Ideologías de la desigualdad, discurso y lenguas. Lengcom 3.5 (2014). ISSN 2386-7477

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Ígor Rodríguez Iglesias. Ideologías de la desigualdad, discurso y lenguas

IDEOLOGÍAS DE LA DESIGUALDAD, DISCURSO Y LENGUAS Ígor Rodríguez Iglesias Universidad Autónoma de Madrid / Universidad de Huelva Todo lo dicho -incluso si no es pronunciado-, lo escrito, etc., esto es, todo acto lingüístico, es discurso. Éste es concebido como “una práctica social que se imbrica en otras prácticas sociales e interacciona con ellas: el discurso se ve conformado por las situaciones, las estructuras y las relaciones sociales, etcétera, pero, a su vez, las conforma e incide sobre ellas, bien cuestionándolas, bien consolidándolas” (Martín Rojo 1997: 4). Hay, pues, un producto lingüístico, una práctica social y un reflejo no de la realidad, sino de la interpretación que hacemos de ella, y aquí entran en juego diversos factores, entre los que destaca lo social y lo cultural: la vida en sociedad, cómo es la sociedad en qué vivimos, cómo estamos endoculturados y endoculturamos a las generaciones nuevas, etc. Estamos asumiendo el concepto de endoculturación de M. Harris (1990: 21): “experiencia de aprendizaje parcialmente consciente y parcialmente inconsciente a través de la cual la generación de más edad incita, induce y obliga a la generación más joven a adoptar los modos de pensar y comportarse tradicionales”. Pero la cuestión es más compleja y el habitus que nos proporciona P. Bourdieu completa, a nuestro entender, las lagunas de la definición de Harris: El habitus se define como un sistema de disposiciones durables y transferibles -estructuras estructuradas predispuestas a funcionar como estructuras estructurantes- que integran todas las experiencias pasadas y funciona en cada momento como matriz estructurante de las percepciones, las apreciaciones y las acciones de los agentes cara a una coyuntura o acontecimiento y que él contribuye a producir (Bourdieu, 1972: 178 apud Martín Criado, 2009).

Los discursos, tal y como veníamos diciendo, son una práctica social, organización de ideas y de representación de las mismas y de lo que éstas a su vez representan. De hecho, Los discursos instituyen, ordenan, organizan nuestra interpretación de los acontecimientos y de la sociedad e incorporan además opiniones, valores e ideologías. Este poder generador es común a todos los discursos. Sin embargo, no todos tienen la misma trascendencia social, mientras algunos discursos se citan, se reproducen “sientan cátedra”, otros se desvanecen, no se consideran relevantes o resultan, como veremos, excluidos (Martín Rojo 1997: 4).

Lo que lo motiva son los factores que provocan la desigualdad, advierte la profesora Luisa Martín Rojo (ibíd.). La desigualdad, además, “parece estar íntimamente vinculada a su distribución social”. Es el orden social de los discursos (ibíd.), concepto cuya operatividad nos es útil. El término orden del discurso fue acuñado por Foucault en 1970 y “señala cómo en las sociedades los discursos no circulan libremente sino que pueden descubrirse condiciones que regulan su producción y circulación” (Martín Rojo 1997: 7). “En toda sociedad la producción del discurso está a la vez controlada, seleccionada y redistribuida por cierto número de procedimientos”, indicó Foucault en la lección inaugural pronunciada en el Collège de France el 2 de diciembre de 1970, recogida en 1971 en el libro que precisamente se titula El orden del discurso (2005: 14).

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Cuando se dilucida la relación de los discursos y las estructuras y relaciones sociales a las que dan soporte discursivo se pone de manifiesto lo que, en palabras de Van Dijk (1996: 24), es la reproducción del poder social y la desigualdad, por un lado, y la resistencia contra ella, a través de las producciones discursivas. Esto nos permite hablar de ideologías de la desigualdad y de ideologías de la igualdad. Son dos etiquetas generales que agrupan a determinados modos de pensar colectivos y que también, por operativos, nos resultan útiles para entender cómo funcionan los prejuicios lingüísticos y a qué tipo de ideología responden. Esta dicotomía nos permitirá identificar no sólo los aspectos que aquí estudiamos concretamente, sino cualquiera de los otros elementos de la sociedad con base discursiva que responda a una u otra ideología. Es necesario matizar, respecto de esta dicotomía, que en lo relativo a la resistencia contra la desigualdad de la que habla el profesor holandés las prácticas discursivas y la ideología comportada a través de los discursos responderán a una u otra: a la ideología de la desigualdad o a la ideología de la igualdad. Esto pone de relieve que toda ideología de la desigualdad conllevará en los discursos las estructuras y relaciones sociales que respondan a tal desigualdad, pero ello no implica que toda resistencia contra la desigualdad refleje una ideología de la igualdad. De todo esto se desprende que existen ideologías de la desigualdad (en plural). Me inclino a pensar que aquella, la de la igualdad, es una de forma de resistencia contra la desigualdad. Esto implica que ambas ideologías no están al mismo nivel, es decir, que la legitimidad (uso este término no en relación a lo que imponen e inculcan las clases dominantes, sino en términos éticos) de una y otra es disímil y sus mecanismos de actuación también. El abuso de poder es uno de tales mecanismos en las ideologías de la desigualdad que no ofrecen forma alguna de resistencia, es decir, que no surge como reacción a una situación de injusticia objetivamente. Se hace evidente y necesario diferenciar entre una situación objetivamente injusta y una situación que un determinado grupo considere subjetivamente injusta. La relación dialéctica es desigual. Por ejemplo, la violencia contra la mujer en las relaciones de pareja o el maltrato infantil son y deben ser objetivamente injustos. Tal abuso, del que da cuenta T. van Dijk en una publicación más reciente, supone “la dominación y sus consecuencias (concretamente, la desigualdad social) y en cómo se reproducen mediante el discurso” (2009: 28). Este “poder social atendiendo al control” supone un “control que ejerce un grupo sobre otros grupos y sus miembros” (2009: 30). El uso ilegítimo del poder discursivo hace acto de aparición “cuando ese discurso o sus posibles consecuencias violan sistemáticamente los derechos humanos o civiles de las personas” y lo es “cuando el discurso promueve formas de desigualdad social, como cuando favorece los intereses de los grupos dominantes y opera en contra de los intereses de los grupos no dominantes, precisamente porque estos últimos no tienen el mismo acceso al discurso público” (ibíd., p. 46). Los discursos objetivamente injustos suponen un orden social basado, inspirado o emanado de ideologías de la desigualdad e inspiran y alimentan actos y discursos de dominación como,

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por ejemplo, el machismo, el racismo de clase, el racismo étnico o cultural o los prejuicios lingüísticos. Estos últimos actos de dominación y su producción y soporte discursivos han contando, lamentablemente, con los estudiosos del lenguaje y las lenguas como cómplices y promotores, como identificamos en la filología e, incluso, en la lingüística, cuyos límites epistemológicos y en relación al objeto u objetos y fines aun estando claros sobre el papel no lo están en la práctica, ya que quienes ejecutan aquella disciplina y esta ciencia en gran parte de los casos suelen ser los mismos, especialmente en el caso de los filólogos. Pero no es una cuestión de límites, ni exclusividad, sino de base epistemológica. Precisamente, ha sido la sociología -¡y no sólo ésta!- la que nos ha advertido a los lingüistas de cuán equivocados hemos estado en algunas de nuestras premisas, planteamientos y desarrollos. Y eso es bueno: la ciencia es discusión y construcción constante; nunca hay una última palabra, un discurso definitivo. El problema estriba en que estos discursos (siempre tomados como definitivos) que se toman como base epistemológica estén inspirados o emanen de una ideología de la desigualdad, alimentando -¡desde la propia lingüística!- prejuicios lingüísticos y culturales, como vienen advirtiendo lingüistas como J. Tusón (1996), C. Junyent (1999), J.C. Moreno Cabrera (2000), J. del Valle (2007); discursos, aquellos, cuya base está en el mismo hecho imperialista, como desde la década de 1970 advirtió L.-J. Calvet (2005) o a principios de la de 1990 R. Phillipson (1992 precisamente, fecha señalada para el bombo y platillo occidental y las penurias para las antiguas colonias). Los antecedentes de los estudios de las ideologías lingüísticas se remontan a las décadas de 1960 y 1970, en el ámbito de la etnografía del habla, que enfatizó cómo las concepciones culturales sobre el lenguaje eran la manifestación de patrones culturalmente distintivos del habla (Irvine 2012). En esta época y la siguiente década crece el interés también por las políticas lingüísticas y su relación con las políticas económicas, como es el caso de P. Friedrich, S. Gal y J. Irvine, además la relación entre las actuaciones sociales y políticas y las estructuras lingüísticas, en el de M. Silverstein (ibíd.). Paralelamente, en Europa, desde la sociología, ya lo hemos visto, Foucault (op. cit.) y Bourdieu (2008) nos advierten de las implicaciones sociales que determinan y vienen determinadas a su vez por los discursos, es decir, por la producción lingüística. Y, efectivamente, los intercambios lingüísticos no sólo suponen interacciones simbólicas, sino que son, a su vez, relaciones de poder simbólico en los que se actualizan las relaciones de fuerza entre los intervinientes en la interacción comunicativa, en relación a un mercado lingüístico, de las que depende (hablamos de las relaciones de fuerza) el valor de los discursos, tal y como explica Bourdieu (2008: 11-12, 50). De acuerdo con K. Woolard y B. Schieffelin (1994), las ideologías lingüísticas son un vínculo mediador entre las estructuras sociales y los discursos. Obviamente, este aserto no explica cómo se produce o en qué consiste tal mediación. Para Van Dijk (2009: 14), desde otro modelo teorético, la cognición es la interfaz entre el discurso y la sociedad. No podemos entender cómo afectan a las situaciones o a las estructuras sociales el texto y la conversación si no comprendemos primero de qué modo comprende y representa la gente tales condiciones sociales partiendo de modelos mentales

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Ígor Rodríguez Iglesias. Ideologías de la desigualdad, discurso y lenguas especiales: modelos de contexto. Lo mismo puede decirse de los “efectos” del discurso de la gente, una influencia que debe describirse con referencia a las representaciones mentales de la gente.

Sin embargo, hemos de advertir, tal y como señalaban en la citada publicación las autoras norteamericanas (1994: 55), que no existe un marco teórico, conceptual y metodológico único al respecto. Si decimos, con J. Irvine (2012), que las ideologías lingüísticas “are conceptualizations about languages, speakers, and discursive practices” estaremos más cerca del sentido en el que tomamos el término en nuestras indagaciones. Esto nos lleva a explicitar e insistir en que se trata de conceptualizaciones, representaciones mentales implicadas en esa dicotomía de las ideologías que hemos señalado. Algunos ejemplos de las ideologías lingüísticas de la desigualdad, de prejuicios lingüísticos, que además sustentan otros tantos por suponer discursos legitimados (esta vez, legítimo lo uso en el sentido de emanado de las clases dominantes, en el sentido señalado por Bourdieu, op. cit., o J. Del Valle, op. cit.), los encontramos tanto en la propia lingüística (e.g. Salvador 2002; Alvar 1961, 1996, entre otros; en este sentido, puede consultarse Moreno Cabrera 2008, donde se examina buena parte de los discursos prejudicatorios de corte etnocentrista y etnocida, como el profesor Juan Carlos Moreno demuestra y muestra) como en buen número de discursos políticos o de diversas situaciones de la vida de las que dan cuentan informantes en entrevistas cuyos testimonios forman parte del corpus propio de nuestras investigaciones. Estamos de acuerdo con Tusón (1996: 23) cuando dice que El lingüista, si es su voluntad, tendrá todo el derecho de plantar cara a las «supersticiones absurdas» y, acaso más que cualquier otro especialista, podrá desarrollar argumentos poderosos contra la ignorancia y la barbarie. Sus conocimientos técnicos y la modulación lingüística de sus argumentos éticos serán la plataforma necesaria desde la cual podrá contribuir a la construcción de un mundo cuyos hablantes no sean menospreciados por el hecho de ser pocos, o de vivir en un rincón del mundo, o de usar, simplemente, su propia lengua, tanto si es multimillonaria como si no lo es.

Ahí estamos. REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS: Alvar, M. (1961): “Hacia los conceptos de lengua, dialecto y hablas”, NRFH, XV, México, pp. 51-60. Alvar, M. (1996): “¿Qué es un dialecto?”, en Manual de dialectología hispánica. El español de España, Barcelona: Ariel, pp. 5-14. Calvet, L.-J. (2005): Lingüística y colonialismo. Breve tratado de glotofagia. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica. Foucault, M. (2005): El orden del discurso, Barcelona: Tusquets. Harris, M. (1990): Antropología cultural, Madrid: Alianza. Irvine, J. T. (2012): "Language Ideology", en Oxford Bibliographies (enlace). Junyent, C. (1998): Contra la planificació, Barcelona: Empuries Martín Criado, E. (2009): “Habitus”, en Román Reyes (dir.), Diccionario Crítico de Ciencias Sociales. Terminología Científico-Social, Madrid/México: Plaza y Valdés.

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Martin Rojo, L. (1997): “El orden social de los discursos”, en Discurso , pp. 1-37. Moreno Cabrera, J. C. (2000): La dignidad e igualdad de las lenguas. Crítica de la discriminación lingüística, Madrid: Alianza. Moreno Cabrera, J. C. (2008): El nacionalismo lingüístico. Una ideología destructiva, Barcelona: Peninsula. Phillipson, R. (1992): Linguistic imperialism, Oxford: Oxford University Press. Salvador, G. (2002): “Las lenguas”, en Cuenta y razón, 126. Tusón, J. (1996): Los prejuicios lingüísticos, Barcelona: Octaedro. Van Dijk, T. (1996): “Análisis del discurso ideológico”, en Versión, 6, UAM-X, México, pp. 15-43. Van Dijk, T. (2009): Discurso y poder, Barcelona: Gedisa. Woolard, K. A. y Schieffelin, B. B. (1994): “Language Ideology”, en Ann. Rev. Anthropol., 1994, 23:55-82.

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