IgnacioCabello, La Guerra de la Independencia Española. Orígenes, desarrollo y conclusión

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LA NACIÓN EN ARMAS ORÍGENES, DESARROLLO Y CONCLUSIÓN DE LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA ESPAÑOLA (1808-1814) IGNACIO CABELLO LLANO UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE MADRID RESUMEN: En este trabajo se va a tratar, de manera humilde por los límites que la realidad universitaria nos impone, de realizar un somero estudio de la llamada Guerra de la Independencia Española, esa guerra nacional frente a la invasión napoleónica que sentó las bases de la construcción del Estado liberal y constitucional español decimonónico, analizando el contexto en el que se produjo, los orígenes de la contienda y el desarrollo y conclusión de la misma, para llegar a una conclusión final que nos ofrezca las claves necesarias para entender este episodio de nuestra historia. PALABRAS CLAVE: España, Guerra, Independencia, 1808-1814, Napoleón, Nación 1. INTRODUCCIÓN: ALGUNAS CUESTIONES PREVIAS La llamada Guerra de la Independencia Española (1808-1814) representa, sin duda alguna, uno de los episodios más llamativos y decisivos de la historia de España, constituyendo un referente generalizado por su dimensión popular, por su trascendencia política y por sus novedades militares. Además es uno de los que más literatura, arte, cultura, ideas políticas y sentimientos populares ha generado. Fue, sin duda, como afirma Emilio de Diego García, nuestra “guerra nacional” por excelencia, el hecho fundente y fundante de la España contemporánea. Ya Metternich lo proclamaba con rotundidad: “Si hubo jamás una guerra nacional – escribía el político austriaco a finales de 1808– es la presente guerra” 1. En efecto, la defensa frente a un enemigo exterior –Napoleón– jugó un factor clave en la eclosión del nacionalismo romántico español. Sigue el profesor De Diego: «Para la inmensa mayoría de los españoles, liberales o tradicionalistas, monárquicos o republicanos, centralistas o federalistas, clericales o anticlericales… civiles y militares, “…el recuerdo más popular, la epopeya más viva de nuestras glorias, sin duda alguna –como expresaba tempranamente el marqués del Duero– es la guerra de la Independencia”» 2. La intervención militar francesa en la Península suponía, por su magnitud y por los objetivos políticos que perseguía, una grave amenaza para la supervivencia de España y de todas y cada una de sus regiones. Así, no quedaba más alternativa que someterse a los proyectos o batirse unidos contra ellos. La inmensa mayoría de los españoles, fuesen de donde fuesen –castella1

DE DIEGO GARCÍA, Emilio, Para entender la derrota de Napoleón en España, Madrid, Arco Libros, 2010, p. 7. 2 DE DIEGO GARCÍA, Emilio, “La Guerra de la Independencia. Una guerra dentro de otras guerras”, Monte Buciero 13. Cantabria durante la Guerra de la Independencia, Santander, 2008, p. 48.

La nación en armas. Orígenes, desarrollo y conclusión de la Guerra de la Independencia Española (1808-1814) nos, andaluces, valencianos, catalanes, vascos, gallegos, americanos, etc.–, «antepusieron el valor de la identidad española, en lucha por su independencia, a cualquier consideración, aún desde posiciones ideológicas distintas en determinados aspectos. Cientos de proclamas y manifiestos coincidían en la defensa de la fidelidad a Fernando VII, el amor a la fe y a la religión católicas; el valor; el honor; la libertad y la independencia, sentidos como herencia histórica común» 3. Por ejemplo, la Junta de Gobierno de Vizcaya, en una de sus proclamas, a primeros de agosto de 1808 se dirigía a todos los españoles llamándoles a actuar unidos por ese ideal común que era la libertad frente al invasor francés: «Los vascongados a los demás españoles. Españoles: somos hermanos, un mismo espíritu nos anima a todos […] Aragoneses, valencianos, andaluces, gallegos, leoneses, castellanos […] olvidad por un momento estos mismos nombres de eterna armonía y no os llaméis sino españoles».

Asimismo, la Guerra de la Independencia Española se convirtió en el marco de enfrentamiento de dos formas distintas de percibir la historia: una portadora de los valores de la Ilustración, basados en el racionalismo y el progreso de la Humanidad, y la otra asentada en el romanticismo, o al menos en una de sus vertientes. La guerra contra los planes del Emperador francés fue, esencialmente, el rechazo al proyecto de una Europa apoyada en una cosmovisión racionalista y potencialmente modernizadora. Frente a eso se alzó el “espíritu” en defensa de la tradición y de las reformas, pero en libertad. Dice el profesor De Diego que «el pueblo español se batió por su antigua manera de vida, por su rey, por su religión, contra modos e ideas extranjeras, fueran éstas buenas, malas o indiferentes» 4. Aunque lo hasta ahora dicho no deja de tener parte de verdad, Sánchez Gómez nos recuerda que no debemos caer en una visión idealizada y mitificada de la Guerra de la Independencia como «un conflicto en el que las tropas francesas invasoras del hogar patrio fueron vencidas en una combinación de patriotismo unánime de los españoles y heroísmo popular, sentimientos que consiguieron lo que en otros países europeos no había sido posible lograr: la derrota de los ejércitos de Napoleón Bonaparte» 5. Es cierto que Napoleón no fue derrotado por el «patriotismo unánime de los españoles y el heroísmo popular», ya que, en primer lugar, no fueron únicamente españoles los que lucharon contra Bonaparte –recordemos la importancia del ejército anglo-portugués–, y, en segundo lugar, la resistencia militar no fue tan unánime como generalmente se plantea –pensemos en el caso de los afrancesados, aquellos que colaboraron con los invasores o en «los mitificados guerrilleros hispanos que, en muchas ocasiones, ejercían más bien como bandidos y salteadores que como heroicos y casi románticos oponentes a los soldados galos; incluso dentro de las filas españolas hubo grandes disensiones» 6–.

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Ibíd., p. 50. DE DIEGO GARCÍA, Emilio, Para entender…, op. cit., p. 9. 5 SÁNCHEZ GÓMEZ, Miguel Ángel, “La invasión napoleónica. ¿Guerra de independencia o guerra civil?”, Monte Buciero 13. Cantabria durante la Guerra de la Independencia, Santander, 2008, p. 71. 6 Ídem. 4

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Ignacio Cabello Llano Fuera como fuese, como señala Enrique Martínez Ruiz, «es muy frecuente considerar esta guerra fuera de su contexto internacional, lo que constituye una gran limitación en su percepción, ya que se tiende a verla como una especie de antesala del siglo XIX» 7. La triste separación que nuestra historiografía y nuestro sistema de enseñanza han venido haciendo tradicionalmente entre la Historia de España y la Historia de Europa o del Mundo, ha provocado que fenómenos como éste, que no pueden ser sino entendidos en un contexto más amplio, sean estudiados como capítulos aislados y desde una perspectiva nacional que no tiene en cuenta aquello que acaece más allá de las propias fronteras. Asimismo, en ocasiones la Guerra de la Independencia es vista como un preludio a los acontecimientos que vendrían después –la llamada construcción del Estado liberal español–, «como una especie de antesala del siglo XIX». En consecuencia, sigue Martínez Ruiz, «nuestra Guerra de la Independencia hay que insertarla en la dinámica internacional de fines del siglo XVIII y comienzos del XIX, que es desde nuestro punto de vista la manera correcta de plantearla y abordarla» 8. En este sentido, afirma De Diego que «un intento para comprender lo sucedido en España entre 1808 y 1814, requiere no solamente el estudio de la historia local y regional, sino una consideración del conflicto más allá de los límites del territorio español. Nada resulta suficientemente claro sin atender no sólo al horizonte peninsular, sino a otros conflictos ligados a él, que tienen por escenario el Viejo Continente, en los cuales se decide el futuro de la contienda» 9. Así pues, en este trabajo se va a tratar, de manera humilde por los límites que la realidad universitaria nos impone, de realizar un somero estudio de la llamada Guerra de la Independencia Española, esa guerra nacional frente a la invasión napoleónica que sentó las bases de la construcción del Estado liberal y constitucional español decimonónico, analizando el contexto en el que se produjo, los orígenes de la contienda y el desarrollo y conclusión de la misma, para llegar a una conclusión final que nos ofrezca las claves necesarias para entender este episodio de nuestra historia. 2. EL DESMORONAMIENTO DE LA MONARQUÍA HISPÁNICA (1788-1808) A la hora de explicar la crisis general del Antiguo Régimen suele considerarse la subida al trono de Carlos IV en 1788 como el punto de partida cronológico. Su reinado (1788-1808), marcado por el desastre y tradicionalmente muy poco respetado por la historiografía, estuvo totalmente condicionado por la Revolución Francesa. De hecho, afirman Calvo Maturana y González Fuertes, que «quizá la España de los pequeños pasos, la del Antiguo Régimen y las reformas borbónicas se rompió en 1789» 10. Fue un periodo bisagra entre Carlos III y la Gue7

MARTÍNEZ RUIZ, Enrique, La Guerra de la Independencia (1808-1814). Claves españolas en una crisis europea, Madrid, Sílex, 2007, p. 11 8 Ídem. 9 DE DIEGO GARCÍA, Emilio, “La Guerra de la Independencia…”, op. cit., p.45. 10 CALVO MATURANA, Antonio y GONZÁLEZ FUERTES, Manuel Amador, “Monarquía, Nación y Guerra de la Independencia: debe y haber historiográfico en torno a 1808”, Cuadernos de Historia Moderna. Anejos, VII [número dedicado a la Crisis política y deslegitimación de monarquías], Universidad Complutense de

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La nación en armas. Orígenes, desarrollo y conclusión de la Guerra de la Independencia Española (1808-1814) rra de la Independencia, entre la Ilustración y el Romanticismo, entre el absolutismo y el liberalismo. Representó la agitada transición de nuestro país a la época contemporánea, y estuvo condicionado tanto por las repercusiones de un acontecimiento exterior completamente novedoso –el éxito de la Revolución Francesa de 1789– como por las graves dificultades internas españoles. Las derrotas militares, la bancarrota económica, la pérdida de confianza de los españoles en sus gobernantes y el imparable desmoronamiento institucional del sistema monárquico absolutista del Antiguo Régimen fueron algunos de los problemas más complicados que se plantearon mientras permaneció en el trono Carlos IV, un rey indolente, débil, poco capacitado, manejado por su esposa y su valido –amantes, por cierto–, y desinteresado por las cuestiones de Estado, que asumió la corona cuando ya sobrepasaba los cuarenta años de edad. En definitiva, durante el reinado de Carlos IV, el proceso de deterioro y desmoronamiento del obsoleto e ineficaz sistema del Antiguo Régimen, se aceleró con rapidez en España. Veamos algunos factores de este desmoronamiento de la Monarquía Hispánica. En primer lugar debemos tener en cuenta la conmoción general que la Revolución Francesa, el regicidio de 1793 y el ascenso de Napoleón provocaron en la Monarquía Hispánica –y en el resto de Europa–, que vio cómo se removían los principios ideológicos, políticos y geoestratégicos de todo un siglo. Los sucesos franceses provocaron una enorme conmoción en todo el mundo y extendieron el pánico entre los reyes, los nobles y los clérigos de toda Europa. En el reinado de Carlos IV debemos distinguir dos fases en la política exterior española. Una primera fase estuvo marcada por la hostilidad hacia Francia (1789-1795): el objetivo primordial era aislar a España del contagio revolucionario y cerrar el país a toda posible penetración de la ideología subversiva francesa. Sin embargo, a partir de la firma del Tratado de San Ildefonso, un pacto hispano-francés dirigido contra Gran Bretaña, se sucedió una segunda fase caracterizada por la reanudación de los Pactos de Familia con Francia (1796-1808), anteponiéndose los intereses territoriales, económicos y comerciales en Hispanoamérica –amenazados por Gran Bretaña– a las anteriores discrepancias ideológicas. Así, España y Francia iniciaron una prolongada guerra contra Gran Bretaña y Portugal, con resultados nefastos para la flota y la economía españolas –pensemos en la sonada derrota de Trafalgar en 1805–. Esta política exterior, que, enfrentada a Inglaterra, cortaba la comunicación con América y que, unida a Napoleón, compartía todas sus derrotas navales sin salir beneficiada de sus victorias continentales, supuso una auténtica ruina. Como veremos más adelante, en 1808 nos encontramos con un contexto exterior dominado por los planes expansionistas de Napoleón, en los que España era una pieza –u objetivo– clave. Al pánico a la expansión de las ideas revolucionarias liberales por España y a los repetidos fracasos militares en las guerras contra Francia y Gran Bretaña se sumaron otras complicaciones internas como la bancarrota financiera estatal, los endeudamientos crónicos, la inflación, las continuas griegas, las malas cosechas y las epidemias, factores que causaron un enorme Madrid, 2008, pp. 321-377.

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Ignacio Cabello Llano malestar popular y graves tensiones sociales. Los historiadores coinciden en hablar de “derrumbe” y “colapso” económico en aquella Monarquía Hispánica; y las crisis de subsistencia son un conocido desencadenante de descontento cuando no de conflictividad social. Por último, habría que hablar de la desconfianza de la población en los gobernantes y del enfrentamiento por el trono entre Carlos IV y su propio hijo Fernando. En 1792, el rey colocó al frente del Gobierno al extremeño Manuel Godoy, un simple oficial de la guardia real, sin estudios, pero ambicioso y hábil, que logró ascender a o más alto del poder –con sólo 25 años de edad– gracias a su “íntima amistad” con la reina María Luisa de Parma. Desde entonces, y casi sin interrupción, Godoy llevó siempre la dirección de todos los asuntos de Gobierno, logró que el rey le concediera tierras y títulos nobiliarios, y llegó a convertirse en uno de los tres hombres más ricos de España. Sin embargo, los repetidos errores del Gobierno hicieron que la mayoría de la población española perdiera la confianza en sus dirigentes. Godoy era universalmente aborrecido –no sólo por la nobleza y el clero, que sentían un profundo rechazo hacia el advenedizo extremeño, sino también por el pueblo– y descalificado por sus enemigos, que lo llamaban “malvado”, “rufián brutal”, “disoluto garzón”, “traidor y archipirata”, “el más ingrato y brutal de todos los mortales”, “oprobio del género humano”, etc. 11 Todo el mundo se reserva un chascarrillo para referirse a las andanzas de Godoy y la reina, inseparables de la proverbial complacencia del monarca. Se ha llamado a María Luisa “rey de España”; se ha escrito que Carlos IV fue el primer monarca liberal constitucional, puesto que reinó, pero no gobernó; se ha dicho en tono jocoso que el mayor error de Godoy fue el «no respetar las preeminencias de cuna queriendo hacerse noble por cuño real» –nótese el juego de palabras–; y algunos han llegado a decir con que España fue gobernada por un trío sexual. 12 A esta pésima reputación que rodeaba a las figuras del rey, la reina y Godoy, se sumó el desencanto de los sectores más tradicionales, que habían ido viendo a lo largo del siglo XVIII cómo el reformismo borbónico había ido comprometiendo el equilibrio del Antiguo Régimen limitando el poder de los dos estamentos que la sustentaban: la nobleza y el clero. En el reinado de Carlos IV, el clientelismo y la camarilla de Godoy –que tenía pretensiones al trono–, el apoyo a los jansenistas, la desamortización, el apoyo a las críticas ilustradas de las manos muertas, los rumores de abolición de la Inquisición y de creación de una contribución para todos los estamentos, etc., aceleraron un proceso ya iniciado: el del desencanto de los sectores tradicionales con el reformismo borbónico más radical. Todo ello resultó en la coalición de las fuerzas tradicionales en torno a un grupo opositor: el “Partido Fernandino”. 13 Las élites tradicionales habían visto empequeñecidas sus atribuciones, poderes y posiciones en la Corte

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ÉTIENVRE, Françoise, introducción a CAPMANY, Antonio, Centinela contra franceses. Edición con introducción, notas y apéndices documentales por F. Étienvre, Londres, Tamesis Books Ltd., 1988; y HERRERO, Javier, Los orígenes del pensamiento reaccionario español, Cuadernos para el Diálogo, Madrid, 1971, pp. 241-245. 12 CALVO MATURANA, Antonio y GONZÁLEZ FUERTES, Manuel Amador, op. cit., p. 323. 13 Ibíd., p. 327.

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La nación en armas. Orígenes, desarrollo y conclusión de la Guerra de la Independencia Española (1808-1814) por el control que ejercían Godoy y su camarilla, y buena parte estas élites buscó y encontró el apoyo del príncipe de Asturias como alternativa a Carlos IV y, sobre todo, a su valido. Fernando, además, influido por su preceptor, Juan Escóiquiz, había crecido aborreciendo a su madre y al valido de su incompetente padre, pues veía en él un grave obstáculo para reinar, cuando le llegase la hora, de manera absoluta. 3. LA CRISIS DE 1808 Y EL COMIENZO DE LA GUERRA La Guerra de la Independencia se inició en la primavera de 1808, y los sucesos del 2 de mayo son considerados el arranque convencional de ésta, pues representaron el inicio de la resistencia al proyecto napoleónico de ocupación. Fueron dos las variables que coincidieron en 1808 y que precipitaron el inicio de la contienda: un contexto exterior dominado por los planes expansionistas de Napoleón, en los que España era una pieza –¿víctima?– clave, y la crisis política e institucional interna española. En 1807 Napoleón gozaba de una hegemonía incontestada en la Europa continental, lo cual le permitió proyectar su estrategia con respecto a Gran Bretaña para consolidar definitivamente su hegemonía. Para ello, recurrió a un sistema de bloqueo comercial, allí donde Gran Bretaña podía ser más sensible, en la base económica de su hegemonía. Si se bloqueaban sus rutas comerciales se minaba la base de su riqueza y expansión, es decir, la práctica del desarrollo económico británico. Pero para ahogar a Gran Bretaña precisaba la colaboración de la península Ibérica: Bonaparte necesitaba a España en su política de bloqueo antibritánico de forma directa, pero también indirecta, como vía hacia Portugal. Así, el 27 de octubre de 1807, España y Francia firmaron el tratado de Fontainebleau con el objetivo de invadir y dividir Portugal en tres principados –uno de los cuales sería cedido al propio Godoy–, que quedarían bajo la protección del Rey de España. Se acordó también que, para facilitar el ataque a Portugal, a partir de ese momento un cuerpo de tropas imperiales de unos 25.000 hombres de infantería y 3.000 de caballería tendría paso franco por España para llegar a Lisboa. En un mes el ejército francés entraba en Lisboa y se hacía con el control de Portugal. No obstante, los ejércitos napoleónicos continuaron penetrando y asentándose en puntos estratégicos. La presencia y acantonamiento de las tropas francesas generaron una gran tensión y desconfianza entre la población, y al mismo tiempo crecía el odio hacia Godoy, considerado culpable de todo. Con todo esto, muy poco les iba a costar a los fernandinos poner en marcha un levantamiento para derribar a Godoy y hacer abdicar a Carlos IV. Las tensiones políticas de Palacio entre las élites españolas no dejaban de crecer, y el ambiente en la Corte era cada vez más caótico. La división de la Corte y discordias dentro de la familia real hicieron crisis en un primer momento en la conjura de El Escorial de 1807. Esta conspiración, que tenía como objetivos arrestar a Godoy, destronar a Carlos IV y envenenar a la reina para situar a Fernando en el trono, fue descubierta, y el 29 de octubre el príncipe de Asturias fue arrestado y obligado a confesar el nombre de sus cómplices –todos ellos miembros

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Ignacio Cabello Llano de la alta aristocracia– para obtener el perdón de su padre. El episodio concluyó con el perdón del Monarca para su hijo, y la absolución judicial del resto de implicados, que, no obstante, no se libraron del destierro gubernativo. El siguiente intento tuvo lugar en el motín de Aranjuez la noche del 17 de marzo de 1808, aunque esta vez con unas fuertes connotaciones y proyección popular. El origen, objetivos y personajes principales fueron los mismos, es decir, detrás de este complot se hallaban la camarilla de Fernando y oficiales del ejército. La novedad reside en un nuevo actor en escena: el pueblo, cuyo descontento, fruto de la mayor actividad de las tropas francesas, que ya revelaban sus auténticos planes para España, fue canalizado e instrumentalizado contra Godoy. Afirman Calvo Maturana y González Fuertes que «lo que tuvo lugar en Aranjuez aquel marzo de 1808 fue un “motín cortesano”, un golpe de Estado en toda regla con muchas menos connotaciones populares que el Motín de Esquilache, pero agravado por el apoyo del príncipe de Asturias a los amotinados y por la presencia de las tropas francesas en la Península» 14. Efectivamente, en contra de lo que generalmente se cree, no nos encontramos ante un motín o revuelta popular –aunque tuviera una importante dimensión y proyección popular–, sino ante un complot aristocrático, lo que Artola ha denominado un “motín cortesano” 15. Ángel Bahamonde dice al respecto que «El proceso de El Escorial y el motín de Aranjuez, dos episodios de la misma trama, son una revuelta de privilegiados, a modo de resistencias, pero también primer escalón de una crisis social» 16. Esta vez el éxito fue concluyente: además de la destitución del valido, el 19 de marzo Carlos IV renunció a la Corona en favor del príncipe Fernando, coronado ahora como Fernando VII. Aunque, afirma Bahamonde que «no por ello la crisis política y dinástica quedó cerrada» 17. Todos estos acontecimientos fueron observados con mucho interés por Napoleón, que consideró que había llegado el momento oportuno para proseguir con sus planes de incorporar España al sistema de Estados satélites del imperio mediante una sustitución dinástica de un Borbón por un Bonaparte. En su doble estrategia, la parte militar parecía concluida –a estas alturas los ejércitos imperiales habían consolidado su presencia en la meseta norte y Cataluña, y el 23 de marzo, el general Murat, lugarteniente del emperador en España, entró en Madrid–. Faltaba culminar la vertiente política, cuyo fin último suponía el cambio de dinastía. La actitud de las camarillas enfrentadas de Godoy y de Fernando había convertido a Napoleón en el árbitro de una situación –la confusión institucional y de poder que se vivía en España– que no dudaría en aprovechar para sentar en el trono español a un príncipe imperial. Esta estrategia de sustitución dinástica tendría como escenario la ciudad francesa de Bayona, donde acudie14

CALVO MATURANA, Antonio y GONZÁLEZ FUERTES, Manuel Amador, op. cit., p. 330. ARTOLA GALLEGO, Miguel: “La crisis institucional”, en Actas del congreso Internacional: El 2 de Mayo y sus precedentes, Madrid, Madrid Capital Europea de la Cultura, 1992, pp. 269-272. 16 BAHAMONDE, Ángel y MARTÍNEZ, Jesús Á., Historia de España. Siglo XIX, Madrid, Cátedra, 2011, p. 27. 17 BAHAMONDE, Ángel y OTERO, Luis Enrique, “La casa de Austria – El siglo XX” en Enciclopedia temática Oxford, Vol. XV. España, Barcelona, 62/Difusió Editorial, 2004, p. 31. 15

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La nación en armas. Orígenes, desarrollo y conclusión de la Guerra de la Independencia Española (1808-1814) ron a finales de abril Fernando VII, Godoy, Carlos IV y María Luisa de Parma. Reuniendo a la familia real en Bayona –y descabezando así a una España ya confusa–, Napoleón consideró que ya había cubierto su plan sobre la Península, pero, nuevamente, el asunto no quedaba zanjado. Señalan Calvo Maturana y González Fuertes que al igual que ni Fernando VII ni Escóiquiz habían podido imaginar que Napoleón fuese a coger la corona que le estaban poniendo en bandeja, «el emperador se vio sobrepasado por el cariz que tomaron los acontecimientos a partir de mayo» 18. Efectivamente, la primavera de 1808 alteró bien la sangre de los españoles, y las cosas no se pondrían nada fáciles para el invasor. Desde la entrada de Murat en la capital, las fricciones entre los paisanos y los soldados galos se venían multiplicando, generando una situación de tensión creciente que presagiaba un choque sangriento que, en opinión de Antonio Fernández, no tenía nada de inesperado, pues «pudo producirse la rebelión a lo largo de ese mes [abril] en varias ocasiones» 19. A generar este clima contribuyeron la actitud altanera y autoritaria del mando francés, que se comportaba más como un ocupante en ciudad conquistada que como aliado; el acaparamiento de ciertos alimentos para el aprovisionamiento de un ejército francés cercano a los 30.000 hombres distribuidos por Madrid; el alojamiento forzoso de muchos soldados y oficiales franceses; la salida de la ciudad de la mayor parte de la guarnición española, y la partida –hacia un destino incierto– de Fernando el 10 de abril, lo cual dejaba a los madrileños en una situación de indefensión entre tanto soldado francés. Las reyertas y altercados sangrientos, en calles y tabernas, entre españoles y franceses fueron haciéndose cada vez más numerosos. Los rumores acerca de las verdaderas intenciones de Napoleón no tardaron en alimentar los corrillos populares en las tertulias, trastiendas de librerías, tabernas, botillerías, y los formados en plena calle. El ambiente estaba cada vez más crispado, y antes o después iba a estallar. El Infante Antonio Pascual, presidente de la Junta Suprema de Gobierno instituida por Fernando antes de su partida como órgano de regencia mientras se encontrara ausente, se plegó a las intenciones de Murat, quizás por temor a desencadenar una guerra, y consintió el traslado de los últimos miembros de la casa real –la Infanta María Luisa, reina de Etruria, y el Infante don Francisco de Paula– hacia Bayona. Así, los franceses se aseguraban de que ningún miembro de la familia real pudiese convertirse en símbolo de la resistencia antibonapartista. En la mañana del 2 de mayo, día en que la ciudad estaba especialmente concurrida por la celebración del mercado, grupos de paisanos se congregaron en las puertas de Palacio. Para entonces había cuajado la idea del «secuestro» de la familia real, del «engaño francés». Hacia las siete de la mañana, desde las Caballerizas de Palacio, dos carruajes se aproximaron a la Puerta del Príncipe. Hacia las ocho y media, la Infanta María Cristina y sus hijos ocupa18

CALVO MATURANA, Antonio y GONZÁLEZ FUERTES, Manuel Amador, op. cit., p. 330. FERNÁNDEZ GARCÍA, Antonio, “La tensión de las vísperas. Sublevación espontánea de un pueblo sin caudillos”, en DE AGUINAGA, Enrique [dir.] y ABELLA POBLET, Manuel [ed.], Ilustración de Madrid, Nº 7 [Monográfico Dos de Mayo], primavera de 2008, p. 5.

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Ignacio Cabello Llano ron el primer coche, que partió inmediatamente. El segundo coche esperaba. De pronto, apareció un hombre que indagó de los cocheros qué estaba sucediendo. Penetró luego en el zaguán de Palacio, para salir al momento gritando: “¡Traición! ¡Traición! Nos han llevado al Rey y se nos quieren llevar a todas las personas reales! ¡Mueran los franceses!”. Parece que, al tiempo, se asomó a uno de los balcones de Palacio un gentilhombre que gritó a la gente que empezaba a arremolinarse en las inmediaciones: “¡Vasallos! ¡A las armas! ¡Que se llevan al Infante!”. Estos gritos dieron inicio al levantamiento popular antifrancés del Dos de Mayo 20. La noticia de lo ocurrido llegó a oídos de Murat, que de inmediato movilizó un batallón de infantería, un escuadrón de caballería mameluca y dos piezas de artillería, una respuesta desproporcionada acorde con su altanería, según Bahamonde 21. Comenzó entonces el enfrentamiento que pronto se iba a convertir en lucha callejera, y como escribiría Galdós, «si un momento antes la mitad de los madrileños eran simplemente curiosos, después de la aparición de la artillería todos fueron actores. Cada cual corría a su casa, a la ajena o a la más cercana en busca de un arma, y no encontrándola, echaba mano de cualquier herramienta. Todo servía con tal que sirviera para matar» 22. En efecto, los madrileños se armaron con navajas, trabucos, azadones y con lo que pudieron, pues, como sigue diciendo Galdós, «el arsenal de aquella guerra imprevista y sin plan, movida por la inspiración de cada uno, estaba en las cocinas, en los bodegones, en los almacenes al por menor, en las salas y tiendas de armas, en las posadas y en las herrerías». La revuelta se convirtió en un levantamiento generalizado, abandonando el espacio próximo a Palacio para extenderse a lo largo y ancho de la ciudad. La muchedumbre fue arrinconada hacia la Puerta del Sol, donde se libró el grueso del desigual combate, con numerosas víctimas entre la población civil. Después, el espacio del conflicto se trasladó a los cuarteles de Monteleón, donde la sublevación popular contó con la excepcional colaboración de algunos oficiales, liderados por los capitanes Luis Daoíz y Pedro Velarde, que desobedecieron las órdenes que tenía la guarnición española de no intervenir. Pero a primera hora de la tarde la superioridad militar francesa acabó por imponerse. Comenzó así una dura represión, entre el 2 y el 5 de mayo, que actuó de eco y de impulso de una cadena de levantamientos por todo el país. Los levantamientos armados contra los franceses se repitieron en muchos lugares de España entre los días 7 y 10 de mayo a medida que se iban extendiendo las noticias del engaño francés y de los sucesos de Madrid, que se convirtieron en un símbolo de patriotismo y nacionalismo español contra el invasor gabacho. Siguiendo el ejemplo de aquellos que murieron en Madrid, los alcaldes de Móstoles Andrés Torrejón y Simón Hernández declararon la guerra a Napoleón en el conocido Bando de Independencia, que rápidamente se extendió por toda España alentando a otras muchas localidades españolas 20

ESPADAS BURGOS, Manuel, “De la consternación a la ira. Madrid, ciudad tomada por el ejército francés”, en DE AGUINAGA, Enrique [dir.] y ABELLA POBLET, Manuel [ed.], op. cit., p. 39. 21 BAHAMONDE, Ángel y MARTÍNEZ, Jesús Á., op. cit., p. 30. 22 PÉREZ GALDÓS, Benito, “XXVI: El 19 de Marzo y el 2 de Mayo” en Primera Serie de los Episodios Nacionales, 1873.

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La nación en armas. Orígenes, desarrollo y conclusión de la Guerra de la Independencia Española (1808-1814) a hacer lo mismo 23.El espacio de la resistencia trascendía los límites de la capital, y autoridades locales de todas las regiones del país llamaron a la población a que se uniesen a esta guerra que comenzaba, una guerra de liberación nacional. Mientras todo esto ocurría en España, en Francia se sucedieron durante los diez primeros días de mayo las abdicaciones de Bayona, mediante las cuales la Corona española, como símbolo de legitimidad, pasó de Fernando a Carlos y de éste a Napoleón, quien más tarde se la ofrecería a su hermano José. Napoleón, que se consideraba árbitro de la política española, no podía moralmente restablecer por la fuerza a Carlos IV contra la opinión nacional, ni tampoco reconocer a Fernando VII por haberse sublevado contra su padre y ser partidario de los ingleses, ni tampoco podía dejar a España en la anarquía y a merced de Inglaterra. Era necesario, pues, que un príncipe imperial ocupase el trono español; no había otra opción. De esta manera, con la familia real española cautiva en Bayona, José I Bonaparte se convertía el 6 de junio en el nuevo monarca de un país que así se incluía a la red familiar de Estados satélites que el emperador había diseñado para Europa. El panorama a comienzos del verano de 1808 era de una inestabilidad política tremenda. Un francés había usurpado el trono, arrebatándole la corona a la familia real española, que se hallaba retenida en el extranjero, y la inmensa mayoría de los españoles –excepto los que han pasado a la historia como afrancesados– no aceptaban al nuevo monarca impuesto. La Junta de Gobierno que Fernando VII había instituido a su marcha del país y en la que había delegado su poder, se hallaba desmembrada y descabezada, pues tras la marcha del Infante Antonio Pascual había quedado en manos de Murat. José Bonaparte, para solemnizar el cambio de dinastía, propuso la reunión en Bayona de una Asamblea que estuvo formada por algunos nobles y eclesiásticos, veinte diputados elegidos por sus provincias y una treintena de españoles que residían en Francia, y que dio al país su primer texto constitucional: la Carta otorgada o Estatuto de Bayona, que, sin embargo, no llegó a ser aplicado a causa de la guerra. El vacío de poder ocasionado por las abdicaciones de Bayona y la no aceptación por parte de la mayoría de los españoles del nombramiento de José, facilitaron la aparición generalizada de Juntas Supremas Provinciales, que terminaron constituyendo el 25 de septiembre, en Aranjuez, una Junta Central Suprema y Gubernativa del Reino que organizó la resistencia contra los franceses. Las Juntas defendieron desde sus inicios su legitimidad emanada del pueblo y se presentaron como depositarias de la autoridad soberana, por lo que se ha destacado su indudable carácter revolucionario. Sin embargo, como afirma Ana Guerrero Latorre, la extracción social

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«La Patria está en peligro. Madrid perece víctima de la perfidia francesa. Españoles, acudid a salvarla. Mayo, 2, de 1808. El Alcalde de Móstoles», cfr. MUÑOZ MALDONADO, José, Historia política y militar de la Guerra de la Independencia de España contra Napoleón Bonaparte desde 1808 a 1814, escrita sobre los documentos auténticos del Gobierno. Tomo I, Madrid, Imprenta de José Palacio, 1833, p. 18.

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Ignacio Cabello Llano de sus componentes, su fidelidad a la causa fernandina y sus posteriores actuaciones difícilmente son prueba de un talante revolucionario contrario al Antiguo Régimen 24. 4. DESARROLLO DEL CONFLICTO El levantamiento generalizado se convirtió en una prolongada y cruenta guerra de resistencia contra los franceses que duró seis largos años (1808-1814). Fusi y Palafox han insistido en el carácter variado e incluso contradictorio de los acontecimientos que enmarcamos bajo el concepto de Guerra de la Independencia Española. Presentan un levantamiento al tiempo «espontáneo» e «inducido por agentes británicos»; una guerra «nacional y popular», librada no por ideales y aspiraciones revolucionarias, sino en nombre de conceptos tradicionales como monarquía y religión» 25; una «guerra española de independencia», a la vez que un «conflicto civil entre españoles» y que un «conflicto internacional», con España convertida en el escenario bélico del enfrentamiento entre Francia y Gran Bretaña 26. La evolución de los acontecimientos militares [ver Fig. 1, p. 17] está jalonada a grandes rasgos por tres fases. En primer lugar, la sublevación generalizada se transforma en una guerra que supone el fracaso de la ocupación efectiva por las tropas napoleónicas. La segunda fase desde finales de 1808 hasta 1812, dominada por la hegemonía militar francesa a iniciativa de Napoleón y sus mejores generales, que llegan a las puertas de Cádiz, pero también por las actividades de la guerrilla trastocando la idea convencional de la ocupación. Entre 1812 y 1813, la tercera fase queda condicionada por la distracción de tropas francesas en la campaña de Rusia, su agotamiento por el hostigamiento guerrillero y las actuaciones de las tropas regulares españolas, británicas y portuguesas que empujan a las francesas hasta Toulouse. PRIMERA FASE (MAYO – FINALES DE 1808): FRACASO DE LOS PLANES DE NAPOLEÓN

A finales de mayo de 1808, cuando la sublevación está generalizada, los principales focos de las tropas regulares españolas están localizados en el noroeste y suroeste del país. Por su parte, la disposición de las tropas francesas –unos 150.000 hombres comandados por Murat– indica una gran concentración en los alrededores de la capital, con tropas escalonadas a lo largo de la principal línea de comunicación con la frontera francesa, mientras que en Cataluña y Aragón está emplazado el segundo gran contingente. La estrategia francesa se resuelve en tres direcciones: consolidar el eje de comunicaciones Bayona-Madrid, conquistar Cataluña 24

GUERRERO LATORRE, Ana, RUEDA HERNANZ, Germán y SISINIO PÉREZ GARZÓN, Juan, Historia política, 1808-1874, Istmo, Madrid, 2004, p. 35. 25 «España no lidia por los Borbones ni por Fernando; lidia por sus propios derechos, por su religión, por sus leyes, por sus costumbres; en una palabra, por su libertad. España reconocerá a Fernando VII por su rey mientras respire; pero si la fuerza le detiene, o si la priva de su príncipe, ¿no sabrá buscar otro que la gobierne? Y cuando tema que la ambición o la flaqueza de un rey la exponga amales tamaños como los que ahora sufre, ¿no sabrá vivir sin rey gobernarse por sí misma?». Gaspar Melchor de Jovellanos, Carta a Cabarrús, Jadraque, 1808. 26 FUSI, Juan Pablo y PALAFOX, Jordi, España: 1808-1996. El Desafío de la Modernidad, Espasa, Madrid, 2000.

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La nación en armas. Orígenes, desarrollo y conclusión de la Guerra de la Independencia Española (1808-1814) con proyecciones hacia Valencia y Aragón y continuar la ocupación hacia Andalucía, permitiendo en un futuro entrar en contacto con las tropas de Junot en Portugal. El balance fue negativo en su conjunto, quebrando el proyecto de ocupación. Especial importancia tuvo el fracaso ante los sitios de Gerona y Zaragoza, defendidos por los generales Álvarez de Castro y Palafox respectivamente, la frustrada toma de Valencia, y sobre todo, por su valor simbólico, la batalla de Bailén entre el 17 y el 19 de julio, en la que las tropas de Dupont fueron derrotadas por el abigarrado ejército del general Castaños, compuesto de tropas regulares y milicias cívicas aportadas por las juntas de Sevilla y Granada. La derrota imperial en Bailén supuso un duro golpe para el hasta entonces invencible Napoleón, que vio por primera vez cómo uno de los países que ocupaba lograba frenarle los pies, así como un “envalentonamiento” de los españoles, que emprendieron el avance hacia Madrid. A primeros de agosto José I, su flamante gobierno y los afrancesados tuvieron que abandonar la capital y dirigirse a Vitoria. Los ejércitos franceses se replegaron hacia el Ebro, dejando aislados en Portugal a Junot y sus hombres. Al mismo tiempo, tropas británicas desembarcaron en Galicia –sir John Moore– y en Portugal, donde las batallas de Roliça y Vimeiro forzaron a los franceses a firmar el Convenio de Sintra el 30 de agosto y con él la evacuación del país, completada el 30 de octubre. Las previsiones francesas habían sido demasiado optimistas tras sus incontestadas victorias por toda Europa. Bien es verdad que ganaron la mayor parte de los enfrentamientos militares, pero los sitios de Gerona y Zaragoza y las consecuencias de Bailén, cambiaron cualitativamente la situación. La resistencia fue más enconada de lo esperado y la orografía española no permitió la aplicación de las habituales tácticas de movilidad y rapidez del ejército imperial. SEGUNDA FASE (FINALES DE 1808 – 1812):

A finales de octubre de 1808 Napoleón abandonó París y se trasladó a España para dirigir personalmente las operaciones al frente de 300.000 soldados, entre quienes se encontraban muchos de los mejores veteranos del ejército imperial. Se inicia una segunda fase de la guerra en la que los franceses consiguieron el predominio. Napoleón puso en práctica su concepción de la guerra relámpago con rápidas operaciones que obligaran al enemigo a negociar y así transformar la acción bélica en un triunfo político inmediato. Su sistema consistió en el de líneas interiores con el grueso del ejército por el centro, a modo de cuña, y con derivaciones posteriores en ambos flancos. Su objetivo era asegurar el eje de comunicaciones básico de BayonaMadrid y su entrada en la capital. El avance desde los Pirineos fue contundente y las tropas españolas, repartidas en grupos aislados y mal abastecidas, no pudieron frenares. Entre el 10 y el 23 de noviembre las batallas de Gamonal, Espinosa de los Monteros y Tudela rompieron las líneas defensivas españolas del Ebro. El 30 de noviembre pasaba Somosierra, y con ello el último foco de resistencia del ejército español. El 2 de diciembre Napoleón entraba en Madrid, victoria que combinó con la acción política para atraerse a la opinión liberal, a base del desmantelamiento de figuras jurídicas del Antiguo Régimen, como había hecho por toda Europa. Fueron los decretos de Chamartín sobre abolición de derechos feudales, desaparición de

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Ignacio Cabello Llano aduanas internas, abolición de la Inquisición y supresión parcial de conventos, aspectos que aumentarían la actividad del clero en la resistencia. A finales de 1808, con los franceses de nuevo en Madrid, la Junta Central replegada en Sevilla y el ejército español sumido en el desorden y el desconcierto, parecía estar al alcance de Napoleón un rápido control total de la Península. Sin embargo, no fue del todo así. La campaña del Levante no culminó por la nueva y tenaz resistencia de Zaragoza entre el 20 de diciembre de 1808 y el 20 de febrero de 1809. Lo mismo ocurrió en Cataluña con el cerco de Gerona, cuyo tercer y definitivo sitio terminaría en diciembre de 1809. Un tercer frente se produjo en el noroeste de la península, donde el ejército francés trató de envolver los desplazamientos del británico Moore, que amenazaba Burgos y el corte de las comunicaciones francesas con el norte. Napoleón, preocupado por sus asuntos en el centro y este de Europa, había abandonado España a comienzos de enero convencido de que sus tropas lograrían en España una victoria inmediata. Pero no sería así. A Portugal llegaban nuevos contingentes británicos, que desembarcaban en abril en Lisboa mandados de nuevo por Arthur Wellesley, duque de Wellington. La guerrilla se veía ahora reforzada. La guerra se alargaba. Aun así, la superioridad francesa era innegable y los esfuerzos españoles y británicos, a los que se sumaron tropas portuguesas, sólo consiguieron ralentizar lo inevitable. A comienzos de 1810 los ejércitos de Bonaparte ocuparon Andalucía, conquistando Córdoba, Sevilla, Granada y Málaga. Sólo Cádiz, por su especial situación geográfica y el abastecimiento desde el mar por británicos, y gracias a la llegada del duque de Alburquerque al frente del ejército de Extremadura, pudo resistir el ataque. A principios de 1811 en teoría la mayor parte del territorio español estaba ocupado por los franceses, lo que no significaba ni dominado ni controlado, y es que las tropas napoleónicas se enfrentaban a una forma de lucha para la que no servían sus tácticas: la guerrilla, que se consolidó de manera plena durante esta segunda fase de la guerra. Esta novedosa forma de lucha armada adoptada por los españoles, que además probaba la activa participación popular en la guerra, se caracterizaba por la actuación de pequeños grupos de combatientes que realizaban ataques rápidos y por sorpresa contra las tropas enemigas. Como consecuencia de la completa supremacía del ejército invasor francés, las partidas de guerrilleros renunciaron a las tácticas militares convencionales y rehuyeron los enfrentamientos masivos en espacios abiertos, donde su inferioridad –en número, adiestramiento y equipamiento– con respecto al adversario hacía imposible la victoria. Por el contrario, la táctica de combate guerrillera se basaba en el aprovechamiento de la máxima movilidad y del mejor conocimiento del terreno para desgastar al enemigo mediante la realización de sabotajes contra sus depósitos de armamento, contra sus líneas de comunicaciones y contra sus abastecimientos en la retaguardia. Uno de los decretos de 1808 sobre las “partidas y cuadrillas”, establecía de forma clara cuál era la función de las partidas de guerrilleros: «evitar la llegada de

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La nación en armas. Orígenes, desarrollo y conclusión de la Guerra de la Independencia Española (1808-1814) subsistencias, hacerles difícil vivir en el país, destruir o apoderarse de su ganado, interrumpir sus correos, observar el movimiento de sus ejércitos, destruir sus depósitos, fatigarles con alarmas continuas, sugerir toda clase de rumores contrarios, en fin, hacerles todo el mal posible» 27. En esto consistió a grandes rasgos la actuación de las guerrillas durante toda la guerra. Además, las cuadrillas de guerrilleros recibieron la colaboración de la población civil de las zonas rurales, que facilitó los alimentos necesarios, ofreció refugios seguros y proporcionó información sobre los movimientos y los efectivos de las tropas invasoras. Las partidas de guerrilleros, que aparecieron por iniciativa espontánea en muy diferentes lugares del país, estaban compuestas por paisanos civiles sin ninguna experiencia de combate y también por ex militares procedentes de las distintas unidades ya desarticuladas del ejército regular español. Algunos de los cabecillas guerrilleros más famosos fueron Juan Martín «el Empecinado», un audaz vallisoletano que estuvo al mando de 10.000 hombres; Francisco Espoz y Mina, un humilde campesino que llegó a alcanzar el grado de general; Juan Díaz Porlier, un simple soldado que también alcanzó el generalato gracias a sus gestas como guerrillero, y el sacerdote burgalés Jerónimo Merino. El ejército francés, que siempre se mostró impotente para luchar con eficacia contra estas guerrillas, respondió desplegando una dura represión indiscriminada contra la población española en su conjunto. TERCERA FASE: DE ARAPILES A SAN MARCIAL, RETIRADA Y DERROTA (1812-1814)

La acción de Suchet sobre Valencia en otoño de 1811, que culminó con la toma de la ciudad a principios de enero, señala la última gran ofensiva francesa con éxito. Durante 1812-1813 la guerra tomó nuevas directrices que sellaron la derrota francesa. La evolución de los acontecimientos en los escenarios del este de Europa fue decisiva en el desenlace final de la guerra de la Independencia española. La intervención napoleónica en Rusia obligó a la retirada de considerables efectivos humanos y materiales de España: los 350.000 combatientes franceses del verano de 1811 descendieron en 100.000 unidades un año después, y otras 100.000 en la primavera de 1813. En enero de 1812 se inició la gran ofensiva hispano-luso-británica con las tomas decisivas de Ciudad Rodrigo y Badajoz. El 19 de mayo llegaron a Almaraz y a finales de junio a Salamanca. La batalla de los Arapiles del 22 de julio fue una de las acciones más decisivas de la guerra, pues permitió a los aliados entrar en Madrid el 12 de agosto, obligando a los franceses a replegarse hacia Levante, y el 19 de septiembre iniciar el cerco de Burgos. Era el cambio de tendencia definitivo de la guerra. Las tropas francesas procedentes del sur y de Valencia volvieron a entrar en la capital a principios de noviembre de 1812, y el fracaso de Wellington en Burgos frenó la ofensiva aliada hasta la primavera de 1813. Mientras tanto, los franceses conservaban el eje Madrid-Burgos-Bayona. En 1813, por primera vez, los efectivos aliados superaban en número a los imperiales, y con la llegada de la primavera, Wellington planteó una nueva ofensiva, que esta vez sería la defi27

Cit. en GUERRERO LATORRE, Ana et al., op. cit., p. 39.

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Ignacio Cabello Llano nitiva. Tropas británicas desembarcaron en Levante para asegurarse de que el ejército imperial no pudiera concentrar todas sus fuerzas en la Meseta. La guerrilla recrudeció sus acciones en la zona norte hostigando al francés, dificultando sus desplazamientos y comunicaciones. Por su parte las tropas regulares al mando de Wellington empujaban a los escasos efectivos de José desde la frontera portuguesa y siguiendo la línea del Duero hacia los Pirineos. El 21 de junio en Vitoria tuvo lugar la batalla definitiva, el punto de no retorno. El ejército francés tuvo que huir a Francia a marchas forzadas. Entre el 25 de junio y el 31 de agosto, fracasada la contraofensiva del mariscal Soult, nombrado lugarteniente general en sustitución de José I, las tropas aliadas entraron en San Sebastián para imponerse en la batalla de San Marcial. El 7 de octubre los aliados atravesaban el Bidasoa, llevando la guerra a suelo francés –Bayona, Orthez, Tarbes y Toulouse–. Pocas semanas después, el 11 de diciembre de 1813, en Valençay, residencia de Fernando VII en Francia, se firmaba un tratado homónimo en el que se acordaba el cese de las hostilidades. Napoleón reconocía a Fernando como rey de España y le reintegraba sus territorios tal y como existían antes del inicio de la contienda: la guerra había terminado. Cataluña permaneció parcialmente ocupada algunos meses más por las tropas de Suchet hasta mediados de abril de 1814, cuando los mariscales Soult y Suchet, y el general en jefe de los aliados, Wellington, establecieron el fin de las hostilidades, pocos días después de la destitución de Napoleón por el Senado y de su propia abdicación. Un mes antes, el 22 de marzo de 1814 había regresado, precisamente a través de Cataluña, Fernando VII «el Deseado». 5. A MODO DE CONCLUSIÓN Concluía así la Guerra de la Independencia Española, la «francesada» o «Guerra del Francés», ese episodio en el que los españoles, gracias a la ayuda británica y, quizá, a su propio carácter, rechazaron al rey impuesto por el invasor y traidor francés y a sus esquemas bonapartistas, logrando reestablecer en el trono a Fernando VII «el Deseado». Sin embargo, las pérdidas humanas y materiales fueron enormes. Como consecuencia directa o indirecta de la guerra murieron casi medio millón de españoles; algunas ciudades como Gerona o Zaragoza quedaron arrasadas por completo, y también fueron destruidas muchas cosechas, miles de cabezas de ganado y numerosos edificios e infraestructuras. Además, esta contienda resultó catastrófica para las actividades comerciales y para las finanzas públicas de nuestro país. No sin razón, Goya decidió pintar toda una colección de Desastres de la Guerra que reflejan el drama humano que supone siempre una guerra para toda la sociedad. Debemos hacer también un balance de las consecuencias político-ideológicas que tuvo la guerra de la Independencia. Los años de nuestra guerra contra Napoleón constituyen, según numerosos autores como Martínez Ruiz 28, la primera etapa de la revolución liberal en España. La transición del absolutismo al liberalismo exigió en nuestro país tres etapas que se suceden

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MARTÍNEZ RUIZ, Enrique, op. cit., p. 265.

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La nación en armas. Orígenes, desarrollo y conclusión de la Guerra de la Independencia Española (1808-1814) en las primeras cuatro décadas del siglo XIX: la primera, ya la hemos estudiado; la segunda la constituye el Trienio Liberal (1820-1823), y la tercera y definitiva se inicia con la elevación al trono de Isabel II, hija de Fernando VII, en 1833 y la derrota de los carlistas en la Primera Guerra Carlista (1833-1840). Como señala nuevamente Martínez Ruiz, a la vista de tal proceso resaltan dos evidencias: una, que la reacción contra todo el proceso revolucionario auspiciado por las Cortes de Cádiz la encarna el rey Fernando VII «el Deseado»; otra, que la reacción fernandina no hizo más que retrasar el establecimiento del liberalismo, razón por la que podemos considerarla “inútil”, en el sentido de que no anuló sino que pospuso. Nada más regresar a España, «el Deseado» reestableció el absolutismo. Cuando en diciembre de 1813 firmaba con Napoleón el Tratado de Valençay, ignoraba prácticamente todo lo que había sucedido en España, y creía que volvía a la situación existente en la primavera de 1808, pero no tardó en percibir que no era así. Los liberales deseaban y esperaban el regreso de Fernando con la esperanza de que éste ratificara la labor modernizadora y revolucionaria puesta en marcha en los años precedentes; pero los absolutistas y una parte significativa de la cúpula militar añoraba su regreso para que acabara de un plumazo con la labor de las Cortes gaditanas y restableciera el absolutismo y los cauces tradicionales de la vida política, económica y social española. Y así fue; así fue cómo el tan deseado monarca trató de posponer lo inevitable, un proceso que antes o después habría tenido que completarse: la construcción de un sistema liberal. «Como militar, yo había decidido combatir a hombres que atacaban al ejército francés. Sin embargo, en mi interior, no podía evitar reconocer que nuestra causa era mala, y que a los españoles les asistía la razón al intentar rechazar a unos extranjeros que, después de haberse presentado en su casa como amigos, querían destronar a sus soberanos y apoderarse del Reino por la fuerza. Esta guerra me parecía, pues, impía; pero yo era soldado y no podía negarme a marchar sin ser tachado de cobarde. La mayor parte del ejército francés pensaba como yo y, a pesar de todo, obedecía de igual modo», Memorias del general Barón de Marbot. 6. BIBLIOGRAFÍA ARTOLA GALLEGO, Miguel, La Guerra de la Independencia, Madrid, Espasa Calpe, 2007. ––––, La revolución española (1808-1814), Madrid, Universidad Autónoma de Madrid, 2007. BAHAMONDE, Ángel y MARTÍNEZ, Jesús Á., Historia de España. Siglo XIX, Madrid, Cátedra, 2011. BAHAMONDE, Ángel y OTERO, Luis Enrique, “La casa de Austria – El siglo XX” en Enciclopedia temática Oxford, Vol. XV. España, Barcelona, 62/Difusió Editorial, 2004, p. 31. CALVO MATURANA, Antonio y GONZÁLEZ FUERTES, Manuel Amador, “Monarquía, Nación y Guerra de la Independencia: debe y haber historiográfico en torno a 1808”, Cuadernos de Historia Moderna. Anejos, VII [número dedicado a la Crisis política y deslegitimación de monarquías], Universidad Complutense de Madrid, 2008, pp. 321-377. DE DIEGO GARCÍA, Emilio, “La Guerra de la Independencia. Una guerra dentro de otras guerras”, Monte Buciero 13. Cantabria durante la Guerra de la Independencia, Santander, 2008, pp. 45-67.

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Fig. 1. La Guerra de la Independencia Española (1808-1813/1814)

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