Imágenes de la historia telúrica de Valparaíso. Revista de Educación Media, Nº 2, Abril de 2010, Universidad del Pacífico

July 25, 2017 | Autor: A. Vela-Ruiz Pérez | Categoría: Historia Regional y Local, Valparaíso Studies, Terremoto
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Imágenes de la historia telúrica de Valparaíso. Alonso Vela-Ruiz P. *

IMÁGENES DE LA HISTORIA TELÚRICA DE VALPARAÍSO

Resumen El presente artículo da cuenta de las angustias de los porteños y la reacción de las autoridades locales ante los temblores y terremotos que castigaron a Valparaíso durante el siglo XIX, marcando la historia infausta de la ciudad, debido a su naturaleza devastadora e imprevista y a su presencia irreductible. Sin embargo, pese a la secuela de destrucción dejada por los sismos, principalmente por el de 1906, desastre que usamos como hito para concluir nuestro relato, pudo levantarse una nueva urbe, libre de los defectos urbanísticos que la naturaleza forzó en la singular topografía de Valparaíso.

En el siglo XIX hubo centenares de temblores y tres terremotos, ocurridos en los años 1822, 1851 y 1896, circunstancia que comienza a desarrollar en la población una disposición especial para enfrentarlos. Después de la primera experiencia sísmica, el viajero Paul Poeppig observa la inconstancia característica del modo de vivir, que acompaña al estado precario de las viviendas y construcciones hispanoamericanas de la década de 1820, señalando que “especialmente ha sido el flagelo de los terremotos el que ha impedido en las costas del Pacífico que las edificaciones perduren, pues no existe ninguna ciudad que no hubiera sido gradualmente destruida por ellos en cada siglo”. Agregando que, como “jamás logrará el arte levantar construcciones tan sólidas, que siendo muy altas sean capaces de resistir las violentas ondulaciones del suelo... las ciudades de Chile y del Perú deberán carecer para siempre del impresionante adorno de elevadas torres y de sobresaliente edificios públicos”.1 No obstante lo determinante de este aserto, sobre todo cuando ya existían técnicas innovadoras de construcción que hacían posible la erección de edificios sólidos, libres del peligro de ser derribados, las conocidas condiciones geológicas de nuestro país mantenían alerta a los porteños ante cualquier eventualidad, como señala otro viajero de paso a mediados de siglo, quien observa que las puertas de las casas en Valparaíso se encontraban casi siempre abiertas, “como una medida de precaución contra los frecuentes temblores y terremotos, pues permitía salir rápidamente al aire libre”. 2

* Doctor (c) en Historia de Chile. Magíster, Profesor y Licenciado en Historia. Pontificia Universidad Católica de Valparaíso. Profesor Titular de Historia de Chile. Escuela de Pedagogía en Educación Media. Facultad de Ciencias Humanas y Educación. Universidad del Pacífico. 1. POEPPIG, Eduardo. “Un testigo de la alborada de Chile (1826-1829), en CALDERÓN, Alfonso, SCHLOTFELDT, Marilis. Memorial de Valparaíso, RIL editores, Santiago, 2001, p. 85. 2. TREUTLER, Paul. “Andanzas de un alemán en Chile. 1851-1863”, en CALDERÓN, op. cit, pp. 235-236.

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Aquél recelo tenía asidero, pues precisamente el 2 de abril de 1851 un terremoto despertó a los porteños a las seis de mañana, remeciendo a la ciudad durante varios minutos, calculándose más de doscientas las casas destruidas sólo en el barrio El Almendral.3 Una década después, en 1860, El Mercurio advierte que las construcciones demasiado altas, que en vez de diez, dan quince y dieciséis varas de alto a sus edificios, “se hallan más expuestas a la acción de los temblores de tierra”,4 con lo que mientras algunos escucharon, otros debieron mirar con impotencia la caída de sus inmuebles con el fuerte temblor del 25 de marzo de 1870. Como continuaban los desmoronamientos de edificios construidos sobre terrenos de relleno o mal pavimentados, como el emblemático caso del edificio de tres pisos que en 1871 se cae en plena construcción por incompetencia profesional, 5 la Municipalidad de Valparaíso extiende un reglamento en 1872, donde se especifican las condiciones técnicas básicas que debían exigirse a los constructores y a los terrenos previa edificación. Pero como el decreto no tenía efecto retroactivo, “cada año las lluvias o temblores dejan a la vista la precariedad técnica de las construcciones y se encargan de terminar con las viejas y malas construcciones”. 6 Ahora, con respecto a la seguridad de los habitantes, el 29 de diciembre de 1873 se publica una ordenanza que incluía algunos resguardos para prevenir desgracias ocasionadas por los movimientos telúricos, estableciendo en su artículo 3° la prohibición de colocar en las paredes externas de los inmuebles, “molduras, cornisas, pilastras y canales... que estuvieren salientes del edificio y que ofrezcan peligro (de caer) en caso de temblores”.7 No sabemos cuantas vidas habrá salvado la referida ordenanza en el temblor de 26 de septiembre de 1874, que remeció a la ciudad como un terremoto, pero las pérdidas por derrumbes fueron cuantiosas. 8 De ahí que por Ley de 22 de diciembre de 1891, se concede autorización a las municipalidades para reglamentar la construcción de edificios u otras obras que dan a la vía pública, “determinando las líneas correspondientes y las condiciones que deben llenar para impedir su caída..., pudiendo ordenar la destrucción o reparación de aquellos que amenacen ruinas”.9 En este sentido, es probable que el edil ordenara muchas demoliciones después del cuasi terremoto de 1896. En el crepúsculo del siglo XIX, el principal puerto del país vive un período de gran prosperidad económica, acrecentada con la naciente industria del salitre y sus habilitadores porteños. Los comerciantes, orgullosos de la bullente ciudad, “se empeñaban en la construcción de edificios públicos y privados, que la distinguieran como uno de los centros urbanos más hermosos del Pacífico Sur”.10 Nada

3. URBINA, Rodolfo. Valparaíso. Auge y ocaso del viejo “Pancho”, 1830-1930. Editorial Puntángeles, Valparaíso, 1999, p. 240. 4. El Mercurio de Valparaíso, 20 enero 1860. 5. La Patria, Valparaíso, 8 mayo 1871, en GARRIDO, Eugenia. “Acontecer infausto y mentalidad: El crimen en Valparaíso”. Tesis de Magister en Historia, Universidad Católica de Valparaíso, 1991, p. 176. 6. Ibid., 25 marzo 1872. 7. Boletín de leyes y decretos, Vol. 39, Libro XXLII, N° 12, “Ordenanza acordada por la Municipalidad de Valparaíso para precaver los incendios y evitar algunas de las desgracias que puedan ocasionar los temblores”, 29 diciembre 1873. 8. URBINA, op. cit., p. 259. 9. La Unión, Valparaíso, 15 enero 1915. 10. FIGARI, María Teresa, “Bien común y orden público: a propósito del terremoto de Valparaíso de 1906”, en Archivum, N° 5, Archivo Histórico Patrimonial de Viña del Mar, 2003, p. 42.

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Iglesia La Merced, Valparaíso. Terremoto 1906. Gentileza Archivo Histórico Patrimonial Viña del Mar.

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Interior Iglesia La Merced, Valparaíso. Terremoto 1906. Gentileza Archivo Histórico Patrimonial Viña del Mar.

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hacía pensar que a este clima de progreso y optimismo, sobrevendría el más terrible desastre; ni siquiera el terremoto que sólo cuatro meses antes redujo a escombros la ciudad de San Francisco de California, permitió advertir a algún espíritu alerta la progresiva inestabilidad telúrica, que en esa misma orilla del Cinturón de Fuego del Pacífico estaba ocurriendo.11 Sólo diez días antes, la Sección de Meteorología de la Dirección del Territorio Marítimo, entonces a cargo del capitán de corbeta Patricio Middleton, publicó en una edición de El Mercurio un informe pronosticando fenómenos atmosféricos o sismos para el día 16 de agosto. Para ello, se basaba en el siguiente pronóstico: “El día señalado habrá conjunción de Júpiter con la Luna y maximun de declinación norte de la Luna. A causa de estas situaciones de los astros, la circunferencia del círculo peligroso pasa por Valparaíso”.12 Eran las 7.58 de la tarde del 16 de agosto de 1906 y todo lo construido se vino estrepitosamente al suelo. En el aniversario número diecisiete del terremoto, Sucesos recuerda la desgracia de este modo: “Tal día como hoy, y cuando la noche tenía recogidos ya en sus hogares a los habitantes, para comer en familia y contarse las impresiones del día... un horrible terremoto tronca hogares, vidas y dichas: en un instante, la ciudad se convierte en un hacinamiento de escombros, y aquella población que hacía un momento se recogía en sus hogares, pierde deudos y amigos entre los escombros de su propia casa, que traidoramente se desplomó, aplastando a los moradores y destruyendo recuerdos y economías de muchos años”.13 Luego vino un segundo sacudón, el de las 8.07 Pm, y rápidamente todo se iluminó con el resplandor de las decenas de incendios que comenzaron a consumir El Almendral hacia el oriente.14 El fuego pasó a la calle Victoria y poco después todo el plan ardía, “porque las explosiones de gas se transformaron en incendios en 39 puntos diferentes”.15 Para evitar los efectos que comúnmente se asocian a este tipo de calamidades, como lo es principalmente el pillaje, el gobierno de entonces declaró a Valparaíso “plaza ocupada militarmente”. Como jefe se nombró al capitán de fragata Luis Gómez Carreño, quien aplicó fuertes medidas que entonces fueron consideradas como autoritarias y exageradas. Estas consistían en el inmediato fusilamiento de quienes fueran sorprendidos saqueando la propiedad pública y privada, o la pena de azote para los especuladores que hacían de la venta de agua un lucrativo negocio. Gómez Carreño hizo instalar su cuartel general en una carpa en la ruinosa plaza Victoria, en la que permaneció durante 23 días, hasta que el orden se impuso a sangre y fuego en la ciudad. Para ello, la autoridad aplicó, además, fuertes medidas, que aislaron por algunos días a los serranos. Ante el desabastecimiento, los habitantes de los cerros trataron de llegar al plan de la ciudad, que se encontraba destruido, para aprovisionarse de víveres. Para que ello no aconteciera, las autoridades enviaron provisiones a los puntos altos más estratégicos, evitando así “una

11. URBINA, op. cit., pp. 380-381. 12. El Mercurio de Valparaíso, 16 agosto 2001. 13. Sucesos, Valparaíso, N° 1.089, 1923. 14. URBINA, op. cit., p. 382. 15. Ibid., p. 383.

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Avalancha humana” de saqueadores.16 En el recuento final, 41 manzanas fueron completamente destruidas por la acción conjunta del terremoto, las réplicas y los incendios que sobrevinieron, produciéndose los peores estragos entre la plaza Aníbal Pinto y la avenida de las Delicias, y entre Independencia y Errázuriz. Desde un punto de vista místico, seguramente los abatidos porteños quedaron perturbados al ver los restos de la iglesia de la Merced, que de todo El Almendral presentaba el aspecto más ruinoso: “sus torres y fachada estaban en el suelo, los muros interiores presentaban enormes grietas, los altares resultaron destruidos y las imágenes mutiladas. Los edificios que la rodeaban por la calle Victoria, fueron consumidos por los incendios”.17 También fue muy dañado el sector del puente de Jaime, donde las numerosas víctimas fatales se debieron al desplome de edificios y siniestro de importantes construcciones, como el cuartel del Regimiento de Artillería de la costa”.18 En cuanto a los daños ocurridos en los cerros, destaca el cerro Cárcel, donde además de las casas particulares, “se averiaron considerablemente las instalaciones de la Penitenciaría y de los Cementerios números 1 y 2, así como el de Disidentes, de manera que al caos reinante en general, por la línea del ferrocarril alterada y el fondo de la bahía trastornado también, se agregaba la fuga de reos peligrosos y la emergencia sanitaria, que suponía una gran cantidad de tumbas y nichos destruidos que esparcieron sus féretros entre las casas del sector”.19 Derrumbes e incendios provocaron gran cantidad de muertes, entre aplastados por murallas, consumidos por el fuego o inmovilizados por el pánico, y es que muchos hallaron la muerte en su mismo hogar esa fatídica noche del 16 de agosto. La Oficina de Estadísticas registró dos mil personas fallecidas, sin embargo, dos cronistas de la época estimaron que 3.800 porteños perdieron la vida -sin contar los decesos en días posteriores- y 20 mil resultaron heridos,20 para una ciudad que en ese entonces bordeaba los 170 mil habitantes.21 En cuanto a los damnificados, aproximadamente 60 mil personas se vieron forzados a instalarse en forma improvisada por casi un año, en las calles y plazas de lo que quedaba de la ciudad. 22 En los primeros momentos, el clero y las congregaciones religiosas prestaron ayuda espiritual y material a las víctimas, sin embargo, destacaron sobremanera los gestos de caridad de connotados porteños de la época, como la señora Juana Ross de Edwards, quien pese a sus entonces 76 años y a quedar con su casa en el suelo, dispuso una entrega sistemática de ayuda a las víctimas, recurriendo para ello a los bienes que poseía en sus fundos de las ciudades interiores de Quillota y la Calera. En un gesto similar, Carlos Van Buren “atendió a los damnificados, les dio dinero, alimento y abrigo. Muchos niños que perdieron a sus madres entre los escombros del plan, donde servían, recibieron de él la protección que les faltaba,

16. El Mercurio de Valparaíso, 16 agosto 2001. 17. Ibid., p. 43. 18. Id. 19. URBINA, op. cit., p. 387. 20. FIGARI, op. cit., p. 46. 21. En abril de ese mismo año hubo un terremoto en San Francisco, Estados Unidos, en que se registró cerca de mil muertos. Posteriormente, el 28 de diciembre de 1908, un movimiento telúrico destruyó algunas zonas de Sicilia, Italia, dejando más de 80 mil muertos. 22. URBINA, op. cit., p. 393.

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llevándoles pan, leche, ropa y cuanto era necesario para subsistir”. 23 Asimismo los bomberos y la policía contribuyeron heroicamente “en el salvamento de heridos, el combate de los incendios, la mantención del orden público, la remoción de escombros, la distribución de alimentos, la organización de grupos de ayuda, y tantas otras tareas requeridas por la situación”. 24 Transcurridos algunos días, el intendente encarga al Dr. José Grossa la organización de los Servicios Médicos, aunque la emergencia sanitaria no consistía en sólo la asistencia de los heridos, sino principalmente en la inhumación de los cientos de cadáveres, que al descomponerse infectaban el aire y podían ocasionar epidemias. Esta tarea fue encomendada al Jefe de Desinfección, Dr. Luis Astaburuaga, quien “ordenó lanzar una gruesa capa de cal a los cadáveres que permanecían en las plazas o que habían sido llevados a los cementerios, con el objeto de cortar la descomposición que ya se había iniciado”. El 24 de agosto la Empresa de Agua Potable restablece el servicio de desagüe, eliminando con esto un foco de infección latente que atentaba contra la salubridad pública, reanudándose una semana después la presión del agua en las cañerías matrices.25 A su vez, la Compañía de Gas informa a sus consumidores que a partir del 4 de septiembre se repone el suministro de gas en el barrio del Puerto, Playa Ancha y cerros adyacentes, esperando en algunos días más extender el suministro al radio comprendido entre las plazas Sotomayor y Victoria. Por último, la Empresa de Tracción y Alumbrado Eléctrico encendió los primeros focos de luz eléctrica en las calles Victoria, Esmeralda, Condell y Cochrane, y, a los pocos días, hizo correr el primer tranvía. El servicio de trenes, por su parte, fue reanudando lentamente su funcionamiento habitual. 26 Pero aún quedaba pendiente la mayor faena... reconstruir la ciudad. La lección que dejó el terremoto de 1906 fue que las construcciones de albañilería sin amarras cayeron casi en su totalidad, mientras que aquellas erigidas sobre roca resistieron, como en el Cerro Barón, en el Alegre o en Playa Ancha. A su vez, “las casas y edificios construidos en El Almendral sobre depósitos fluviales así como en los terrenos ganados al mar en Errázuriz, Avenida Brasil o Calle Blanco, no pudieron mantenerse en pie”.27 Sabemos que el proyecto presentado por Alejandro Bertrand consideró estos aspectos y por ello fue convertido en la Ley de Reconstrucción de Valparaíso, aprobada el 6 de diciembre de 1909 bajo los auspicios del Presidente Pedro Montt. La idea era rectificar el caótico trazado de calles y “darles el ancho que mandaban las ordenanzas, especialmente desde calle Molina hasta la avenida de las Delicias, y desde la avenida Brasil hasta los pies de cerros”.28 En la ley se estipularon los terrenos a expropiar, que precisaba la anhelada ampliación del casco urbano de la ciudad, y la forma de financiar la remodelación, especialmente de El Almendral. Rodolfo Urbina explica que esto se haría “a través de un empréstito, por la

23. El Mercurio de Valparaíso, 16 agosto 2001. 24. FIGARI, op. cit., p. 50. 25. Ibid., p. 48. 26. Ibid., p. 49. 27. URBINA, op. cit., p. 401. 28. Id.

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suma de 32.567.850 pesos que hizo el Ejecutivo destinado a pagar las expropiaciones, operación que quedó en manos de la Oficina Técnica Municipal, que entre 1909 y 1911 lo verificó con 1.232 predios. En abril de 1910 se habían gastado 34.988.051 pesos. Otro empréstito por 22.507.918 pesos hizo el gobierno a la Compañía de Tranvías Eléctricos, para mejorar el sistema de alumbrado y cambiar las líneas, así como los rellenos de calles y la pavimentación de las mismas. En 1929 el gobierno aprobó un nuevo empréstito 29 por 50 millones de pesos para embellecer la entonces ya reconstruida ciudad”. Antes que se publicara la Ley de Reconstrucción, en 1907, las expropiaciones comenzaron por el parque Municipal, Freire, Victoria, Jaime e Independencia, hasta abarcar todo El Almendral, “pagándose entre 2.000 a 400.000 pesos según superficie y ubicación del solar”. 30 Cuatro años después, es posible apreciar la magnitud de los trabajos. Por supuesto, lo primero era establecer un nivel del suelo que pudiera conformar a los vecinos, pues todos los intentos anteriores de allanar el terreno suscitaban quejas, por ejemplo, en 1870, cuando El Mercurio observa que luego de estos trabajos “se ve con frecuencia que, no solamente los edificios antiguos, sino aún los de reciente construcción, no quedan al nivel conveniente cuando se mejora una calle: o los dejan con las puertas colgando, o les tapan una buena parte de ellas”. 31 Pero en esta ocasión se ocuparon toneladas de escombros “para hacer de El Almendral un llano verdaderamente llano... (e) impedir las inundaciones de invierno. Y luego, la reinstalación de las cañerías del gas, cuyos trabajos se concluyeron en 1909, y los desagües también, desde los lechos de los esteros hasta el mar… Y después, el tendido de los cables del tranvía eléctrico, cuyo servicio quedó restablecido en 1912, mientras en las calles principales aparecieron los postes para la luz eléctrica desterrando definitivamente los faroles a gas”.32 A los pocos días del terremoto, La Unión celebraba la fortuna de Valparaíso “de hallarse gobernado y administrado por hombres de una gran energía y de un gran sacrificio”,33 que transformaron la ciudad destruida el 16 de agosto en otra más moderna y cómoda, con avenidas y áreas verdes que antes ni siquiera se hubiesen imaginado.

29. Id. 30. Ibid., p. 403. 31. El Mercurio de Valparaíso, 12 marzo 1870. 32. URBINA, op. cit., pp. 403-404. 33. La Unión, Valparaíso, 29 agosto 1906. Citado por FIGARI, op. cit., pp. 46-47.

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