Ideología y género en Contestana y Edetana

July 31, 2017 | Autor: Pierre Guerin | Categoría: Gender Archaeology
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Descripción

Ideología y género en Contestana y Edetana Pierre Guérin

Introducción Una de las aportaciones más originales de la obra de Enrique Llobregat al debate sobre la cultura Ibérica y en especial al análisis micro-espacial de los asentamientos, estriba en el inicio de un discurso científico acerca de la división de departamentos y actividades en función del género de sus ocupantes. En efecto, el análisis urbanístico del plano de La Bastida realizado en Contestania Ibérica, adopta como eje director la existencia de una dualidad tipológica en el inventario de ajuares de los espacios presumiblemente ocupados por mujeres y aquellos más habitualmente frecuentados por los hombres (LLOBREGAT, 1972, 34-40). Con los primeros inventarios de La Bastida recién publicados en mano, (FLETCHER, PLA, ALCACER, 1965-1969), el autor constató la distribución no arbitraria de determinados ajuares, y los agrupó en dos grandes categorías generales, en una perspectiva que casi se podría cualificar de “alquímica”: Por una parte, los elementos procedentes del barro como las cerámicas, las pesas de telar, las fusayolas, todas ellas delatoras de un protagonismo femenino, y por otra los metales, principalmente armas y herramientas, asociadas a la actividad masculina. Intuitivamente, el investigador estableció que la segregación espacial constatada entre espacios con materiales de un tipo u otro debería responder a una segregación espacial de los géneros, o al menos de los lugares donde gente de cada sexo realizaba algunas de sus funciones básicas. Así, “andro-

ceos” y “gineceos” hacían de la casa ibérica un ámbito bipolar constituido para articular espacialmente las actividades pertenecientes a ambos géneros. Más adelante en el libro (LLOBREGAT, 1972), se vuelven a hallar propuestas que inciden en la inclinación antropológica del autor, al reconocer las lagunas de la investigación en temas referentes al tipo de familia ibérica, el tipo de matrimonio, la posible existencia de un matriarcado o, menos probablemente, un patriarcado. Estas reflexiones, redactadas en los últimos años de la década de los 1960 preceden en una quincena de años la publicación de Conkey y Spector (1984, 1-38) considerada como el punto de partida de la arqueología del género, también precede en unos 20 años la expresión en boca de Tringham (1991), de la necesidad de asignar rostros (luego de sexar) a las siluetas que en nuestra imaginación poblaban las estructuras de los asentamientos que excavamos. La existencia de una tendencia universal a la división del trabajo por géneros aparece confirmada con datos contrastados en el trabajo de Murdock y Provost de 1973, una propuesta que se considera todavía vigente y que sirve de base a los estudios de relaciones entre artesanía y género de Costin. (1996) Hoy día, podemos decir que existen elementos para alimentar los debates que Llobregat dejaba en suspenso en Contestania,

prescindiendo incluso, en algunos casos, del siempre arriesgado comparatismo etnográfico que, por muy legítimo, no siempre resulta necesario. En un principio, los criterios de clasificación de los espacios valorados en Contestania Ibérica resultan de la combinación de dos enfoques diferentes sobre los cuales la metodología de hoy día nos obliga a reflexionar. En primer lugar, la necesidad de demostrar la adscripción de categorías de materiales muy generales (cerámicas y metales) a áreas de actividad con un significado genérico. La idea es sugerente, pero reparte las actividades en ámbitos o “esferas” genéricamente excluyentes -un principio bastante discutido por la antropología actual (TESTART, 1986, 75-76; WRIGHT, 1991, 195). Las dudas metodológicas aparecen al tratar de desentrañar en claves de género la significación, por ejemplo, de un brasero, un trípode o un atizador metálicos sobre un hogar doméstico, es decir, un ámbito culinario presumiblemente femenino con metales masculinos según E. Llobregat, o, inversamente, elementos de barro, como un ánfora y un servicio de beber de cerámica, en un ámbito sin rastros de fuego. Estas contradicciones manifiestas –en la perspectiva de E.Llobregat- entre ajuares y actividad expresan en realidad la necesidad de detallar mucho más el significado contextualizado de los hallazgos. Por otra parte, en el ámbito doméstico, determinados ajuares que algunos consideran cargados de valor en claves de género no se emplean apenas en los espacios construidos donde se hallan, como las herramientas agrícolas, lo cual requiere una valoración específica para los espacios no activos como los almacenes y despensas en los cuales la adscripción al género carece de sentido. En segundo lugar, la dicotomía gineceo/androceo en La Bastida expresa una forma de articulación del espacio doméstico adoptada de la literatura griega para encajarla en el contexto contestano. Independientemente de las dudas que para muchos investigadores dicha dualidad entraña en su concreción arqueológica, la idea dominante derivada de esta interesante propuesta tiende a establecer paralelismos funcionales entre el oikos y el espacio doméstico ibérico, que la arquitectura no puede confirmar debido a las diferencias rotundas en los patrones urbanísticos de cada ámbito. En otras palabras, la existencia de espacios de exclusividad genérica, llámense androon o gineceo, puede considerarse como el resultado de una investigación pero no como su punto de partida.

Tejedoras contestanas y edetanas Un punto de partida podría resultar la llamada “escena funeraria” hallada en La Albufereta (LLOBREGAT, 1972, Lam.VII), con la representación de una pareja, publicada y descrita en numerosas ocasiones. El personaje masculino, caracterizado en guerrero lleva una lanza. La mujer en cambio, tiene en su mano izquierda un ovillo de fibra donde se reconoce un huso rematado por una fusayola. Ambos personajes parecen estar protagonizando una despedida, quizás funeraria, es decir que el motivo de la escultura no parece ser la exhibición de los atributos ostentados por ambos, sin embargo, el dato interesante para nuestro caso es que cada uno está asociado a las actividades generalmente reconocidas como emblemáticos de la aristocracia. El manejo de las armas para él, la actividad textil para ella. La importancia de la actividad textil en el ámbito ibérico parece obvia en los contextos arqueológicos donde pesas de telar y fusayolas constituyen los hallazgos más habituales. Otro dato a calibrar es el considerable valor ideológico de dicha actividad, que conocemos gracias a un texto de época augustea: “Las mujeres de los iberos todos los años exponen en público las telas que han tejido. Unos hombres elegidos por votos juzgan y honran preferentemente a la que ha trabajado más. Tienen también cierta medida del talle, y si el vientre de alguna no puede ser rodeado por ella, se tiene por infame.” (NICOLAS DE DAMASCO, Frag. III, 456) O también: “Entre los iberos es costumbre, en cierta fiesta, honrar con regalos a las mujeres que muestran haber tejido más y más bellas telas” (Paradoxogr. Vatic. Rohdii) Hay en ambos textos un acusado criterio de cantidad y calidad y parece plausible que el incentivo de la competición hiciera de la producción textil la razón de vida de más de una. En otro orden de ideas, hallamos aquí la prueba de una actividad femenina, generalmente doméstica, que claramente trasciende del ámbito privado para instalarse en el calendario de los acontecimientos públicos habituales. El protagonismo masculino que una mirada anacrónica pudiera considerar fuera de lugar en este ámbito, aporta de paso el dato que los hombres tienen criterio y no resultan indiferentes a la calidad de los productos textiles. Si estas citas manifiestan la importancia ideológica que pudo tener para las mujeres ibéricas el tejido, algunos registros arqueológicos permiten por otra parte constatar hasta qué punto dichas mujeres se encontraban involucradas en la actividad textil, y también, por asociación espacial, a qué otras actividades se dedicaban.

Marcadores de género en la arqueología ibérica En otra ocasión intentamos establecer para el marco doméstico ibérico los marcadores de actividades que pudieran delatar una actividad doméstica, por una parte, y fuertes connotaciones de género por otra (GUÉRIN, 1999, 85-99). Dichas propuestas apoyaban su lógica en una perspectiva transcultural, con ejemplos adoptados de la etnografía mediterránea. Sin ánimos de deslegitimar aquella línea, parece que podría incluso reforzarse con una argumentación más contextualizada en el ámbito ibérico.

En el Castellet de Bernabé, por ejemplo existe una clara diferenciación cuantitativa entre los sectores del hábitat ocupados por gente de rango y aquellos ocupados por una clientela. El hallazgo de una casa aristocrática perteneciente a la fase más reciente de la ocupación (en blanco en la figura 1) con gran cantidad de ajuares in situ, ha propiciado un análisis espacial en el que destacan algunas actividades con fuertes connotaciones de género. Las excavaciones permitieron constatar que dicha vivienda, de notables dimensiones, puesto que ocupa 190 m2 (el 20% del poblado) resul-

taba de la agrupación mediante un muro de cierre de una sucesión de espacios intercomunicados por un pasillo y con un acceso desde el exterior del recinto amurallado. Los ajuares permiten considerar este complejo como un espacio ocupado por gente de rango, ya que la colección de hallazgos incluye la mayor parte de las importaciones así como cierto número de cerámicas de decoración floral, que escasean en el resto del poblado. De hecho, resulta llamativo que los ocupantes han dedicado departamentos enteros para algunas de las actividades más emblemáticas de los estamentos superiores de la sociedad: así el molino, o la capilla, como si se hubiera querido proyectar en el plano constructivo el elenco de valores ideológicos de la aristocracia, separando en departamentos individuales las diferentes esferas de la vida doméstica. El hecho es que las excavaciones han revelado en este contexto una intensa actividad textil, evidenciada por grandes amontonamientos de pesas de telar siempre asociados a varias fusayolas, en cuatro de las cinco estancias de esta casa. Esta constatación ofrece respuestas a varias de las incógnitas que E. Llobregat planteaba en su libro: En primer lugar, la confirmación de que tanto el hilado como el tejido se hallan en asociación espacial; son actividades llevadas a cabo por las mismas personas. La omnipresencia de estas actividades en la casa encaja con la importancia que les otorgan las fuentes literarias. Resulta incluso probable que cada telar fuera maniobrado por al menos una mujer, lo cual sitúa en esta casa como mínimo a cuatro mujeres en edad de hacerse cargo de un telar.

casos (fig.1). Y aún así, se trata casi siempre de acumulaciones de pesas en número reducido, que reflejan con toda probabilidad telares de tamaño inferior. Esta constatación permite expresar la siguiente propuesta: Las pesas de telar y fusayolas resultan sobre-representadas en los espacios ocupados por la gente de rango, reflejando una actividad textil intensiva. Los espacios de la gente común en cambio, apenas muestran restos de dicha actividad; en consecuencia, se puede proponer que si bien esta artesanía no era exclusiva de la aristocracia, las evidencias más rotundas se hallan en su ámbito, posiblemente porque la gente común debía compaginar el telar con otras servidumbres de las cuales las damas estaban liberadas. Quienes concursaban todos los años eran sin duda las mujeres de la aristocracia. La asociación espacial de los molinos Sea en el contexto gentilicio, o en un ámbito común, los telares aparecen a menudo asociados a los molinos (fig.2), mostrando que las mismas personas que tejían hacían también la harina. A los ejemplos del Castellet de Bernabé se suman todos los de la Bastida considerados por E.Llobregat en su tesis, donde se constata que a menudo las pesas de telar fueron halladas próximas o incluso debajo de los molinos, o los espacios dedicados a la molienda.

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Esta profusión de hallazgos atrae clamorosamente la atención sobre el único departamento de la casa donde no aparecen tan rotundos los testimonios de actividad textil: frente a la puerta de entrada de la casa, el departamento 22 (fig.1) destaca con un servicio de beber, un podón de hierro, una punta de lanza, además, cierto es, de media docena de pesas de telar, que tienen, sin embargo, un carácter irrelevante comparadas a los montones de 50 a 80 hallados en los departamentos vecinos,1, 2, 3, 5, y 9; he aquí lo que podemos llamar un androceo, siguiendo la tipología de actividades rastreada por E. Llobregat en La Bastida. El dato novedoso de este contexto edetano es que no se puede considerar la existencia de un gineceo. Aparece más bien que las mujeres llevaban a cabo sus actividades en todos los demás espacios de la casa. Esa misma conclusión es alcanzada los autores que tratan de analizar el espacio doméstico griego. El ámbito femenino no es un espacio acotado de la casa sino la mayor parte de ella (JAMESON, 1990, 104). Los resultados de los sectores privilegiados del poblado ofrecen diferencias notables con aquellos proporcionados por la excavación de los departamentos destinados a la clientela. En primer lugar se evidencia una diferencia de escala, puesto que las casas de estos sectores son unicelulares y ocupan menos de 20 m2, a menudo alrededor de 12-15 m2. La actividad textil no aparece en todas las casas ni mucho menos, únicamente en el 20 % de los

Hogares de cocina Molinos Montones de pondera: Grandes: De 10 a 20: Menos de 10:

fig.1: Castellet de Bernabé (en blanco, casa aristocrática).

de los criterios por él establecidos, no sin alguna contradicción: la plancha de plomo del departamento 48 (fig.3), curiosamente considerada como una estructura de combustión: “cuencos de plomo para guardar las brasas...” (LLOBREGAT, 1972), se atribuye al gineceo, mientras que el famoso plomo escrito hallado en el mismo departamento es considerado como un ajuar del androceo. Isidro Ballester había manifestado, sin embargo, muy claramente que dicho plomo se hallaba en asociación espacial con un montón de pesas de telar y un molino, precisando incluso que se encontraba “...cinco centímetros por debajo del borde del elemento fijo de la muela...” (FLETCHER, 1982, 6). Quizás en aquella época, la posibilidad de que en alguna ocasiones la epigrafía ibérica tuviera un signo femenino, resultaba todavía una La constatación de una diferencia de escalas productivas entre perspectiva demasiado progresista incluso para los planteamienel entorno rural y el espacio proto-urbano anuncia sin duda la existos vanguardistas de E. Llobregat. Sin embargo, la realidad es que tencia de otras diferencias en los hábitos de los moradores de unos una mujer ocultó el llamado “Plomo de Mogente” bajo su molicontextos y otros, que constituye un interesante terreno de invesno. Los estudios que permitieron desentrañar su significado lletigación para el futuro. garon posteriormente (FLETCHER, 1982), y hoy los especialistas reconocen incluso que la mayoría de los documentos epigráEl plomo de La Bastida y la gestión de la casa. ficos sobre plomo expresan cuentas, inventarios, archivos (DE HOZ, 1994, 246-271). El plomo de La Bastida, en concreto, es un Volviendo a los inventarios de La Bastida, es de destacar que archivo donde se enumera una serie de personajes y las cantidadada la ausencia de plantas con la distribución detallada de los des -en gran parte canceladas- de las cuales eran acreedores o hallazgos, E. Llobregat tuvo que asumir por su cuenta y riesgo la deudores (DE HOZ, 1981, 475-486). Lo importante para el caso tarea de otorgar a algunos ajuares un signo de género en función es que esta contabilidad se hallaba en manos de quien manejaba el molino. El conocimiento actual de la epigrafía no permite saber hasta qué punto los elementos inventariados en el famoso texto sobrepasan el ámbito de lo estrictamente doméstico, o si nuestra escribana (por cierto, el corrector del procesador de texto subraya este femenino como incorrecto) asumía las máximas responsabilidades en la gestión de su finca. Independientemente de los papeles que la propia tradición cultural asignaba a hombres y mujeres, resulta probable que, en los contextos estratigráficos de violencia manifiesta materializados por derrumbes e incendios, donde se hallan numerosas colecciones de enseres, la colectividad masculina se hallara ocupada en el cumplimiento de obligaciones militares, acentuando la dependencia femenina de las tareas de gestión a todos los niveles. La ausencia prolongada de los hombres dejaba como única responsable de la finca a la esposa del terrateniente. Es éste un reparto de papeles que podemos rastrear con abundantes ejemplos tanto en la tradición mitológica mediterránea como en la literatura medieval. Muestra un comportamiento masculino ocu1m pado en la actividad bélica, dejando bajo la N responsabilidad de su mujer la gestión de sus fig.2: Castellet de Bernabé, departamento 9 (alrededor de 200 a. C.): Hallazgo de pesas bienes. de telar sobre un molino. Otros contextos edetanos confirman hasta qué punto la organización del trabajo puede diferir de un ámbito a otro. Las excavaciones recientes de San Miguel de Llíria proporcionaron un molino in situ de enormes proporciones (H.BONET, 1995, 332) cuyo manejo sobrepasa completamente la escala doméstica considerada anteriormente, no solamente en función de la diferencia de rendimientos mostrada por este artefacto en relación con todos los que se hallan habitualmente, sino también porque su manejo requiere más de una persona y también condiciones físicas específicas, posiblemente más cercanas al ámbito servil de lo que cabría en una relación de clientela.

Sobre el parentesco Las preguntas de E. Llobregat acerca de la “familia” ibérica y la existencia de un posible “matriarcado”, etc., en definitiva, las preguntas sobre la estructura ibérica del parentesco, requieren algunas aclaraciones. En primer lugar, el mismo concepto de familia no parece ajustarse a los moradores de las estructuras domésticas, en determinados ámbitos, ya que el hecho de compartir un mismo techo no implica lazos de sangre e inversamente, todos los consanguíneos no constituyen un mismo núcleo doméstico (LASLETT, 1972, .847-872; McGUIRE, 1992, 158-159). Esta realidad podría alimentarse con bastantes ejemplos ibéricos, como La Bastida, donde la complejidad arquitectónica parece haber plasmado en la planimetría una continua evolución en las relaciones de parentesco. En cambio, un registro como el Castellet de Bernabé, dado el menor número de fases constructivas, resulta sumamente claro, al menos, en un grado suficiente como para conocer a grandes rasgos la tipología de los grupos humanos que ocupaban las estructuras y que a nuestro modo de ver encajan bastante con lo que entendemos como “familia” sin más rodeos. Puesto que en los ámbitos privilegiados los molinos se asocian espacialmente a los telares, como hemos visto, no ofrece dudas que las mismas mujeres asumían también las actividades de subsistencia. Del ejemplo edetano considerado anteriormente: la casa aristocrática del Castellet de Bernabé, incluso se desprende que cocinaban sobre un único gran hogar en el espacio doméstico de la casa. Dado el notable empeño con que los moradores marcaron sus diferencias sociales en el programa arquitectónico al separarse de la clientela mediante un muro, parece poco probable la existencia de un servicio en los mismos muros de la familia terrateniente. De forma que tanto en sentido propio como en el figurado,

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plomo epigráfico

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N 5m fig.3: La Bastida de les Alcuses, departamento 48: Distribución de molino y pesas de telar según FLETCHER, ALCACER, PLA, 1969

todas las mujeres de dicha casa se reunían en torno al mismo hogar. De hecho, la palabra hogar entraña unas connotaciones simbólicas que designan tanto al fuego como al espacio que lo alberga o a las personas que realizan actividades en su entorno (BONET, GUÉRIN, 1995, 85). Este contexto muestra entonces un grupo doméstico del que forman parte al menos cuatro mujeres adultas tejedoras, y una vez descartada la posibilidad de poliginia en el ámbito edetano, ya que su rey tenía una única mujer, no se puede descartar que ellas fueran los elementos más visibles desde el punto de vista arqueológico, de una familia extensa con elementos de dos o tres generaciones. Otra posible explicación al registro de la casa aristocrática a sugiere que algunas de las tejedoras pudieran ser trabajadoras de la comunidad de clientes empleadas por los dueños de la finca para prestar servicio en la producción textil. Esta convincente hipótesis de Teresa Chapa (1) plantea sin embargo otras preguntas: es posible que las damas asumieran como propios los trabajos textiles realizados en sus casas, por gente a su servicio, pero de allí a concursar con obras ajenas... El texto de Nicolas de Damasco sobre los concursos de telas parece referirse a un premio al trabajo personal. No resultaría lógico que las plebeyas tuvieran el mismo derecho de exponer sus trabajos, unos trabajos realizados en el marco de una prestación de servicio. Aunque tampoco convence la idea de que varias mujeres de un mismo grupo gentilicio, de una misma casa, compitieran entre sí. Quizás la verdad se halle en una combinación de ambos escenarios: Mientras la Dama teje cumpliendo un cometido con un valor ideológico específico de su rango, otras mujeres a su servicio realizan la producción más funcional. De vuelta a los sectores del hábitat ocupados por la clientela, constatamos una realidad opuesta donde la recurrencia del modelo de espacio doméstico unicelular con hogar central no podría cobijar otro modelo de grupo doméstico que la familia nuclear de dos generaciones. En conclusión, los tipos de familias evidenciados gracias al urbanismo y la distribución de ajuares del Castellet de Bernabé expresan la misma realidad dual constatada en el patrón socio económico: salvando las dudas expresadas más arriba, la gente de rango se agrupa en un modelo de familia extensa porque el juego de herencias y sucesiones otorga responsabilidades y derechos a una nebulosa de allegados (Mc NETTING, 1984). La gente común en cambio, parece ocupar espacios adaptados a un modelo de familia nuclear. La existencia de la organización familiar en éste ámbito no ofrece dudas puesto que existe un modelo recurrente de estructura doméstica provista de hogar. Dicha regularidad refleja también que se trata de gente libre, puesto que en el caso contrario no contarían con equipamientos individualizados. Sin embargo, determinadas actividades como la molienda, la bodega o el almacenaje parecen realizarse en estructuras compartidas: podrían ser los servicios comunes proporcionados por el patrón a la comunidad.

¿Absentismo masculino o dificultades de lectura? No existen en los registros ibéricos datos arqueológicos para asignar a los hombres un papel específico en la producción. La iconografía ibérica más tardía muestra alguna escena de hombre arando, o recolectando, pero sin recurrir a la comparación etnográfica no es posible asignar un género a actividades como la metalurgia del hierro o algunas tareas agrícolas. Jenofonte realiza en el Económico (VII, 5-6) una descripción explícita de la división del trabajo en el oikos en función de las actividades de interior (femeninas) y del exterior (masculinas). Incluso asumiendo que, a imagen del oikos griego del s. V a.C., la comunidad de hombres del Castellet de Bernabé se dedicara principalmente a las tareas agrícolas descritas por Jenofonte, los hallazgos de herramientas de hierro en la gran casa difícilmente constituyen un testimonio de presencia masculina, ya que su rotunda ausencia del resto del poblado invita a considerarlas en términos de medios de producción controlados por los terratenientes, propietarios de las tierras circundantes. En todo caso, se trata de herramientas guardadas a buen recaudo por los dueños, no herramientas activas, puesto que se utilizan fuera del poblado: En la casa no tienen ningún valor funcional, contrariamente a los telares o los molinos. Masculinidad e ideología del prestigio en el ámbito urbano La práctica ausencia de decoraciones figuradas en los poblados rurales incita reservar su lectura iconográfica para la interpretación de los asentamientos de donde proceden, urbanos o protourbanos, sin arriesgarse a hacer extensivas las conclusiones al conjunto de la sociedad ibérica. Sin embargo, en este nuevo marco interpretativo, otros parámetros intervienen entre los factores que articulan el orden social. La ciudad, como sede de la aristocracia del final del período Ibérico Pleno, abarca en su composición sociológica una cadena de estamentos ajenos al medio rural. La investigación ha acordado que figuraciones pictóricas como las de Llíria implican la existencia de un tipo de artesano especializado dedicado a una producción de prestigio cuyas salidas funcionales abarcarían diversos ámbitos en función de la temática y del contexto de los hallazgos. Los motivos de esta diferencia con los contextos rurales requieren algunas aclaraciones respecto de la economía política en las sociedades pre-capitalistas. Una de las realidades antropológicas que tarde o temprano tendrá que asumir la investigación ibérica estriba en el intercambio como factor de estabilidad política, más allá, claro está, de la superioridad militar. En las sociedades de jefaturas incipientes o avanzadas como fueron las comunidades contestanas y edetanas, el personaje real o aristocrático requería para poder consolidarse en la cumbre de la sociedad, una serie de condicionantes entre los cuales hallamos en primer lugar, cierto capital en prestigio, necesario para ostentar las riendas del poder de forma duradera. Limitándonos a la cultura ibérica, este parámetro resultó ser el más

potente motor de la aculturación desde el período orientalizante hasta la época tardo-ibérica. Aparece que desde que fenicios y griegos empezaron a frecuentar estas costas, fueron utilizados por los jerarcas indígenas como fuentes de nuevos bienes de prestigio utilizables en sus pugnas internas por el poder local. Diferentes mecanismos cuyo detalle no ha lugar en estas páginas (AUBET, 1990, 33-35) permiten construir y consolidar el prestigio. Mediante la entrega de regalos suntuosos, un personaje de rango se hacía acreedor de un débito por parte de sus interlocutores y esta deuda le situaba por encima, en cuyo caso, el prestigio se valoraba en función de la calidad y el número de los deudores. La posesión de objetos raros, suntuosos o únicos constituía “el capital” que garantizaba la superioridad política de un personaje respecto de los de su clase. Al principio de las colonizaciones, la profusión de tesoros en el mediodía peninsular no refleja sino las pugnas por una superioridad política cuyo elemento de legitimación parece ser justamente la orfebrería orientalizante. Al igual que se evidencia en los principados celtas del Norte de los Alpes en el mismo momento (FRANKENSTEIN, ROWLANDS, 1978, 73-112), puede que las tensiones políticas entre territorios colindantes se manifestasen también en una pugna por el control de los bienes de prestigio extranjeros o al menos de sus rutas de acceso. Posiblemente, a partir del s. VI hasta el IV a.-C., las cerámicas áticas alcanzaran igualmente un estatus de marcadores de prestigio cuyo control se asociaba al poder, pero en tierras edetanas, la tradición cultural indígena acabó por liberarse de la servidumbre de dicha economía, descartando el componente ultramarino. En efecto, en un alarde de creatividad artística, edetanos y contestanos empezaron a rivalizar en el terreno del arte local, mediante un lenguaje iconográfico no inocente. Los vasos de Llíria o La Serreta expresan, por medio de sus programas iconográficos, los valores ideológicos de las aristocracias urbanas principalmente en su expresión religiosa, militar y cinegética. Los mapas de repartición de dichos productos revelan a la vez cuales fueron sus mecanismos de difusión. Mediante el proceso que Renfrew y Cherry denominan “Emulación competitiva” (RENFREW, CHERRY, 1986, 8-9), fueran de San Miguel o de Serreta, los primeros prototipos del estilo edetano incentivaron copias o inspiraciones en todas las grandes aglomeraciones, que fueron producciones necesariamente parecidas para poder competir unas contra otras, con unas mismas “reglas del juego”. Probablemente se idearan como elementos de refuerzo en la rivalidad entre ciudades vecinas. Las difusiones de los estilos de Lliria o de Elche delimitaban en realidad koines de los territorios que más a menudo contactaban unos con otros. Hemos de reconocer que estos testimonios materiales de la ideología ibérica del poder constituyen los únicos soportes no literarios que proporcionan información sobre algunas actividades masculinas; sólo algunas, puesto que, según se desprende de la iconografía, no resultaba glorioso hacer ostentación de la economía de subsistencia. En cambio, la triada ideológica que constituyen para la clase gentilicia la religión, la guerra y la caza, propor-

cionan sólidas coartadas para confirmar un probable absentismo masculino en los registros arqueológicos de los poblados. En cuanto a la gente común, no tenemos en el contexto ibérico ningún dato para desmentir la propuesta de Jenofonte en su Económico: “Para el hombre, las tareas del exterior...”. Los motivos de Argantonio: perspectiva antropológica del poder real En lo que se refiere al comportamiento masculino en el ámbito del poder, la iconografía proporciona elementos para reconocer patrones generales y para entender unos principios de autorepresentación que buscan sus modelos en las proezas del héroe mitológico, siendo la imagen del hombre armado el denominador común de este lenguaje. Limitada a los testimonios de la cultura material, parece evidente que resulta una imagen extremadamente simple de la ideología masculina del poder. Las fuentes literarias proporcionan sin embargo uno de los fragmentos más útiles para reconstruir la estructura de pensamiento de un rey en pleno ejercicio de sus funciones diplomáticas, más allá de su simple representación guerrera. Se trata del celebre texto de Herodoto acerca del encuentro de Argantonio, rey de Tartessos, y una delegación venida de Focea. Dicho texto se esgrime habitualmente para apoyar la perspectiva de los precoces contactos Jonios en Huelva que demuestran los hallazgos materiales (DOMÍNGUEZ MONEDERO, 1994, 21-48), sin embargo, una lectura antropológica del texto revela también las claves de comportamiento del rey tartesio y la aplicación de una auténtica metodología destinada a unos fines específicos que descubriremos. Vale la pena reproducir el texto puesto que entraña datos de interés en diferentes pasajes que se han subrayado: “Los habitantes de Focea, por cierto, fueron los primeros griegos que realizaron largos viajes por mar y son ellos quienes descubrieron el Adriático, Tirrenia, Iberia y Tarteso. No navegaban en naves mercantes, sino en penteconteros. Y, al llegar a Tarteso, se hicieron muy amigos del rey de los tartesios, cuyo nombre era Argantonio, que gobernó Tarteso durante ochenta años y vivió en total ciento veinte. Pues bien, los foceos se hicieron tan grandes amigos de este hombre que, primero, les animó a abandonar Jonia y a establecerse en la zona de sus dominios que prefiriesen; y posteriormente, al no lograr persuadir a los foceos sobre el particular, cuando se enteró por ellos de cómo progresaba el medo, les dio dinero para circundar su ciudad con un muro. Y se lo dio a discreción, pues el perímetro de la muralla mide, efectivamente, no pocos estadios y toda ella es de bloques de piedra grandes y bien ensamblados. De este modo, pues, fue como pudo construirse la muralla de Focea” (Heródoto, I, 163-164). A la luz de este texto son varias las claves que permiten reconocer los objetivos verdaderos de Argantonio en su relación con los griegos. En su estrategia, primero les invita a instalarse en sus tierras en un aparente gesto de hospitalidad desinteresada que constituye un auténtico tópico de la literatura clásica, sin embargo

hay que calibrar la importancia de la contrapartida política implícita en una eventual aceptación por parte de los Foceos. ¡Qué satisfacción para el rey, poder ostentar a estos refugiados ante los vecinos (y sin duda rivales) de su mismo rango! En realidad es como si Argantonio hubiera vislumbrado la posibilidad de considerar a los griegos como los muy exclusivos objetos de prestigio de su clientela. Por otra parte, la presencia de una comunidad griega sin duda bien provista de artesanos especializados constituiría una nueva fuente de objetos de prestigio cuya circulación sería, en toda lógica, controlada desde la cúspide del poder. En su segundo paso, Argantonio se muestra sensible a la preocupante situación política en Jonia y otorga una generosa suma para construir defensas. La historia muestra que el rey resultó ser el único beneficiario de aquella inversión, puesto que la nueva muralla no fue suficiente para defender a Focea; en cambio, la riqueza y la generosidad de Argantonio que ya se conocían entonces, puesto que motivó la visita de los griegos, permanecieron inmortalizadas en la mente de todos de un extremo al otro del mundo civilizado. Probablemente fuera éste el objetivo de Argantonio: consolidar definitivamente una fama universal ya alcanzada. Herodoto se toma la molestia de describir la muralla subvencionada con fondos tartesios como de: “... no pocos estadios y toda ella es de bloques de piedra grandes y bien ensamblados.”, lo cual deja sospechar que más allá de una muestra simbólica de generosidad, el rey se interesó por un proyecto concreto, un proyecto que fuera digno de su figura y que pudiera servir de mensaje “al Medo”, porque si bien Argantonio aparece como el aliado de los Foceos, no por ello descarta cubrirse de fama más allá de las orillas del mar; los Persas también tendrán que conocer al artífice de este alarde de ingeniería, extendiendo el alcance de la fama real hacia horizontes desconocidos. Encontramos en estas supuestas intenciones de Argantonio un buen ejemplo de apropiación simbólica del espacio (GONZÁLEZ MARCÉN, 2000), en este caso, de un espacio hipertrofiado, infinito, expandido más allá de toda medida abarcable a una escala humana. Para el propio Argantonio el poder y el sumo prestigio consisten en que el mundo entero conozca y pronuncie su nombre, porque ser nombrado es existir. Los griegos y por extensión, los Persas, contribuyen a este objetivo como vectores de la fama, como meros medios de comunicación. Las importantes sumas invertidas en esta operación son necesarias para que la fama perdure más allá de lo anecdótico, abriendo para nuestro personaje las puertas de la leyenda y por consiguiente la inmortalidad, y ese es el auténtico objetivo de Argantonio: la inmortalidad propiciada por el recuerdo duradero de su incalculable riqueza. Sin duda, más allá de una descomunal longevidad de 120 años, propia de un semi-dios, alcanzó su objetivo, puesto que 2500 años más tarde, su nombre todavía hacer correr la tinta... (1) Agradezco a Teresa Chapa los comentarios amablemente sugeridos en el primer borrador de este texto.

Bibliografía AUBET, 1990: M.E. Aubet: El Impacto fenicio en el interior del mediodía peninsular, in La cultura Tartésica y Extremadura, Cuadernos Emeritenses, 2, Mérida , 1990, p. 29-44

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