Ideologías y filosofía política hoy

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"Ideologías y filosofía política hoy"
José Luis Martí

Hablar de ideologías a estas alturas del siglo XXI podría resultar algo extraño y trasnochado. Ya hace más de cincuenta años, en 1960, Daniel Bell pronosticaba "el fin de las ideologías" (traducido como El fin de las ideologías en 1964), tras el triunfo del capitalismo liberal y democrático. Bell no afirmaba que la discusión filosófico política fuera a morir por completo, sino que se iba a convertir en una discusión más parroquial, un debate sobre detalles menores, sobre el diseño concreto de ciertas instituciones, más que sobre los grandes valores y las grandes ideas, que le parecían ya totalmente asentadas. Y es cierto que los valores de libertad, igualdad, democracia y derechos humanos parecían incontrovertibles ya en ese momento, y que además el utilitarismo, una ideología que algunos podían ver como anti-ideología, parecía no tener rival. Bell no podía prever, claro, que John Rawls iba a publicar su magnífica obra A Theory of Justice (1971) apenas 11 años más tarde, destronando al utilitarismo y revolucionando la filosofía política, abriendo nuevos caminos de discusión y creando un paisaje diverso y relativamente nuevo de teorías de la justicia.
A pesar del tsunami que representó la teoría de Rawls, y tras veinte años de vivas discusiones y confrontación de diversas teorías políticas que después mencionaré, Francis Fukuyama volvía a las tesis de Bell proclamando ahora, hegelianamente, "el fin de la historia" (primero como ensayo en 1989, y más tarde como libro con el título El fin de la historia y el último hombre, en 1992). La tesis de Fukuyama era, de nuevo, que el modelo de la democracia liberal había triunfado por completo como único marco de legitimación política posible, esto es, que no cabía ya la discusión entre éste y otros modelos sustancialmente distintos de organización política. Como es bien sabido, otro influyente politólogo estadounidense, Samuel P. Huntington, no tardó ni un año en publicar un ensayo en respuesta a la tesis de Fukuyama sosteniendo la inevitabilidad del "choque de las civilizaciones" (publicado primero como ensayo en 1993, y más tarde como libro, en 1996, titulado en castellano El choque de civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial). Huntington afirmaba que el modelo político liberal y democrático occidental iba a perder su hegemonía e iba a verse implicado en un conflicto permanente con otros modelos emergentes en el mundo, principalmente el islámico autoritario y conservador, aunque también el del mundo africano subsahariano, o el del mundo oriental. Y tal vez, como cuestión de hecho, Huntington tuviera razón y el mundo hoy sea más plural teniendo en cuenta las potencias económicas y políticas existentes. Pero con independencia de ello, y en lo que a las tesis de Bell y Fukuyama se refiere, lo cierto es que la existencia de modelos socio-políticos distintos no implica que exista una gran pluralidad a nivel de ideologías o de modelos filosófico-políticos realmente defendidos por autores, académicos y otros expertos, y tampoco que no reine un cierto consenso generalizado sobre el modelo de democracia liberal.
En efecto, todo parece indicar que no hay rival ideológico para el ideal de la democracia liberal y los derechos humanos. Por más que un número creciente y preocupante de analistas, fundamentalmente economistas, se encarguen de loar las virtudes del modelo Chino de capitalismo autoritario, nadie en la discusión académica de hoy ha defendido como legítimo un sistema de gobierno distinto al democrático. Existe bastante discusión, eso sí, sobre cuál es el mejor modelo de democracia, sobre cómo puede mejorarse la legitimidad de las democracias representativas ya existentes, o sobre cómo pueden protegerse mejor los derechos humanos. Pero nadie ha defendido seriamente un modelo alternativo al democrático, ni ha cuestionado los valores políticos centrales de la libertad, la igualdad y los derechos humanos que de ellos surgen. ¿Tenían razón entonces Bell y Fukuyama al advertir del fin de las ideologías?
Mi respuesta es que no, como trataré de mostrar a continuación. Aunque en realidad poco importa. Pues aunque sea verdad que nadie cuestiona seriamente hoy los valores democráticos, eso no quiere decir, como los dos politólogos estadounidenses parecían implicar, que no haya ninguna contraposición fuerte entre filosofías políticas distintas, ni discusión entre modelos políticos y socio-económicos bastante diferentes, aún dentro de la aceptación de dichos valores generales. En efecto, son muchas las discusiones normativas todavía abiertas cuya relevancia es crucial para nuestras vidas, y algunas de ellas, que vienen desde antiguo, parecen seguir sin solución clara. Y tampoco impide, por supuesto, que muchos teóricos critiquen de forma feroz y contundente las enormes injusticias y los grandes déficits de legitimidad de nuestras democracias occidentales actuales. Así que las ideologías, o si se prefiere, la filosofía política, es hoy tan necesaria como lo ha sido siempre. Nada parece indicar que hayamos resuelto o alcanzado un acuerdo estable sobre sus cuestiones centrales. Más bien, como mostraré en seguida, los castillos construidos en los últimos dos siglos parecen estar desmoronándose y todo vuelve a estar más abierto que nunca.
Lo sorprendente, eso sí, es la decepcionante traslación de las sofisticadas ideas políticas que uno encuentra hoy en la academia mundial a la práctica política de nuestras democracias. No es sólo que nuestros líderes políticos ignoran gran parte de dichas discusiones académicas, así como las distintas posiciones en juego, aunque eso ocurre y es decepcionante, sino también que el ciudadano no percibe significativas diferencias ideológicas, de principios o valores, entre las diversas opciones políticas. Es por ello comprensible que muchos analistas o incluso ciudadanos de a pie terminen por concluir que en realidad ya no existe una verdadera contraposición de valores. Pero esta conclusión es simple y llanamente falsa. La filosofía política goza de una vigorosa salud. Las discusiones entre teóricos están más animadas y diversificadas que nunca, y han alcanzado un grado de sofisticación, precisión y complejidad impensables tan sólo treinta años atrás. Tal vez eso haya contribuido, de hecho, al palpable alejamiento entre las ideas filosóficas y la práctica política. Y, tal y como he dicho en el párrafo anterior, algunas de las creencias políticas más extendidas en el pasado siglo se encuentran de hecho hoy en día en entredicho. En lo que sigue voy a tratar de resumir, de manera muy superficial, por supuesto, cuáles son los principales focos de discusión filosófico-política, y cuáles los principales modelos o posicionamientos existentes.
El primer gran bloque de discusiones viene conformado por la cuestión clásica de la justicia distributiva, que sigue sin una solución clara, a pesar de que las discusiones se han sofisticado hasta el extremo. La discusión sobre la redistribución de la riqueza y el papel del estado en garantizar la igualdad o bien ciertas necesidades básicas y/o derechos sociales ha seguido dividiendo a los teóricos políticos en las últimas tres décadas. Y buena parte de los modelos que uno encuentra explicados en los mejores manuales de filosofía política al uso, al menos los escritos en los años 90 y principios del siglo XXI, son justamente los proporcionados por las distintas teorías principales de la justicia. Las posiciones siguen articulándose, política pero también teóricamente en torno al eje derechas e izquierdas.
En el polo de la izquierda podemos encontrar el liberalismo igualitario o socialdemócrata, tal y como ha sido defendido por autores tan importantes como el propio John Rawls, pero también Ronald Dworkin o Amartya Sen, entre muchos otros. Ésta ha sido en las últimas décadas, y sigue siendo todavía hoy, la posición más influyente y dominante del panorama filosófico-político mundial. Y conviene mencionar junto a ella, la de aquellos marxistas analíticos, post-marxistas o nuevos socialistas que han abrazado los valores de libertad y democracia, junto con el de igualdad, y han venido a presentar propuestas e ideas de reforma del estado de bienestar a favor de una mayor igualdad que sin embargo no rompen el esquema de la social-democracia. Podemos citar aquí a autores como Gerald Cohen, Jon Elster, John Roemer y Philippe Van Parijs, entre otros. También en el bloque de izquierdas puede ser incluido, más por la filiación de sus defensores que por su conexión conceptual necesaria con la izquierda, el utilitarismo, que sin ser ya una teoría hegemónica, como lo fue durante buena parte del siglo XX, mantiene sin embargo parte de su atractivo y es activamente defendido por prestigiosos filósofos y economistas como Peter Singer, James Griffin, John Harsanyi o John Broome, entre otros. Y, finalmente, es necesario mencionar también dentro de la izquierda una posición que ha ido ganando presencia e influencia en los últimos años, el llamado libertarismo de izquierdas (left-libertarianism), que propone la redistribución de la riqueza pero no con el objetivo de garantizar la igualdad, sino de hacer posible las propias condiciones de la libertad individual, y que está siendo defendida por autores como Peter Vallentyne, Hillel Steiner o Noam Chomsky.
Enfrentados frontalmente a los modelos liberales de izquierdas encontramos diversas variantes del liberalismo de derechas, principalmente aquellas que se han identificado con el libertarismo de derechas (right-libertarianism), también llamado más popularmente neo-liberalismo. Tras los pasos de economistas clásicos como Friedrich Hayek y Milton Friedman, de las Escuelas Austríaca y de Chicago respectivamente, el libertarismo de derechas defiende principalmente la libertad de mercado, el estado mínimo y la desregulación y privatización de casi todos los servicios y mercados. Su principal desarrollo filosófico se lo debemos a Robert Nozick. Y tras él han venido una larga lista de economistas, politólogos y hasta juristas, entre los que vale la pena mencionar al menos a James Buchanan, Gary Becker, Geoffrey Brennan, o Jan Narveson. Pero la derecha no ha sido, por supuesto, patrimonio exclusivo del neo-liberalismo. Es necesario, por tanto, mencionar las ideologías de tipo conservador, que propugnan la preservación de determinadas tradiciones, costumbres o valores culturales, muchas veces de tipo religioso, y que no hay que confundir nunca con el libertarismo o neo-liberalismo. Dentro del conservadurismo, la ideología que gozó de una cierta importancia durante los 90 y primeros años del siglo XXI, pero hoy ya en franco declive, fue la ideología neo-con o neo-conservadora. Con influencias históricas provenientes de Leo Strauss y Carl Schmitt, los neo-cons estadounidenses más destacados fueron Irving Kristol, Paul Wolfowitz, Norman Podhoretz o el propio Fukuyama ya mencionado, y sus ideas tuvieron una repercusión considerable en gobiernos como el de George W. Bush. Sin embargo, y a pesar de la relevancia que el conservadurismo sigue teniendo en el mundo político, su presencia en el mundo académico es ya muy reducida.
El segundo bloque de discusiones que ha caracterizado la filosofía política reciente va más allá del eje de derechas e izquierdas, y tiene más que ver con cuestiones nacionales, identitarias, culturales e incluso de religión. Es necesario mencionar aquí la importancia que sigue teniendo el nacionalismo, tanto a nivel práctico como teórico. Pero también el surgimiento del comunitarismo como teoría de la justicia anti-liberal a lo largo de los años 80 y principios de los 90, gracias al impulso dado por autores como Alasdair MacIntyre, Charles Taylor, Michael Sandel y Michael Walzer. Esta teoría enfatizaba el valor de la comunidad frente al del individuo, y el de la cultura, la religión y la identidad, por encima de las elecciones y planes de vida. También es importante mencionar que, fruto en parte del debate entre liberalismo y comunitarismo, y algunos dirían que como síntesis de ambas posiciones, a principios de los 90 surgió con fuerza una nueva posición, que todavía hoy goza de buena salud y amplia presencia académica, la del multiculturalismo, asociada a las obras de autores como Will Kymlicka, David Miller, Joseph Raz, o Chandran Kukathas, que trataba de rescatar la importancia para el individuo de la pertenencia a un determinado grupo cultural, así como de la riqueza que supone la convivencia en una misma sociedad de personas y grupos de culturas, étnias, religiones, lenguas y hasta naciones diversas. Y aún, dentro de este gran bloque de discusiones, es necesario mencionar también el profundo y continuado debate filosófico que en las últimas décadas ha enfrentado al liberalismo laico con las posiciones que han reivindicado una mayor presencia de la religión en el espacio público, y en el que han participado importantes filósofos como John Rawls, Charles Taylor y Jürgen Habermas, entre otros.
Un tercer bloque de discusiones importantes en la filosofía política reciente es el relativo a las cuestiones de legitimidad. Como ya he dicho, nadie hoy en día cuestiona que el único sistema legítimo de gobierno es el democrático, pero queda todavía abierta la cuestión de cómo debemos entender el ideal de democracia, o de cómo podemos reformar las democracias actuales para hacerlas aún más legítimas. Se trata del campo, primero y principal, de la teoría de la democracia, que lleva varias décadas discutiendo acerca de cuál es el mejor modelo normativo de democracia. Tenemos, por un lado, la discusión cada vez más extendida e importante, incluso socialmente, entre un modelo eminentemente representativo de democracia y un modelo más participativo en el que la ciudadanía se pueda implicar activamente. Esto se relaciona, claro, con la teoría de la representación política, que sorprendentemente sigue estando también activa y llena de renovadas discusiones. Por otro lado tenemos una confrontación de modelos normativos concretos, entre los que destacan el modelo de la democracia como mercado (Schumpeter, Downs), el modelo pluralista de democracia (Dahl, Sartori), el modelo de la democracia deliberativa (Habermas, Rawls, Elster, Mansbridge), que es el dominante en la discusión actual, y finalmente el modelo agonista de democracia (Lefort, Laclau, Mouffe, Zizek). Y finalmente ha avanzado mucho también la discusión sobre la teoría constitucional, por ejemplo respecto a la legitimidad de los límites constitucionales a la democracia o del control judicial de constitucionalidad de las leyes.
A estos tres bloques de discusiones, el de la justicia distributiva, el de las cuestiones culturales, religiosas e identitarias, y el de las cuestiones de legitimidad, debemos añadir al menos tres posiciones más de suma importancia. En primer lugar, el amplio movimiento feminista, de una gran heterogeneidad interna, que ha avanzado en su reclamo de mayor igualdad y protección de los intereses de la mujer., y que ha aglutinado, en las últimas tres décadas, a autoras tan diferentes en sus ideas respectivas como Catherine MacKinnon, Martha Nussbaum, Susan Moller Okin, Anne Phillips, Nancy Chodorow, Carol Gilligan, Jane Mansbridge, Nancy Fraser o Seyla Benhabib. Otro movimiento, o tal vez familia de movimientos, de vital importancia política en las últimas décadas es el del ecologismo, el ambientalismo y el movimiento en defensa de los derechos de los animales. También con gran heterogeneidad de propuestas y modelos concretos, no hay duda de que ofrecen una de las alternativas más fuertes y también radicales al modelo capitalista occidental. Finalmente, la última gran ideología en aparecer en el escenario de discusión filosófico-político mundial, a pesar de ser la más antigua de todas las mencionadas hasta ahora, ha sido el republicanismo. En efecto, se trata de una tradición que se remonta a Aristóteles, Cicerón, Maquiavelo, Rousseau, Kant, o los founding fathers estadounidenses, que fue continuada por Hannah Arendt, y que a partir de la década de los 90 renació de manera espectacular en las obras de filósofos contemporáneos como Philip Pettit, Jürgen Habermas, Charles Taylor o Michael Sandel. Su énfasis principal se centra en el valor de la libertad, entendida no a la manera liberal, sino como la antítesis de la dominación, y en su defensa de la democracia, frecuentemente entendida como participativa y deliberativa, y de una idea de ciudadanía activa y motivada por virtudes cívicas.
Hasta aquí he dado un repaso superficial a las discusiones centrales que han caracterizado la filosofía política de las últimas tres décadas, y que todavía centran la mayoría de los manuales. Sin embargo, la revitalización de las ideologías es hoy aún mayor, porque de hecho el terreno tradicional de aplicación de cada una de estas teorías está en proceso de transformación. En efecto, la filosofía política moderna se ha pensado tradicionalmente para el contexto del estado-nación soberano. Así, el ámbito del derecho internacional y las relaciones internacionales se pensaba, en concordancia, bajo el modelo estatista westfaliano en el que los estados operaban como actores principales bajo el principio de soberanía (casi) absoluta. Sin embargo, este paradigma político, el del estado moderno, se encuentra actualmente en entredicho. Y buena parte de la filosofía política más reciente está ocupándose ya de los muchos retos y problemas que todos debemos afrontar colectivamente en este planeta. Es difícil exagerar la importancia de este proceso de cambio. Muchos hablan de un replanteamiento total de las discusiones, incluso de la necesidad de crear un lenguaje político nuevo que reemplace el lenguaje y las categorías que aún hoy utilizamos, que no son más que las categorías propias del mundo moderno. Del mismo modo que la construcción del estado-nación, desde el siglo XV hasta el XVIII, y en especial de las instituciones democráticas modernas de tipo representativo, requirió forjar un nuevo lenguaje fundado en nuevas ideas y abocado a acuñar nuevas instituciones, no falta quien predica hoy la necesidad de dar un cambio de escala comparable a ese, y por lo tanto de repensar todas las estructuras políticas tradicionales.
Al margen de la opinión que cada uno tenga respecto a este cambio de época o de paradigma, lo cierto es que las discusiones actuales ya están abordando algunos de los retos existentes de escala global, y lo hacen con una voluptuosidad creciente de instrumental conceptual e ideológico. Podemos dividir estas cuestiones en dos grandes bloques. El primero, de nuevo, es el de la justicia distributiva, pero aplicada ahora al orden global, entre las posiciones cosmopolitas y las estatistas. Aquí encontramos la discusión sobre si existen relaciones y obligaciones de justicia global, sobre la pobreza en el mundo, sobre la protección de los derechos humanos a escala planetaria, sobre las intervenciones humanitarias en catástrofes, pero también las cuestiones relativas al terrorismo internacional, el crimen organizado transnacional, el narcotráfico, las redes de tráfico de armas y de personas, el cambio climático y la defensa del medioambiente, la protección de la salud frente al riesgo de pandemias, la seguridad nuclear, etc. El listado de problemas y de discusiones actuales es interminable. El segundo bloque es el de la legitimidad global. Se trata aquí de preguntarse si las instituciones internacionales existentes son efectivas y legítimas, y en caso de que no lo sean, de cómo pueden ser reformadas para que lo sean. En relación con esto, se plantean distintos modelos normativos de orden global, desde el modelo de creación de un gobierno mundial, o el modelo más moderado de una democracia global o de una democracia transnacional, hasta el modelo actual estatista en el que los estados preservan su soberanía, pasando por modelos transnacionales de gobierno regional, como el de la Unión Europea. También se discuten cuestiones relativas a la guerra justa, a la legitimidad de las intervenciones militares puntuales, a los límites de la soberanía estatal en el caso de crímenes contra la humanidad, a la legitimidad de los tribunales internacional, al derecho de los seres humanos a migrar de un país a otro, etc.
En definitiva, son muchos los retos y problemas planteados por la filosofía política contemporánea, muchas las teorías y los modelos socio-políticos que se siguen proponiendo para resolver dichos retos, y por lo tanto muy grande la necesidad de ideologías adecuadas y renovadas que puedan servir a la fundamentación de dichos modelos. A pesar del gran acuerdo general sobre la bondad de los valores como la libertad, la igualdad, la democracia y los derechos humanos, son muchos y muy diversos los ideales alternativos que están en discusión y que, en cualquier caso, se ofrecen a la práctica política de nuestras sociedades como orientación de largo plazo. Y por ello puede afirmarse que la filosofía política está viviendo un momento dorado de gran efervescencia. La comunicación pobre o prácticamente inexistente entre los teóricos políticos que dedican sus vidas al estudio riguroso de todos estos problemas y modelos y los políticos que consagran las suyas a tratar de hacer mejores nuestras sociedades no tiene ningún sentido. La práctica política sin valores o ideales sería una práctica vacía y que no nos conduciría a ningún sitio, pero la teoría política sin conexión real con la práctica no pasará de ser un crucigrama. Por eso es imprescindible encontrar los puentes adecuados entre un ámbito y otro.




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