Identidades e ideologías en los museos arqueológicos: El caso Yucatán

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Descripción

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Ketzalcalli CONTENIDO / CONTENTS Yohuala Un asentamiento prehispánico en la huasteca potosina Alexander W. Voss 3 Lágrimas cayendo Observaciones sobre divinidades que lloran en la cosmovisión maya Alejandro Sheseña Alla Kolpakova Magda Culebro 25 De la sublime utilidad de las humanidades Freddy Javier Espadas Sosa 43 Identidades e ideológias en los museos arqueológicos: El caso de Yucatán Orlando Josué Casares Contreras 57 Una propuesta de turismo sustentable: El centro cultural comunitario de Yaxunah, Yucatán Elias Miguel Alcocer Puerto Grace Lloyd Bascopé Nidelvia Vela Cano 69 El agua en la cosmología maya yucateca a través del tiempo Mónica Chávez Guzmán Amarella Eastmond Spencer Miguel Güémez Pineda 87 Pintando el patrimonio: La Memoria y el Patrimonio desde las comunidades tradicionales de Yucatán Edgar A. Santiago Pacheco Flor I. López Bates 119 Editorial / Impressum 129 1|2012

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IDENTIDADES E IDEOLOGÍAS EN LOS MUSEOS ARQUEOLÓGICOS: EL CASO YUCATÁN

Orlando Josué Casares Contreras INAH–Yucatán, México

[Ketzalcalli 1|2012: 57–68]

Resumen: Los museos desde que dejaron de formar parte de colecciones privadas y fueron administrados por los gobiernos en donde se ubicaran, han sido un instrumento fundamental para representar las ideologías oficiales hacia la población en función de intereses específicos de cada período histórico particular de la región donde se encuentre. Para el caso de México, el museo aparece como un instrumento conjunto a los programas educativos acordes con políticas de identidad a los nacionalismos y al desarrollo de las grandes culturas prehispánicas en ella. Hoy en día, nos enfrentamos a una crisis de identidad en Yucatán pues las corrientes oficiales ven en las manifestaciones culturales, una oportunidad de comercializarlas al turismo como una fuente alterna de ingresos anteponiendo “lo maya” como título a sus programas de desarrollo pero en realidad, no existen análisis profundos sobre la correspondencia entre lo “maya” comercial y el grupo étnico en cuestión. Palabras clave: Museos arqueológicos, identidades e ideología, Yucatán

Antes de comenzar a poner los puntos a discutir, expondré la definición de “Museo” según los estándares de la ICOM (International Council of Museums / Organización Internacional de Museos) acordada en el año de 2007 en Vienna, Austria. “Un Museo es una institución sin fines de lucro, un mecanismo cultural dinámico, evolutivo y permanentemente al servicio de la sociedad urbana y a su desarrollo, abierto al público en forma permanente que coordina, adquiere, conserva, investiga, da a conocer y presenta, con fines de estudio, educación, reconciliación de las comunidades y esparcimiento, el patrimonio material e inmaterial, mueble e inmueble de diversos grupos (hombre) y su entorno”. Esta definición ha sido la más reciente por el organismo que desde 1946 hasta 1983 debatió y añadió en sus estatutos toda clase de estándares y recintos a ser considerados como museos (Hernández 1992: 86) y por lo tanto, aplicables a la definición anteriormente mencionada. Por derivación, todo museo debe ser un centro de investigación, de interpretación, y reflexión sobre la sociedad contemporánea respecto de las sociedades pasadas. Es a partir de este punto que mi intención es crear una reflexión crítica sobre los movimientos mercantiles que han aparecido torno a los museos arqueológicos de Yucatán co1|2012

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mo parte de un movimiento ideológico más amplio a nivel peninsular, nacional e internacional cuyo principal motor es el turismo más allá de los principios educativos con los que surge el museo en México.

APUNTES

SOBRE LA IDENTIDAD Y LA IDEOLOGÍA.

Aquí daré mi punto de partida para explicar lo que entenderé por la relación entre la identidad y la ideología, para su posterior aplicación la crítica sobre su relación con las políticas públicas y privadas en la administración de los museos. Comenzaré con el concepto de ideología. En primer lugar la ideología es un fenómeno universal necesario para la preservación y reproducción de la identidad o las identidades sociales, en la cual se organiza la experiencia colectiva, le da sentido y congruencia a nuestras acciones y se genera dentro de un grupo social determinado en un momento histórico específico (Portal & Aguado 192: 47). Se compone básicamente de tres postulados: La parcialidad pues representa a un grupo específico, compuesto por la memoria histórica colectiva y el lugar específico donde ocurra. Las relaciones de poder, ya que la parcialidad se constituye mediante un proceso social en el que el mensaje del grupo sale de su contexto original, se reelabora y resignifca para volverse a enviar al mismo grupo, este proceso es parte de la relación que existe entre los diferentes grupos siempre orquestado por el grupo hegemónico, una cuestión de quién puede o no reasignar los significados de la gente. Como una relación concreta, porque podemos distinguir las dinámicas entre la parcialidad y los grupos participantes, especialmente el que lo controla. Es la forma concreta en que se manifiesta la ideología (Portal & Aguado 1992: 54–61). La identidad es una categoría social compuesta por una relación dialéctica de nuestra autopercepción de un nosotros en contraposición con los otros en diferentes atributos somáticos pero principalmente culturales, ambas son seleccionadas subjetivamente y son valorados en función del tiempo y el espacio en donde se presenten (Gimenez 1994: 170 y 171). Esto implica no sólo si nos sentimos parte o no de un grupo social determinado sino la forma en cómo el grupo en cuestión nos corresponda ese sentimiento, es decir, si nos aceptan y nos ven como parte del mismo. Como se da en lo individual y lo grupal, en los ámbitos públicos y privados, en un grupo no hay una sola identidad, sino varias identidades, tampoco es una esencia de un grupo ni un objeto o conjunto de objetos heredados consecutivamente. Es algo que siempre está en movimiento y reconstruyéndose continuamente (Portal 1997: 51; Bartolomé 2004: 44– 46). Es a esta suma de atributos sociales lo que Aquiles Chihu denomina como identidad social (Chihu 2002) y esa será mi categoría principal de análisis sobre la identidad social del museo arqueológico yucateco.

IDEOLOGÍA,

IDENTIDAD ENTRE LOS MUSEOS Y LA ARQUEOLOGÍA

Los coleccionistas más destacados surgen de países como Holanda e Inglaterra, sin mencionar que estos movimientos surgidos de la ilustración también ocurrieron en los principales reinos europeos como el español, el ruso, el francés, el austro – húngaro, etcétera Teniendo toda clase de elementos tan diversos que ideológicamente demostraban su gran

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opulencia y poderío no sólo en sus contiendas bélicas ni en sus conquistas por tierras lejanas, sino en toda clase de objetos exóticos que extraían de diferentes lugares del mundo. A partir de la revolución francesa, la colección real pasó a formar lo que hoy entendemos como la institución del museo, un espacio público en el cuál se pueden apreciar distintos objetos de distintos lugares que evocan toda clase de sentimientos hacia lo externo y lo pasado. Este fenómeno social se fue esparciendo por toda Europa y sus colonias y de ahí también se vio su gran capacidad transmisora de mensajes por parte del grupo hegemónico que lo organizara. Con este antecedente occidental, el museo formó un espacio de transmisión de mensajes hacia la población (en algunos casos a segmentos específicos) por lo que su papel social quedó manifiesto en los discursos ideológicos propios de la época en la cual se presentaran. Por la naturaleza de los primeros museos cuyas colecciones eran sobre grupos étnicos y culturas tanto locales como de otras latitudes geográficas, los coleccionistas y aventureros, pioneros de lo que hoy conocemos como la “Arqueología” fueron los principales distribuidores y generadores de las colecciones que se resguardaban en los primeros museos del mundo (Bjornar 1997). Los primeros museos fueron mayormente de arte, en donde sus creadores formaron parte de un espacio público. Compuesto por toda clase de obras y objetos exóticos comenzaron a crear sentimientos y afectos que posteriormente se transformó por parte de los espectadores en representaciones inexplicables o que desbordaban la imaginación de las audiencias. Este efecto generó que hubieran especialistas que se dedicaran a darle una lectura guiada a lo expuesto, incluso, los criterios no sólo para seleccionar que piezas se exponían y cuáles no, sino para ir en su búsqueda, comenzaron a responder a intereses específicos de quienes patrocinaban los viajes y los museos. El museo y la arqueología se convierten en un instrumento de poder. La identidad pública de la arqueología se encuentra inextricablemente unida a los museos y prácticas de éstos (Bjornar 1997: 3). Algunos habrían de pensar que las exhibiciones museográficas aparecen como “naturales y/o objetivas” sin ninguna conexión con el contexto sociopolítico actual o de su momento, pero en realidad, existe al mismo tiempo de la lectura sobre lo exhibido, un valor “entre letras” o una “lectura de segundo orden” (Bjornar 1997). Esto es, la ideología oficial opera los hilos negros que existen detrás de las exposiciones museográficas y las lecturas que “deben” asignarse a los mismos. Entre esas lecturas, resaltamos el papel atribuido a la “identidad social” ya anteriormente descrita, pues muchas veces, estas líneas de fondo en las lecturas van con el discurso ideológico del “nacionalismo”, especialmente en América Latina (Díaz–Andreu 1997). La historia de una nación es el resultado de nuestras acciones y anteriormente de procesos en los que grupos sociales han interactuado, pero el sentido de identidad que se le pueda atribuir a estos proceso está dirigido por las tendencias ideológicas de la época. Esto no quiere decir que la ideología “inventa” una identidad cercana o ajena a quienes viven en un territorio dado, sino que son parte de un proceso selectivo de los recuerdos sociales haciéndolos comunes y pasando por las tres reglas básicas de la ideología que ya se mencionaron (parcialidad, relaciones de poder y relaciones concretas). Se parten de ideas sobre comunidades “imaginadas” que no es lo mismo que inventadas, esto ocurre especialmente cuando se trata de amalgamar a varios pueblos de una misma nación o de varias naciones y a partir de la praxis, crear los sentimientos comunes que los identifiquen, tal como ocurrió con la creación de la “comunidad europea”.

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A continuación, haré un pequeño recuento histórico de algunos ejemplos donde está explícitamente manifiesta esta relación entre el discurso ideológico en las actividades de la arqueología, teniendo en consideración que ésta actividad tiene a los museos como un instrumento de difusión de los discursos presentados en las colecciones expuestas y en los mecanismos mediante los cuales, el discurso ideológico da paso a la reproducción de una identidad mayormente promoviendo el “nacionalismo”.

IDEOLOGÍA E IDENTIDAD EN LOS DE EUROPA Y AMÉRICA LATINA

MUSEOS ARQUEOLÓGICOS

Aunque existen infinidad de casos tanto en Europa como en América Latina, expondré algunos de los que consideré más representativos para los fines del presente escrito en ambos continentes. Comenzaré con Noruega. Tras la larga unión que tenía con Dinamarca hasta el siglo XIV, había sido reemplazada por una unión impuesta con Suecia a principios del siglo XIX lo que generó que la idea de una nación noruega sea cuestionada como válida. Un grupo burgués de intelectuales y políticos noruegos comenzó un proyecto para crear una identidad nacional suficientemente fuerte para comenzar una independencia que pudiera ser apoyada por el pueblo (Wolf 1987). Parte de la invención de este nuevo pasado que demostrara el linaje del pueblo fue dirigido hacia dos líneas heroicas para enfatizar, el campesino independiente y el vikingo. El vikingo representaba un pasado heroico de guerreros temidos mientras que el campesino creaba un enlace directo a esta era de héroes. Lo anterior implicaba que los pescadores, comerciantes y el resto de la población había sido “contaminada” por la influencia extranjera por siglos, por lo que lo “auténticamente noruego” se fundamentaba en sus raíces antiguas (Bjornar 1997). Puesto que Noruega nunca entró a la feudalización de casi toda Europa, el énfasis en la libertad e independencia del campesino y su granja individual era el símbolo para la independencia y la libertad del pueblo, la genuina identidad noruega. Se fundaron museos folklóricos enormes al aire libre en Oslo y Lillehammer para resaltar la vida en el campo y la arquitectura doméstica que debía ser retomada, así como también se fundaron museos en los que se vertían las grandes embarcaciones vikingas, sus armas, etc, como relatos de conquistas épicas entre ellos. El nacionalismo noruego encontró en ese nuevo pasado heroico un discurso tan fuerte que pensar en la identidad noruega se convirtió en características tales como el individualismo, libertad, espíritu combativo y fuerza. La arqueología se enfocaba a resaltar objetos que cumplieran con ese discurso para que al legar al museo reforzaran tales valores. Este proceso es palpable hoy en día y en historias recientes, como se puede hacer manifiesto en los movimientos de rechazo de segmentos de la población a la membresía de pertenecer a la Unión Europea en el referéndum de 1995 (Bjornar 1997). En la Alemania nacionalista de 1939 a 1945 se crearon grandes impulsos para resaltar las ideas del superhombre y la grandeza alemana como un pueblo que lucha ante las adversidades y se termina imponiendo a sus enemigos. La arqueología fue uno de los instrumentos políticos favoritos de los nazis y en todos los museos del país se encontraban objetos que “hablaban” de una historia nacional y un futuro muy favorable a la marcha que llevaban las ideas expuestas en éstos recintos (Bjornar 1997; Díaz–Andreu 1997). Incluso, la propia arqueología fue más allá de la creación de un discurso nacionalista sino que los hallazgos encontrados en otros territorios que alguna vez se proclamaron como alemanes o que fueron despojados de Alemania durante la 1era Guerra Mundial daban 60

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una justificación de pertenencia genuina a la nación, por lo cual toda incursión militar era vista no sólo como válida sino que necesaria para el restablecimiento del nuevo régimen (Días–Andreu 1997). Esta mismo proceso incurrió en otras naciones como la España de Franco y la Italia de Mussolini, en las que no sólo la arqueología fue un instrumento del estado y de los discursos ideológicos de grupos hegemónicos sino que los museos de esas naciones instrumentaron los espacios necesarios para que la gente que los visitara se diera cuenta de la “naturalidad” del discurso del poder y lo asumiera como suyo. Esto creo una nueva necesidad posterior al conflicto de combatir estas prácticas nacionalistas. Las nuevas nacionalidades que emergieron después no fueron sino otras variantes ideológicas correspondientes a intereses políticos, posterior a la guerra y durante el período conocido como la Guerra Fría, tanto el bloques soviético como el capitalista, patrocinaron campañas arqueológicas y exposiciones en los diferentes museos sobre las bondades de los diferentes tipos de economía que defendían, así como vínculos creados a través de las formas de administración del poder y sus consecuencias (Wolf 1987). Incluso en los estudios de cultura maya, en el desciframiento de sus patrones glíficos comenzó los trabajos de Yuri Knorosov se decía que usó un método marxista mientras que la escuela norteamericana negaba que esa fuera el camino correcto. La misma creación de la Unión Europea implicaba crear una identidad que sobrepasara las identidades y nacionalismos de cada país que pudiera ser incluido, por lo que la década de los 90’s represento una serie de cambios en las historias locales de las naciones europeas mientras se enfatizaba en un pasado común al continente. El arte rupestre y el desarrollo de grandes civilizaciones en sus territorios que compartían rasgos comunes fueron temas muy comunes y recurrentes en los diferentes países que fueron parte de estos movimientos (Díaz–Andreu 1997). En América Latina no se contaba con grupos con cierta homogeneidad como ocurrió con Europa, el panorama era totalmente contrario, la gran diversidad étnica de las colonias europeas en América daba muestra de las dificultades y posteriormente de los fracasos al implementar políticas nacionalistas por parte de los grupos hegemónicos de los países latinoamericanos. Cabe destacar que Estados Unidos usó distintos mecanismos al resto de América, por lo que acentúo más su carácter de lo Europeo en América que lo indígena, basta con mirar la arquitectura de sus grandes obras cuya semejanza con lo romano, lo gótico y otras expresiones del pasado europeo vincula más a la población que con la arquitectura amerindia propia de sus tierras (McGuire 1992: 820). Para el caso de países como México, Perú, Colombia y Argentina (especialmente los dos primeros) la sola presencia de grandes construcciones de culturas como la maya, la inca, la azteca, la totonaca, etcétera fue parte del discurso integrador de un glorioso pasado nacional de cada país pero en un primer momento, totalmente desvinculado del indígena contemporáneo. Incluso surgen en éstos países, círculos de intelectuales que aseguraban que esa grandeza del pasado era parte de la influencia de civilizaciones del medio oriente y que por las “capacidades” del indígena (que fue la población más afectada en el proceso de colonización) no podían ser generadoras de esa grandeza arquitectónica y tecnológica (Díaz–Andreu 1997). Una de las primeras soluciones, era enfatizar en las colecciones la grandeza y las proezas de los conquistadores, pasando nuevamente a exponer que el orden alcanzado tras la independencia de las colonias era fruto del criollo y no tanto del español. La llegada de las ideas de modernidad y progreso significaron un gran problema que tomó la misma direc-

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ción que ya se había presentado, la desvinculación del indígena vivo con el indígena muerto a través de cuadros “evolutivos” que objetivaban la baja posición que ocupaban los nativos locales con respecto a otros grupos en el poder (Quijada 1996). En México, tras la guerra civil de la revolución mexicana, había que reorganizar a los diferentes grupos que buscaban el poder y aquellos que habían participado en el conflicto estando en una situación desfavorecida. En un clima de tensión política y constantes atentados hacia los que intentaban dirigir a la nación surgen políticas nacionalistas que intentaron incluir a los grupos indígenas como parte de la nación en construcción, a este movimiento se le denominó indigenismo (Lorenzo 1997: 742) y obtuvo múltiples variantes a lo largo de esa política. El movimiento ideológico del indigenismo cobró tanta fuerza en México que todavía es posible visualizar las museografías de algunos recintos administrados por el INAH y diferentes gobiernos estatales como parte de la creación de una identidad nacional que nuevamente resalta los objetos y logros de las grandes civilizaciones prehispánicas sin destacar explícitamente el vínculo entre ellos y los grupos etnográficos que hoy representan a dichas etnias, al menos en algunos casos es mencionado en los discursos oficiales pero en la práctica parece distanciarse de las palabras oficiales. Uno de los ejemplos más evidentes en torno a esas prácticas es el segundo piso del Museo Nacional de Antropología, en el cuál se reciben una menor cantidad de visitas que en la planta baja y por la misma razón recibe la menor publicidad en cuando al conjunto de salas encontradas en el recinto (Abraham Guerrero 2011, comunicación personal).

CRISIS E IDENTIDAD EN LOS MUSEOS ARQUEOLÓGICOS DE MÉXICO Y EL CASO YUCATÁN Cambios en el poder político, la influencia de las políticas económicas, educativas y políticas mundiales han creado un período, el cual me atrevo a denominarlo período de crisis en los procesos de identidad de los museos y de las líneas ideológicas que pretenden realizarse. A partir de los ejemplos anteriormente citados, hemos encontrado una serie de ejemplos en los cuales, a pesar de la heterogenia de la población latina y enfatizando el caso de México en donde se ha presentado a lo largo de su historia líneas ideológicas a seguir, hoy es muy difícil hablar de una sola línea ideológica en la actividad museística y museográfica por lo que la falta de un paradigma me lleva a pensarlo como una etapa de crisis identitaria. Partiendo de la definición anterior de la ICOM sobre lo que se entiende por Museo comenzaré una serie de planteamientos y cuestionamientos hacia nuestra actividad. En la academia, tenemos a una generación que surge de las antiguas políticas en torno a los museos como un espacio que podríamos denominar el museo tradicional, el cual estuvo acorde con los planteamientos de las políticas nacionalistas. Pero ¿de qué características podemos mencionar en el museo tradicional? Enumero las siguientes en función de la propuesta de Patricia Hernández (1992): “Un discurso racional, especializado, orientado hacia el producto final, centrado en los objetos mismos, orientado al pasado, con el uso exclusivo de piezas originales, con un enfoque formal y serio a veces autoritario, basado únicamente en lo científico y presentando un orden establecido” (Hernández 1992: 89).

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El sociólogo francés D’Ors plantea que estos elementos deberían seguir siendo los lineamientos a seguir por parte de la estructura elemental de los museos, incluso en uno de sus escritos, felicita a la dirección del Museo del Prado en Madrid, España, por no acceder con tanta facilidad a los cambios que exigen las nuevas tendencias museográficas (D’Ors 1989) exhortando a seguir posponiendo los cambios estructurales en la función y organización del museo (tendencia a desaparecer), en contraposición con las críticas por parte de otros grupos que esperan una mayor dinámica y cambio en el mismo museo la cual no sólo tiene un mayor auge sino que se está convirtiendo en el paradigma museográfico y administrativo de un museo. Por el otro lado, existe otra generación en México que propone cambios para el sistema de museos en los que se deja a un lado los discursos nacionalistas para presentar a las piezas en un sistema más abierto a las múltiples interpretaciones que a un solo discurso, incluyendo espacios lúdicos que incluyan más a los sectores no tan especializados sin perder su carácter científico pero sin la rigurosidad que antes los caracterizaba, como a continuación señala de la misma forma Hernández (1992) como la visión del museo moderno: “Se toma en cuenta a las emociones, se pone de manifiesto la complejidad, orientado hacia el proceso, busca visualizar los objetos, se inserta en el presente, acepta copias de las piezas, tiene un enfoque informal y más comunicativo, es más creativo y popular así como de carácter inconformista buscando constantemente la innovación” (Hernández 1992: 88). Un ejemplo fue en su momento el Museo de Culturas Populares encabezado por el antropólogo Guillermo Bonfil Batalla quién también fungió como un crítico a las ideologías nacionalistas y le dio un nuevo enfoque a las políticas indigenistas que se venían practicando en aquellos años en México. Esta línea no fue exclusiva del antropólogo Bonfil Batalla, es sólo por mencionar un ejemplo característico de la época1. Si bien estas tendencias no son exclusivas en México, para nuestro análisis resalto su impacto en nuestro ámbito. Tal parece que las líneas ideológicas que se presentan detrás de éstos discursos van en un sentido contrario a las ideas predominantes de los museos y la actividad arqueológica como un instrumento nacionalista y abren la posibilidad de incluir a un mayor grupo social, acordes con las ideas globalizadoras que hablan de una aldea mundial que comparte procesos sin importar la región geográfica. Esta nueva tendencia ideológica, al abrirse a públicos menos especializados genera una “relativa” mayor aceptación por parte de públicos más allá del país, en el caso México, incluye a un mayor número de turistas internacionales cuyo consumo cultural se ha ido acrecentando con el tiempo. Esto trajo consigo otra paradoja a los nuevos enfoques ideológicos, la “comercialización” del discurso museístico y de sus colecciones. Esta mercantilización tiene como principio una mayor aceptación en la cantidad de turistas que visitan al museo y por lo tanto, se vio en ella un espacio que genera divisas, un atractivo más al turista ávido de interés por culturas que se venden como enigmáticas y nuevas maravillas mundiales que deben ser visitadas. Si bien puede decirse que a nivel de promoción puede ser un detonante económico, agrava aún más la crisis presentada en los museos debido a los siguientes puntos. En los ambientes mercantiles, el consumidor tiene la última palabra y al pagar por un servicio, las retribuciones deben ser lo más acordes a sus expectativas de consumo cultural, por lo que genera una flexibilidad en el discurso acorde con lo que espera escuchar, dicho de otro modo, en tanto en un museo como en una zona arqueológica si busca escuchar sobre la grandeza de la civilización a la cual visita, tanto el guía como los prestadores

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de servicios se enfocarán en ese interés, mientas que otras personas pueden mostrarse más interesados en los aspectos míticos, esotéricos y menos científicos sobre la cultura a estudiar e igualmente el discurso irá en función a esas expectativas. En la península de Yucatán, región en donde se ubica geográficamente a la civilización maya, ha sido participe de estos grandes cambios por parte de la arqueología practicada en ella y de los discursos plasmados en sus museos. Por un lado tenemos una representación institucional y formal de la investigación en el área de la arqueología que poco a poco va siendo reducida en presupuestos a tal grado que el mayor movimiento de las investigaciones por parte del INAH se mueven en función de los salvamentos y rescates realizados en pro de la conservación de los vestigios arqueológicos. Los grandes proyectos de investigación poco a poco han sido y siguen siendo minimizados en sus presupuestos por parte de las aportaciones estatales. Por otro lado, la aparición de paradores turísticos ha sido más intensa en estos días, los cuales son creados por un patronato que ofrece un extra en los servicios de acceso a las zonas arqueológicas a cambio de un pago extra a la entrada que es administrado por los gobiernos estatales (en el cual Yucatán ha sido pionero) los cuales no siempre representan una mejora para las labores de conservación e investigación, ya que dentro de estos recintos es cada vez más común encontrar locales comerciales que espacios para museos de sitio o de difusión de la propia cultura, un claro reflejo de los motivos mercantiles que van detrás de estos eventos. Espacios considerados como recintos de una cultura milenaria en la cuál el discurso sigue elogiando más al indio muerto que al indio vivo, pero que si bien eran considerados lugares para visitar, ahora están siendo parte de grandes espectáculos, conciertos y todo tipo de evento que tenga poco o nada que ver con lo se encuentra ahí mismo. Si bien parece un momento desordenado y desorganizado en la actividad de los museos y las zonas arqueológicas, el discurso oficial lo justifica como promoción al mundo maya. Esto nos lleva a un nuevo planteamiento a raíz de lo anteriormente expuesto, ¿qué valores culturales quedan manifiestos como “mayas” en todo esto? Ante la población maya contemporánea ¿existe algún lazo que ellos sientan como propio, más allá de los vestigios expuestos? Otra vez el discurso oficial entra en acción argumentando que es parte de los detonantes económicos para la región, asegurando que es la propia población maya la que recibirá los beneficios de la explotación comercial de lo que denomina como “mundo maya”. Tomando como ejemplo el proceso anterior, el estado de Quintana Roo tiene más experiencia en el ramo, pues se ha creado toda una industria turística enfocado a vender la experiencia de vacacionar, visitar y vivir el mundo maya. No sólo incluyen las visitas a sitios arqueológicos, sino que va desde la propia decoración de los hoteles, restaurantes, bares, centros nocturnos con arquitectura caribeña y motivos mayas (que muchas veces son una mezcla de otras culturas mesoamericanas) sino que en sus servicios utilizan y modifican los entornos naturales como cenotes y hasta las propias estructuras mayas, como fue el caso Xcaret (Walker 2009). Entre los servicios, muy comunes en los lugares mencionadas se ofrecen danzas mayas, bodas mayas o masajes al estilo maya (con discursos de haber sido aprendido de los sacerdotes mayas). En esta región, el museo casi ha quedado excluido de los servicios, pues por las características que se mencionaron no sólo en su definición sino en la práctica que todavía se regula en México, ha sido relegado por no poder adaptarse y satisfacer a las

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masas de turistas, salvo los que se interesan más en conocer a profundidad el discurso científico, pero que representa una minoría no muy significativa (Walker 2009). Al carecer de los presupuestos oficiales, la actividad dedicada y relacionada con el patrimonio arqueológico se ha visto en la necesidad de utilizar el capital privado para satisfacer sus necesidades básicas y al mismo tiempo, las ganancias generadas por la mercantilización de los servicios culturales ha creado un discurso ideológico que busca explotar el punto anteriormente mencionado, la finalidad es el enorme consumo principalmente por el pago del servicio más que por el contenido intelectual del mismo. Éste último no reditúa las divisas monetarias que el primero enfocado más a satisfacer al turista. Derivado de éstas líneas oficiales (sin distinción alguna de partidos políticos), toda actividad en la arqueología que signifique una inversión a la captación de divisas será apoyada por los grupos hegemónicos más allá de no cumplir con los lineamientos de organismos internacionales que regulan la actividad en los museos y la investigación, ni que decir de los cuerpos colegiados locales que ante sus argumentos críticos, éstos no llegan a trascender ni a los grupos en el poder y sólo a unos cuantos grupos de la población. Hoy en día parte de las crisis identitaria de los museos surge de la propia polémica de las políticas públicas que buscan comercializar el patrimonio arqueológico. En este sentido, no toda la sociedad se encuentra de acuerdo y simultáneamente otros grupos favorecen las mismas ideas, tanto de grupos ajenos a la etnia maya como el propio grupo cultural en cuestión. Hay quienes ven en el discurso, un insulto hacia sus prácticas, memoria histórica y etnicidad, mientras otros atribuyen un significado favorable al mismo. ¿Será acaso que también el concepto de maya se encuentra en crisis? ¿O que ésta crisis es producto del rechazo de algunos grupos sociales incluyendo los no mayas? El museo arqueológico, ¿deberá desparecer, cambiar o seguir el rumbo por el cuál es conducido en la actualidad? En este contexto, regreso al punto en el cual se elaboró el Gran Museo de la Civilización Maya en septiembre de 2012. El discurso político anuncia desde mismo nombre del lugar, un homenaje a la cultura maya, en el cuál se brinda un espacio propio con principios museográficos de vanguardia no sólo a piezas del pasado prehispánico maya sino otros objetos que ejemplifican los procesos en los cuales los mayas han persistido, desde el contacto con los españoles hasta nuestros días. En la práctica, el museo abrió sus puertas sin completarse, con las salas a mitad del montaje museográfico y vitrinas que estaban siendo trabajadas mientras los visitantes sorteaban las mismas y los señalamientos que les impedían el paso. Esta situación no es el centro de la discusión pero si ilustra más la premura de su inauguración por cumplir el discurso prometido a lo largo de la gestión gubernamental que estaba finalizando y es este principio que guía las acciones reales de la obra, más que el discurso ofrecido en ella. El museo, entre sus prematura apertura, mostró recursos de vanguardia como pantallas interactivas, videos con explicaciones (no siempre acordes a los resultados de investigaciones arqueológicas recientes) y textos en los pasillos escritos en español, inglés y maya, este último punto innovador en el ámbito de museos de la región. El recorrido se inicia ilustrando “lo maya” desde nuestros tiempos y de ahí comienza el recorrido por su pasado histórico hasta los tiempos prehispánicos. Hasta ahí podemos ilustrar que uno de sus principales objetivos ha sido mantener la idea de que “lo maya” no es algo único del pasado prehispánico sino que corresponde a un proceso continuo de adaptación. En ese sentido, el hilo conductor que se muestra al visitante es consistente con esta idea de mostrar que la cultura maya es una cultura viva.

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El problema es que para eso, no hubo una capacidad de gestión adecuada que permitiera la incorporación de piezas adecuadas al discurso, sino que se prefirió tomar las piezas ya expuestas de un museo (el Museo Regional de Antropología “Palacio Cantón”) y trasladarlas a un nuevo espacio. Esto no sólo ocasionó el cierre temporal del lugar de donde se encontraban y su posterior replanteamiento, sino que no se tuvieron las medidas pertinentes en cuanto a la seguridad en el los traslados de las piezas. La improvisación fue el eje de los movimientos de piezas y del armado museográfico, pues muchas piezas sobrepasaron la capacidad de cada vitrina en las que fueron colocadas. En cuanto a los recursos multimedia, existe un abuso de los mismos en tanto se busca la espectacularidad en el uso este instrumento más que otro aspecto didáctico, llamados “cámaras de inmersión”, no siempre van de acuerdo al discurso científico (aunque hay quienes son de la opinión que no es una necesidad en los museos) con relación a las piezas que se encuentran exhibidas en las cercanías. En cuanto al personal, no existía una organización predeterminada en las primeras semanas, el personal interesado en laborar tenía que guiar grupos de visitantes sin importar el perfil que este tuviera o si fuera acorde con la tarea. En cuanto a los costos, el museo fue construido, financiado y administrado por una compañía particular, aunque se tratase de un museo del gobierno del estado, bajo un esquema de prestación de servicios y una renta del inmueble hasta completar el costo del mismo. No quiero entrar en una discusión en torno al contexto político con el cual fue desarrollado el proyecto, pues no es la intención del presente escrito, aunque el tema también amerita un posterior análisis por la forma en la cual se presentó. A pesar de que las primeras semanas la entrada fue gratuita (y sin contar con servicios como el estacionamiento, cafetería, lobby, etcétera) los costos estarían alrededor de los $120 pesos mexicanos por persona, existiendo descuentos para los locales (yucatecos con credencial que los certifique como tales) y estudiantes. En este punto, existe una concordancia de la elaboración del museo con el anterior proyecto de “paradores turísticos” en zonas arqueológicas, cuyo propósito es aumentar el valor de la entrada a cambio de un “extra”2. Estos igualmente son producto del mismo administrador, el “Patronato de las Unidades de Servicios Culturales y Turísticos del Estado de Yucatán” o CULTUR, haciendo que para fines prácticos, una familia local encuentra más económico una visita al cine que a una zona arqueológica. Esto es claramente uno de los focos de la discusión, ya que estos precios están enfocados hacia los turistas extranjeros que pueden afrontar el pago, siendo este museo, una extensión de las políticas de explotación turística sobre las culturas prehispánicas de México. Bajo la justificación de que estos proyectos son un detonante económico para la región, aquí la pregunta a retomar de las anteriores es si realmente, un museo ¿debe o no ser un instrumento de captación de recursos? O bien ¿debe seguir siendo un instrumento didáctico de apoyo educativo o no?. En ambos casos, no estoy sugiriendo que lo educativo se encuentre en conflicto con la actividad turística, salvo que la tendencia es que los modelos económicos son los que dictan la operación de los museos más que las tendencias educativas especializadas en la difusión de las culturas prehispánicas. En este ejemplo, se hace manifiesto que ideológicamente se maneja una persistencia de los maya, conectando el pasado con el presente a través de un proceso que a mi parecer, no queda completamente claro en las salas, en donde más bien, son una galería de objetos mayas de diferentes épocas, con una apuesta a la espectacularidad de la exposi-

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ción, más que hacia hilos conductores de aspectos que demuestren lo maya como una identidad continua y manifiesta. Esto parece no importar, mientras exista un mercado dispuesto a pagar una entrada para contemplar objetos de origen maya. Lo “maya”, como concepto no parece estar en crisis, al menos no dentro de las discusiones en la academia, ni tampoco en cuando al tema de los museos, siempre y cuando estén acordes con las políticas económicas e ideologías del estado mexicano, que han apostado a una explotación turística más que a la difusión y discusión de una etnia, la cual, una vez más, parece estar rezagada con relación a los beneficios de su explotación.

NOTAS 1.

2.

Esto desataría una nueva línea de discusión entre las crisis de las políticas indigenistas y de pensadores como Gonzalo Aguirre Beltrán, Ricardo Pozas, Alfonso Caso, Miguel Bartolomé, etcétera, lo cual creo que debe tratarse en escritos aparte para resaltar la relación entre las políticas indigenistas, de sus institutos y sus pensadores. El cual supone una reinversión de los recursos a las mismas zonas arqueológicas para su mantenimiento, difusión e investigación.

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