Igualmente desiguales: una perspectiva arendtiana sobre la autoridad en el mundo educativo

September 13, 2017 | Autor: A. Revista Interd... | Categoría: Educación, Sociologia, Sociología De La Educación, Sociologia da Educação, Sociología, Educação
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Descripción

Igualmente desiguales: una perspectiva arendtiana sobre la autoridad en el mundo educativo. Teresa Portas Pérez Universidad de Vigo (España)

“Nuestra esperanza está siempre en lo nuevo que trae cada generación” Hannah Arendt. Teniendo en cuenta el lugar que ocupa la dimensión educativa en el desarrollo personal y, en consecuencia, cultural de nuestra sociedad, se tratará de aportar una somera reflexión acerca del papel que juega la autoridad en sentido arendtiano, (entendida ésta como condición indispensable de las relaciones establecidas en el mencionado ámbito), como herramienta para tratar de articular la inevitabilidad del conflicto generacional sobre el que se sustenta el cambio histórico. Ésta reflexión nos remite a la necesidad de apuntar hacia un equilibrio en la tensión sobre la que se mueve todo proyecto educativo, a saber: sistematización de una estructura de vigencias sociales, a la que los nuevos individuos vengan a incorporarse heterónomamente en función de unas habilidades específicas que hayan demostrado, o bien, un ámbito en constante renovación que persiga promocionar el mejor modo posible en que las diversas personalidades de los recién llegados al mundo puedan desplegarse, con las consecuencias que de ello se derivan para el dinamismo y el cambio social. Las tensiones aludidas encuentran su contexto de generación en una realidad, la educativa, preñada de diferencias, entre las que cabe destacar la económica, la racial y, transversalmente, la diferencia de género. En lo que respecta a las mujeres la cuestión de la autoridad, también en este ámbito, precisa de una radical revisión a la altura de un tiempo global que se precia de respetar las diferencias. Considering the relevance of education in the development of the person and, therefore, of culture and society as a whole, this paper attempts to think the role of authority –in an Arendtian sense, i.e. as in ineluctable condition of social relations- as a tool to deal with the inevitability of generational conflict which underpins historical change. From there we can suggest the need to strive for a balancing of the tensions of any educative project: those between a systematization of the structure of social norms and constraints [vigencias sociales] and the construction of a constantly renovating sphere. The former heteronomously incorporates individuals in terms of their specific skills, the latter seeks to promote a way to better develop the personalities of the newly born –with important consequences for social change. The tensions alluded to above find their context in an educative reality brimming with differences, among them economic, racial and gender based ones. As regards women, in a global time which boasts a respect for difference, the question of authority also needs to be radically rethought. Palabras clave: Inicio, acción, autoridad, natalidad, educación, desigualdad. Keywords: beginning anew, action, authority, natality, education, inequality.

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Creo que resultaría acertado comenzar contextualizando brevísimamente la figura de Hannah Arendt, filósofa o más bien teórica política, como gustó de ser identificada. Nacida en Alemania a comienzos del s.XX, constituye uno de esos claros ejemplos en que biografía y teoría conforman una unidad inextricable. Sufrirá las terribles consecuencias que se pueden deducir de su doble condición de mujer judía en la Alemania de los años 30, persecución y exilio. El grueso de su producción y carrera profesional la desarrollará en los EEUU. Profundamente comprometida, tanto en lo personal como en lo profesional, con la problemática del quehacer humano en la historia, cifra gran parte de sus preocupaciones en la deriva que el pensamiento social y político ha sufrido desde sus albores en la Grecia clásica. Interés éste que justifica su reiterado recurso al problema de la responsabilidad histórica, lo cual se halla en íntima conexión con sus complejas vivencias durante el advenimiento del nacionalsocialismo. Teniendo en cuenta esto, y dada su dilatada experiencia docente, no resulta extraño que la educación despertase su interés, aún no perteneciendo al grupo especializado de los teóricos de la misma. De hecho, sus opiniones al respecto se dirigen más hacia el sentido de la educación como tal que hacia los métodos específicos de una didáctica pedagógica. La pertinencia y vigencia de sus reflexiones en éste ámbito queda plenamente justificada a día de hoy, en la medida en que la tendencia que ella denuncia posee en la actualidad un perfil más acuciado e inminente que en el momento en que fue diagnosticada. El objeto que este trabajo persigue es el de ofrecer, desde una alternativa arendtiana, una breve aportación a las tensiones inherentes a la desigualdad (generacional) forzosa que habita el espacio de la enseñanza, así como, contribuir a la denuncia de injustificables disimetrías que en el citado ámbito permanecen, especialmente en lo tocante a la discriminación por razón de género. La crisis en la que está la educación se halla en íntima relación con la devaluación imparable que la autoridad ha venido sufriendo en el ámbito educativo. Y esta, a su vez, AGIR - Revista Interdisciplinar de Ciências Sociais e Humanas. Ano 1, Vol. 1, n.º 2, ago 2013

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no puede ser entendida sin advertir el modo en que nuestra actitud hacia el campo del pasado ha variado radicalmente, es decir, el radical retroceso que el recurso a la tradición padece en la actualidad. Arendt pone de manifiesto la pérdida del sentido originario de la autoridad durante la modernidad, concepto romano que refería directamente a un pasado común, a una meta común, cuya unidad se cifraría en el refuerzo reiterado del consenso original, en la legitimación del poder sin llegar a traicionarlo. De entre las causas que de este proceso pueden distinguirse cabe referir la pérdida de un mundo común, el auge de lo social, y la difuminación de la diferencia entre vida privada y vida pública. Roto el hilo de la tradición, debido a acontecimientos tan dramáticos como Auswitch, la educación ha perdido la dimensión humana que hasta ahora la convertía en el medio de transmisión del mundo común. Este proceso de pérdida, que se ha ido agudizando a lo largo de la modernidad, ha adquirido según Arendt tres características perfectamente identificables: 1. Se asume que existen un mundo y una sociedad infantiles independientemente del mundo de los adultos. El adulto no está en disposición de establecer contacto real con el/la niño/a. 2. La pedagogía entendida como ciencia de la enseñanza en general ha adquirido un estatuto propio, que la independiza de los contenidos a transmitir. 3. De este modo, la educación moderna ha terminado sustituyendo el hacer por el aprender y el trabajo por el juego. Dentro de esta lógica las consecuencias que se imponen en el universo educativo se orientan a la difuminación de los sujetos, en la medida en que lo que prima es la mera funcionalidad, donde objetos y personas resultan reemplazables. Su fin, entonces, es fabricar profesionales o trabajadores, pero no educar mentes. El problema que aquí se enfrenta no es una cuestión particular que caiga bajo el dominio de una ciencia específica, a saber, la ciencia pedagógica, sino la cuestión generalísima de cómo enfrentamos el hecho de que el mundo se renueve con cada

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nacimiento y que relaciones deberemos establecer entre el mundo de la infancia y de la edad adulta. Una categoría central en el pensamiento arendtiano será la de natalidad. Consistente ésta en la capacidad humana de renovación, que tiene lugar continuamente mediante la recepción de los recién llegados y al compartir con éstos la esfera pública, la natalidad obtiene como fin esencial la reconstrucción del mundo común. Resulta esencial a la condición humana su capacidad de comenzar algo nuevo en el mundo, iniciar nuevos objetivos y llevarlos a cabo. Uno de los aspectos que agudizan la gravedad de la crisis que la educación padece es la inercia que iguala a jóvenes y viejos, niños y adultos, al precio de la pérdida de autoridad. Del mismo modo, los adultos, las madres y padres, con el desprecio de la autoridad dan muestra de una grave dejación de responsabilidad respecto al mundo al que han traído a sus hijos/as. En la actualidad, dada la creciente aceleración de los cambios socio-culturales, la educación parece querer adaptarse a la celeridad de este movimiento renunciando con ello a la transmisión de una herencia, al sustento que aportaba una estabilidad. El reflejo que esta inercia tiene en las metodologías pedagógicas en boga pasa por una grave pérdida de calidad de los contenidos, mientras que lo que se potencia son las capacidades procedimentales. Educación para técnicos, en definitiva, que no transmite conocimientos sino habilidades. Lo que este enfoque deja irresponsablemente de lado es que el joven, como recién llegado, ha nacido en un mundo preexistente que no conoce. La escuela, institución que se halla a medio camino entre el hogar (ámbito privado) y el mundo (ámbito público), debe ayudar a introducir con la ayuda de los progenitores a las/los jóvenes en el mundo. Y el único modo en que esto puede ser llevado a cabo, sin perjuicio para sus jóvenes personalidades, es asegurando el método más propicio de descubrimiento de cada una de sus potencialidades específicas, potencialidades que nos caracterizan en último término. Pues bien, en el ámbito educativo esta responsabilidad frente al mundo toma la forma de autoridad, de tal modo que, invirtiendo los términos, la propia autoridad emana del AGIR - Revista Interdisciplinar de Ciências Sociais e Humanas. Ano 1, Vol. 1, n.º 2, ago 2013

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hecho de asumir la responsabilidad respecto al mundo que a profesores/as y progenitores compete. El acuerdo previo, que ofrece un sustento suficiente a la relación de autoridad que vincula a quién manda con quién obedece, se cifra en el mutuo reconocimiento de una jerarquía tácita. Con la desaparición de la autoridad esta jerarquía se difumina de tal modo que la única diferencia que cualifica al profesor/a frente al alumno/a es el papel de orientador/a. Por su propia índole, la pérdida de autoridad en el ámbito educativo representa una renuncia a la tradición, tradición que durante largo tiempo se ha encargado de vertebrar la memoria cultural, que fundamenta la toma de conciencia respecto a un mundo que se otorga-recibe como herencia. En opinión de Arendt, el educador/a en cuanto tal es un mediador del pasado que ejerce su función sobre unos niños/as, seres en devenir, que no están familiarizados todavía con un mundo al que se les debe introducir. Fueron determinadas ideas pedagógicas las que contribuyeron a pervertir el sentido genuino de la autoridad como responsabilidad y cuidado, tanto del mundo respecto a los recién llegados como de estos al mundo. Lo que se transmite de una generación a otra, las posibilidades de hacer mundo dentro del “mundo”, vinculación que dichas tendencias pedagógicas invalidan, forma parte de un pacto generacional. Lo que ya estaba (cuerpo, lengua, lugar) comporta unas posibilidades consigo que permitirán alumbrar todo nuevo comienzo, la expresión misma de una libertad. Con todo ello, cabe defender que la condición de posibilidad de una acción educativa recae en el mundo mismo, y en la experiencia de su durabilidad en el

tiempo;

durabilidad que permite, en último término, que los seres humanos devengan lo que son gracias a la mediación de otras personas que les transmiten ese mundo durable que llamamos cultura. La citada autoridad, cuya extinción podemos detectar en el sistema educativo, ha sido reivindicada de muy diversos modos, algunos de los cuales distan en gran medida del sentido original, tradicional, del concepto mismo. La autoridad puede residir en personas o bien en cargos públicos. Su rasgo distintivo consiste en el reconocimiento AGIR - Revista Interdisciplinar de Ciências Sociais e Humanas. Ano 1, Vol. 1, n.º 2, ago 2013

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indiscutible de aquellos llamados a obedecer, sin que en ello juegue papel alguno cualquier tipo de coerción o persuasión. Luego, la condición mediante la que la autoridad se mantiene pasa por el respeto a la persona o cargo que la ostenta. Cabe resaltar el hecho de que el tipo de obediencia que la autoridad en sentido propio detenta, pese a la opinión de muchos, y en la medida en que aumenta el poder vinculando intersubjetivamente a los miembros de la comunidad educativa, no hace más que mantener la libertad de los mismos. Ahora bien, frecuentemente se ha asociado el ejercicio de la autoridad, por el hecho de obtener unos resultados que se cifran en la obediencia, con el uso de la violencia. De tal modo que muchos de los que aconsejan un retorno a la autoridad, principalmente desde el bando conservador, encuentran en el orden establecido mediante el uso de la violencia un restablecimiento de la misma. En sentido arendtiano esto no sólo es falso sino que representa el planteamiento contrario a todo fundamento posible para una autoridad en sentido estricto. En palabras de Arendt “una verdadera autoridad excluye el uso de medios de coacción, solo se usa la fuerza cuando la autoridad fracasa”. La clase de autoridad consustancial al ámbito educativo, debido al hecho indiscutible de la existencia de una desigualdad entre el educador/a y el educando, se ha extrapolado erróneamente a otros ámbitos de la sociedad a lo largo de nuestra tradición. Ésta formal disimetría no debe, bajo ningún concepto, ser la premisa de relación humana alguna que envuelva una igualdad y dignidad constitutivas en el trato, como es la esfera política. La superioridad en la que se encuentra el educador/a, por motivos que tienen que ver con su posición en una jerarquía frente al educando, no es en medida alguna exportable al ámbito político, entendiendo éste por el conjunto de relaciones que se establecen entre los iguales. Es preciso por tanto distinguir claramente la propuesta arendtiana en educación de un conservadurismo tradicionalista al uso. Si bien es cierto que educar, en opinión de Arendt, consiste en legar una herencia a otras para que se la apropien y hagan suya, volviendo novedoso así lo que ya ha sido, este significado del término “tradición” se encuentra netamente alejado del concepto habitual de “tradicionalismo”. AGIR - Revista Interdisciplinar de Ciências Sociais e Humanas. Ano 1, Vol. 1, n.º 2, ago 2013

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No obstante, Arendt ha utilizado el término conservadurismo en el sentido de que la conservación es la esencia de la actividad educativa, en la medida en que ésta siempre protege algo. La responsabilidad del mundo de la que han de dar cuenta los educadores/as y/o padres/madres a las nuevas generaciones implica una actitud conservadora, pero esto únicamente tiene sentido en el campo de la educación y no en el ámbito político, dónde actuamos entre adultos e iguales. Es precisamente lo nuevo y revolucionario, que se halla potencialmente en cada niño/a, lo que debe ser preservado mediante una educación conservadora. El mundo que las nuevas generaciones heredan resulta para ellas, en tanto que mundo recibido, mundo viejo y anticuado desde su punto de vista. Por ello, el aprendizaje se vuelve necesariamente hacia el pasado. La cuestión estriba entonces en educar de tal modo que sea siempre posible un cambio, una corrección, cambio que remite a la acción novedosa emprendida por las nuevas generaciones que para ello han de hacer pie sobre lo recibido como tradición. El carácter temporal, tradicional, de la autoridad, al transmitir los asideros básicos que permiten a los individuos permanecer en el tiempo, da cuenta de su sentido etimológico a partir del término augere que significa aumentar. Apoyados en el modelo de los mejores ejemplos del pasado, los sujetos crecen y aumentan para hacerse cargo de un mundo heredado en el que forzosamente han de intervenir para modificarlo. La autoridad, en crisis en el mundo moderno, no hace más que asegurar la continuidad de las generaciones; la transmisión y la filiación hacen posible la educación. De este modo, la tarea última de la educación consistirá tanto en la conservación de la novedad contenida en cada recién llegado/a, como en la protección de las posibilidades del mundo. El/la educador/a por su parte preserva el pasado, no para anular las posibilidades de acción del educando, sino para promover lo imprevisto mientras se renueva un mundo común. Más allá de una disciplina técnica específica, la pedagogía arendtiana es una pedagogía del mundo que pretende dar cuenta del fenómeno de la entrada de los recién llegados/as al mundo, así como del cuidado del mismo. Desde este punto de vista, la radical responsabilidad que el planteamiento arendtiano reivindica pasa por proteger un espacio común en tiempos de anonimato, en la sociedad AGIR - Revista Interdisciplinar de Ciências Sociais e Humanas. Ano 1, Vol. 1, n.º 2, ago 2013

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de masas, donde la acción verdaderamente original y humanizada, frente a la pasividad numérica, se halla en peligro. El peligro último es la indiferencia hacia el mundo. La educación, por tanto, ha de estar enfocada hacia la búsqueda no solo de un saber instrumental, sino hacia la promoción de un pensamiento propio, un pensamiento responsable arraigado en la existencia del mundo. Para expresarlo de un modo especialmente afortunado utilizaremos sus propias palabras “La educación es el punto en el que decidimos si amamos el mundo lo bastante como para asumir una responsabilidad por él y así salvarlo de la ruina que, de no ser por la renovación, de no ser por la llegada de los nuevo y los jóvenes, sería inevitable” Retomando algo ya dicho más arriba, siempre que en el mundo moderno se ha tratado la cuestión de la autoridad, desde una perspectiva invariablemente conservadora, esta ha sido asumida a la noción de dominio, entendido como fuerza de imposición coercitiva; en la medida en que este sentido masculinizado del poder ha venido usurpando todo discurso posible sobre la autoridad, nos vemos obligadas a reinterpretar el término “autoridad” si pretendemos construir una, poco cultivada, autoridad femenina. Tradicionalmente, las mujeres no han encarnado sujetos susceptibles de detentar autoridad, en la medida en que autoridad y masculinidad constituían conceptos cuasi idénticos. Por ello se hace necesario aclarar un posible sentido renovado de autoridad femenina, imprescindible como veremos en el ámbito educativo. Frente a la cultura conservadora, la cultura de izquierdas ha solido enfrentar el autoritarismo apostando decididamente por un igualitarismo que difumina las diferencias de cualidad y mérito, costumbre que en el ámbito de las relaciones entre mujeres resulta, cuando menos, inapropiada. Entre los motivos que avalan esta impropiedad se halla fundamentalmente la realidad constituida por la enorme diversidad femenina, las mujeres, que no se debe hipostasiar mediante la referencia a “la mujer”, concepto este tan irresponsable como irreal. El concepto “la mujer” descualifica de base la irreductible heterogeneidad femenina, de tal modo que una mujer termina valiendo por otra por el mero hecho de ser ambas mujeres. Más allá de la hermandad entre mujeres (sororidad), que pretendía proporcionar un vínculo de referencia interfemenino frente al poder masculino, la apelación a una AGIR - Revista Interdisciplinar de Ciências Sociais e Humanas. Ano 1, Vol. 1, n.º 2, ago 2013

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autoridad femenina debe abogar por la emergencia dentro de la comunidad femenina de las diferencias, es decir, saber reconocer y aceptar la superioridad de otra mujer por motivos de mérito y dotación personal. Así pues, la reivindicación de la autoridad, encarnada en las mujeres, resulta imprescindible en una sociedad que pretende limar las diferencias entre hombres y mujeres, dado que proporciona unos vínculos y apoyos fundamentales para la consecución de los propios deseos femeninos. Además de ayudar a sacar a la luz nuevos modelos, nuevos referentes femeninos, más allá del comportamiento adjudicado tradicionalmente a las mujeres, que sirvan de elemento de proyección personal en los diversos ámbitos de la vida pública. Es preciso, asimismo, acabar con el mito de la llamada rivalidad entre mujeres, mito que obtiene su sentido de las fricciones que tienen lugar entre los inferiores, asumidos como tales, cuando estos pugnan por obtener el reconocimiento de un superior al que deben complacer (el varón). Destruida la inferioridad el reconocimiento resulta sencillamente innecesario. En definitiva, la función de la autoridad femenina resulta una alternativa mediadora, un movimiento que otorga más orden simbólico que social (jerárquico). En la búsqueda de una autoridad distinta del poder, la autoridad femenina ahonda en un modelo de confianza y cooperación intergrupal que no puede ser asumido por las jerarquías tradicionales. Lo que este nuevo modelo de autoridad proporciona al ámbito educativo no sólo se cifra en la lucha frente a las desigualdades injustificables que permean este, como tantos otros, ámbitos de la sociedad. En lo que respecta al profesorado, la autoridad femenina juega un papel esencial en pro de la igualación de oportunidades entre hombres y mujeres. También en el contexto educativo ha llegado la hora de que las mujeres (profesoras y alumnas) no deban reduplicar sus esfuerzos para demostrar su valía profesional, y obtener con ello idéntico respeto y consideración de cargo que sus compañeros varones.

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