Identidades e independencias. División e integración en las dos orillas, 1808-2008

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Identidades e independencias División e integración en las dos orillas, 1808-2008 Manuel de Paz Sánchez Consuelo Naranjo Orovio [coords.]

Colección dirigida por: Manuel de Paz Sánchez Directora de arte: Rosa Cigala García Control de edición: Ricardo A. Guerra Palmero Manuel de Paz Sánchez y Consuelo Naranjo Orovio [coords.] Identidades e independencias. División e integración en las dos orillas, 1808-2008 Primera edición en Ediciones Idea: 2009 © De la edición: Ediciones Idea, 2009 Fundación para el Desarrollo y la Cultura Ambiental de La Palma, 2009 © De los textos: Los autores Ediciones Idea • San Clemente, 24 Edificio El Pilar 38002, Santa Cruz de Tenerife. Tel.: 922 532150 Fax: 922 286062 • León y Castillo, 39 - 4º B 35003 Las Palmas de Gran Canaria Tel.: 928 373637 - 928 381827 Fax: 928 382196 [email protected] www.edicionesidea.com Fotomecánica e impresión: Publidisa Impreso en España - Printed in Spain. ISBN: 978-84-8382Depósito Legal: TFNinguna parte de esta publicación, incluido el diseño puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por medio alguno, ya sea electrónico, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin permiso previo y expreso del autor o editor.

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Presentación1

Una línea de investigación, que suscita el interés general de diversos centros en diferentes países europeos, es el estudio del mundo Atlántico y de su significación histórica en relación con fenómenos esenciales de nuestro tiempo como la globalización. En tal sentido se celebró, en el marco de la Universidad Ambiental de La Palma y durante la última semana de julio del pasado año 2008, el I Encuentro en el Atlántico; un curso-reunión científica que llevó el título de «Ciencia, Ilustración e Independencia (1808-2008). División e integración de las dos orillas»,

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Este libro forma parte del proyecto de investigación «Memoria del azúcar: prácticas económicas, narrativas nacionales y culturales en Cuba y Puerto Rico, 1791-1930», HUM2006-00908/HIST, financiado por el MEC. 7

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que estuvo dirigido por Consuelo Naranjo Orovio y Manuel de Paz Sánchez. Esta primera reunión científica, ya que gracias al apoyo de la propia Universidad Ambiental de La Palma, del Vicerrectorado de Universidad y Sociedad y, especialmente, por el patrocinio de la Consejería de Educación, Cultura y Deportes del Gobierno Autónomo, se pudo contar con la presencia de todos los ponentes a lo largo de todas las jornadas; esta primera reunión contó, pues, con la participación de un grupo representativo de investigadores nacionales y extranjeros, especialistas en el tema objeto de análisis. Entre ellos hay que destacar varios investigadores del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y, asimismo, diversos profesores de distintas universidades de Francia, República Checa y, asimismo, de la Universidad de La Laguna. Uno de los objetivos, en el marco en el que se llevó a cabo este primer Encuentro, estuvo relacionado con el deseo de subrayar la importancia del Archipiélago canario en los grandes ejes históricos del mundo Atlántico, destacando en la citada convocatoria el hecho de que se cumpliera el bicentenario del inicio de la Emancipación de la América española. En este contexto se trataron de analizar los procesos independentistas y sus antecedentes, en particular en el área del Caribe, que es la que posee una mayor vinculación histórica con Canarias.

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Canarias, en general, y La Palma, en particular, constituyeron, durante el Quinientos, un punto clave en los intercambios marítimos entre los tres Continentes, máxime teniendo en cuenta la relevancia de Santa Cruz de La Palma en las rutas del Nuevo Mundo. Esta corriente marítima generó, por ejemplo, en el ámbito de la cultura y el pensamiento, manifestaciones muy singulares como fue el caso de Bernardino de Riberol, un erasmista canario que ha merecido, sin duda, un lugar destacado en esta corriente filosófico-cultural de la Edad Moderna. Así, pues, los diferentes estudiosos pusieron de relieve fenómenos de especial interés histórico como los procesos emancipadores en Venezuela, las luchas por la independencia en Cuba y Puerto Rico, el indigenismo identitario, la significación universal de tales fenómenos y sus consecuencias, las ciencias como elementos delineadores de la conciencia nacional o la relevancia de las organizaciones masónicas en tales procesos, entre otras consideraciones de interés. Aunque ahora solamente se publica una breve muestra de los temas expuestos durante las jornadas, es conveniente destacar desde aquí el esfuerzo realizado por otros participantes, como por ejemplo la Dra. Consuelo Naranjo Orovio, cuya disertación llevó el título de «¿Una independencia tardía?: las Antillas hispanas». La conferencia estuvo centrada en las peculiaridades de las Antillas his9

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panas como factores que condujeron el devenir histórico de las islas y retrasaron la independencia de la metrópoli. Por diferentes motivos, Cuba, Puerto Rico y la República Dominicana tuvieron una evolución distinta a la del resto de los países americanos, aunque ellos mismos tienen particularidades que los diferencian. Mientras que en Cuba y Puerto Rico la actuación de sus elites y, fundamentalmente, el pacto colonial entre ellas y el Gobierno metropolitano fue lo que delimitó su autonomía y posterior independencia, en el caso de la República Dominicana es imprescindible tener presente el impacto que supuso en este territorio la Revolución Haitiana y de qué manera la independencia de Saint Domingue precipitó los acontecimientos de esta «apacible isla». En los tres casos, la Revolución Haitiana y el subsecuente miedo al negro fue sin duda el fantasma que planeó sobre las islas como elemento de involución y contención ante las reformas y anhelos independentistas. El profesor Dr. Manuel de Paz, siguiendo el orden de las exposiciones, planteó su reflexión sobre uno de los mitos más clásicos de la historiografía española durante la Edad Contemporánea: el papel de la masonería en la pérdida de las últimas Colonias, particularmente en los casos de Cuba, Puerto Rico y Filipinas. El autor pretendió reflexionar sobre el problema en relación con las últimas aportaciones de diversos especialistas, pero sin olvidar las antiguas producciones que han pretendido revivir las vie10

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jas teorías sobre la «culpabilidad» de la masonería en tales procesos, de acuerdo con un planteamiento ideologizado de signo reaccionario, ya que la masonería, lo mismo que otros colectivos humanos, experimenta similares fracturas en momentos decisivos de la historia nacional e internacional, tanto en los procesos emancipadores como, desde luego, durante los grandes conflictos mundiales, por subrayar dos aspectos esenciales. La profesora Dra. Françoise Moulin-Civil analizó magistralmente la «Formación de la conciencia nacional durante el XIX en la Literatura cubana». En este sentido, tal como planteó en su momento, siendo el XIX el siglo del acceso a la independencia para Cuba, es interesante comprobar cómo nace y se desarrolla la conciencia nacional en la Literatura. A partir de algunos ejemplos paradigmáticos sacados de los varios géneros literarios (narrativa, poesía, teatro, ensayo), la profesora Moulin-Civil valoró el aporte decisivo de algunos pensadores y autores cuya pluma, a veces, resultó tan eficaz como las propias armas durante los conflictos bélicos. Magistral fue también la intervención del profesor Dr. José Antonio Piqueras Arenas, que versó sobre «El dilema del hacendado. Cuba, entre la fidelidad y el gobierno doméstico». Tal como destacó, a comienzos del siglo XIX encontramos en Cuba una poderosa elite cuya expansión económica se vio acompañada de una creciente conciencia de grupo y del poder adquirido, pero también de sus 11

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limitaciones y de los beneficios que proporcionaba la fidelidad al imperio. Su conferencia indagó en las relaciones de afinidad, alianza y disenso en el interior del grupo hispano-criollo y de éste con la metrópoli en la tesitura de la crisis del imperio que se manifiesta a partir de 1808. El Dr. Salvador Bernabéu Albert analizó, por su parte, «La construcción de la memoria patria: conmemoraciones, publicaciones y festejos en torno al primer centenario de la independencia mexicana (1910)». Su intervención estudió las visiones encontradas que surgieron en la República Mexicana con motivo de la celebración del primer aniversario de la independencia del país. Tras una introducción a la importancia de los «centenarios» como inventos decimonónicos para construir y difundir la memoria oficial de los gobiernos de turno durante el siglo XIX, abordó los tipos de celebraciones, los actores sociales, la hispanofobia e indofobia que marcó los festejos y dividió a la República, y se centró, finalmente, en el papel de las asociaciones de emigrantes españoles, que tuvieron un gran protagonismo en el evento. Acompañó su exposición de abundante material gráfico, con el fin de facilitar la comprensión de los conceptos y los procesos históricos. El Dr. Vanni Pettinà, por su parte, planteó en su intervención una serie de «Relecturas de la insurrección cubana de 1956-1959: hacia una nueva independencia». Una parte relevante de la literatura sobre la insurrección cubana del final de los años cincuenta, según manifestó, ha 12

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interpretado dicho acontecimiento histórico como la lucha del pueblo cubano para alcanzar una verdadera y real independencia, considerado que la de 1898 fue frustrada por el establecimiento del protectorado estadounidense sobre la isla. En tal sentido, propuso una revisión de las características principales del desarrollo histórico cubano precedente a la revolución y revaluó las coordenadas políticas generales dentro de las cuales se desarrolló el proceso insurreccional cubano de 1956-1959. Su objetivo fue averiguar si la lucha de 1956-1959 tuvo como fin rescindir la relación de protectorado con EE.UU., o si fue en realidad una respuesta dada básicamente a los problemas políticos internos y que los cincuenta años de independencia no habían sabido o podido resolver. ¿Fue finalmente la insurrección del final de los cincuenta el último episodio del itinerario independentista latinoamericano empezado en 1815 o fue un evento histórico enraizado en los problemas políticos que habían emergido sin encontrar solución en las décadas siguientes a la independencia de 1898? La profesora Dra. Juana Rodríguez Mendoza analizó en su intervención aspectos lingüísticos fundamentales, ya que, tras la Independencia americana, la aportación de sabios como el propio Andrés Bello, cuyos ancestros eran de origen canario, resultó esencial para preservar, por vía de reglamentación idiomática, la riqueza y la fortaleza del idioma castellano en tierras de América.

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Paralelamente, el profesor Dr. Vicente Zapata realizó una sólida intervención teórico-práctica en relación con los materiales cartográficos de la exposición que, bajo el título de «La ‘otra orilla’ en los mapas», acompañó a las jornadas de este I Encuentro entre historiadores americanistas. La muestra, cuyo comisariado corrió a cargo del profesor Zapata, puso de relieve que, durante los siglos XVIII y XIX, se produjo el perfeccionamiento de la instrumentación que utilizan geógrafos, ingenieros y cartógrafos para la elaboración de mapas, así como un avance notable en las técnicas para su reproducción. Estos procesos se ponen al servicio de un conocimiento más preciso del territorio, tanto de su topografía, a partir de la evolución de la representación del relieve, como de los elementos que configuran la planimetría. Las primeras cartas, en las que aparece profusamente delimitado el litoral y sus accidentes más relevantes, van dando paso a documentos de menor escala geográfica y mayor densidad informativa, sobre todo relativa a los procesos de humanización. La planimetría se enriquece con la ilustración de cursos de agua, núcleos de población, vías de comunicación y divisiones administrativas, entre otros elementos. Proliferan, además, los planos de enclaves de máximo interés estratégico, sobre todo áreas urbanas y portuarias, como sucede con la capital de Cuba. La información geográfica, económica y estadística aparece, asimismo,

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como un complemento imprescindible para destacar las diferencias entre áreas con distinto nivel de desarrollo. Los mapas que compusieron la muestra de los territorios centroamericanos seleccionados reflejaron dicha evolución entre 1749 y 1853, un siglo de avances cartográficos, pero también de progresos en los distintos planos de la realidad, que se observan entre la carta general del espacio caribeño de Bellin y el mapa de Cuba de Coello; en su conjunto, pues, vienen a resaltar el creciente interés que adquieren las islas antillanas en el contexto internacional a lo largo de la historia.

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El contexto histórico de la búsqueda de la identidad de Cuba en José Antonio Saco1 Josef OPATRNÝ Universidad Carolina (Praga)

Para la historiografía moderna hay una característica común de las colonias españolas en la primera cuarta parte del siglo XIX: aparecieron los procesos que desembocaron en la independencia de México, Chile, Argentina y otros países latinoamericanos. En las discusiones sobre el problema se presentan opiniones diferentes y sugerencias que piden repensar la problemática2, sin embargo, nadie duda 1

Este texto es resultado del proyecto de investigación MSM 002160824 del Ministerio de Educación de la República Checa y del proyecto de investigación «Memoria del azúcar: prácticas económicas, narrativas nacionales y cultura en Cuba y Puerto Rico, 1791-1930», HUM2006-009808/HIST, financiado por el Ministerio de Educación y Cultura de España. 2 Véase el esbozo muy útil de las discusiones sobre las independencias iberoamericanas Debates sobre las independencias iberoamericanas, Chust, Manuel

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sobre la importancia de los procesos mencionados para las sociedades latinoamericanas. Una parte de los especialistas llamó a las guerras por la independencia guerras por la liberación nacional3, suponiendo de tal manera que en los fines del siglo XVIII o en los principios del XIX a más tardar, existieron en América naciones oprimidas que lucharon por su libertad. Por otro lado, la problemática de la existencia de las naciones en América Latina y de su forma ya desde hace décadas despierta debates cuyos participantes mantienen diferentes, frecuentemente contradictorias4, y Serrano, José Antonio (eds.), Estudios AHILA de Historia Latinoamericana n.° 3, AHILA-Iberoamericana-Vervuert, Madrid, Frankfurt am Main 2007. 3

Véase el concepto de Manfred Kossok, que publicó una serie de estudios ligada por un concepto: la guerra por la independencia en la América Latina fue la guerra por la liberación nacional. Véase p. ej. Kossok, Manfred: «Kolonialbürgertum und Revolution.Über den Charakter der hispanoamerikanischen Unaabhängigkeitsbewegung, 1810-1826», en Wissencheftliche Zeitschrift der Karl-Marx-Universität, VII, 1957, n.º 8, p. 224 y ss. Comp. también Guerra, Francois-Xavier: «Identidades et independencia: excepción americana», en Imaginar la Nación. Cuadernos de Historia Latinoamericana, n.° 2, 1994, pp. 93-134. 4 Comp. p. ej. Grajales, Gloria: Nacionalismo incipiente en los historiadores coloniales. Estudio historiográfico, México, 1961; Whitaker, Arthur P.: The Nationalism in Latin America, Gainesville, 1962; Correa Vial, Gonzalo: «La formación de las nacionalidades hispanoamericanas como causa de la independencia», en Boletín de la Academia Chilena de Historia, XXXIII, n.° 75, 1996, pp. 110-144; Masur, Gerhard: Nationalism in Latin America. Diversity and Unity, New York, London, 1966; Whitaker, Arthur P. y Jordan, David C.: Nationalism in Contemporary Latin America, New York, 1966; Herrera, Felipe: Nacionalismo Latinoamericano, Santiago de Chile, 1967; Kaplan, Marcos: Formación del Estado nacional en América Latina, Santiago de Chile, 1969;

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opiniones, inspiradas en las últimas décadas por los resultados de la discusión internacional sobre el nacionalismo o por la problemática de la existencia de las naciones en el nivel general5. Durante esta discusión surgió el concepto Soler, Ricaurte: Clase y nación en Hispanoamérica. Siglo XIX, Panamá, 1975; Palacios, Marco (comp.): La unidad nacional en América Latina. Del regionalismo a la nacionalidad, México, 1983; Brading, David A.: The First America. The Spanish Monarchy, Creole Patriots and the Liberal State, 1492-1867, Cambridge, 1991; Annino, Antonio, Castro Leiva, Luis y Guerra, Francois-Xavier (eds.): De los Imperios a las Naciones: Iberoamérica, Zaragoza, 1994; Guerra Francois-Xavier y Quijada, Mónica, (coord.): Imaginar la Nación. Cuadernos de Historia Latinoamericana, n.º 2, 1994; Brading, David A.: «Nationalism and State-Building in Latin American History», en Ibero-Ameri-kanisches Archiv 20, 1/2, 1994, pp. 83-108; Ferrer Muñoz, Manuel: La formación de un Estado nacional en México. El Imperio y la República federal, 1821-1835, México, 1995; König, Hans-Joachim: En el camino hacia la nación. Nacionalismo en el proceso de formación del estado y de la nación de la Nueva Granada, Bogotá, 1994; el mismo, «Nacionalismo y nación en la historia de Iberoamérica», en Cuadernos de historia latinoamericana, Estado-nación, Comunidad indígena, Industria, n.º 8, 2000, pp. 7-47; König, Hans-Joachim y Wiesebron, Marianne (ed.): Nation Building in Nineteenth Century Latin America, Leiden, 1998; Munera, Alfonso: El Fracaso de la Nación. Región, clase y raza en el Caribe colombiano (1717-1810), Bogotá, 1998; Mücke, Ulrich: «La desunión imaginada. Indios y nación en el Perú decimonónico», en Jahrbuch für Geschichte Lateinamerikas 36, 1999, pp. 219-232; Sábato, Hilda (coord.): Ciudadanía política y formación de las naciones. Perspectivas históricas de América Latina, México, 1999. O, más recientemente, El nacimiento de las naciones iberoamericanas. Síntesis histórica, Fundación MAPFRE TAVERA, Academia Mexicana de la Historia, Madrid, 2002, o Rodríguez O., Jaime E. (coord.): Revolución, independencia y las nuevas naciones de América, Fundación MAPFRE TAVERA, Madrid, 2005. 5 Sobre el problema de la existencia de las naciones y del nacionalismo véase Anderson, Benedict: Imagined Communities: Reflections on the Origin

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del Estado-Nación que ganó en los noventa del siglo XX muchos partidarios. Hans-Joachim König, uno de los autores que dedicó gran atención a la problemática de la forma de las sociedades en América Latina en los fines del siglo XVIII y principios del XIX6, escribió en una de sus obras en este contexto: La nueva historiografía latinoamericana está de acuerdo en la valoración que el Estado precedió a la Naand Spread of Nationalism, rev. ed. London, 1991; Armstrong, John A.: Nations before Nationalism, Chapel Hill, 1982; Balibar, Etienne y Wallerstein, Immanuel: Race, Nation, Class: Ambiguous Identities, London, 1991; Breuilly, John: Nationalism and State, 2.ª ed., Chicago, 1994; Gellner, Ernst: Nation and Nationalism, Oxford, 1983; Hobsbawm, Eric J.: Nations and Nationalism since 1780, Cambridge, 1990; Hroch, Miroslav: Social Preconditions of National Revival in Europe. A Comparative Analysis of the Social Composition of Patriotic Groups among the Smaller European Nations, Cambridge, 1985; Anthony D. Smith: The Etnic Origins of Nations, Oxford, 1986; Hutchinson, John y Smith, Anthony D. (eds): Nationalism, Oxford, 1994; Smith, Anthony D.: Nationalism and Modernism. A Critical Survey of Recent Theories of Nations and Nationalism, London, New York, 1998; Hall, J.: The State of the Nation. Ernest Gellner and the Theory of Nationalism, Cambridge, 1998. Las obras clásicas de Hayes, Carleton B.: The Historical Evolution of Nationalism, New York, 1931; Deutsch, Karl W.: Nationalism and Social Communication. An Inquiry into the Foundation of Nationality, Cambridge Mass, 1953; Shafer, Boyd C.: Nationalism. Myth and Reality, London, 1955 y Kohn, Hans: The Idea of Nationalism, New York, 1967 tienen siempre su importancia. Comp., sin embargo, también el concepto reciente de Hastings, Adrian: The Construcction of Nationhood. Etnicity, Religion and Nationalism, Cambridge, 1997. 6

Comp. sobre todo su obra excelente sobre Nueva Granada: König, Hans-Joachim, 1994, op. cit. 20

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ción. Se sugiere que fueron los nuevos Estados independientes que construyeron las naciones. Se llegó así a la conclusión que las naciones modernas, como unidades políticas con fronteras culturales, no existieron antes de la consolidación de los Estados, es decir no antes de mediados del siglo XIX o más tarde. Con esto se rectificaron opiniones anteriores que señalaban como una causa de las revoluciones de Independencia, de la formación de Estados, la previa toma de conciencia «nacional», una conciencia, que se basaba en aspectos culturales y étnicos de la población autóctona7.

El concepto Estado-Nación está casi generalmente aceptado a pesar de que tiene ciertas desventajas que, por otro lado, tomando en cuenta la complejidad de la problemática de las identidades nacionales en el continente americano en la época mencionada, pueden ser consideradas como ventajas. No dice nada sobre la identificación de los ciudadanos de los Estados nuevos con estas comunidades. No está claro cuántos individuos se identificaron con Chile, México, Gran Colombia, Perú o Bolivia, probablemente la minoría, quizás solamente las elites políticas, lo que explica por qué algunos de estos países se desintegraron prácticamente sin resistencia formándose los nuevos Estados-Naciones. En 1824 fracasó de tal manera el intento de constituir el «gran» México que incluiría todo el espacio de América Central, y después de 7

König, Hans-Joachim, op. cit., p. 31. 21

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algunos meses se desintegró el primer imperio mexicano; en 1830 aparecieron en lugar de la Gran Colombia tres Estados-Naciones nuevos, Venezuela, Ecuador y Colombia (su desintegración siguió en 1903 con la separación de Panamá que formó un nuevo Estado-Nación); y en los fines de los treinta siguió la fragmentación en América Central. Las Provincias Unidas de Centroamérica se desmoronaron en Guatemala, Honduras, El Salvador, Nicaragua y Costa Rica. La identificación débil, o quizás nula, con estos nuevos Estados-Naciones en las regiones fronterizas puede también servir para la explicación de los frecuentes cambios de los límites en el siglo XIX. En este hecho, sin ninguna duda, jugaron también otros factores como inestabilidad política y problemas económicos, pero el hecho de que a gran parte de la población le faltaba la conciencia de la identidad del nuevo conjunto estatal —o nacional— tuvo su importancia. La identidad de los individuos y de todos los grupos sociales en América Latina interesa, precisamente por esta razón, a Francois-Xavier Guerra8, que después de mencionar la existencia de dos conceptos de nación, es decir el «estatal» y el «cultural», hizo constar: Plantearse el problema en estos términos —es decir la desintegración de la Monarquía hispánica— supone interrogarse sobre cuáles eran los diferentes tipos de 8

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Guerra, Francois-Xavier, 1994, op. cit., pp. 93-134.

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identidades que existían en la América hispánica y cómo evolucionaron en la época de la independencia. Si la identidad remite siempre a lo que un grupo considera ser y a lo que lo hace al mismo tiempo diferente de otros, podemos considerarla bajo dos enfoques diferentes: el político —la pertenencia a una colectividad que posee un gobierno propio— y el cultural —la posesión de rasgos culturales específicos—. Desde ambos puntos de vista pueden distinguirse en América española dos pirámides paralelas de identidades superpuestas: una política y otra cultural9.

Guerra, de tal manera, presupone —compartiendo la opinión de la mayoría de los autores clásicos y modernos interesados en la investigación en el campo de los nacionalismos— que la existencia de la conciencia de las diferentes identidades significa un factor importantísimo en el proceso de los esfuerzos de «independizarse» de la identidad diferente no solamente en los campos cultural, social, económico sino, sobre todo, político, formando el Estado soberano e independiente10.

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Ibídem, p. 96.

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Comp. en este contexto la idea de Boyd Shafer presentada en 1955. Shafer menciona diez elementos que caracterizan la comunidad nacional. Unos de los más importantes son para Shafer las instituciones sociales y económicas comunes, el gobierno soberano o la ambición de alcanzarlo. Shafer, Boyd C., op. cit., pp. 7-8. 23

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El proceso de la formación de los Estados independientes en el hemisferio occidental o, para decirlo con otras palabras, el proceso de la descolonización de América inaugurado por la formación de los Estados Unidos en los setenta del siglo XVIII, seguido por la guerra en la colonia francesa Saint Domingue, tuvo, sin embargo, en las primeras décadas del XIX dos excepciones en el mundo hispanohablante, Cuba y Puerto Rico, que mantuvieron su estatuto de colonia española hasta 1898. Las generaciones de los historiadores buscaron la explicación de este hecho; es, sin embargo, sintomático que hace unos años apareciese un libro dedicado exclusivamente a este problema11. Hace casi medio siglo resumió Philip S. Foner las razones del mantenimiento del estatuto colonial en Cuba en cuatro puntos: 1) El fuerte grupo de los partidarios del sistema colonial formado por los inmigrantes del continente sublevado que encontraron asilo en Cuba; 2) el temor de la población blanca de iniciar la guerra teniendo en cuenta la existencia de una parte numerosa de la población de color en la isla lista eventualmente a seguir el ejemplo de los esclavos en la colonia vecina francesa; 3) la posición geográfica que impidió a las tropas de los independentistas del continente una invasión que 11

Balboa, Imilcy y Piqueras, José Antonio (eds.): La excepción americana, Centro Francisco Tomás y Valiente, UNED Alzira-Valencia, Fundación Instituto de Historia Social, Valencia, 2006. 24

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desencadenaría la guerra por la independencia; y 4) la procedencia española del clero isleño que no apoyó el pensamiento independentista como en el caso del continente, donde los sacerdotes Miguel Hidalgo y Morales encabezaron las tropas insurgentes12. Durante las discusiones sobre el problema de la toma de conciencia nacional en las Antillas españolas, Paul Estrade formuló su opinión sobre el número reducido de los partidarios de la independencia cubana en las primeras décadas del siglo XIX diciendo: Allí, al amparo de su flota, infinitamente superior a la de los insurrectos, España pudo acantonar un ejército considerable (30.000 hombres) e instalar a miles de refugiados (40.000 quizás), repatriados de los territorios perdidos por ella, incluso por Francia. De esta forma, gran número de colonos de Santo Domingo se establecieron en la parte oriental de Cuba. Podemos imaginar fácilmente qué relatos hicieron de los horrores revolucionarios, y qué influencia conservadora e integrista habrán ejercido alrededor de ellos. Secundando este movimiento, en adelante se concentrará en las Antillas una cantidad constante de inmigrantes españoles que arribará en especial a Cuba en la segunda mitad del siglo. Pero una causa aún más irresistible que las anteriores ayudaba durante un tiempo a mantener el estatus colonial. Una 12

Foner, Philip S.: A History of Cuba and its Relations with the United States, I, New York, 1962, pp. 81 y ss. 25

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causa de orden económico: la notable prosperidad de los cultivadores de caña de azúcar, café y tabaco (en menor grado) durante la primera mitad del siglo XIX. La destrucción de las plantaciones de Santo Domingo durante la tormenta revolucionaria que afectó a la floreciente colonia francesa de 1791 a 1804, el debilitamiento de las colonias inglesas de las Antillas obligadas a renunciar a la esclavitud, la concesión por España la libertad comercial (1818) seguida por supresión del «estanco» sobre el tabaco, y por último, la apertura del mercado norteamericano, benefician durante varios decenios la economía cubana la cual disponía de buenas tierras, capitales y brazos abundantes (se toleraba la trata de negros)13.

Recientemente José Antonio Piqueras ofrece también cuatro razones del mantenimiento del sistema colonial español en Cuba, compartiendo con Foner y con Estrade la opinión sobre la importancia del temor de la población blanca influida en sus posturas profundamente por la experiencia de los acontecimientos en la sublevación de los esclavos en Saint Domingue. La sociedad cubana fue informada sobre la forma de la guerra en la isla vecina por los emigrantes franceses que salvaron sus vidas huyendo de la isla suble-

13 Estrade, Paul: «Observaciones sobre el carácter tardío y avanzado de la toma de conciencia nacional en las Antillas españolas», en Identidad nacional y cultural de las Antillas hispanoparlantes (Ibero-Americana Pragensia, Supplementum 5), 1991, p. 28 y ss.

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vada, asentándose en la parte oriental de Cuba14. Menciona también el hecho de que Cuba era un baluarte militar del poder español con una guarnición poderosa, y que las fuerzas armadas españolas aprovechaban la condición insular de la colonia mientras que los partidarios de la independencia en el continente carecían de los medios para organizar una invasión de las costas cubanas. Subraya, por fin, las razones económicas de la colaboración de la sacarocracia cubana con el régimen español colonial, que aparecen también en la argumentación de Estrade. Los plantadores criollos, que gozaban de una prosperidad reciente, temieron que la lucha armada en la isla destruyera la economía creciente, concluyendo Piqueras que la elite criolla optó en esas circunstancias por la política de la continuación de las reformas borbónicas de las administraciones de fines del siglo XVIII que habían considerado Cuba como un campo de experimentación15. El portavoz de esta capa fue Francisco Arango y Parreño. Los autores clásicos y modernos lo consideran como una personalidad extraordinaria de Cuba de fines del siglo 14 Sobre el eco de los acontecimientos en Saint Domingue véase la obra de González-Ripoll, M.ª Dolores, Naranjo, Consuelo, Ferrer, Ada, García, Gloria y Opatrný, Josef: El rumor de Haití en Cuba: temor, raza y rebeldía, 1789-1844, CSIC, Madrid, 2004. 15

Piqueras Arenas, José Antonio: «Leales en época de insurrección. La élite criolla cubana entre 1810 y 1814», en Visiones y revisiones de la independencia americana, Ediciones Universidad de Salamanca, Salamanca, 2003, p. 188. 27

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XVIII y las primeras tres décadas del siglo XIX16. Subrayan sobre todo la importancia del pensamiento económico del estadista criollo y su influencia en la política de la corona en Cuba durante la estancia de Arango en Madrid17. Su texto «Discurso sobre la Agricultura de La Habana y medios de fomentarla» fue el programa de la sacarocracia cubana18. A pesar de que la historiógrafa existente valora so16

M.ª Dolores González-Ripol Navarro dice sobre Arango y Parreño: «Sin duda la personalidad más destacada de la época, como criollo, hacendado, azucarero, ideólogo económico y político y defensor a ultranza de la libertad comercial de la isla de Cuba». González-Ripol Navarro, M.ª Dolores: Cuba, la isla de los ensayos. Cultura y sociedad (1750-1815), CSIC, Madrid, 1999, p. 145. 17 Obras clásicas sobre Arango son Ponte Domínguez, Francisco: Francisco Arango y Parreño, estadista colonial cubano, Ed. Trópico, La Habana, 1937 o Whatley Pierson, William: «Francisco de Arango y Parreño», en The Hispanic American Historical Review, vol. 16, n.º 4 (nov. 1936), pp. 451-478. Gran atención dedicó en los últimos años a Arango M.ª Dolores GonzálezRipol Navarro. Al lado del título en la nota 1, comp. p. ej González-Ripol Navarro, M.ª Dolores: «Vínculos y redes de poder entre Madrid y la Habana: Francisco Arango y Parreño (1765-1837), ideólogo y mediador», en Revista de Indias, LXI, n.º 222, 2001, pp. 291-305, o la misma, «Dos viajes, una intención: Francisco Arango y Alejandro Oliván en Europa y las Antillas azucareras (1794 y 1829)», en Revista de Indias, LXII, n.º 224, 2002, pp. 85-102. Recientemente aparecieron estudios cuyos autores están interesados en otros matices del pensamiento de Arango y Parreño; comp. por ej. Vidal Prades, Emma Dunia: «Valiente y Arango: ¿Pensamiento caribeño vs pensamiento español?», en Pensamiento caribeño. Siglos XIX y XX, Opatrný, Josef (ed.): Ibero-Americana Pragensia, Supplementum XIX, (2007), pp. 301-310. 18

El representante de esta opinión es Moreno Fraginals, Manuel: El Ingenio. Complejo económico social cubano del azúcar, vol. I, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1978, p. 127. 28

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bre todo la importancia de la obra de Arango en la esfera de la economía y la política, tiene el pensamiento de este estadista criollo otras facetas que tuvieron su papel en el proceso de la formación de la conciencia de la sociedad criolla en Cuba. En las partes introductorias del «Discurso» menciona Arango los hechos históricos, subrayando la influencia que la toma de La Habana por los ingleses en 1762 tuvo para la isla en la esfera económica y política. Atribuyendo el crecimiento de la importancia de la isla para España en la segunda mitad del siglo XVIII precisamente a los acontecimientos ligados con la experiencia de los criollos habaneros en las relaciones directas con los comerciantes ingleses, que inspiraron el auge de la economía azucarera, está este economista de acuerdo con las conclusiones que presentó en su obra uno de los primeros historiadores cubanos, José Antonio Valdés19, cuyo texto está considerado como una de las primeras manifestaciones de las opiniones de los criollos cubanos en el campo de la historia de la isla. Si la historiografía existente casi no menciona esta parte de la obra de Arango, citan quizás todos los especialistas en la historia de Cuba una parte del texto de Arango de 1808, escrito durante los días dramáticos de la reacción de la so19 Valdés, José Antonio: Historia de la Isla de Cuba y en especial de La Habana, Comisión Nacional Cubana de la UNESCO, La Habana, 1964. Sobre esta problemática véase recientemente Opatrný, Josef: «La historia de Cuba de Antonio José Valdés», en Opatrný, Josef (ed.), op. cit., 2007, pp. 251-262.

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ciedad colonial ante las informaciones sobre la política de Napoleón en la Península. Los criollos habaneros prepararon, en colaboración con la administración colonial, la formación de la Junta en apoyo de Fernando, y Arango fue encargado de formular el Manifiesto del Ayuntamiento de La Habana a la Suprema Junta Central dirigido a la población de la isla y los partidarios de Fernando en España. Arango utilizó en el texto las palabras que aparecen en todos los estudios dedicados a la problemática de la formación de la conciencia nacional en Cuba como el ejemplo de la identificación de la elite criolla con España. Somos españoles, no de las perversas clases de que las demás naciones forman muchas de sus factorías mercantiles, que es a lo que redujeron y reducen sus establecimientos en Américas, sino parte sana de la honradísima España. Y esa ilustre sangre que corre por nuestras venas en nada ha desmerecido porque, a costa de tantas visas, probaciones y fatigas, haya logrado conquistar, establecer y fomentar tantas Españas nuevas, tantos reinos opulentos20.

20

Arango y Parreño, Francisco: Obras de…, vol. II, La Habana, 1952, p. 113. También en el «Discurso» aparecen repetidamente palabras que confirman su creencia de la identidad española de los criollos cubanos. Escribiendo sobe los productores de azúcar en América se refiere en un párrafo a «nuestro gobierno» para seguir enumerando las «naciones», los franceses, ingleses, portugueses y «nosotros», es decir españoles. Véase «Discurso...», en ibídem, p. 123. 30

Identidades e independencias

Arango identifica a los cubanos con los españoles también en otros textos. En la introducción histórica del Discurso sobre la Agricultura de La Habana menciona las discusiones sobre la importancia del imperio colonial para el destino de España, y concluye: Ya nadie niega ni duda que la verdadera riqueza consiste en la agricultura, en el comercio y en las artes, y que si la América ha sido una de las causas de nuestra decadencia, fue por el desprecio que hicimos del cultivo de sus feraces terrenos, por la preferencia y protección que acordamos a la minería, y por el miserable método con que hacíamos nuestro comercio21.

Por otro lado Arango no ocultó ciertas diferencias entre los «españoles ultramarinos» y los «europeos»; tuvieron diferentes intereses en las esferas económica y política que representaron el objeto más importante de las actividades de Arango que, en otros lugares de sus numerosos textos, habló también sobre dos «patrias» de los criollos cubanos, la «Madre Patria», es decir España, y la «patria» sin otra especificación, la patria isleña, descrita por Arango como la tierra donde «yo nací» y que menciona siempre con profundo sentimiento como «la Patria adorada»: «amo con la mayor ternura esta tierra en que nací, y siempre 21

Arango y Parreño, Francisco: «Discurso sobre la Agricultura de la Habana y medios de fomentarla», en ibídem, p. 115. 31

Manuel de Paz y Consuelo Naranjo [coords.]

estoy muy dispuesto a sacrificar por su bien cuanto tengo y cuanto valgo…»22. Durante toda su vida buscó Arango, defendiendo los intereses económicos y políticos de su capa, el camino hacia la colaboración entre los españoles ultramarinos y los peninsulares, destacando que la prosperidad de la provincia ultramarina significaba mayores ingresos de la hacienda en la Península. Atacado en los principios de los veinte por simpatías hacia el independentismo, contestó con la publicación de un artículo «Al público imparcial de esta isla»23 y del folleto anónimo «Reflexiones de un habanero sobre la independencia de esta Isla»24 en los que rechazó la independencia como la solución de los problemas de Cuba. La Junta en cuya preparación participó Arango en 1808 tuvo, según sus palabras de 1821, otras metas que las juntas que un año y 22 Arango y Parreño, Francisco: «Al público imparcial de esta isla», en ibídem, II, p. 313. 23 24

Ibídem, pp. 312-42.

El texto de las «Reflexiones» véase en Arango y Parreño, Francisco: Obras…, II, pp. 343-376. El editor de la obra escribe sobre el texto: «Existen dos ediciones de Reflexiones, en el ‘Elogio histórico’ de Anastasio Carrillo están atribuidos a Francisco Arango y Parreño». Lo mismo dice Jacobo Pezuela, en Ensayo histórico, 520, en Historia de la Isla de Cuba, sin embargo Pezuela atribuye este folleto al primo de Francisco Arango, José Arango (diciendo que es el hermano de él). Manuel Villanueva, editor de las Obras, ve precisamente en este error la razón la problematización de la segunda atribución de Pezuela. Dice textualmente: «Resulta que el Sr. de la Pezuela anduvo tan desacertado al modificar su primera afirmación, como en establecer que D. José de Arango era hermano de D. Francisco», Obras…, II, p. 343 nota. 32

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medio más tarde proclamaron las independencias de diferentes partes del imperio colonial español. La meta de la Junta habanera fue la misma que la de la Junta Central en la Península, formada para la defensa contra la invasión francesa, es decir, la defensa de los intereses de España. Las Juntas revolucionarias de América nacieron veinte meses después de haber expirado la inocente idea de la nuestra, y se presentaron desde luego con una fisionomía tan distinta como lo eran ya las circunstancias y el estado de la opinión pública en aquellos desgraciados países; y no cabe en buena lógica, ni en razón desapasionada, reconvenir con ejemplos de tan diferente especie. Es cierto que Caracas y México pensaron como nosotros en los primeros momentos, y trataron, con efecto, de que allí se establecieron Juntas iguales o semejantes a las de la Península25.

Las actividades de Arango en 1808 tuvieron, de tal manera, el mismo sentido que todo lo que hizo este portavoz de la elite criolla cubana en La Habana o en Madrid desde los principios de los años noventa del siglo XVIII cuando el joven Francisco Arango y Parreño entró en la vida pública: «defender con todo vigor los derechos de esta Isla y sostener con el mismo su unión con la Madre Patria»26. 25

Arango y Parreño, Francisco, «Al público imparcial…», en ibídem, I, p.

321. 26

Ibídem, p. 328. 33

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La opción de la elite criolla encabezada por Arango no fue compartida, en lo que toca a la defensa de la unión con España, por todos los miembros de su capa. No solamente en el continente sino también en la isla existieron partidarios de la independencia. No fueron, sin embargo, tan numerosos como en los virreinatos continentales, y no tuvieron bastante fuerza para cambiar la situación en la colonia presentando sus opiniones y desarrollando sus actividades, en la mayoría de los casos en el exilio fuera de Cuba. Fuera de Cuba presentó su proyecto de la constitución de Cuba independiente27 el abogado bayamés Joaquín Infante, que participó en la conspiración independentista descubierta por la administración colonial en el año 1809. Las cabezas de la conspiración, Luis F. Basabe y Román de la Luz, fueron condenadas a la pena capital; Joaquín Infante tuvo mejor suerte y escapó a Venezuela, donde publicó en 1812 el documento mencionado arriba. El documento repercute por la manera elocuente los temores de los criollos blancos entregando la posición excepcional en el Estado independiente a la capa de los «americanos blancos naturales». Si la constitución aseguraba a los ciudadanos de Cuba la igualdad «civil o de de-

27

Véase el texto del documento en Pichardo, Hortensia: Documentos para la historia de Cuba I, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1977, pp. 253-260. 34

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recho», en la esfera política propuso Infante mantener «la distinción de clases» diciendo textualmente: Así en el orden político se observará la distinción de clases que queda establecida, llevando los blancos la prelación en cuya posesión se hayan por origen y anterioridad de establecimiento, siguiendo los pardos, y últimamente los morenos28.

A la clase blanca pertenecían según uno de los artículos de la constitución «los indios, mestizos, y aquellos que descendiendo siempre de blancos por línea paterna, no interrumpiéndose por la materna el orden progresivo de color ni interviniendo esclavitud, se hallen ya en la quarta generación»29. Infante después concretizó el proceso de «blanqueamiento» de personas de procedencia africana, especificando la posición de diferentes grados de mestizaje en la escala racial de la Cuba libre futura. El hijo de blanco y negra libre era un mulato, el hijo de blanco y mulata libre un cuarterón, el hijo de blanco y cuarterona un quinterón, y el hijo de blanco y quinterona libre un blanco. Todos los colores entre mulato y quinterón pertenecían a la clase parda, todos los colores bajo mulato hasta negro pertenecían a la clase morena. Al lado de la población de color 28

Ibídem, p. 258.

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Ibídem. 35

Manuel de Paz y Consuelo Naranjo [coords.]

libre supuso Infante en Cuba independiente a los esclavos mientras hubiese esclavitud «precisa para la agricultura»30. Infante vio en la mano de obra esclava una de las raíces de la riqueza de la agricultura americana, especialmente de la de las islas caribeñas. Los blancos no bastaban, según el abogado criollo, y no eran tan a propósito para el trabajo en las plantaciones de caña como los negros. La abolición de la esclavitud no significaría, sin embargo, solamente grandes pérdidas económicas para los esclavistas y para el Estado, sino también un gran problema social, «afluencia de unos individuos cuya mayor parte desertaría de su destino y se entregaría a los vicios al verse sin superioridad económica»31. La esclavitud no fue, según Infante, ventajosa solamente para los esclavistas. Los bozales gozaron gracias a su estancia en el mundo blanco los logros de la civilización europea que no conocieron en África. Los esclavos criollos tuvieron en la colonia una posición especial, «por que estos son tratados con tanta blandura que a veces degenera en laxitud, a pesar de la energía que debe emplearse incesantemente para que no resulte en daño del Estado lo contribuye a su fortuna»32. Infante se sintió obligado a tomar en cuenta la crítica de la esclavitud realizada ya a fines del siglo XVIII por los

36

30

Ibídem, p. 259.

31

Ibídem, p. 260.

32

Ibídem.

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abolicionistas estadounidenses. Según ellos, la esclavitud no era compatible con la idea republicana. Infante utilizó, como los defensores de la esclavitud en Estados Unidos, el argumento histórico de la Grecia y Roma clásicas, añadiendo el ejemplo de «nuestros hermanos del Norte que tienen un millón o más de esclavos, y no por eso dexan de ser Republicanos»33. No fueron, sin embargo, solamente los esclavos los que eran excluidos de la vida política de la isla libre. Infante excluye de «la Supremacía», es decir la participación de la gente en la vida política del Estado soberano, dos grupos más. El primer grupo excluido lo representaban los blancos «de otro Hemisferio», es decir, los españoles. En este caso explica Infante este hecho por «la oposición de los intereses, de sentimientos y aun de pasiones que necesariamente ha de asistirles respecto a nuestra emancipación y sus consecuencias»34. El motivo de la exclusión de la gente de color de «la Supremacía, empleos y militares de la clase blanca» fue otro. El criollo cubano exiliado subraya «las desgracias acaecidas» en las regiones con gran parte de la gente de color en la población, es decir, las costa e islas caribeñas, no olvidando «las Islas francesas», concluyendo: «… y aun los movimientos con que ha sido amenazada la isla de Cuba, convencen que no es de 33

Ibídem.

34

Ibídem. 37

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esperarse una combinación permanente entre los blancos y la gente de color, mucho menos para dividirse el Gobierno sin disturbios»35. La conspiración de Luis F. Basabe y Román de la Luz Muchas y el proyecto de la Constitución de Infante no atraen tanta atención de los historiadores cubanos como la conspiración de Soles y Rayos de Bolívar de los principios de los años veinte, por no hablar del ideario de Félix Varela. La historiografía clásica cubana liga la conspiración de los Soles y Rayos de Bolívar con los esfuerzos de las representaciones de las jóvenes repúblicas independientes del continente que aspiraban al desencadenamiento de una insurrección en Cuba capaz de atraer la atención de España y privarla de la posibilidad de concentrar tropas para la invasión en la costa de Colombia36. Los agentes colombianos colaboraron en la preparación de una conspiración con José Francisco Lemus, que vivió desde 1814 en Estados Unidos. Con el decreto del coronel del ejército colombiano regresó en 1820 a La Habana con la idea de organizar el movimiento anticolonial. Los primeros intentos terminaron sin éxito y Lemus abandonó de nuevo la isla. Dos años después volvió a Cuba y, juntamente con otro agente colombiano, Barrientos, comenzó con la organización de una 35 36

Ibídem.

Guerra y Sánchez, Ramiro: Manual de la historia de Cuba (económica, social y política), La Habana, 1971, p. 278. 38

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conspiración que aprovechó la red de las logias masónicas37. En este caso obtuvieron los organizadores el apoyo de un relativamente numeroso grupo de habitantes de La Habana y de Matanzas. Bajo el nombre Los Soles y Rayos de Bolívar desarrolló sus actividades unos meses hasta la mitad de 1823, cuando el capitán general tuvo un informe sobre la preparación de la sublevación. En la lista figuraban los nombres de los miembros más importantes de la conspiración, Lemus, Tolón, Heredia y otros. El 14 de agosto detuvo la administración colonial al primer grupo de la lista, y tres días más tarde fueron encarcelados otros miembros del grupo. Estos golpes paralizaron totalmente ambos centros de la conspiración a pesar de que algunos de los participantes, entre ellos el poeta Heredia, escaparon de la detención y huyeron de la isla. La administración colonial organizó rápidamente el proceso a los detenidos que terminó con penas poco esperadas. Los iniciadores de la conspiración fueron condenados a la deportación de la isla, el resto de los detenidos fue obligado a pagar solamente multas. Peor suerte tuvieron los que escaparon a la detención y huyeron a Colombia. Manuel Andrés Sánchez y Francisco Agüero regresaron a principios de 1826 a Cuba 37 Sobre las logias en Cuba véase recientemente Paz Sánchez, Manuel de: La masonería y la pérdida de las colonias. Estudios, Ediciones Idea, Santa Cruz de Tenerife, 2006, o Soucy, Dominique: Masonería y nación. Redes masónicas y políticas en torno a la construcción identitaria cubana (1811-1902), Ediciones Idea, Santa Cruz de Tenerife, 2006.

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con los cargos de los oficiales colombianos. Su estancia en la isla fue rápidamente desvelada, ambos fueron detenidos y a fines de febrero juzgados por alta traición. Fueron condenados a la pena de muerte y ejecutados a mediados de marzo. También los exiliados en México desarrollaron desde 1825 actividades subversivas sin la ayuda del gobierno local. Hasta en los fines de los veinte cambiaron las instituciones mexicanas su postura en el contexto de la situación general de las relaciones entre México y España, dañadas por la intervención española en Tampico. Desde 1823 desarrolló sus actividades en el exilio, en este caso en los Estados Unidos, el más famoso partidario de la independencia cubana de toda la primera mitad del siglo XIX, el pedagogo, filósofo y sacerdote Félix Varela. Nacido en 1788 en una familia de militares, estudió teología y filosofía en la Universidad de La Habana, y en la segunda década del siglo XIX enseñó filosofía en el renombrado Seminario de San Carlos, que representaba el centro de la cultura cubana de ese período. Considerado como una de las personas más cultas de la isla, fue elegido en 1821, juntamente con el comerciante de procedencia catalana Tomás Gener y el jurisconsulto Leonardo Santos Suárez, para las Cortes en Madrid, representando en esta institución los intereses de la parte liberal de la sociedad criolla cubana. Preparó para las Cortes dos documentos de gran importancia para la sociedad cubana: el plan de la

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autonomía política en Cuba y, en forma de una memoria, la propuesta de la abolición de la esclavitud en la isla. Si Arango y Parreño o Infante vieron en la esclavitud la garantía de la prosperidad económica de la isla, ofreció Varela un concepto diferente. El portavoz del liberalismo español y autonomismo isleño en la memoria sobre la abolición presentó a Cuba como isla de posición geográficamente ventajosa, con puertos seguros y sobre todo llena de fértiles terrenos labrados antes de la llegada de los españoles por los indígenas que desaparecieron bajo la presión de los conquistadores «como el humo». «No recordaría unas ideas tan desagradables como ciertas si su memoria no fuera absolutamente necesaria para comprender la situación política de la Isla de Cuba»38, escribió Varela en su memoria, considerando el fin de la raza indígena como el gran problema para la economía de la isla, que dependió en los siglos siguientes de la mano de obra africana. Los acontecimientos en Saint Domingue no cambiaron nada en la trata en Cuba y el número creciente de los brazos de esclavos, que tuvo consecuencias serias para el pensamiento de la población blanca de la isla. La gente libre perdió el interés en trabajar en el campo o en 38 «Memoria que demuestra la necesidad de extinguir la esclavitud de los negros en la Isla de Cuba, atendiendo á los intereses de sus propietarios, por el Presbítero don Félix Varela, Diputado a Cortes», en Pichardo, Hortensia, op. cit., I, p. 269.

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el servicio doméstico. Los esclavos trabajaron no solamente en las plantaciones sino en otras ramas de la agricultura y en el servicio doméstico, los libres de color en talleres, y la gente de procedencia africana constituyó, de tal manera, una condición indispensable de la economía isleña. «Resulta, pues, que la agricultura, y las demás artes de la Isla de Cuba, dependen absolutamente de los originarios de África, y si esta clase quisiera arruinarnos le bastaría suspender sus trabajos, a hacer una nueva resistencia»39. Varela subrayó en este contexto el caso de la sublevación de la gente de color en Saint Domingue, concluyendo que los mismos acontecimientos podían repetirse bajo ciertas condiciones en Cuba. El impulso para la sublevación con consecuencias desastrosas lo buscó en la invasión de buques del Haití vecino o del continente, que inspiraría a la gente de color local para la lucha contra la población blanca de la isla. Gran peligro significaba también la distribución geográfica de la población isleña. «Es preciso no perder de la vista que la población blanca de la Isla de Cuba se halla casi toda en las ciudades y pueblos principales, mas los campos puede decirse que son de los negros, pues el número de mayorales, y otras personas blancas que cuidan de ellos es tan corto, que puede computarse por nada»40. 39

«Memoria que demuestra la necesidad de extinguir…», en ibídem, I, p.

272. 40

42

Ibídem, p. 273.

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Varela pasó en España dos años participando en el trabajo de las Cortes hacia el fin del Trienio Liberal, colaborando con los representantes del liberalismo español sin lograr convencerlos de la necesidad de aceptar sus propuestas para los cambios en la política colonial de la metrópoli. Compartió, sin embargo, finalmente el destino de muchos de los liberales peninsulares. Bajo la amenaza de la persecución abandonó España, condenado por fin en ausencia a la pena capital, buscando asilo después de una estancia breve en Gran Bretaña en la meta de muchos críticos del régimen colonial español en Cuba, en los Estados Unidos. Las experiencias de Varela como diputado a Cortes y el fracaso de los círculos liberales en el programa de modernización de España quitaron al exiliado cubano las esperanzas en la prosperidad de Cuba bajo el régimen colonial español. Varela abandonó su ideario autonomista presentándose en las páginas de la revista El Habanero como partidario de la independencia de Cuba41. En siete 41 Uno de los biógrafos de Félix Varela, Enrique Gay-Calbó, escribió textualmente: «Varela había llegado a Madrid como diputado español de una provincia ultramarina. Al salir de España expulsado por una revolución reaccionaria contra los poderes legítimos de la Nación, que fueron combatidos por ejércitos extraños enviados de la Santa Alianza, el colonista llevaba ya seguramente en el ánima los fermentos que lo hicieron ser el primer separatista de nuestra historia». Gay-Calbó, Enrique: «Varela y El Habanero», en Varela y Morales, Félix: El Habanero, XXIII, Editorial de la Universidad de la Habana, La Habana, 1962.

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números de la revista defendió la idea de la independencia de la isla, rechazando los planes de algunos críticos del colonialismo de Madrid que vieron la garantía del futuro feliz de Cuba en la incorporación a uno de los Estados nuevos del continente, a México o a Colombia. Teniendo, evidentemente, sus dudas sobre la estabilidad económica y política de estos Estados subrayó Varela la riqueza de la economía cubana que desvanecía en los gastos de la hacienda de Colombia o México poco estables. Formando parte de cualquiera de las naciones continentales, deber la isla de Cuba contribuir, según las leyes del Estado, a las cargas generales y sin duda mucho más cuantiosas, aun en la parte que pueda tocarla, que las que tendría constituyéndose por sí sola; mejor dicho, pagar éstas y más, parte de aquéllas. Los productos de aduana deben ser reputados como caudales de la nación, y por consiguiente el sobrante, después de cubrir los gastos que prescriba el gobierno general, deber ponerse a disposición de éste. Es fácil percibir que bajo el influjo de un gobierno libre, tardarán muy poco los hermanos puertos de la Isla en ser émulos de La Habana, Cuba y Matanzas, y en este caso yo dejo a la consideración de los hombres imparciales calcular a cuánto ascender la verdadera contribución de la isla de Cuba en favor del gobierno a quien se una. Estos inmensos caudales (porque sin duda serán inmensos), ¿no deberían emplearse mejor en el fomento de la misma isla, ya construyendo los caminos y canales que tanto necesita, ya sosteniendo 44

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una marina cual exige por su naturaleza, ya fomentando los establecimientos públicos, ya propagando la instrucción gratuita; en una palabra: empleando en casa lo que se produce en casa?42

A pesar de que todos los autores interesados en la personalidad de Varela subrayan su autoridad enorme en la sociedad criolla de Cuba43, no tuvieron las ideas independentistas de Varela prácticamente ninguna repercusión entre sus alumnos y en la sociedad de la colonia en general. Esta constatación vale también para el ex-alumno de Varela del colegio de San Carlos y su sucesor en esta institución en el cargo de profesor de filosofía José Antonio Saco44. Este bayamés nació en 1797 en la familia de un 42 Varela, Félix: «¿Necesita la isla de Cuba unirse a algunos de los gobiernos del continente americano para emanciparse de España?», en El Habanero, La Habana, 1964, pp. 195 y ss. 43 Sobre Varela véanse las obras clásicas de Ignacio Rodríguez, José: Vida del Presbítero don Félix Varela, Imprenta de «O Novo Mundo», Nueva York, 1878; y Hernández Travieso, Antonio: El Padre Varela. Biografía del forjador de la conciencia cubana, Ediciones Universal, Miami, 1984. 2.ª ed. 44 Más sobre José A. Saco, véase Moreno Fraginals, Manuel: J. A. Saco, Estudio y bibliografía, Santa Clara, 1960; Arroyo, Anita: José Antonio Saco: su influencia en la cultura y en las ideas políticas de Cuba, Ediciones Universal, Miami, 1989; Ortiz, Fernando: José Antonio Saco y sus ideas cubanas, Imp. y Lib. «El Universo», La Habana, 1929; Ponte Domínguez, Francisco J.: La personalidad política de José Antonio Saco, La Habana, 1932, 2.ª ed.; Lorenzo, Raúl: Sentido nacionalista del pensamiento de Saco, La Habana, 1942; Merino Brito, Eloy G.: José Antonio Saco: Su influencia en la cultura y en las ideas políticas de Cuba, Nacional, La Habana, 1950; Menocal, Raimundo: Conflicto

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peninsular que tuvo en la parte oriental de la isla una hacienda de ganado, amenazada después de la muerte de los padres por las ambiciones de los protectores de los huérfanos de privarlos de su herencia. A la experiencia del muchacho de catorce años del pleito que amenazó arruinarle a él y a sus hermanos menores atribuye después Julio Le Riverend la desconfianza de Saco hacia el sistema existente en la isla y su ambición de cambiarlo45. Después de resolver el problema con la herencia estudió Saco en Santiago, en el Seminario de San Basilio, y en 1816 se inscribió en el Seminario de San Carlos en La Habana, en ese tiempo seguramente la mejor institución pedagógica de Cuba. Influido desde su fundación en la segunda mitad del siglo XVIII con las ideas de la Ilustración, en las primeras décadas del siglo XIX ofreció el Seminario a sus alumnos las ideas liberales y los frutos del concepto romántico de la creación literaria. La ambición del director ilustrado del Seminario, el obispo Juan José Díaz de Espada, de modernizar la enseñanza no llevó a la escuela solamente a los profesores de las mismas ambiciones José de orientaciones. Saco y Martí, La Habana, 1950; Torres-Cuevas, Eduardo y Sorhegui, Arturo: José Antonio Saco. Acerca de la esclavitud y su historia, La Habana, 1982; Torres-Cuevas, Eduardo: José Antonio Saco. La polémica de la esclavitud, La Habana, 1984. 45

Le Riverend, Julio: «Valoración de Saco con motivo del centenario de su muerte», en Revista de la Biblioteca Nacional ‘José Martí’, año 70, n.º 1, La Habana, enero-abril de 1979, pp. 143-158. 46

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Augustín Caballero o Juan Bernardo O’Gavan que en sus clases de filosofía dedicaron atención a los autores destacados europeos como Descartes, Locke o Rousseau, sino también nuevas materias, Economía Política y Química Física. Saco estudió en el Seminario Filosofía y Derecho, graduándose en 1819 de bachiller en Derecho Civil. Durante los dos años siguientes asistió a las clases de Filosofía en la Universidad de La Habana, y cuando Félix Varela fue elegido en 1821 diputado a las Cortes en Madrid lo sustituyó en el cargo de profesor en el Seminario de San Carlos. Sobre todo sus clases de filosofía atrajeron la atención de los estudiantes, pero Saco participó también en la enseñanza de las materias de ciencias naturales: Física, Química, Meteorología, Astronomía o Geografía. Sus actividades en el Seminario no duraron, sin embargo, más que unos meses. En 1824 entregó la cátedra de Filosofía a José de la Luz Caballero y salió a los Estados Unidos. Visitó a Varela en Nueva York y siguió en el estudio de las ciencias naturales. Pasó dos años en Filadelfia, New Haven y Nueva York dedicándose no solamente al estudio en las aulas universitarias sino también, y posiblemente sobre todo, al conocimiento del sistema político de los Estados Unidos. No hay ninguna duda de que desde este primer contacto directo apreció Saco la civilización anglosajona, su democracia, el sistema judicial, sistema educativo, progreso técnico, etc. La apreciación de los logros de las instituciones anglosajonas en 47

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el Nuevo Mundo es palpable en muchos textos de Saco de los años treinta y cuarenta. Sin embargo, por otro lado tuvo Saco ciertas preocupaciones en lo que tocaba a la relación de esta sociedad anglosajona con la latina, como lo demuestran sus notas sobre el porvenir de la minoría francesa en Nueva Orleans y, sobre todo, la crítica del anexionismo en los fines de los años cuarenta. En 1826 interrumpió por dos años su estancia en los Estados Unidos pasando ese tiempo en Cuba. En 1828 volvió a los Estados Unidos, publicando la revista Mensajero semanal destinada a los lectores cubanos en la isla. Participó en la vida intelectual cubana desde fuera, no solamente con la publicación del Mensajero o por medio de sus textos enviados al concurso de los premios de la Sociedad Económica de los Amigos del País, la institución cuya importancia para la vida científica, social y política de Cuba desde los fines del siglo XVIII es indiscutible46. En el año 1829 Saco llegó a ser el portavoz de la 46 Sobre la importancia de la Sociedad véase sobre todo Álvarez Cuartero, Izaskun: Memorias de la Ilustración: las Sociedades Económicas de Amigos del País en Cuba (1783-1832), Departamento de Publicaciones Real Sociedad Bascongada de los Amigos del País, Madrid, 2000. El libro es el resultado de la larga investigación de la autora, que publicó en los últimos diez años una serie de estudios en diferentes revistas. Comp. p. ej. «Introducción al estudio de las Sociedades Económicas de Amigos del País en Cuba», en Nuestra Común Historia: Cuba-España. Poblamiento y nacionalidad, Editorial Ciencias Sociales-Instituto de Cooperación Iberoamericana, La Habana, 1993, pp. 7986, o la misma, «Un antecedente de los estudios económicos en Cuba: la

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sociedad culta criolla gracias a su polémica con Ramón de la Sagra. Este joven naturalista español llegó en 1823 a La Habana47 para dirigir el Jardín Botánico y la cátedra de Botánica en la Escuela de Botánica Agrícola del Jardín. Como muchos otros naturalistas de ese tiempo, De la Sagra no se interesó solamente en las ciencias naturales sino también en la economía y la cultura. A pesar de que en la esfera económica y social compartió las opiniones de algunos criollos —fue un partidario de la abolición y de la liquidación de la economía monocultivo—, en lo tocante a la cultura empezó pronto la confrontación abierta entre De la Sagra y el campo de los criollos. De la Sagra publicó una crítica de la poesía de José María Heredia48 en su revista Anales de ciencias, agricultura, comercio y artes, y su crítica provocó la respuesta militante de José Antonio Saco, cuya reacción revelaba no solamente las malas relaciones entre ambos hombres49 sino también la tensión entre cátedra de economía política de la Sociedad Patriótica de La Habana (18181824)», en Ibero-Americana Pragensia, XXX, 1996, pp. 77-86. 47

La imagen reciente de la importancia de Ramón de la Sagra en Cuba véase en Ramón de la Sagra y Cuba. Actas del Congreso celebrado en París, enero, 1992, Ediciós do Castro, A Coruña, 1992, I-II. 48

José María Heredia vivió en ese tiempo en el exilio en los EE.UU. Su poesía, publicada fuera de Cuba, fue, sin embargo apreciada por toda la capa de criollos cultos. 49

Sobre las tensiones entre los criollos y peninsulares en las personas de Saco y Sagra véase Estrade, Paul: «Ramón de la Sagra frente a la sociedad criolla ‘Saquete’ versus ‘Sagrita’», en Ramón de la Sagra…, pp. 181-195. 49

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peninsulares y criollos en Cuba en la segunda mitad de los veinte. Saco sospechaba que De la Sagra había venido a La Habana convencido de su «misión civilizadora» expresada en la reseña de la poesía de Heredia con palabras claramente despreciadas, sobre todo en el primer punto en el que valoró De la Sagra la capacidad de Heredia para expresar sus ideas en español: Por lo relativo a los defectos, hemos manifestado más bien la clase que el número, procurando siempre hallar el origen en cualidades fáciles de corregir, y que en este ligero resumen reduciremos en cuarto. –Primera: Poco conocimiento y uso de la lengua castellana. –Segunda: Escasa lectura y pocas ideas aun para escribir. –Tercera: Mala elección en los modelos que se han propuesto imitar, y en las fuentes donde ha bebido. –Cuarta: Sumo descuido en la corrección50.

La controversia sobre la poesía de Heredia, el exiliado y partidario de la idea de la independencia de Cuba —provocó a los peninsulares ya con el título de su poesía: Himno del 50

«Polémica entre Don Ramón de la Sagra y Don José Antonio Saco», en Colección de papeles científicos, históricos, políticos y de otros ramos sobre la Isla de Cuba, ya publicados, ya inéditos por Don José Antonio Saco, Imprenta de D’Abusson y Kugelmann, París, pp. 1.858-1.859. La edición moderna de Colección…, Editorial Nacional de Cuba, La Habana, 1962. Adelante citamos de la edición de París, Polémica…., en Colección..., I, p. 221. 50

Identidades e independencias

Desterrado— no terminó en la crítica de De la Sagra de los versos de Heredia: él criticó también las actividades de Saco y Varela en Estados Unidos (paradójicamente, Varela en ese tiempo ya había resignado totalmente las actividades políticas, trabajando como sacerdote en la comunidad de los inmigrantes irlandeses en Nueva York). Saco aprovechaba en la defensa de la calidad de la poesía de Heredia también las reseñas positivas, llamando a la crítica de De la Sagra injusta y a él sólo un charlatán que insulta no solamente al poeta sino a todo el país. A pesar de que ambos participantes del debate repitieron su interés en el juicio imparcial de la poesía de Heredia, en realidad no representó el nivel artístico de la obra de José María Heredia el punto principal de la discusión. Bajo las condiciones de la censura estricta en la esfera política, se realizaron las discusiones entre los portavoces de diferentes opiniones en otros campos —cultural, científico, etc.— o, en otros casos, fueron públicamente discutidos problemas de otros países que eran, sin embargo, semejantes a los de la colonia. José Antonio Saco presentó, de tal manera, su opinión sobre la esclavitud reseñando el libro del presbítero inglés Robert Walsh dedicado a la problemática de Brasil51. La polémica entre Saco y Sagra fue observada por toda la socie51 Saco, José Antonio: «Análisis por Don José Antonio Saco de una obra sobre el Brasil, intitulada, Notices of Brazil in 1828 and 1829 by Rev. R. Walsh author of a journey from Constantinople, etc.», en Colección…, II, pp. 28-85.

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dad colonial, y tanto los criollos como los españoles empezaron a considerarlo el portavoz de los criollos isleños o, al menos, de los jóvenes liberales de la colonia. José Antonio Saco fortaleció su autoridad en la sociedad criolla en 1829 y en 1831 presentando dos textos premiados por la Sociedad Económica de los Amigos del País. Memoria sobre caminos en la isla de Cuba52 y Memoria sobre la vagancia en la Isla de Cuba53 reflejaron problemas serios de Cuba de ese tiempo. El primer texto estuvo dedicado a un problema grave de la economía isleña, el segundo formó parte de la discusión sobre problemas sociales de gran repercusión en la esfera política y social. En Memoria sobre caminos buscó Saco la solución del problema del transporte de la mercancía del interior de la isla a la costa, en Memoria sobre la vagancia pidió la mejor educación popular como garantía del mejoramiento de la moral de las clases bajas, lo que tendría consecuencias positivas para la vida social y, finalmente, también en la economía isleña. Cuando se reúnan los fondos necesarios, y la educación se difunda por toda la isla, ¡cuán distinta no será la suerte de sus habitantes! Entonces, y sólo entonces podrán popularizarse muchos conocimientos, no menos 52 Memoria sobre caminos en la isla de Cuba por Don José Antonio Saco, texto véase en ibídem, I, pp. 58-141. 53

Memoria sobre la vagancia en la Isla de Cuba, escrita por Don José Antonio Saco en 1830, texto véase en ibídem, I, pp. 168-218. 52

Identidades e independencias

útiles a la agricultura y a las artes, que al orden doméstico y moral de nuestra población rústica54.

En la Memoria sobre la vagancia aparece claramente el gran temor de Saco que de manera casi decisiva influyó en su pensamiento político. Saco mencionó la posición extraordinaria de la gente de color en algunas esferas de la economía isleña. Según este portavoz del reformismo criollo, en los fines de los veinte no existía en la colonia la capa de los artesanos blancos. Este segmento de la economía estaba plenamente en manos de los mulatos y negros, y ningún blanco tenía interés en buscar trabajo en una esfera menospreciada por la sociedad de los criollos y peninsulares, lo que tenía también serias consecuencias sociales. Una parte de la sociedad blanca prefería vivir en la miseria antes que comprometerse con un trabajo ligado en los ojos de los vecinos con la «mala color de piel». Memoria sobre la vagancia no fue solamente la descripción del problema sino también la propuesta de su solución. Al lado de los medios de largo alcance en forma de la mejor educación de las clases bajas, defendió Saco el derecho de las autoridades de aceptar la legislación necesaria para liquidar la delincuencia ligada con la vagancia. Saco propuso obligar a los vagos a tomar algún trabajo, y, en caso de rechazo de su parte, entregarlos directamente a 54

Ibídem, p. 201. 53

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los lugares concretos para hacer allí algo útil. La resistencia duradera contra este procedimiento significaría la deportación del vago de la isla. Uno los primeros y más decididos partidarios de la libertad del individuo en Cuba propuso para la liquidación de la vagancia medidas poco liberales, mencionando el problema textualmente en su Memoria: No es difícil averiguar quiénes son los vagos que existen entre nosotros, pues para esto basta tomar algunas medidas enérgicas confiando su cumplimiento a hombres íntegros, activos y dignos de la pública confianza. Ellos podrían formar una junta, que especialmente se encargase del descubrimiento de los vagos; y para lograrlo, convendría dividir todas las poblaciones en cuarteles, poniendo cada uno de estos al cuidado de uno de aquellos individuos para que hagan un censo en que se inscriba el nombre, la patria, edad, estado profesión, bienes, calle y número de la casa de cada uno de sus habitantes, exigiendo además, que los que digan que ejercen algún oficio o profesión fuera de la casa en que se hallan al tiempo de formar el censo, designen el edificio o paraje donde trabajan55.

Pidiendo mano dura contra la vagancia definió, sin embargo, finalmente la tarea principal de la campaña. No era el castigo para los vagos sino la liquidación de las raí55

54

Ibídem, pp. 216 y ss.

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ces sociales de la vagancia. Sin los cambios necesarios, concluyó Saco, ... Cuba jamás podrá subir al rango a que la llaman los destinos. Sus campos se cubrirán de espigas y de flores, hermosas naves arribarán a sus puertas, una sombra de gloria y de fortuna recorrerá sus ciudades, pero a los ojos del observador imparcial, mi cara patria no presentará sino triste imagen de un hombre, que envuelto en un rico manto, oculta las profundas llagas que devoran sus entrañas56.

En 1832 regresó Saco de nuevo a Cuba, esta vez ya como persona bien conocida en la sociedad colonial. Participó intensamente en la vida pública, sobre todo por medio de las actividades de la Sociedad Económica de Amigos del País. No duró, naturalmente, más que unos meses, y apareció un nuevo conflicto entre el portavoz de los criollos que presentaron en las discusiones sobre cultura su opinión: el nivel artístico de las obras criollas y las españolas es el mismo sin decir textualmente lo que fue detrás de estas palabras —los criollos tienen los mismos derechos como los españoles no solamente en la esfera cultural sino en todas las esferas de la vida de la sociedad— y los defensores del viejo concepto de las relaciones entre la colonia y la metrópoli, es decir, la metrópoli tiene 56

Ibídem, p. 217. 55

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el derecho de gobernar y la colonia el deber de obedecer. El enfrentamiento estuvo formalmente ligado con la Academia Cubana de Literatura y acabó teniendo para Saco consecuencias fatales. Esta vez se involucró personalmente el capitán general de Cuba Miguel Tacón, que representó paradójicamente, en rasgos generales, posturas políticas muy cercanas a las posturas del criollo cubano, es decir las posturas liberales. Desgraciadamente para Cuba, y para Saco personalmente, en la política colonial mantuvieron los liberales españoles posiciones poco amistosas para las sugerencias de la sociedad criolla57. La confrontación terminó en 1834 con la deportación de José Antonio Saco de la isla, visitada por él más tarde solamente una vez. Saco pasó el resto de su vida en el exilio pasando la mayoría del tiempo en España y Francia, viajando sin embargo por otras partes de Europa y visitando de tal manera Italia, algunos Estados en el espacio de Alemania, Austria o Gran Bretaña. Nunca interrumpió, sin embargo, sus relaciones con Cuba, publicando una cantidad de estudios perspicaces sobre diferentes problemas de la co57

Sobre la política colonial de los liberales españoles en las primeras décadas del siglo XIX véanse sobre todo los textos de José Antonio Piqueras. Comp. especialmente Piqueras, José Antonio: Sociedad civil y poder en Cuba. Colonia y poscolonia, Siglo XXI, Madrid, 2006; el mismo, «Liberalismo criollo y liberalismo. La representación habanera en las Cortes del trienio constitucional», en Nación y cultura nacional en el Caribe hispano (Ibero-Americana Pragensia, Supplementum 15), 2005, pp. 281-291. 56

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lonia, gozando en la isla de una autoridad enorme hasta los sesenta, elegido repetidamente como representante de la parte oriental de la colonia en diferentes instituciones que tenían la tarea de proponer la política de Madrid para las colonias caribeñas. En 1836 la administración colonial organizó tres veces elecciones para representante de Santiago de Cuba en las Cortes madrileñas; en las tres veces venció Saco sin tener, en definitiva, la oportunidad de participar en el trabajo de la Asamblea. Los liberales españoles estaban decididos a no dar a las colonias la posibilidad de tener sus representantes en las Cortes58. Saco protestó59 contra los obstáculos que complicaron el trabajo de los cubanos en la Asamblea, concluyendo una de sus protestas con palabras elocuentes: «De todo esto lo que se infiere es, que se trata de dejar a la isla Cuba sin representación; y de parte integrante de la monarquía, reducirla a la condición de colonia, pero colonia esclavizada»60. Las protestas no tuvieron, sin embargo, ningún efecto. Al contrario. La negociación 58

Sobre esta problemática véase recientemente Alvarado, J.: Constitucionalismo y codificación en las provincias de Ultramar, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, Madrid, 2001. 59

Saco, José Antonio: «Reclamación del Diputado a Cortes por la provincia de Cuba acerca de la aprobación o desaprobación de sus poderes», Imprenta de D. E. F. de Angulo, Calle de Preciados, n.º 44, Madrid, año de 1837, en Colección..., III, pp. 95-97. 60

Ibídem, p. 96. 57

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de la Asamblea llevó para las colonias conclusiones desagradables. La comisión formada para la solución de los asuntos coloniales presentó en febrero de 1837 su recomendación: no admitir en la Asamblea legislativa de la monarquía a los representantes de los territorios ultramarinos, y administrar Cuba, Puerto Rico y Filipinas con leyes especiales. La Comisión argumentó en su Informe en pro de su propuesta con el ejemplo de Cuba, subrayando el aumento de riqueza y de población en la isla durante las últimas décadas atribuyéndolo al «cuidadoso progreso con que ha sido gobernada». Concluyeron que el aumento de población «difícilmente ha tenido igual en ningún tiempo y en ninguna nación, ya sea continental o bien ultramarina»61. Al mismo tiempo mencionaron un hecho que representó también una fuente de inquietud para el creciente número de criollos, libres de color y esclavos que aportaron sustancialmente al crecimiento del número de los habitantes de la isla. Los miembros de la Comisión aprovecharon la existencia de esta capa de la población para negar el derecho de Cuba a ser representada en las Cortes: distinguir en la misma Isla cómo han de representar y ser representados los españoles de distinto color: cuya 61

Saco, José Antonio: «Examen analítico del informe de la comisión especial nombrada para las Cortes», en ibídem, III, p. 106. 58

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indicación basta, para que la prudente previsión de las Cortes se anticipe a cortar de una vez para siempre lo que pudiera originar grandes males, y para que al mismo tiempo conozcan que no es posible, que una ley homogénea dirija los elementos tan heterogéneos62.

El 16 de abril se cerró en la Asamblea el debate sobre el asunto de las provincias ultramarinas y los diputados votaron sobre dos propuestas. Por gran mayoría fue aprobada la propuesta de gobernar estas provincias por leyes especiales; una mayoría menor pero suficiente excluyó de las Cortes a los diputados elegidos en Ultramar. Los diputados incorporaron después en la Constitución, en una versión abreviada, la propuesta de la Comisión que llegó a ser parte de las Constituciones siguientes. La Constitución española de 1837 significó en Cuba el inicio de una larga etapa en historia de sus relaciones con España, marcada por la búsqueda de un modelo de administración y gobierno que diera respuesta al mandato constitucional incluido en su artículo adicional segundo: «Las provincias de Ultramar serán gobernadas por leyes especiales»63.

62

Ibídem, p. 107 y ss.

63

Alonso Romero, Mª. Paz: Cuba en la España liberal (1837-1898). Génesis y desarrollo del régimen autonómico, Centro de Estudios políticos y constitucionales, Madrid, 2002, p. 17. 59

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La desilusión de Saco repercutió en el folleto «Paralelo entre la isla de Cuba y algunas colonias inglesas»64 llamado por Manuel Moreno Fraginals «primer gran escrito reformista»65 de este portavoz de la sociedad criolla. Con su publicación contesta a la comisión de la Asamblea constituyente que subrayó la eficiencia extraordinaria del gobierno español diciendo: Cansado de oír ponderar las ventajas de que goza Cuba bajo el gobierno de España; cansado de oír que entre todas las colonias que las naciones europeas poseen del otro lado del Atlántico, ninguna es tan feliz como Cuba; y cansado también de sufrir la impudencia de plumas mercenarias y la pedantería de algunos diputa64 Saco, José Antonio: «Paralelo entre la Isla de Cuba y algunas colonias inglesas», oficina de Don Tomás Jordán, impresor de Cámara de S. M., Madrid, 1837. 65 Moreno Fraginals, Manuel, 1960, op. cit., p. 70. Moreno Fraginals menciona críticamente «Paralelo» también en su famoso estudio «Nación o plantación…» diciendo: «Por eso su primer gran escrito reformista, el ‘Paralelo entre la isla de Cuba y algunas colonias inglesas’, se halla totalmente desvinculado de la realidad, porque como punto de comparación se toma principalmente a el Canadá, con el cual Cuba no tenía posible relación, y se soslaya en gran parte la situación trágica de las Antillas azucareras británicas —verdaderas plantaciones— donde la población blanca no llegaba nunca al 15 por ciento. Así, los contradictores de Saco, pueden hacerle el paralelo a la inversa y demostrar, sin lugar a dudas, que Cuba es más ilustrada, más rica y más progresista que las colonias inglesas, francesas y holandesas». Moreno Fraginals, Manuel: «Nación o plantación (El dilema político cubano visto a través de José Antonio Saco)», en Homenaje a Silvio Zavala, México, Colegio de México, 1953, p. 268.

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dos arengadores, tomo la pluma para trazar un corto paralelo entre esa isla que se dice tan venturosa, y algunas de las colonias inglesas66.

A pesar de que menciona textualmente que el sistema colonial inglés no es perfecto, de su comparación de la vida de Canadá, Jamaica y otras colonias inglesas con Cuba sale siempre muy mal el sistema español. Todas las diez esferas comparadas —la forma de gobierno, ministerio de guerra, tribunales, libertad de imprenta, milicia, marina, educación pública, comunicaciones, colonización blanca y finanzas— alcanzaron en las colonias inglesas un nivel mucho mejor que en la española de Cuba. Saco vio la razón principal en la forma de gobierno, en la posibilidad de los ciudadanos de influir en el gobierno por medio de sus diputados electos. Finalmente, rechazó Saco la sospecha eventual de los lectores que dedujesen de su comparación tan positiva para Gran Bretaña «los deseos de que Cuba empieze á jirar entre los satélites de aquel planeta»67, ofreciendo su visión del porvenir de Cuba en el caso de una ruptura de las relaciones entre la Isla y España. En ese momento preferiría Saco, según sus palabras, «una existencia propia, una existencia independiente, y si posible fuera tan aislada en lo 66

Saco, José Antonio, 1837, op. cit., p. 3.

67

Ibídem. 61

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político como lo está en la naturaleza»68. La alternativa no tan favorable era la incorporación a los Estados Unidos: «arrastrada por las circunstancias, tuviera que arrojarse en brazos estraños, en ningunos podría caer con más honor ni con más gloria que en los de la gran Confederación NorteAmericana»69. En las conclusiones del «Paralelo» presentó Saco su concepto ideal de Cuba: el Estado soberano, libre e independiente. En sus textos de los cuarenta y cincuenta repite, sin embargo, en varios lugares que Cuba no puede alcanzar su independencia sin la lucha armada. Y esta lucha significaría la amenaza de la repetición de los acontecimientos de Saint Domingue que era para él un peligro mortal para la existencia física de los criollos blancos. No hay país sobre tierra, donde un movimiento revolucionario sea más peligroso que en Cuba. En otras partes aun con solo la posibilidad de triunfar, se pueden correr los hazares de una revolución, pues por grandes sean los padecimientos, siempre queda el mismo pueblo; pero en Cuba, donde no hay otra alternativa que la vida o muerte, nunca debe intentarse una revolución, sino cuando su triunfo sea tan cierto, como una demostración matemática70. 68

Ibídem.

69

Ibídem.

70

Saco, José Antonio: Ideas sobre la incorporación de Cuba en los EstadosUnidos, París, 1848, p. 7. 62

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Este temor es la razón de la postura reservada de Saco ante el independentismo hasta el fin de su vida. Este temor fue, sin ninguna duda, también la razón de la formulación de diferentes proyectos71 que tuvieron un denominador común, «el blanqueamiento» de Cuba, la liquidación de la dependencia de la economía isleña en los brazos de la gente de color y la reducción de la amenaza de parte de la cultura «bárbara» a la cultura alta «eurocubana»72. Por otro 71 Como p. ej. la solución del problema de la producción del azúcar como aparece en Saco, José Antonio: La supresión del tráfico de esclavos africanos en la isla de Cuba examinada en relación a su agricultura y a su seguridad, París, 1845. Saco se opuso en este texto a las opiniones de los partidarios de lo imprescindible del trabajo de los esclavos en las plantaciones refiriéndose a los modos modernos de la producción del azúcar. A Saco le pareció el mejor sistema el cultivo de la caña por los pequeños campesinos, inmigrantes blancos de Europa, y la producción del azúcar en ingenios grandes equipados con maquinaria modernísima manejada por obreros calificados. Este complejo —los productores de caña libres y las fábricas para producir el azúcar por obreros industriales asalariados— podría resolver, según Saco, la cuestión fatal de la sociedad de la isla. 72 Este temor lo compartieron con Saco otros representantes de la cultura «blanca», Domingo del Monte, Félix Tanco y otros. Un testimonio elocuente lo representa la frecuentemente citada parte de la carta de Félix Tanco: «¿Quién no ve en los movimientos de nuestros mozos y muchachas deseando bailar contradanzas y valses una imitación de los negros en sus cabildos? ¿Quién no sabe que los bajos de los dancistas del país son el eco del tambor de los tangos? Todo es africano, y los inocentes y pobres negros, sin pretenderlo, y sin otra fuerza que la que nace en la relación en que están ellos con nosotros, se vengan de nuestro cruel tratamiento inficionándonos con los usos y maneras inocentes, propias de los salvajes de África». Felix Tanco a D. del Monte, 1837, Centón epistolario de Domingo del Monte, ed. Mesa Rodríguez, Manuel I., La Habana, 1957, t. VII, pp. 86 y ss. Más sobre la cultura afrocubana véase en Castellanos, Jorge y Castellanos, Isabel: Cultura afrocu-

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lado rechazaba también el régimen colonial español «clásico», y tampoco se identificó con el concepto de la identidad cubana de Francisco Arango y Parreño. Formuló su propio concepto de la identidad cubana en forma de la «cubanidad» durante el debate sobre la anexión73 en los fines de los cuarenta. La época del anexionismo de los cuarenta ligada con las actividades de Narciso López74 fue frecuentemente bana 1. El Negro en Cuba, 1492-1844, Miami, 1988; Castellanos, Jorge y Castellanos, Isabel: Cultura afrocubana 2. El Negro en Cuba, 1845-1959, Miami, 1990. 73 Sobre el anexionismo véase más en Lewis, Gordon K.: Main Currents in Caribbean Thought. The Historical Evolution of Caribbean Society in its Ideological Aspects, 1492-1900, Baltimore and London, 1983, pp. 144-47 y pp. 149154; Opatrný, Josef: US Expansionism and Cuban Annexationism in the 1850s, Prague, 1990, pp. 167-205; el mismo, «José Antonio Saco’s Path Toward the Idea of Cubanidad», en Cuban Studies, 24, 1994, pp. 39-56; Sevillano Castillo, Rosa: «Ideas de José Antonio Saco sobre la incorporación de Cuba en los Estados Unidos (París, 1848)», en Quinto centenario, 10, 1986, pp. 211-32; Sainz Pastor, Candelaria: «Narciso López y el anexionismo en Cuba: en torno a la ideología de los propietarios de esclavos», en Anuario de Estudios Americanos, XLIII, 1986, pp. 441-468; Navarro García, Luis: La independencia de Cuba, Madrid, 1992, pp. 193-237; el mismo, «Patriotismo y autonomismo en José Antonio Saco», en Anuario de Estudios Americanos, LI-2, 1994, pp. 135-154; Zeuske, Max y Zeuske, Michael: Kuba 1492-1902. Kolonialgeschichte, Unabhangigheitskriege und erste Okkupation durch die USA, Leipzig, 1998, pp. 245-252. 74 Sobre Narciso López véase la obra clásica de Portel Villá, Herminio: Narciso López y su época, I-III, La Habana, pp. 1.930-1.958. Es una gran paradoja que José Antonio Saco se casó en 1856 con la viuda de Narciso López.

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mencionada, sobre todo, por el hecho simbólico de que durante la invasión de Narciso López fue por primera vez izada en el territorio nacional la bandera utilizada después como la bandera de la República. La discusión sobre la anexión entre Saco y sus adversarios tuvo, sin embargo, una importancia más grande. El admirador de la democracia anglosajona temió que la inmigración masiva de los americanos a Cuba después de su incorporación a los Estados Unidos llevaría, juntamente con la democratización del sistema político y la introducción del sistema electoral progresivo, la minorización de los «hispanocubanos» y la pérdida de lo que Saco llamaba con ciertas dificultades75 la nacionalidad cubana o cubanidad. … a pesar de que reconozco las ventajas que Cuba alcanzaría, formando parte de aquellos Estados, me que75 Saco escribió sobre la nacionalidad: «Confieso que no es fácil definir claramente esta palabra, y en vez de valerme de definiciones imperfectas y oscuras, me serviré de ejemplos y diré: que todo el pueblo que habita un mismo suelo y tiene un mismo origen, una misma lengua, y unos mismos usos y costumbres, ese pueblo tiene una nacionalidad (subrayado por Saco). Ahora bien: ¿No existe en Cuba un pueblo que procede del mismo origen, habla la misma lengua, tiene los mismos usos y costumbres, y profesa además una sola religión, que aunque como a otros pueblos, no por eso deja de ser uno de los rasgos que más le caracterizan? Negar la nacionalidad cubana, es negar la luz del sol de los trópicos en punto de mediodía». Saco, José Antonio: «Replica de Don José Antonio Saco a los anexionistas que han impugnado sus ideas sobre la incorporación de Cuba en los Estados Unidos», en Colección..., III, p. 415.

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daría en el fondo del corazón un sentimiento secreto por la pérdida de la nacionalidad cubana [subrayado por Saco]. Apenas somos en Cuba a 500.000 los blancos, y en la superficie que ella ofrece, bien pueden alimentarse algunos millones de hombres. Reunida que fuese al norte de América, muchos de los peninsulares que hoy la habitan, mal avenidos con su nueva posición, la abandonarían para siempre…76

reemplazados, naturalmente, por los anglosajones, y los «hispano-cubanos», portadores de la cubanidad serán escluidos, según la misma ley, de todos o casi todos los empleos: y doloroso espectáculo es por cierto, que los hijos de los amos verdaderos del país, se encuentren en él postergados por una raza advenediza77.

Rechazando la idea de la incorporación de Cuba a los Estados Unidos, subraya Saco las diferencias culturales entre ambas sociedades. Nunca olvidemos (así escribía yo hace algunos meses a uno de mis más caros amigos) que la raza anglosajona difiere mucho de la nuestra por su origen, por su lengua, su religión, sus usos y costumbres: y que, desde que se 76 Saco, José Antonio: Ideas sobre la incorporación de Cuba en los EstadosUnidos, París, 1848, p. 2. 77

66

Ibídem.

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sienta con fuerzas para balancear el número de los Cubanos, aspirará á la dirección política de los negocios de Cuba; y la conseguirá, no solo por su fuerza numérica, sino porque se considerará como nuestra tutora ó protectora, y mucho más adelantada que nosotros en materias de gobierno78.

Saco no pide en este momento para Cuba los logros del sistema político anglosajón sino que «Cuba no solo fuese rica, ilustrada, moral y poderosa, sino que fuese Cuba cubana y no anglo-americana»79. La incorporación de Cuba en los Estados Unidos llevaría la posición decisiva de los anglosajones en la política y la marginalización de los hispanohablantes. Saco argumenta con el ejemplo de Louisiana y su población francesa. En las elecciones de 1832 no decidieron el resultado las opiniones políticas de los adversarios sino su nacionalidad. Dos eran los candidatos: uno criollo francés, rico, y de las principales familias de aquella ciudad; otro, americano, y de la raza anglosajona…, formáronse dos campos; las dos nacionalidades estaban frente a frente, ningún americano votaba por el francés; ningún francés por el americano80.

78

Ibídem.

79

Ibídem, pp. 2 y ss.

80

Saco, José Antonio: Colección..., III, p. 310. 67

Manuel de Paz y Consuelo Naranjo [coords.]

En los principios de los treinta ganó en las elecciones el francés, pero su esposa fue muy escéptica en lo que tocaba a las perspectivas de la «nacionalidad francesa» en Louisiana comentando el resultado de las elecciones: «… ya estamos en las últimas agonías, y dentro de poco seremos devorados por la raza que es ama de nuestro país»81. Saco tuvo en este debate un adversario elocuente y capaz, su amigo personal Gaspar Betancourt Cisneros que vivió en los cuarenta en el exilio en Nueva York. Apreciaba el sistema político americano —esta admiración la compartió también Saco— y el desarrollo económico estadounidense basado en la industrialización del país. Comparando dos mundos, el anglosajón y el latino, estuvo dispuesto a cambiar la cultura hispanocubana y las costumbres de la sociedad criolla en Cuba por el bienestar económico, por la defensa de la Cuba blanca contra el peligro de la «africanización» de la sociedad isleña bajo el gobierno del régimen colonial español y las pretensiones de las potencias europeas de meterse en los asuntos de la isla. Presentó la opinión de los anexionistas, que fue la opinión suya, diciendo: Creen éstos que la Isla de Cuba corre precipitada a inevitable ruina bajo la tutela de su Metrópoli; que la suerte de Cuba está decretada por las mismas manos que 81

68

Ibídem.

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han decretado la suerte de Santo Domingo, Jamaica, Guadalupe y todas, todas las colonias de Europa en este Archipiélago; y que el único medio de salvar a Cuba es incorporarla en la gran familia de Estados Confederados de la Unión Americana. De esta clase de creyentes hay dos partidos, unos que ven en la anexión el medio de conservar sus esclavos, que por más que lo oculten o disimulen es la mira principal, por no decir la única que los decide a la anexión; otros que creen en la anexión el plazo, el respiro, que evitando la emancipación repentina de los esclavos, dé tiempo a tomar medidas salvadoras como duplicar en 10 o 20 años la población blanca, introducir máquinas, instrumentos, capitales, inteligencias que reemplacen y mejoren los medios actuales de trabajo y de riqueza. En fin, Saco mío, todos buscan en la anexión la garantía, la fianza del gobierno sabio y fuerte de los Estados Unidos contra las pretensiones de Europa, no menos que contra nosotros mismos que mal que pese a nuestro amor propio somos del mismo barro que los que han logrado hacerse independientes pero no pueblos libres y felices82.

En la discusión con sus adversarios formula Saco también su concepto de la nación rechazando este estatu82

«Gaspar Betancourt Cisneros a José Antonio Saco, Nueva York, 20 de febrero de 1849», en Medio siglo de historia colonial de Cuba. Cartas a José Antonio Saco ordenadas y comentadas (de 1823 a 1879), ed. Fernández de Castro, José A., La Habana, 1923, p. 100. Más sobre G. Betancourt Cisneros véase Córdova, Federico: Gaspar Cisneros Betancourt. El Lugañero, La Habana, 1938. 69

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to a Cuba: «… le falta el constitutivo esencial de una nación verdadera, cual es su soberanía o completa independencia»83. En este contexto buscó la relación entre nacionalidad y nación, concluyendo: «Toda nación supone nacionalidad; pero toda nacionalidad no constituye nación, porque hay muchas naciones que se componen de los pueblos diferentes, teniendo cada uno de ellos una nación propia, sin que a ninguno pueda darse el nombre de nación»84. Considerando, evidentemente, la definición de nación tan difícil como la definición de nacionalidad se sirvió de ejemplos y siguió con la descripción del caso de Gran Bretaña, la nación de tres nacionalidades —la anglosajona, la escocesa y la irlandesa—, que en el pasado fueron naciones. En los fines de los cuarenta tuvieron «sólo… un Parlamento, un solo poder ejecutivo, y un solo embajador acreditado cerca de otras potencias»85, formando de tal manera una sola nación. El mismo ejemplo fue, según Saco, Francia napoleónica, nación de tres nacionalidades —la francesa, belga e italiana— o la monarquía de los Habsburgo, la nación austríaca con varias nacionalidades. Mencionando la situación europea Saco concluyó: «quizá no hay en el viejo continente ninguna nación antigua o moderna de alguna consideración que no haya

70

83

Saco, José Antonio, «Réplica...», en Colección.... III, p. 416.

84

Ibídem.

85

Ibídem.

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sido formada de una agrupación de pueblos o nacionalidades diferentes»86. En el concepto de nación y nacionalidad de José Antonio Saco no falta la conciencia del desarrollo histórico. En el mismo momento existen naciones y nacionalidades en diferente grado de existencia: Pueblos hay en que empieza a desarrollarse; otros en que se halla expirando; unos en que está más o menos comprimida, más o menos desenvuelta; y otros en fin en que habiendo llegado al complemento de la fuerza, se ostenta por sí sola en el rango de nación soberana87.

La existencia de la nación o, por decirlo con otras palabras, del Estado soberano fortaleció según la opinión de Saco la nacionalidad, que fue el caso del continente americano después de las guerras por la independencia donde Saco menciona el caso de México y Perú hablando sobre la nacionalidad hispano-mexicana e hispano-peruana. Ya las colonias tienen su nacionalidad o hasta dos. Tan cierto es que las colonias, aun las más esclavizadas, tienen nacionalidad propia, que hay algunas donde existen dos. Cuba nos ofrece el triste ejemplo de esta verdad, pues allí habitan por nuestra desgracia, dos razas 86

Ibídem, p. 417.

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enemigas. En igual caso se hallan las demás Antillas, el Brasil y otros países de América88.

El concepto de la nación y nacionalidad de Saco representa una mezcla de dos conceptos clásicos de la nación, es decir, el estatal y el cultural. La nación de Saco representa la nación estatal, la nacionalidad tiene los rasgos de la nación cultural cuyo concepto formularon los filósofos y escritores alemanes de la época del romanticismo. De tal manera no consideró Saco miembros de una nacionalidad a todas las personas que hayan nacido en el territorio habitado por la nacionalidad correspondiente, sino solamente a aquellos con los mismos rasgos que caracterizaron la nacionalidad concreta, es decir, la lengua, cultura, costumbres, religión. De tal manera, excluyó Saco de la nacionalidad cubana caracterizada por su cubanidad no solamente a los anglosajones en caso del éxito del proyecto anexionista sino también a la gente de color, la gente de otra cultura, historia, religión e historia, la otra nacionalidad de la isla o, diciéndolo con las palabras de Saco citadas arriba, «la raza enemiga». En los fines de los cuarenta formuló Saco su concepto de la identidad cubana. La identidad caracterizada territorialmente y basada en los rasgos culturales del mundo hispánico, separada, a pesar de las mismas raíces, de la 88

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Ibídem, p. 418.

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identidad española que no representó, sin embargo, para ella la amenaza más seria. El peligro fatal para la cubanidad de Saco lo representaron dos nacionalidades. Una bárbara, africana, la nacionalidad de gente de color esclava y libre en la isla, la otra la civilización anglosajona, cuyos logros en forma del desarrollado sistema político apreció Saco y otros representantes de su capa, caracterizada por otro lado por otra lengua, cultura, religión y costumbres diferentes y, de tal manera, peligrosos. Excluyendo «la cubanidad africana» de su concepto de la identidad cubana formuló Saco la teoría que más tarde llegó a ser el objeto de la crítica dura a su concepto y a su persona89. Es, sin embargo, realidad que Saco ofreció a la sociedad criolla de Cuba el primer concepto de la identidad cubana. Concepto que tomó en cuenta los cambios durante el progreso del tiempo o, por decirlo con otras palabras, el concepto que no careció de dimensión histórica, en el que estuvo incluida la posibilidad de incorporar a la identidad cubana «otras» culturas que no representasen un peligro para la existencia de la cultura «hispanocubana». Fue, sin embargo, solamente la pregunta del tiempo cuando la élite de la cultura de Saco apreciará la cultura afro-cubana y abrirá de tal manera la puerta a la 89 Soto Paz, Rafael: La falsa cubanidad de Saco, Luz y del Monte, Editorial Alfa, La Habana, 1941.

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formación de la cultura cubana sin adjetivos euro —o afro—. No hay ninguna duda que fue el concepto de la identidad de Cuba de José Antonio Saco el que significó el primer paso en este camino.

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Puerto Rico (siglo XIX): La independencia fallida Paul ESTRADE Universidad de París VIII

En relación con el tema y el período tratados, se distinguen aquí, esquemáticamente, tres momentos de igual duración: 1.– La independencia aplazada (1808-1838). 2.– La independencia pospuesta (1838-1868). 3.– La independencia frustrada (1868-1898), algunos dirán «traicionada». Desde esta última fecha clave de 1898, al parecer fatídica, ha empezado un cuarto período de larga duración y mayor incertidumbre: 4.– La independencia postergada (¿hasta cuándo?, ¿sine die?).

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En cada etapa se consideran la situación y la evolución socio-económica y política de la isla y se analizan los hechos que tradujeron el brote y la permanencia de una aspiración insular (criolla) a la independencia. Al mismo tiempo se discuten los poderosos factores que impidieron entonces su desarrollo, resultando de ello que sea Puerto Rico la única posesión colonial española de América que no fuese independiente en 1898, ¡ni tampoco en 2008! La singularidad del caso ha dado lugar a toda una literatura (ensayos) sobre «el puertorriqueño dócil» (libro de René Marqués con ese título, 1962) —consecuencia del mestizaje con el taíno pacífico— y la refutación de esa tesis (por Carmelo Rosario Natal, 1987, por ejemplo).

Puerto Rico en 1808 Dentro del imperio colonial español esta isla resulta ser una pieza de poca monta, poco poblada (menos de 47.000 habitantes en 1765), con producciones mineras y agrícolas casi nulas. No obstante presenta cierto interés estratégico y puede ser objeto de canje en el marco de los conflictos europeos por la dominación del Caribe. En cierto momento se convierte en blanco de la rivalidad con Gran Bretaña. Es cuando el intento de desembarco de abril 1797 (simultáneamente con la toma de Trinidad). Pero fracasan los invasores británicos ante la 76

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existencia de un sistema sólido de fortificaciones (San Juan) y rechazados por la valentía de las milicias criollas. Con el sacrificio de Pepe Díaz nace un sentimiento popular criollo (todavía no nacionalista) y un mito. Son ambiguos sin embargo, ya que San Juan obtuvo en recompensa el título de «Muy Noble y Muy Leal», algo comparable a lo que significaría luego «La Siempre Fiel Isla de Cuba»: dos premios de lealtad. Posteriormente la revolución de Saint Domingue, la creación de la República negra de Haití y por fin la evacuación de Santo Domingo se traducen por la llegada de emigrantes, los más contrarrevolucionarios (franceses, españoles, criollos). A la par éstos traen experiencia, capital, mano de obra y dinamismo económico: fomentan en grande los cultivos tropicales. Pero el fenómeno es menos significativo en Puerto Rico que en Cuba. La población se distribuye así en 1802: 163.192 habitantes, y entre ellos 13.333 esclavos. La población de Puerto Rico no es mayormente de color, a diferencia de las de Cuba y Santo Domingo.

1.– La independencia aplazada (1808-1838) A partir de 1808, aún más que en el pasado, la isla es una fortaleza, refugio de españoles y extranjeros rechazados de América, base de expediciones contra la insurgen77

Manuel de Paz y Consuelo Naranjo [coords.]

cia, pero con las reformas concedidas por la metrópoli, el aporte de la inmigración europea (innovaciones y espíritu empresarial) y el crecimiento de la trata negrera, empieza cierto progreso económico. Primera tierra pisada por los enviados de Napoleón a raíz de la invasión de la península en 1808, es la primera en decirles no. Pero al lado de la expresión generalizada de la lealtad puertorriqueña, asoma un incipiente liberalismo autonomista que se revela en 1809-1810 en: —la designación y actuación del diputado a Cortes, Ramón Power, oficial y hacendado; —las instrucciones del cabildo de San Germán al diputado: «si por Disposición Divina (y lo que Dios no permita) se destruyese ésta [dinastía] y perdiese la Península de España, quede independiente esta Isla y en libre arbitrio de elegir el mejor medio de la conservación y subsistencia de sus habitantes en paz y Religión Christiana». Los demás cabildos reclamaron más bien una liberalización económica. Puerto Rico no se sumó a la insurgencia. No prosperó la petición de San Germán (ni fue transmitida); el gobernador Meléndez vigiló y aisló a los elementos dudosos potencialmente subversivos, el Morro sirvió de cárcel a los separatistas continentales, se enviaron refuerzos a las tropas leales de Tierra Firme (2.000 hombres).

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El 14 de julio de 1812 se promulgó en San Juan la Constitución de Cádiz, a satisfacción de la elite, la cual, durante un año, puso en movimiento a través de los ayuntamientos elegidos por ella la discusión de los asuntos municipales sin ir más allá. La crisis fiscal (falta de dinero por cese del situado mexicano) lo paralizó todo. El sistema de la intendencia — Alejandro Ramírez — permitió limitar el desastre. Restableció la confianza, creó la lotería, animó la Sociedad Económica, publicó El Diario Económico. Esas primeras reformas recibieron el apoyo de la capa superior de los criollos, horrorizada por los acontecimientos de Venezuela. Se restableció sin mayores perturbaciones el absolutismo el 30 de junio de 1814. Aunque tenida por providencial y ensalzada la Cédula de Gracias (10 de agosto de 1815), vigente hasta 1836, y preparada por el cabildo de San Juan, produjo efectos más bien mitigados. Las reformas agradan a los liberales criollos que se unen más a su metrópoli. Reciben ventajas por premio de su lealtad: comercio libre (es decir con EE.UU., Gran Bretaña y Francia), entrada de capitales y herramientas extranjeras, inmigración europea (corsos), entrega de terrenos realengos sin impuestos, introducción de esclavos de las Antillas vecinas, etc., pero aumenta el subsidio (impuesto directo). Se discute el papel de esas medidas: la cédula de 1815 ¿permitió o no el despegue económico de la isla? Por sus efectos aplazó la independencia, eso sí. 79

Manuel de Paz y Consuelo Naranjo [coords.]

Sin embargo, sin tardar mucho, iban a erguirse unos elementos inconformes con la dominación española. Merecen ser recordados: —El proyecto de expedición libertadora capitaneado por Luis Ducoudray (Hostein), en 1822, desde Curaçao. Su meta era instaurar la República de Boricua. Se alistaron numerosos expedicionarios, se recogió mucho dinero, se armaron varios barcos. Todo parecía listo, pero fracasa la expedición, primero por la intervención de Holanda, después por su débil vinculación con los independentistas del interior (dos hombres fueron presos y fusilados: Dubois y Romano), por su programa conservador (esclavista) y por su carácter aventurero. —El proyecto de expedición libertadora, desde Panamá, por el general Valero de Bernabé, un militar criollo, masón, bolivariano. Combatió en España, México, Colombia y Perú. Él es el puertorriqueño libertador de América. En 1823-1824, en relación con los Soles y Rayos de Bolívar piensa en organizar un desembarque para establecer la República de Borinquen. Pero disponía de 2.000 hombres (máximo) contra decenas de miles de soldados y marinos españoles concentrados en Puerto Rico. Además su movimiento seguía siendo esclavista. —Dentro de Puerto Rico se produjo alguna agitación clandestina limitada, fragmentada y fuertemente reprimida (proclama y expulsión de María Mercedes Barbudo,

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1824). El bando del gobernador de la Torre (1824) impone medidas fuertes de mantenimiento del orden. —Y varias rebeliones de los esclavos. Baralt identifica a 22 conspiraciones negras entre 1795 y 1848, de las cuales 14 ocurrieron, las más en la zona de Ponce (ingenios con bozales). En conclusión: No existió ninguna conexión entre los criollos rebeldes y los esclavos sublevados. Salvo excepciones, la clase de los hacendados no se opuso al régimen colonial imperante, al comparar su suerte con la de sus congéneres de Saint Domingue, Santo Domingo, Venezuela, y al sacar beneficios de la situación «de paz». Teme sobre todo alguna sublevación de los esclavos de las plantaciones. La inhibe el fantasma de otro Haití; aunque en grado menor, ocurre lo mismo que en Cuba al respecto. Es de señalar la oposición recia de las potencias a la independencia de la isla por parte de Francia, Inglaterra y sobre todo Estados Unidos, y por motivos distintos. Esta hostilidad fue puesta de manifiesto con motivo del congreso de Panamá (1826). No ayudó tampoco la disposición ambigua de Bolívar, pese al intento de 1827 (general Páez). La ausencia de una solidaridad latinoamericana —en una fase de nacio-

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nalismo incipiente y estrecho— y de una solidaridad antillana con Puerto Rico (y Cuba) es patente. A mediados del decenio de 1830-1840, Puerto Rico es la tierra más tranquila del imperio español en América, reducido después de 1825 a las dos islas caribeñas hermanadas, Cuba y Puerto Rico, puesto que entonces Santo Domingo sigue absorbido por Haití.

2.– La independencia pospuesta (1838-1868) El desarrollo de la plantación esclavista (azucarera al inicio, en las zonas costeras de Carolina, Ponce, Guayama, y posteriormente cafetalera) junto al «control social» (ejército, clero, administración, esclavitud, libreta) consolida el statu quo. El crecimiento demográfico condiciona el crecimiento económico. Queda multiplicado aquél por 4 entre 1797 y 1868. Aunque el número de esclavos culmina entonces en un 11,7%, es un porcentaje muy inferior al que existe en Cuba. Esto significa que la inmigración blanca continuó a un ritmo elevado. Para satisfacer las necesidades económicas se instituye al lado de los esclavos, la clase de los «agregados»: trabajadores del campo entre siervos y proletarios blancos, desprovistos de libertad, sometidos al sistema de la «libreta».

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El crecimiento es tremendamente desigual. Crecen, sobre todo, la costa y el oeste. En el interior prevalece la economía de subsistencia. No hay caminos, el comercio es marítimo de puerto a puerto. Débil en extremo es el desarrollo educativo y cultural. Las ciudades más importantes en los años 30 son: San Germán (30.000 habitantes), Mayagüez (16.000), Ponce (13.600), San Juan (11.500), ciudad ésta de militares, funcionarios y comerciantes. Con la «ruina» de Haití y el aumento fuerte de la demanda mundial, suben los precios de los productos exportados (azúcar, café) y parecen asegurados los mercados, de lo se benefician los hacendados y comerciantes. El mercado de EE.UU. pasa pronto a ser el primer destino. Sin embargo, varias crisis económicas, sociales y políticas mellan el sistema colonial y conducen a tres momentos tensos: 1837-1838, 1848-1849 y 1867-1868. 1836-1838. La restauración de la Constitución, el 22 de septiembre de 1836 por Miguel de la Torre abre una nueva fase. Pero en Puerto Rico la situación es menos grave que en Santiago de Cuba, donde actúa con cierto penacho el general Manuel Lorenzo. Se expresa entre las grandes familias criollas un descontento parecido al de los años 1811-1812 a causa de la carga contributiva y de la hegemonía de los comerciantes catalanes. Agravan el antagonismo las consecuencias de la sequía y un huracán devas83

Manuel de Paz y Consuelo Naranjo [coords.]

tador (1837), y también un aumento del 2% del subsidio. Resultan de ello: dificultades de pago, préstamos carísimos (del 2 al 2,5% mensual), hacendados endeudados. Paralelamente, en 1837, se excluye de las Cortes madrileñas a toda representación antillana. A lo que hay que añadir un alboroto sedicioso en el único regimiento encargado del orden interior, el llamado de Granada, castigado por tres condenas a muerte. Aunque no comprobado, es posible que deba relacionarse con los preparativos de algo más considerable, a saber: La «conspiración» de julio de 1838. Existió probablemente, parecen ciertos los vínculos entre algunos de los insubordinados militares y un grupo de hacendados de San Juan, emparentados (familias Quiñones, Vizcarrondo, San Just). Existió la conspiración, pero tal vez sin extensión fuera del área de San Juan. Fue golpeada antes de estallar: varios hombres fueron apresados el 15 de julio; uno amaneció ahorcado (Buenaventura Quiñones). Se les impusieron condenas severas. Huyen al extranjero (Venezuela) los jefes del movimiento insurreccional previsto: los hermanos Andrés y Juan Eugenio Vizcarrondo. A Andrés Salvador Vizcarrondo, Betances lo tendrá por el precursor del independentismo puertorriqueño. No es dudoso el carácter independentista del movimiento (¡bandera roja!) pero sí su intención de suprimir la esclavitud. 84

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Son años de auge de la economía azucarera esclavista, pese a la prohibición de la trata, decretada en 1817 y reafirmada en 1845. La población de color (pardos y morenos, libres y esclavos) llega a superar la de los blancos (criollos, peninsulares), en los años 40. Como en Cuba. Y como en Cuba se propala, con intención, el miedo a la insurrección negra. La reincorporación de Santo Domingo a España da motivo en la región occidental de Puerto Rico a unas manifestaciones de solidaridad con los dominicanos, en 1864. Nace en concreto un antillanismo incipiente. Con el segundo destierro de Betances reacciona el poder. Al lado de los intentos abortados (criollos blancos), hubo rebeliones efectivas (esclavos negros), sobre todo entre 1844 y 1848 (culminando las de Ponce y Vega Baja), influidas por las aboliciones en el Caribe francés y danés. Para combatirlas se acentúan las medidas represivas. Se publican dos bandos contra la raza africana por el gobernador general Juan Prim (mayo y junio de 1848). Su sucesor, Pezuela, los suprime pero impone la libreta a los trabajadores rurales sin tierra (junio de 1849). No se mueven los criollos. El sector criollo revolucionario toma la bandera de la abolición a mediados de los años 50. Obran unas sociedades secretas en Mayagüez, animadas por Ruiz Belvis y R. E. Betances. Este abolicionismo práctico y el peso decli85

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nante de la esclavitud (paralelo al retroceso del azúcar y el despegue del café) —incluyendo el cólera devastador de 1856— hacen que los seis delegados de Puerto Rico en la Junta de Madrid (1866-1867) sean partidarios de la abolición inmediata con o sin indemnización. Su reformismo es más radical que el de los cubanos. Su punto de vista es expresado por José Julián Acosta. Es apoyado por el combate abolicionista de Julio Vizcarrondo en Madrid y por el de la Sociedad abolicionista española (Labra). Crisis de 1867-1868. Existe un problema político permanente desde 1837, originado por la exclusión de las Cortes y la promesa no cumplida de leyes especiales. Muy poco escuchados y nada representados, los criollos reaccionan con malhumor y hasta hostilidad. A los peninsulares se les moteja de «changas» (insulto similar al de «gorriones» en Cuba, «gachupines» en México, «godos» en Venezuela, etc.). Existe, de carácter mundial, una crisis económica (precios, bancos, deudas) agravada en Puerto Rico como en Cuba por la incomprensión de la metrópoli, que carga a los hacendados con nuevos impuestos. Existe un agravante local: los enormes daños del fuerte temporal de octubre de 1866. Sin embargo, la mayoría de los delegados (que vuelven defraudados de Madrid) y de sus amigos reformistas no se atreve a afrontar el poder. Siguen esperando confiados en

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la revolución en España. «España no puede dar lo que no tiene», piensa por su lado el indómito Betances. Estalla un motín en San Juan en un regimiento de artillería en junio 1867. Este es el pretexto para desterrar a los jefes reformistas. Obedecen todos, salvo Ruiz Belvis y Betances. Escapan éstos a la República Dominicana, y en seguida a los EE.UU., donde funge desde 1865 la Junta Central Republicana de Cuba y Puerto Rico. José Francisco Basora representaba allí a Puerto Rico. En Santo Domingo los dos fugados constituyen la Junta Revolucionaria de Puerto Rico con Basora, Lacroix y alguno más, la cual empieza a preparar la Revolución desde principios de 1868: lanzan proclamas («Los diez mandamientos de los Hombres Libres», Betances, diciembre de 1867), recaudan dinero, compran armas y barcos, organizan comités clandestinos en la Isla (4, tal vez 5, bajo la jefatura de Matías Brugman, un hacendado de origen norteamericano radicado en Mayagüez). Grito de Lares (23 de septiembre de 1868). Brotó, sin conexión con los alzamientos concomitantes de España («La Gloriosa», 17 de septiembre, que derriba a Isabel II) ni siquiera de Cuba (Grito de Yara, 10 de octubre, que inicia la guerra de independencia). Sin embargo, su ubicación en ese contexto de crisis es necesaria. Lo precedió una preparación meticulosa y profunda por toda la isla. El levantamiento estaba previsto para el 87

Manuel de Paz y Consuelo Naranjo [coords.]

29 de septiembre, día de San Miguel, festejado por los esclavos. Hubo denuncia. Fue arrestado el presidente de «Lanzador del Norte» (grupo clandestino de Camuy). Se vio obligado el comité de ese pueblo a adelantar la fecha sin poder avisar a los demás centros, y sin que hayan llegado los jefes (Betances), los refuerzos y las armas, por la precipitación y por la culpa de la política del caudillo Báez en la República Dominicana. La revolución tiene un programa claro: la independencia de la nación y la abolición de la esclavitud. Tiene bandera, imitada de la dominicana, e himno. Actúa el «Centro Bravo» de Lares. Toma el pueblo, proclama la República, suprime la esclavitud y quema las libretas. Dirigen el movimiento Manuel Rojas, el dueño de una hacienda de café, designado jefe militar, y Francisco Ramírez, un comerciante local, designado presidente de la República. Llegan a reunirse cerca de mil alzados, pero con pocas armas, sin estrategia, sin experiencia militar. Dos días dura la revolución, 23-24 de septiembre. Ante los primeros reveses, se disuelve ese ejército improvisado. Empieza una tenaz persecución a los rebeldes que resisten o huyen. Algunos sucumben, muertos a tiro (Brugman, Bauren, Parrilla). Pocos escapan. De 800 presos, 600 son procesados. A diez de ellos se les condena a la pena capital. Pena conmutada por el nuevo gobierno liberal español. Y amnistía casi general el año siguiente. 88

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¿«Raquítica algarada» —expresión posterior de un autonomista— o fuerte movimiento que contaba con fuertes apoyos —opinión de Betances y Figueroa? Se discuten las interpretaciones ofrecidas desde aquellos años: «docilidad» del puertorriqueño, ausencia de condiciones (desde las geográficas hasta las económicas y políticas), falta de liderazgo político, deficiencia militar del mando, consolidación de las bases socio-agrarias del reformismo (pequeña propiedad, café), etc. No cade duda que ese acto de rebeldía sigue siendo en la historia de Puerto Rico la mayor manifestación del independentismo por la extensión de los preparativos y número de los participantes, por la nitidez y nobleza de sus objetivos, por su papel fundador (celebrado cada año, el 23 de septiembre, a manera de fiesta nacional, puesto que ésta no existe, tanto en Lares o en Cabo Rojo donde ondea la bandera de los insurrectos, como en otras ciudades del país).

3.– La independencia frustrada (1868-1898) Quedan exiliadas las principales cabezas independentistas (Vizcarrondo, Rojas, Terreforte, Betances, Basora, Lacroix) y dentro no existe organización fuerte ni permanente, mientras sigue la lucha en Cuba, con la guerra de los 10 años (1868-1878). 89

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Los puertorriqueños más determinados deciden unir la suerte de su isla con la de Cuba. Por ejemplo, Betances representa a la revolución cubana en Haití, Hostos «labora» en la prensa, Rius Rivera corre a la manigua a alistarse con los mambís. Dentro se consigue (propaganda reformista, presión popular y maniobra española) la abolición de la esclavitud el 22 de marzo de 1873 (ley votada por las Cortes). La economía insular podía desarrollarse sin esclavos. Estos no representaban ya sino el 5% de la población total que ya superaba las 600.000 personas. Además había cesado por fin la trata. Pero la emancipación fue a medias. Tres años de patronato fueron impuestos a los 30.000 últimos esclavos «emancipados». Se consigue también, antes que en Cuba, el derecho de elegir diputados, pero el escrutinio es falseado por lo restringido del sufragio. Aparece luego en 1887 en la continuidad del Partido Liberal Reformista un nuevo partido, el autonomista (Partido Autonomista Puertorriqueño). Sus dirigentes criollos, bastante ilusos, creen compartir el poder. Los gobernadores autoritarios, que ven a un separatista detrás de cada reformista, no llegan a desengañarlos pese a su política dura, la de Sanz primero, la de Palacios luego. Se inventan conspiraciones. La política represiva del «componte» (1887) no abre los ojos sino a una minoría. Muere Baldorioty de Castro, el abolicionista de 1870, cuando está dividiéndose el partido autonomista. Salen al exilio el 90

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periodista Sotero Figueroa, el poeta Pachín Marín y la poetisa Lola Rodríguez de Tió, autora de la letra combativa de la «Borinqueña», himno nacional hoy, pero... sin la letra original. La estabilidad de la isla favorece su crecimiento demográfico. En treinta años la población aumenta de alrededor de 250.000 habitantes. El crecimiento económico no es tan rápido. Ahora ha llegado la hora del café y la montaña. El café de Puerto Rico, producto cotizado, viene a ser una fuente de riqueza por varios decenios. Pero las importaciones superan las exportaciones. El mercado norteamericano es menos dominante que en el caso cubano. La inmigración española es preponderante. El país blanquea. Al parecer, existen perspectivas de desarrollo familiar autónomo. Predomina la pequeña propiedad. La independencia parece ilusoria y peligrosa a la mayoría criolla. Lo que no impide, fundamentalmente en el ambiente popular rural y en el terreno cultural, la formación de una fuerte conciencia nacional iniciada en el período anterior: Manuel Alonso (El jíbaro, 1849), Manuel Zeno Gandía (La charca), Gautier, Tapia, Brau... Pero el monopolio colonial, el tradicionalismo, la ausencia de universidad y la persistencia del analfabetismo frenan el desarrollo intelectual y el espíritu crítico cuanto más que el clero español es obediente y la masonería local conformista. Se forman fuera los médicos, los abogados, los artistas.

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Aunque dentro de Puerto Rico no renace un movimiento coordinado a favor de la independencia, no se pueden pasar por alto algunos brotes esporádicos del mismo: Camuy (1873) o la expedición frustrada de 1875 planeada desde Puerto Plata. Las tres características del independentismo puertorriqueño en el último tercio del siglo son su innegable debilidad, y, como consecuencia, su búsqueda de una unión con los cubanos, y su afán de unión antillana entre las tres islas mayores e hispanas (incluido Haití). La unión con los cubanos está puesta de manifiesto por el artículo 1.° de las bases del Partido Revolucionario Cubano (PRC) en enero de 1892, cuya finalidad es la independencia absoluta de Cuba y Puerto Rico; por la actuación de Figueroa, ayudante de Martí en Patria en Nueva York, por la de Betances delegado del PRC y luego de la República cubana en armas en París; por la creación de la sección Puerto Rico del PRC en diciembre de 1895, la cual adopta una nueva bandera (inspirada de la cubana, la actual del Estado Libre Asociado), y escoge por presidente al doctor J. J. Henna junto a otro veterano de Lares, Terreforte; por el alistamiento de cientos de boricuas en el Ejército Libertador de Cuba (cuarenta oficiales, y Rius Rivera, mayor general) dispersos en unidades cubanas; por el sacrificio de muchos de esos combatientes de la libertad (Pachín Marín).

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La idea de unión antillana se plasma en el proyecto de confederación de las Antillas, defendido con audacia y tesón por Betances y Hostos, y asoma en aspectos concretos como en el seudónimo de Betances (El Antillano) o en los títulos de los periódicos fundados por Hostos: Las Dos Antillas, Las Tres Antillas, o también en los poemas de Lola Rodríguez de Tió, de intenso fervor antillanista. De ella son los célebres versos: Cuba y Puerto Rico son De un pájaro las dos alas, Reciben flores y balas Sobre un mismo corazón.

En la isla, los elementos independentistas dispersos y vigilados no pueden contar con líderes de gran capacidad (estos desgraciadamente están fuera). Sólo consiguen producir el alzamiento de Yauco —marzo de 1897—. Dura una semana pese a ser un movimiento aislado y hasta confuso. Pero es real. La historiografía puertorriqueña suele calificarlo de «intentona». En su tiempo un periódico autonomista lo había calificado de «conjura campestre, risible y débil». Ahora, un historiador posterior lo tiene por «nuestro último grito de rebeldía contra España». La rebelión fue dirigida por un agricultor, Fidel Vélez, y realizada sin más armas que machetes por un

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centenar de campesinos, y era parte del plan de Agustín Morales y Antonio Mattei. Las posibles expediciones urdidas desde la República Dominicana por los generales Agustín Morales (dominicano) y Juan Rius Rivera —dos planes serios— abortan anticipadamente por falta de condiciones internas en Puerto Rico. La delegación de Nueva York del PRC (Estrada Palma), que no quiere que se desperdicien fuerzas, tampoco trabaja mucho para que la suerte de Puerto Rico vaya ligada a la de Cuba, pese al plan elaborado por algunos oficiales cubanos (José Lacret Morlot). La burguesía criolla, por su debilidad intrínseca, no se cree capaz de asumir sola la dirección del país. Busca alianzas para compartir el poder (como pasó a mediados de siglo en la República Dominicana), sea con los reformistas españoles, sea con los anexionistas estadounidenses. Se divide el Partido Autonomista entre Autonomistas Históricos (Celso Barbosa) y Liberales Fusionistas (Muñoz Rivera) cuando España, tardíamente, a fines de 1897, concede la autonomía a sus posesiones americanas. En Puerto Rico empieza a aplicarse en 1898, hasta la intervención militar norteamericana. Apenas iniciada en Cuba y Filipinas la guerra contra España, la armada de los EE.UU. bombardea San Juan en mayo y propicia un desembarco de tropas en Guánica al sur de Puerto Rico (julio de 1898), sin motivos, ya que no existía pleito pendiente, ni justificación estratégica 94

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fuera de la voluntad de apoderarse sin peligro de ese botín de guerra... ¡Hay demasiados negros, mestizos e hispanos díscolos para pensar en anexar la isla! Ahora, como base futura de intervención, puede servir: control del futuro canal de Panamá, expansión hacia el sur según la teoría del Destino Manifiesto. Ante la invasión, se observan actitudes distintas, hasta contrarias. Los llamados «Voluntarios» no sirven, se desbandan. La alegría de muchos (Henna) contrasta con la reserva y hasta la oposición de algunos, tanto los conservadores proespañoles como los que temen una anexión. Betances aconseja desde París que se acoja bien a los yanquis, pero mostrando la autonomía, la fuerza y la determinación popular. Cunden la perplejidad y la desorientación y pronto la defraudación y la frustración: «Lo mismo da ser colonia española que colonia yanqui» (Betances). Antonio Mattei con un cuerpo de «Puerto Rican Guards» viene acompañando a la tropa norteamericana, libertadora (¿?) o invasora (¿?). Pero al mismo tiempo, unos 400 campesinos independentistas se oponen a la guardia civil y a los voluntarios proespañoles y toman el pueblo de Ciales (13 de agosto). El paso de los «marines» por la Isla se traduce de hecho e inmediatamente por una ocupación militar, confirmada por el tratado de París (diciembre de 1898) con95

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cluido sin la presencia de delegados puertorriqueños. Le toca a Puerto Rico un estatuto distinto al de Cuba (no hubo luchas ni compromisos). Desde Washington se procede a nombrar a un gobernador militar. Y pronto se adopta la ley Foraker (1900) que organiza la vida de Puerto Rico bajo la hegemonía de los EE.UU., aunque no se define su situación jurídica presente ni futura: ni territorio, ni estado, ni autonomía (incluso menos abierta que la española), ni independencia, por supuesto. A diferencia de lo que ocurrió en Filipinas, no hubo una resistencia popular significativa ante ese rapto. La misma Sección de Puerto Rico del PRC se había disuelto a principios de diciembre de 1898. El mito de la Gran República democrática se estaba imponiendo tanto en las clases dominantes como en la clase obrera. La defensa del orden colonial español no podía movilizar al pueblo. La perspectiva de una independencia conquistada por las armas propias se había alejado de las mentes desde el fracaso de Lares. Sin embargo, es de notar que una pequeña guerrilla (encabezada por «Águila Blanca»), aunque falta de recursos, estuvo hostigando a los norteamericanos en la región de Guánica hasta el verano de 1899. Una encuesta, con votación de los lectores de La Correspondencia de Puerto Rico, en marzo-abril de 1903, acredita como opinión mayoritaria la opción independentista. 54.338 votos fueron enviados...

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La letra censurada del Himno Nacional (1952) demuestra que: 1.° que hubo ardiente movimiento proindependentista en los tiempos de la revolución de Lares, época en que Lola Rodríguez de Tió escribió la letra a petición de Betances; 2.º que esa letra sigue teniendo eco, aunque sustituida por otra (pacífica e ingenua) y ocultada vergonzosamente después de haber sido prohibida. He aquí los primeros versos viriles de las tres estrofas de la «Borinqueña» auténtica, danza-canción-himno del catalán Félix Astol: I - ¡Despierta borinqueño, Que han dado la señal: Despierta de ese sueño Que es hora de luchar! [...] II - ¡Bellísima Borinquén A cuba has de seguir; Tú tienes bravos hijos Que quieren combatir; [...] III - No hay que temer riqueños Al ruido del cañón, Que salvar a la patria Es deber del corazón! ¡Ya no queremos déspotas! ¡Caiga el tirano ya! 97

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Las mujeres indómitas También sabrán luchar: Nosotros queremos la libertad Y nuestro machete nos lo dará. [...]

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Héroes de la identidad nacional cubana: Hatuey y el Mambí Sylvie BOUFFARTIGUE Université de Savoie

La cultura cubana —y en particular, la literatura del siglo XIX— fue a la vez portadora y creadora de elementos que configuraron el imaginario identitario. Fue una interacción manipulada de manera muy consciente por los intelectuales criollos a partir de la invención primeriza de la patria chica, del amor por lo local. Las generaciones sucesivas encontraron nuevos géneros, nuevas estéticas, hasta nuevos medios, para seguir diseñando este imaginario en permanente proceso de modificación, acorde con los tiempos y los idearios dominantes. Por otra parte, es importante recalcar cómo en Cuba a la historia siempre se le atribuyó un papel de primer orden en el proceso de construcción de una identidad que 101

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evolucionó de la identidad patria a la identidad nacional. Pudo acompañar, matizar o hasta contrapuntear la influencia de la concepción romántica de la identidad cultural, elitista y criolla, como fundamento de la justificación de la Nación. Pero siempre se utilizó como génesis de una ideología nacional basada en un destino histórico libertario común, en lucha contra la metrópoli. En Cuba, los escritores e intelectuales pusieron la pluma al servicio de la redacción de una gesta épica, según solían escribir, de las luchas libertarias sucesivas contra España, a lo largo de los siglos. A veces esta gesta pudo inscribirse en un plan global, como fue el caso de la proposición del escritor cubano Balmaseda, quien escribió una novela histórica continental y bolivariana1 como fondo global del proceso independentista cubano. Pero en la mayoría de los casos, la elaboración del discurso histórico de la génesis nacional se circunscribió al territorio de la isla, dejado de lado el enfoque regional y continental de la colonización y de la lucha anticolonial. La representación didáctica del proceso independentista se caracteriza por su encerramiento en una visión estrechamente insular, sin vinculación con el continente ni siquiera con las tierras vecinas del Caribe. Esta denega1

Balmaseda, Francisco Javier: Clementina. primera parte. Novela política. Quince años después, su continuación, Tipografía de García y Hijos, Cartagena de Indias, 1897. 401 pp. 102

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ción de la historia común era reflejo de un pensamiento ideológico heredado a la vez de la colonia y del ideario criollo. De hecho, el mundo del Caribe tenía una identidad histórica, económica, sociológica y hasta cultural común, hecha de identificaciones y de oposiciones. Pero las metrópolis supieron agudizar en las criollidades locales el sentimiento chovinista o el temor a perder vida y supremacía social: lo ilustra la utilización de la Revolución de Saint Domingue como espantapájaros. Este temor a la «Guerra racial» puede explicar en parte el nacimiento del mito de Hatuey, imaginado como antepasado siboney de los criollos lo que permitía evitar la cuestión de la población de color en la naciente comunidad nacional. Los pensadores del antillanismo político (Luperón, Hostos, Martí) reanudaron con esta identidad común. Los independentistas cubanos del 68, en tiempos de guerra como en tiempos de exilio, la experimentaron, buscando auxilio y asilo en el Caribe insular y continental. Si bien que en el 95, el movimiento de liberación de PuertoRico se asoció al cubano mediante una dirección revolucionaria orgánicamente unida. Después de 1898, la contraofensiva conservadora se empeñó de nuevo en borrar o negar estos factores unionistas. La evocación de las luchas libertarias del Caribe desapareció. Enaltecieron a una concepción local del patriotismo, contribuyendo por consiguiente a la elaboración de un discurso de fachada, que se enraizaba en el mito del sentido innato de la rebeldía 103

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en el alma cubana. Lo justificaron gracias a la invención y formación de la figura troncada del Mambí, generalmente criollo blanco de buena familia, preferible a la evocación de personalidades reales del independentismo, como lo había hecho Martí en los años noventa, con el fin de valorizar las ideas y los quehaceres. Fue dentro de este marco donde más se desarrolló la necesidad de buscar en una historia truncada figuras icónicas a fin de adornar el discurso nacionalista de las hazañas del pasado insular. Cuánto más se negó la dimensión política y colonial de la problemática nacional, más se insertó la invención de la identidad en una herencia histórica local, que borraba, de paso, las luchas sociales del XIX cubano. Propongo, pues, un recorrido por casi tres siglos de historia de Cuba. Los vamos a reseñar mediante la evocación de dos figuras históricas sucesivas, que pasaron a representar, a encarnar, cada una en su época, el alma cubana, la cubanidad, la cubanía: Hatuey y el Mambí. La figura del indio Hatuey (jefe indio que intentó resistir a la invasión española de Cuba en el XVI), a mediados del siglo XIX, en pleno proceso de búsqueda inicial de diferenciación con el modelo peninsular:

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La figura del Mambí se elaboró a partir de 1868, como representación del típico soldado cubano independentista de esta guerra de treinta años.

Éstas son las dos figuras que encarnaron, en etapas distintas de la historia de la nación cubana, tanto el imán del nacionalismo como un modelo de cubano. Tendríamos pues con esta representación dual la quintaesencia de una cubanía fundada en la rebeldía y la lucha libertaria. Hatuey y el Mambí, a pesar de su origen histórico, son construcciones realizadas a fin de servir un ideario: este mismo de la configuración de una comunidad, de un co105

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lectivo en torno a valores y a objetivos concretos (la creación de un estado...). Antes de delinear más detenidamente las características de estos avatares (en el sentido más literal de la palabra), recordaré que estos reflejos de una realidad histórica se moldearon y se volvieron a moldear mediante múltiples y postreras escrituras. Necesariamente, en cada época, se fue proyectando la visión de quien se interesaba por ellos. Estamos frente a un proceso incesante de invención de un modelo con que identificarse. La peculiaridad del caso cubano radica en la capacidad para recuperar y para conservar el modelo de la etapa histórica anterior para agregarlo a un modelo más novedoso y más conforme con la contemporaneidad. Esto se verifica tanto con el paso de Hatuey al Mambí como con la identificación postrera de los Guerrilleros del 58 con los Mambises2. Cabe recalcar que la aparición de una forma nueva más acorde con el tiempo nunca significó la desaparición de la figura identitaria de las generaciones anteriores: hoy en Cuba se va a manejar la figura de Hatuey junto a la de Elpidio Valdés (el mambisito estrella del cine de animación cubano) o del Che. Diré más: se puede 2 Sin embargo es de notar que en tiempos de la guerra de independencia, los guerrilleros eran los cubanos traidores, sicarios del ejército colonial. Se realizó pues una inversión total de la connotación del guerrillero entre el XIX y el XX.

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observar en la cultura popular un eco, una trasposición entre la trilogía heroica de la Guerra del 95 (es decir: Martí, Maceo y Máximo Gómez) y la del 59 (Fidel, Camilo y Che). Señalaré también que este fenómeno tan ejemplar en Cuba no dejó de manifestarse en otros lugares y más específicamente en el mismo continente americano: tal vez se pueda evocar los ejemplos del «jíbaro» de Puerto Rico, del gaucho argentino3 o del pistolero norteamericano4. Ha sido recalcado el hecho de que en la lírica, la evocación de la tierra así como la referencia a los elementos más específicos, más locales, de la naturaleza (recordemos pues la palma real, el tabaco, el café, la piña, el mango, la guayaba y otras frutas) abrió paso a la declaración de amor a la patria. En otros términos, era un amor patrio muy materialista (no lo digo en sentido filosófico), basado en los elementos de consumo o de producción. Sólo fue con los escritores románticos cuando el amor a la tierra 3 Esta figura única de una identidad argentina pasó por múltiples redefiniciones, a menudo contradictorias, que reflejaron a lo largo del XIX el debate en torno al modelo de sociedad por establecer, tal como se teorizó en la dicotomía modernidad/tradición, civilización/barbarie. 4 Se puede evocar a la figura del vaquero o del pistolero estadounidense, que nació en la narrativa (en folletines) de la frontera oriental y pasó a ser, en el siglo XX, gracias al cine, un verdadero mito fundador de la identidad nacional norteamericana.

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pasó a relacionarse con la gente y una forma de historicidad. El ejemplo más ilustre es él del mismo Heredia, primer poeta romántico e independentista: el poeta cubano por antonomasia. Fue en su «Himno del desterrado», cuando aparece por primera vez el amor a la patria como amor a una comunidad humana y por consiguiente como lazo social. Quizás estemos frente a una de las primeras manifestaciones elaborada y compleja de la «comunidad imaginaria»: En su falda respiran el amigo más fino y constante, mis amigas preciosas, mi amante... ¡Qué tesoros de amor tengo allí! Y más lejos, mis dulces hermanas, y mi madre, mi madre adorada

Allí también fue donde cobró sentido el apego a ambiciones o proyectos colectivos: ¡Cuánto sueño de gloria y ventura tengo unido a tu suelo feliz!.

El romanticismo constituyó un giro determinante en esta elaboración ya que permitió que se moldeara un rostro con el que identificarse. Tuvo necesariamente que ser

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un rostro humano para arrancar la simpatía y permitir la identificación. Como corriente romántica, la literatura siboneísta fue la que dio a la identidad su primer rostro: el de Hatuey. Lo digo ahora para que tengamos bien claro que todas estas elaboraciones se construyeron de manera consciente, racional, hasta comprometidas. No se debe olvidar que los autores siboneístas fueron casi todos relacionado con el independentismo político. Eran criollos ilustrados, de mediados del siglo XIX, procedentes de un medio sin relación con las industrias que utilizaban la mano de obra esclava. Por lo tanto estuvieron indagando por recursos estéticos capaces de enfatizar la singularidad criolla y luego fomentar el deseo de separación política de la Madre Patria. Inventaron la figura de Hatuey, la rescataron de las páginas ocultas de la historia de España en Cuba, para proponer un modelo de ruptura aceptable para las capas adineradas criollas.

Hatuey Estamos en tiempos de la conquista de Cuba, llevada a cabo por Diego Velázquez a partir de 1510. Según las fuentes, Hatuey procedía de Ayití, entonces La Hispaniola, y había pasado a la isla de Cuba en el 1511. Trató entonces de fomentar un movimiento de resistencia de los 109

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Ciboneyes frente a la presencia española. Preso el rebelde, Hatuey fue condenado a ser quemado vivo en la hoguera, castigo reservado para los más viles criminales. Pero cuando estaba a punto de ser quemado, le preguntaron si quería convertirse en cristiano para subir al cielo. Hatuey contestó lo siguiente: «¿Y esos hombres blancos también van al cielo?». Al recibir una afirmación, dijo: «entonces yo no quiero ir a donde esos hombres vayan». Murió el 2 de febrero de 1512. Este acontecimiento histórico, lo conocemos por Bartolomé de las Casas (1474-1566) quién lo relata en el capítulo: «De Cuba» de la Verdadera historia de la destrucción de las Indias. El objetivo de Las Casas era demostrar al rey que el carácter militar y lucrativo de la conquista practicada por soldados impedía la difusión de la cristiandad. Su retórica invertía los tópicos y metáforas cristianos y esta representación eficaz tuvo repercusión en la representación postrera del «hombre natural» que, pasando por el prisma de Rousseau, llegó a nutrir el Siboneísmo literario. Las Casas nos dice muy poca cosa de Hatuey: Un cacique y señor muy principal, que por nombre tenía Hatuey, que se había pasado de la isla Española a Cuba con mucha de su gente, por huir de las calamidades e inhumanas obras de los cristianos, y estando en la isla de Cuba, y dándole nuevas ciertos indios que pasaban a ella los cristianos, ayuntó mucha o toda su gente.

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En la colonia, la imagen teológica del inocente martirizado por cristianos despiadados no se dio mucho a conocer antes de que los criollos del XIX empezasen a interesarse por la historia patria. Josef Opatrny mostró cómo el historiador Pedro de Santacilia retomó el caso de Hatuey en sus Lecciones y le dedicó un capítulo entero. Fue entonces cuando Hatuey se vio transformado en el primer mártir de la España colonial. Se encaminaban hacia una lógica de ruptura: hasta entonces los criollos se consideraban como descendientes y herederos de la estirpe española (y es que lo eran, por la sangre pero también por el estatuto social, económico, cultural, etc.). Este cambio de postura fue difundido de manera más amplia, en el círculo elitista de la elite criolla, por la literatura siboneísta. Se debe relacionar con la tendencia indianista continental, pero con mayor voluntad política de crear una lírica nacional. Se constituyó el movimiento en torno a la fundación de una revista, en Bayamo, en 1856, La Piragua, por José Fornaris y Joaquín Lorenzo Luaces. Además del objetivo político —ya que cantar el pasado de los indios exterminados equivalía a criticar la presencia de España en América— la labor identitaria fue relevante. No sólo enfocaron la pintura lírica de la naturaleza patria sino que también obraron a favor de la singularización de lo criollo siendo estrecha la relación entre identidad lingüística y identidad protonacional. La lírica siboneísta se presenta como una muestra de palabras de origen sibo111

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ney, que se consideran entonces como palabras criollas. Domingo del Monte por 1829-1831 reunió un grupo de trabajo para componer el primer diccionario de voces cubanas. Éste se perdió pero en 1836, se editó el Diccionario provincial de voces cubanas de Pichardo en Matanzas. Fajardo Ortiz5, encontró en el personaje de Hatuey manera estética y política de cumplir con sus objetivos, No voy a leer el poema Hatuey sino presentar cuatro estrofas cuya temática es central: Con un cocuyo en la mano Y un gran tabaco en la boca, Un indio desde una roca Miraba el cielo cubano. La noche, el monte y el llano Con su negro manto viste, Del viento al ligero embiste Tiemblan del monte las brumas, Y susurran las yagrumas Mientras el suspira triste.

5 (1829-1862). Su seudónimo era el Cucalambé (anagrama de «Cuba clamé»). Fue uno de los más famosos autores siboneísta, miembro del grupo de La Piragua, y un ferviente partidario de la independencia (se involucró en la Conspiración de Agüero).

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Lleva en la frente un plumaje Morado como el cohombro, Y el arco que tiene al hombro Es de un vástago de aicuje. Aunque es un pobre salvaje Y angustia cruel lo sofoca Desde aquella esbelta roca Donde gime sin consuelo, Los ojos fija en el cielo Y a Dios en su ayuda invoca. Yo soy Hatuey, indio libre Sobre tu tierra bendita, Como el caguayo que habita Debajo del ajenjibre. Deja que de nuevo vibre Mi voz allá entre mi grey, Que resuene en mi batey El dulce son de mi guamo Y acudan a mi reclamo Y sepan que aún vive Hatuey. ¡Oh, Guarina! ¡Guerra, guerra Contra esa perversa raza, Que hoy incendiar amenaza Mi fértil y virgen tierra! En el llano y en la sierra En los montes y sabanas Esas huestes caribanas 113

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Sepan al quedar deshechas, Lo que valen nuestras flechas, Lo que son nuestras macanas.

Se está inventando una figura autóctona, como símbolo de la resistencia. Era obviamente comprensible la significación reivindicativa del paralelo tácito que se establecía entre las parejas enemigas Hatuey/Caribes y Criollo/Españoles. Por otra parte, cabe recalcar el aspecto ficcional del personaje. Se recupera la figura, transmitida ya por una forma de historia polémica, crítica (la del mismo Las Casas) como antepasado ideal, romántico, y como metáfora del criollo que se quiere libertar. Sin embargo, quiero mencionar que es una visión escapista que deja de lado al evocar del antepasado siboney torturado por los españoles, una realidad bien contemporánea: la de la población de color, esclava o liberta, criolla o bozal, explotada inhumanamente por los criollos esclavistas. Permaneció el prejuicio racista en la mente de estos independentistas: hasta podemos comprobar su persistencia en la ambigüedad de los artículos de costumbres de algunos de ellos. Al contrario, fue por esto por lo cual la figura de Hatuey permitió encontrar un consenso identitario con la sacarocracia: Hatuey permite encarnar la crítica al sistema colonial ya que funciona como «figura sostenible» para quienes siguen recurriendo a la mano de obra esclava. Funciona como una base aceptable para la 114

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invención y definición de una identidad criolla que rechaza lo español e ignora lo negro y lo popular. Es de notar que Hatuey es un cacique, un noble en la cima de la imaginada élite siboney, no un indio cualquiera de los pescadores ni de la plebe, lo que preserva simbólicamente el principio de la supremacía criolla. Con la irrupción de la historia de las guerras, Hatuey fue sustituido por una figura actual de rebelde, inspirada del soldado del Ejército de Liberación Nacional: el Mambí. Sin embargo, no desapareció la figura. Se mantuvo mediante unas cuantas publicaciones: la novela de aventuras Azares y azahares de Laura Dulzaides del Cairo6 retomaba la tradición decimonónica siboneísta, modernizándola gracias a la creación de una heroína de marcado carácter feminista. Siguiendo las huellas de los estudios seudohistóricos de los primeros eruditos, los historiadores patrios se interesaron de nuevo por él a partir de los años cuarenta, retomando sin cautela ni examen científico las referencias sucesivas de sus predecesores de la Colonia (Condesa de Merlín, Santacilia, etc). Sin embargo, es interesante notar como este nuevo surgimiento del interés por Hatuey correspondió con el abandono del Mambí, entonces relacionado con la llamada Revolución de 1895. Estos historiadores participaron por consiguiente en la despolitización 6

La Habana, Impr. La propagandista, 1916, 227 pp. 115

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de la figura del cubano rebelde, retomando una figura más neutral políticamente y desvinculada de las problemáticas contemporáneas. Tomemos como ejemplo la biografía de Hatuey, publicada por César Díaz Expósito en 1944. Retomando las fuentes ya citadas, el historiador participa a la nueva configuración del mito histórico del primer rebelde cubano. Por sus fuentes, se sigue reverenciando a la forma inicial y pormenorizada del ideario nacional anticuado ya que se refiere a los principios de la relación colonial con España. Es la portada del libro la que se muestra de lo más explícita de lo conservador del propósito. En la línea tradicional del mito de Hatuey en la hoguera, lo inserta en un muy marcado ámbito religioso.

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El carácter martirológico es lo esencial de la representación y se pone de realce gracias al contraste entre Hatuey en blanco y los soldados de color oscuro. Se acentúa por el soldado español en primer plano, rezando con gran recogimiento, como si fuera de penitencia por lo que está por venir. La utilización del mito a fines propagandísticos más acordes con la época fue un paso casi contemporáneo. Hatuey fue utilizado como imagen en el mundo del consumo y de la propaganda siempre que fue relativa a productos autóctonos (tabacos) o a productos producidos en Cuba (helados, cerveza), considerados como emblemas nacionales reducidos a su dimensión mercantil.

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En esta propaganda, se utiliza la connotación patriota de manera tan vaciada de sentido y tan cristalizada como en el caso anterior. El ron y la malta Hatuey eran productos de las empresas del famoso independentista Emilio Bacardí. La bandera cubana acentúa el aspecto patriótico del producto, ya relacionado con el eminente alcalde santiaguero. Hatuey está representando en la etiqueta misma de la botella, mientras el dibujo, con otra bandera cubana de colores vivos en el centro, evoca tanto a los guajiros cubanos como a los mambises a caballo. La palma real, símbolo nacional, se erige paralela a la bandera lateral, que sirve de fondo a la botella del más cubano de los rones. La propagando reúne así, de cierta manera, a Hatuey y al Mambí, con múltiples referencias al imaginario nacional mediante una serie de iconos inmediatamente comprensibles. La familia Bacardí no dejó allí de dar cuerda a la vena patriótica, y puso en venta un nuevo producto: la cerveza Hatuey, fabricada en el poblado El Cotorro. Volveré a este asunto en seguida. Interpretaremos lo siguiente como la prueba del éxito de la fórmula. Siendo el apellido, la imagen y la simbólica de Hatuey ya ampliamente utilizados por una gran variedad de productos, en los años cincuenta se bautizaron con el nombre de Guarina, la novia de Hatuey según las fuentes románticas. Estos tabacos, helados u otros pudieron mantenerse en el mercado hasta poco tiempo y siguen en

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la memoria de nuestros contemporáneos que se compraban, de niño, un helado Guarina. Fue exactamente por las mismas razones que antes provocaron su éxito muy póstumo que se rarificó, a partir de los años sesenta del siglo XX, la aparición sistemática de la figura de Hatuey. Como figura mítica desvinculada de las realidades sociales y políticas, dejó paso a los mambises del 95 y a los guerrilleros del 58, actores de luchas revolucionarias modernas y portadores del ideario nacional connotado por la línea anti-imperialista. La fantasía del imaginario enfocó pues las figuras más relacionadas con las problemáticas contemporáneas. Por lo tanto, la lectura del mito de Hatuey se desplazó hacia la simbolización del espíritu inicial de rebeldía del débil frente al poderoso, del indio frente a la soldadesca española, de los cubanos frente a los todopoderosos imperios modernos.

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Se inauguró, en los noventa, el centro turístico de Guamá: entre ecoturismo y turismo histórico, este pueblo lacustre a la taína se edificó como una construcción aborigen en una isla de la Ciénaga de Zapata. También es un museo a cielo abierto, cuyas muestras son esculturas de Rita Longa que representan a los indios en la vida cotidiana. Siendo Guamá fue otro jefe indio que resistió a los españoles, aunque no llegó a la prosperidad. Se inauguraron unas esculturas en su memoria en la región de Baracoa. También fue el caso para Hatuey, en la perspectiva de rendir homenaje a las primeras rebeldías insulares contra los invasores.

Después del exilio de la familia Bacardí, se nacionalizaron las fábricas y se mantuvieron las actividades: así fue como se mantuvo la producción de la cerveza Hatuey. El primer defensor del territorio nacional siguió figurando en las latas y botellas de la muy famosa cerveza local. La Hatuey devino por antonomasia la cerveza cubana, fabricada y tomada en Cuba. Aunque se haya limitado su con120

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sumo desde el Periodo Especial al sector turístico, no se perdió la connotación. Diré también que suele dar motivo el consumo de una Hatuey a hacer muestra de orgullo nacional, aplicando con gran chovinismo las palabras de Martí: «El vino, de plátano; y si sale agrio ¡es nuestro vino!»7. Ernest Hemingway, cuyos lazos con Cuba bien se conocen, bien la había mencionado en dos de sus novelas «cubanas»: To Have and Have Not (1937) y The Old Man and the Sea (1952). Aunque no haya propaganda publicitaria en Cuba, es interesante ver como el argumento inicial se reforzó en la Cuba revolucionaria. No sólo se trata de valorar la cualidad y la fama de un producto autóctono, sino también de valorar un producto producido en una mediana cooperativa de la Cuba revolucionaria, como símbolo de la resistencia al capitalismo industrial y empresarial en situación hegemónica. Lo que viene a continuación ilustra los aspectos jurídicos y simbólicos de ello. De hecho, gracias a los cubanos de afuera y a los turistas, se conoce ahora la cerveza Hatuey hasta en Europa. Sin embargo, fue al constatar el apego de los consumidores cubanos de Estados Unidos al producto, que los herederos de Bacardí decidieron relanzar la producción, primero en Puerto Rico y luego en Miami, y la comercialización de la cerveza Hatuey. La batalla jurídica que entablaron contra el estado cubano para recuperar la marca e impedir que la 7

En Nuestra América, 1891. 121

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utilizara la fábrica cubana se concluyó hace poco. Los jueces valoraron el argumento de la apelación de origen y no quisieron reconocer la legitimidad de la legislación nacional: a la fábrica de El Cotorro se le prohibirá en el futuro mantener la apelación de la cerveza aunque se haya seguido produciendo sin interrupción durante más de treinta años. Da amargura la decisión, que forma parte de una batalla jurídica para el dominio de las bebidas y rones entre la empresa Bacardí y Cuba. La marca Bacardí decidió conservar el discurso propagandístico de siempre, asociando la nueva batalla para Hatuey a las supuestas esperanzas de sus consumidores. Se efectuó «el relanzamiento de Hatuey el 20 de mayo para celebrar el Día de la Independencia de Cuba», según dijo la encargada de ventas de Hatuey para la compañía Eagle Brand Sales. La selección de la fecha no es nada anodina: el 20 de mayo no es el día de la independencia de Cuba sino el día del establecimiento de la república neocolonial, enmendada por Platt. Como vemos, detrás de las batallas jurídicas y de la imagen publicitaria, la cuestión ideológica de la Nación es la clave. De momento, esta compañía distribuye la cerveza desde Cayo Hueso hasta Miami pero espera que siga creciendo el mercado. Será interesante notar que los cubanos de afuera suelen tomar a la cerveza en nombre de un patriotismo desvinculado de todo contenido revolucionario.

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El Mambí En la segunda mitad del siglo XIX, en tiempos de asimilación de Hatuey con una criollidad reformista y contrarrevolucionaria, había surgido, en manos de los independentistas otra figura mítica de la nación. La aparición del Mambí se relacionó pues directamente con la insurrección y la gesta de la insurrección. Inicialmente, el término, importado de las guerras de Santo Domingo había sido empleado por los españoles como insulto supremo para designar a los independentistas, siendo derivada la palabra de un vocablo de una lengua africana. En esta guerra racial de las palabras, los independentistas de 1868 no vacilaron mucho tiempo: en el mismo año se empezó la publicación, en la manigua, de un periódico titulado El Mambí. La denominación se adoptaba con orgullo en la tropa y los soldados pronto la usaban para autodesignarse aunque no tuviera ningún valor oficial. El periodista norteamericano, James O’Kelly, compartió de corresponsal la vida de los independentistas varios meses, y dejó de su experiencia periodística inédita un testimonio muy completo y favorable a los independentistas. Dio como título a sus memorias La tierra del mambí, al publicarlas en 1874. La palabra no gustaba unánimemente. Para justificar su adopción en la «manigua» y quitarle el matiz demasiado «africano» (sic), los patriotas eruditos se empeñaron en devolverle un carácter 123

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aparentemente más neutro. Las numerosas y a veces estrafalarias explicaciones presentadas reflejan cierta controversia con implícitos racistas. Balmaseda, el independentista, supuso que la palabra tuviera un origen... siboney, lo que ilustra de nuevo el carácter fundamentalmente racista de la elaboración de este icono de una criollidad casi blanca. Otros la veían como derivación de un vocablo inglés necesariamente mal articulado por la plebe [sic], lo que evidenciaba con anterioridad cuánto ambicionaban adoptar el modelo norteamericano. La controversia, en último análisis, giraba en torno de la cuestión esencial de la creación de una nación integradora o segregacionista. ¿Era o no era cierto que «Cubano [era] más que blanco más que mulato más que negro»?, como diría luego Martí8. El debate subyacente se encaminó también en el campo de la literatura «de combate». Ya, desde 1869, en el exilio, había nacido bajo la pluma de autores y dramaturgos cubanos las primeras obras teatrales que daban a conocer los quehaceres de los rebeldes. Estas obras tradicionales por la forma, que se conocieron luego como «teatro mambí», que apoyaban la causa nacional, dieron al Mambí el rostro de la criollidad blanca9. 8

En «Mi raza», 1893.

9

Juan Ignacio de Armas y Céspedes: Alegoría cubana, Imprenta de El Republicano, Cayo Hueso, 1969, 15 pp. Desiderio Fajardo Ortiz: La fuga de Evangelina, Alfred W. Howes, Nueva York, 1898, 29 pp. 124

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Si bien el papel de las mujeres en el movimiento era renovado, se mantenían con cuidado la jerarquía social imperante. En la aplastante mayoría de las obras, los personajes de color eran seres muy secundarios cuya función era mostrar la fidelidad al amo y la devoción a quien les había dado la libertad. El protagonista central era un joven criollo blanco idealista, formado en las ideas liberales, afanoso en arrastrar la patria del atraso político en el que la mantenía España. Debemos tener en cuenta que estos dramaturgos no eran innovadores del punto de vista literario. Lo revolucionario de sus obras residía en el hecho de utilizar el teatro como medio de divulgación y de propaganda política, conforme con la tradición romántica, y de concretar, en la escena, acontecimientos políticos y militares de la República en armas. No sólo mostraban acciones y realizaciones escogidas sino estaban contestando a las acusaciones de los integristas. Se mostraron pues la liberación de los esclavos de la plantación, la grandeza del presidente Céspedes frente al chantaje español, el funcionamiento justo de los tribunales militares o la liberación épica de Manuel Sanguily... Estrenadas en el exilio, tenían como objetivo justificar la insurrección, y mostrar la seriedad, la responsabilidad y la unidad del gobierno rePierra y Agüero, Adolfo: The Cuban Patriots. A Drama of the Struggle for Independance Actually Going in the GEM of the Antilles. «In Three Acts. Written in English by a Native Cuban», Philadelphia, 1873, 45 pp. 125

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publicano revolucionario. Lo hicieron a partir de las informaciones que recibían los propios autores. Nada, pues, de realidades cotidianas, nada de conflicto de opinión que no fuese enmascarado, nada de cambios de comportamientos que fuese demasiado radical. Es interesante ver, por ejemplo, que el teatro mambí no testimonió la emergencia de líderes de color (el propio Maceo) o tampoco de líderes políticamente radicales (Vicente García). Desde luego, la creación literaria osciló entre recuperación del discurso por los sectores moderados y afán de dar «buena figura» a los insurrectos para obtener legitimidad y apoyo. En ambos casos, esta literatura valoró el protagonismo de la elite criolla en el proceso y borró el protagonismo de la plebe, sea o no de color. Entre las dos guerras, la divulgación del primer testimonio y de los primeros relatos de la guerra constituyeron una etapa importante. Los Episodios de la Revolución cubana del modernista Manuel de la Cruz, que no había combatido, constituían la primera elaboración de un discurso histórico-épico a partir de los relatos de combatientes. A pie y descalzo, de Ramón Roa, en cambio, narraba las dificultades cotidianas de los mambises, lo que activó tremenda disputa entre Martí, que lo consideraba derrotista, y el propio Roa. Por su parte, Martí realizó obra constructiva al respecto en las columnas del diario del Partido Revolucionario Cubano, Patria. Retrató los héroes y narró sus hazañas con el fin de crear los fundamentos 126

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de una cultura verdaderamente nacional. Lo corrobora su afán voluntario en celebrar y conmemorar acontecimientos relevantes de la Guerra de los Diez Años en la tribuna de Patria como en las tribunas de los Clubes. Martí nombraba a los «Hombres» —título de la crónica— y los enaltecía por su aporte a la colectividad. Se anclaba en la realidad y no participó en la elaboración de un personaje ficticio que encarnaría este concepto un tanto borroso de «cubanía». La última fase de la guerra de 1895 a 1898 se caracterizó por su carácter popular. La sociedad cubana había evolucionado conformemente a los tiempos. La exigencia independentista y demócrata provenía, pues, esencialmente de los sectores de la criollidad, pero también de las capas populares, dentro y fuera de la isla. Además, la organización de la insurrección mediante el frente político que constituyó el PRC impidió primero la captación del movimiento por una elite social. La mayoría de los insurrectos y de quienes los apoyaban procedía de las capas populares obreras y campesinas y de la burguesía media y pequeña, aunque los oficiales fuesen más bien reclutados entre la población más culta y acomodada. El estado mayor del general Maceo, por ejemplo, se componía de jóvenes muy patriotas de la alta sociedad habanera. El proceso de apropiación de la denominación antes insultante había finalizado: con orgullo, los soldados se autodesignaban «mambises», valorando la capacidad de los humildes y de 127

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los excluidos a la rebelión contra el poderoso. Aunque tuviera la apelación oficial de «Ejército de Liberación Nacional», se solía evocar al «Ejército Mambí». La guayabera que hacía de uniforme, se llamaba corrientemente «mambisa». El machete, de herramienta de trabajo, pasó a ser el arma preferida de los combatientes. La «carga al machete» devino la más famosa invención militar del generalísimo Máximo Gómez. Sin embargo, el primer paso del mambí a la literatura en esta etapa se realizó en un marco bastante tradicionalista. Raimundo Cabrera, que había pasado del autonomismo al independentismo, creó la revista Cuba y América y creó el primer folletín de la guerra. Durante casi un año, dos veces al mes, se publicaron las aventuras del Coronel Ricardo Buenamar (anagrama de Raimundo Cabrera). Este folletín fue publicado como novela en 1898. Episodios de la guerra. Mi vida en la manigua (Relato del Coronel Ricardo Buenamar) fundó la novela de aventuras de la guerra de la independencia cubana. Centrado en torno al joven coronel criollo, el relato trataba de dar cuenta de la actualidad bélica en un tono picaresco-épico. Se inscribía en varias herencias literarias: tradición decimonónica de los folletines de la prensa, de la novela histórica y de la novela de aventuras, asimilación del aporte del teatro mambí de la Guerra de los Diez Años y de la literatura testimonial de los años noventa. Era también llamamiento a la solidaridad pecuniaria de los cubanos residentes en 128

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Estados Unidos («En primer lugar carecíamos de parque y armamento»10, escribía Raimundo Cabrera como sugiriendo una reacción de parte de los potenciales suscriptores). A pesar de cierta actualización a la norma del día, reanudaba con la imagen del mambí criollo del 68 y reproducía la misma estructuración social del XIX. Habla aquí el propio coronel en posición de autoridad, aludiendo a sus compañeros Antonio, el fiel negro, y Pablo, el guajiro taciturno: Mi equipo consistía en un revólver Smith, cincuenta cápsulas y un cuchillo; el de Antonio en un machete afilado, y el de Pablo en una escopeta Lafourchieux de dos cañones, diez cartuchos y una soga enredada al cuello11.

El propio Emilio Bacardí, empresario como sabemos, pero también hombre de letras e historiador de Santiago de Cuba, estaba en la misma frecuencia. Había redactado en los años setenta una novela de la guerra, que fue publicada con gran éxito —es tradicional y bien lograda— a principios del siglo veinte, siendo también una de las primeras. Nos daba el retrato siguiente del libertador cubano:

10 Cabrera, Raimundo: «Episodios de la guerra. Mi vida en la manigua», en Cuba y América, Nueva York, 1.º de junio de 1897, p. 12. 11

Cabrera, Raimundo: «Episodios de la guerra. Mi vida en la manigua», en Cuba y América, Nueva York, 15 de abril 1897. 129

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En un caballo moro azul, de cañas enjutas, vigoroso, de ojos vivos, brioso, tascando impaciente el freno y cubierto de espuma, viene jinete un mancebo lleno de juventud y bizarría. Viste de dril crudo semiaplomado, con la blusa-chaqueta que más tarde tomará el nombre genérico de mambisa; un largo machete piende del lado izquierdo, un revólver Smith del derecho, y una carabina va ajustada a la silla de montar. Calza polainas de cordobán, y los estribos y las espuelas son de plata. La fisonomía es arrogante: los ojos audaces van estudiando el lugar al cual llega, y la tez trigueña, y las patillas negras y dadas al viento, y la franqueza del rostro, nos presentan un tipo de pura raza criolla. Al «¿Quién va?», se empina un tanto sobre los estribos, lleva la mano al ancho sombrero de panamá adornado con la estrella solitaria y la cinta tricolor, y descubriéndose la cabeza, contesta altivo: —¡Cuba libre! Besa el sol aquella frente que se descubre al alerta del soldado y que envía a cambio de su respuesta el anuncio de una nueva era, personificación de la Revolución, encarnación de la libertad12.

A principios de siglo, en la euforia de la instauración de una república, aunque dependiente de Estados Unidos, se inició un verdadero fenómeno de explosión de publicaciones de toda índole en relación con los mambi-

12

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Bacardí, Emilio: Vía Crucis, La Habana, 1910, pp. 105-106.

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ses y la guerra de independencia: revistas, canciones, poemas, teatro, testimonios, novelas... Delineó esta profusión el rostro del mambí como mito patriótico. La fotografía ya había contribuido a darle una cara: las fotos de guerra, las fotos de los soldados acampados son miles y, después de la rendición de España, los retratos de oficiales luciendo el uniforme glorioso, son miles. Figuraron en las revistas, ilustraron algunas publicaciones testimoniales o históricas, adornaron las casas con el retrato del héroe de la familia; contribuyeron a enriquecer el imaginario con la imagen del patriota combatiente.

Hasta las primeras películas realizadas en Cuba abordaban el tema. El cineasta y productor Díez Quesada 131

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rodó: El capitán mambí, en 1914, La Manigua o la Mujer cubana, en 1915; El rescate de Julio Sanguily, en 1917... Sin contar las películas que se perdieron y la que no pudo realizar por su precoz fallecimiento: El Titán de Bronce (Maceo). De 1900 a los años cincuenta, casi cien obras narrativas fueron publicadas13, con un auge entre 1910 y 1930. Esta producción, propiciada por la explosión del número de casa editoriales en Cuba, se caracteriza por la diversidad: cualidad, género, corriente, enfoque, narración, caracterización... El éxito entre un lectorado más extenso que el decimonónico justificó que evolucionara de una literatura culta a una lectura más recreativa, aunque didáctica (relatos de la guerra para jóvenes, siendo explícito el objetivo de dar a conocer la lucha independentista para seguir defendiendo el proyecto político nacional de la Revolución de 1895). Fueron entre estas páginas donde se libró una de las batallas sobre la polémica existencia de una república independiente y la puesta en práctica de los valores independentistas: la significación otorgada, por ejemplo, al 20 de mayo es uno de los signos de la fractura ideológica, según el autor era favorable al anexionismo o a la inde13

Ver mi tesis de doctorado: Le roman des Guerres de l'Indépendance de Cuba: 1898-1951, París, 8, 2000. http://www.bu.univ-paris8.fr/web/collections/theses/bouffartigue_sylvie.pdf. 132

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pendencia absoluta. En los años veinte, la primera generación de «generales y doctores», según escribió críticamente el autor Carlos Loveira, que había gobernado al país hasta entonces, resultó desprestigiada por haber dejado caer el país en manos del potente vecino del norte, mientras la vida política dejaba de funcionar como se debe en una democracia real (fraudes electorales, autoritarismo llevando a situaciones insurreccionales, ausencia de política social, etc.). Fue cuando, paralelamente a la emergencia del Movimiento de Patriotas, que se componía de veteranos, asociado con la juventud reunida en los movimientos estudiantiles, intelectuales o artísticos, cuando el mambí de papel cambió de cara. Quizás fue porque volvieron a sacar los escritores, de entre las reliquias de los padres y abuelos, las fotografías menos lucientes de la plebe combatiente, como ésta:

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Que parece tener su comentario literario bajo la pluma de Francisco López Leiva: Hallánbanse sentados cuatro hombres blancos, vestidos, armados y equipados a la usanza mambisa, con traje de lienzo crudo, botas de montar, largos machetes paraguayos y revólveres de gran calibre a la cintura. Usaban los cuatro carteras de viaje con gruesa correa, en el centro de la cual se veían pequeñas estrellas de metal, única divisa que ostentaban los jefes y oficiales cubanos para indicar la jerarquía militar de cada uno. El detalle más característico y pintoresco de la indumentaria de aquellos cuatro hombres, eran los grandes sombreros de Panamá que, colgaban sobre sus espaldas sujetos por un fuerte cordón anudado al rededor del cuello14.

Mano a mano con algunos veteranos de la antigua vanguardia revolucionaria, la nueva generación rompió radicalmente con la tradición literaria ya instaurada y acabó con el unísono de la imagen del mambí de buena familia. Buscó la autenticidad revolucionaria y la esencia de los anhelos traicionados en el mambí del pueblo: De pronto vio el guajiro que un jinete en brioso caballo venía en dirección a la casa y se preparó para si era así, recibirlo. Efectivamente, dándole un tirón al freno paró de repente y se apeó sin saludar. Miró por todos la14

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López Leiva, Francisco: Los vidrios rotos, La Habana, 1923, p. 146.

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dos y convencido de que no había ninguna novedad, de que ninguna tropa enemiga circulaba por allí, le dio las buenas tardes a Leandro y le pidió un vaso de agua. Vestía pantalón de dril crudo y guayabera de olán, botas de militar, sombrero de guano con el ala echada hacia atrás y una estrella de cinco puntas en el centro del frente, una correa cruzada en el pecho terminando en la funda de un revólver, con el arma en la cintura, más un machete de hoja larga bajando de allí. En seguida, el veguero se dió cuenta de que era un mambí15.

Con el proceso de mayor politización obrera, estudiantil, marxista y antiimperialista, el mambí se transformó en un verdadero héroe popular, ejemplo de rebelde para las luchas por venir, como lo muestran escritores como Sariol, Montenegro o algunos veteranos antes silenciados: 24 años de edad, de buena figura, trigueño, ni gordo, ni flaco, activo, inteligente. Le gusta mucho instruirse y posee vastos conocimientos de literatura, leyes, ciencias, adquiridas en el correr de los años leyendo toda clase de libros buenos, de autores prestigiosos, poetas, jurisconsultos, dramaturgos, novelistas y con ese motivo su cultura en general. Se ha ilustrado nuestro joven también oyendo la lectura en la manufactura y como obrero que es, siente pasión por las ideas socialistas16. 15

Pérez Díaz, Eliseo: La Vega, La Habana, 1949, p. 65.

16

Ibídem, p. 4. 135

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Hasta se renovó la representación del colectivo, dejando de lado a la imagen del Mambí, combatiente solitario armado de su machete: Y aunque el machete figuraba como el arma principal en la lucha que sostenían los cubanos, la caballería y mucha de la infantería, estaban provistas de fusiles de las marcas Relámpago, Remington, Winchester, Mauser, Springfield y hasta escopetas de matar pájaros, es decir, un arsenal abigarrado de todo lo que sirviera para quitar vida de humanos, puesto que el Ejército Cubano no era un ejército organizado bajo estrictas reglas militares, sino improvisado con ocasión de la protesta de un pueblo cansado de sufrir la injusticia y la opresión. Así se explica que atacara a los dominadores con todo lo que encontrara; piedras, palos, cuchillos, en fin, con la vergüenza17.

Y dejando, quizás, paso a la idea según la que tal insurrección —idealista, popular y vencedora—, en 1947, sería todavía posible ya que es fruto «de la vergüenza» y «protesta de un pueblo cansado de sufrir la injusticia y la opresión»... Terminará diciendo que, si bien el mambí dejó de ser «de pura raza criolla», no dejó por lo tanto de ser un cubano «blanco». Autores como Montenegro u Ortiz Velaz, fueron los únicos que dieron verdadero protagonismo a 17

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Pérez Díaz, Eliseo: La rosa del Cayo, La Habana, 1947, pp. 91-92.

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mambises de color. Cabrera había creado un «mambí» de familia acomodada, Bacardí un hijo de francés oriental, Rodríguez Embil lo imaginó «guajiro», Pérez Díaz lo quiso obrero «tabaquero» y Montenegro lo vio como héroe del pueblo. Pero hasta ahora nadie ha creado un héroe de color, un descendiente de los que tuvieron que vivir en los barracones. Hasta al propio Maceo se le negó en cierta medida la negritud, calificándolo de «Titán de Bronce». En la cultura popular, el héroe mambí negro al que se recuerda es todo un anti héroe: me refiero al general Quintín Banderas, que nombraron portero del Palacio presidencial como recompensa por sus servicios a la patria, cuando a cualquier oficial blanco se le regalaba una «botella» (una sinecura), en los años 10. La boga de los mambises se apagó por segunda vez en los años cincuenta, cuando la historia de Cuba viró siguiendo los senderos de la Sierra Maestra. Las guerras de independencia, además de etapa fundadora de la Nación, se interpretaron en la continuidad de las luchas patrias libertarias. Pero el mambí dejó paso a las figuras de los Guerrilleros del 58. El año 1968, en el marco de las conmemoraciones del Centenario de 1868, dio nueva juventud al rebelde mambí. En los actos preparativos, se habló de los «cien años de lucha», se evocó la «nueva generación del 58» o se celebró «la segunda independencia» de Cuba... El ICAIC promovió varios proyectos para la conmemoración e integró de 137

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nuevo a los mambises en la representación pública. Se debe valorar, esta vez, la creatividad del tratamiento cinematográfico y estético del tema. Se filmaron ficciones (Lucía, de Humberto Solás; La Odisea del general José, de Jorge Fraga en1968), se realizaron docudramas (Hombres de mal tiempo, de Alejandro Saderman) o filmes casi experimentales como el verdadero falso reportaje: La primera carga al machete, de Manuel Octavio Gómez (1969). Nos introduce de lleno en la historia ya que la filma como si filmara un documental: cámara en el hombro, fotografía muy contrastada, montaje apretado. La narración fílmica se parece a un montaje de entrevistas en la calle, de noticieros, de reportajes. Narra la película como el machete pasó de herramienta a referencia metonímica con la invención por Máximo Gómez de la famosa «carga al machete» que dio victorias famosas a pesar de la carencia de armas de fuego. Con Octavio Gómez, se consagra la visión del mambí como individualidad integrada en un colectivo cuya cubanidad se define por el compromiso y no por el color ni por el género ni por el estatuto social. Si la revolución cubana utilizó la referencia a las guerras y al mambí adaptándola a su época e ideología, lo hizo modernizando el tratamiento artístico del mito y le otorgó, por fin, una cualidad y una difusión incuestionable. Uno pudiera considerar que la producción historicista del ICAIC se limitó a una difusión entre cinéfilos, lo que ya sería discutible. Sería, además, ignorar que fue el departa138

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mento de Animación del ICAIC el que dio la luz al mambí más famoso que ojos cubana y extranjeros nunca vieron...

Elpidio Valdés nació en 1974, en un corto de seis minutos 40: Una aventura de Elpidio Valdés. El éxito del cubanísimo mambí justificó que se dibujasen nuevas aventuras. Con una producción de uno a cuatro cortos por año (seran 28 de momento), con un largometraje realizado en 1979, y una serie de seis capítulos en 1995, Elpidio Valdés se impone como la mayor estrella en Cuba. Su éxito no sólo se estableció en la producción cinematográfica sino sobre todo en la difusión audiovisual. Elpidio Valdés es un héroe en los hogares más aislados de la isla. Encanta a los adultos, fascina a los niños que juegan a ser Elpidio en

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los patios. Hasta que se esté desarrollando el comercio de productos adyacentes (camisetas, juegos...). Parece esta evolución ilustrar del modo más moderno la aserción del escritor Jesús Castellanos, que escribía en el prólogo a una antología de cuentos y tradiciones: «La historia, al menos en este su menudo y picante aspecto, es hoy una conquista de los artistas sobre los eruditos»18, hasta ampliarla para integrar los publicistas e industriales, con fines muy diferentes por cierto. A modo de breve conclusión, diré que los dos iconos estudiados fueron siempre adaptados a los tiempos presentes y a sus problemáticas, en el objetivo de inventar un imaginario susceptible de unificar determinada comunidad en torno a la nación. Desde luego esta creación pudo funcionar como factor de integración o de exclusión, en función de quien manipulaba el discurso correspondiente cuyo contenido podía variar en términos de visión ideológica de la nación y de la composición de la comunidad nacional. Paralelamente a los cambios de la sociedad, el área de difusión de estos discursos encarnados en figuras heroicas ficticias pasó de una comunidad limitada de criollos cultos a una amplia difusión por técnicas modernas y medios 18

Castellanos, Jesús: «Prefacio», de De la Iglesia, Álvaro: Tradiciones cubanas, La Habana, 1911. 140

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de masa. Se considera también como signo de los tiempos el hecho de que un icono de la nación —como Hatuey— pueda ser utilizado dentro de estrategias comerciales dirigidas a públicos claramente identificados políticamente.

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Los canarios en la independencia de Venezuela Manuel HERNÁNDEZ GONZÁLEZ Universidad de La Laguna

Introducción La emigración canaria a Venezuela había sido considerable desde el último tercio del siglo XVII. A partir de esa época el traslado de un elevado número de familias isleñas se convirtió en un factor decisivo para la configuración de la sociedad venezolana colonial1. El análisis de los matrimonios de blancos de la Catedral de Caracas entre 16841750, la única parroquia existente en la ciudad hasta esas fechas, nos da una idea del peso mayoritario de la inmigración canaria dentro del conjunto de la española. De los 1

Véase al respecto, Hernández González, Manuel: Los canarios en la Venezuela colonial (1670-1810), Tenerife, 1997. 143

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4.333 matrimonios celebrados, un 16,5% les correspondían, dato indicativo de su importancia dentro de la población blanca. Pero su número es todavía más representativo si lo comparamos con el resto de la emigración foránea. Eran 713 frente a 242 de la Península y Baleares y 54 extranjeros. Teniendo además en cuenta la elevada proporción de emigrantes casados y los que se distribuyen por el interior del país, con una proporción, como en Cuba, mucho más elevada que la de los peninsulares. Poundex y Mayer, en el mismo conflicto de independencia, nos proporcionan una definición de su papel dentro de la sociedad venezolana e inciden sobre la caracterización socio-profesional de la mayoría de los isleños: «entre los blancos, los canarios se distinguen por su carácter industrioso y se dedican a la agricultura, el comercio al detall y la cría de ganado. Su número es mucho mayor que el de los españoles»2. Será precisamente la reactivación de la economía venezolana en la primera década del XIX con la expansión cafetalera y la revitalización del cacao en áreas hasta entonces desconocidas, como Carúpano, la que potenciará la emigración familiar a unos niveles inusitados en vísperas de la emanci2 Poundex, H. y Mayer, F.: «Memoria para contribuir a la historia de la revolución de la Capitanía General de Caracas desde la abdicación de Carlos IV hasta el mes de agosto de 1814», en Tres Testigos Europeos de la Primera República, Introd. de Ramón Escobar Salom, Caracas, 1974, p. 105.

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pación, como se puede apreciar en 1803 en el Pico del Teide de los Guezala3. La goleta San Rafael, del capitán Salvador Almeida, testimonia la migración grancanaria y su explotación. Fletada en Las Palmas en 1802 para La Guaira, desembarcó sus pasajeros en Barcelona. Los trasladados procedían de Telde, Agüimes, Teror y San Lorenzo. Una parte se asentó en Barcelona, en consonancia con su desarrollo regional en el café, el cacao y la ganadería4. Se acentuó también la lanzaroteña, una isla cuya participación era reducida hasta entonces. En 1803 el alcalde mayor de Teguise la autoriza sin ningún tipo de obstáculos. Se puede apreciar en Venezuela su nítida presencia por esos años5. En esta etapa de paz retornó un elevado número de indianos que llegaban largos años sin poder regresar por los continuos conflictos bélicos. Se podría decir que fue el último gran retorno de divisas antes de la Emancipación. La Palma continuó con un similar porcentaje al del siglo XVIII. En 1802 salió con emigrantes un buque desde su capital. Cuba seguía siendo su destino primordial. La paz en junio de 1808 coincidió con un período de bonanza inusitado en Ve3 Archivo Histórico Provincial de Tenerife (A.H.P.T.), Protocolos notariales, legs. 1.333 y 752. 4

Archivo de la Academia de la Historia (A.A.H), Civiles, 1802.

5

Archivo General de Indias (A.G.I.), Indiferente General, leg. 3.109. Archivo Histórico Provincial de Las Palmas (A.H.P.L.P.), Protocolos notariales, leg. 2.915. 145

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nezuela. La producción de café llegaba a superar el 20% de sus exportaciones. En los protocolos de 1809 y 1810 se puede apreciar la gran intensidad que alcanza en buques como el San Carlos General O´Donnell, el Barcelonés o el Carmen6.

El origen del proceso independentista Controvertidos y polémicos debates se han originado sobre el carácter de la independencia venezolana, de los sectores socio-políticos en lucha y sobre sus reales motivaciones. Como en todos estos procesos, indudablemente no existen causas unívocas. Su complejidad es un hecho indiscutible. Los canarios apoyaron en un principio los cambios políticos promovidos por la elite mantuana caraqueña. Todos los sectores sociales de origen canario coincidían con la oligarquía criolla en su oposición al monopolio comercial español y a los privilegios concedidos por Godoy a algunos comerciantes norteamericanos, que habían llegado a controlar, gracias a exenciones aduaneras, más del 50% del comercio exterior de la provincia. La fuerte conmoción que supuso para Venezuela la invasión napoleónica de España les llevó a tomar el poder político para evitar que el poder se les fuera de las manos. 6

146

A.H.P.T., legs. 1.308. 1.310, 2.183, 2.185, 2.186, 3.094 y 3.286.

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El miedo a una rebelión similar a la haitiana pesaba como una losa. El conglomerado étnico y social del país distaba mucho de ser homogéneo. Las noticias que venían de la Península eran cada vez más pesimistas sobre la marcha de los acontecimientos. De esta forma se precipitaron los acontecimientos que desembocaron en la proclamación de la Junta Suprema de Caracas el 19 de abril de 1810 y la destitución del comandante general Emparán. Sólo cuatro años antes, la oligarquía caraqueña se había opuesto con vehemencia a la invasión de Miranda. En tan poco tiempo la situación había cambiado radicalmente. Las clases dominantes tenían recelos de los funcionarios españoles y de la política de la Monarquía. Eran manifiestamente opuestos a las trabas a la generalización del comercio libre y criticaban severamente la política gubernamental en la concesión de privilegios comerciales desproporcionados a la casa comercial norteamericana Craig-Caballero Sarmiento. Esa conciencia diferenciada y la exigencia de libertad de comercio no les hubiera impulsado por sí solas a afrontar la ruptura sin el impacto de la destrucción del imperio español con la ocupación de la Península. El miedo a la insurrección, a la descomposición del orden social fue sin duda uno de los factores que animó a la oligarquía caraqueña a tomar el poder político. Un representante de ella, el portuense Telesforo Orea, que fue comisionado por la Junta para solicitar la ayuda de los Estados Unidos al nuevo Gobierno, refería que la rebelión la 147

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habían comenzado los blancos, recelosos por las consecuencias de una similar a la haitiana. El miedo a los pardos y los blancos de orilla, el factor desestabilizador de la sociedad venezolana, que odiaban de forma visceral la hegemonía y prepotencia de las clases dominantes, les llevó a la toma del poder. Orea señaló que «desearía que vinieran cinco o seis mil hombres de cualquier nación que fuesen, aunque fuesen franceses, a sujetar los mulatos y salvar sus vidas y propiedades, pues prevén funestísimas consecuencias si los negros piden su libertad y se unen a ellos». El pesimismo sobre lo que ocurría en la Península es patente: «Desengañese, la Península a la hora de ésta está sometida a Bonaparte y España no puede resistir su contienda con Francia por falta de medios y recursos para seguir la guerra, pues necesitaría a lo menos 200 millones de duros anuales, y estos no pueden suplirlos las colonias»7. Desde esa perspectiva, criollos y canarios coincidían en su rechazo al poder monopolista tal y como había sido ejercido por España y la burocracia godoísta. Eran partidarios del libre comercio. Pero les separaba los diferentes intereses sociales. La oligarquía mantuana tenía puntos de vista sobre el poder político y la propiedad de la tierra contrapuestos frente a los blancos de orilla y los pardos. Esa divergencia socio-política existía en igual medida en la comunidad isleña. La disparidad de puntos de vista y 7

148

A.H.N., Estado, legs 5.636 y 5.637.

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percepción de la realidad entre los de extracción social baja y los que integraban la oligarquía criolla era tan irresoluble como la que separaba a los nativos del país. La propia evolución de los acontecimientos la iba a demostrar con claridad. Ya desde los primeros movimientos desarrollados por la oligarquía criolla exigiendo la convocatoria de una Junta se puede apreciar la presencia e involucración de los isleños. En la llamada conjuración de Matos, en julio de 1808, este hacendado margariteño establecido en Caracas declara: «Amigo, ha llegado ya el tiempo de que los americanos gocemos de nuestra libertad; en la presente ocasión es necesario que salgamos de todos los españoles y quedarnos sólo los criollos y los isleños porque éstos son buenos»8. La hostilidad hacia los privilegios godoístas y las autoridades españolas reconocidas por la Junta Central de Sevilla era bien patente. Esa diferenciación entre españoles e isleños demuestra sus intereses diferenciados frente a los comerciantes peninsulares. Eran partidarios de la profundización en el libre comercio, contrarios a las trabas de su monopolización por los españoles. La política de la Junta Central y de la Regencia, dominada por los intereses mercantiles gaditanos y opuesta a todo lo que

8

Lecuna, V.: «La Conjuración de Matos», en BANH, n.º 56, Caracas, 1931, p. 389. 149

Manuel de Paz y Consuelo Naranjo [coords.]

significase apertura comercial contribuía una vez más a exacerbar los ánimos. Varios meses después, en noviembre, aconteció la llamada conjuración para la constitución de una Junta Gubernativa, también conocida por el nombre de la Conspiración de los mantuanos. Cuarenta y cinco firmas de significados mantuanos respaldaban la petición. Entre ellos tres isleños, Fernando Key y Muñoz y los hermanos Pedro y Juan Eduardo. En el expediente que se abrió contra la misma aparecen las declaraciones de varios comerciantes canarios: Francisco Báez de Orta, Salvador González, Antonio Soublette y Antonio Díaz Flores9. Los desacuerdos con la política de la Regencia fueron creciendo al tiempo que las noticias sobre la evolución de los sucesos en la Península eran cada día más intranquilizadores. Los acontecimientos se precipitaron y sobrevino la deposición del capitán general y la proclamación de la Junta Suprema Conservadora de los Derechos de Fernando VII, de la que formó parte como ministro de Hacienda Fernando Key Muñoz. Los canarios apoyaron la ruptura con la Regencia y se sumaron al proceso impulsado por la oligarquía caraqueña. Álvarez Rixo señalaba al respecto que,

9

Conjuración en Caracas para la formación de una Junta Gubernativa, Caracas, 1949. 150

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cuando los caraqueños en 19 de abril del año 1810 constituyeron su Junta Gubernativa conservadora (decían) de los derechos del señor Rey Don Fernando VII, los muchos isleños canarios que había domiciliados fueron en un principio considerados por los criollos como otros tales, puesto que nacieron en las Islas Canarias, provincia separada de la Península. Y los mismos isleños, hombres sencillos y faltos de instrucción, los más de los cuales sólo habían ido a Caracas para agenciar algo con que poder regresar a su patria, no recelaron superchería en los primeros procedimientos del nuevo gobierno. Pero, luego que reunido el Congreso de las Provincias o ciudades de Venezuela en 2 de marzo de 1811, vieron que los criollos patriotas, además de sus proclamas y declaraciones equívocas llamaron para ser directores de sus manejos y reformas a algunos tránsfugas o reos de infidencia, quienes se hallaban guarnecidos en las islas Antillas extranjeras, conocieron claramente era tramoya estudiada para separarse del todo de España, erigiéndose Venezuela en país independiente, proyecto que los leales canarios reprobaban10.

A pesar de su simplismo, esta interpretación tiene algo de fundamento. Los canarios para los americanos eran criollos, pertenecían a «una provincia separada de la Península por los mares». Sus intereses, en principio, no tenían nada que ver con la lealtad a la Corona, ni con los mono10

Álvarez Rixo, J. A.: Anécdotas referentes a la sublevación de las Américas en cuyos sucesos sufrieron y figuraron muchos canarios, Manuscrito, A.H.A.R. 151

Manuel de Paz y Consuelo Naranjo [coords.]

polistas del Estado español en materia comercial. Es más, en su propia tierra, sus clases dominantes defendían la libertad de comercio. Inciden sobre la caracterización socio-profesional de la mayoría de los isleños. Pero también apuntan un rasgo fundamental para comprender sus peculiaridades étnicas en la sociedad venezolana: su caracterización como criollos, su rápida identificación con la tierra, su definición separada y disgregada frente al conjunto de los españoles. Poundex y Mayer afirman al respecto que «se da generalmente el nombre de criollos a todos los que nacen en el país, aunque los criollos de las Islas Canarias, llamados isleños, forma también una parte de la población»11. Canario es desde los orígenes de la Venezuela colonial sinónimo de isleño, un conglomerado étnico diferenciado de español y de europeo, un norte no muy definido, pero que se corresponde con una sociedad colonizada ultramarina, desde la perspectiva de la época. Para los venezolanos, son criollos, descendientes de europeos, pertenecientes a una colonia española. Por eso su insistencia en diferenciarlos del conjunto de la población española, que lleva a dividirlos en tres grupos: europeos, isleños y americanos, división ésta que la Guerra de Independencia con sus proclamas dejará claro en los bandos en lucha. Un texto del Observador caraqueño de 1825 afirma que se denominan colonias a «ciertos países en que habitan 11

152

Poundex, H. y Mayer, F., op. cit., p. 105.

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gentes enviadas de la metrópoli por el príncipe o república para que vivan en ellos según las leyes de su establecimiento». Nada que ver con una etnia oprimida que se libera de una potencia sojuzgadora. Este es el concepto de colonia que se tenía en la época. En ese sistema los gobiernos están siempre respecto a las colonias en un estado de desconfianza, de celos y de indiferencia; la gran distancia hace que no se puedan conocer sus necesidades, ni sus intereses, ni sus costumbres, ni su carácter. Sus más profundas y legítimas quejas, debilitadas en razón de la distancia y despojadas de cuanto puede mover la sensibilidad, están expuestas a interpretaciones viciosas [...] Las colonias son respecto a las metrópolis lo que los hijos a los padres, y por consiguiente los derechos de estos sobre aquellas son los mismos que la naturaleza ha dado a un padre sobre los hijos [...] Mientras que la madre patria tiene sobre sus colonias la ventaja de la fuerza física y moral de un padre sobre sus hijos menores, es claro que ellas no pretenderán sacudir el yugo, ni proclamar su independencia, antes bien los lazos que las unen con aquélla serán tanto más fuertes, cuanto que consistirán en las necesidades de las colonias y en los sacrificios de la madre patria.

El voto de la naturaleza es que todo ser que se cría se hará un día libre y las colonias se hallaban en 1808 en «el esta-

153

Manuel de Paz y Consuelo Naranjo [coords.]

do de virilidad»12. Desde ese concepto, las Canarias reunían tales requisitos. Se trataba de un territorio ultramarino, ocupado y conquistado por una potencia europea e incorporado a su soberanía. La literatura de la época la califica como tal. El teórico del anticolonialismo, el célebre Abad de Pradt, la llama la primera colonia española que se nos presenta a nosotros13. El propio Humboldt la denomina como tal cuando refiere que «con la excepción de La Habana, las islas Canarias se asemejan poco a las demás colonias españolas» en su gusto por las letras y la música; o cuando reconoce en Tenerife «que hospitalidad reina en todas las colonias»14. Su propio comandante general, el Marqués de Casa-Cagigal en un manifiesto de 1805 no se corta cuando dice que «esta colonia, las islas Canarias, cuyo valor admiraron desde el intrépido Berckley hasta el emprendedor Nelson, merece tomar parte en el honrado empeño de vengar a su nación ultrajada»15. Como tal colonia fue considerada por el Congreso de Panamá de 1826. En tal calidad se planteó su unión a la 12

«Colonias», en El Observador caraqueño, Caracas, marzo de 1825, n.º 61 y 62. Reproducción facsimilar con estudio preliminar de Pedro Grases, Caracas, 1982. 13

Pradt, D. G.: Des colonies et de la revolution actualle de l´Amerique, tomo I, París, 1817, p. 122. 14 Humboldt, A.: Viaje a las islas Canarias, Ed., estudio crítico y notas de Manuel Hernández González, Tenerife, 1995, pp. 128 y 201. 15

154

Reprod. en Álvarez Rixo, J. A., op. cit., p. 304.

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Gran Colombia desde bien temprano, como se puede apreciar con la misma Junta Suprema de Canarias que en 1808 derribó al comandante general Cagigal y que planteó la unión de las Islas con la América española bajo protectorado británico16, o más tarde el manifiesto insurreccional de Agustín Peraza de 1817 o en los contactos con liberales canarios de la década de los 2017. El propio general Pedro Briceño comunicaba por carta el 12 de abril de 1826 a Simón Bolívar que «es indudable que en el momento en que podamos destruir los restos de la escuadra española que cubre a Cuba, damos la libertad a aquella isla, a Puerto Rico y a las Canarias, que desean también ser americanas»18. Aunque el estatuto de Canarias siempre fue claro, siendo integradas en el Consejo de Castilla y no en el de Indias, su calificación como un territorio ultramarino siguió siendo general. Era frecuente hasta en los protocolos notariales su calificación como Reino de Indias y los canarios denominaban habitualmente a la Península Ibérica como España. Esa consideración a nadie llamó la 16 Hernández González, Manuel: La Junta Suprema. Canarias y la emancipación americana, Tenerife, 2004. 17

Paz Sánchez, Manuel de: Amados compatriotas. Acerca del impacto de la emancipación americana en Canarias, prólogo de Manuel Hernández González, Tenerife, 1994. Hernández González, Manuel, op. cit. 18

O’Leary, D. F.: Memorias del General O´Leary, tomo VIII, Caracas, 1880, p. 188. 155

Manuel de Paz y Consuelo Naranjo [coords.]

atención hasta la insurrección de las Américas que aparece ya con el tratamiento de subversiva. Así el intendente Paadin denuncia al brigadier Antonio Eduardo en 1817 por afirmar que se remitían considerables cantidades a España «como si estas islas no fuesen parte de España»19. Otro tanto le ocurrió con el vino. El 17 de julio de 1813 el síndico Domingo Calzadilla y Sousa denuncia la arribada a Santa Cruz de un barco cargado de vinos «de España» para efectuar su descarga en la isla. El intendente Ángel Soverón se escandaliza de que llamen a los vinos y aguardientes de la Península extranjeros: «Yo prescindo de esta denominación a pesar de que no deja de repugnarme hablando unos españoles que tantas y tan constantes pruebas han dado y están dando de serlo y de que en nada ceden a sus compatriotas y hermanos de la Península». Lo natural antes es perjudicial ahora. Voces como considerar extranjero a lo peninsular o España suenan ya a separatismo20. La consideración de los canarios como criollos, un ente diferente al de los peninsulares y los americanos, ya fue objeto de controversias en el siglo XVIII en la cuestión de la alternativa entre españoles y criollos en los provincialatos de las órdenes religiosas y en las alcaldías de los cabil19 20

A.G.I., Indiferente General, leg. 3.114.

Véase al respecto Hernández González, Manuel: Comercio y emigración canario-americana en el siglo XVIII, Tenerife, 2004. 156

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dos. Tales disparidades llevaron a considerarlos como americanos por parte de los regulares peninsulares. Idéntica pugna condujo al regidor vasco del ayuntamiento de Caracas Manuel Clemente y Francia en 1775 a afirmar que no era cierta «la unidad de nación que se supone entre los isleños de Canarias y españoles legítimos o castizos»21. En la literatura del tránsito de los siglos XVIII al XIX los canarios fueron caracterizados como algo diferenciado de los españoles. El galo Depons, cuando se refiere a éstos, los excluye en sus juicios. Habla sobre ellos como los criollos de Canarias22. Como tales aparecen en las partidas de bautismos. El asesino del canario José Sosa, el zambo José de Jesús Revilla, declara en su confesión en 1775 que era «un hombre de nación isleña»23. Un pariente del capitán general, Juan Manuel Cajigal no tiene problemas en calificarlos de «tales africanos»24. El sobrino de Antonio Eduardo, el acaudalado comerciante canario en Caracas Pedro Eduardo, presidente del Tribunal del Consulado en Angostura, regidor del primer ayuntamien21

Sobre el clero regular véase, Hernández González, Manuel: «La emigración del clero regular canario a América», en El Reino de Granada y el Nuevo Mundo. V Congreso Internacional de Historia de América, tomo II, Granada, 1994. Sobre la controversia municipal véase del mismo autor Los canarios en la Venezuela colonial (1670-1810), Tenerife, 1999, p. 198. 22

Depons, F.: Viaje a la parte oriental de Tierra Firme, Caracas, 1930.

23

A.G.I., Santo Domingo, leg. 995.

24

Cajigal, J. M.: Memorias, Caracas, 1960. p. 98. 157

Manuel de Paz y Consuelo Naranjo [coords.]

to de la Caracas independiente, afirmó en una carta a su amigo Felipe Massieu, que «no me creí, ni me creo español, como isleño me considero colono como los americanos, y en cuanto a mis mayores me considero inglés, si hubiera sido español no estaría aquí»25. El regente Heredia describió con manifiesta dureza su caracterización cuando hablaba de «José Antonio Díaz, canario zafio y cerril, que apenas sabía firmar, y que por su tosca figura y tarda explicación se distinguía entre sus paisanos, que son comúnmente reputados en Venezuela el sinónimo de la ignorancia, barbarie y rusticidad»26. Su arquetipo está siendo definido en abierta oposición con otros grupos étnicos venezolanos que proclaman su pureza de sangre, cuya caracterización social es bien diferente. El canario común es un blanco de orilla, pertenece al último estamento de la sociedad y se le supone siempre rayando en la frontera de los ilegítimo o lo impuro en una sociedad, como la venezolana, en la que la cuestión racial es un hecho incontestable de su estructura social. Entre ellos hubo mulatos e incluso esclavos, lo que se contraponía con la automática blancura e hidalguía de cántabros y vascos27. Como sostiene Santos Rodulfo Cortés, «aunque 25

Hernández González, Manuel: La emigración canaria a América.... p.

340. 26

Heredia, J. F.: Memorias, Caracas, 1986, p. 61.

27

Véase al respecto Hernández González, Manuel, op. cit., 2004.

158

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no figurara de manera taxativa en los textos legales su exclusión de cargos y prerrogativas cortesanas, no es desconocido que los habitantes de las Islas Canarias sufrieron el mismo aislamiento, no obstante tener la misma filiación nacional que sus congéneres de la metrópoli»28. El isleño común convive entre «el populacho» y como tal transmite rechazo en otros sectores sociales. Ese papel de total integración a la realidad venezolana, palpable con claridad en todo el siglo XIX, y por tanto de asunción de su identificación con el medio en el que vive, le lleva a considerarse como un protagonista de todos los odios y roles sociales como ningún otro pueblo lo ha protagonizado en la historia de Venezuela. De ahí su destacado papel en la rebelión de Juan Francisco de León contra la Compañía Guipuzcoana, en las Guerras de Independencia, en la Guerra Federal o en otros acontecimientos cruciales de la vida socio-política de Venezuela. Lo sorprendente del arquetipo es que se establece en una franja social de los mismos. Parte del isleño que es blanco de orilla, que vive de los pequeños cultivos, de la maloja, como arriero, baratillero o pulpero. Pero parecen quedar fuera de él el sector social isleño que se convierte en hacendado o comerciante, que constituye una parte nada desdeñable de las elites dominantes en Venezuela. 28

Rodulfo Cortés, S.: El régimen de «gracias al sacar» en Venezuela durante el período hispánico, tomo I, p. 83. 159

Manuel de Paz y Consuelo Naranjo [coords.]

Contra los isleños de origen social bajo se daba por tanto un doble rechazo, étnico y social. Vivían de actividades que eran consideradas despreciables por personas de «limpio origen». Picón Salas señalaría que «la tosquedad de modales, su ignorancia y falta de cortesía era lo que los patricios criollos satirizaban, por sobre otra cosa, de los inmigrantes canarios»29. Urquinaona, el comisionado de la Regencia española que fue a Venezuela con la misión de pacificar el país, nos ha dejado un retrato de su papel social que se podría convertir en su estereotipo, en el que se palpa que fue la miseria, la codicia y el interés mezquino la causa de su expansión en Venezuela. La emigración de canarios «bastos y groseros», fue un hecho común en Venezuela desde el siglo XVI: A su ejemplo e impulsos de la miseria y codicia, fueron multiplicándose los cargamentos, sin advertir mejoras en la especie, que regada por pueblos y campiñas, llegó a formar una parte considerable de aquel vecindario, donde, empezando por servir a los dueños de las tierras destinadas a la siembra de forraje, pasaban a la clase de arrendatarios, pulperos, bodegueros y mercaderes. Como sus progresos pendían de la predilección de los propietarios y consumidores, que por lo general eran hijos del país, el interés mezquino se disputaba la prefe-

29

160

Picón Salas, M.: Miranda, Buenos Aires, 1946, p. 16.

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rencia de servir a unos con bajeza y adular a otros con humillación30.

Ese carácter diferenciado desde los puntos de vista étnico y social explica la endogamia de etnia y de grupo a que se refería Bervegal, explica esa política de ayuda mutua, asistencia y protección en unos isleños que se consideran unidos por una misma comunidad de intereses y un mismo origen. Ello contribuye a esclarecer ese expresivo cariz de enemistad de clase y de etnia siempre presente en la generalidad de los isleños, que se plasmó con toda su crudeza en el proceso contra el padre del Precursor de la Independencia, Sebastián de Miranda, que forjaba en definitiva la oposición de la oligarquía mantuana al ascenso de los isleños de procedencia social baja. Igual aconteció en su abierta oposición frente al tacorontero José de la Guardia, que llegó a ser auditor de guerra interino, intendente interino y teniente de gobernador de la provincia de Venezuela. Tan rápida ascensión disgustó al Cabildo de Caracas. Según él, era abogado de literatura muy ordinaria y hombre de crianza y esfera aún más ordinaria, isleño de una de las Canarias por naturaleza e hijo de uno que fue en esta ciudad pulpero. Circunstancias que, puestas en un genio conocidamente altivo, le hacen como éste mucho tiempo 30

Urquinaona y Pardo, P.: Memorias, 1917, p. 198. 161

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advertido, hombre de inclinaciones opuestas al decente esplendor de la Gente Noble y le ha hecho muy odioso o mal recibido en esta ciudad.

Por la dignidad de sus cargos tratará de ocupar puesto más distinguido en los actos públicos que el Cabildo y juzgan «quizá poder atentar contra la Nobleza cuanto quisiera y lograr desairarla y hacerla ver que él con sólo ser isleño y favorecido del Gobernador, tiene más para la estimación de su calidad aunque tan baja, que la primera Nobleza y las honras con que distingue a ésta la Real Autoridad»31.

La primera república Lo que realmente iba a oponer a los canarios de clase baja era su contraposición de intereses con la oligarquía caraqueña. Debemos de tener en cuenta que el proyecto político de la oligarquía mantuana consistía en la formación de un gobierno federal, unas elecciones restringidas a los propietarios y la convocatoria de un congreso en Caracas al que acudieron las siete provincias unidas que aceptaron la creación de la Junta Suprema: Caracas, Cumaná, Barinas, Margarita, Barcelona, Mérida y Trujillo. Este 31

Suárez, S. G.: Las fuerzas armadas venezolanas en la colonia, Caracas, 1979, pp. 144-145. 162

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Congreso procedió a la declaración de la independencia el 5 de julio de 1811. La unanimidad de partida no existía, pues las oligarquías de locales de Guayana, Coro y Maracaibo no aceptaron la junta y se mantuvieron fieles a la Regencia. Tal era la hostilidad que se evidencia en ellas frente el poder omnímodo de los mantuanos. Pero no era sólo un rechazo de parte del territorio de la Capitanía General de Caracas. La política de la Primera República respondía a los intereses de los sectores oligárquicos: consolidación de la gran propiedad agropecuaria, supresión de la trata y continuidad de la esclavitud, libertad de comercio, sufragio censitario, estímulo de la colonización. Las ordenanzas de los Llanos de 1811 mostraron abiertamente su interés en hacerse con los pastos ganaderos y restringir el libre acceso a los mismos por parte de los llaneros. La desafección de los isleños de orilla, además de por componentes emocionales y religiosos, vendría fundamentalmente por latente disgusto por su prepotencia. En el campo y la ciudad existía la misma enemistad que antaño, el mismo odio larvado por el acaparamiento de tierras y la imposibilidad de acceder a los cargos públicos. En un principio, por tanto, los canarios se integraron dentro del proceso revolucionario. Baralt señala que habían tomado parte activa en la revolución. Los más ricos de entre ellos ofrecieron donativos al gobierno, lo 163

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sirvieron con esmero y espontaneidad, solicitaron y obtuvieron el título de acendrados patriotas y ocuparon empleos distinguidos en el congreso, en los ministerios en los tribunales y en las juntas32.

Se puede apreciar ese apoyo en la representación efectuada por 115 isleños avecindados en La Guaira. En ella se ofrecen a sacrificar «nuestros intereses y nuestras vidas en la justísima defensa de nuestra Santa Religión Católica y los derechos de nuestro muy amado Soberano Rey el Sr. Fernando VII y de la muy noble Patria de Venezuela». El propósito que les anima es considerar justificada la instauración de la Junta como «el más legítimo, equitativo y benéfico gobierno», que «nos defiende y ampara en segura paz y tranquilidad, libres de la opresión y violencia». Encabeza esta representación José Luis Cabrera y aparece un amplio elenco de miembros de todas las categorías mercantiles, excepto los que se pueden considerar como comerciantes propiamente dichos. Las excepciones serían Salvador Eduardo, Esteban Molowny y Juan Andrés Salazar. Los demás eran mercaderes, dependientes, capitanes de buque, marineros, artesanos, pulperos, arrieros, etc.33 Pocos días después, el 27 de octubre, se imprime una representación de canarios residentes en Caracas. Viene 32 Baralt, R. M. y Díaz, R.: Resumen de la Historia de Venezuela, tomo I, Curaçao, 1883, p. 122. 33

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Gaceta de Caracas, 2 de noviembre de 1810.

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avalada por 134 firmas, aunque lamentablemente sólo aparecen los nombres de los cuatro primeros. Evidentemente sus promotores eran cuatro cualificados miembros de la oligarquía de procedencia isleña: Fernando Key, Casiano de Medranda, Telesforo de Orea y Salvador Eduardo. Dicen hablar en su propio nombre y en «el de los demás naturales de Islas Canarias que residen felizmente en la actual época en esta provincia». Sostienen que las providencias del Gobierno son sabias, que su establecimiento emana del Derecho Natural, producto del «prudente juicio, oportunidad y madurez con que en las circunstancias más apuradas y peligrosas ha sabido establecer la tranquilidad general del Pueblo». Invocan que les anima el patriotismo y juran que ellos pertenecen absolutamente a la Patria que los sostiene y a la Suprema Junta que digna y legítimamente representa los Derechos del más desgraciado de los Soberanos [...]. Estos son los sentimientos generales de todos los naturales de Islas Canarias, que en la regeneración política de Venezuela tuvieron la fortuna de encontrarse en esta Capital.

Se consideran acendrados patriotas y están dispuestos a servir a la Junta «bien para disponer sus personas cuando la exija la seguridad del País y de las provincias confede-

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radas; o bien de sus propiedades conforme convenga a las intenciones del Gobierno»34. Pero, pocos días después de la proclamación de la República, acontece la llamada Insurrección de los isleños en la Sabana de los Teques en las inmediaciones de Caracas. Era la confirmación de que las deserciones comenzaban a crecer entre los isleños de las clases bajas, que la decepción y el desánimo cundía. Un realista furibundo como José Domingo Díaz refiere que los promotores, el mercader canario Juan Díaz Flores, hermano del ya citado Antonio, y tío de Ramón Díaz, el coautor del Resumen de la Historia de Venezuela junto con Baralt, que se mantuvieron fieles a la causa republicana, y un caraqueño José María Sánchez. En su opinión «la impaciencia o la ignorancia hicieron dar el grito mucho tiempo antes del que estaba designado, y de un modo el más necio torpe y brutal. A las tres de la tarde del 11 de julio sesenta individuos naturales de las Islas Canarias se reunieron en los Teques montados en sus mulas, armados de trabucos, cubiertos sus pechos con hojas de lata y gritando: ¡Viva el Rey y mueran los traidores!». Tremolaban una bandera en que estaban pintados la Virgen del Rosario y Fernando VII. La rebelión fue pronto sofocada por haber sido delatada por uno de sus organizadores. Sus cabecillas detenidos y conducidos a las cárceles. Juzgados en tres días, fueron 34

166

Gaceta de Caracas, 9 de noviembre de 1810.

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fusilados 16 de ellos y colgados en la horca35. Francisco Javier Yanes reconoce que sus «cadáveres fueron destrozados, a usanza española, y puestos sus despojos en varios puntos de la ciudad»36. Uno de los promotores, pariente de Díaz Flores, Francisco de Azpurúa, contradijo a Díaz. Sostuvo que los isleños no fueron los directores sino sólo los ejecutores, que detrás estaba el clero y un sector de la élite local. Entendía que la represión se cebó sobre los cabecillas, y particularmente sobre Díaz Flores, al que descuartizaron «para aterrar con las reliquias de su cuerpo a todos los compatriotas de Canarias, de que se componía una gran parte del vecindario de Caracas»37. Álvarez Rixo, por su parte, mantuvo que no tenían jefes inteligentes que pudiesen corresponder a su leal intención, la cual descubierta y acometidos los isleños por los numerosos revolucionarios fanáticos, estimulados más bien por el aliciente de saquear los caudales que habían agenciado los canarios con su industria y 35

Díaz, J. D.: Recuerdos de la rebelión de Caracas, Caracas, 1961, p. 92.

36

Yanes, F. J.: Relación documentada de los principales sucesos ocurridos en Venezuela desde que se declaró Estado independiente hasta el año de 1821, tomo I, Caracas, 1943, p. 4. 37 Azpurúa, R.: «Breves observaciones a los recuerdos que sobre la rebelión de Caracas acaba de publicar en esta corte el señor José Domingo Díaz», en Materiales para el estudio de la ideología realista de la Independencia, tomo II, AIAH n.º 4-5-6, Caracas, 1967-1969, pp. 1.107-1.108.

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economía, que inteligenciados de lo que significaban las conveniencias civiles que sus corifeos proclamaban ganaron el punto y cometieron horribles iniquidades con los isleños que pillaron, cuyo relato horroriza. Su sangre no quedó del todo sin vengar38.

El punto de vista contrario de Rafael Baralt y Ramón Díaz mantuvo que fue una conspiración torpe por lo precipitada. Pero señalan algunas precisiones de interés. Refrendó que estaban bien hallados en el país con familia la mayoría. Fueron al principio muy adictos, pero más tarde se desengañaron «en los medios que se emplearon para reparar el mal de los primeros derroches, y temiendo por sus bienes, amenazados de onerosas derramas, empezaron a desear el restablecimiento del gobierno antiguo». Pero fracasaron porque «eran generalmente ignorantes y debían quedar rezagados en la marcha nuevamente emprendida, supersticiosos». La ironía no deja de tener una peyorativa carga social: «Estaban caballeros en mulas, armados de trabucos y sables»39. Baralt y Díaz estaban exponiendo los reales condicionantes de la actitud de «estos rudos isleños»: tenían miedo a las onerosas contribuciones del gobierno. Por su ignorancia, se les incitaba a la rebelión y a la proclamación del 38

Álvarez Rixo, J. A., op. cit.

39

Baralt, R. M., Díaz, R., op. cit., tomo 2, p. 86.

168

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antiguo orden. Pero ese es un juicio que nos debe llevar al quid de la cuestión: la desconfianza de las clases bajas crecía hacia la política gubernamental, potenciada o no por los clérigos o por los españoles. Esos isleños se rebelaron de forma ingenua. Se les trató de reprimir simbólicamente con la barbarie del descuartizamiento. La proclama del Gobierno es contundente: Hombres vendidos a déspotas tanto más despreciables cuanto son la hez y la execración de las naciones, han hecho en esta tarde un esfuerzo que para siempre va a librarnos de su odiosa presencia y del espectáculo abominable de su estupidez y envilecimiento40.

Pero eso no hizo sino propalar la llama del odio que se extendería como la pólvora. Álvarez Rixo lo sentenció con estas trágicas palabras: «su sangre no quedó del todo sin vengar». Los odios larvados estallan en la Primera República. Rencores diversos, de todos los disconformes con el nuevo orden, inconexos, sin ideas claras, que son no sólo de isleños de orilla, sino también de pardos, de mulatos, de esclavos... Pocos días después, el 12 de julio, una representación de 60 isleños vecinos de Caracas trata de desmarcarse de la acusación general que se les hacía de desafectos a la 40

Blanco Azpurúa: Documentos para la historia de la vida pública del libertador, tomo III, Caracas, 1878, p. 161. 169

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independencia. Expresan que se sienten consternados por la rebelión. Piensan que estos paisanos que delinquieron contra el gobierno lo hicieron «seducidos y engañados por los descontentos, que les habrán hecho creer que se trataba de despojarles de sus intereses». Habían sido engañados por los reales impulsores del movimiento que les anunciaban que sus bienes habían sido confiscados. Señalan que aún así, «no siendo esto motivo justo para que por una regla general se comprenda a todo el paisanaje, tampoco debe serlo para que bajo ese concepto nos veamos a cada instante insultados del pueblo, como ya lo han hecho con algunos y tememos justamente que lo ejecute con los demás». Entendían que no han maquinado jamás contra el Gobierno, pero algunos de ellos han dejado sus casas e intereses por temor a las vejaciones e injurias. Piden al ejecutivo que se les garantice protección, pues están a favor de la República y son buenos ciudadanos. Prácticamente la totalidad de los firmantes son mercaderes y pequeños propietarios. Excepto Esteban Molowny, que es comerciante, todos los demás han adquirido una cierta estabilidad económica partiendo de un origen humilde o de modestos niveles económicos en las islas. Entre ellos, Gonzalo Lima Quintero, el herreño que se estableció en Chacao, padre del doctor Ángel Quintero, diputado por Caracas en las constituyentes de 1830 y del médico Tomás Quintero, ni tan siquiera sabe firmar. Es bien significativo que esta representación fuera sólo firmada por este 170

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sector social, sin que apareciera una sola firma de los de más alta esfera. El objetivo es claro, desligarse de «la masa ignorante»41. El Gobierno decreta un día después que tiene reiteradas pruebas de su «afectuosa sinceridad», que debe castigar a los delincuentes, sea cual sea el país en el que han nacido. Les expresa que ha tomado providencias para que «vivan seguros de la situación que merece su conducta» y que si así lo hacen pueden tranquilizarse y continuar sus honestas ocupaciones bajo la especial protección del Gobierno, que castigará con la mayor severidad a quienes los insulten o ultrajen42. Es significativo que, mientras que los canarios de origen inferior apoyarían a partir de entonces la contrarrevolución, los integrados en la oligarquía mantuana optarían por la independencia. Las excepciones fueron siempre posteriores a ella, en las que no están ajenos los afanes de ascenso y el resentimiento, como acaeció en dos independentistas contumaces como Vicente y Antonio Gómez. Vinculaciones familiares llevaron a Fernando Monteverde a apoyar a su primo Domingo en la contrarrevolución. Disputas mercantiles fueron los móviles de Gonzalo Orea. Pero luego, como hemos visto en Monteverde, se integrarían con facilidad en el universo de la oligarquía 41

Gaceta de Caracas, 16 de julio de 1811.

42

Ibídem. 171

Manuel de Paz y Consuelo Naranjo [coords.]

republicana. Les unía el espíritu de casta y se identificaban con los mismos intereses. En la Venezuela de la emancipación se daba al respecto un hecho singular, la elevada presencia de los isleños y de sus hijos entre la elite mantuana que protagonizó ese proceso. Es el caso de los Rivas, Paz Castillo, Soublette, Peña, Vargas, Miranda, Miranda, Anzola, Sanz, Lindo, y un largo etcétera, que explica que hasta el célebre dirigente mulato Manuel Piar estuviese mezclado con los lazos de la sangre con el mismo Carlos Soublette. Los que iban a protagonizar la Guerra a Muerte, como el propio José Félix Rivas, paradójicamente, eran hijos de isleños. Uno de ellos, Pedro Eduardo, especificaba con clarividencia por qué apoyó la independencia en una carta a un compatriota, residente en La Palma: Yo era feliz en 1810, tenía mucho que perder y nada que ganar, pero reventó la revolución como un efecto del desmoronamiento del Imperio Español bajo la corrupción y la invasión de Bonaparte y por instigación de los ingleses a quienes todo por acá se sujetaba desde aquel tiempo y en el caso de elegir era pensador y no máquina como casi todos nuestros desgraciados compatriotas que se hallaban aquí y elegí sin titubear el partido que dicta-

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ban la razón y la política; mejor y más seguro era ir sin volver la cabeza atrás43.

Cuando estalló la rebelión de los isleños, en 1811, el ayuntamiento de Caracas y el tribunal de policía caraqueño estaba copado por canarios partidarios de la independencia: Pedro Pablo Díaz, Casiano Medranda, Pedro Eduardo, José Melo Navarrete, Onofre Vasallo y Matías Sopranis como regidores, Domingo Ascanio como corregidor44. Alguno fue acusado por conspiración como Fernando Key Muñoz, pero en el proceso se demostró su inocencia45. Medranda, que murió en el campo de batalla como capitán del ejército venezolano, fue miembro de la Sociedad Patriótica y escribió una memoria panegírica de la independencia y de la labor de esa sociedad republicana en su órgano de expresión, el Patriota de Venezuela46. Había representado a la República en las Bermudas para que el almirantazgo inglés apoyara las reivindicaciones caraqueñas. Será precisamente un isleño, el mercader santacrucero Rodulfo Vasallo, el que, como diputado director de obras 43 Biblioteca Municipal de La Orotava (B.M.L.O.), Carta a Felipe Massieu, Caracas, 18 de enero de 1839. 44

Véase Actas del Cabildo de Caracas, Caracas, tomos 1º y 2º, 1971.

45

Gaceta de Caracas, 26 de febrero de 1811.

46

Reproducido en Testimonios de la época emancipadora, Caracas, 1956, pp. 362-363. 173

Manuel de Paz y Consuelo Naranjo [coords.]

públicas de Caracas, por representación del Poder Ejecutivo, acabará con uno de los símbolos más afrentosos contra los canarios que promovieron la rebelión contra la Guipuzcoana, la lápida que se erigió en la demolida casa del herreño Juan Francisco de León en el barrio «isleño» de la Candelaria. En su exhorto explica que solicitó al Gobierno y obtuvo su consentimiento para demoler con toda solemnidad el poste de ignominia que a mediados del siglo próximo pasado hizo levantar el sistema de opresión y tiranía en un solar que está frente al templo de Nuestra Señora de Candelaria, y en donde tenía su casa habitación el magnánimo Juan Francisco de León para manchar inicuamente la memoria de éste como caudillo de los valerosos varones que en aquel entonces pretendieron sacudir el duro yugo mercantil con que la avaricia y despotismo de los Reyes de España estancaron el comercio de estas Provincias por medio de la Compañía Guipuzcoana, cuyos privilegios exclusivos hicieron gemir a los venezolanos por más de cuarenta años47.

En el Congreso posterior a la independencia Vicente Gómez representaba a San Carlos y José Luis Cabrera en el Constituyente a Guanarito. El médico grancanario fue uno de los más fieles exponentes de la ideología liberal en 47

174

Gaceta de Caracas, 20 de septiembre de 1811.

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el parlamento. Fue precisamente él quien inicia el debate que concluyó días después con la declaración de Independencia. Señala que en cuanto a Fernando VII no debe imputarnos a nosotros esta resolución, la Regencia que lo representa es quien nos ha conducido a ella, bloqueándonos, atacándonos, amotinándonos y haciéndonos cuanta guerra está a su alcance. Cuando ella respetaba nuestro talismán, justo era que respetásemos el suyo; pero declarados insurgentes, tenemos que ser independientes para borrar esa nota. Ahora tendremos existencia propia, aunque no de grande estatura, y cesarán las maquinaciones y otros males fomentados por la ambigüedad, aprovechemos, pues, la ocasión que se nos presenta, antes que no podamos volver a conseguirla, y nos expongamos a la execración de nuestra posteridad; se acabó el tiempo de los cálculo y entró el de la actividad y energía; seamos, pues, independientes, pues queremos y debemos serlo.

Defendió en el parlamento la profundización en la revolución liberal, tratando de eliminar los privilegios nobiliarios. Reprochó el uso del título de Castilla «al señor Ascanio (proponiendo) que se aboliesen en los oficios estos títulos en Venezuela, independiente de Castilla, y todos los que no fuesen propios de un gobierno democrático»48. 48

Libro de actas del Supremo Congreso de Venezuela, tomo I, Caracas, 1959, p. 185, Tomo II, p. 161. 175

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La contrarrevolución A la par que se acrecientan las protestas contra el Gobierno republicano, acontece la insurrección de Valencia, en la que, junto a los pardos, intervienen isleños, acontece una riada de donativos de canarios a la República. El comerciante Juan Andrés Salazar, al que luego se le expropiará su almacén en La Guaira por la II República, da 300 pesos y 200 pares de zapatos, el mercader José Toribio Espinosa 400 pesos y «reproduce la oferta que ha hecho antes de todos sus bienes», petición que reitera más tarde al consignar 400 pesos en plata para el mantenimiento de la tropa de reserva. En la Victoria de 30 donativos que se realizan «la mitad poco más o menos de estos individuos son naturales de las Islas Canarias». El corregidor, el granadillero Juan de la Cruz Mena, especifica que «todos han contribuido graciosamente con donativos voluntarios para el servicio del Estado en esta y otra ocasión, sin haber manifestado el menor disgusto con nuestro actual Gobierno»49. En la Gaceta del 9 de agosto una representación del comercio de Venezuela para el desarrollo de compañías de agricultura es firmada por Pedro Eduardo, José Gabriel García, Salvador González, Antonio Díaz Flores y Fernando Key. En la del día 17, de 10 donativos del pueblo de Cagua, 11 son de isleños, sufragados bien en casabe o en 49

176

Gaceta de Caracas, 26 de julio de 1811.

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moneda. No se sabe si tales cesiones eran realmente voluntarias o son producto del miedo. En la Gaceta del 20 de septiembre tres nuevos isleños se suman: un vecino de Tucuta, José Sánchez, labrador, con más de 30 años de residencia en Caracas dona al Estado 100 pesos en metálico; el mercader y orfebre Marcial Bermúdez, 14; Blas Betancourt, teniente de la cuarta compañía de urbanos de Cocorote ratifica la oferta de una casa en aquel pueblo y diez pesos mensuales por el tiempo de dos años para el ejército. El 1 de noviembre cinco isleños de Guatire dan también cortos donativos. Posiblemente otros muchos más, pero en los de muchos pueblos no se expresa su procedencia. En la Gaceta de 15 de octubre de 1811, en nombre del pueblo de San Carlos, de arraigada presencia isleña, José Leal González, canario y teniente justicia mayor de la localidad, el vasco Domingo de Olavarría y el también isleño Vicente Gómez, administrador de la Renta de Tabaco y poco tiempo después su diputado en el Congreso firman un manifiesto en que expresan la conducta patriótica de San Carlos, dando además cada uno, junto con otros ciudadanos de esa villa, 100 pesos. Lo esperpéntico de este hecho es que pocos meses después será esta villa uno de los bastiones de Monteverde en su rápida carrera hacia la Conquista de Caracas y los firmantes se integrarán en sus filas. Julio Llamozas recoge cómo en Calabozo la declaración de independencia fue recibida por sus vecinos

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con los europeos y canarios (téngase en cuenta esa distinción) residentes aquí con bailes, músicas, iluminaciones generales, jeroglíficos alusivos a la ostentación del acto y otros aparatos públicos, distinguiéndose en los costos y en el entusiasmo de la jura José Marcelino Velásquez, de doce años, hijo de Antonio Velásquez, natural de Canarias50,

alcalde de la localidad y hacendado originario de Fuerteventura, que finalizaría sus días en su tierra natal. La insurrección de Valencia fue un síntoma de lo que estaba acaeciendo en Venezuela. La Primera República, exclusivista y oligárquica, dividida y fragmentada, con un ejecutivo fuerte encabezado por Miranda incapaz de timonear la creciente inflación, con una emisión continua de papel moneda, se estaba quedando sin base social. Valencia cayó con severas pérdidas en ambos bandos. Pero los adeptos de la contrarrevolución crecían a cada paso entre los descontentos por la creciente depresión económica y la política antipopular del Gobierno. Su propia debilidad en imponer su hegemonía en toda la antigua Capitanía General de Venezuela era una muestra de su escasa capacidad de atracción sobre las oligarquías 50 Llamozas, J.: «Acontecimientos de Calabozo. Primeras armas de Boves. Combates de Santa Catalina, Mosquiteros y San Marcos», en Pérez Tenreiro, T.: Para acercarnos a Don Francisco Tomás Morales, mariscal de campo, último capitán general en Tierra Firme y a José Tomás Boves, coronel, primera lanza del Rey, Caracas, 1994, p. 356.

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locales disidentes de Guayana, Maracaibo y Coro. Un españolista, Juan Bautista de Arrilaga, manifestaba con evidente razón, abordando la desmedida avaricia de tierras de la oligarquía caraqueña, que sólo le habían secundado en su empresa quienes de ellos dependían: así ha acreditado la experiencia que los señores de los terrenos en cuestión han sido los principales autores de la revolución de Caracas y que la mayor parte de sus inquilinos les han seguido en tan depravada empresa51.

A la oposición de las oligarquías regionales le siguió la de los sectores sociales disidentes de la política mantuana: pardos, negros e isleños de orilla. Pulperos y mayordomos de haciendas oligárquicas, que eran en su mayoría de origen, luego convertidos en dirigentes y partícipes de la rebelión, se opusieron a la República por su política recaudatoria y afrentosa con sus intereses. El cabildo caraqueño tuvo una política manifiestamente hostil a los pulperos. Les prohibió bajo multa de 25 pesos y ocho días de prisión el interceptar abastos para el consumo, les obligó a mantener siempre en la pulpería 10 fanegas de maíz y 10 pesos de casabe para ser incautados en cualquier momento por la Hacienda. Les incorporó al ámbito de un tribunal especial de policía y les obligó a entregar al ejército los 51

Reproducido en Materiales para el estudio..., p. 95. 179

Manuel de Paz y Consuelo Naranjo [coords.]

alimentos que necesitase para sus subsistencias. Suscripciones constantes, extorsiones y saqueos les depauperaron y les llevaron a apoyar la insurrección y a convertirse en sus más decididos partidarios. Precisamente la victoria de Monteverde les llevó a mejorar considerablemente en su situación, reabriéndoles las pulperías que el Gobierno había decretado su cierre, dándoles nuevas licencias y derogando los aranceles de precios republicanos52. Los isleños José Acosta y Francisco Antonio Vera denunciaron al oligarca José Félix Rivas por la explotación de que eran objeto en sus haciendas. El primero era su mayordomo de su ingenio de caña de Guarenas. Alega que trabajó nueve meses en ella sin sueldo, con «servicios de esclavo». Solicita que se le abonen tales salarios, «atendida la miseria que me hallo y la persecución que sufrí por el concepto de ser canario europeo». En similares términos se manifiesta Francisco Antonio Vera, que trabajaba con su mujer en una hacienda de café y limones del susodicho en Chacao, no devengándose lo salarios por cuanto «a todos nos tenía por esclavos»53. La llegada a Coro de un marino profesional canario, de origen oligárquico y curiosamente primo de los Rivas, Domingo Monteverde y Rivas, estrechamente vinculado a otros linajes caraqueños, con otro pariente, Fernando 52 Castellanos, R. R.: Historia de la pulpería en Venezuela, Caracas, 1988, pp. 77-81. 53

180

Reproducido en Materiales para el estudio..., pp. 139-141.

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Monteverde y Molina, que más tarde casaría su hija con el presidente Navarte, sirve de aglutinador de este heterogéneo movimiento de intereses bien diversos, pero unido por su firme rechazo a la Primera República. Monteverde desafió la autoridad española y se autoproclamó capitán general de Venezuela frente a la voluntad de la Regencia española. Se convertiría por tanto en el ejecutor de los puntos de vista de sectores socio-políticos que vivían y se identificaban con Venezuela, no en el ejecutor de las órdenes que venían de Cádiz. Creará un poder propio, enfrentado con las instituciones del Antiguo Régimen y con los representantes de las Cortes Gaditanas. Este movimiento, complejo y heterogéneo que ha sido venido en llamar, de forma despectiva por Carraciollo Parra Pérez, la conquista canaria se aglutinó en torno a un caudillo, Monteverde, que convirtió a Coro en la base de su programa contrarrevolucionario. Apoyado por el clero y por numerosos individuos de los sectores populares, condujo a una rápida ocupación del área controlada por la Primera República y obligó a Miranda a capitular54. Hasta el terremoto de Caracas de 26 de marzo de 1811 parecía estar de parte de la contrarrevolución, dando la razón a los clérigos realistas que invocaban el carácter sacrílego y demoniaco de la revolución. 54

Véase las reflexiones de Lynch, J.: «Inmigrantes canarios en Venezuela (1700-1800) entre la élite y las masas», en VII CHCA, Las Palmas, 1990, pp. 19-21. 181

Manuel de Paz y Consuelo Naranjo [coords.]

Los canarios pasaron a convertirse en la columna vertebral del nuevo orden. La restauración realista no podía entregar el poder a la antigua elite que en su gran mayoría había apoyado la causa republicana. Monteverde se apoyó en los canarios hostiles a la República y ellos se sirvieron de él. Eran en su mayoría de origen social bajo, salvo algunos oportunistas que se le incorporaron por aspirar a puestos altos, como Vicente Gómez, nombrado administrador general de la Renta de Tabaco, o críticos por circunstancias personales a la naciente República, como Gonzalo Orea o el citado Fernando Monteverde. El marino no estaba designado por la Regencia, pero actuó como tal y los isleños que dirigían sectores del país lo auparon como tal. El clérigo tinerfeño Pedro Gamboa y el criollo fray Pedro Gamboa en su apología de la actuación de Monteverde subrayaron que en la provincia de Barinas gobernaba el natural de Santiago del Teide Pedro González de Fuentes por órdenes suyas. Éste la había reconquistado y Cevallos se propuso quitarle el mando, enviando con él a Barinas desde Barquisimeto a don José Miralles, pero González, que no podía reconocer a Cevallos como general en jefe, sino a Monteverde, que tenía una emanación legítima, se resistió a la entrega del mando y Miralles regresó a Coro55. 55 Gamboa, P. y Hernández, P.: Manifestación sucinta de los principales sucesos que proporcionaron la pacificación de la Provincia de Venezuela debida a

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El comerciante garachiquense Francisco Fernández Vinony, que se hallaba al servicio de las armas republicanas, vendió a los contrarrevolucionarios Puerto Cabello por «hallarse quebrado de los fondos de su compañía, por una parte, y por la seducción y recompensa que esperaba este traidor por recompensa de su felonía, luego que los reos de Estado estuviesen en libertad y su paisano Monteverde se apoderase de la plaza»56. Mas era un sector social lo suficientemente minoritario como para que el ejercicio de su poder no creara fricciones tanto con las autoridades españolas como frente a los demás grupos étnicos. Controvertido ha sido el tratamiento que ha dado la historiografía venezolana hacia «la conquista canaria». Parra Pérez sostiene que con Monteverde, convertido en ídolo de sus paisanos, cambió por completo el aspecto de las cosas. Los ardientes revolucionarios se convirtieron en endiablados realistas y principales sostenedores de un régimen de venganzas y pillaje. Miyares los denuncia entonces como monopolizadores de los empleos públicos [...] Una de las características de la situación y que indica como Monteverde no obedecía más ley que su capricho, es que al entregar los puestos a los las proezas del capitán de fragata Don Domingo de Monteverde y a la utilidad de trasladar la capital de Caracas a la ciudad de Valencia presentada al Augusto Congreso Nacional, Cádiz, 1813, pp. 15-16. 56

Archivo del General Miranda, tomo XXIV, p. 420. 183

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canarios no tuvo para nada en cuenta que éstos hubieran sido republicanos o realistas: lo esencial en aquel momento era que diesen pruebas de ser monteverdistas.

Tal obcecación se aprecia en sus expresiones sobre su papel como creador del personalismo en Venezuela. Sus soportes eran, según Ceballos, «los que con las armas vociferaban poco antes el odio irreconciliable al gobierno español»57. Coincidimos con Lynch en que ese análisis procede de una visión resentida sobre los protagonistas de la contrarrevolución. Lo que ponían en tela de juicio era su origen social, al cual despreciaban con vehemencia58. Una visión más ecuánime del proceso nos permite apreciar algunos de sus rasgos. Es significativo que sus mayores y más despiadados críticos sean las autoridades españolas. El regente Heredia, que despreciaba a los isleños de orilla dijo de Francisco de Miranda que había nacido de «una familia obscena» y los calificó con los conocidos epítetos de «cerriles, ignorantes, bárbaros y rústicos»59. Urquinaona, el comisionado de la Regencia para pacificar Venezuela, los llama traidores por incitar la República y bastos y grose57

Parra Pérez, C.: Historia de la Primera República de Venezuela, tomo II, Caracas, 1959, pp. 487. 58

Lynch, J., op. cit., p. 20.

59

Heredia, J. F., op. cit., pp. 41 y 61.

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ros. El vasco Olavarría señalaba «la decidida protección del señor Capitán General a los idiotas isleños sus paisanos»60. Los epítetos serían eternos sobre su ignorancia y estupidez. No cabe duda que Monteverde se comportaba con rasgos de un auténtico caudillo, que se valió de los canarios para consolidar su poder y que ellos se valieron de él ocupando los cargos públicos. Urquinaona refiere que éstos, a pesar de su conducta escandalosa en los primeros y últimos cargos de aquel gobierno tumultuario, supieron después aprovecharse de la estupidez de su paisano Monteverde para vilipendiar no sólo a los que lisonjearon con sus servicios y humillaciones, sino a los europeos y americanos por no haber transigido con los sediciosos».

Colocó en su opinión a «los isleños más rústicos, ignorantes y codiciosos, que empeñados en resarcir lo que había perdido o dejado de ganar durante la revolución, cometían todo género de tropelías con los americanos y aun con los españoles europeos que detestaban su soez predominio». El general Miyares, a quien Monteverde usurpó el cargo, se reafirma en similar apreciación: «nombraba en todos los pueblos, cabildos y justicias de sus paisanos los

60

Urquinaona, P.: «Relación circunstanciada...», en Materiales para el estudio de la ideología..., tomo I, AIAH, pp. 253-254. 185

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isleños»61. Cajigal manifiesta que no temiesen los delincuentes porque Monteverde les otorgará el poder. Con él al mando, «a todo isleño, sin causa ni indagaciones de su conducta se le emplea, protege y auxilia». Los acusa de querellantes por sentirse españoles sólo cuando triunfó su paisano: En este ramo de sostener querellas es innegable que son generosísimos y hasta pródigos los tales africanos (en tiempo de la independencia de Venezuela), españoles celosos cuando Monteverde entraba en los pueblos de su residencia62.

Es cierto que se aprovecharon del ejercicio del poder que les había brindado Monteverde para mostrar sus rencores y sus ansias de venganza hacia las clases altas o para escalar en todos los estamentos del poder. Se convirtieron en oficiales del ejército, magistrados de justicia y acapararon la Junta de Secuestros, encargada de confiscar las propiedades de los republicanos. Era una viva muestra de todos los odios larvados en la época colonial y exacerbados durante la republicana. La represión fue ejercida fundamentalmente por los hermanos Gómez y el mercader isleño Gabriel García. Significativamente los tres habían 61

Ibídem, p. 254-255.

62

Cajigal, J. M., op. cit., pp. 84, 97 y 98.

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colaborado con la Primera República. Heredia señala que «hubo depredaciones y ultrajes que no lo exigía la necesidad sino la infame avaricia o el deseo de la venganza que animaba a los isleños zafios y a los zambos que eran los principales comisionados». Para el Regente, «el más temible de los exaltados por el ascendiente que tenían en Monteverde, era el isleño don Antonio Gómez [...] De golpe le nombró Contador Mayor interino con todo el sueldo»63. Repletaron las cárceles de Caracas con todos aquellos que consideraban partidarios del régimen republicano. Pero en no poca medida influyeron razones personales, como la venganza que los Gómez ejecutaron contra José Ventura Santana, hijo de isleños, del cual eran acreedores y les había cobrado con apremio una fuerte suma que les había prestado anteriormente64. Urquinaona acusa de trato de favor a los isleños que participaron activamente en la Primera República: No hay en las listas isleño sospechoso y peligroso que en el termómetro de su paisano Gómez suba hasta la primera clase, sin embargo de que los proscriptores europeos lo coloquen en ella.

63

Heredia, J. F., op. cit., pp. 92 y 109.

64

Muñoz, G. E.: Monteverde: cuatro años de historia patria, 1812-1816, tomo I, Caracas, 1987, p. 432. 187

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Rodulfo Vasallo, Tomás Molowny y Pedro Eduardo eran insurgentes de primera categoría, sin embargo contra ellos no hubo proceso. Lo mismo aconteció con los que tenían relaciones familiares con Monteverde. El caso más célebre es el pasaporte entregado por este capitán general a Simón Bolívar y a todos los Rivas, incluido José Félix, por su parentesco con éstos últimos65. El Comisionado estima que su conducta «trasluce el descontento general nacido de las infracciones y la altanería de los isleños de Canarias cuyo soez predominio hacía desear la llegada de los insurgentes de Santa Fe»66. Es cierto que «el poder isleño» secundado por peninsulares fieles a la Corona estaba cavando su propia fosa y abriendo la puesta en 1813 a la II República venezolana. Pero no lo es menos que la contrarrevolución no podía tener otra apoyatura, porque no podía fundamentarse en la oligarquía, ni dejar la puerta abierta a los zambos o a los pardos. Lo que si es cierto es que no podía tener proyección de futuro. Monteverde se enfrentó con las autoridades legales, se enemistó con la Audiencia, que trataba de limitar su poder absoluto, creó instituciones paralelas que desafiaban el orden establecido como la Junta especial compuesta por 65 Urquinaona, P., op. cit., p. 307. Hernández González, Manuel: Francisco de Miranda y Canarias, Tenerife, 2007. 66

188

Ibídem, p. 303.

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cinco canarios, ocho peninsulares y cuatro criollos y no llegó a poner en práctica la Constitución de Cádiz. No sacó beneficios económicos, pero se apoyó en los canarios para consolidar su poder personal. Heredia los acusó de haber inundado el país de odios contra los españoles, que prepararon «con esta división entre el corto número de blancos la tiranía de las gentes de color que ha de ser el triste y necesario resultado de esas ocurrencias»67. Álvarez Rixo planteó que Monteverde se comportó como un soberano absoluto que trataba a sus súbditos como grumetes. A sus paisanos les había oído decir que «entre las costumbres que introdujo fue que no oía ni despachaba asunto ninguno sino de las 10 o las 11 de la mañana hasta las dos de la tarde. Recibía a las gentes con sequedad y altivez»68. Su paisano y pariente, el diputado Fernando Llarena, en el debate que su autoproclamación suscitó en las Cortes de Cádiz señala que era injusto que se le diese a Miyares una capitanía general cuando ha estado quieto en Puerto Rico, lejos del humo de la pólvora. Señor ¿Dónde estamos? ¿Miyares con sus manos lavadas se ha de calzar un mando que Monteverde se ha conquistado?69. 67

Cit. por Parra Pérez, C., op. cit., tomo II, p. 501.

68

Álvarez Rixo, J. A., op. cit.

69

Diario de las Cortes de Cádiz, Sesión de 6 de abril de 1813. 189

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Monteverde trató de atraerse a sus filas a los pardos, a los que trataron de ensalzar y elevar en su reputación. Buena prueba de ello es el sermón predicado por el agustino canario Miguel de Soto ante la compañía de tiradores pardos de la ciudad de Guayana el 11 de marzo de 181270. Pero su ejercicio del poder estaba condenado a morir. Era difícil mantener un experimento de esa naturaleza con un apoyo social cada vez más reducido. A todas luces guerra social y restauración del antiguo orden eran mensajes contradictorios. Rebeliones de esclavos y de pardos canalizan proyecciones de contenido ideológico difuso, pero eran claras en sus consignas y en su rechazo al poder establecido. Buscaban la libertad en la misma medida que odiaban a la oligarquía. Por ello tampoco la II República que le sucedió tenía porvenir. Seguía siendo inflexible en la defensa de los intereses mantuanos. Los sectores populares veían a los republicanos como sus antiguos amos. La conflictividad era inevitable. De ahí el papel que desempeñarán los llaneros en la segunda ofensiva realista contra Caracas, en la que destacaron Boves, Yáñez y Francisco Tomás Morales.

70 Soto, M.: Sermón predicado en la fiesta celebrada en honor de N.S. del Carmen al elegirla por su patrona la compañía de tiradores pardos de Fernando VII creada en la ciudad de Guayana, el 11 de marzo de 1812, San Juan de Puerto Rico, 1812.

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La Guerra a Muerte La tensión y el odio étnico-social se incrementaron en la Venezuela de 1813. Con tal crudeza se encendió la mecha que condujo a una intensa escalada de muertos en la que sería la guerra más sangrienta de cuantas sacudieron por esas fechas el corazón de la América española. Se calcula en un tercio de la población las pérdidas demográficas deparadas. La declaración de la Guerra a Muerte por Bolívar, en la que diferenció entre españoles y canarios por considerar a éstos últimos como criollos, trataba de afirmar un programa que agrupara a los venezolanos por encima de las diferencias sociales y étnicas: el americanismo. Intentaba involucrar a los americanos frente a los españoles y canarios en una auténtica pugna de exterminio que sería brutal por ambas partes. Los llaneros, en una actitud a caballo entre el odio racial y el afán de recompensas, continuaron fieles a la causa realista. Boves actuaba realmente motivado por objetivos militares. Querían el ganado, al igual que los canarios que se integraban en sus filas y se identificaron con esa lucha porque querían obtener las tierras que arrebatarían a la oligarquía criolla. Se ha discutido mucho si los líderes llaneros eran repartidores de las propiedades que arrebataban a los blancos para dárselas a los pardos. Las reflexiones de Carrera Damas sobre el asturiano se orientan a desmitificar a esos caudillos. Pensamos que los llaneros realistas no te191

Manuel de Paz y Consuelo Naranjo [coords.]

nían un programa político decidido, sólo les unía su odio visceral hacia la oligarquía y el afán de recompensa. Éste repartía como caudillo el botín, pero no planteaba la abolición de la sociedad clasista. Era una lucha social pasional y violenta, pero no contenía una orientación política decidida. Se lucha más contra que a favor de. Eran realistas porque en la República no tenían nada que ganar. Frente a lo que vulgarmente se cree, en esa nueva coyuntura no pocos canarios con tierras en el mundo de Los Llanos fueron ejecutados por las huestes de Boves. Es el caso del grancanario Juan María Serpa y Gil, vecino de Chaguaramas y casado con una lugareña y con cuatro hijos adultos, que murió ajusticiado por el Gobierno realista en 1813. En su testamento dejó constancia de su apoyo al proceso emancipador y condenó la actitud de la mayoría de sus compatriotas. Poseía dos leguas de tierra contiguas al hato y casa donde residía comprado a los Cuevas y los Morenos, dos de los propietarios de la región, gravadas con 500 pesos. Tres años antes había comprado con Cayetano González 800 becerros. González puso el dinero y él los transportó desde Apure. Se obligaba a pagarle la mitad de su valor, 1.200 pesos71. Julio Llamozas en su relato de la emancipación en Calabozo expuso los asesinatos del palmero Diego García en su hato de Bénegas, 71

Registro Principal de Caracas, Escribanías, León de Urbina, 30 de septiembre de 1813. 192

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«que estaba allí con su familia», al sargento isleño Domingo Delgado, que custodiaba los presos «dándole puñaladas» y «poniendo los presos en libertad», o al vecino criador José Antonio Morales, que atrajo a otros «vecinos notables por su honradez, edades, empleos y bienes de fortuna», de su mismo origen y «al mismo llegar a Calabozo fueron fusilados en la plaza el 28 de junio de 1814»72. El odio de clase era lo que se transmitía. Los líderes realistas isleños (Pascual Martínez, Pedro González Fuentes, José Yáñez, Francisco Rosete, Salvador Gorrín, Pascual Martínez, Francisco Tomás Morales...) tenían todos ellos en común su procedencia social. Pertenecían a los estratos más bajos de la sociedad venezolana. No eran ninguno militares profesionales, prácticamente eran simples milicianos cuando comenzó la guerra. Otros dirigentes de la contrarrevolución han sido considerados isleños, como Sebastián de la Calzada o Eusebio Antoñanzas. Pero el primero es gaditano y el segundo riojano de Calahorra73. Eran todos ellos emigrantes llegados a Venezuela a principios de la centuria. Un artículo de la Gaceta de Caracas de 1814 los llamó en ese sentido «los canarios que de malojeros pasaron a oficiales».

72

Llamozas, J., op. cit., pp. 358, 360 y 365.

73

A.G.M.S., Expedientes de Sebastián de la Calzada y Eusebio Antoñan-

zas. 193

Manuel de Paz y Consuelo Naranjo [coords.]

La barbarie, la violencia era desenfrenada por ambas partes. Se fusilaba sin piedad al enemigo en un simbolismo despiadado en el que se descuartizaban los restos. El insurgente Briceño pedía la muerte de todos los españoles y canarios y llegó a pedir dinero por sus cabezas74. El odio étnico se hace patente cuando se cantaban canciones en el momento en que los canarios iban conducidos a los patíbulos75: Bárbaros isleños, brutos criminales, haced testamento de vuestros caudales.

La consideración de rústicos, pulperos y bodegueros parece siempre presente en los isleños. En la Gaceta de Caracas de 14 de diciembre de 1813 se expuso que en la batalla de Araure murieron «los canarios Esteban Padrón, Manso, Betancourt y otros muchos tenderos y bodegueros de los que emigraron de esta capital. La barbarie no tiene bandera ni etnia: El canario Bartolomé Trujillo presentó a Rosete a su hijo para que lo asesinase porque era patriota»76.

74

Austria, J.: Bosquejo de la Historia militar de Venezuela, tomo II, Caracas, 1960, p. 14. 75

Machado, J. E.: Centón lírico, Caracas, 1976, p. 66.

76

Gaceta de Caracas, 28 de febrero de 1814.

194

Identidades e independencias

Entre los líderes realistas, uno de los más significativos era José Yánez. Oriundo de La Guancha, procedía de una familia de pequeños propietarios. Emigró a Venezuela sobre 1805. Sobre él diría Muñoz que no era hombre de esclarecido linaje ni de antecedentes honrosos en Venezuela. Oscuro dependiente de una tienda de mercería en Caracas, nativo de Canarias, llegó a La Guaira en 1805 si más equipaje que las ropas que vestía, si bien con el alma llena de ambición de oro y de riquezas. La revolución de 1810 le hizo variar de carrera y fue a hacerse soldado en Barinas [...] después que Monteverde había ocupado a Caracas77.

Sobran los comentarios. Austria dice que desempeñó bastante capacidad y valor «en comparación de los mil otros guerrilleros que quisieron mejorar su triste condición, so pretexto de defensores de la causa del rey de España»78. Una de las acusaciones que se efectuaba contra estos caudillos era que no tenían nada que ver con un ejército convencional. La subordinación y la jerarquía militares, tal y como era entendida en el ejército, no existía en la realidad. Los ejércitos sólo obedecían a su caudillo. Por eso Yáñez lo recomponía por su prestigio personal. Heredia decía que «reconoció a lo menos de palabra la autori77

Muñoz, G. E., op. cit., tomo II, p. 293.

78

Austria, J., op. cit., tomo I, p. 173. 195

Manuel de Paz y Consuelo Naranjo [coords.]

dad del Capitán General, aunque siempre hizo cuanto se le antojó en punto a robo y matanzas». En Araure, tras ser derrotados por las disciplinadas tropas de Bolívar, el regente exclamaba que «la mayor parte de los cuerpos de Apure no tenían orden ni concierto, y se llamaban de caballería porque se componían de hombres montados a caballo casi en pelo, y aunque se dijese que mandaba Ceballos, esto era sólo en el nombre, haciendo cada cual lo que le daba la gana»79. Su solo nombre sembraba el pánico en las filas republicanas. Sus ejércitos estaban «formados por cuadrillas de salteadores que infestaban aquellos lugares, y de los que por éstos u otros crímenes se hallaban en las cárceles o condenados a trabajos públicos»80. Se convirtió en uno de los símbolos míticos de la contrarrevolución, siendo en ocasiones considerado muerto por los republicanos: «solo una fuga, la más precipitada, pudo salvar la vida a un monstruo tan criminal y detestable, pero no perdemos la esperanza de que pague sus atrocidades»81. Y las pagó, demostrando con su muerte el valor simbólico que tiene en una guerra tan brutal el descuartizamiento de los cadáveres. Eso acaeció en Ospino. Austria señala que «el vecindario de Ospino se apoderó en el campo de su cadáver y lo descuartizó, colocando sus miembros en diver79

Heredia, J. F., op. cit., p. 158.

80

Gaceta de Caracas, 20 de diciembre de 1813.

81

Gaceta de Caracas, 27 de enero de 1814.

196

Identidades e independencias

sos puntos de sus inmediaciones»82. Sin embargo sus soldados se niegan aceptarlo, tal era el soporte emocional del hecho de esparcir los restos. Manuel González y José González de Ara, orotavenses, soldado y capitán, en una división del ejército de Boves declararon que «murió de un balazo y viéndole sus enemigos en tierra cayeron sobre él, cortándole la cabeza para llevársela, cuya acción impidió su ejército porque redoblaron sobre el enemigo»83. Logró reunir en varias ocasiones en torno a 1.500 y 2.000 llaneros que lo hicieron uno de los más temibles caudillos de la contrarrevolución venezolana, llegando a derrotar a los republicanos en Guasdalito y Barinas. Pascual Martínez fue otro canario dirigente del ejército realista. Pasará a la historia por las atrocidades que ejecutó cuando fue nombrado por Monteverde gobernador de la isla de Margarita. Tanto Francisco Javier Yanes como Urquinaona coinciden en la sangrienta represión que efectuó sobre los isleños. Precisamente murió allí fusilado a resultas de una rebelión que lo condenó a la pena capital. El primero lo llama digno sucesor de Lope de Aguirre. Urquinaona señala que en la época anterior a la insurrec-

82

Austria, J., op. cit., tomo II, p. 172.

83

A.H.P.T., leg. 3.519, 23 de agosto de 1813. 197

Manuel de Paz y Consuelo Naranjo [coords.]

ción de 1810 se hallaba como sargento de guarnición en Margarita «casado con una isleña de su clase»84. Las características de los dirigentes isleños de la contrarrevolución eran similares. Salvador Gorrín era un modesto emigrante tinerfeño, natural de Santiago del Teide, que se estableció como pulpero en Ocumare de la costa, integrándose como tantos otros en la marea bélica de la época. Cajigal decía de él que sus hechos eran escandalosos, dirigiéndose contra las propiedades grandes o pequeñas de los habitantes; les hirió en lo más delicado que conoce el hombre [...] Si mientras que Gorrín dilapidaba al propietario y perseguía al infeliz, hubiese dirigido sus miras contra los insurgentes que había dispersado, ni éstos se hubieran apoderado de Caucara ni batido luego a Tomaseti con tanto descrédito de las armas del Rey85.

Pero si hubo un dirigente isleño sobre el que se tejió la marea de la destrucción, el saqueo y la insurrección de los esclavos ese fue Rosete. Como Gorrín era pulpero. Baralt dice que Antoñanzas lo encontró

84 Yanes, F. J.: Historia de Margarita, Caracas, 1948, p. 15; Urquinaona, P., op. cit., p. 301. 85

198

Cajigal, J. M., op. cit., pp. 211-212.

Identidades e independencias

con una miserable pulpería en el pueblo de Taguay, sosteniéndose más que de su industria de la beneficencia de los vecinos [...] Desde entonces nuestro pulpero, deponiendo el exterior torpe con que se encubría su fingida humildad, no pensó ya sino en distinguirse por su celo en la persecución de los patriotas86.

Se le acusó de marcar con hierro candente con una P en señal de oprobio87. Pero la acusación que los hacendados criollos plantearon con crudeza sobre Rosete es que fue bajo las órdenes de Boves a levantar la esclavitud en Ocumare: «Más de tres mil esclavos fueron forzados a seguir a este otro español, y a pesar de la extrema repugnancia que tenían para seguirle fueron forzados a ello». Con «la pretendida libertad» los incorpora a sus ejércitos. La liberación de los esclavos con objetivos militares fue una de las cosas que más repugnaron los oligarcas, aunque ellos ofrecieron la libertad a los esclavos que se incorporaban al ejército. Claro está que los republicanos eran los propietarios y les interesaba una incorporación controlada. Lo de Rosete era un saqueo para ellos. La literatura republicana llega a decir que muchos esclavos prefirieron el hambre y la sed a ser soldados realistas. Era un símbolo de «esa fiel esclavitud» que exhortaban los oligarcas88. 86

Reproduce un artículo de la Gaceta de Caracas, 17 de enero de 1814.

87

Gaceta de Caracas, 24 de febrero de 1814.

88

Gaceta de Caracas, 23 de mayo de 1814. 199

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Pero sin duda el más singular de los llaneros isleños fue el lugarteniente de Boves y último capitán general de Venezuela, Francisco Tomás Morales. Modesto salinero en el Carrizal de Ingenio, en Gran Canaria, emigró como tantos isleños de humilde cuna a Venezuela a labrarse un porvenir. Sobre sus orígenes, una vez más los epítetos son clamorosos. Baralt dice: «El canario Morales, rastrero y bajo desde los principios, había comenzado por soldado y asistente del teniente coronel español don Gaspar de Cagigal», frase que copia de Heredia. Parra Pérez dice de él que era «antiguo vendedor de pescado frito en Píritu y llamado a terrible notoriedad en los años siguientes»89. No era, por tanto, como todos los anteriores, un militar profesional. El mando del capitán general Montalvo en Venezuela en 1815 fue siempre nominal, porque Morales, como los anteriores, ejercía la autoridad por su cuenta. Había mandado fusilar, según Heredia, a siete capitanes de su ejército por estar inclinados al reconocimiento de la autoridad. «Envió las siete cabezas al Gobernador militar de Caracas para que las fijase en parajes públicos»90. Cajigal reafirma que la insubordinación, la no aceptación de la jerarquía, el no sometimiento a los superiores es una constante en Morales. Yanes dice de él que sus atrocidades lle89 Baralt, R. M. y Díaz, R., op. cit., tomo II, p. 177; Parra Pérez, C., op. cit., tomo I, p. 365. 90

200

Heredia, J. F., op. cit., p. 197.

Identidades e independencias

varon a extremos deleznables, como el que aconteció con el canario Tomás Losada en Cariaco. Partidario de la independencia había huido de Caracas y se había refugiado en esa localidad: «mandó matarlos a todos y que le llevasen el dinero y efectos que encontrasen en su posada»91.

La expedición de Morillo y la reconducción de la guerra La restauración del absolutismo en España en 1814 posibilitó el envío en 1815 de una fuerza expedicionaria al mando de Pablo Morillo, constituida por diez mil soldados, que ocupa Maracaibo y entra en Caracas. Se dirige hacia Nueva Granada, que reconquista en octubre de 1816. Con estos refuerzos la Guerra de Independencia venezolana dejó de ser por vez primera una guerra social interna, una guerra civil, para introducir un elemento foráneo. Morillo necesitaba con urgencia recursos económicos y para ello recurrió a la subasta de tierras de los dirigentes republicanos. De esa forma más de las 2/3 partes de las familias oligárquicas venezolanas vieron vendidas sus propiedades. Así las autoridades españolas rompían de forma definitiva con los garantes del antiguo orden social. Pero a la larga se

91

Yanes, F. J.: Relación documentada, tomo I, Caracas, 1943, p. 232. 201

Manuel de Paz y Consuelo Naranjo [coords.]

quedarían sin la base social que garantizase la continuidad del dominio colonial en América. El gobierno español trató de consolidar su hegemonía en el país a través del ejército expedicionario, con lo que trataba de convertirlo en el baluarte para restaurar la estructura social colonial. Por vez primera la jerarquía y la subordinación deberían ser los principios militares. Pero esa decisión le fue distanciando de los llaneros y de los isleños. Para ellos eran unos recién llegados, parásitos sin ninguna conexión ni raíces en Venezuela, cuyo único interés era amasar fortuna y abandonar el país. La deserción paulatina de los canarios en el ejército realista se hace más evidente. Uno de ellos será el futuro general Cerdeña, que se integraría en las filas republicanas dejando el batallón Numancia y participando en la guerra hasta la conquista del Perú, país en donde se estableció y ocupó diversos cargos políticos hasta su muerte en Lima. Incluso los que se mantuvieron fieles, como Morales, tuvieron numerosos enfrentamientos con los militares profesionales. Las tropas que habían luchado por el Rey fueron menospreciadas y consideradas de segunda fila. El capitán Rafael Sevilla reflejó una conversación entre Morales y Morillo que confirmó su distanciamiento. El último se opuso a sus consejos, ante lo que el canario le señaló que «en adelante me abstendré de darlos». Le podrán reprochar que la nueva autoridad militar «fue vilmente engañada, pero no que lo fueron los veteranos del ejército de Vene202

Identidades e independencias

zuela. El tiempo, mi general, el tiempo y la historia dirán cuál de los dos se equivoca»92. El propio Morales en una carta dirigida al propio Morillo dejó constancia de esa postergación, a diferencia de los actuado por Boves y por él: los jefes españoles que podían tomar o tenían en la mano las riendas del Gobierno, o no tenían el conocimiento necesario de la localidad, de los pueblos e índole de sus habitantes, o queriendo hacer la guerra por lo que han leído en los libros, se veían envueltos y enredados por la astucia y viveza de las tropas, sin poder dar un paso con feliz éxito, a menos que fuese seguido de los mismos naturales. Tuvo la fortuna D. José Tomás Boves de penetrar los sentimientos de éstos y adquirir un predominio sobre ellos por aquella simpatía, o como suele decirse, por un no sé qué suele sobresalir en las acciones de un hombre y hacerle dueño de sus semejantes. El difunto Boves dominaba con imperio a los llaneros, gente belicosa y tal que es preciso saberla manejar para aprovecharse de su número y de su destreza [...] Comía con ellos, dormía entre ellos y ellos eran toda su diversión y entretenimiento, sabiendo que sólo así podría tenerlos a su devoción y contar con sus brazos para los combates, reluciendo más estas verdades con el contraste de los ejércitos o divisiones mandadas por los jefes de la provincia con nombramiento o patente de la soberanía [...] Verdad es que las tropas disciplinadas saben hacer la guerra por 92

Sevilla, R.: Memorias de un oficial del ejército español. Campañas contra Bolívar y los separatistas de América, 3ª ed. Bogotá, 1983, p. 37. 203

Manuel de Paz y Consuelo Naranjo [coords.]

principios, pero es contra otras tropas que operan por la misma táctica, y están arregladas a unas costumbres militares, pero venga un jefe, cualquiera que sea, y entre en combate sin contar con los modales y genios de sus soldados, hallará seguramente su destrucción y su ruina. Diecinueve mil hombres mandaba Boves y tenía reunidos para acciones hasta 12.000. ¿Y podrá algún otro hacerlo en el día? Usted lo sabe y nadie lo ignora93.

Mientras tanto en los republicanos se opera un cambio que será decisivo. El objetivo de Bolívar era organizar un ejército sobre la base de la igualdad legal y la americanidad, que posibilitara a los pardos un cierto acceso al poder a través de la milicia. Gracias a ello un amplio número de llaneros, decepcionados con la marginación con que habían sido tratados por los nuevos dirigentes militares españoles, se integran en el ejército republicano. Agrupados en torno a un caudillo de origen isleño y de procedencia social baja, José Antonio Páez, son conquistados por las promesas de Bolívar de darle parte de las tierras tomadas al enemigo y garantizarles su parte en las de propiedad nacional. Ese cambio de actitud republicano fue esencial para el éxito final de la causa independentista. Morales, en su interpretación de este proceso, sostuvo que el ejército anterior a la llegada de Morillo no eran tropas desordenadas sino batallones arrojados y valientes. 93

204

Reprod. en Pérez Tenreiro, T., op. cit., pp. 60-61.

Identidades e independencias

Con Morillo se hizo la guerra con más mérito y regularidad y con ascensos regulados a ordenanza94. Álvarez Rixo, que bebió directamente de los testimonios de sus paisanos, entre ellos del propio Morales, apuntó que la tropa peninsular, bien vestida y equipada, «con aquel garbo que es peculiar a los españoles de raza pura», contrastaba con los pobreza de los del país, descalzos y con trajes rotos. En su opinión Morillo cometió la imprudencia de «considerar a los criollos sólo por su mezquino aspecto», sin atender a su mayor mérito para una guerra en tierra para la que los españoles no estaban preparados. La marginación y la altanería con que los militares profesionales miraban a los criollos hizo que «en poco tiempo se vio que estos hombres despreciados, afiliados después en las filas patriotas supieron y pudieron ir destrozando a los ufanos e indiscretos soldados del General Morillo, al paso que radicando el odio contra los incorregibles españoles»95. Un canario partidario de la independencia, el majorero Agustín Peraza Bethencourt, certificó que después que los isleños dieron entrada el año de 12 a los españoles que debían respetar el resto de sus familias no compatriotas; son perseguidas atribuyéndose a sí mismos las 94 Morales, F. T.: «Relación histórica de las operaciones del ejército expedicionario de Costa firme», en Materiales para el estudio de la ideología..., tomo I, pp. 1.144-1.147. 95

Álvarez Rixo, J. A., op. cit. 205

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glorias; sus intereses usurpados, el saqueo y el ultraje sus operaciones. Corren los isleños con estos motivos en turbas a las banderas de la República; las relaciones que los une con las familias del País y sus generales ha borrado en estos los procedimientos anteriores con que violaron el juramento prestado de la independencia, único requisito que exigía la República de nuestros compatriotas originarios, considerándoseles como canarios, pues la circunstancia apuntada les eximía de las presiones que por ley general se deben ejecutar en los españoles96.

En los años finales de la década segunda del siglo y en la de los veinte la aceptación del nuevo orden por parte de los canarios se hizo cada día más patente. En El Correo del Orinoco, en la Gaceta de Colombia, en documentación oficial, aparecen muchos de ellos inscribiéndose con la nacionalidad americana. No pocos tratarían de nadar entre las dos aguas para lidiar la marcha de los acontecimientos, como la isleña rica de Cagua, que relata Rafael Sevilla, que se hospedó en su casa y que «había tenido la habilidad de hacerse querer y respetar por ambos contendientes, pues lo mismo recibía a Morillo, a Morales y a los demás jefes españoles, que a Bolívar, a Páez y a cuantos insurgentes querían participar de su espléndida hospitalidad»97. Otros tan96 Paz, Manuel de: «Canarias y la emancipación americana: el manifiesto insurreccional de Agustín Peraza Bethencourt», en Tebeto, n.º 3, Puerto del Rosario, 1990, p. 70. 97

206

Sevilla, R., op. cit., p. 204.

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tos fallecieron en la cruel guerra de exterminio que sufrió Venezuela, unos pocos regresaron a las islas, otros se dispersaron por Cuba y Puerto Rico. En el Congreso de Angostura Onofre Vasallo sigue representando la voz de los isleños republicanos. Agustín Castro, Antonio Rosales y Antonio Padrón son capitanes de buque que colaboran activamente con los republicanos en la guerra, bien a través del corso, como el primero, o bien auxiliando a las tropas y transportándolas como los segundos. De ahí su reintegración en la sociedad venezolana como emigrantes no iba más que un paso. En 1831 Páez como presidente de la recién creada República de Venezuela promociona su traslado, pero sólo como fuerza de trabajo barata para la agricultura. Como especificará un cónsul británico, «la verdad es que los inmigrantes son bienvenidos, no tanto por su condición de colonos como por el papel que puedan jugar sustituyendo la decadencia gradual de la mano de obra esclava»98. Con ello se abre una nueva época en la historia de la emigración canaria a América.

98

Cit. en Lynch, J., op. cit., p. 27. 207

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