Imagen y Verdad. El misterio de los Árboles del Paraíso y el simbolismo de la cruz

July 9, 2017 | Autor: Víctor Herrera | Categoría: Kabbalah, Christian Iconography, Cristianismo, SIMBOLISMO
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Descripción

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Imagen y Verdad -El misterio de los Árboles del Paraíso y el simbolismo de la cruz-

"Te veo, Jesús bueno, en el lado interior del muro del paraíso, ya que tu intelecto es a la vez verdad e imagen; y tú eres a la vez Dios y criatura, igualmente infinito y finito. Y no es posible que tú seas visto más acá del muro.” Nicolás de Cusa

"Porque ha sido conveniente que el Madero sanase al madero y que, por la Pasión del Impasible, se desvaneciesen los sufrimientos de aquél condenado a causa del árbol." Oficio de la Exaltación de la Santa Cruz, Rito Bizantino.

“¡Feliz la culpa que mereció tal Redentor!” Pregón pascual, Rito Latino.

I)

La imagen del verdadero Árbol

En una antigua homilía para el Sábado Santo, escrita en el siglo IV y atribuida al obispo Epifanio de Salamis, se ponen en boca de Cristo, que tras su muerte ha descendido a los infiernos, las siguientes palabras dirigidas a Adán: "El enemigo te sacó del paraíso; yo te coloco no ya en el paraíso, sino en el trono celeste. Te prohibí que comieras del árbol de la vida, que no era sino imagen del verdadero árbol; yo soy el verdadero árbol, yo que soy la vida y que estoy unido a ti. Coloqué un querubín que fielmente te vigilara; ahora te concedo que el querubín, reconociendo tu dignidad, te sirva." [1] Encontramos aquí la alusión a una sutil enseñanza tradicional que es necesario estudiar y meditar en profundidad: la misteriosa relación entre los dos árboles del Paraíso y la identidad de Cristo con el Árbol de la Vida. Sin embargo, a pesar de que el sentido del pasaje es claro, las expresiones utilizadas por Epifanio no son del todo precisas y podrían dar lugar a confusiones, por lo que será necesario interpretarlas de una manera adecuada. Se le podría objetar, naturalmente, que, de acuerdo al relato bíblico, la prohibición, por mandato divino, no caía sobre el Árbol de la Vida, sino únicamente sobre el Árbol del conocimiento:

1

http://laescalera-sophia.com.ar/ "El Señor Dios tomó al hombre y lo puso en el jardín de Edén, para que lo cultivara y lo cuidara. Y le dio esta orden: 'Puedes comer de todos los árboles que hay en el jardín, exceptuando únicamente el árbol del conocimiento del bien y del mal. De él no deberás comer, porque el día que lo hagas quedarás sujeto a la muerte." (Génesis 2: 15-17) Comer "de todos los árboles que hay en el jardín" incluía probar los frutos del Árbol de la Vida, aunque de un modo indirecto, pues, como bien explica San Juan Damasceno, "Dios llamó al único árbol pleno e indivisible como todo árbol, porque lleva a la participación del bien" [2], es decir, los múltiples árboles del jardín no son sino prolongaciones y participaciones del único Árbol de la Vida, del mismo modo en que la multiplicidad de la creación es una manifestación del único Logos diversificado en los logoi eternos que determinan las esencias de los seres; por lo tanto, comer de "todos los árboles" implicaba "alcanzar el conocimiento del poder divino a partir de las criaturas". [3] Entonces, ¿cuál es ese "árbol de la vida" prohibido al que se refiere Epifanio que es "imagen del verdadero árbol"? Es evidente que no puede referirse más que al único árbol prohibido, es decir, al Árbol del conocimiento del bien y del mal (ya que la imposibilidad de alcanzar el Árbol de la vida no se debe a una prohibición explícita, sino que es una de las consecuencias de la expulsión del Paraíso); pero lo notable aquí es que sea considerado, precisamente, como "imagen del verdadero árbol", que es Cristo, el Hijo de Dios, tradicionalmente identificado con el Árbol de la Vida. Esto quiere decir, como veremos más adelante, que los dos Árboles, situados ambos en el centro del Edén, no son entidades diferentes y separadas entre sí, sino dos aspectos complementarios del único Árbol indivisible, del Árbol cósmico: el Árbol del conocimiento es la imagen (eikon) y el Árbol de la Vida es la esencia, el secreto de su verdad oculta (aletheia). Cabe aclarar, para que esto se entienda mejor, que para los Padres griegos el término eikon (lit. imagen), de donde deriva el vocablo "icono", no es sinónimo de apariencia ilusoria, sino que designa algo tan "real" como la aletheia (lit. verdad), aunque se encuentre jerárquica y ontológicamente subordinado a ésta. Dicha doctrina fue especialmente desarrollada en la llamada teología del icono, o iconosofía, a raíz de los debates surgidos durante la controversia iconoclasta de los siglos VIII y IX. Por analogía con el arte tradicional podemos decir que así como el icono, cuando se lo considera exteriormente, no es en sí mismo más que una tabla de madera pintada, pero comprendido en su realidad total se descubre como un símbolo bendito, y soporte de influencias espirituales, que hace presente, ante quien lo contempla, aquello que simboliza (o, más precisamente, a Aquel que es el prototipo eterno de todos los iconos personales), del mismo modo, el entramado de imágenes que conforma la totalidad de la creación, aislado en su aspecto puramente material, es una apariencia contingente condenada a la corrupción y la muerte; pero esta percepción de las cosas, consecuencia de nuestra condición caída, es incompleta e ilusoria, porque si estas imágenes son reintegradas espiritualmente a su raíz originaria, el mundo debería revelarse como teofanía, como una irrupción de la verdad divina en el orden de la manifestación. Como señala Paul Evdokimov: "El mundo, seccionado de su raíz celeste e icónica, es inexistente. Solamente la nada no es icono de nada, vacuidad metafísica absoluta. En cambio, toda la existencia visible es una 'imagen hecha por la mano de Dios' y cuenta sus mirabilia. Así como la psicología 2

http://laescalera-sophia.com.ar/ es inexistente sin el alma y plantea la evidencia de ésta; así como toda liturgia, toda epíclesis, ya es la respuesta de Dios y la manifestación de su Presencia, el icono es la evidencia resplandeciente del Reino." [4] Es por eso que, como también comenta el Damasceno, el Árbol del conocimiento, a pesar de la prohibición que caía sobre él, estaba destinado a Adán desde un principio, pero éste aún no había alcanzado el grado de realización que le permitiría probar de sus frutos sin apartarse de la comunión con el Creador: "resultaba conveniente para los perfectos y malo para los imperfectos, deseable para los golosos y comida dura para los infantes, necesitados de leche" [5]. La trampa de la Serpiente consistió en tentar al hombre para que trate de usurpar por sus propios medios, como algo que es asimilado por un ser que se piensa autosubsistente, lo que habría de obtener de todas formas, aunque de un modo infinitamente más elevado, si permanecía abierto al flujo incesante de la gracia: el conocimiento de la imagen divina impresa en su corazón. Este conocimiento, acompañado por la experiencia del libre albedrío, incluía la posibilidad del mal, un peligro latente en la propia criatura cuando se pone en manos de sí misma, es decir, cuando se coloca como punto de referencia definitivo de todo lo que constituye su existencia. En la caída, Adán se convierte en un idólatra al atribuir a la imagen creada el fundamento último de su realidad. "... el árbol del conocimiento del bien y del mal es el discernimiento de una visión múltiplemente dividida. Esta visión es el conocimiento de la propia naturaleza. El conocimiento de sí mismo es bueno en los perfectos, que marchan en la visión divina y, a partir de sí mismos, se ocupan en las grandes obras del Creador. Así pues, no se teme el cambio en los perfectos, debido a que ya en la vida temporal son introducidos a una cierta posesión de la visión divina. En cambio, este conocimiento no es bueno para los que todavía son imperfectos y curiosos por el deseo debido a la inseguridad de su permanencia en lo que es mejor. Tampoco son atraídos con firmeza por la atención del único Bien." [6] De aquí se desprende que el hombre debía probar los frutos del Árbol del conocimiento y atravesar la puerta de la dualidad sólo cuando comprendiera interiormente que la verdad de su existencia no se encuentra radicada en él mismo, sino en el arquetipo pre-existente contenido en el Logos, frente al que sólo es, para usar una analogía cara a Nicolás de Cusa, un reflejo transitorio, una imagen temporal proyectada en el "espejo vivo de la eternidad", y carece, por eso mismo, de una existencia autónoma y real en su condición de criatura. Siguiendo el razonamiento anterior, de esto no debe concluirse que el hombre es una pura nada, pues la comprensión y realización interior de la identidad entre la verdad y la imagen lo reconduce a su origen eterno: se ve y se reconoce a sí mismo como el “icono” de una verdad que trasciende las determinaciones de su individualidad y puede participar conscientemente en la vida divina que se manifiesta y se hace presente gradualmente en su ser: "Señor Dios, luz que iluminas los corazones, mi rostro es verdadero rostro, porque tú, que eres la verdad, me lo has dado. Y mi rostro es también imagen, porque no es la misma verdad sino una imagen de la verdad absoluta. Complico, por tanto, en mi modo de concebir, la verdad y la imagen de mi rostro, y veo que en él coincide la imagen con la verdad del rostro, hasta tal punto que cuanto más imagen más verdadera es." [7] 3

http://laescalera-sophia.com.ar/ Conocer a Dios a través del conocimiento de sí mismo es comer directamente del Árbol de la Vida, pero esto presupone, a su vez, haber probado el fruto del Árbol del conocimiento, es decir, haber experimentado la alteridad en la propia realidad existencial para alcanzar la "alteridad sin alteridad" en el Jardín oculto tras del muro de la coincidentia oppositorum, en el secreto fondo del corazón, donde la naturaleza creada se reunifica con las energías increadas. En palabras del Metropolita Kallistos Ware: "Hecho a imagen y semejanza de Dios, el hombre es espejo de lo divino. Conoce a Dios al conocerse a sí mismo. Cuando entra dentro de sí mismo, ve el reflejo de Dios en la pureza de su propio corazón. Según la doctrina de la creación del hombre a imagen de Dios, en cada persona, en el más verdadero e íntimo "yo" de su ser llamado con frecuencia el "corazón profundo" o "el fondo del alma," existe un punto de encuentro directo y de unión con el Increado.” [8] Adán se apegó a la belleza de su propia imagen, confundiéndola con la verdad absoluta, y se sumergió en la corriente de sus potencialidades ocultas liberadas; abandonó el “recuerdo de Dios” y quedó atrapado entre las imágenes del mundo que se volvieron exteriores a él. Cerrados los ojos del intelecto, ya no fue capaz de conocer los Atributos invisibles de Dios a través de sus obras.

II)

Relaciones numéricas

Ahora bien, puesto que el relato de la caída se encuentra en el Antiguo Testamento, para analizar este tema desde otra perspectiva y ampliar la comprensión de lo que hemos abordado, podemos servirnos legítimamente de la exégesis esotérica de las Escrituras transmitida por el judaísmo, especialmente en lo que respecta a la aplicación de la ciencia de los números, la gematría, que es el método hermenéutico que relaciona cada letra con un valor numérico propio que permite penetrar en el sentido oculto de las palabras. Para empezar, señalaremos algunos principios básicos que serán necesarios para entender mejor este tema, tomando siempre como principal referencia las enseñanzas y revelaciones del maestro cabalista Friedrich Weinreb, una voz autorizada de la tradición judía. En todo el relato del Génesis se puede reconocer una estructura cuaternaria que es generalmente inseparable de la Unidad metafísica. Esto puede ser designado como "principio 1:4". El 4 es el desarrollo de la díada originaria cuando entra en relación consigo misma, ya que 22=4, y es la base de la estructura que conforma y sostiene la totalidad de la existencia, pues es el número que le corresponde a la manifestación universal: representa el cuaternario de las fuerzas elementales, los cuatro puntos cardinales (o las cuatro regiones del espacio), los cuatro pilares cósmicos, las cuatro fases que componen todo ciclo, y así sucesivamente, de manera tal que todo aspecto cosmológico reconocible en este mundo se deriva del 4 por variación y repetición. Al igual que en la Tetratkys pitagórica, podemos desglosarlo de la siguiente manera:

4

http://laescalera-sophia.com.ar/ 1 + 2 + 3 + 4 = 10, siendo el denario una representación del ciclo numérico completo. Pues bien, de aquí se puede deducir que el 40, que es igual a 4 x 10, es el 4 manifestado en un ciclo decimal más elevado, es decir, en un nivel superior. Análogamente, lo mismo puede decirse del 400, que es el cuaternario en toda su plenitud y el valor numérico de la última letra del alfabeto hebreo. Son muchos los ejemplos que podríamos citar en los que se reconoce intrínsecamente la cuaternidad, pero no vamos a extendernos en este punto porque nos apartaríamos de los objetivos propuestos. Nos limitaremos a citar un par de ejemplos significativos en los que encontramos el 4 acompañado por el 1. La palabra "Hombre" en hebreo es "AdaM", que expresada numéricamente es 1-4-40. La palabra "Verdad" en hebreo es "EMeT", que expresada numéricamente es 1-40-400. En ambos casos se reconoce la relación 1:4, con un desarrollo del 4 en niveles diferentes. Pero, ¿qué es lo que ocurre si se extrae la Unidad? Si de la expresión "AdaM" (1-4-40) extraemos el 1, es decir, el Alef, obtenemos 4-40, y esta secuencia numérica se corresponde con el vocablo hebreo DaM, que se traduce como "sangre". Si repetimos el procedimiento con la palabra EMeT (1-40-400), al extraer el 1 nos queda 40400, que corresponde numéricamente al vocablo hebreo MeT, cuyo significado es "muerte". Como podemos ver, en ambos casos, quitando el 1, o sea el Alef, el significado de la palabra varía completamente y revela un aspecto negativo y complementario de la expresión original. De este modo, el "hombre" apartado de la Unidad es "sangre", y la "verdad", sin el 1, se transforma en "muerte". Ahora aplicaremos este procedimiento cabalístico para retornar a nuestro tema inicial: "Árbol de la Vida" en hebreo es "ETz HaJaIIM", que expresado numéricamente es 70-90-5-810-10-40. "Árbol del conocimiento del bien y del mal" en hebreo es "ETZ HaDAaT Tob VaRRÁ" (Etz=árbol, tob=bueno, rá=malo), y su expresión numérica es 70-90 5-4-70-400 9-6-2 6-200-70. A simple vista, la relación es más compleja y no puede reconocerse la misma estructura numérica de las expresiones anteriores, pero si prestamos atención veremos el principio 1:4 también está presente aquí, aunque de una manera "oculta". Como explica el profesor Weinreb: "Si se suman las letras tal como cifras, ese concepto se torna más claro. El Árbol de la Vida consiste de 70 + 90 + 5 + 8 + 10 + 10 + 40 = 233.

5

http://laescalera-sophia.com.ar/ Los 'ladrillos' (valores numéricos) del árbol del conocimiento del bien y del mal son: 70 + 90 + 5 + 4 + 70 + 400 + 9 + 6 + 2 + 6 + 200 +70 = 932. O sea que también en este caso se encuentra presente la proporción 1:4. El 1:4 no se encuentra en el árbol como unidad, sino en la proporción de los dos árboles. El árbol de la vida representa el 1, y el árbol del conocimiento el 4. El lector atento comprenderá ahora el significado del 1 en la estructura de las palabras hebreas que designan hombre y verdad. También sabrá ahora que el 1 es expresión del concepto Árbol de la Vida. El dejar de lado el 1 significa entonces muerte. El tomar sólo del 4, el comer del árbol del conocimiento, significa tener que morir -aquello que en Gén. 2:17 está expresado con el tomar del árbol del conocimiento." [9] A partir de la gematría llegamos, como era de esperar, a la misma conclusión a la que habíamos arribado utilizando las referencias patrísticas. Cuando Adán prueba del fruto del Árbol del conocimiento se adhiere idolátricamente a las imágenes y se aparta de la verdad arquetípica a la que éstas conducen. Como resultado, el que estaba destinado a la vida eterna queda sujeto a la muerte. "En la terminología del "1:4", la Biblia es expresión de ambos, del 1 y del 4 simultáneamente: expresión de la esencia y de la imagen, del 1 que es el Árbol de la Vida, y del 4 que es el árbol del conocimiento. La esencia de la palabra corresponde al 1 de aquel principio 1:4; y la imagen en la cual la esencia encuentra su expresión material, se refleja en el 4 del mismo. Quizás el lector perciba ya por qué fue transmitido el mandamiento de no comer del árbol del conocimiento: a fin de no incorporar las imágenes de las cosas, porque ellas cierran el camino al Árbol de la Vida." [10] Es el Logos, la Palabra divina que sostiene toda la creación y que descendió para cristalizarse en los Libros Sagrados y hacerse audible por la voz de los Profetas y los Enviados, lo único que puede reunir nuevamente la imagen con la verdad, el eikon con la aletheia, la criatura con su raíz increada. "Por ello, la palara bíblica sirve de puente entre imagen y esencia. La palabra transmite lo que es la esencia de la imagen. Nos hace posible penetrar en otros mundos, y reconocer el sentido de la vida. Tenemos siempre que unir las imágenes con la esencia, obteniendo así el sentido." [11]

III)

La conjunción de los opuestos

En su aspecto mediador, el Logos complica en Sí los dos polos complementarios del Ser, esto es, lo Superior y lo Inferior, lo Interior y lo Exterior, lo Oculto y lo Manifiesto, o, expresado simbólicamente, el Cielo y la Tierra, respectivamente. Es por eso que puede ser asociado de manera directa con la noción de Hijo, entendido aquí como el resultado de la conjunción de los opuestos (lo que se corresponde perfectamente, en términos teológicos, con la doble naturaleza de Cristo y sus atributos como Hijo de Dios e Hijo del Hombre). En efecto, el Hijo 6

http://laescalera-sophia.com.ar/ divino es el fruto de la unión entre el Padre y la Madre, o sea, entre el principio masculino y el principio femenino, por lo que se sitúa, podríamos decir, en el justo medio entre el Cielo y la Tierra, en el Centro supremo desde donde ejerce permanentemente su actividad no-actuante. Tradicionalmente, el principio masculino se corresponde numéricamente con el 3, el primer número impar (pues universalmente los números impares son considerados masculinos y los pares femeninos) que aparece después de la Unidad, la cual se encuentra, naturalmente, por encima de toda polarización. En el simbolismo geométrico, se representa mediante el triángulo equilátero, que es el primer polígono regular que puede ser inscripto en una circunferencia. En base a esto, Nicolás de Cusa explica que el Máximo absoluto, es decir, el Infinito, sólo puede ser trino y no cuádruple, quíntuple o cualquier otra combinación numérica semejante, "pues toda figura poligonal tiene por su más simple elemento al triángulo, y ésta es la mínima figura poligonal, menor que la cual no puede haber ninguna. Pero se ha probado que el mínimo absoluto coincide con el máximo. Y lo mismo que se comporta el uno con los números, así lo hace el triángulo con las figuras poligonales. Y como todo número se resuelve en la unidad, todo polígono en el triángulo" [12]. Por lo tanto, se puede decir que el triángulo es la primera afirmación de la Unidad no-manifestada y el aspecto masculino de la polarización primordial que da origen al mundo manifestado. El 4, habíamos dicho, es la cifra de la manifestación universal, pero, más específicamente, y considerando que se trata del primer número par que aparece después de la díada originaria, se corresponde, lógicamente, con el principio femenino, pero aquí es importante distinguirlo en dos niveles diferentes. Cuando se encuentra en relación con el principio masculino, es decir, con el Espíritu, se identifica con la Sophia creada (o emanada), que es el descenso de la Sophia divina e increada en el dominio indefinido de la manifestación: es la tierra fecunda en la que dejan su impronta las razones eternas del Logos, el recipiente que contiene indistintamente las esencias inteligibles de los seres. Sobre esto, al analizar las enseñanzas de San Atanasio, el teólogo ortodoxo Pavel Florensky comenta: "La Sofía creada, el sello divino impreso sobre las criaturas, es 'imagen' y sombra de la Sabiduría. Pero, aun teniendo que ser realizada y venir impresa en el mundo por la experiencia en el tiempo, es decir, a pesar de ser creada, ella precede al tiempo; ¿de qué modo?: constituyendo la reunión hipostática pre-mundana de las imágenes divinas primordiales de los seres." [13] Dicho de otro modo, el principio femenino representa, en este nivel, el aspecto manifestado del Cristo cósmico, su Cuerpo universal, la multiplicidad de la existencia contenida en su unicidad. Es el complemento femenino de la biunidad mediadora Logos-Sophia. En su nivel inferior, recordando el carácter “oscuro” del 4 cuando se encuentra separado del 1, el aspecto femenino se identifica con las aguas inferiores, el caos, la Materia prima, la pura potencialidad indiferenciada que no tiene existencia en sí misma, no es creada ni participa del acto creador, no es fecunda ni receptiva: es pasividad pura y sólo puede ser concretada como “materia segunda” al ser informada por el principio activo. Geométricamente, el cuaternario es representado por el cuadrado en la superficie plana y por el cubo en el orden espacial. Ambas figuras simbolizan la estabilidad, la solidificación y la detención de todo movimiento, y son las formas simbólicas que se le atribuyen a la Tierra.

7

http://laescalera-sophia.com.ar/ Sabemos además que la tradición, de un modo más o menos generalizado, le asigna el número 5, la péntada, al Hijo, es decir, al microcosmos y al Hombre Perfecto. Pero antes de extendernos en este punto y de extraer algunas de las consecuencias implícitas en esta identidad numérica, veremos cómo se puede llegar a este número a partir de los anteriores. Para ello debemos volver al simbolismo geométrico y aplicar el conocido Teorema de Pitágoras, que puede ser enunciado de la siguiente manera: “En todo triángulo rectángulo (es decir, cualquiera que posea un ángulo de 90º) el cuadrado de la hipotenusa (que es el lado de mayor longitud) es igual a la suma del cuadrado de los catetos.”

Si c es la hipotenusa y a y b son los catetos, aplicando el Teorema, tenemos:

Como se habrá advertido, el ejemplo más conocido de la aplicación de esta regla es el primero de los llamados “triángulos pitagóricos”, que son aquellos cuyos lados conforman una terna de números enteros, y es precisamente el que nos permite dilucidar la relación simbólica que estamos analizando, o sea, el triángulo rectángulo de lados 3, 4 y 5 (que es además la única terna pitagórica formada por números sucesivos).

3 25

√25 5 8

4

http://laescalera-sophia.com.ar/ Por lo tanto: 5

3

4

El profesor Weinreb, demostrando la perfecta conformidad entre la Kabbalah y la tradición pitagórica, aplica este Teorema a las cifras anteriormente estudiadas para expresar sus interrelaciones simbólicas principales: “Ya se ha visto que el concepto hombre también puede ser expresado mediante el 3. El 3 encuentra su culminación en el 3 x 3, o sea en el 9. Como el número de la mujer es el cuatro, ella encuentra su perfección en el 4 x 4, o sea en el 16. Lo máximo que hombre y mujer pueden alcanzar juntos es entonces 9 + 16 = 25, o sea la realización máxima del 5, que es el número del hijo (…). Lo que conocemos en forma geométrica como Teorema de Pitágoras, en su esencia es la expresión de la ley general de la vida.” [14]

Debemos mencionar, aunque sólo sea a título informativo, que en otros contextos, también tradicionales, se puede afirmar que el 5, llamado a veces “número nupcial”, es el resultado de la unión o suma entre el 2 (primer número par o femenino) y el 3 (primer número impar o masculino). La contradicción es sólo aparente, pues en el 4 está implícito el 2, que se ha multiplicado a sí mismo para dar lugar al desarrollo cíclico de la dualidad, y, en términos geométricos, el cuadrado, que ocupa el segundo lugar entre los polígonos regulares, es su primera manifestación en el plano. Como símbolo de la unión culminante de los principios masculino y femenino, el 5 es también el número de Cristo, el Hijo de Dios vivo, porque el misterio de la Encarnación es el fruto de la acción formadora del Espíritu Santo en el seno de la Santísima Virgen María, la Theotokos, la nueva Eva, la “llena de gracia”, la Sophia redimida, la más bella de las criaturas preparada desde el principio de los tiempos como receptáculo inmaculado de la energía divina. En otras palabras, y desde una perspectiva tanto macrocósmica como microcósmica, el Hijo es el lugar donde se consuma la unión inefable del Cielo y la Tierra; porque siendo verdadero Dios y verdadero Hombre, en Él se conjugan los dos principios de la manifestación en una síntesis indisoluble que trasciende toda oposición.

9

http://laescalera-sophia.com.ar/ Cinco son las llagas que sufrió en la Crucifixión: cuatro provocadas por los clavos que perforaron sus pies y sus manos, y la quinta debido a la lanza que atravesó el costado hasta llegar a su corazón. Estas llagas fueron preservadas después de la Resurrección, convertidas ahora en los cinco puntos que determinan el emplazamiento, el centro y la extensión del Templo cósmico, que no es otra cosa que el cuerpo glorificado del Hombre Perfecto. Es el número del Cordero que reina en medio del Tetramorfos, el signo de la Quintaesencia, la Piedra Angular, la Corona de la manifestación: es la Rosa que florece en el centro de la Cruz. El mago y cabalista cristiano Cornelius Agrippa nos habla sobre este número: “Los filósofos paganos lo consagraron y dedicaron a Mercurio, siendo mucho más excelente que el número cuaternario en la medida en que un cuerpo animado está por encima de otro que no se halla animado. Por este número Noé tuvo el favor del Señor y fue preservado del Diluvio; por la virtud de este número Abraham, a los cien años de edad, tuvo de Sara, de ochenta años y estéril, un hijo, de donde proviene un gran pueblo. Por ello, en el tiempo de la gracia se invoca el nombre de la Divinidad omnipotente a través de cinco letras. En el tiempo de la naturaleza se invocaba el nombre de Dios mediante el trigrama ‫ ַ ַ י‬, Sadai; en el tiempo de la ley, el nombre inefable de Dios era de cuatro letras ‫יהוה‬, en lugar del cual los hebreos expresan , ‫ ֲאדֹנָי‬, Adonai. En el tiempo de gracia el nombre de Dios es el pentagramma que se pronuncia ‫ יהשוה‬IHESV, el cual, por un misterio que no es menos grande se invoca también con tres letras: ‫[ ”ישו‬15]. Es mucho lo que se podría decir sobre el Nombre divino ‫יהשוה‬, el Pentagrammaton, pero eso excedería los límites que nos hemos impuesto en este trabajo. De todos modos, por ahora retengamos esto: es a través de la letra Shin ‫ ש‬que el Tetragrammaton impronunciable se hace perceptible en el Nombre revelado del Hijo, Jesús, Aquel que es la Imagen en la que el Padre se ve a Sí mismo como Verdad. Esta letra es también un ideograma formado por tres líneas que representan a los tres Patriarcas -Abraham, Isaac y Jacob- y se corresponden con las tres columnas del Árbol Sefirótico. Su valor numérico es el 300.

IV)

El pentáculo y la cruz

Volviendo al simbolismo geométrico, el polígono regular que representa al 5 en el plano es el pentágono.

10

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Si trazamos las diagonales de esta figura obtendremos una estrella de cinco puntas, también conocida como pentáculo, pentalfa o “estrella flameante”, símbolo del Hombre regenerado y reintegrado en su condición original.

La forma misma de la estrella es una representación del Hombre, identificando las cinco puntas con la cabeza y las cuatro extremidades, tal como puede verse en la siguiente figura extraída de la obra de Agrippa:

11

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El autor añade el siguiente comentario en el que se explica la proporción geométrica utilizada y la relación del pentágono con el triángulo equilátero, símbolo del principio masculino: “Si sobre el mismo centro se traza un círculo que pase por la parte superior de la cabeza, los brazos bajos hasta que los extremos de los dedos toque la circunferencia de su círculo, y los pies abiertos en esa misma circunferencia, mientras los extremos de las manos se hallan alejados de la parte superior de la cabeza, entonces este círculo constituido sobre el centro debajo del pene está dividido en cinco partes iguales que constituyen un pentágono perfecto; y los extremos de los talones, en relación con el ombligo, constituyen un triángulo equilátero” [16]. Pero el 5, como número del Hombre, también puede relacionarse con el cuadrado, símbolo del principio femenino, tal como podemos ver en la siguiente figura:

12

http://laescalera-sophia.com.ar/ Esta imagen está inspirada en la teoría de las proporciones humanas desarrollada por Santa Hildegarda von Bingen, que decía: “El hombre se divide, a lo largo, de la cúspide de la cabeza a los pies, en cinco partes iguales; a lo ancho, con los brazos extendidos de una extremidad de una mano a otra, en cinco partes iguales. Teniendo en cuenta estas medidas iguales a lo largo y estas cinco medidas iguales a lo ancho, el hombre puede inscribirse en un cuadrado perfecto” [17]. Aquí retornamos a la imagen del Crucificado.

En el arte tradicional del cristianismo oriental también encontramos estas figuras, aunque de un modo ligeramente distinto, sin que por ello se vea afectado su sentido profundo. La estrella de cinco puntas, con una forma más o menos estilizada, está presente en algunas versiones del icono de la Transfiguración, donde se representa la escena en la que Cristo reveló, ante los ojos iluminados de sus discípulos, la irradiación de la Gloria del Octavo Día.

13

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Debería ser innecesario aclarar que el hecho de que la estrella se encuentre invertida no implica, en absoluto, un sentido “siniestro” o “diabólico” como vulgarmente se repite en ciertas publicaciones pretendidamente esotéricas, pues tales interpretaciones sólo han podido surgir de las fantasías retorcidas de algunos autores ocultistas modernos. Sin ir más lejos, en la arquitectura gótica, sobre todo en el diseño de los rosetones, pueden encontrarse una gran cantidad de ejemplos similares. La punta hacia abajo sí puede simbolizar, en cambio, el aspecto descendente del Logos en su carácter de Mediador universal, el cual, desde la cima de la montaña sagrada, símbolo del Centro y Eje del Mundo, ejerce su influjo divinizante en la totalidad de las esferas del cosmos; porque este pentáculo inscripto en el círculo de Gloria que rodea al Salvador, explica Paul Evdokimov, “representa la ‘nube luminosa’, signo del Espíritu Santo y fuente trascendente de las energías divinas” [18]. Desde allí, el Primogénito de toda la creación hace descender las bendiciones sobre todas las criaturas para elevarlas, a través de Sí mismo, hasta el seno del Padre que está en los Cielos. La cruz, como bien sabemos, es uno de los símbolos universales por excelencia, presente en prácticamente todas las formas tradicionales de las que se tiene algún registro, y siempre ha designado, en su sentido más profundo, la realización del Hombre Perfecto o Universal. De un modo general podemos decir que el trazo horizontal representa la amplitud total de un grado de existencia determinado, mientras que el trazo vertical representa la jerarquía indefinida de los múltiples estados del Ser. Sobre la cruz en la que el Cordero fue “inmolado desde la fundación del Mundo”, es decir, la Cruz única, eterna y universal, San Juan Damasceno proclama:

14

http://laescalera-sophia.com.ar/ “He aquí pues que la muerte de Cristo (o sea la cruz) abrazó por nosotros la sabiduría y potencia subsistente de Dios. La potencia de Dios es el Verbo de la cruz. O bien, lo potente de Dios, esto es, la victoria contra la muerte, se manifestó a nosotros a través de la cruz. O bien, así como los cuatro extremos de la cruz se sujetan y se unen entre sí por el centro en el medio, del mismo modo, por la potencia de Dios se mantiene unido tanto lo alto como lo bajo, lo largo como lo ancho, esto es, toda la creación visible e invisible.” [19] Por medio de la cruz toda la creación se reunifica con la naturaleza increada del Logos. En el icono de la Crucifixión apreciamos esta doble dimensión del Hombre-Dios: por encima de la Cruz, los ángeles y los astros, en dualidades complementarias, aparecen en representación del Cielo, la realidad divina e inmutable. Al pie de la Cruz, la Virgen santa y el Discípulo amado representan lo mejor de la Tierra, las primicias de la humanidad deificada.

V)

El Rey en la cruz

Hacemos una breve digresión, aunque sin apartarnos demasiado de nuestro tema de estudio, para destacar la asombrosa similitud entre la cruz de ocho brazos, como habitualmente se representa en el cristianismo oriental, especialmente en la tradición bizantina y eslava, y sin perjuicio de otros elementos simbólicos incluidos en la misma, con el ideograma chino de la 15

http://laescalera-sophia.com.ar/ palabra Wang, traducida literalmente como Rey, que está compuesto por tres trazos horizontales que simbolizan, en orden descendente, el Cielo, el Hombre y la Tierra, unidos en su mitad por un trazo vertical que indica la función unificadora del Rey, comprendido aquí como el Pontífice universal. Por lo tanto, lo que este símbolo designa propiamente en la tradición taoísta, señala René Guénon, “es el Hombre en cuanto término medio de la Gran Tríada, considerado especialmente en su papel de ‘mediador’; agregaremos, para mayor precisión todavía, que el Hombre no ha de ser considerado aquí tan sólo como el ‘hombre primordial’, sino realmente como el ‘Hombre Universal’ mismo, pues el trazo vertical no es otro que el eje que une efectivamente entre sí todos los estados de la existencia, mientras que el centro en que se sitúa el ‘hombre primordial’, que está marcado en el carácter por el punto de encuentro del trazo vertical con el trazo medio horizontal, en medio de éste, no se refiere más que a un solo estado, que es el estado individual humano; por lo demás, la parte del carácter referente propiamente al Hombre, que comprende el trazo vertical y el trazo medio horizontal (por cuanto los trazos superior e inferior representan el Cielo y la Tierra), forma la cruz, es decir, el símbolo mismo del ‘Hombre Universal’” [20].

No hace falta insistir aquí en las prerrogativas de Cristo como Soberano Pontífice y Rey del Universo para demostrar la completa conformidad, al menos en este punto, entre los símbolos de ambas tradiciones. Sin embargo, es importante mencionar que en la iconografía oriental al Crucificado nunca se lo muestra derrotado y agonizante ni se resalta ningún aspecto del sufrimiento humano, tal como se ha acostumbrado a hacer en la pintura religiosa –pero no tradicional- de occidente (un ejemplo extremo de esta tendencia podría ser la monstruosa morbosidad de Matthias Grünewald). Por el contrario, aunque muerto por el sacrificio, aparece en un estado de sereno reposo, con los ojos apaciblemente cerrados, sin perder un 16

http://laescalera-sophia.com.ar/ ápice de su divina majestad. Esta característica de la imagen sagrada le hace decir a San Juan Crisóstomo: “Lo veo crucificado y lo llamo Rey”. Pero aún hay más, porque sobre su cabeza las iniciales latinas INRI suelen ser sustituidas por el título “Rey de la Gloria”. Es menester aclarar que lo que acabamos de decir sobre las imágenes de la Crucifixión en occidente se aplica sobre todo al arte religioso que se ha desarrollado a partir del Renacimiento, pues durante la Edad Media, es decir, mientras el arte tradicional permanecía vivo, se confeccionaron imágenes en las que se exalta igualmente y con gran maestría la realeza eterna del Crucificado. Uno de los ejemplos más significativos tal vez sea la famosa Cruz de San Damián.

VI)

La consumación de la obra

Ahora sólo resta dilucidar, de una forma más amplia aunque sin pretender agotar todas sus posibilidades, cuál es la relación simbólica que existe entre la cruz y los Árboles del Paraíso; para ello debemos retornar, en primer lugar, a la aritmosofía cabalística. La expresión con la que se da inicio al Libro del Génesis es “En el comienzo”, cuyo original hebreo es BeREShIT, la primera palabra de la Torah, que expresada numéricamente equivale a 2-200-1-300-10-400. La primera parte de esta palabra es, en su valor numérico, idéntica a la segunda palabra, que es BaRA, 2-200-1, cuyo significado es, literalmente, “crear”: “En el comienzo creó…”, y constituye, por así decir, una síntesis del sentido último de la creación en el plan divino. En efecto, esta secuencia numérica tiene un valor simbólico que puede dar lugar a desarrollos complejos y llenos de significado, pero no vamos a detenernos en este punto más que para subrayar lo esencial: el relato de la creación, y con él toda la Torah, comienza con el 2, la Bet, es decir, pertenece al dominio de la dualidad, pero esta díada originaria por la que el 17

http://laescalera-sophia.com.ar/ Logos proferido en el origen de los tiempos se revela a Sí mismo en todos los grados de la manifestación no puede ser una realidad extrínseca a la Unidad, sino que emana de una alteridad que es ontológicamente constitutiva del Ser divino. En el despliegue centrífugo de la dualidad creadora emerge la multiplicidad indefinida de los seres representada por el 200, que es el 2 en su máximo nivel de expansión. Pero es a partir de esta multiplicidad que debe producirse el retorno a la Unidad primordial, al 1. Esto significa, tal como el relato del Génesis lo expresa, que toda la obra del Creador debía concluir en el hombre, que es el resumen y corona de toda la creación, reflejo del Uno que complica en Sí mismo la totalidad de los seres. El profesor Weinreb explica: “En Génesis 1:26 manifiesta la Biblia: ‘Hagamos un hombre’. Según la Tradición, ese ‘hagamos’ se refiere a toda la creación, a todo lo creado hasta ahora, desde los Ángeles hasta todos los seres en la tierra. (De la multiplicidad surge el hombre). Ese ‘hagamos’ no es entonces una especie de pluralis majestatis. El hombre como culminación de la creación, de la evolución, podría liberarse aún más, alejarse más del origen. Viviría entonces según su propio criterio y según las medidas de sus experiencias. Podría incluso romper la unión el origen, someter a todo el mundo. Todo ello está reflejado en la fórmula de la creación, en el segmento 2-200.” [21] Adán, investido de la función real y sacerdotal, tenía la misión de gobernar y de “hacer Eucaristía en todas las cosas” (Cf. 1 Tes. 5: 18), es decir, conducir a toda la creación a la comunión con Dios, en orden a participar en la vida misma de la Santísima Trinidad, pero la desobediencia lo apartó de su vocación original. Cristo, el segundo Adán, el Adán cósmico, al “revelar y realizar en sí mismo la verdadera humanidad” [22], como dice el Metropólita John D. Zizioulas, llevó a cabo la obra que el primero no había podido completar. En la segunda parte de la palabra BeREShIT, 300-10-400, el principio masculino y el principio femenino, representados por el 3 y el 4 respectivamente, se encuentran enfrentados y separados de manera especular, pero en el nivel de las centenas, es decir, en el grado de su máxima expansión. El hombre y la mujer, lo masculino y lo femenino, deben reunificarse para recobrar el estado de la androginia original, es decir, deben retornar juntos a la Unidad primordial, y a partir de esta unión debe surgir el Hijo glorificado en toda su plenitud, o sea, el 500, el número que trasciende toda oposición sin abolir las diferencias. Aplicando nuevamente el Teorema de Pitágoras, se tiene:

300 + 400 =

300 + 400

= 500

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http://laescalera-sophia.com.ar/ De esto se deduce que 500 es el valor de la hipotenusa de un triángulo rectángulo con catetos de longitud 300 y 400. “El 500 es una cifra supraterrenal, más allá que el 400, el Taf, última letra del abecedario hebreo. No existe una posibilidad de expresión más allá del Taf, del 400, en espacio y tiempo. En realidad, el 400 es la expresión del infinito, pero también es la cifra de la esclavitud, de la cual la liberación puede tener lugar como ruptura de lo normal, de lo terrenal lógico.” [23] En esta letra, la Taf, que se corresponde con la letra T del alfabeto latino, encontramos una coincidencia simbólica inesperada. Según comenta el propio Weinreb, “la representación gráfica del 400 era una cruz en la vieja escritura hebrea, la que también era conocida como símbolo del sufrimiento; lo que representa también que el 400 de la esclavitud parecía ser un sufrimiento eterno. Así también, en el vocablo BeREShiT, el 400 es el valor numérico de la última letra.” La referencia más destacable sobre la figura de esta letra podemos encontrarla en el libro de Ezequiel: “La gloria del Dios de Israel se levantó de encima de los querubines sobre los cuales estaba, se dirigió hacia el umbral de la Casa, y llamó al hombre vestido de lino que tenía la cartera de escriba en la cintura. El Señor le dijo ‘Recorre toda la ciudad de Jerusalén y marca con una Taf la frente de los hombres que gimen y se lamentan por todas las abominaciones que se cometen en medio de ella.” (Ez. 9: 3-4) Este pasaje veterotestamentario debe ponerse en relación con este otro del Nuevo Testamento, extraído del Apocalipsis de San Juan: “Luego vi a otro Ángel que subía del Oriente, llevando el sello del Dios vivo. Y comenzó a gritar con voz potente a los cuatro Ángeles que habían recibido el poder de dañar a la tierra y al mar: ‘No dañen a la tierra, ni al mar, ni a los árboles, hasta que marquemos con el sello la frente de los servidores de Dios’. Oí entonces el número de los que habían sido marcados: eran 144000, pertenecientes a todas las tribus de Israel.” (Ap. 7: 2-4) En ambos casos, el sello de protección marcado sobre la frente de los servidores de Dios es el mismo: en el primero, está indicado por la figura de la Taf, y en el segundo, aunque no se describa su forma de manera explícita, por la relación tipológica entre ambos pasajes, la identidad se da por supuesta. Se puede inferir además, por la estructura simbólica los relatos, que es la misma figura que los israelitas pintaron con sangre en las jambas y los dinteles de las puertas durante la noche de la liberación de Egipto y la marca protectora que Dios puso sobre Caín para evitar que lo asesinen. Se trata siempre del signo de la cruz. A esto se debe que los Padres de la Iglesia, que conocían el Antiguo Testamento a través de la Septuaginta, identificaran la Taf hebrea con la Tau griega y le atribuyeran un sentido simbólico equivalente. Posteriormente, el uso de la Tau como imagen de la cruz fue popularizado en la cristiandad occidental, especialmente por San Francisco de Asís y sus discípulos. Ahora bien, como habíamos visto anteriormente, la letra hebrea a la que le se le asigna el valor numérico de 300, es la Shin, la misma que ocupa la posición central en el Nombre de Jesús, IHSVH: ‫יהשוה‬. Esto tiene una consecuencia simbólica muy importante para el tema que 19

http://laescalera-sophia.com.ar/ estamos tratando, porque implica, precisamente, que la unión del principio masculino y el principio femenino en el orden de las centenas para dar lugar al 500, es la unión de la Shin con la Taf, respectivamente, o, lo que es lo mismo, la unión eterna de Cristo con la Cruz. Y este número es también la medida del Árbol de la Vida: “Según la Tradición, los ancianos habían medido el perímetro del Árbol de la Vida: tenía 500 años. Por supuesto, no en la mera medida de nuestro mundo. El 500 como medida significa que no se puede abarcar el árbol de la vida en el mundo que termina con el 400. Así se dice también que la distancia entre Cielo y tierra es de 500 años. Sin embargo alguna vez los 500 deben llegar a ser. Es lo que dicen los Profetas. El 500 surgirá cuando el 300 del hombre y el 400 de la mujer crezcan en la unidad que crea el ‘hijo’.” [24] Como habíamos adelantado, el Árbol de la Vida se identifica, incluso numéricamente, con el Hijo, y es posible vincularlo con su revelación epifánica en la “plenitud de los tiempos”, según las palabras del Apóstol, con el sacrificio de la cruz en el centro de la historia y con su manifestación definitiva en la conflagración final. Como puede entreverse, desde esta perspectiva, la Encarnación histórica del Logos no es un evento cerrado y definitivo, sino más bien una imagen, un icono, que participa de la verdad escatológica futura y hunde sus raíces en el Pleroma divino. “El 500 se habrá realizado cuando el tiempo completo se haya cumplido. Tal como Dios dio al hombre las palabras ‘Sed fértiles y multiplicaos’ (Gén 1:28), así también le brinda el camino del perfeccionamiento. En hebreo, ‘Sed fértiles y multiplicaos’, expresado como ‘PRU URBU’, 80-200-6 y 6-200-2-6… ¡tiene el valor total de 500! Es entonces un camino que lleva más allá de los límites de este mundo y la vida que finaliza con el 400. Pero pareciera que la Biblia habla de este camino al 500 también de otra manera, es decir del camino al Cielo, aquel camino que bien puede abarcar el Árbol de la Vida.” [25] Si el Hijo se relaciona con el 5 y con el 500, también lo hará con el 50, que es el 5 en el orden de las decenas, por lo que de este número se podrán extraer algunas consecuencias adicionales, de las que sólo mencionaremos brevemente la siguiente: el relato de la creación abarca todo el proceso del despliegue cósmico, por eso es que en nuestro mundo, el Mundo de la Acción (Olam Haasiá), el séptimo día aún no se ha completado. Por lo tanto: “Cuando ese día se haya cumplido, significa que se habrá cumplido consigo mismo en el 7x7. Por ello, el 49 es el límite externo de este mundo. Recién entonces comenzará el octavo día, como día nuevo con el 50.” [26] El Hijo, una vez más, se relaciona con el final de los tiempos, la consumación de todas las posibilidades, la recapitulación de todo el devenir cósmico y la transfiguración de este mundo en la gloria del Octavo Día.

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VII)

El Árbol único

En el cristianismo, la identificación simbólica del Hijo con el Árbol de la Vida, particularmente cuando se lo representa en la cruz, era algo bien conocido desde la antigüedad y podrían encontrarse numerosos ejemplos en toda la literatura patrística y medieval, así como también en el arte sagrado de oriente y occidente. Citaremos, a modo de síntesis, este precioso pasaje de San Hipólito de Roma en el que se exalta, en un canto de alabanza, la identidad del Crucificado con el Árbol cósmico: “Este árbol, alto hasta el cielo, se elevó de la tierra al cielo. Crecimiento inmortal, se extiende entre el cielo y la tierra. Es el sólido punto de apoyo del Todo, el punto de reposo de todas las cosas, la base del conjunto del mundo, el punto polar cósmico. Reúne en sí, en una unidad, toda la diversidad de la naturaleza humana. Clavos invisibles lo mantienen unido al Espíritu, para no librarse de sus lazos con lo Divino. Toca las más altas cimas del cielo y mantiene los pies en la tierra; y la inmensa atmósfera intermedia que hay en el intervalo, la abarca con sus brazos infinitos.” [27] Pero hay algunos elementos adicionales que debemos considerar. Un relato tradicional de un valor simbólico incontestable que circuló durante la alta Edad Media, pero que era parte de una transmisión más antigua, y posteriormente fue recogido por el dominico Jacobo de la Vorágine en su “Legenda aurea”, cuenta que la cruz de Cristo fue construida con la madera extraída del Árbol del conocimiento y, como también se relata desde diversas fuentes, fue levantada en el mismo lugar en el que se encontraba el sepulcro de Adán. Este detalle es representado fielmente en los iconos de la Crucifixión, donde el pie de la cruz se hunde en una oscura caverna en la que yace el cráneo de Adán, lo cual coincide también con el nombre del monte Gólgota, que puede traducirse como “lugar de la calavera”. De este modo, el Árbol que había sido motivo de la expulsión se convierte ahora en la escala que conduce de regreso al Paraíso; el primer Adán, el centro de la humanidad caída, se une por el eje del mundo con el Polo celeste, el segundo Adán, el Rey eterno que se revistió de la condición de esclavo para restituir al mundo en su dignidad original. En el sacrificio eterno de la cruz, la imagen se une con la verdad: el Árbol del conocimiento es reintegrado en el Árbol de la Vida. Sobre esto debemos agregar que a ambos lados de la cruz de Cristo se suelen representar también, aunque no necesariamente, las cruces con los ladrones del relato evangélico: el bueno, que es el que obtiene la redención, a su derecha y el malo a la izquierda, y esto se corresponde con los lugares que ocuparán, respectivamente, a ambos lados del Cristo triunfante, los elegidos y los condenados en el Juicio Final. Estas dos cruces, símbolos de la Misericordia y la Justicia, son, si se nos permite expresarnos de este modo, como una proyección exterior del Árbol del conocimiento contenido implícitamente en el Árbol único de la cruz central. En su conjunto, estos tres árboles se corresponden con las tres columnas que componen el Árbol Sefirótico de la Kabbalah, también llamado Árbol de la Vida. Esto se resume numérica y gráficamente, como ya dijimos, en la unión de la Shin (‫ )ש‬con la Taf. En los iconos -incluso si las cruces laterales no son representadas- todo esto está maravillosamente sintetizado por una simple y ligera inclinación del travesaño inferior en la 21

http://laescalera-sophia.com.ar/ cruz de ocho brazos que señala el destino de cada ladrón. De este modo, la cruz de Cristo, Columna del medio y Árbol de la Vida, se convierte también en la Balanza del Juicio divino.

VIII)

El Arcángel Miguel y la verdadera Serpiente

La Balanza del Juicio, como atestigua largamente la tradición, es también un atributo del Arcángel Miguel –uno de los logoi-angeloi que revelan y manifiestan la actividad divina del Logos–, debido a su participación en el Juicio Final como encargado de “pesar las almas”. El Santo Archiestratega, canta un himno litúrgico oriental, es aquel en quien “resplandece la gloria de la diestra del Creador”, es decir, la mano de la Misericordia, y es la “lámpara de la verdad y la Justicia que brilla como el oro” [28]. Siendo mediador y defensor de los hombres, tiene asignada la función de psicopompo, porque es el guía que conduce a los elegidos en su viaje post-mortem protegiéndolos de los espíritus malignos. Como jefe de las milicias celestiales, su misión es dirigir el combate contra Satanás y las huestes demoníacas: “Entonces se libró una batalla en el cielo: Miguel y sus Ángeles combatieron contra el Dragón, y éste contraatacó con sus ángeles, pero fueron vencidos y expulsados del cielo. Y así fue precipitado el enorme Dragón, la antigua Serpiente, llamada Diablo o Satanás, y el seductor del mundo entero fue arrojado sobre la tierra con todos sus ángeles.” (Ap. 12: 7-9) “Luego vi que un Ángel descendía del cielo, llevando en su mano la llave del Abismo y una enorme cadena. Él capturó al Dragón, la antigua Serpiente –que es el Diablo o Satanás– y lo encadenó por mil años.” (Ap. 20: 1-2)

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http://laescalera-sophia.com.ar/ Llegados a este punto, y antes de seguir hablando de Miguel, debemos decir algunas palabras sobre la “antigua Serpiente”. Como tradicionalmente se dice, Satanás es el Adversario, el Engañador, el Imitador, el Padre de la mentira, el mico de Dios, aquel que “se transfigura como ángel de luz”. En todos estos atributos demoníacos del Ángel caído, se reconocen, más que las causas, las consecuencias de la caída de su estado original: vuelto hacia sí mismo, habiendo apartado su mirada del rostro de Dios, se negó a unificarse con el Principio divino y se convirtió en una imagen carente de verdad, es decir, un eikon sin aletheia, un recipiente vacío incapaz de recibir los rayos de la luz increada, una mera sombra del Hombre Perfecto que trata de conducir al mundo hacia la disolución total. Es propiamente el Diablo, el que separa, un remedo monstruoso de Cristo, que es el Símbolo universal por excelencia: "En griego, las palabras ‘diablo’ y ‘símbolo’ tienen la misma raíz; pero el diablo separa lo que el símbolo une. El símbolo es un puente que une lo visible con lo invisible, lo terrestre con lo celestial y transporta lo uno a lo otro." [29] No entraremos de lleno en la especulación sobre el momento en el que ocurrió la rebelión, el combate celestial y la caída de los ángeles en el Paraíso en relación a la desobediencia del hombre y los motivos que ocasionaron el pecado ancestral. Lo único que nos interesa remarcar, para los fines de este trabajo, es lo siguiente: la caída de Lucifer es inseparable de la caída de Adán, no puede comprenderse completamente una sin la otra. De acuerdo a la enseñanza cristiana tradicional, la caída y el consecuente oscurecimiento de la condición original del hombre en el Paraíso por la pérdida de su semejanza divina constituyen una catástrofe de dimensiones cósmicas que afectó toda la estructura ontológica del universo. La naturaleza, con su centro dislocado, se hizo exterior al hombre y se solidificó en la medida en que fue arrastrada por su descenso; desgarrada en su constitución interna, se hizo finalmente vulnerable ante los poderes tenebrosos del Adversario que intentaban servirse instrumentalmente de ella para someter a la humanidad. “Después de la transgresión”, dice poéticamente San Juan Damasceno, “la espina surgió de la tierra según la sentencia del Señor. Debido a esta sentencia, la espina fue unida al placer de la rosa, para traer el recuerdo de nuestra transgresión” [30]. La armonía inicial del cosmos se vio perturbada al mezclarse con el caos de las fuerzas elementales desencadenadas, y las criaturas que debían servir fielmente al hombre se volvieron en su contra. Pero la Providencia del Creador no podía dejar que aquel que había sido creado a su imagen quede sujeto a la desintegración y al olvido en el abismo de la nada; por eso debía interponer un obstáculo, un katechon, que detenga la marcha descendente del hombre y encadene las fuerzas disolventes que amenazaban con anularlo. El divino San Simeón el nuevo Teólogo describe el devenir del hombre en su nuevo estado, destituido de la posición central que ocupaba entre el mundo inteligible y el mundo sensible y arrojado en el reino corrompido del Príncipe de este mundo: “… el cielo se preparó para caer sobre él y la tierra no quiso llevarlo. Pero Dios… no dejó a los elementos desencadenarse tan pronto contra el hombre. Ordenó que la creación permaneciese sumisa al hombre y que, habiéndose vuelto perecedera, sirviese al hombre perecedero, para el cual había sido creada. Sin embargo, cuando el hombre

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http://laescalera-sophia.com.ar/ se regenere… la creación… se regenerará también y se hará igualmente incorruptible, y, en cierta medida, espiritual.” [31] Como Dios, en su presciencia ilimitada, había previsto la transgresión de Adán, con el despliegue de sus divinas emanaciones estableció, antes del inicio de los tiempos, la corrección y el reordenamiento transitorio del cosmos que habría de conducir a su obra nuevamente hacia el Bien, en conformidad con los designios de su Consejo Preeterno. Por eso es que el mundo permanece bueno y bello ante los ojos de Dios, porque a pesar de la degradación de su constitución primitiva sigue siendo el soporte para la manifestación de las energías y los Atributos divinos en el modo en que el hombre es capaz de percibirlos al despertar su visión interior; aunque haya perdido su lustre, sigue siendo un espejo en el que el Absoluto incognoscible puede ser conocido. La ocultación divina tras los velos cada vez más densos de la creación se convierte en un acto de la Misericordia existenciadora que desciende para evitar que las criaturas sean aniquiladas ante el esplendor fulgurante del Rostro de Dios: porque “si el Creador hubiese dado inicio a la creación de los seres teniendo en cuenta sólo su propia potencia, sabiduría, gloria y magnificencia, y no la finalidad de aquélla”, advierten Calixto e Ignacio Xanthopoulus, “probablemente verías miríadas de mundos en lugar de uno, y ni siquiera mundos como el que ahora tenemos, sino extraños, sobrenaturales y exentos de inteligencia. El alma no hubiera sido capaz de llevar la gloria y el resplandor de la belleza y la sabia diversidad, y habría huido del cuerpo a causa del estupor” [32]. Este mundo limitado y aparentemente imperfecto es, al mismo tiempo, el desierto de expiación donde el hombre debe purificarse de sus faltas y el puente que lo conecta con los mundos superiores: dependiendo de su orientación interior, puede permanecer como un prisionero de la naturaleza caída, contra la que combate constante e infructuosamente, o reconocerse como un peregrino que se encamina hacia el verdadero hogar. El universo creado es, en todas sus dimensiones, la cruz sacrificial formada con la madera del Árbol del conocimiento. En cuanto a Lucifer, el Damasceno explica que originalmente era, entre los poderes angélicos, el protector responsable de la custodia del orden terrestre y de su entorno. Esto presupone que su caída, con la correspondiente perturbación de la naturaleza, puede ser situada en una fase cosmogónica anterior a la caída del hombre. En ese caso, la misión que Adán no pudo completar sería, en primer lugar, reparar el daño provocado por la rebelión angélica para reintegrar el cosmos a su condición espiritual. Sobre las consecuencias de esta primera caída, tomaremos como referencia la impresionante descripción que nos brinda el gran teósofo alemán Jacob Boehme: “Desde el regio loco o asiento que tenía el rey Lucifer en el sitio en que ahora está el cielo creado, fue arrojado a esa mala mezcla y bien pronto lo siguió este mundo creado y se juntó allí la dura, ruda materia que se produjera en los inflamados siete espíritus manantiales. De lo que resultaron la tierra y las piedras. Luego fueron creadas del inflamado salitre de los siete espíritus de Dios todas las criaturas. Ahora bien, con su inflamarse volviéronse los espíritus manantiales tan coléricos que el uno corrompe con su mala fuente de continuo al otro. Así hacen ahora también las criaturas que fueron

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http://laescalera-sophia.com.ar/ hechas de los espíritus manantiales y que viven en el mismo impulso: allí todo se muerde, choca y envidia según la especie de las cualidades.” [33] Si Satanás no es malo por naturaleza porque fue creado como un Ángel superior, “modelo de perfección, lleno de sabiduría y de acabada hermosura” (Ez. 28: 13), pero es, sin embargo, “pecador desde el principio” (1 Jn 3:8), como dice San Juan el Teólogo, desde un punto de vista cosmológico su rebelión puede inscribirse en el proceso de autolimitación y contracción del Poder divino que da lugar a la manifestación gradual de las esferas concéntricas del Ser. Es la fase nocturna de la auto-revelación del Absoluto, tiniebla formada por el retraimiento de la Luz. Esta tiniebla inferior –que no debe ser confundida con la Tiniebla divina, que es, propiamente hablando, la Oscuridad Supraluminosa de la Esencia inaccesible– no es causada por el Bien supremo, sino que es el resultado de la filautía primordial, es decir, de la tendencia individualizante de Lucifer que produjo el alejamiento de la Luz divina antes de la fundación del mundo. Por consiguiente, esta oscuridad, que no es otra cosa que el mal en sí mismo, al no estar originada en el Principio, sólo puede subsistir accidentalmente a través de la multiplicidad de los entes alejados jerárquicamente del Bien, pero no en sí misma, de modo que las cosas que se conocen como malas son en realidad bienes de grado inferior, y con ello cumple, según enseña Dionisio el Areopagita, una función ordenadora en la conformación del cosmos: “También será el mal coperfeccionador para el cumplimiento del todo y garante, por sí mismo, de que no haya imperfección en el todo.” [34] Pues bien, si, bajo estas consideraciones, Satanás, el Dragón, la antigua Serpiente, es el polo tenebroso de la manifestación y el conjunto de las potencialidades no desarrolladas, esto es, la modalidad preformal del universo, también podemos relacionarlo con Leviatán, la bestia primordial que en varios pasajes veterotestamentarios es derrotada por el propio Dios. Esto se relaciona simbólicamente, al igual que en tradiciones más antiguas, con el proceso cosmogónico que hacer surgir el orden a partir del caos: “Dios vio que la luz era buena, y separó la luz de las tinieblas” (Gn 1: 4). En este significativo fragmento de los Salmos encontramos una breve alusión al combate cósmico contra las bestias marinas, seguido por un resumen de la obra de la creación, y nada impide suponer que ambos eventos estén directamente relacionados el uno con el otro: “… tú, oh Dios, eres mi Rey desde el principio, tú lograste victorias en medio de la tierra: deshiciste el Mar con tu poder y quebraste las cabezas del dragón marino; aplastaste las cabezas de Leviatán y lo diste como alimento a las fieras del desierto. Hiciste brotar manantiales y torrentes, secaste los ríos caudalosos; tuyo es el día, tuya también la noche, 25

http://laescalera-sophia.com.ar/ tú afirmaste la luna y el sol; fijaste las fronteras de la tierra, formaste el verano y el invierno.” (Sal. 74: 12-17) En el extremo opuesto, si volvemos a la escena del combate apocalíptico, que es también una imagen de la victoria gloriosa de Cristo sobre la Bestia y sus seguidores demoníacos, las fuerzas de la luz que establecen el orden cósmico y el katechon que limita las potencias desencadenadas por la caída estarán necesariamente representados por el Arcángel Miguel, que es el polo luminoso que resplandece en medio de las tinieblas inferiores sembrando las semillas inteligibles del Logos. Vemos entonces que el combate que da comienzo al ciclo de la manifestación coincide con el combate del final de los tiempos que corrige y restablece el orden original para dar inicio a la nueva creación, al nuevo comienzo de la Tierra y del Cielo en el amanecer del Octavo día. En virtud de esta identificación simbólica no debería sorprendernos que la liturgia bizantina le cante al Santo Archiestratega Miguel en estos términos: “Alégrate, tú, que calmas invisiblemente la lucha y la agitación de los elementos del mundo visible.” [35] “Alégrate, tú, a quien los elementos se someten.” [36] Esto es parte de una antigua enseñanza judaica que el cristianismo ha recibido como herencia. De hecho, en ese mismo sentido, podemos leer este revelador pasaje del Libro de Enoc: “Dios depositó en la mano de san Michael el Nombre secreto por el que el Cielo estuvo suspendido antes de que el mundo fuera creado, y para la eternidad; el Nombre por el que la tierra fue fundada sobre el agua y por el que las profundidades secretas de las montañas vienen de las grandes aguas.” [37] En los iconos, el Nombre que sostiene el Arcángel es el cristograma IC XC, el monograma del santísimo Nombre de Jesucristo, IesouS XristoS (teniendo en cuenta que en el griego bizantino el grafema que se utilizaba para designar la letra sigma, S, era C). Es el “Nombre que está sobre todo Nombre”, y con él ejerce su autoridad “en el cielo, en la tierra y en los abismos” (Flp 2: 911). Otro de sus atributos es una esfera transparente, símbolo del cosmos regenerado, rematado por una cruz que atraviesa el polo superior, configurando el conocido emblema del poder espiritual y divino. La posición central de la cruz permite identificarla con el Eje del mundo, y esto coincide, en el cristianismo latino, con el lema y el símbolo distintivo de la orden de los cartujos: “Stat crux dum volvitur orbis” (“La cruz permanece mientras el mundo da vueltas”).

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También se lo representa habitualmente, al igual que en el arte occidental, dominando, sometiendo o encadenando al Adversario, que se encuentra derrotado a sus pies. En esta escena el dragón permanece con vida, pero ocupa el lugar jerárquico que le corresponde en el orden total.

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http://laescalera-sophia.com.ar/ El combate cósmico y escatológico también se refleja, a nivel microcósmico, en el corazón de cada hombre; es la lucha del noûs contra las potencias desordenadas del alma y las ilusiones individualizantes del ego, porque, como nos enseña San Macario: “El corazón no es más que un pequeño navío y, sin embargo, allí se encuentran leones, dragones, criaturas venenosas y todos los refinamientos de la maldad; los senderos rugosos y ásperos y los abismos abiertos. Pero también están Dios y los ángeles, la Vida y el Reino, la Luz y los apóstoles, la ciudad celeste y los tesoros de la gracia. Todo está allí.” [38] El corazón es un campo de batalla, pero cuando es iluminado por la energía increada del Espíritu, cesan los movimientos interiores, los ruidos son acallados, y se alcanza la completa serenidad, el santo estado de la hesychía. En definitiva, en ambos niveles, el Santo Archiestratega Miguel personaliza el aspecto puramente activo de la lucha contra las fuerzas de la oscuridad, pues el propio Cristo, en lugar de combatir externamente como los ángeles, no actúa, permanece inmóvil en su absoluta impasibilidad y destruye los ejércitos de la Bestia con la espada que sale de su boca, con la Palabra proferida eternamente que las tinieblas no pudieron vencer. Ante la Luz verdadera todo se descubre tal como es y las apariencias se desvanecen: la oscuridad, considerada en sí misma, no tiene existencia real, porque es, simplemente, privación o ausencia de Luz, así como el mal es carencia y alejamiento del Bien. Se comprende que nada, absolutamente nada, puede ser malo por naturaleza, ni siquiera los demonios, porque a pesar de su corrupción siguen participando del Bien, que es la Causa primera que fundamenta su existencia, y todas sus acciones, aunque desviadas, son ordenadas providencialmente hacia la concreción del plan divino: “el bien es partir de la única e íntegra causa, mas el mal es a partir de muchos y parciales defectos. Dios conoce el mal en tanto bien y, junto a Él, las causas de los males son potencias benefactoras.” [39] Entonces, aunque los efectos del mal y la acción demoníaca –que son, en sentido estricto, corrupción y tendencia hacia la nada– sean bien reales en nuestro mundo perecedero, y lejos estamos de considerarlos como puramente ilusorios, debemos recordar que los poderes del Diablo son limitados y tienen vedado el acceso al dominio espiritual. Dicho de otro modo, sólo tiene sentido hablar del combate, como si se tratara de una oposición dualista, cuando las cosas son vistas desde este lado del muro, es decir, desde la dualidad en la que cayeron aquellos que probaron los frutos del Árbol del conocimiento. Pero desde otro punto de vista, colocados nuevamente sobre el Árbol de la Vida en el centro del Edén, ya no puede haber combate ni tinieblas que se opongan a la Luz, porque allí no hay sombras ni carencia de Bien, todo es plenitud, armonía y amor, y resplandece incesantemente la Luz inefable del Sol sin ocaso. Como en este lugar ambos Árboles están unificados, la díada aparece contenida en el seno de la Unidad, pero ya no se trata de extremos irreconciliables, de afirmación y de negación (porque la oscuridad no es un complemento de la Luz, el mal no es la mitad que completa al Bien y no hay sombra que deba ser integrada a la consciencia individual), se trata de verdaderos opuestos complementarios, de coincidentia oppositorum. De esta manera, pasamos del lenguaje heroico a la dialéctica del amor: ahora el cosmos no es el resultado de un combate perpetuo entre fuerzas antagónicas sino el fruto de la acción amorosa del Espíritu 28

http://laescalera-sophia.com.ar/ en el vientre de la Santa Sophia; la naturaleza sensible, en vez de ser un instrumento de las potencias oscuras, es un epifenómeno de las energías divinas; el alma individual no es un dragón que deba ser dominado, sino la Esposa fiel que se une místicamente con el Amado en el misterio de la Cámara Nupcial. El combate ha terminado. El Adán terrenal es reemplazado por el Adán celeste, el hombre viejo da paso al nacimiento del hombre nuevo, la Antigua Serpiente es arrojada al Abismo y la Serpiente de bronce es elevada en lo alto: “De la misma manera que Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto, para que todos los que creen en él tengan Vida eterna.” (Juan 3: 14-15) Sobre este pasaje Tertuliano comenta: “¿Qué significa además Moisés, tras la prohibición de hacerse ninguna imagen, alzando una serpiente de bronce en lo alto de un poste y exponiendo a las miradas de Israel el espectáculo salvador de un crucificado mientras que miles de hebreos eran devorados por las serpientes en castigo por su idolatría? Es que también allí estaba representado el poder milagroso de la cruz, cuya virtud triunfaba sobre el antiguo dragón; es que todo hombre mordido por las serpientes, o sea por los ángeles del demonio, puede curarse de las heridas de sus pecados, para lo cual sólo tenía que mirar y creer aquel misterioso símbolo de la cruz de Jesucristo, que le prometía la salvación.” [40] Mencionaremos, para finalizar, que el vocablo “serpiente” en hebreo es NaJaSh, su valor numérico es 50-8-300, y su suma da como resultado 358. Este número es el mismo que se obtiene al sumar numéricamente las letras de la palabra Mesías, en hebreo MaShIaJ, 40-30010-8. La antigua Serpiente, que desciende por el Árbol del conocimiento para tentar al hombre, es un reflejo invertido del Mesías eterno, la Serpiente verdadera que asciende helicoidalmente enrollándose alrededor de la cruz, que es también el Árbol de la Vida. Notemos que ahora la imagen ya no conduce a la muerte, y la adoración de la Serpiente deja de ser idolatría; al estar en comunión con la verdad, se convierte en un símbolo que eleva la mirada de los hombres para hacerlos participar de la Vida incorruptible. Cristo, el Hombre Perfecto, es la puerta abierta del cielo, el divino Reparador, la Verdadera Serpiente cuya sangre se ha convertido en medicina de la inmortalidad; es el Árbol único que florece eternamente en el centro del Edén.

Víctor J. Herrera Marzo de 2015

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Referencias: [1] Epifanio de Salamis, “Homilía sobre el grande y santo Sábado”. Disponible en la web: http://www.vatican.va/spirit/documents/spirit_20010414_omelia-sabato-santo_sp.html [2] Juan Damasceno, “Exposición de la Fe”, ed. Ciudad Nueva. [3] Ibídem. [4] Paul Evdokimov, “El arte del icono. Teología de la belleza”, ed. Publicaciones Claretianas. [5] San Juan Damasceno, op. cit. [6] Ibídem. [7] Nicolas de Cusa, “La visión de Dios”, ed. EUNSA. [8] Kallistos Ware, “Dios y el misterio de la oración”. Disponible en la web: http://www.holytrinitymission.org/books/spanish/dios_k_ware.htm [9] Friedrich Weinreb. “Kabala: la Biblia, divino proyecto del mundo”, ed. Sigal. [10] Ibídem. [11] Ibídem. [12] Nicolás de Cusa, “La docta ignorancia”, ed. Hyspamérica. [13] Pavel Florensky, “La columna y el fundamento de la Verdad”, ed. Sígueme. [14] Friedrich Weinreb, op. cit. [15] Cornelius Agrippa, “Filosofía oculta”, ed. Kier. [16] Ibídem. [17] Citado por Jean Chevalier y Alain Gheerbrant, “Diccionario de símbolos”, ed. Herder. [18] Paul Evdokimov, op. cit. [19] San Juan Damasceno, op. cit. [20] René Guénon, “La gran Tríada”, ed. Obelisco. [21] Friedrich Weinreb, op. cit. [22] John D. Zizioulas, “Comunión y alteridad”, ed. Sígueme. [23] Friedrich Weinreb, op. Cit. [24] Ibídem. [25] Ibídem.

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http://laescalera-sophia.com.ar/ [26] Ibídem. [27] Citado por Jean Hani en “Mitos, ritos y símbolos”, ed. Olañeta. [28] Akathisto al Santo Archiestratega Miguel Arcángel, Ikos I. Disponible en la web: http://cristoesortodoxo.com/2014/11/20/akathisto-al-santo-archiestratega-miguel-arcangel/ [29] Paul Evdokimov, op. cit. [30] San Juan Damasceno, op. cit. [31] Paul Evdokimov, op. cit. [32] Calixto e Ignacio Xanthopoulus, “Filocalia”, tomo IV, ed. Lumen. [33] Jacob Boehme, “Aurora”, ed. Siruela. [34] Dionisio el Areopagita, “Los Nombres divinos”, ed. Losada. [35] Akathisto al Santo Archiestratega Miguel Arcángel, Ikos IV. [36] Akathisto al Santo Archiestratega Miguel Arcángel, Ikos VII. [37] Citado por Henry Corbin en “La paradoja del monoteísmo”, ed. Losada. [38] Citado por Kallistos Ware en la introducción de “El arte de la oración” de Teófano el Recluso, ed. Lumen. [39] Dionisio el Areopagita, op. cit. [40] Citado por Louis Charbonneau-Lassay, “El bestiario de Cristo”, tomo II, ed. Olañeta.

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