reyes, un latín que sea para todos; un latín que esté lleno de esa utopía de América en donde todo se puede renombrar, porque América Latina es ese yacimiento de materia prima cultural —social— en donde la utopía de la izquierda podría educar con mayor equidad a los habitantes de América Latina.

Del terruño a la patria, al mundo A partir del viaje que realiza en 1913, Alfonso Reyes toma la distancia de México que le provee una perspectiva: social, política, sentimental. Como viajero ya no regresará a la misma patria; desde esa separación criticará los problemas y los aciertos de la República Mexicana. Su visión se contrapondrá, muchas de las veces, a los intelectuales que desarrollaron en México un nacionalismo. Reyes no se divide, esclarece: “No me ciega el amor al terruño; no me ciega la relación sentimental con una comarca a la que están vinculados mis más caros recuerdos filiales [...]” (Reyes OC VIII: 178) DVV “Los regiomontanos” 1943. Pero, ante todo, para el cosmopolitismo de Reyes, la crítica, como forma de conocimiento, como base fundamental de la cultura, debe sobreponerse al límite geográfico y amoroso: “Este era un grande viajero, y su consejo— “cuando andes de viaje, no pierdas el tiempo en recordar la patria que te has dejado atrás”—todavía es válido.” (Reyes OC XVIII: 75) EH.

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Es precisamente este tipo de anotaciones que fueron interpretadas por los nacionalistas mexicanos como el desapego de Reyes por la patria; sin embargo, lo que él buscaba era el sentido primario de la misma, sus límites, sus colindancias, sus orígenes, sus tradiciones. Como crítico, pues, vio la totalidad, así como las particularidades de su objeto: México inserto en América. Al ser una entidad sólo marcada geográficamente por el designo de la historia, América para Reyes parte de la comparación entre sí para observar la continuidad de su cauce histórico. Va siendo tiempo de que nos preguntemos qué significa nuestra América. Todos sabemos que es un injerto de vigor español de la mejor época, trasplantado a otra geografía y encauzado por otras venas. (Reyes OC IX: 29) NyS “Palabras sobre la nación Argentina” (1929).

Los orígenes, a veces orgullosos, a veces tímidos, son un fragmento de esa América que él llama “nuestra”; no sólo porque se habla español, sino porque se comparte una cultura en toda la extensión de la palabra: El equilibrio en marcha que significa una conciencia nacional es difícil de definir aún para naciones de muy larga elaboración sociológica. Mucho más para naciones como las nuestras. ¡Y considere que, en América, bien puede México estar satisfecho de ser la cuna más antigua. (Reyes OC XI: 122.3) UT “Paul Valery contempla América” (1941).

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¿Pero, qué es la patria? La patria está en todos lados para Reyes, la patria es el más alto deber al que todo ciudadano se debe. Puede ser América, Europa, África o Asia, puede ser cualquiera: “La patria es el universo. La contracción y limitación del cínico es expansión en el estoico” (Reyes OC XX: 256) LFH; según se utilice el concepto. Para Reyes la búsqueda de la patria se situaba en el plano de la cultura, de la civilización, y en este sentido, de la verdad relativizada; eso que llama equilibrio, por supuesto, entre saber y hacer. Así, Reyes definirá el concepto “patria” asumido desde la perspectiva de lo universal: La patria es el campo natural donde ejercitamos todos nuestros actos morales en bien de la sociedad y de la especie. Se ha dicho que quien ignora la historia patria es extranjero en su tierra. Puede añadirse que quien ignora el deber patrio es extranjero en la humanidad [...] (Reyes OC XX: 500) LCM “Lección IX” (1944).

La base de toda civilización es la moral, si el ser humano no respeta los preceptos básicos de convivencia con su sociedad: no hace el bien, ni para él, ni para la sociedad, ni para la especie, se es extranjero. En ese sentido, aquel que no se comporte dentro de su sistema de normas encauzadas por el Estado no establecerá compromiso con su propia humanidad, Por ello, su insistencia en la no violencia. Por supuesto, aúna al concepto de práctica moral en la patria al ejercicio de la memoria, quien sea ignorante en estos dos campos será desterrado necesariamente de la sociedad en donde convive. La particularidad del pensamiento de Reyes engarza con lo anterior, tanto

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la perspectiva de lo nacional, como la de lo universal. Para puntualizar esto que parecería extraviar los dos conceptos, Reyes en La Cartilla Moral señala que no existe semejanza entre el Estado y la patria, ambos son diferentes en sus bases y finalidades: La nación, la patria, no se confunden del todo con el Estado. El Estado Mexicano, desde la independencia, ha cambiado varias veces de forma o constitución. Y siempre ha sido la misma patria. El respeto a la patria va acompañado de este sentimiento que todos llevamos en nuestros corazones y se llama patriotismo: amor a nuestro país, deseo de mejorarlo, confianza en sus futuros destinos. (Reyes OC XX: 499) LCM “Lección IX” (1944).

Reyes hace halago de diplomacia al separar el Estado, los medios, el poder, de algo que él considera más sublime: la patria. Sobre todo, define a la política como aquella que no ha permitido que los pueblos americanos alcancen la mayoría de edad. La política mexicana ha sido tan inmadura que, sea por desconocimiento o sea por infantilismo, ha caído en apreciaciones erróneas tales como: Acontecía en esto algo parecido a lo que aconteció con la ortografía de la palabra “ México” , que los liberales tendieron a escribirla con “x”, mientras los conservadores tendieron a escribirla con “j”, por más que aquella ortografía es mucho más tradicionalista que ésta. (Reyes OC IX: 52) LTylD “Los peces y la sociología matemática” (1942).

La distancia del Reyes viajero no sólo se aprecia con respecto a la opinión de México, sino en ese

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reencuentro que tiene con América, como la última Tule, o el último reducto de esperanza para la humanidad. Para él, América escudriña sobre sus entrañas la universalidad. En esa comparación se encuentran valores que suponen la universalidad de los mismos y de la cultura en la cual se hallan inmersos. Lo nacional no niega lo universal, y viceversa; sobre todo porque son inseparables tanto en la obra del espíritu como en el quehacer del hombre. En palabras de Reyes: La primera pregunta se reducía a saber si existe ya en México una verdadera conciencia nacional. Lo cierto es que la filosofía rompe lanza para averiguar si existe un ente nacional. Si entramos hasta el subsuelo del problema, el problema desaparece en la homogeneidad de la raza humana. (Reyes OC XI: 122) UT “Paul Valery contempla América” (1941).

No es que Reyes haya rehuido a la pregunta, sino que más bien encuentra otra respuesta: la reunión total de América Latina en una sola formación. En esta conjetura encuentra el valor real de la conciencia nacional del mexicano, o del argentino, o del colombiano: lo que metodológicamente llamó la comparación entre los pueblos americanos. Buscar la homogeneidad es encontrar que América es la patria total del último espíritu latino: la esperanza de Reyes. En la formación de ese nuevo mundo, de esa nueva utopía, se requiere de responsabilidad histórica. Mientras eso no corresponda a la realidad de América, no dejará esta última de ser la utopía:

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[...] comienza a definirse a los ojos de la humanidad como posible campo donde realizar una justicia más igual, una libertad mejor entendida entre los hombres, una soñada república, una Utopía. (Reyes OC XI: 58) UT “El presagio de América” (1941).

América, pues, ha llegado, para los tiempos de Reyes, a su hora; en la que debe ser responsable de su valor histórico, de su riqueza cultural, social y económica. El señalamiento de la hora precisa no se obliga a los apuros de la historia, sino al momento justo del ingreso en la cultura occidental; sobre todo, a los tiempos aciagos que Europa atraviesa en el momento de la escritura del texto, “El presagio de América” (1941); ahora bien, este tiempo también tiene un límite que le es propio, en donde América puede continuar como ideal, o plantearse como realidad: “La declinación de nuestra América es segura como la de un astro. Empezó siendo un ideal y sigue siendo un ideal. América es una utopía.” (Reyes OC XI: 60) UT “El presagio de América” (1941). Para Leopoldo Zea el acto de emancipación es la toma de conciencia de la dependencia, ya sea de Europa o de los Estados Unidos. Zea propone, a diez años del “Presagio”, una filosofía que se comprometa con la responsabilidad histórica de no depender más que de sí misma. Esa toma de conciencia es también un deslinde de lo que nos corresponde del pasado europeo, en este caso él lo llama el instrumental; en el cual, el filósofo debe adaptar a las circunstancias latinoamericanas. En esa toma de conciencia, pues, se tiene que revalorizar el porqué

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del fracaso o la incapacidad del latinoamericano al importar las ideas ajenas e implantarlas en suelo americano: “Nos empeñamos en realizar lo que no es nuestro, y al no lograrlo nos sentimos impotentes, incapaces” (Zea 1972: 59). Finalmente, la reunión de factores diversos en América, ese mestizaje en todos los ámbitos, abre la posibilidad de integrar un nuevo sentido de búsqueda, de equilibrio racional frente a una Europa en guerra, América se presenta como la alternativa natural para el desarrollo de la cultura. Europa ya no podrá olvidar, para Reyes, las fronteras entre los países, mientras que “La cultura americana es la única que podrá ignorar, en principio, las murallas nacionales y étnicas.” (Reyes OC XI: 62) UT “El presagio de América” (1941). En otra vuelta de tuerca al estilo de Reyes, replantea a América como concepto universal buscado del mismo modo que el nacional: el mestizaje México-americano permite salvaguardar el principio roto en Europa: la tolerancia entre los pueblos, entre las culturas y entre los hombres. Los americanos deben, entonces, buscar la patria de su cultura en lo latino como el sustento de los valores culturales. Si el proyecto bolivariano era integrar a América en una totalidad geográfica, el proyecto de Reyes es integrarla en su otro valor: la inteligencia, para que, a través de ella, los intelectuales puedan discernir sobre sus diversos valores, para retomar la hora americana.

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El azar en México en una nuez128,129 El estilo de la concreción será la base para desarrollar uno de los mejores ensayos históricos, políticos, sociales, e identitarios de México; ergo, del mexicano, de la “sustancia” que es: México en una nuez (Meun) imposible mejor resumen histórico130 desde lo prehispánico azteca hasta los años de 1930. Para entender por qué optó por sintetizar cuatro siglos de historia, leamos lo que escribió sobre la sucinta escritura: Uno de los secretos de bien escribir es la economía; dejarse llevar de la velocidad adquirida, uno de los peligros mayores. Olvidar un poco es indispensable a la historia; reducir el lastre, al libre nado y a la recta navegación. (Reyes OC XXII: 549) M “94. Don Polimates”. 1 2 8 . Rangel aporta una posibilidad de por qué Reyes tituló el ensayo de esta manera: “Aquí, entre nosotros, vienen al recuerdo aquellos pregones de la infancia también presentes a nuestro Alfonso; la ¡noooogada de nuez! Que intentaba llevar hasta el fondo del patio y el traspatio regiomontanos el sabor del dulce quemado y el excitante amargor de la nuez;” (Rangel 1996 Vol III: 459) “Evocación de Alfonso Reyes”. Espero que el lector también encuentre la relación entre ese lugar que fue el terruño para Reyes, Monterrey; la patria mexicana que para él tenía ese amargor. Finalmente, México como ese fruto, esa semilla envuelta en cáscara dura. 1 2 9 . A la par de la investigación es posible otra interpretación: “in a nutshell”, “en una nuez”, es una expresión en lengua inglesa que tiene el siguiente sentido: “en resumen”, “en conclusión”. Esta locución se usa para cuando se ha hablado desde diferentes puntos de vista, y llega el momento de realizar la relatoría sobre lo dicho. Otra vez surgiría la ironía en Reyes: todo México en una conclusión. Por supuesto, en esta posibilidad queda la duda de por qué Reyes usa una expresión traducida de la lengua inglesa. 1 3 0 . Cabe mencionar que el concepto histórico no debe leerse desde una perspectiva historiográfica; sino desde un punto de vista social, político literario de lo que Alfonso Reyes, desde una particularidad, condensa diversos elementos para explicar el pasado mexicano.

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Reyes concretiza la historia de México para reevaluar (“reducir el lastre”) al país frente a las situaciones adversas descritas en el ensayo, es decir, resalta de México las características que subyacen en el espíritu humano que se comparte con los mundos hispánicos. Es, después de todo, una composición comparativa en donde Reyes expresa los puntos de enlace, cuáles son esas partes de la tradición que se convierten en lo hispánico, latino, entre las repúblicas americanas con respecto a España, a Europa, a Occidente mismo. El conocimiento histórico de un pueblo, cuando ha alcanzado su madurez, es la comparación con otros sean diversos o iguales en sus condiciones para aprender de las diferencias o las proporciones de cada historia. Este instrumento comparativo usado en el texto indica que el escritor se vuelve sobre lo hispanoamericano, en relación con el otro. Por ello al encauzar la historia a través de la memoria, la ve desde otra perspectiva, por ejemplo, desde el punto de vista conservador. Así, los segmentos que Reyes “recuerda” narrar (en contra de los que “olvida”) plantean la patria como parte de la civilización, mejor aún, de la moderna civilización mexicana. Todo pasado se convierte en inmediato en la medida de manifiesto. ¿Cómo explicar el espíritu mexicano? Reyes selecciona lo que para él son los momentos más representativos en la formación del alma nacional. La narración México en una nuez (Meun) se expone para diversos interlocutores culturales: para los mexicanos, para los brasileños, para los argentinos, y para los españoles (amén del envío universal que resulta de todo escrito de Reyes). Reyes elabora el discurso entre México y Río de Janeiro (1932); este discurso se

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lee, además, en Buenos Aires en el festival de Amigos de la República Española en 1937. No es casual que Reyes elabore el texto en 1932 —durante su estancia en Brasil; esto se debe al llamado que él realiza para que los ríos históricos de América se comparen y se entiendan desde su propio marco. Este es el primer valor del escrito porque permite —en esa concreción— que el latinoamericano entienda el desarrollo de su nación en la medida de compararla con la de México. En segundo lugar, una búsqueda de encuentros entre los hispanoamericanos. No es casual que se explique el carácter republicano de América, y lea el discurso en pro de los filiales a la República Española. En tercer lugar, como parte de la elaboración del texto, Reyes pregunta abiertamente al otro: al lector intercultural. Cuestionamientos directos que representan, además, los porqués de la conveniencia de recapitular —proceso inacabado— la formación del espíritu mexicano, latinoamericano, hispano-americano. El texto cobra vital importancia porque en la comparación como método, México es colocado como ejemplo histórico. A diez años de pasada la revolución mexicana, Reyes propone un aprendizaje de esa historia, que desgraciadamente para él, se repetirá en Hispanoamérica: la violencia no cesará en tanto exista crisis moral en las polis hispanas; el texto, pues, se convierte en una búsqueda de la dimensión política de la existencia civil, ya que propone la institucionalización de la revolución, como un paso más hacia la civilización, que es la última patria.

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El texto México en una nuez, se divide en ochos segmentos, numerados con romanos; la partición sólo es significativa porque representa el corte diacrónico que el propio Reyes prefiere, estos ocho segmentos encarnan puntos históricos nodales. La perspectiva, desde este sentido, se contiene en frases cortas, adjetivadas o en aposición que complementan o caracterizan, no sólo el tiempo de la historia, sino los personajes históricos; así como también, los azares en la diacronía de la formación de la patria. Este estilo que adopta Reyes para la descripción explora, en imágenes extraordinarias, las características de los actores históricos, concretizando con un adjetivo, verbo, sustantivo, o frase en aposición, una totalidad. I. 131 Nada deja, eso es cierto, al azar, Reyes redacta México en una nuez elaborando un balance de la cultura azteca. Sólo el primer párrafo se dedica completamente a ellos, esto es debido a la postura del mismo Reyes ante la consideración de ese “pasado absoluto”, de esa herencia de sólo piedras; en ese mismo párrafo deduce que los aztecas se habían rodeado de “civilizaciones vetustas” (Reyes OC IX Meun: 42); Esas civilizaciones no las entendían los nativos. La moral forma la civilización, y a través de ella, la entendemos en su contenido total. Para Reyes, el significado de la moralidad será la clave para el desarrollo de todo pueblo civilizado; de hecho, colocará en inferioridad de desarrollo a los pueblos indí-

1 3 1 . El presente análisis seguirá el orden cronológico del texto y su separación con números romanos.

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genas americanos desde la perspectiva moral, ya que para él: “La civilización se hace de moral y de política” (Reyes OC IX Meun: 42); dos asuntos en los cuales el europeo, esencialmente, la “Gran mente política” (Reyes OC IX Meun: 43) de Cortés juega extraordinariamente bien: los ardides del mañoso español no son entendidos por el pueblo azteca porque éste aún se rige con otro sistema, más atrasado que el europeo renacentista: los augurios y los dioses. En este sentido, el estatuto histórico de la cultura prehispánica no cuenta con un auto-reconocimiento posterior, no hay ciudadanía prehispánica, y por tanto, no existe su moral, ni su política. Aunque también señala como característica de atraso: la falta de metalurgia, la esclavitud, las ofrendas a los dioses, la ausencia de un sistema de escritura perpetuo. Su colisión contra los hombres que venían de Europa, vestidos de hierro, armados con pólvora y balas y cañones, montados a caballo y sostenidos por Cristo, fue el choque del jarro contra el caldero. El jarro podía ser muy fino y hermoso, pero era el más quebradizo. (Reyes OC IX Meun: 42).

Reyes explora la metonímica imagen del jarro igual a indígena azteca; caldero igual a español, en la cual el choque de las dos culturas terminará con lo hermoso del jarro. El jarro, además, puntualiza el color moreno de los indígenas aztecas: amén de su maquillaje ritual de la cara: lo hermoso no podía durar frente a las heridas del hierro guerrero y del religioso. Poseían, pues, los aztecas otro orden: “El don del arte, como el don del amor, es otro orden libre y sagrado de la vida.” (Reyes OC IX Meun: 42).

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En ese sentido, el amor que el indígena azteca guardaba a sus dioses en sus rituales influyó en la decisión de respetarle la vida al que se llamaba (bajo un doblez) “Embajador”. Pero también, Reyes da cuenta de que el artificio funcionó porque era parte de la memoria histórica del pueblo azteca: la superstición sirve de amparo a la gran mente política, triunfando ante el “asustadizo” Emperador Moctezuma. Sin embargo, esto no sólo ha sucedido en México, también sucedió en Italia, como recuerda Reyes: “[...] que así se portó ante él como el Rey Latino, en la Eneida, a la llegada de Eneas, el hombre de los destinos” (Reyes OC IX Meun: 43). Es decir, en la misma proporción, la historia de Roma se compara con la historia de México, con lo que Reyes proyecta una posibilidad: el futuro de México es semejante al de Roma, al de Occidente. Reyes consuma la victoria de los europeos; la conquista es ensimismada, los indios mismos conquistan el Imperio Azteca. Cabe su pregunta: “¿Unos centenares de hombres y unas docenas de caballos lograron tamaña victoria?” (Reyes OC IX Meun: 43). Evidentemente no se plantean otros azares del destino, en donde intervienen fuerzas que van más allá del entendimiento: cielo y tierra, como en La Eneida éstos fincan el destino de una raza de barro. El mismo cuestionamiento es válido para todas las naciones de Latinoamérica: no sólo porque numéricamente se era superior, sino porque toda América sucumbió ante el europeo teniendo un destino semejante. II. La segunda etapa segmentada por Reyes corresponde a la gestación de dos elementos que darán el matiz al nuevo material que se funde del

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caldero y del barro. Los dos son fundamentales en la conformación del espíritu mexicano: la iglesia y el mestizaje. La iglesia cimienta muchas de nuestras fuerzas internas en América Latina. Reyes simplemente deduce cosas ante la violencia del conquistador “codicioso”, el indígena se ve protegido por la iglesia. En este primer momento, se refuerza la jerarquía social, y se restringen los intercambios entre las clases. La iglesia surge con el misional encargo de sujetar moral y políticamente, mediante la salvación del alma, lo que llevó a excluir la ciudadanía. La iglesia comienza para Reyes a poseerlo todo: las almas de los indios, con el catequismo y el bautismo; las tierras de los indios protegidas por una iglesia depositaria más allá de las generaciones de los hombres: “Cada vez se siente la necesidad de no tolerar que nazca un Estado dentro del Estado.” (Reyes OC IX Meun: 44). No hay razón para la expulsión de los jesuitas; nos dice Reyes: “Carlos III se distrae”: la inmensidad de reino no deja ver al monarca que intenta quitar la paja del vecino, y no ve la viga de su ojo. En esta búsqueda de perfección espiritual se perfila la integración social del mestizo; el cuerpo jesuita fundamentó los primeros discursos nacionalistas, dejó la proposición de una América utópica realizable. Son tres siglos en los que el imperio español sólo recibe las riquezas de América, no presta atención a las necesidades de la misma y al surgimiento de una nueva forma: “Durante tres siglos las razas se mezclan como pueden, y la Colonia se gobierna y mantiene por un milagro de respeto a la idea monárquica y por sumisión religiosa a las categorías de Estado.” (Reyes OC IX Meun: 44).

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Es, precisamente, un milagro porque España no tiene conciencia de su imperio; la podrá tener del reino, pero no de todo su poderío y la posibilidad de lo que esto significa, España no desarrolla una fuerza industrial, sólo la “espiritual”; no expande su poderío naval como subrepticiamente otras naciones lo harán; no cuenta con un ejército propiamente americano para defender sus territorios: ese es el milagro que se opera. Nuevamente, Reyes no haya otra explicación más que la del azar. Ese nuevo ser, los mestizos, “astutos y sutiles”, comienzan a sentirse parte de la tierra; éstos lucharán, junto con los caudillos liberales, para la emancipación de la Nueva España. O ellos, nos dice Reyes, o la iglesia, ante “tantos eclesiásticos de aldea”. De esta nueva lucha de fuerzas surgirán dos grupos en constante oposición en el siglo XIX: los liberales y los conservadores. La utopía jesuita de un estado divino, o la búsqueda del Estado civil de los liberales, aquí la nación toma su primera fuerza al ser una política de Estado, cualquiera que ésta sea: conservadora o liberal, para Reyes, sólo faltará la integración moral para lograr la civilización. III. Otra vez las fuerzas de lo maravilloso se suceden en México: ante la victoria fácil, Miguel Hidalgo y Costilla se detiene en el Cerro de las Cruces, abajo está la ciudad de México, pero “A la majestad de la Historia no siempre conviene el que los grandes conflictos encuentren soluciones fáciles” (Reyes OC IX Meun: 45). El pueblo de Dolores conviene como parte mítica del inicio de la Independencia mexicana; de hecho, con cierto tono “serio”, Reyes recuerda que se le tiene como una representación

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utópica dentro de nuestra historia. El acto se consuma cíclicamente cada noche del 15 de septiembre de donde se recuerda: “del hecho humilde y memorable” (Reyes OC IX Meun: 45) con la misma campana con la que el cura Hidalgo dio “la alerta al corazón de la patria” (Reyes OC IX Meun: 45); en este sentido surge la crítica: Las escenas de regocijo y fiesta que entonces se desarrollan, en medio de la gritería y las iluminaciones nocturnas, son uno de los rasgos más pintorescos de la vida popular mexicana, y han tentado a todos nuestros novelistas de costumbres. (Reyes OC IX Meun: 45)132

La atracción es grande. El acto repetido anualmente no significa porque ha perdido toda fuerza moral, todo sentido. Las peripecias azarosas, instrumentos del ejército, terminan con dos posibilidades heroicas: la del cura Hidalgo y la obra de Iturbide. El primero representa al primer padre de la patria, una insistencia de los liberales, “caudillo popular”; el segundo, “—criollo aristócrata—” semejanza y deseo de los conservadores”. Sin embargo, los valores morales en los que insistirá Reyes comienzan a realizar su labor: ante el “efímero imperio” de Iturbide, sin un deseo popular de nadie, Hidalgo surge como el mártir de ese movimiento. 1 3 2 . Reyes no podrá olvidar que al escribir sobre la historia de México; él guarda la oración del 9 de febrero, y un recuerdo personal en los mismos espacios que describe. “frente al Palacio Nacional, sobrio y majestuoso edificio revestido de dolor y de historia.” (Reyes OC IX Meun: 45); dolor e historia, a la vez que particular, lo es para México total.

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Pero no hay nada escrito para esa Majestad que es la Historia; el sentido primario de la primera revolución (1810) se diluye. Los ideales, entre las luchas intestinas por el control del poder, se pierden cada vez más. Ese nuevo ser, simbolizado por el águila y la serpiente, lucha ensimismado ya no por los ideales: libertad, democracia, igualdad; sino por el control político-económico de los territorios. Los dos seres en lucha interna representan a los liberales y conservadores. Los conservadores, la sociedad criolla, es la que se retira de la lucha (en el cerro de la cruces) porque la rebelión “popular” amenazó su estatus, su orgullo étnico, su hegemonía social. Hidalgo no sólo retrocede militarmente, sino también socialmente; la masa popular se contiene 100 años para buscar nuevamente sus ideales. En 1821 vence el espíritu criollo que institucionaliza su rebelión: primer momento de la lucha entre el águila y la serpiente. Así, la nación, a través de una metáfora antropomórfica, son las “entrañas del pueblo” (Reyes OC IX Meun: 46), lo que se “derramaba por todo el cuerpo de la nación” (Reyes OC IX Meun: 46). Se representa el dolor —el costo— social e histórico de las luchas internas. Es decir, para Reyes, la Independencia no cumplió con lo que había prometido y su consecuencia fue cien años después, una revolución intensa (1910), en el cual no se pudo detener al mestizo, a la masa. Ese volver a los ideales básicos: la justicia social, el reparto de tierras, la raza india y su integración a la civilidad, la defensa de la soberanía nacional. Problemas que tienen su base en la ausencia de un proyecto educativo fuerte, que lleve el latín a las izquierdas, a las masas, al pueblo.

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IV. En esta segmentación, Reyes se ocupa de la visión del otro: a través de puntualizar el carácter español en la Colonia. Escribe lo que considera de la Independencia, el valor que tuvo España para reconocer en un primer momento y con ciertas excepciones, las independencias americanas. El error de España no fue el compartir las faltas filosóficas del momento histórico, sino: [...] España nunca tuvo fuerzas para sujetar su poderío colonial; en que no supo explotar cuerdamente, con buena ciencia de mercader, a sus colonias, sino que se enloqueció fantásticamente con ellas, se entregó a ellas, se fue hacia ellas desangrándose visiblemente. (Reyes OC IX Meun: 47).

La fortaleza de España está en que, con pie de gigante, no aplastó a las naciones americanas, más bien las mantuvo, así como lo hizo con los mercenarios piratas de otros países. España, con ese pie de gigante, defendió al indio e intentó salvaguardar las propiedades comunales de los pueblos indígenas. Mantuvo la tradición latina de las leyes, las que hicieron posible la Independencia mexicana, y las americanas. Pero los independentistas lucharon, para Reyes, más en contra de un “pasado” que de un “Estado”. Porque como menciona Houvenaghel, “Así las cosas, España e Hispanoamérica no se conciben como dos territorios enfrentados por intereses opuestos, sino que, por el contrario, aparecen hermanados en su afán de renovación y en su voluntad por modernizarse y este empeño, entiende Reyes, culminará, en el caso de España, con el nacimiento de la

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República, mientras que, en los países americanos, se alcanzará con la emancipación y el nacimiento de las diferentes Repúblicas.” (Houvenaghel 2002b: 6) Es decir, la nueva clase forma su propio estado, su propio modo de valorarse, de verse desde la perspectiva dentro de las leyes latinas. Con la Independencia, el hispanoamericano, comienza a educarse, duro aprendizaje, en sostener la moral y la política como parte indisoluble de su propia civilidad. Por último, Reyes señala en una línea la semejanza con el otro: “De modo que las independencias americanas y la Instauración de la República en España son dos tiempos paralelos de la misma evolución histórica.” (Reyes OC IX Meun: 45). España no es la oposición en sí, España es parte de la misma corriente que subyace en los hispanoamericanos: lo latino; se debe, pues, el sentimiento de la igualdad y de la “varonil fraternidad” a España. Éste es un momento clave en el discurso de Reyes porque ingresa en el orden de la comparación histórica entre los pueblos hispanoamericanos: sus coincidencias temporales no son casualidades, sino procesos que se comparten por la pertenencia a una misma herencia, memoria de pueblo. La España de 1932, en un momento cúspide de su historia lucha por la misma utopía americana: la República, ya instalada en América Latina. V. El primer momento americano no fue propicio porque simplemente, para Reyes, no se había alcanzado la mayoría de edad para probar los placeres de una filosofía para adultos: los derechos del hombre y la formación de la constitución liberal. Pregunta Reyes al lector: “¿Destetarías a un niño con

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ajenjo?” (Reyes OC IX Meun: 48); América fue el infante que lo probó, eso representó caer en el vértigo de no alcanzar el ideal de cosas deseadas: lo imposible; además, ante un pueblo no educado en ninguna de sus formas cívicas (la educación debe formar ciudadanos, los mexicanos no habían tenido una educación que fuese sólida). Nadie estaba preparado: ni el pueblo, ni el indígena, ni la administración de poderes, ni los caudillos. En ese México, con ese licor representado por el poder, todo es confusión: Iturbide emperador, las ideas “importadas” no se entienden; pero sobre todo, en el vaivén político entre los liberales y los conservadores; surge el mal de todo movimiento militar: los caudillos, metonímicamente los representa por las botas. El gigante es sustituido por el propio pie de criollo o mestizo militar; éste se antepone a obtener el poder por el poder. Para una mente como la de Reyes, es un gasto inútil de tiempo y posición, pero que permitió, de cierta manera, fortalecer el cuerpo de la patria: Como fuere, el duelo de liberales y conservadores va creando un ritmo de vaivén que cada vez se parece más a un latido, a una circulación coherente, a la respiración de un ser ya diferenciado, ya en proceso de organización. (Reyes OC IX Meun: 49)

Pese a ello, la patria toma forma: el cuerpo se organiza, se administra, respira, sufrirá invasiones (1836, anexión de Texas a USA; 1838, la guerra de los pasteles; 1846-1847, la perdida de la mitad del territorio nacional; 1880-1890, diversas invasiones furtivas

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de norteamericanos; 1914, ocupación del ejército americano del puerto de Veracruz), crisis, mutilaciones, pero el centro permanecerá, el centro que es ese valle metafísico. VI. Nuestra política comete pecados, imperdonables, como el de los conservadores que invitan a la fundación del imperio de Maximiliano. Surge lo maravilloso. Nuevamente el embrujo americano, la soñada América, la utopía ahora para los franceses: todos desean poseer ese licor que es América. Los pecados se deben a las invasiones, a la falta de administración, a los peligros que representan los liberales en el poder, el cuerpo de la nación sufre de cualquier manera: “Los malos humores se van al torrente de la sangre y hacen daño por todas partes. Pero a veces —y así sucedió entonces— logra el cuerpo eliminarlos e irlos expulsando.” (Reyes OC IX Meun: 49). Reyes dice veladamente que la América es deseada por los imperios, incluyendo, por supuesto, el naciente imperio norteamericano. Estos invasores son los “malos humores” que la patria ha expulsado. Reyes por su calidad de diplomático y en este momento Embajador de México. No puede escribir directamente, busca la cortesía y, en el lector, la memoria histórica, para señalar los intereses no latinos. La buena fe participa pero es, de todos modos, un retroceso. Esto significa que se pierde la autonomía del pueblo mexicano. El final ya se sabe, pero Reyes deja la narración en una continuidad muy propia “y así sucedió entonces” representándose como un narrador directo de lo fabulado. Los conservadores “cómplices del invasor” (Reyes OC IX Meun: 50) no pueden sostener el otro valor de la civilización: la

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moral. Mientras, los liberales señalan el camino, el único posible para “la representación genuina y congruente de la nación” (Reyes OC IX Meun: 50). Con los liberales surgen de lleno las razas que no habían tenido representación en la patria: la mestiza, la astuta y callada; a la par de la indígena; con ellas, “[...] se calienta y modela definitivamente el metal de la patria hasta entonces mezclado e informe” (Reyes OC IX Meun: 50). La raza ya no es sólo de hierro o de barro, la mezcla da una nueva forma que es la representativa: el bronce. En este segundo momento, con un segundo padre, Benito Juárez, que se alcanza un movimiento nacional que define la política y la moral de México desde el siglo XIX hasta nuestros días.133 Reyes defiende a Juárez ante una parcial censura del movimiento político mexicano a finales de los años veinte, ya que al triunfo de la revolución los intelectuales intentaron fundamentarla como un movimiento sin antecedentes, una revolución total y completa. La figura de Juárez se cuestiona para poder establecer a los nuevos padres, a los nuevos héroes de la patria que surgieron de la revolución misma. La censura no funcionó. Juárez, como bien dice Reyes: Pero escatimo que los apasionados, aunque están muy en su terreno cuando lamentan la dirección que Juárez imprimió al movimiento nacional, se extralimitan —y por aquí niegan la evidencia— cuando olvidan que el camino abierto 1 3 3 . Se debe señalar que el grupo “conservador”, como algunos teóricos políticos han llamado al Partido Acción Nacional, obtuvo la presidencia de la República Mexicana en el año 2000.

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por Juárez era, en sus circunstancias el único que se ofrecía a la salvación de México. (Reyes OC IX Meun: 50).

Los argumentos que en esos años dieron los opositores a Juárez no rindieron frutos porque la historia no se forma de los “hubiera”. Finalmente, Juárez logró su objetivo: salvó a la patria. La etapa juarista, sobre todo, de la República restaurada, fue un parteaguas para la historia social-política de México: libera al Estado de la iglesia, y sus bienes muertos. Y surge un gobierno nacional que logra articular al país en uno solo. VII. Ante el vértigo, ante la lucha intestina, ante el cuestionamiento de las figuras históricas, ante eso se tiene que volver a recapitular; detenerse ante lo que el narrador ha olvidado, lo que ha puesto para el juicio de la historia. En México, como en América Latina, el proceso de conformación de las naciones ha sido la búsqueda de la autonomía. El recuerdo de la patria, en su propia historia, en su propio modo de ser, es representado por Reyes como un río; metáfora, por demás, dialéctica. La patria misma no tiene más que instantes precisos de decisión sobre una u otra cosa. El siglo XIX, en el recuerdo de Reyes se busca la parte divina, se pregunta: “¿qué tendría que ver con la Nueva España?” Lo adversativo es parte importante del azaroso destino en la formación de la patria; pero las peligrosas novedades del liberalismo francés han invadido el fervor de la nación. La búsqueda de las reivindicaciones sociales se establece, aunque un instante (por un respiro) Iturbide retoma el sueño y se nombra

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emperador.134 Pero, nos dice Reyes, el río ha fincado su curso: la República, ese deseo marca dos afluentes en lucha: los liberales y los conservadores: “Y empieza a crecer la República, entre el vaivén, el tira y afloja de los que insisten en la tradición por un lado, y los que insisten en la esperanza, por el otro.” (Reyes OC IX Meun: 52) La metáfora antropomórfica nos evoca una nación a punto de dar a luz, el río se va gestando, el nuevo ser acuoso, todavía fetal, en el proceso de formación de la nueva nación, un hombre resulta ser el segundo padre de la patria. Él es el encargado de proyectar el nuevo cauce de ese río: la civilización: “Ahora ya no es la naturaleza ciega: ahora es la inteligencia humana. De la frente de Benito Juárez salta la imagen alada de la República.” (Reyes OC IX Meun: 52) Pero Reyes sabe que la figura de Juárez no sólo es representativa para México, sino que su pensamiento llegó a toda América Latina. Como menciona Roberto Fernández: “Pero México había sido la tierra gloriosa no sólo de Hidalgo y Morelos, sino también de Juárez, en quien el alma humana tomó el temple, y con ello le alimentaba la esperanza a Martí. Todo parece serle ocasión para evocar la figura suprema de la Reforma. Al hablar de “México en 1882”, recordará a “aquel indio egregio y soberano que sentará a los ojos de los hombres al lado de Bolívar, don Benito Juárez, en quien el alma humana tomó el temple y el brillo del bronce.” (Fernández 1995: 70). 1 3 4 . Un efecto embriagador del poder ejercido en México, no tocado por Reyes, es el de Antonio López de Santa Anna, quien en su último periodo (1853 a 1855) gobernó con el título de “Alteza Serenísima”.

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Se reforma México en su totalidad, los liberales vencen completamente, triunfa el pensamiento de una nación unida. Finalmente, como lo señala Reyes, la gestación ha tenido un feliz alumbramiento: del pensamiento de los liberales (la frente) se condensa la efigie de la república; ahora ella misma puede extraviarse en ese río de la historia; pero las Leyes de la Reforma y la Constitución del 57 serán la base para cualquier modificación, para cualquier añadidura. Porque, “por lo demás, Hidalgo, Morelos, Juárez, tienen todavía mucha faena por delante. No se han quitado todavía las botas de campaña.” (Reyes OC IX Meun: 53). Con este cierre, Reyes señala que la Revolución mexicana de 1910 es parte del mismo movimiento liberal mexicano; aún la misma Revolución no ha cumplido las propuestas de la Independencia, de las Leyes de Reforma, ni de la modificación de la Constitución del 1857 (ahora Constitución del 1917); por ello los caudillos siguen en campaña. VIII. Reyes ha dedicado sus mejores palabras a la etapa del porfiriato; sutilmente, bajo la escritura, se convierte en defensor (esto le traerá muchos enemigos de las filas de la Revolución) de las virtudes de la época. En cierto sentido— y recordando sus palabras— la Revolución del mexicano parece hacerse más en contra del pasado que del Estado. Esta vez, en contra de Porfirio Díaz. Por supuesto, no por la defensa de la etapa deja de ser un crítico de la historia mexicana. El porfiriato señala para Reyes una etapa en la que la paz permite la restauración real de la patria: “bálsamo adormecedor para las heridas de la Patria” (Reyes OC IX Meun:

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53). Conciliación de los múltiples intereses en México, revisados por la voluntad del dictador que ama en demasía a su patria. El porfiriato logra dotar de historia oficial a México, crea la mayor parte de los rituales cívicos; es heredero preciso del México anterior a la Colonia; crea así, el presente como suma del pasado. Pero, sobre todo, consolida un sistema central de gobierno, ramificado en sus intereses regionales lo que estabiliza al país frente al mercado mundial. La paz se mantiene con ciertos dogmas: la paz pese a la sangre y a la fuerza; la atención a lo práctico, a lo inmediato, lo extranjero como revisor de la presencia mexicana. Reyes señala que “es la teoría centrípeta, y no centrífuga de la patria”, (Reyes OC IX Meun: 53). El liberalismo es el nuevo modelo que surge, ahí es donde la patria comienza a buscarse, se considera a sí misma como terminada por dentro; ahora se busca afuera, con un modelo que le es propio; sin embargo, se aleja de su centro, se le distancia: la educación y el pueblo. Ante los ojos de los positivistas, de los extranjeros, la patria luce sus mejores galas; los científicos levantarán sus palacios y serán la clase privilegiada; los extranjeros disfrutan de mano de obra barata, de mercado, y de materia prima: el costo es muy alto, se crea una distancia entre clases difícilmente superables, la pauta para la Revolución. Los extranjeros, ligados a la oligarquía, provocan el férreo nacionalismo postrevolucionario que tenía de fondo un discurso político y una sensible conciencia colectiva, forma una historia patria, un orgullo intelectual, y ante cualquier injerencia extrajera, el discurso nacionalista se antepone:

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(Aquel desperezo del nacionalismo, a la hora de la revolución, nacionalismo que hasta tomaba aires agresivos por momentos, se explica, en parte, como una reacción contra esta mitología del Extranjero) (Reyes OC IX Meun: 54).

La dictadura se aburguesa. El caudillo no crea una educación política, el pueblo se deja dirigir por una sola mentalidad que lo guía hasta los extremos. El Estado es una totalidad que toma forma en el cuerpo del dictador: “‘Me duele Tlaxcala’ —dice—, y se lleva la mano a alguna región de la cabeza. Y una hora después, como traído por los aires, el gobernador de Tlaxcala está temblando frente a él.” (Reyes OC IX Meun: 54). El poder no sólo está en unas cuantas manos, está en una sola mano,135 en un solo cuerpo, de “talla gigantesca”, pero con la ausencia del pueblo; el capital puede dominar la carne, pero no el espíritu. En este punto del ensayo, Reyes analiza las dimensiones que el poder toma en Hispanoamérica, el cual puede crecer sin medida si no se tiene esa educación política (la otra parte medular de la civilización). Es también un mensaje para el pueblo español: sin esa educación política es posible la dictadura en España —como lo fue. Así, México ya tenía su propia alma, que sólo había titubeado por el gran deseo de paz. Sin embargo, comienza a reclamar sus derechos: “El tiempo hizo su obra” (Reyes OC IX Meun: 54), no sólo es la vejez del caudillo, sino es la soledad, el aislamiento en

1 3 5 . Ha lugar otra vez, para lo fantástico, para el desborde del límite de la razón.

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“Un muro de cristal lo separa ya de las cosas, un abismo de tiempo, una dimensión matemática imposible de burlar”. (Reyes OC IX Meun: 55). El error político no fue sólo la falta de educación cívica, sino un problema mayor, ante todo el poder; el dictador olvida preparar a un sucesor para que lo releve, “los malos hábitos de la dictadura” (Reyes OC IX Meun: 55); por un vislumbre amoroso hacia la patria, Porfirio Díaz renuncia, entre obligado y acabado, para terminar la iniciada Revolución; otro azar imposible comienza la obra de la Revolución. Ya aparecen, nos cuenta Reyes, los diversos y más variados intereses, generales, caudillos que conforman la nueva clase política de México. Esta clase será predominantemente mestiza, que caerá víctima del engaño del poder. La Revolución para Reyes es una búsqueda en el espíritu social de México, la patria retorna con “el malestar del hombre que despierta después de un largo sueño” (Reyes OC IX Meun: 55). Se regresa a las mismas preguntas de los tiempos de la Independencia, de las leyes de la Reforma, resurge, acabada la Revolución, una nueva esperanza con un matiz socialista (el mexicano vuelve a constituirse —Constitución de 1917). El proyecto educativo, el buscado por Reyes y por el grupo del Ateneo de la Juventud, es impulsado por Vasconcelos con una fuerza apostólica: “Será, en la historia, el mayor honor de México.” (Reyes OC IX Meun: 56) Aunque este honor es el esperado durante todo el siglo XIX por los intelectuales, quienes entre la defensa de la patria y la búsqueda de un proyecto modernizador “adecuado”, no tuvieron tiempo para fundar tantas escuelas. Aunque de algún modo ayudó al proyecto de Vasconcelos la

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creación de las escuelas normales a fines de 1870.136 Así como la continuidad que estableció Justo Sierra de estos proyectos. Reyes sabe que la formalización de la escuela institucionalizará —política y moralmente— al pueblo mexicano. Dos puntos toman importancia al final de este texto de Reyes, dos son las preguntas: “¿De suerte que todo esto teníamos en casa y no lo sabíamos? Pero ¿habremos sabido de veras aprovechar nuestro tesoro?” (Reyes OC IX Meun: 56). Para Reyes, el mexicano comienza, en esos años, recién a escarbar en su propia sustancia, en su propia identidad (que aquí él llama nacionalismo). La postrevolución le proporciona a México la oportunidad de reencontrarse consigo mismo. Reencuentro en el cual tiene que descubrir sus propias cualidades para integrarse de mejor manera a sí mismo y al mundo contemporáneo. La pregunta de Reyes se proyecta hacia el futuro. En el segundo punto, “Ha llegado la hora de compadecerlos a nuestro turno” (Reyes OC IX Meun: 56), Reyes llama a la hora del despertar de México, la hora de tomar conciencia de sí mismo; la hora de descubrir las posibilidades del tiempo del mexicano. Es tiempo de enfrentar el instante de la mayoría de edad: un llamado a la independencia de la inteligencia.

1 3 6 . Uno de los fundadores de las normales en México fue Ignacio Manuel Altamirano.

La literatura en el paisaje

Para Alfonso Reyes en el ámbito de la cultura y de la civilización, México ya poseía un modelo que podía integrarse a la modernidad cultural europea. Los intelectuales mexicanos —americanos— debían encontrar un modo de expresión propio. En los albores de las reuniones del Ateneo de la Juventud éste fue el principio motriz de muchos estudios. Indudablemente, hacia la época de los treinta, Reyes propone una América que ya ha encontrado su palabra para tomar su lugar en el mundo moderno occidental. Lo anterior no le impidió revisar las influencias que México ha tenido en el ámbito de la cultura y de la civilización, sean debido a invasiones culturales o sociales. En este sentido, la propia vida de Reyes habla de un mundo en donde el cosmopolitismo está presente: estudia en un colegio particular francés, por ejemplo; tiene trato continuo con alemanes, sobre

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todo por la influencia del padre, quien era militar, y la milicia de ese momento estaba apegada al desarrollo de los armamentos prusianos. Asimismo, en términos culturales, Alfonso Reyes defiende la idea de una cultura mexicana totalmente occidental; esta propuesta le resulta en acérrimos enemigos mexicanos, sobre todo, los nacionalistas post-revolucionarios quienes utilizan el rescate de las fuentes indígenas para fundamentar la cultura y la civilización mexicana. Sin embargo, la pluma de Reyes siempre fue más fina: La raza indígena asombra un instante al mundo y desaparece. Su grande epopeya, como un río subterráneo corre bajo los siglos de la dominación española, fertiliza sordamente los acarreos de la nueva sangre ibérica, y reaparece en nuestros días, dando a nuestra política contemporánea un sello inconfundible: la incorporación del indio a los plenos beneficios de la vida civilizada es nuestra más alta incumbencia nacional. (Reyes OC XXI: 456) ACT ” Moctezuma y la “Eneida mexicana” 1957.

El pensamiento de Reyes respecto a la influencia de la cultura prehispánica en cuanto a su cultura y civilización es claro al señalar que sólo aparece un “instante”. El motivo de tal reflexión se debe a que el proyecto nacionalista surgido de la Revolución establece un papel preponderante de la cultura indígena prehispánica, oficializándola en sus discursos. Finalmente, Reyes señala que el indígena actual es el que debe integrarse a la vida civilizada (con esto quiere decir, a la vida civilizada occidental), lo marca como prioridad nacional porque conoce el olvido en el cual

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se ha tenido al indígena en la vida social, política y económica de México.137 Reyes opta —tal vez por su experiencia de viajero— por analizar el crisol de tradiciones que subyacen en la cultura mexicana. Dicho fundidor está compuesto por la tradición española y la indígena, pero éstas han formado la mestiza; y en esta reunión de tradiciones había de recuperar diversas herencias como la latina: [...] ¿qué sentido tiene hablar de latín, de latinidad y de latinismo? Toda solución de elementos necesita un vehículo. Nuestras aguas —hemos dicho— son latinas. De aquí partimos. Desde aquí esperamos. Aquí será el centro de nuestras exploraciones. Éste es el punto de referencia.” (Reyes OC XI: 161) TyO “Discurso por Virgilio”.

El espíritu latino ha generado las ideas americanas, a través del vínculo de la lengua, ya que ésta aporta al mundo americano una misma visión, una forma común para expresar el pensamiento y el sentir. La lengua es el centro que desarrolla el pensamiento latinoamericano, y representa sus instituciones, sus tradiciones y costumbres. La inteligencia americana debe aprender a situarse desde ahí para comprenderse a sí misma. Este retorno a la tradición latina obliga al intelectual americano a resolver sus problemas desde Occidente mismo, para intentar hacerlo de manera independiente. 1 3 7 . El llamado de Reyes en ese momento no tuvo “eco” en el ámbito político de México. El indígena siguió en la marginación y en el olvido, tan es así que en 1994 estalla en Chiapas, una revolución indígena llamada revolución zapatista.

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La concepción de la tradición hispanoamericana que sostiene Reyes incluye también los valores humanos fundamentales de la cultura latina, trasmitidos por España. Son estos valores, y no los de la cultura indígena, dice el ensayista de Discurso por Virgilio, los que forman el verdadero núcleo de la nuestra. (Rangel Vol. II 1996: 3534) Olguín, “La filosofía social de Alfonso Reyes”.

Por ello, Reyes insiste en el principio de educación donde el latín sea para las izquierdas porque es a través de la lengua que América no olvidará su herencia: la cultura y la civilización. En lo anterior, el autor busca el ansiado equilibrio entre las distintas fuerzas que conforman la cultura, ya que América optó por el perfeccionamiento espiritual y por una conciencia propiamente occidental: las leyes son latinas, es decir, lo que ha dado sentido y unidad al espíritu latinoamericano es esa cultura grecolatina. Ahora bien, este espíritu sólo ha permeado a las derechas, a los grupos privilegiados, a las elites. Reyes encuentra en lo hispano el primer férreo pilar de resistencia de la cultura latina: “Pero hay otra América: la que resiste y mantiene con estoicismo, y casi en completa soledad, las tradiciones de la vida española.” (Reyes OC VIII: 140) DVV “Palabras en el Ateneo” (1922). Esa resistencia de la cultura española en la otra América persiste en esa parte del espíritu latino a través de la propia lengua, en la religión, y en las costumbres. Por lo que esa “casi en completa soledad” es sólo una apariencia que no refleja la realidad: las tradiciones españolas se encuentran presentes, aun-

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que tal vez modificadas, mestizas, en la cultura mexicana, americana. [...] tales romances, que a veces tienen remotas bases históricas produjeron hijos en América. Nuestras luchas de independencia y nuestra vicisitudes civiles desarrollaron caudillaje y bandolerismo, cuyas hazañas canta el corrido. (Reyes OC XIV: 70) LEL (1941).

El corrido mexicano es hijo directo del romance español; representa, también, el punto de unión entre esos ámbitos culturales en los que el mestizo se realiza mediante la herencia española. El corrido es, pues, el mejor ejemplo de esa tradición española que resiste, a la vez que establece un rasgo característico del México actual. El romance es producto de una mezcla feliz que en su forma representa a España, pero en contenido a México, que reproduce a los héroes del pueblo, canta sus hazañas. Pero, España es más que esa tradición oral: “Pero confía en mí si yo me he aproximado a España, es porque quiero encontrar en la América hispana por el camino real de la historia.” (Reyes OC XI: 141) UT “Paul Valery contempla América” (1941). Este es el sentimiento que priva en Reyes: el pensamiento de la compenetración con la cultura española; aquél que en la mirada del otro, desea encontrarse a sí mismo. En la historia de España está nuestro reflejo como pueblo mexicano e hispano. Reflejo que es parte del espejo que el intelectual desea: “La ventana abierta hacia América, españoles —aconsejaba yo alguna vez—, y americanos: la ventana abierta hacia España.” (Reyes OC VIII: 139) DVV “Palabras en el Ateneo” (1922).

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La reconciliación con España es necesaria para entender las costumbres, la literatura, la cultura, el pensamiento que se ha desarrollado en México como hispanoamericano. La posición de Reyes frente a España es muy semejante a la que en nuestro siglo representa Blanco-Fombona o Vasconcelos: aprecio y exaltación de la obra civilizadora de España sin disimular sus defectos y limitaciones; exhortación a la reconciliación y olvido de viejas rencillas; insistencia en la necesidad de resguardar los valores fundamentales de la tradición como condición de avance en la cultura. (Rangel 1996 Vol. II: 352) Olguín “La filosofía social de Alfonso Reyes”.

Sin embargo, también se debe tener en claro otros afluentes del mismo río, otros desarrollos del pensamiento. Reyes, también en este caso, solicita la aceptación del pueblo francés, diferenciando el Estado Francés de ese momento y el pueblo francés: Hubo un día en que México sufrió desmanes e invasiones, no del pueblo francés, sino de los ejércitos profesionales al servicio de las ambiciones imperiales de Europa (Reyes OC IX: 418) LTylD “2. Francia para nosotros” (1944).

Por supuesto, en realidad Reyes debió de tener presente la carta que Víctor Hugo escribió para México durante la invasión francesa en 1863: Habitantes de Puebla: Tenéis razón en creerme con vosotros. No os hace la guerra Francia, es el imperio. Estoy con vosotros, vosotros y yo combatimos contra el imperio. Vosotros en vuestra

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patria, yo en el destierro. “Luchad, combatid, sed terribles y, si creéis que mi nombre os puede servir de algo, aprovechadle, apuntad a ese hombre a la cabeza con el proyectil de la libertad.” “Valientes hombres de México resistid.” La república está con vosotros y hace odiar sobre vuestras cabezas la bandera de América con sus estrellas. Esperad. Vuestra heroica resistencia se apoya en el derecho y tiene a favor la certidumbre de la justicia. El atentado contra la República Mexicana, continúa el atentado contra la República Francesa. Una emboscada, completa la otra. El imperio fracasará en esa tentativa infame así lo creo, y vosotros venceréis. Pero ya venzáis o ya seáis vencidos, la Francia continuará siendo vuestra hermana, hermana de vuestra gloria y vuestro infortunio, y yo ya que apeláis a mi nombre os repito que estoy con vosotros, si sois vencedores; os ofrezco mi fraternidad de ciudadano, si sois vencidos, mi fraternidad de proscrito. VICTOR HUGO. 138

En ese cruce de relaciones latinas, Francia no sólo afectó en el espíritu de sus letras a América Latina, sino también a España: “Pero España, y la América hispana que tanto deben a las letras de Francia,” (Reyes OC III: 392) AD “By products de la paz.” 1919. Es decir, la influencia no sólo fue hacia el ámbito latinoamericano, sino hacia Europa misma, a España reforzando de esta manera los lazos mutuos: “El grande espíritu de Francia educó el pensamiento de las nacientes repúblicas americanas, guiándolas en sus primeros pasos por el camino 1 3 8 . Documento que se encuentra sobre una de las paredes de la Casa de la Cultura en la ciudad de Puebla, lugar del sitio del 5 de mayo.

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democrático; inspiró su nueva cultura, penetró su filosofía y sus campañas de educación liberal; produjo la aparición de nuestras literaturas ya emancipadas, en el inolvidable desperezo del Modernismo. (Reyes OC IX: 418) LTylD “2. Francia para nosotros” (1944).

Reyes bien señala el momento de inicio del peso de las letras francesas. Los puntos donde ha sido vital para el desarrollo de la misma: la democracia, la cultura, el liberalismo, la literatura y el modernismo. Francia es esto, pero además, también guarda, Reyes lo sabe, el espíritu latino. El término de América Latina es propuesto por el intelectual francés Michael Chevalier, quien planteó hacia 1836 una propuesta de latinidad de América. Ese espíritu latino fortalece la cultura americana. Curiosamente, Reyes etiqueta al modernismo como desperezo, por supuesto, el concepto se explica porque para Reyes dicho movimiento llegó cuando América Latina no alcanzaba la mayoría de edad.139 Es decir, el modernismo fueron los primeros balbuceos en esa búsqueda de expresión propia que sólo se declarará cuando la inteligencia americana despierte. 140 Estados Unidos a finales del siglo XIX propone un modelo de integración para América, la llamará panamericanismo. Sin embargo, los intelectuales 1 3 9 . Esto señala una perspectiva desde donde no se ha estudiado al modernismo, perspectiva que requiere de un estudio específico. 1 4 0 . Aunque como menciona Borges, el modernismo “[...] más allá de su nombre un tanto ridículo (el presente es la única forma en que se da lo real y nadie vivió en el pasado y vivirá en el porvenir) el modernismo sintió que su heredad era cuanto habían soñado los siglos [...]” (Robb 1996 Vol. III: 282) Borges, “Alfonso Reyes”.

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mexicanos siempre mantuvieron recelo del ofrecimiento de los Estados Unidos; Alfonso Reyes no es la excepción, sobre todo porque detrás de la propuesta de Estados Unidos sólo prevé una integración comercial y de manufactura para el naciente imperio. La cultura queda fuera del ámbito de la propuesta; con esto último, es con lo que no está de acuerdo Reyes, así no detiene la vista en los Estados Unidos, sino en Europa. Desde allá ve la totalidad de América. Tanto es así que en Reyes se puede encontrar un estilo de mucha reserva cuando se refiere al tema de los EUA: [...] cuando en el norte se habla de panamericanismo—desprendiendo la palabra de todas sus incoherencias oficiales y generalizando como noción pura— debe tenerse muy en cuenta que tal armonía reconoce profundamente la homogeneidad iberoamericana; la cual, siendo tan vasta en sus ensanches acaba por desbordar hasta las fronteras étnicas que parecían más infranqueables.” (Reyes OC XI: 110) UT “Paul Valery contempla América” (1941).

Bien es cierto, en los años treinta, ante el inminente avance económico de los Estados Unidos se fortalecen las reuniones panamericanas iniciadas en 1889.141 Reyes está presente en 1933 en Montevideo, y en la de 1936, en Argentina, en las cuales se distingue perfectamente que la reunión dicta el concepto de lo 1 4 1 . La Primera Conferencia Internacional Americana se realiza en Washington, D.C. Se siguen diez reuniones con diverso carácter: 1901, México; 1906, Río de Janeiro; 1910, Buenos Aires; 1923, Santiago de Chile; 1928, La Habana; 1933, Montevideo; 1936, Buenos Aires; 1938, Lima; 1940, La Habana, reunión de SRE; 1945, México, conferencias por la paz; 1948, Bogotá, OEA.

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panamericano como rectificación de lo iberoamericano. Reyes siempre señala la contraparte, lo panamericano debe englobarse por lo ibero. Distingue aún más al llamar a los Estados Unidos como el “norte”; así establece que el sur es lo iberoamericano; es decir, incluye a Portugal como parte del proyecto, amén de que con esa referencia, también insiste en la inclusión de la tradición de la península en su totalidad como parte del respeto a las naciones. Finalmente, señala un aspecto básico para el entendimiento de los pueblos en frontera: América Latina y Estados Unidos deben eliminar no sólo las divisiones culturales, sociales y políticas, deben romper, ante todo, las étnicas. Reyes también conoce que el proyecto norteamericano espera una asimilación paulatina de emigrante a su modo de vida. Así, la opción es Europa porque ha estado más dispuesta a integrar de cualquier forma a América: La esperanza de que la especie europea se fecundice con el injerto de lo autóctono americano (caso México). El arte clásico fue siempre un resultado de injerto [...] Europa [...] siga sobreviviendo en América (Reyes OC XI: 104) UT “Paul Valery contempla América” 1941.

Para Reyes, América Latina había encontrado su modo de expresión, sólo restaba que se comprometiera a formular la utopía como una realidad histórica; esto a través de una sociedad crítica, en cuyo seno se reformaría moral y culturalmente el individuo: [...] al nervio del sentimiento autóctono e hispano-latino, robustecido por todos los nuevos elementos y nuevas técnicas aprendidas en otras tradiciones, complementados con las técnicas

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que resultan de la investigación de nuestro propio suelo. (Reyes OC XI: 124) UT “Paul Valery contempla América” (1941).

Tiene que, finalmente, aprender a convivir consigo misma, formarse de lo que ha heredado de otros, conociendo su historia —a propia y la ajena— los encuentros y los desencuentros entre esos dos actores: Europa y América latina. Esto es, el sentido es fundamentar un modelo histórico proveniente del pasado —a través de un sentido crítico— como proceso de renovación de la cultura occidental.

El tono crepuscular en la literatura mexicana En la época post-revolucionaria el pensamiento mexicano se centró en un vértigo nacionalista que no daba paso a expresiones literarias extranjeras; la posición de Reyes fue la de buscar un equilibrio entre la postura nacionalista y su visión cosmopolita. El Estado mexicano desempeña un papel importante en ese ámbito al ser el único mecenas dispuesto a colaborar con el arte y con la literatura. En su entendimiento nacionalista, el arte se convierte en una causa de Estado. En este momento de discusión se encuentran dos bandos: el grupo de los Contemporáneos, y el grupo de los estridentistas; en medio de ambos, Alfonso Reyes, a quien el espíritu viajero le había llevado a formular una postura mucho más cosmopolita, pero a quien su sentido crítico y su amor a la patria le indicaban que México debería encontrarse con su alma nacional: “Jaime Torres Bodet ha

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dicho por eso que el problema del paisaje se ahoga y se confunde en otro problema mayor: el problema de la literatura nacional. Y quien dice literatura dice expresión íntegra del alma de un pueblo.” (Reyes OC VIII: 106) DVV “Tres reinos de México” (1946). Es en las respuestas a estas interrogantes donde puede discutirse uno de los problemas más interesantes que la revolución suscitó en el campo de lo literario: el que se refiere al debate entre la creación de una literatura de signo nacionalista abocada a edificar la auténtica nacionalidad a partir del corte impuesto por la Revolución y una literatura que optaba por la naturaleza misma de sus intereses, sus temas, sus procedimientos, por contener, criticar y reflejar la nacionalidad sin convertirla en un propósito temático, estilístico e ideológico privilegiado por la historia inmediata. (Blancarte 1994:385) Sheridan Guillermo, “Entre a casa y la calle [...]”.

Desde una perspectiva crítica, precisa la distinción entre lo que es la literatura y el paisaje en la literatura mexicana (tema ensayado por él desde 1910) y como dos cosas totalmente contrarias una de la otra. Sin embargo, el problema esencial es que la literatura mexicana apenas comienza a despertar, a desarrollar los sentidos propios, a escribir de manera adulta, es decir, que la literatura mexicana mientras no encuentre una expresión propia no podrá representarse a través de ninguna descripción porque no perfilará a ningún pueblo. Pero más que un problema de acercamiento a la literatura o de nacionalismo o de cosmopolitismo, Reyes entiende que el problema es estético, cómo integrar el paisaje a una voz propia.

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Nuevos signos, de mucho color y carácter, van ya impresionando la placa fotográfica: las constelaciones de nuestro cielo empiezan a convertirse en elementos propios de la poesía.” (Reyes OC I: 217) “El paisaje en la literatura mexicana del siglo XIX” (1911).

Mientras el nacionalismo pretende una literatura estática con el fin de preservar en un cuadro, en sus propios cuadros de costumbres, circunstancias espaciotemporales únicas; la literatura de Reyes142 habla, desde sus inicios de integrar los más diversos elementos que se puedan contener, proviniesen de donde fuera, tan regional sería Góngora, como universal a la vez.143 En ese sentido, el enriquecimiento al cual está abierto Reyes es mundial, no se constriñe a un sólo ámbito que es la región o la geografía o al terruño, sino a todo lo que aporte nuevos elementos a la expresión nacional. En donde el carácter del nacimiento se ve como un mero accidente geográfico que, además, puede compartirse: 144 “Si no pertenece a 142. En Reyes, la universalidad formaba parte de su propio espíritu: “Así le llamó Federico de Onís: “americano europeo y universal”. No tanto por esta frase de Onís, sino por la vasta incursión helénica, y por abrir ventanas y sondeos al mundo, cierto suburbio de la inconformidad ha reprochado a Reyes “falta de mexicanismo”.” (Rangel 1996 Vol. II 296) Ese es el carácter criticado por los nacionalistas. 1 4 3 . El propio carácter de Reyes es como menciona Carballo: “Alfonso Reyes ha tenido, desde su iniciación en las letras, una profunda e inalterable conciencia de mexicanidad; los aires extranjeros, tan disímiles y prolongados, no empequeñecieron sino acrecentaron su nacionalidad” (Rangel 1996 Vol. II: 246) “La x en la frente”. 144. José María Heredia, como menciona José Emilio Pacheco: “Nacido en Santiago de Cuba pero también inseparable de nuestra historia literaria por su presencia y actividad teórica” (La poesía 1985: IV); él es también un hombre, como Fernández de Lizardi, de transición, entre la Colonia española y la Independencia; de hecho, él es independentista.

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México por nacimiento, nos pertenece por nacionalización, cuando no también por haber consagrado a México uno de sus mejores poemas. Es José María Heredia [...]” (Reyes OC I: 234) “El paisaje en la literatura mexicana del siglo XIX” (1911). El concepto de nación en la literatura mexicana conlleva un sentido ideológico, en cual para una nación como México —o para las naciones latinoamericanas, en plena formación— la realidad y el espacio desempeñan un papel importante porque circunscriben lo que apenas se está aprehendiendo; así, México, se cerró a su propia geografía, su cultura y su literatura, como un modo de defensa ante las intervenciones del extranjero. De aquí la pregunta constante que el intelectual mexicano debe contestar, Reyes no es la excepción, ¿poseemos o no literatura nacional?: “A la eterna cuestión propuesta por todos nuestros críticos, respecto a si poseemos o no literatura nacional, la Musa de Guillermo Prieto contesta al menos con una afirmación algo tímida.” (Reyes OC I: 239) “El paisaje en la literatura mexicana del siglo XIX” (1911). Reyes propone el estudio y la revisión de lo que los intelectuales y escritores mexicanos han llamado literatura nacional; este estudio verá a la literatura hispánica como la representación máxima de la cultura latina, y cómo esa unión que se ha articulado en la historia a las circunstancias, a las tradiciones, y a la geografía de México. Es decir, realizar un balance de la propia propuesta estética de los literatos mexicanos. Sobre todo, se insistirá en ese encuentro con la expresión propia que señala el des-

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pertar mexicano en las letras. Eso es lo buscado por Reyes, una revisión no sólo histórica, sino que también comprenda una estética propia, que es la que dará el lugar a la literatura nacional en el mundo de las letras. Por ello, la cortedad de la musa de Prieto no pudo brindar más de lo deseado: “Sé que pocos aceptarán mi opinión desnuda y sin demostraciones como aquí la ofrezco, ya que pesa, para contrariarla, la noción de que Prieto hizo sobre todo arte nacional.” (Reyes OC I: 245) “El paisaje en la literatura mexicana del siglo XIX” (1911). Es decir, Prieto sólo ha imitado lo que ha visto alrededor de él; ha copiado las escenas del pueblo, el sonido del pueblo, y no ha creado una estética identitaria propia del pueblo mexicano. Tan es así que, los textos de Prieto, sólo representan a los tipos mexicanos de la época en la cual su literatura se circunscribe. Pero, para los momentos en los cuales Reyes plantea esta tesis, se defiende ese carácter regional de la literatura hasta en la escritura misma. En el momento de la post-revolución ya ha aceptado la validez de la enseñanza y la educación a partir de la lengua española, pero, en ella se plantea otra lucha, la de encontrar su propia expresión. La palabra México ¿Debe escribirse con x o con j? El comité Directivo de la Campaña Nacionalista —institución de carácter exclusivamente económico— recibe una descabellada iniciativa para no cursar en el Correo las piezas postales en que la palabra México se escriba con j, y esto por razón de nacionalismo. (Reyes OC VIII: 261) AL “La interrogación nacional” (1922).

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Reyes responde, pues, que más que un nacionalismo la postura del Estado es chauvinista, 145 ya que desea encontrar de cualquier manera un rasgo, un signo identitario, señal de su propio reflejo. Sin embargo, en los argumentos académicos Reyes establece, dejando de lado el amor al terruño, la pasión política la razón: Ya se sabe que, en el siglo de la conquista, la x española tenía todavía el sonido de sh, aunque por bivalencia fonética, tenía ya también el de j. El sonido sh aparecía en la palabra indígena que los españoles quisieron imitar con su grafía. Y la voz de México, montada en la corriente de la x, fue arrastrada en la evolución de este fonema. Así vino, con el tiempo a decirse “México”. (Reyes OC VIII: 261) AL “La interrogación nacional” (1922).

Pero la crítica de Reyes no es una cuestión amorosa, es la cruz que pacta llevar, como identidad de todo buen mexicano, en la frente misma: seña de identidad que lo caracteriza; así la crítica de Reyes se enfoca en la intolerancia del medio político mexicano a no poseer una apertura, una permisión a la discusión académica: Y con todo le tengo apego a mi x como a una reliquia histórica, como a un discreto santo-yseña en que reconozco a los míos, a los de mi tierra, igual que en el dejo o en el acento, o en el uso de tal o cual término o manera dialectal que 1 4 5 . Hacia inicios los años veinte, la entonces Secretaría de Relaciones Exteriores de México, envió un boletín a todas sus embajadas estableciendo como nombre oficial “República Mexicana”, con X y no con J.

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me resucitan toda mi infancia. (Reyes OC VIII: 262) AL “La interrogación nacional” (1922).

Reyes procura una literatura en donde lo nacional no desborde lo pasional. Una es la realidad de México, otra es la representada; otra, el papel que los escritores y los intelectuales deben tener frente a la literatura y a la sociedad, ya que es a ellos a quienes Reyes confiere el valor de establecer la independencia de la razón a través de la mayoría de edad.146

La lengua latina en México Reyes clama por el conocimiento heredado de la cultura occidental griega: ésta es la base, pero también reconoce el sentido latino de nuestra lengua. Ese latín pasado por el filtro de la cultura española; latín que ha encontrado una manera especial de significar en América: 146. La propuesta de Don Andrés Bello fructificó en el sentido de buscar una literatura americana, antes que americanizada, ya que propone que el americano es capaz de construir una obra literaria, de la cual surja una literatura americana. Este matiz implicaba el despertar de la misma conciencia que en el poema “Alocución a la poesía”, Bello reclama:“Divina Poesía/tú de la soledad habitadora,/a consultar tus cantos enseñada/con el silencio de la selva umbría,/tú a quien la verde gruta fue morada,/y el eco de los montes compañía,/tiempo es que dejes ya la culta Europa,/que tu nativa rustiquez desama,/ dirijas el vuelo a donde te abre/el mundo de Colón su grande escena”. El poema es un adelanto a la discusión sobre una literatura “nacional” porque apunta las posibilidades de temas americanos: los trabajos del campo, el mundo indígena, la luchas de independencia. La poesía americana que propone Bello, desde el punto de vista de esta comparación, es semejante a la propuesta de Altamirano y de Alfonso Reyes: América reúne las características para que la labor poética de la “Divina Poesía” continúe la tradición; sobre todo, porque en ese terreno la culta Europa ha sido agotada.

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[...] tenemos la suerte de que la lengua de Virgilio esté en el origen de nuestra lengua, y que cada palabra suya incite como en su centro y por el cordón del ombligo cada una de las palabras nuestras, aumentando así su peso de significación, su eficacia comunicativa, sus calorías de alimento espiritual. (Reyes OC XI: 165) TyO “Discurso por Virgilio”.

Reyes clarifica que cada palabra provista de esas fuentes refuerza el carácter de lo latinoamericano, de la América que habla y escribe en español. En esa resonancia nosotros reencontramos las palabras latinas para volver a nombrarlas. En esto, él es muy específico: Sólo declaro al comenzar que considero un privilegio hablar en español y entender el mundo en español: lengua de síntesis y de integración histórica, donde se han juntado felizmente las formas de la razón occidental y la fluidez del mundo oriental. (Reyes OC XI: 312) TyO “Posición de América” (1942).

El síntoma de la declaración es la toma de postura y de posición, no sólo de Reyes, sino de América, el lugar desde donde se reclaman los elementos heredados que le corresponden. El español es la vía por donde América Latina puede encontrar su camino porque es una lengua surgida del más centrado hibridismo, que conjuga dos opuestos: Occidente en la lengua latina, Oriente por los ochos siglos de estancia de los árabes en España. Es la lengua española la traductora, por demás, del mundo que lo rodea; en ésta acaecen las formas de su pensamiento: ya no hay otro modelo forjado para Reyes. En este

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sentido, opina que también se presenta la lengua griega. El español, por otro lado, ha logrado en los términos modernos integrar históricamente casi todo un continente. Por eso habla de: [...] cada grado de dignidad que conquista de la lengua española es un nuevo grado de incorporación que logra la nueva vida española: cuando una nación busca su alma, la defensa e ilustración de su lengua [...] la campaña para purificar reivindicar su habla, es como la clave simbólica [...] hacia la fijación del carácter propio y nativo. (Reyes OC III: 422) RReI “Antonio de Nebrija” (1920).

La integración es la que busca Reyes al conceptuar la lengua española. El punto de reunión entre la tradición de la lengua: su sincretismo, su historia, su propio modo de ver el mundo, y los regionalismos emergen de manera muy natural a través de la vasta geografía de la lengua española. En esa junta es donde los regionalismos cobran forma: fijan su propio carácter a través de la dignificación de la lengua. Si se le defiende, se le purifica, cada pueblo latino-americano encontrará de manera muy natural su propio camino. Reyes se centra en ratificar el valor histórico de la lengua española porque a partir de ella es cómo América se dará cuenta del valor de su cultura. No son sólo los especialistas los que deben estudiarla: No somos una lengua muerta para entretenimiento de especialistas [...] Nuestra lengua y nuestra cultura están en marcha y en ellas van trasportadas algunas cimientes del porvenir.” (Reyes OC XI: 134) UT “Paul Valery contempla América” (1941).

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La defensa de la lengua es necesaria porque ella es la expresión principal de la cultura hispanoamericana. La lengua es la que representa el pasado, el origen propio de América Latina, la que señala el presente, a partir de la cual será necesario tomar conciencia del despertar americano, así también, la cultura americana puede tomar una conciencia respecto a su propio destino: Pues, salvo ocasionales consultas, nadie ha aprendido en los aménguales a hablar y a escribir, correcta ni incorrectamente, su propia lengua, como nadie —según la feliz metáfora de Américo Castro —aprendió a andar en bicicleta leyendo tratados de mecánica. (Reyes OC XI: 317) TyO “Discurso por la lengua” (1943).

La ironía: ni estudiándola se pueden predecir los caminos de la lengua; es decir, aún con el tratado de gramática no existe otra posibilidad dentro del sistema de la lengua que aprenderla escribiéndola, leyéndola, modificándola, usándola. En la literatura, el reflejo de la lengua cobra otro valor: el estético; sin embargo, también éste resulta producto de ese mismo mestizaje cultural y étnico, de ahí la importancia del resguardo. Lo que se perpetúa en la tradición de la lengua es ese bagaje que puede historiarse, dice: Y nosotros, a quien un raro destino hizo brotar de una mezcla tan maravillosa de sangres y que nos historiamos al par con dos opulentas tradiciones, la española y la indígena, conservamos y perpetuamos, junto con el tesoro de nuestro lenguaje castellano [...] (Reyes OC I: 196 ) “El paisaje en la literatura mexicana del siglo XIX” (1911).

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Ambas culturas se conjuntan en la mezcla mexicana; de la misma manera que conservan la tradición frente a las otras tradiciones, a la vez que modifican la suya propia, sean opuestas o no. Es decir, en el sentido más amplio, la lengua es una institución que permite el diálogo con otras culturas, sociedades, gobiernos. Es ese tesoro que tendrán enfrente el que acabará por delimitar y definir las características de la expresión americana, tan válida y tan cierta como la de otros. No sólo es el carácter de lo regional: su hábitat, su paisajismo, sino la muestra que en el interior de cada escritor existe la lengua como conductora de sus apreciaciones sobre la realidad de su sociedad. Manuel José Othón, la percepción directa de nuestra tierra y de nuestro cielo entrará por fin, engalanada con los atavíos clásicos y con todas las más nobles evocaciones, pero sin alterarse ni desvirtuarse, en el grave molde de la tradición española, enriqueciéndola y dotándola con nuevos tesoros. (Reyes OC I: 219) “El paisaje en la literatura mexicana del siglo XIX” (1911).

Anteriormente, se desarrolló el carácter propio y nativo de la literatura mexicana, sólo puede verse a través de la lengua porque es ella la que nombra las cosas. El poeta, para Reyes, se convierte en el medio, en el punto en donde las cosas comienzan a tomar su real forma, o al menos la forma más significativa para una identidad. Cuando Reyes asevera que no es hasta Othón cuando la percepción de la tierra y del cielo mexicano entrará en las más nobles evocaciones, señala el duro y largo trayecto de la lengua española para elaborar la mismísima visión mexicana.

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Sobre todo por la ausencia de modelos, el pensamiento de Reyes es claro: el respeto a la tradición española, la modificación de la lengua a partir del estudio de la lengua española, pero sobre todo, una literatura que: En las nuevas literaturas americanas es bien perceptible un empeño de autoctonismo que merece todo nuestro respeto, sobre todo cuando no se queda en el fácil rasgo del color local, sino que procura echar la sonda hasta el seno de las realidades psicológicas. (Reyes OC XI: 88) UT “Notas sobre la inteligencia americana” (1941).

Este sentido se adelanta al llamado “color local”, forma de conceptuar el paisaje que no aclara el término estético. No sólo es la necesidad de la escritura estética, sino también aquella que procure llegar a la realidad en el ser humano, no autóctono, sino en “el seno de las realidades psicológicas”; interés de Reyes porque a partir de esta muestra, de esta sonda se encontrarán los modos de pensar del pueblo latinoamericano, los diversos pensamientos que conforman América, es más, los diversos caracteres identitarios que un individuo asume de un pueblo, o nación, o continente. La búsqueda de una literatura nacional o regional o autóctona debe buscar, también, esa alma. Reyes mostraba una congruencia de vida, de espíritu, de pensamiento. Su mismo sentimiento de universalidad buscado para la nación se refleja en la literatura: Aquí de la razón pura de la poesía y de la razón práctica del episodio; aquí del cosmopolitismo lírico a un extremo y del mexicanismo anecdótico

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al otro; aquí del arte deshumanizado y del arte que otra vez huele a hombre; aquí del universalismo y del nacionalismo en la letras ¿Quién vencerá a quién? Ninguno, naturalmente. (Reyes OC VIII: 264) AL “La interrogación nacional” (1922).

Si para Reyes no hay límites, fronteras, entre los hombres de conocimiento, de razón, mucho menos en el arte y en la literatura. Desde su punto de vista crítico, la literatura es un medio que puede surgir en lo particular, en lo regional (digamos), y alcanzar las más altas esferas del pensamiento y de la fruición en la universalidad. Reyes sabe distinguir que los azares que la obra literaria sortea son muchos: tiempo, lectores, crítica, momentos históricos; para él, Góngora puede ser tan regional y tan universal como lo es Sor Juana Inés de la Cruz. Nadie puede vencer, pues, en ese ámbito, ni el universalismo ni el regionalismo en las artes, mucho menos en la literatura. Por supuesto, en nuestro ámbito, el latinoamericano, los usos de la lengua remiten siempre a las usanzas del español en la península, para Reyes es viceversa: la universalidad de la lengua lleva a: “Nada importa que los temas elegidos, que las alusiones y las referencias contenidas en los versos (como en Andrés Bello), sean regionales o locales: la interpretación, el estilo, la inspiración misma, son españoles; [...]” (Reyes OC I: 266) “Apuntes varios” (1911). Ésta es la concepción de Reyes de la literatura latinoamericana, y por tanto, mexicana; las culturas latinas que no pueden escapar del molde que es la lengua española, y al ser parte de la lengua se es parte de la misma cultura con todo lo que ello implica. Así, la interpretación, que no es sino otra manera de ver el mundo a través de la lengua, el estilo, las formas

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que se contienen, no existe otra manera de decir las cosas: la inspiración representa el estímulo creador del genio literario. Por tanto, lo regional para los latinoamericanos debe basarse en lo estético: Las modas literarias cambian, los hijos de América empiezan de pronto a concertar con la tradición el ritmo de una poesía propia y de mayor originalidad. (Reyes OC I: 215) “El paisaje en la literatura mexicana del siglo XIX” (1911).

Por ello, Reyes no tiene modelos para México, para América, porque deben buscar la expresión americana como punto crucial en el desarrollo de su poesía y de su pensamiento. La voz propia debe ser total para que América encuentre su mayoría de edad y su propio lugar en el mundo; esto es un escrutinio de búsqueda de la originalidad como manera de encontrarse consigo mismo en el mundo de las ideas. La posición de América, como Reyes le llama, lleva consigo la tradición de la lengua latina en la que tanto se insistirá; esta tradición es una fundación de las bases latinas con una nueva línea en América, heredera de una nueva poesía. El pensamiento en Reyes, en este sentido, es dialéctico, no se establece uno sin el otro: nacionalismo sin cosmopolitismo; 147 tradi1 4 7 . Olguín define el cosmopolitanismo de Reyes como: “El cosmopolitanismo, a su vez, representa el esfuerzo de la inteligencia por unificar espiritualmente al hombre; hacer triunfar el principio de la unidad fundamental del género humano contra la iniquidades racistas o clasistas; establecer la paz y la buena voluntad internacionales; distribuir equitativamente los bienes materiales y espirituales de la cultura; (…)” (Rangel Vol. II 1996: 339) “La filosofía social de Alfonso Reyes”.

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ción sin modernidad; 148 regionalismo sin mundo; literatura propia sin literatura ajena. Las modas van y vienen, lo que no se pierde es la propia voz: “Paisaje, Arqueología Mexicana y Arte Colonial Mexicano integran el presente álbum, como tres fases indispensables del proceso. La época moderna es cosmopolita y anodina; es decir, es neutra y sin expresión nacional” (Reyes OC VIII: 108) DVV “Tres reinos de México” (1946). Se arriba a un punto, para Reyes, México —si bien sigue en camino a consolidar su mayoría de edad— se dispone a integrar sus formas tradicionales: [...] he discurrido preguntarme cómo los poetas mexicanos del siglo XIX han entendido y han interpretado la naturaleza, cómo, según las varias influencias de la cultura europea o las propias vicisitudes, han ido modificando la descripción de nuestro paisaje que es lo más nuestro que tenemos. (Reyes OC I: 196) “El paisaje en la literatura mexicana del siglo XIX” (1911).

En la cita anterior, el resumen de Reyes sobre la poesía mexicana precisa lo siguiente: la interpretación de la naturaleza americana corresponde más al poeta ya que el define —aún en el asombro— lo que es aprensible para él y para los demás. Asimismo, México seguirá modelos poéticos mientras no alcance su propia

1 4 8 . Olguín escribe de esta integración: “Esto no quiere decir que debamos ser retrógrados ni conservadores sistemáticos. Se trata no de traducir el presente en el pasado, sino el pasado en el presente; reconocer que en la cultura, como en la naturaleza, los fenómenos se orientan en una línea recta de derivación.” (Rangel Vol. II 1996: 339) “La filosofía social de Alfonso Reyes”.

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voz, su tono y su ritmo. Sin embargo, estos influjos se modifican desde una perspectiva conveniente, no son elementos directos, sino asimilaciones a manera de la cultura mexicana. Por supuesto, la ciencia no logra reconstruir el paisaje de México: es la poesía, la modificadora de sus elementos, de su interior. Es decir, en este momento, el paisaje para Reyes no es un elemento ajeno a la identidad del mexicano, está en él mismo, en la medida de describirlo. El único detalle son los excesos de ese paisajismo apegado al nacionalismo: Frecuentemente los novelistas sacrifican el arte en aras del color local. Lo que no pasaría si, convencidos de que la vida y la naturaleza también imitan al arte, según afirman Oscar Wilde, no se empeñasen en invertir siempre el sentido de la imitación. (Reyes OC I: 156) “La noche del quince de septiembre y la novelística nacional” (1909).

Este paisajismo no aborda la ecuación de la descripción: la naturaleza es igual a arte, porque contiene un elemento que tanto critica Reyes, el color local. En la literatura mexicana el llamado “color local” es un concepto en sí mismo, los escritores del siglo XIX en el afán de poseer una literatura propia describieron la realidad tal y como a ellos les parecía. Para Reyes 149 esta creencia desvió el sentido de lo 1 4 9 . Alfonso Reyes responde tiempo después con su teoría literaria; como puntualiza Morales: “b. Como sólo cuando el suceder imaginario se encarna, se objetiva, en una adecuada expresión estética tenemos literatura, (…)” (Willis Vol. III 1996: 265) “Alfonso Reyes y la teoría literaria”. La imitación no es buscada, sólo se “copia” del modelo que parece ser la realidad, además de no encontrar esa expresión estética que nos daría una voz propia, y que es la búsqueda de Reyes, de Henríquez Ureña.

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artístico y de lo literario ya que el artista forzó lo poético en esa búsqueda y sólo retrató la inmediatez, lo más cercano a él, particularizando en extremo el sentido de lo estético. De esta manera, la literatura que se escribió no desarrolló un gusto en el público, y la consecuencia fue: “Por eso lo más original de la poesía americana es, en primer lugar, la poesía descriptiva, y en segundo lugar, la poesía política.” (Reyes OC I: 197) “El paisaje en la literatura mexicana del siglo XIX” (1911); (Reyes citando a Marcelino Menéndez Pelayo). Éstos son los desvíos de los siglos anteriores, el uso de la literatura como modo de protesta social; como forma de educación directa; como detonador y sensor de las condiciones sociales de México. En la fusión entre la política y la poesía, esta última ha perdido su rumbo primario. Sin embargo, el trabajo de los poetas ha tomado curso para buscar en América y en su lengua, “[...] y finalmente, por el hecho innegable de que la conciencia americana está trabajada por cierto afán hacia una nueva expresión, un nuevo sentir y un nuevo hacer, que correspondan mejor a las realidades de la vida en el nuevo Mundo (Reyes OC VIII: 3041) AL “Los ojos de Europa” (1922).

Para encontrar, de todos modos, el sentimiento de integración al mundo que le era necesario a la poesía mexicana, América no deja de ser la utopía en donde lo nuevo tiene cabida. En donde lo nuevo no es lo novedoso sino la mejor manera de integrarse a las realidades occidentales contemporáneas, por supues-

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to, como se ha mencionado, en un ir y venir entre Europa y América: 150 “Lo tercero, el presente, la América de la independencia que aporta su palabra propia” (Reyes OC XI: 104) UT “Paul Valery contempla América” (1941). Por lo cual, la poesía mexicana y la latinoamericana ha tenido que recuperar de nuevo su rumbo hacia su propia voz, su propio tono crepuscular: inicio de la nueva inteligencia mexicana-americana. La poesía como realización de la utopía americana.

1 5 0 . Por ello, “Reyes representa esa función con contornos personalísimos y con una ejemplificadota libertad de formas. Su moderno humanismo no es ninguna postura convencional. Busca el entronque de la cultura occidental con la realidad operante del Nuevo Mundo, con las relaciones que de un modo singular vinculan acá el hombre de la tierra, a la sociedad y la historia de nuestro continente.” (Rangel Vol. I 1996: 553) Soto, “Alfonso Reyes y la experiencia literaria”.

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Capítulo IV

Los puntos de encuentro de la tradición

Los puntos de encuentro, que el lector haya apreciado a través del trabajo, entre Ignacio Manuel Altamirano, Justo Sierra y Alfonso Reyes no son fortuitos, sino forman parte de una tradición intelectual-estética propia entre los escritores mexicanos del siglo XIX.151 Circunstancias diversas, estilos diferentes, ríos históricos paralelos, pero con preocupaciones claves de lo que ellos consideraron el desarrollo cultural de México en todos sus ámbitos. Ellos practican el ensayo como fundamento para la exposición de sus ideas, las cuales si bien forman la parte subjetiva del individuo creador, indagan en los deseos de ese incipiente pensamiento del intelectual mexicano. Mientras Altamirano es un ensayista cos1 5 1 . Considero a Alfonso Reyes a caballo entre el siglo XIX y el XX porque su formación básica e intelectual estuvo a cargo de los maestros.

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tumbrista porque moraliza a partir del análisis del estado de la sociedad mexicana de su presente; Justo Sierra redefine, desde su concepción histórica, el lugar de México en el orden internacional; Alfonso Reyes busca, a través de sus ensayos, el principio moral motriz de la sociedad mexicana de su tiempo: los tres se preguntan sobre el alma nacional mexicana —sea como pertenencia o como expresión. Aunque no pretenden estudiar ontológicamente al mexicano, sí mantienen una postura de análisis noético sobre este carácter. Su estudio se centra en aceptar la herencia greco-latina y humanista como parte de ese mestizaje cultural; estudiar la cultura mexicana en sus expresiones más diversas y representativas, pero siempre situándola en Occidente. Desde el punto de vista racial: la raza de bronce, hasta el encuentro con el “alma” nacional, los escritos de los intelectuales son catalizadores de ese ambiente en donde el Estado mexicano necesita definir el rasgo de su ciudadano: J.J. Fernádez de Lizardi con su libro El Periquillo sarniento; Ignacio Ramírez en su ensayo, Los mexicanos pintados; Guillermo Prieto con sus “Cuadros de costumbres”; Manuel Payno con sus ”Costumbres mexicanas”; Juan de Dios Peza con Hogar y patria; Samuel Ramos El perfil del hombre y la cultura en México; Octavio Paz, El laberinto de la soledad; hasta Carlos Fuentes con su libro El espejo enterrado (1992). La escritura permanece en el ámbito de la definición del ser mexicano, es el espacio del deber ser en donde los escritores conceptúan el espíritu mexicano. Particularmente, Altamirano, Sierra y Reyes concentran su estudio en la patria, en Grecia y en la literatura valorando con ello los puntos esenciales de la discu-

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sión sobre el carácter mexicano con una escritura que se proyecta hacia el futuro, es decir, Sierra, Reyes y Altamirano sintetizarán el pensamiento de los maestros para proyectarlo en el camino de los futuros intelectuales: sus escritos son un legado prospectivo, y no para su presente. Las discrepancias son las más destacadas; sin embargo, los puntos de vista contrarios sobre un mismo tema o asunto significan que la discusión de éstos se lleva de generación tras generación. Por ejemplo, Altamirano opina sobre Alarcón: Ni el haber nacido en México nos da el derecho para reclamarlo, como una gloria nuestra, porque si es verdad que nació aquí, estando el país bajo la dominación española y por consiguiente, siendo España, también es cierto que desde su más tierna juventud se fue a España con sus padres; que eran españoles; que en España floreció su ingenio, que ahí paso toda su vida, que allí escribió toda su obra[...]. (Altamirano OC XXI: 442)

La generación de Alfonso Reyes (Henríquez Ureña cuenta con un ensayo sobre la mexicanidad en Alarcón) busca justificar a Alarcón como parte de la expresión americana, por tanto mexicana; Sierra considerará que la etapa de la colonia fue una etapa oscura, plena edad media de México. En Altamirano, la geografía es la justificación para su nacionalismo, mediante ella el escritor del XIX recrea sus propios límites geográficos y culturales. Necesario es el arraigo en todos los niveles en el tiempo de Altamirano ya que a partir de su nación, los ciudadanos se veían comprometidos con la patria, y no eran simplemente

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cazadores de fortuna, que se llevaban todas las riquezas a Europa. De hecho, el proyecto liberal en el que trabajaba Altamirano invita a los europeos a desarrollar su industria en México, así como se invita al mestizaje racial y cultural. Como continuador de esta tradición, Sierra verá en el extranjero una etapa más: un inversionista que puede progresar junto con el país, en el ámbito de mezcla de culturas y tradiciones. Para la generación de Alfonso Reyes la búsqueda se realiza en los términos de una expresión propia, no importa el sitio de nacimiento, sino la asimilación cultural del escritor a su tradición y al mundo contemporáneo. Cabe una digresión conclusiva: el concepto de raza es polémico para la generación de la revolución cultural; en primer término, porque contrapone dos posturas: la visión nacionalista de la raza, y la visión cosmopolita. Éstas dos perspectivas construidas tienen dos representantes, Justo Sierra (más apegado a la idea racial de Ignacio Manuel Altamirano) y Alfonso Reyes, respectivamente; sin embargo para este trabajo la diferencia sólo es de enfoque temporal. Me explico: después de la Revolución mexicana, los intelectuales discuten sobre la concepción de la identidad mexicana, desde los primeros momentos se encontraron dos vertientes: la nacionalista y la cosmopolita. La primera, se consolidó de manera especial en el gusto tanto de los letrados, artistas, como de los políticos; sobre todo, porque el nacionalismo intentó representar a la clase social que había sostenido la Revolución: el campesino, y éste como emblema del mestizo. La corriente nacionalista, pues, desarrolló una concepción ideoestética sobre el origen del mes-

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tizo, se buscó esto último en las raíces indígenas, se simbolizó en obras literarias, en los grandes murales; se comenzaron los estudios —a gran escala— de las culturas prehispánicas. En este ambiente post-revolucionario, México consolida algunas de las ideas liberales del siglo XIX, sobre todo, logra homogenizar una concepción del origen mexicano. La contrapartida de lo anterior fue la búsqueda del cosmopolitismo; aunque en su base éste no pretendía ser una oposición, los nacionalistas atacaron esta postura como antipatriótica, malinchista (término que significa venderse al extranjero, y despreciar lo nacional, proviene del nombre de la Malintzin —para los indígenas—, Malinche —para los mestizos—, Doña Marina —para los españoles). En este ambiente, subsisten dos visiones del concepto de raza: la de Vasconcelos —como continuador del trabajo de Justo Sierra— y la de Alfonso Reyes. La primera tuvo el mérito de ser una de las propuestas más estudiadas en el ámbito intelectual post-revolucionario. Vasconcelos fundó instituciones que subsisten hasta nuestros días, la Secretaría de Educación Pública, y junto con Justo Sierra, la Universidad Nacional Autónoma de México, esta última tiene como lema “Por mi raza hablará el espíritu”. La propuesta de Vasconcelos es bien recibida por los nacionalistas porque propone una raza, de la cual el mexicano desciende, con una fortaleza que será probada en un futuro próximo. Sin embargo, el concepto de Vasconcelos (a partir del de Sierra), al igual que el de Reyes, no se finca en un nacionalismo a ultranza, sino en la conjunción con otras culturas. Cuando Vasconcelos mira la reunión de Latinoamérica, los

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nacionalistas se separan de su concepción. Vasconcelos tendrá, para el concepto de identidad del mexicano, una expresión que señalará su alejamiento con las concepciones post-revolucionarias: “El mexicano es irredimible”. Para puntualizar la diferencia entre la concepción de Vasconcelos con la de Reyes, es que este último proyecta la búsqueda de la identidad del mexicano en el pasado, un pasado que abarca desde la antigua Grecia, Roma, lo hispano, hasta su momento. Tanto para Sierra como para Reyes es fundamental el momento histórico que ha tocado vivir a la raza mexicana porque es tiempo de retomar los cauces de la historia con base en su pasado. Para continuar el enfoque de la transmisión cultural entre Altamirano, Sierra y Reyes cabe señalar que esta relación se puede ver con mayor claridad en las instituciones en que fundaron sus trabajos, una de ellas es el Ateneo (1908) que apoya en su fundación Sierra, y en el cual se forma Reyes. El Ateneo forma parte de la tradición que en el siglo XIX se cultivó, como nos menciona Altamirano: Tal es la historia de esas veladas literarias que están siendo cada vez más interesantes, que están llamadas a influir poderosamente en el progreso de la literatura nacional, por tanto tiempo decaída y olvidada, y que renuevan para nuestra generación los días dorados de la academia de Letrán y del Ateneo. (Altamirano OC VII: 39).

La Academia de Letrán y del Ateneo discutían las mismas intenciones primordiales del Ateneo de la Juventud: elevar la alta cultura y las bellas artes. Al mismo

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tiempo, con el nombre, forma parte del auto reconocimiento de la inteligencia mexicana (incluiría a la América en su repetición de los ateneos). En ese sentido, tanto en Altamirano, en Sierra y en Reyes, se proponen un vuelco de cultura en la constitución del ateneo como lugar de identificación y de pertenencia con Occidente. Los tres coincidían en lecturas mexicanas, si bien es cierto que para el siglo XIX y principios del veinte, no eran muchas las ediciones mexicanas, resulta interesante la postura ante la igualdad de los comentarios. Los tres reconocen que el intelectual mexicano debe crecer en ambos sentidos; leer a los compatriotas, a los latinoamericanos, mientras se lee a los europeos. Otra vez son ellos quienes sintetizan ese ambiente de oposición excesiva: por un lado, quienes sólo desean una literatura mexicana, escrita por nacionales; y quienes en el extremo, desarrollan la teoría del color local. A ésta se le opone la corriente que sólo considera literatura lo que se escribe en Europa.152 Ellos estimulan la creación y la lectura de ambas posturas, por ejemplo, el padre Teresa de Mier fue comentado ampliamente por ellos: “Y ahí comenzó la serie de extrañas y variadas aventuras que han hecho del padre Mier, un personaje romancesco y heroico” (Altamirano OC V: 202); para Reyes, además, Teresa de Mier era su paisano: Otro ejemplo nos lo da la violenta adopción del federalismo norteamericano, que provocó aquel 1 5 2 . Durante el porfiriato los realistas representan una postura más nacionalista que los modernistas con una tendencia más ligada a la europea. En la época post-revolucionaria, durante los años 20´s, los Contemporáneos son acusados de cosmopolitas por los estridentistas, quienes pugnaban por una literatura nacional.

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famoso “discurso de las profecías” de Fray Servando quien encontraba esta innovación del todo ajena a los inveterados hábitos nacionales. Lo propio ha sucedido —todos lo saben— con muchas otras veleidades que ha atravesado la vida americana. (Reyes OC XI 119) UT “X. Ciencia social y deber social.” (1940).

Su coincidencia es más que la reunión histórica. Ambos saben que sin las “noticias” de Fray Servando la génesis de la nacionalidad mexicana sería indescifrable. Además, que con él, el Estado mexicano obtiene un ideólogo independentista a la altura de los europeos. Fray Servando reivindica la “originalidad” (Altamirano) de América; “nuestra mayor edad” (Justo Sierra), o la “posición” (Reyes) de la misma. Justo Sierra presenta un punto medio entre Altamirano y Reyes: Tan erudito auque en su erudición resulta a veces indigesta, tan inteligente, que aunque falta con frecuencia a su inteligencia el lastre juicio; de un carácter templado, aunque sin serenidad, este personaje es el protagonista por todo extremo interesante y singular de una historia cómicotrágica que parece obra de un novelador de imaginación exaltada ( Sierra OC VI: 130-31).

Son los puntos de convergencia153 en los que este estudio se ha basado porque reafirma el sentido de la 1 5 3 . Otro punto de concomitancia y de reflexión es la pérdida de los individuos a través de un acto: el suicidio. Los dos –aunque con diferente aparato teórico y vistas del fenómeno– llegan a conclusiones semejantes: el acto no es aislado del entorno social; representa más que una enfermedad de tipo mental en un solo individuo, un acto en el que la sociedad se ve reflejada: el suicida es un ser sensible a algún elemento dañino de la misma.

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tradición mexicana entre los intelectuales. Lecturas mutuas, pensamientos convergentes, nociones identitarias, que se han heredado a través de las generaciones. Estas ideas se desarrollan como puntos de unión entre las generaciones de Altamirano, de Sierra y la de Reyes, en términos generales, desde el punto de vista del trabajo se reúnen cuatro generaciones: la que enseña a Altamirano, la de Ignacio Ramírez; la intermedia entre Altamirano y Reyes: la de Justo Sierra, que dirige la del Ateneo. No es casual, pues, que a los representantes de estas generaciones se les llame: “maestros”, de hecho con el título de “maestros de maestros” porque son, para la tradición intelectual mexicana, los primeros que educan a los mexicanos a ser parte de una identidad. A lo largo de la tradición intelectual mexicana la Ilustración guarda el mismo sentido del siglo XVIII. El punto crucial para el desarrollo del programa ilustrado en los intelectuales mexicanos será el deseo motriz de alcanzar la ansiada “mayoría de edad”, ya que de no ser así siempre se dependerá de la dirección del otro: el europeo. Es, pues, que los tres instarán al escritor mexicano (americano) a la independencia intelectual. En el caso de Altamirano se llamará “independencia”, “grito de Dolores”; en Sierra, “Progreso”; en el caso de Reyes, este sentido será el de la “hora americana”, “el despertar americano”, “la última Tule”. La otra preocupación ilustrada en estos ejemplos del intelectual del siglo XIX, principios del XX, es la formación de un individuo libre —moral e intelectualmente; sin embargo, el atraso de las instituciones mexicanas (la educación y la justicia social) no ha-

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cían factible ese ciudadano que la nación necesitaba: no es posible la utopía fragmentada, que implique la separación del individuo de su “misión” políticasocial; alientan el reconocimiento moral del individuo y la civilización —a través de los textos— para encontrar el ideal político: igualdad, fraternidad, libertad. Reconocen como primera necesidad la educación del mexicano para la instrumentación del proyecto social. La educación para el pueblo es el deseo de Altamirano, en Sierra es un ministerio, el “latín para la izquierda”, escribe Alfonso Reyes. Aunado al concepto de educación, la escuela propuesta por los intelectuales mexicanos fue desarrollar el sentido de pertenencia a la nación, uniendo la identidad personal y multi-racial de México en una sola: la “universalidad moral” de la Ilustración para establecer un solo cuerpo para la nación. Para Altamirano, su tiempo es donde la patria toma forma; para Reyes, la civilización occidental se reconstruirá en América. Coinciden en la propuesta de integrar la nueva realidad mexicana-americana, con sus propios perfiles, al mundo europeo. Como habrá leído el lector, el trabajo se desarrolló en cuatro temas de importancia: los viajes, los griegos, la nación, la literatura y las artes; como se habrá visto, los temas son valiosos para el desarrollo de nuestra concepción intelectual mexicana y americana. I. El viaje fue fundamental para la comprensión del mundo por parte de los intelectuales mexicanos del siglo XIX, éste en dos sentidos: el real, el viaje a Europa; por otro lado, el virtual, el entendimiento del mundo a través de la literatura. El aprendizaje del viaje tuvo un mentor europeo: Alejandro Von Humboldt, quien con

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su recorrido por América se encuentra con una tierra llena de prodigios (motivo importante para los intelectuales latinoamericanos), y de esperanza en la creación de nuevas instituciones.154 Él describe la belleza de la naturaleza americana: sus cuadros de costumbres, su historia, sus paisajes; relacionándola con la descripción científica. En este sentido, Humboldt, para los intelectuales americanos, es una guía de cómo realizar su propio descubrimiento interior, sobre todo, porque su viaje estuvo a caballo entre los incipientes movimientos de independencias americanas y el viejo régimen colonial. La semilla que Humboldt sembró tuvo su fruto en los independentistas y perduró durante todo el siglo XIX, y continuó en Alfonso Reyes,155, 156 sobre todo porque previó que el intelectual americano debería 1 5 4 . Este trabajo abre la puerta para el análisis de una comparación histórico-social entre los escritores americanos del XIX ya que cuando las personalidades de intelectuales americanos se enfrentan a la independencia de España consideran que la filosofía de la Ilustración será la clave para el desarrollo social, político y económico de las sociedades americanas. Esto último es claro en la postura de don Andrés Bello, desde su formación clásica modifica las condiciones de su América: la naturaleza americana encuentra una personificación viva en los textos de los neoclásicos. Así mismo, Bello propone una épica de la emancipación, la cual trae consigo, una poesía de compromiso: el carácter nacional, el indianismo, es parte de ese romanticismo de Hispanoamérica. “Alocución a la poesía” (1823), desde el punto de vista del trabajo, es un poema que da la bienvenida a una nueva América, una utopía. Se puede considerar que no oculta la intención del autor: proponer el proyecto de la Ilustración para la cultura americana. 1 5 5 . Hacia 1959, escribe y dicta una conferencia sobre Humboldt. 1 5 6 . Por otra parte, el apellido Humboldt resonará en América con otra influencia, el hermano Wilhelm Von Humboldt trabajará sobre el helenismo, sobre la pedagogía y sobre el lenguaje. Así, su propuesta educativa no dista mucho de Altamirano y Reyes: el mundo griego como formación cultural y moral.

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independizarse de España para lograr articular una reflexión individual y dinámica de su sociedad. Por supuesto, la escritura de Alejandro Von Humboldt construye una imagen dinámica de la naturaleza; estilo que conviene a la escritura regionalista, costumbrista del siglo XIX. Las descripciones humboldtianas dan esa impresión de ubicuidad, el lector puede percibir su mundo a partir de comparaciones y diferencias. La descripción del paisaje americano intenta contener todos los textos de los viajeros. El viaje, pues, se presenta como la opción no sólo de placer, sino como la necesidad de obtención de conocimiento a través suyo. El americano requiere descubrir su propio espacio geográfico y su propio mundo cultural y social, así como también conocer a Europa para compensar el “atraso” en el desarrollo económico, tecnológico y cultural. El viaje es ese deseo de “locomoción”, de movimiento para que —en esa misma imagen— la patria alcance a Europa. Pero este arribar a Europa no sólo busca su Ilustración, sino también la identidad interior del mexicano. En esa paradoja, el viajero encuentra dos: la raíz de lo greco-latino, y la reunión de una América Latina puesta en el mismo camino de confluencias. Por esto, en el trabajo, los escritos oscilan entre las denominaciones mexicana, americana, latinoamericana, iberoamericana, hispanoamericana (los dos últimos conceptos son usados sólo por Reyes), como sinónimos que representan a una América Latina total con las mismas necesidades históricas. En sus escritos, la presencia del viaje se establece desde el principio. Por supuesto, en Altamirano, las lecturas fueron la fuente principal para los motivos del

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viaje; de hecho, él es quien propone un género especializado en la “literatura de viajes”. Altamirano transitó hacia Europa cuando tenía 54 años de edad157 y a los cuatro años de estancia en Europa, muere. Sierra es un asiduo lector de Europa, su anhelo es vivirla; logra tres viajes: uno a los Estados Unidos, en donde se enfrenta a la otredad; y dos a la Europa Latina, en donde reconoce el origen. Muere en Madrid, España. Mientras que Reyes viaja a Europa a los 24 años de edad, allá se queda por diez años, y establece un contacto constante con la intelectualidad europea. Si bien son tres viajes en panoramas históricos opuestos, también es cierto que los tres obtienen la misma experiencia intelectual: en primer lugar, necesariamente elaboran libros para presentar a México como un país civilizado. Altamirano prepara y redacta El Zarco (episodios de la vida mexicana en 18611863); Europa Latina (1910) es la bitácora del viaje a Europa de Justo Sierra; Alfonso Reyes escribe Visión de Anáhuac (1521). Para los fines del trabajo no es curioso que los libros se facturen en España, sino que eso representa la necesidad de los intelectuales como Justo Sierra, Alfonso Reyes e Ignacio Manuel Altamirano de presentar su México, el mundo que el otro, pese a su dominio, no logra recordar o no gusta recordar: aquel mundo americano que no pueden reconocer los europeos. En el caso de Sierra, se visuliza a través de su maestro:

1 5 7 . Precisamente, el 13 de junio de 1889 Altamirano comienza el viaje hacia Europa, a días del nacimiento de Alfonso Reyes 17 de mayo de 1889.

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Llevaba, cuando fui allí, en diciembre de novecientos, el reflejo de una mala impresión: a Altamirano le había sido profundamente antipática; llegó, enfermó, partió sacudiendo el polvo de sus zapatos. De París me escribió todo esto, y a pesar de mis noticias y de mis amigos catalanes, no lo podía olvidar. Entré en Barcelona en el carruaje de un excelente hotel situado en lo mejor de la Rambla ( Sierra OC VI: 219).

De la misma manera, y con estilos diferentes, en el caso de Altamirano y Reyes, se proponen esa presentación de México, para el mundo europeo en general; partiendo de España, porque ahí está precisamente la tradición. Tanto El Zarco como Visión de Anáhuac proponen una descripción (que se puede llamar humboldtiana) en la cual se presenta a México desde una perspectiva geográfica humana, a la vez, de redactarla con belleza. En ambos textos se reconstruye el contacto entre la raíz mexicana y la tradición europea-occidental, en el libro de Reyes se pone más énfasis en la tradición española. De hecho, en los libros se muestra el mismo sentido de preocupación, sobre la forma de presentar a México: Reyes se asombra ante las preguntas de los europeos “El viajero americano está condenado a que los europeos le pregunten si hay en América muchos árboles” (Reyes OC II: 15) VdA (1915); mientras, la descripción utilizada por Altamirano se encuentra llena del mismo elemento de árboles, cómo mostrando al europeo el tipo de arboledas de México. De un pueblo mitad oriental y mitad americano. Oriental porque los árboles que forman ese bosque de que hemos hablado son naranjos y limo-

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neros, grandes, frondosos, cargados siempre de azahares que embalsaman la atmósfera con sus aromas embriagadores. Naranjos y limoneros por dondequiera, con extraña profusión. Diríase que allí estos árboles son el producto espontáneo de la tierra. (Altamirano 2000:9).

Su dominio por los espacios geográficos: la geografía física y humana explica el entendimiento de su espíritu viajero. Reyes tuvo la oportunidad de realizar más viajes y comparar más mundo que Altamirano y Sierra, pero su perspectiva de América como una unidad se establece desde Europa; en el caso de Reyes se refuerza por la estancia de diez años en Sudamérica, y Altamirano y Sierra ven desde Europa a una América total; ellos desarrollarán un análisis jerárquico de la situación social cultural de América y la contraponen con la europea de su momento; de este cotejo parte su evaluación histórica de los valores americanos.158 Para finalizar este punto de reunión de los viajeros intelectuales mexicanos, el eje de equilibrio en las diversas generaciones es la continua referencia en sus escritos, del gran navegante: Odiseo o Ulises: “De donde su monarca, odisea, resulta ser el explorador, el aventurero por antonomasia.” (Reyes OC XVII: 181) LH. (1965). Lo que en Sierra tendrá una representación menos afortunada: 1 5 8 . La hora americana, la última Tule, la utopía, la zona tórrida de Andrés Bello, son propuestas como construcciones alternativas, en donde la dinámica sea con doble dirección: América y Europa, Europa y América. Para los intelectuales americanos América es una realidad cultural provista de sus propias aspiraciones. Éstas como la síntesis que han producido un acervo propio, por tanto, una expresión cultural y humana.

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Nuestro siglo no posee el mismo fatalismo que en la antigüedad; el fatus griego tuvo un platillo de la balanza para Agamenón y otro para Ulises. Debió, el uno, encontrar el puñal en la mano de Clitemnestra; el otro, el amor en los castos labios de Penélope. Entonces podía el hombre virtuoso esperar la felicidad; hoy no, el mundo está entero en el lado de la balanza que se inclina al dolor [...](Sierra OC III: 113).

Este seguimiento del viaje no es casual si se piensa que los deseos de estos intelectuales eran descubrir nuevos mundos, establecer el movimiento que es natural del conocimiento, de la cultura. Finalmente, el viaje representa la raíz de árbol de la cultura; la patria es ese tronco que finca su desarrollo, ese viaje a esa nuez, a ese fruto que se puede desarrollar en su máxima esperanza. Es ese viaje hasta arriba que propone el desarrollo de la América: crecimiento que dará la madurez del continente. II. Las generaciones de intelectuales mexicanos heredan los estudios sobre la cultura helénica (así como su paso por la latina) ya que entienden que Grecia contó con una situación especial en el mundo occidental, y que pese a la distancia histórica, México continúa con la herencia griega porque tiene un idéntico desarrollo de posibilidades culturales. Este arraigo en la tradición helénica y grecorromana representó una base política y moral para el nuevo mundo americano, que se abría a partir de sus independencias; Grecia es una fuente de constante revolución moral. Ante la decadencia de Europa, la Eneida americana era necesaria porque era el testimonio vivo de Grecia y de Roma, simbolizadas en América

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Latina. La pureza de Grecia y las leyes de Roma fueron el punto de partida para iniciar la utopía americana.159 Reyes analiza el problema de esta herencia, que él siente como suya: [...] entre nosotros, los escritores de la Reforma, en su grave preocupación y en su sacrificio por la patria, estaban dotados para entender a Grecia. Después hubo algunos “picos de oro” que nos presentaron a Grecia como un almacén de retóricos adornajos, o ya como una imagen de la vida galante, en que todo era beber, cantar y danzar y lo demás que por sabido se calla. (Reyes OC XX: 35) RdG “El mundo espiritual de los griegos” (1966).

Un helenista como Reyes analiza esta herencia que recibió de los hombres de la Reforma (entre ellos Altamirano y Sierra) a los que le reclama la ausencia de la formalización de los estudios, pero esto significa que la propia generación del Ateneo de la Juventud encontró la respuesta en su memoria histórica ante la deshumanización del positivismo: “Pero nuestros hombres de la Reforma, que en su empeño por edificar una patria estaban más cerca de los griegos, hubieran podido calar mucho más hondo en la antigüedad clásica.” (Reyes OC XVI: 20) RG (1964). 1 5 9 . Otro orden se presentaba como posible en Grecia: la tradición científica. El origen de la ciencia occidental se rastrea hasta la antigüedad clásica, con una ventaja indudable para los liberales del siglo XIX, una ciencia separada del carácter religioso que la Edad Media sujetó al cristianismo. La Grecia de Reyes se representaba, en ese carácter científico, como contemporánea a la sociedad del siglo XX con los mismos problemas, en donde los excesos de la razón tanto en Grecia como en la Europa del sigo XX han llevado a la civilización al límite de la agonía.

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Los hombres de la Reforma y del porfiriato no tuvieron tiempos más constantes, pacíficos, para el estudio de los griegos; se encontraban edificando la patria, encontrándole sentido al nuevo ser, defendiéndola, constituyéndola, es entendible, pues, la poca formación. Fueron los hombres de la Reforma y del porfiriato que, desde 1867, desde el inicio de la República restaurada, le dan nombre de “Atenas de México” a la ciudad de Saltillo, Coahuila; así como en 1880, establecen el nombre de “Atenas veracruzana” a la ciudad de Xalapa, Veracruz. Estos intelectuales observan cómo en la América Latina finisecular del XIX, el nombre de “Atenas” se repite en Argentina, Colombia, Chile, Cuba; la Atenas y sus ateneos representan la integración del ideal y de la modernidad en un mismo orden: la utopía realizable en una sociedad mexicana en crisis, ante la violencia en el siglo XIX mexicano, el ideal griego es un paradigma unificado que permite integrar los avances de la modernidad, la emigración masiva, la expansión de la ciudad, y las transformaciones sociales-políticas de la propia identidad. Esta integración del pensamiento griego a la identidad y a la modernidad es pilar fundamental para la transmisión cultural entre los intelectuales mexicanos. Cabe señalar como ejemplo a Pedro Henríquez Ureña, uno de los más prestigiados maestros de América durante el siglo XX, quien asume así la experiencia heleno-mexicana: En 1907 tomaron nuevos rumbos mis gustos intelectuales. La literatura moderna era la que yo prefería; la antigua la leía por deber, y rara vez llegué a saborearla. [...] y le pedí (se refiere al

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padre) que me enviara una colección de obras clásicas fundamentales y algunas de crítica: los poemas homéricos, los hesiódicos, Esquilo, Sófocles, Eurípides, los poemas bucólicos en las traducciones de Leconte de Lisle; Platón [...] La lectura de Platón y el libro de Walter Pater sobre la filosofía platónica me convirtieron definitivamente al helenismo. Como mis amigos (Gómez Robelo, Acevedo, Alfonso Reyes) eran ya lectores asiduos de los griegos, mi helenismo encontró ambiente, y pronto ideó Acevedo una serie de conferencias sobre temas griegos[...] (Roggiano 1988:76).

Para este trabajo, ésta es una diferencia fundamental entre el discurso de los griegos en América Latina160 y el discurso de los mexicanos: para los primeros sólo es un deber; para los segundos, la construcción del pensamiento sobre el quién se es. Pero siempre hay una guía en el principio de reunión con la tradición griega: Homero es la base de la literatura universal, y es el enlace entre los escritores mexicanos y americanos: “Pero la lira de los Homeros sudamericanos nos inspira admiración, nos arrebata, nos parece sublime.” (Altamirano OC XII 1870: 210). Para Sierra: ¿Qué pluma sería capaz de referir los mil hechos gloriosos de aquel día para siempre memorable, 1 6 0 . El Ariel de Rodó más que una búsqueda de los griegos, es una invocación a que la juventud retome las riendas de la transformación de América, ante el decadentismo europeo, y genere de manera colectiva una civilización americana. Por supuesto, este punto puede ser ampliamente rebatido; sin embargo, este trabajo concluye es que la transmisión cultural en los intelectuales mexicanos fue diferente a la de los latinoamericanos.

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en que la victoria fue para el vencedor, pero la gloria para el vencido? Rasgos dignos de los heroicos tiempos de Grecia y de Roma tuvieron lugar aquel día. ( Sierra OC IX: 43).

En Altamirano y Sierra, la búsqueda del espíritu griego se basa en la imitación, en la inspiración que los pueblos latinoamericanos traen consigo; junto con ello, el sentido de su epopeya nacional, para la cual Altamirano y Sierra proponen el canto propio de la patria, y que (en esto existe una extrema coincidencia con Reyes) sólo se refleja en los griegos. En ese ámbito, los griegos representan el ideal para el intelectual mexicano del XIX, sobre todo, a partir de 1867 con el triunfo total de los liberales, los letrados proyectan e idealizan el “deber ser” del Estado mexicano desde una perspectiva grecorromana. En parte el estudio de los griegos es línea directa de la Ilustración. En cualquier momento, para los intelectuales mexicanos, los griegos simbolizarán esa pureza en las artes y en la literatura que se debe seguir, en donde se debe tener la mirada puesta. Así Altamirano: Ahora bien: echemos una mirada retrospectiva, y de Homero a nuestra época no nos encontraremos un solo momento sublime de la literatura que no esté fundando sobre una de estas bases o sobre todas, porque es casi indispensable que vayan unidas. El hombre de sentimientos y de inteligencia que se inspira y que canta, por esa inspiración constante que tiene el alma al bien y la verdad, debe cantar impulsado por una de esas pasiones. (Altamirano OC IX: 119) “Cartas sentimentales. Cuarta carta. A Rafael Zayas”

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Para Reyes, el sentido de los griegos reside en que representan la base de nuestra cultura occidental. Reyes profundiza en el pensamiento helénico, pero no sólo busca la imitación del modelo, sino estudiarlo para entender su repercusión en la cultura mexicana. El movimiento de los griegos para los intelectuales mexicanos del XIX es vital: la tradición y la modernidad, sin la herencia occidental no podría pensarse la cultura, la sociedad y el desarrollo científico del XIX: como se ha mencionado ven a Grecia como una cultura dinámica, en acción continúa, imperecedera ya que Grecia simboliza el punto de referencia de la vida de los hombres en civilidad: su cultura se funda en principios morales nunca antes vistos, y continuados en Occidente. Por ello, la importancia de los griegos se basará en la fundación de las bases para el desarrollo de la modernidad occidental. Para los tres autores recuperar a los griegos en todos sus ámbitos simbolizaba un encuentro espiritual, moral y político que el mundo de la colonia había dejado vacío. Así pues, escriben con la misma pasión sobre Grecia, su análisis no sólo se basa en apreciaciones generales, sino bien saben de dónde proviene la tradición que es necesaria estudiar: “Roma era para el pueblo católico, lo que Jerusalem para el pueblo judío, lo que Delfos para el antiguo pueblo griego.” (Altamirano OC VIII: 350) AL. En tres frases Altamirano logra implicar la tradición que engloba lo mexicano: la latina, la judeo cristiana, y la griega —pensamiento muy cercano a Sierra—; herencia que Reyes analizará ampliamente (con la nota especifica que la influencia del judaísmo en nuestra cultura es un tema que en él sólo tuvo visos

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aproximados): “Y cuando el helenismo de Oriente se derrumbe, el espíritu de la antigua sabiduría volará hacia Roma. En aquellas fases que se humillan, Roma rendía acatamiento a la eterna cultura helénica.” (Reyes OC XX: 259) LFH “La transición”. Independientemente del estilo, la escritura de Alfonso Reyes, de Sierra y de Altamirano contienen las mismas precisiones de análisis, los mismos objetos de estudio, la misma secuencia lógica de razonamiento de un mundo central en las ideas: el griego, lo latino, incluido en la cultura mexicana, que permite al intelectual mexicano integrarse a los fundadores del sentido occidental: filosofía, cultura, sociedad, política, ciencia. III. Tema central en ambos escritores es la nación mexicana, pese a los diferentes estilos, el lector sólo encontrará una diferencia: el discurso de Altamirano es mucho más nacionalista que el de Sierra y el de Reyes. Desde el punto de vista del trabajo esto es explicable por las etapas de intervención extranjera que la generación de la Reforma rechazó con la fuerza de la violencia: la norteamericana y la francesa. Sierra iniciará el punto de equilibrio entre la postura nacionalista y el cosmopolitismo. Él sabe que México necesita abrir sus puertas al capital extranjero y a la tecnología, pero también reconoce que las ambiciones imperialistas están distribuyéndose el mundo, y que México debe tener una participación activa. [...] la mayoría de la población francesa e italiana, de la holandesa, en la Gran Bretaña, la totalidad de la península ibérica, etc. En Asia, África y Australia, el contingente católico es insignifican-

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te, como lo es el del cristianismo en general; en América impera casi sin rivales en las comarcas latinas y disputa el predominio a los Estados Unidos y al Canadá. (Sierra OC VII: 222).

Mientras, para Reyes el mejor punto de reunión era la búsqueda de un cosmopolitismo que respetase a las naciones como individualidades; ve en su época un cuarto intento, teniendo el antecedente de: El tercer intento de cosmopolitismo, en el siglo XVIII, es clásico y filosófico. Brota del afinamiento cultural y se establece como un común denominador sobre la lengua francesa, que sucede al griego y al latín entre los letrados del mundo:— Las luces, la Enciclopedia, y la Razón, que ya es soberana, y muy pronto —cuando se crea diosa— comenzará a cortar cabezas. (Reyes OC XI: 161) TyO “Atenea política”.

Pero, en este momento sólo basta precisar que la búsqueda del alma nacional es aportada por los tres. Sus puntos en común radican en el análisis de los elementos que reunían al pueblo latino con el “cosmopolitismo”, así si en Altamirano y Sierra existe una confrontación inicial con Francia y España, en realidad también acepta —al igual que Reyes— que se necesita integrarse a la cultura europea. Esta unión también se establece en la iglesia, pese a la distancia que ambos escritores tienen con ella, por ejemplo ambos estudian con detenimiento la tradición de la virgen de Guadalupe: “También nuestros hechiceros indígenas comenzaron por seguir adorando a la Tonantzin bajo el disfraz de la Virgen de Guadalupe, y ya sus hijos adoraron a ésta.” (Reyes OC XVII: 280) JdS. “La aurora de la investigación” (1945).

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El sentido de reunión que la fiesta de la Virgen de Guadalupe establece entre los diferentes estratos sociales en el México colonial, e independiente, da pie a la conclusión, en ambos, de que no sólo es el elemento religioso, sino una fuerza más simbólica que une, identifica, señala al mexicano a través de la virgen: En fracciones locales mezquinas y turbulentas pero tratándose de la virgen de Guadalupe, todos estos partidos están acordes y en último extremo, en los casos desesperados, el culto a la virgen mexicana, es el único vínculo que los une. (Altamirano OC V: 118) “La fiesta de Guadalupe”

La redacción de Altamirano es de sorpresa y el asombro ante cómo instantáneamente, al menos el cuerpo de la nacionalidad, cobra reunión en el símbolo de la Guadalupe; los tres se refieren al símbolo de la Guadalupe, no a la iglesia católica; además, en ambos, el análisis del fenómeno guadalupano existe como referencia histórica que representa el sincretismo de la fusión: Tonantzin-Guadalupe: indígena-español. Reyes adelanta un poco más la mezcla, preservando siempre el carácter nacional de México: Atenea es una, y lo mismo las demás deidades, por absorción de los elementos desperdigados o por radiaciones de virtudes; al modo que son la misma persona, en Sevilla, el Jesús del Gran Poder y el Cachorro, y Nuestra Señora de Copacabana en el Perú y la Guadalupana del Tepeyac. (Reyes OC XVI: 56) RG.

Estas reuniones religiosas representan una más alta: la latinidad, la cual establece el mismo sentido de la virgen para Sevilla, para el Perú (creo que se inclui-

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ría el Brasil como consecuencia de la bahía de Copacabana), para México como muestras del pensamiento en confluencia que Reyes tenía sobre la latinidad en Hispanoamérica. El discurso de la Virgen de Guadalupe de Altamirano, las menciones de Reyes (se incluiría Fray Servando), representan a esos hombres de letras que intentan corporizar la nación a través de sus símbolos para imponer su soberanía. La hegemonía liberal comprendió que la secularización y la modernidad de la nación tendrían como base un discurso nacionalista de construcción nacional. Altamirano también escribió, desde su perspectiva de viajero por Europa, sobre la confluencia de una América Latina total. En este sentido, la asimilación se define al integrar el propio perfil histórico de México (en donde la identidad se convierte en un permanente devenir histórico). En Atenea propone ese punto de reunión cultural; ve cómo América Latina podrá defenderse ante la avanzada de Europa o de los Estados Unidos de Norteamérica. Para Sierra, lo latino se fundamenta en la serie de semejanzas y de relaciones que, como pueblo latino, se han mantenido durante siglos a través de las instituciones: El libro de Guyot comienza demostrando que no hay “raza latina” y trae a colación para demostrar su tesis las opiniones de antropologistas y etnologistas de nota. No necesitaba tanto a fe; su tesis es perfectamente cierta y empuja puertas abiertas el conspicuo economista. ¿Y qué? Porque en el grupo que se llama latino en España y América no hay parentesco de consanguinidad, ¿no lo hay psicológico? ¿La lengua, la educación, la fe religiosa, no son ideas, no son fuerzas, no

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son factores mentales de primer orden que determinan la personalidad moral de una porción (la especie humana), capaz de diferenciarla de las otras porciones? (Sierra OC VII: 38).

En palabras de Reyes: “Cuando la invasión napoleónica en México, todo el continente se agitó de modo espontáneo y se sintió afectado en su ser conjunto.” (Reyes OC XI: 266) TyO “Posición de América” 1942. Es importante tener una postura frente a Europa, esto lo entienden los intelectuales mexicanos. Aunque tendrán diferentes vías para proponer su “visión” o su “posición” ante la América deseada frente a Europa. Si bien, en ambos casos, se mantiene el equilibrio entre las diversas posturas: un nacionalismo abierto al cosmopolitismo, ante el agotado suelo de Europa. En ello, América Latina es una sola. La propuesta de los tres escritores atañe al mestizaje, en Altamirano, el mestizaje es cultural y racial; en Sierra, es la apertura cultural y racial del extranjero; en Reyes, es cultural. El hibridismo es la fuente de los grandes desarrollos intelectuales, se basan en el caso de Grecia y Roma, esencialmente. Para los tres, la cultura mexicana ya ha desarrollado una forma racial propia, la que se ha mencionado anteriormente como la raza de bronce. Ante todo lo que plantea Altamirano, América se presenta como la opción de desarrollo en todos los ámbitos porque: “Pero vosotros los americanos tenéis cosas nuevas; sois primitivos, es preciso conoceros para creer en sentimientos que han desaparecido de nuestro viejo suelo en Europa agotado por la civilización.” (Altamirano OC IV: 275). Sierra, Reyes y Altamirano trabajan con la finalidad de que Europa reconozca la mayoría de edad de

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la intelectualidad americana, la “hora americana” es lograr la unidad cultural.161 Para ello, los tres establecen como fundamental el papel de los intelectuales en esta nueva conformación y postura: Y ahora yo digo ante el tribunal de pensadores internacionales que me escucha. Reconocemos el derecho a la ciudadanía universal que ya hemos conquistado. Hemos alcanzado la mayoría de edad. (Reyes OC XI: 90) UT “Notas sobre la inteligencia americana” 1941.

En esta declaración Reyes muestra la avanzada latinoamericana justo cuando Europa ha perdido totalmente el equilibrio y se ha lanzado a la segunda guerra mundial; aquí Reyes proclama la hora americana, y la poesía como el único medio para ello. A través de ella, el pueblo americano se liberará en una sola totalidad. La poesía es la liberación para ambos escritores porque implica el conocimiento de todos sus ámbitos, y así mismo, el develamiento del espíritu latinoamericano, último bastión de la utopía en el mundo. IV. Altamirano promulga el sentido de la latinidad de México, “esta gran República latina”, lo llama. Además, pese a que su respuesta es de ruptura frente a la lengua española, también sabe y respeta esta tradición porque a partir de ella América Latina encontrará su expresión. Al igual que Reyes, dará un lugar importante a los poetas, a la poesía en la restauración de la República: “Afortunadamente en México, como en todas las repúblicas antiguas y modernas está muy lejos de

1 6 1 . El proyecto bolivariano proponía la unidad política.

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realizarse la utopía de Platón que con todo y creer que la poesía era una influencia magnética que descendía de los dioses a los poetas, desterraba a éstos de su república ideal para que no corrompieran las costumbres con la dulzura de sus cantos. (Altamirano OC VII: 37).

Los tres buscan que la lengua encuentre la expresión nacional, porque todo pueblo debe tener su “voz”, su modo de expresar sus deseos y propuestas; para Altamirano esto era urgente y necesario por las constantes amenazas del extranjero; para Sierra, ya se había encontrado en la augusta paz del porfiriato, en su modernismo y en su realismo; para Reyes, era encontrar la expresión nacional a partir de la tradición latina para poder insertarse en el mundo occidental moderno. Esta búsqueda de “voz”, de expresión nacional, no es sólo privativa del romanticismo latinoamericano —como movimiento literario— sino abarca un amplio marco temporal del XIX con los primeros románticos como Heredia, hasta principios del XX; en este sentido, la idealización romántica de la naturaleza se utilizó, desde el punto de vista estético, para describir costumbres, geografías, que plasmasen las cualidades de las regiones mexicanas; por ello, a las descripciones se agregan, casi siempre, un análisis de comportamiento de la gente. Pero lo anterior fue haciéndose en la medida del conocimiento de las regiones, por eso, Altamirano propone al intelectual viajero, aquel que vaya y describa ampliamente los usos, prácticas y tradiciones de los pueblos. El romanticismo y su procedimiento de trascripción del habla popular fue un artificio que permitió

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definir la representación identitaria del mexicano. Ahora bien: este procedimiento también tiene otra fuente que no es propiamente la de la corriente romántica: Fernández de Lizardi describe el habla coloquial de una prisión en El Periquillo; Prieto al escribir su romancero; Altamirano con la novela El Zarco, la cual, tiene un trasfondo costumbrista. De hecho, se podría mencionar que la novela realista mexicana utiliza el habla popular para describir ambientes populares. Esta continuidad se debe, principalmente, a que en México hubo una convivencia entre dos corrientes literarias (que en otro ámbito habría supuesto una lucha ideológica): el neoclasicismo y el romanticismo. El singular punto de reunión de este pensamiento se presenta en que los tres consideran a la tradición indígena fuera de la tradición occidental: “Los mexica, pues, no pudieron ni trasmitirnos su poesía heroica antigua, ni legarnos como un canto de muerte poesía ninguna posterior a la conquista.” (Altamirano OC XIII 1885: 273). Lo que en Reyes será el pasado absoluto, la ausencia de esa tradición por la falta, simple y llanamente, de escritura; y por tanto, de pensamiento persistente a los siglos. Sobre este primer estrato, el estrato indígena, caerá más tarde el baño de otra civilización, acarreada por los conquistadores hispanos. También la empujaba un intento religioso. La cruz cristiana se alzará entonces sobre las ruinas del templo azteca. Y poco a poco, sobre el mismo suelo natural, se transformará el aspecto de ese otro segundo suelo humano que se llama civilización. (Reyes OC VIII: 107-8) DVV “Tres reinos de México” (1946).

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Desde el punto de vista del trabajo, se sostiene que tanto para Ignacio Manuel Altamirano, como para Justo Sierra, como para Alfonso Reyes la literatura náhuatl no es parte de la identidad literaria mexicana; ya que para estos autores no sólo es el principio de la letra, sino son los valores que una civilización enseña a sus ciudadanos los que la fortalecen. Así, sostengo, pues, que la literatura náhuatl es parte del imaginario identitario de la sociedad mexicana; sin embargo, este proceso de identidad inicia, apenas, en el pleno siglo XX, a partir del triunfo de la revolución mexicana. En Reyes se muestra más claramente la búsqueda de la tradición en la lengua española; sus estudios sobre Góngora, en general, toda su etapa española lo muestra, sobre todo porque los aportes a la representación de la identidad cultural mexicana no distan mucho entre ambos autores. El mestizo —cultural y racial— se presenta como la alternativa de desarrollo de México; la hora americana sólo se consolidará a través de una expresión autóctona (para Altamirano), autonomía (para Sierra), propia (para Reyes), ésta representa la libertad que da la autonomía de la mayoría de edad. La integración de la cultura helénica —de la cultura latina— al mundo mexicano, su formación y su fundamento de esa característica occidental. Pero la base más fuerte del aporte es la institución de un Estado Mexicano liberal, laico, en donde el ciudadano aspira a encontrarse consigo mismo, y es responsable de su persona y de su nación: unidad y democracia son las aspiraciones de ambos en esa utopía de un México del nuevo mundo.

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El lector, tal vez, encontró en este trabajo muchas posibilidades de estudio a partir de las temáticas de estos escritores mexicanos. Por supuesto, habrá otras posibilidades de reunión porque corresponden a lo que en el desarrollo del trabajo se ha llamado herencia, tradición, memoria identitaria. En este sentido, sólo basta revisar la mención y la opinión que Reyes tiene sobre Ignacio Manuel Altamirano para encontrar no sólo una posibilidad de influencia hacia él, sino encontrar un radio de acción amplio que en este trabajo se ha llamado tradición e identidad, una de las menciones es la siguiente: Ignacio M. Altamirano, uno de los “maestros” por antonomasia de las letras mexicanas, indígena puro que trajo a nuestra tierra cierta “métrica decimal del gusto”, a la francesa anterior al llamado modernismo, liberal, liberal denodado a la política y defensor de la patria contra las huestes extranjeras de Napoleón III “(Reyes OC IX: 122) NyS” Los literatos en el servicio exterior de México 1929.

Cita que para el trabajo es valiosa por lo siguiente: la fundación de ese espíritu liberal del siglo XIX estableció un lazo único entre los intelectuales mexicanos; esa estrecha unión no sólo fue en el sentido político, sino en algo más permanente: una tradición intelectual heredada de maestro a discípulo a lo largo de todo el siglo anterior, en donde el maestro de maestros fue Ignacio Ramírez, siguió como maestro Ignacio Manuel Altamirano, quien instruyó a Justo Sierra, quien fue el maestro de la generación del Ateneo de la Juventud en donde se forjó el pensamiento de Alfonso Reyes.

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Con este trabajo se asiste al encuentro de una tradición. Asimismo, a una revalorización de lo que fue el siglo XIX y XX mexicano desde el punto de vista de la formación intelectual; con una pregunta indispensable ¿por qué Reyes, pese a su sólida formación, no es considerado maestro? Aquí se sostiene que después del movimiento revolucionario, los intelectuales jóvenes de ese México intentan reelaborar desde su propia concepción de tradición su discurso de identidad; esto representó un rompimiento con la continuidad de los maestros. Ahora bien, la mayoría de ellos, por causas de la misma revolución se encuentran en el exilio (Reyes en España); los jóvenes intelectuales están prácticamente solos, sobre todo, cuando los maestros se dedican a tareas más urgentes, el Ministerio de Educación en el caso de Vasconcelos. Si bien permanece un discurso liberal, éste es más bien político, y el discurso integrado a él, el ilustrado, desde el punto de vista del trabajo, decae a partir de la ausencia de Vasconcelos del Ministerio de Educación. Bien es cierto que Alfonso Reyes a su regreso del servicio diplomático funda con otros intelectuales la llamada “La Casa de España”, que será al año el Colegio de México; a través de él busca en su esencia de institución la formación de intelectuales mexicanos capaces de enfrentar la llamada por él, “hora americana”. También es cierto el hecho de que el proyecto correspondía a buscar una ventana abierta entre España y México, España como puerta de Europa. Por esto último, la función diplomática de Alfonso Reyes fue clave para este proceso, independientemente de la coyuntura política.

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Ahora bien, de este trabajo educativo pocos serán los intelectuales que profundizarán y extenderán los puntos de estudio de Alfonso Reyes. Entre los pocos cabe mencionar a Leopoldo Zea. Aunque éste se centró en desarrollar la idea de un despertar americano, de una toma de conciencia americana. El discurso de Zea y su reunión con Reyes es analizable desde esta perspectiva; pero a la vez, no contiene los otros intereses de Alfonso Reyes, como por ejemplo, los griegos. Desde el punto de vista del trabajo, esto se debe a que Zea se formó más con Gaos, desde una orientación filosófica, que con Alfonso Reyes. Finalmente, la perspectiva que otorga la distancia temporal permite ver que en México la lectura de Reyes y de Sierra ha quedado a la sombra de su propia figura; es decir, es un discurso poco estudiado.

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Es posible una fe de errata, debería ser: 1944.

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Índice

Introducción ....................................................................

9

Capítulo I Ignacio Manuel Altamirano, el primer viajero .............................................................. El viaje como experiencia de retorno: entre revoluciones y reformas .......................... Renacer en la escritura: el periódico y su fundamento ................................................. La desilusión del viajero ..................................

27 31

El palimpsesto griego en Ignacio Manuel Altamirano ....................................................................... Los griegos en la tradición ............................... Los griegos y cultura ......................................... Los griegos y la nación ..................................... La inconclusa: Atenea .......................................

41 43 45 53 57

21 21

488

J OSÉ ANTONIO SEQUERA M EZA

Los sentimientos de la nación ...................................... La nación, la región, la patria, la nación ....... El tipo de mexicano ........................................... El grito del corazón ............................................ Los héroes y los dioses ...................................... La Ilustración, la patria y la educación ....... Los modelos ......................................................... España .................................................... Francia .................................................... Los vecinos: Estados Unidos de Norteamérica ..................................... Los lejanos: Alemania .......................... La clemencia de la nación ................................

63 64 68 71 76 81 85 87 89

Lengua y literatura ......................................................... La literatura liberal ............................................ La lengua ............................................................. La tradición ......................................................... Lengua y tradición: el esbozo liberal .....................................

107 108 114 117

Capítulo II El aprendiz de viajero .................................................... El viaje del progreso .......................................... Humboldt en revisión ........................................ Las impresiones del nauta ............................... Justo Sierra: un viajero culto por los Estados Unidos de Norteamérica ................... El cielo de la Grecia visto por Justo Sierra ................. La memoria de la belleza griega ...................... La invención helénica: la cultura ................... Nuestra Grecia .................................................... Ese adorable instante griego ............................ El océano del ser .................................................

91 94 96

123 137 138 142 145 148 157 158 163 170 174 177

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El predicador de la patria ............................................. La patria en el mundo ....................................... El tipo del mexicano .......................................... Entre Guadalupes te veas ................................. Tres hombres: Cortés, Hidalgo y Juárez ........ El progreso y la escuela ..................................... El concierto de las naciones ............................. El catecismo de la patria ...................................

183 184 191 196 200 207 210 221

El ministerio de la educación .......................................

227

Capítulo III El último argonauta: Alfonso Reyes ........................... Tránsito de ida: concepción del viaje en Reyes ......................... Punto de reunión, Humboldt: viajero moderno .................................................. El Anáhuac desde Madrid ............................... I: El espanto social ............................... II: La construcción de los textos .......... III: Los nuevos magos ........................... IV: El progreso del peregrino. ..............

251 255 258 266 272 277

Reyes en el Olimpo ......................................................... La totalidad griega: ser griego ......................... El aire que se respira: la cultura griega ......... Los griegos y la nación ..................................... Rey es Homero en la literatura ........................

279 280 286 291 302

La última patria .............................................................. Los orígenes del origen ..................................... Las fiestas de la nación ..................................... Los héroes y los dioses ......................... La Ilustración y la patria .................................. Del terruño a la patria, al mundo ................... El azar en México en una nuez .......................

319 319 330 333 334 339 346

245 246

490

J OSÉ ANTONIO SEQUERA M EZA

La literatura en el paisaje .............................................. El tono crepuscular en la literatura mexicana. ............................................................. La lengua latina en México ..............................

369 379 385

Capítulo IV Los puntos de encuentro ...............................................

397

Bibliografía ......................................................................

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Se terminó la impresión de Imágenes discursivas de la identidad mexicana en Altamirano, Sierra y Reyes, en abril de 2013 en el Taller de Artes Gráficas de la UABCS, carretera al sur, km 5.5, C.P. 23080. La composición tipográfica se hizo en Book Antiqua de 14, 11, 10 y 8 puntos. El tiro, sobre papel cultural ahuesado de 45 kg, es de quinientos ejemplares, más sobrantes para reposición. El cuidado de la edición estuvo a cargo de Keith Ross. Impresión: Amado Flores.

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