Identidad y memorias: militares republicanos exiliados en la Restauración

July 25, 2017 | Autor: E. Higueras Casta... | Categoría: Republicanismo, Exilio, Memorias, Exilio Político
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Descripción

HISTORIA, IDENTIDAD Y ALTERIDAD ACTAS DEL III CONGRESO INTERDISCIPLINAR DE JÓVENES HISTORIADORES

José Manuel Aldea Celada Paula Ortega Martínez Iván Pérez Miranda Mª de los Reyes de Soto García (Editores) Pablo C. Díaz (Prólogo)

Salamanca • 2012 Colección Temas y Perspectivas de la Historia, núm. 2

Editores: José Manuel Aldea Celada, Paula Ortega Martínez, Iván Pérez Miranda, Mª de los Reyes de Soto García. Comité editorial: Álvaro Carvajal Castro, Gonzalo García Queipo, Ana González-Muriel Valle, Javier González-Tablas Nieto, Amaia Goñi Zabelegui, Carmen López San Segundo, Isaac Martín Nieto, Alejandra Sánchez Polo, Francisco José Vicente Santos. Consejo asesor: Enrique Ariño Gil (Universidad de Salamanca), Javier Baena Preysler (Universidad Autónoma de Madrid), Valentín Cabero Diéguez (Universidad de Salamanca), Antonela Cagnolatti (Università di Bologna), Julián Casanova Ruiz (Universidad de Zaragoza), Rosa Cid López (Universidad de Oviedo), Mª Soledad Corchón Rodríguez (Universidad de Salamanca), Pablo de la C. Díaz Martínez (Universidad de Salamanca), Ángel Esparza Arroyo (Universidad de Salamanca), José María Hernández Díaz (Universidad de Salamanca), Mª José Hidalgo de la Vega (Universidad de Salamanca), Ana Iriarte Goñi (Universidad del País Vasco), Miguel Ángel Manzano (Universidad de Salamanca), Esther Martínez Quinteiro (Universidad de Salamanca), Manuel Redero San Román (Universidad de Salamanca), Manuel Salinas de Frías (Universidad de Salamanca). Los textos publicados en el presente volumen han sido evaluados mediante el sistema de pares ciegos. © Los autores © AJHIS © De la presente edición: Los editores I.S.B.N.: 978-84-940214-3-5 Depósito legal: S. 495-2012 Maquetación y cubierta: Iván Pérez Miranda Edita: Hergar ediciones Antema Realiza: Gráficas LOPE

C/ Laguna Grande, 2-12 Polígono «El Montalvo II»



37008 Salamanca. España Reservados todos los derechos. Ni la totalidad ni parte de esta publicación pueden reproducirse, registrarse o transmitirse, por un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea electrónico, mecánico, fotoquímico, magnético o electroóptico, por fotocopia, grabación o cualquier otro, sin permiso previo por escrito de los titulares del Copyright.

IDENTIDAD Y MEMORIAS: MILITARES REPUBLICANOS EXILIADOS EN LA RESTAURACIÓN1 Identity and Memories: Republican Militaries Exiled during the Restoration

Eduardo Higueras Castañeda Universidad de Castilla – La Mancha [email protected] Resumen: El objetivo de este trabajo consiste en analizar las referencias compartidas por los militares republicanos exiliados en el último cuarto del siglo XIX. Para ello se ha seleccionado y estudiado un amplio número de memorias escritas por estos soldados emigrados. A partir de estas obras se puede comprobar cómo un origen profesional e ideológico y unas vivencias traumáticas comunes dan lugar a un sentido de comunidad y a unas prácticas y representaciones mentales muy similares entre quienes las padecen. Así mismo, ayudan a revaluar el peso del republicanismo militar en el Ejército español en dichos años. Palabras clave: militares y civiles, republicanismo, exilio, grupos, identidad. Abstract: The aim of this paper lies in analyzing the identity references shared by the republican militaries exiled during the last quarter of the 19th century. For this intend a wide number of memories written by those emigrant soldiers has been selected and studied. Starting from these works, it is possible to prove how an ideological and professional origin and the influence of traumatic common livings lead to a very similar range of mental representations and practices between those who endure it. In the same way, it helps to revaluate the weight of military republicanism inside the Spanish army in the mentioned years.  Keywords: militaries and civilians, republicanism, exile, groups, identity. 1 Este trabajo se ha realizado en el marco del programa FPU del MEC (Ref. AP20092610), y del proyecto financiado por el MCINN: El republicanismo radical: anclajes sociológicos y significaciones populistas, 1854-1895. (Ref. HAR2010-16962). Asimismo, ha sido posible gracias a la atenta colaboración de los responsables de la Fundación Esquerdo y de su Archivo Histórico. Historia, Identidad y Alteridad Actas del III Congreso Interdisciplinar de Jóvenes Historiadores

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1. Introducción Y es que si hay hombres de doble naturaleza, yo la tengo triple. Siempre alientan en mi tres distintas personas, por mi mal inseparables: el hombre… humano (de alguna manera he de decirlo); el revolucionario irreductible y el soldado viejo2. [Nicolás Estévanez]

En las líneas que anteceden, el militar y político republicano Nicolás Estévanez Murphy desglosaba su personalidad en tres facetas. Ante todo se percibía a sí mismo por su pertenencia a la humanidad. Esto nos remitiría a ese «vigoroso aliente ético» 3 que, en palabras de José Mª Jover, definía el «humanismo popular» de los republicanos, quienes, en consecuencia, también se definían por un talante justiciero que los llevaba a la militancia revolucionaria. A ello se sumaba en el caso de Estévanez su condición peculiar de soldado. Esta tercera faceta comprendía una cuarta a la que el ex ministro federal no hacía mención: precisamente a causa de su «irreductibilidad revolucionaria» Estévanez fue también durante largos años un emigrado político. Como él, numerosos militares republicanos y emigrados escribieron sus memorias durante las últimas décadas del siglo XIX y la primera del siguiente. Para entonces ya se había consumado el declive final del ciclo insurreccional republicano iniciado en 1869. Ese insurreccionalismo había producido un importante exilio tras la represión de la revolución cantonal, y a raíz de la Restauración monárquica de 1875. Desde este punto de vista, esas memorias de la lucha revolucionaria y el exilio pueden considerarse el epílogo del republicanismo «de acción». La comunicación que planteo pretende contrastar si esa triple condición de militar, republicano «de acción» y emigrado político dio lugar a una entidad grupal con unos fines concretos4. Es decir: si por ser militares, republicanos revolucionarios y emigrados tuvieron una percepción de sí mismos como miembros de un mismo grupo o de la misma categoría social. A partir de esta hipótesis, se pretende analizar el modo en que estos 2 ESTÉVANEZ MURPHY, 1903: 72-73. 3 JOVER ZAMORA, 1976: 356-357. 4 Tomo como referencia para la noción de grupo, su alcance y problemática sociológica, la exposición efectuada por HUICI, 2004: 25-49; y JAVALOY MAZÓN, 2003: 349-394. 890

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militares delimitaron la inclusión o exclusión en su grupo y constituyeron un «nosotros» que oponer a diversos «otros». De este modo, se entra de lleno en las nociones de «identidad» y «alteridad» como categorías de análisis. Para dicho fin, se ha seleccionado un amplio grupo de textos autobiográficos. La escritura autobiográfica constituye sin duda una fuente primordial para establecer los rasgos de identidad del grupo en el que se integra el autor de la misma. Esta modalidad narrativa se fundamenta en la narración selectiva de lo que el propio autor recuerda del pasado o de su participación en los hechos relatados. Por ello resulta un cauce adecuado para explorar las referencias compartidas, la forma de interactuar y los criterios de inclusión / exclusión de sus autores. En definitiva, «la identidad se basa en la memoria»5, al igual que la memoria también se sostiene sobre la identidad, pues ambos son «procesos interrelacionados y comunicados, es decir interdependientes, de posicionamiento del sujeto «yo» y el sujeto «otro/s» en una realidad compartida o convivida»6. Las distintas memorias estudiadas comparten las características de haber sido escritas por republicanos exiliados a causa de su participación en conspiraciones y episodios insurreccionales contra la monarquía en España7: son los casos de Nicolás Estévanez, Daniel Rubio Báez, Francisco Rispa y Perpiñá, Melchor Muñoz Epelde, Carlos Casero, Miguel Pérez, Adolfo Expósito, Serafín Asensio Vega y Emilio Prieto y Villarreal. Por lo demás, también se han tenido en cuenta las memorias redactadas por civiles8, en la medida que ofrecen una percepción externa al contorno grupal y facilitan su delimitación.

5 PÉREZ GARZÓN, 2005: 697-728. 6 JARA FUENTE, 2010: 10. 7 En concreto, se han analizado las siguientes: ESTÉVANEZ MURPHY, op. cit.; RISPA Y PERPIÑÁ, Francisco, 1932.; CASERO: Recuerdos de un revolucionario, s/f; PRIETO Y VILLARREAL, 1903; SIFFLER-725, 1883. MUÑOZ EPELDE, 1901; Junto a las anteriores, se han estudiado cuatro memorias inéditas, tres de ellas conservadas en el archivo privado de Manuel Ruiz Zorrilla: MUÑOZ EPELDE, Sucesos de Badajoz. Apuntes sobre el movimiento republicano ejecutado en dicha plaza el día 5 de Agosto de 1883; causas que lo originaron, y algunos detalles posteriores, Rennes, 1884, AHFE, AMRZ, Exilio 43, C 54; RUBIO BÁEZ, Memoria del movimiento de Badajoz, Montauban, 1885, AHFE, AMRZ, Exilio 43, L 20. ASENSIO VEGA, Serafín: [Sin título], Rennes, 1883, AHFE, AMRZ, Exilio 43, L 9. EXPÓSITO, Apuntes de los sucesos acaecidos en la emigración, AMAE, leg. 2868. 8 LÓPEZ LAPUYA, S/F. GARCÍA LADEVESE, 1892. Historia, Identidad y Alteridad Actas del III Congreso Interdisciplinar de Jóvenes Historiadores

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2. La Revolución, el Ejército y la República Todos los autores citados comparten la triple condición de emigrado, militar y republicano. La mayor parte de ellos, además, eran seguidores del político republicano progresista Manuel Ruiz Zorrilla. No es una coincidencia: su partido fue el que con más empeño apeló al ejército como agente principal de la revolución, y el que más activamente la cultivó por la vía insurreccional9. Al mismo tiempo, el republicanismo progresista postuló la intransigencia sistemática contra la Restauración, pues entendían que la soberanía nacional se encontraba irremediablemente detentada al ser la Constitución de 1876 irreformable por medios legales10. Esta intransigencia se traducía en la conspiración permanente para derribar la monarquía y en el constante dilema entre dos opciones electorales: el retraimiento o la coalición con otros partidos republicanos, sin olvidar la revolución como horizonte11. Ruiz Zorrilla se esforzó en ejemplarizar la intransigencia hacia la Restauración para mantener su prestigio político. Por ello, tras su destierro en febrero de 1875, permaneció en el exilio prácticamente hasta su muerte en 1895. Durante ese tiempo tejió una doble red: una de carácter político abierto y la segunda basada en lazos conspirativos. Para la conspiración supo utilizar la constante atracción que durante el siglo XIX hubo entre el ejército y la táctica del pronunciamiento militar12. No debe extrañar que uno de los últimos manifiestos publicados por el líder radical fuera una propuesta de reforma del ejército, ocasión que no desaprovechó para elogiar al «liberal ejército español»: «¡Él nos abrió el camino con heroicos esfuerzos!»13, exclamaba, refiriéndose al pronunciamiento de Riego. Y tampoco sorprende que José María Esquerdo, sucesor de Zorrilla en el liderazgo del progresismo revolucionario, declarara que el programa de su partido consistía en «El culto a la memoria de Ruiz Zorrilla, el amor a la Patria y al Ejército, el anhelo por la revolución y por la fraternidad republicana y el retraimiento electoral»14. Pero lo anterior no significa que todos los autores pertenecieran a una misma tradición política. Nicolás Estévanez, por ejemplo, era seguidor 9 Sobre el insurreccionalismo zorrillista, Vid. GONZÁLEZ CALLEJA, 1998: 75-153. MARTÍNEZ DE SAS: 425-457; MARTÍNEZ LÓPEZ, 2010: 113-157. 10 Vid. RUIZ ZORRILLA, 1877: 69; 1883: 23. 11 Vid. DE DIEGO ROMERO, 2008: 335-340. 12 Vid. GONZÁLEZ CALLEJA, op. cit.: 144-153. 13 RUIZ ZORRILLA, 1892: 16. 14 ELEIZEGUI, 1914: 161. 892

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de Pi y Margall. Rispa y Perpiñá había pertenecido a la fracción federal intransigente durante el Sexenio Democrático. Más adelante aparecería ligado a los federales orgánicos de Estanislao Figueras, pero participó en las conspiraciones antimonárquicas de Ruiz Zorrilla hasta la muerte de éste en 189515. El teniente Rubio Báez, sublevado en Badajoz en 1883, simpatizaba con la Izquierda Dinástica del general López Domínguez. No puede afirmarse por ello que compartieran la «cartografía mental» que constituye una cultura política16. Si estos militares revolucionarios formaron un grupo con referentes y fines compartidos, no fue primordialmente por su pertenencia a una misma cultura política, sino por la interacción entre individuos que se encontraban en circunstancias materiales semejantes. De hecho, ya existía cierto tipo de interacción entre la mayor parte de ellos antes de exiliarse. En primer lugar, todos pertenecían sin excepción a la escala de oficiales del Ejército. En su mayoría procedían de los cuerpos de infantería y caballería. Estas armas generales carecían de un espíritu de cuerpo desarrollado, al contrario de lo que ocurría en las armas facultativas17. Pero precisamente el sentimiento de agravio por el mejor trato que éstas recibían servía para incrementar y generalizar su descontento. También tenían una experiencia revolucionaria en común. Algunos, como Asensio Vega, Emilio Prieto, Rispa o Nicolás Estévanez, habían participado en el ciclo insurreccional progresista-democrático, dirigido por Prim entre 1866 y 186818. Los más (Vega, Muñoz Epelde, Miguel Pérez, Carlos Casero, Rubio Báez) pertenecieron a la Asociación Republicana Militar (A.R.M.)19. Otros, como Emilio Prieto, conocían su existencia y colaboraron con sus jefes sin necesidad de integrarse en ella. Se trataba de una organización secreta bajo la dirección de Ruiz Zorrilla, el brigadier Villacampa y del activo secretario y más tarde traidor Siffler-725, seudónimo de Miguel Pérez. Esta asociación protagonizó las sublevaciones republicanas de Badajoz, en agosto de 1883, y de Madrid en 1886. El fracaso de estos intentos llevó al exilio a un nutrido grupo de militares, que se organizaron en el extranjero bajo la autoridad de Ruiz Zorrilla20.

15 Vid. RISPA Y PERPIÑÁ, op. cit.: 169 y 173; así como las Cartas de Francisco Rispa y Perpiñá a Ruiz Zorrilla en AHFE, AMRZ, Exilio 29, C 46. 16 SIERRA, 2010: 233. 17 HEADRICK, 1981: 92-97. FERNÁNDEZ BASTERRECHE, 1978: 45, 122-123. 18 Sobre Prieto, Vid: GONZÁLEZ CALLEJA: op. cit., 84. 19 Sobre la A.R.M. Vid. BUSQUETS BRAGULAT, 1971: 20-28. 20 Vid. VILAR, 2006: 302. Historia, Identidad y Alteridad Actas del III Congreso Interdisciplinar de Jóvenes Historiadores

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Por tanto, la mayor parte de los emigrados militares durante la Restauración fueron zorrillistas. Esto se explica porque fueron los republicanos radicales los que de forma más activa buscaron el apoyo del ejército para sus planes revolucionarios. Pero eso no significa que todos estos militares republicanos compartieran las mismas categorías políticas. La insurrección militar como medio prioritario para derribar la monarquía ni siquiera era una convicción exclusiva de Zorrilla y sus seguidores. Ésta creencia y la democracia como horizonte, cualquiera que fuera su extensión o contenido, servían como elementos aglutinadores. Todos ellos procedían de la clase de oficiales de los cuerpos generales antes de marchar al exilio, lo cual ayudaba a su categorización social. Muchos además habían formado parte de una asociación clandestina, lo que también ayuda a marcar fronteras. Por último, existía un «otro» bien definido por los partidarios de la monarquía contra la que habían conspirado. Reforzaba la identificación del enemigo el hecho de haber sido derrotados por él. Todo lo anterior les unía antes de compartir la vida en la emigración.

3. Una comunidad de sufrimientos: cooperar para sobrevivir El exilio supuso para los emigrados la pérdida de sus anteriores empleos, la ruptura de relaciones familiares y, en definitiva, un alejamiento traumático de su entorno vital. El problema fundamental consistía en la supervivencia. Para ello, contaron con diferentes recursos. El Gobierno francés les concedió en determinadas épocas un franco diario. En otros momentos subsistieron con fondos propios incautados en las plazas sublevadas, con ayudas particulares y con las aportaciones del partido republicano progresista a través de suscripciones nacionales e internacionales21. Todo esto era insuficiente: la única solución para aliviar la penuria era encontrar trabajo. En este sentido, confesaba Rubio Báez cómo llegó a estar: Convencido que los franceses en 1er término dan las colocaciones y el trabajo a los compatriotas antes que a los extranjeros, como gentes ilustradas que entienden cómo deben el amor patrio, y falto de relaciones influyentes que pudieran colocarme trabajando donde y en lo que buenamente desempeñar pudiera, convencido repito de mi inutilidad en Francia, sobre todo porque no sé 21 Sobre la financiación de los emigrados a raíz de la sublevación de Badajoz y la Seo de Urgell, se conserva abundante documentación en AHFE-AMRZ, Exilio 43, C 10, C 52 y C 53. 894

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oficio alguno y menos entiendo de ninguna clase de trabajos rudos, en razón a que desde mis primeros años no me ocupé en otra cosa que estudiar y la curia hasta que a la edad de 17 años entré en la carrera de armas […]22.

El capitán Casero, al entrevistarse con Ruiz Zorrilla en París para buscarse un medio de vida, le confesaba a su jefe: «no tengo más oficio que el de mandar soldados»23. Los emigrados que habían tenido un oficio distinto al de militar tuvieron más facilidades para encontrar trabajo24. Emilio Prieto, por ejemplo, había sido director y redactor de La Correspondencia Militar. Tenía cierta habilidad literaria y conocía el francés. Llegado a París, trabajó en los almacenes del Louvre atendiendo los pedidos del extranjero. Más tarde fue contratado en la editorial Garnier para la elaboración del Diccionario Enciclopédico Español, traducir obras francesas y escribir otras de encargo25. Además, trabajó en la oficina de Ruiz Zorrilla, al igual que en distintas épocas hicieron Melchor Muñoz26 y Carlos Casero27. Nicolás Estévanez había sido periodista y político, además de militar. Una vez en Francia, el canario escribió para El Imparcial, El Globo y otros periódicos28. Isidoro López Lapuya relató cómo vivían los exiliados en París. Un capitán sublevado en Badajoz «vivía de fregar platos en un mal restaurante»29. Otro era mozo de almacén. Los que pudieron dieron clases de francés o de español. El teniente coronel Serafín Asensio Vega, jefe militar de la sublevación de Badajoz, había «tenido que poner sus hijas a servir lo mismo que si no fueran señoritas»30. La convivencia entre los emigrados republicanos no se debía, por tanto, únicamente al hecho de haber sido internados en las mismas ciudades o de proceder de idéntica institución. Convivir y colaborar era una condición imprescindible para la supervivencia, en un entorno en el que encontraron graves dificultades de integración. Carlos Casero afirmó que: Los emigrados por los sucesos de Badajoz y de Madrid formábamos un núcleo regular, fraternizando unos y otros, y todos siempre unidos procurábamos 22 RUBIO BÁEZ: op. cit. 23 CASERO, op. cit.: 69. 24 Así lo afirmaba LÓPEZ LAPUYA, op. cit.: 86. 25 Ibid.: 77-82 y 223-230. 26 Vid. PRIETO Y VILLARREAL: op. cit. p. 147. 27 CASERO, op. cit.: 78. 28 ESTÉVANEZ MURPHY, op. cit.: 511. 29 LÓPEZ LAPUYA, op. cit.: 85. 30 Ibid.: 87. Historia, Identidad y Alteridad Actas del III Congreso Interdisciplinar de Jóvenes Historiadores

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averiguar los centros más económicos, lo mismo para alojarnos que para las demás atenciones de primera necesidad31.

Estas redes entre emigrados dieron soporte a la construcción de una identidad grupal. Los emigrados compartían esfuerzos, medios e información en los mismos espacios de sociabilidad, desde las viviendas que habitaron y los lugares de trabajo, a los espacios públicos o el café: «El Pasaje Jouffroy – escribió Pérez Galdós – y el Café de Madrid hervían de españoles aburridos y famélicos»32. Estévanez también hacía referencia al Café de Madrid y «a una cervecería suiza de la calle de Lafayette»33, donde se reunía con republicanos como Baldomero Lostau, Antonio de la Calle, García Ladevese (agente zorrillista) o el general cantonalista Ferrer. Según Muñoz Epelde «el «Hotell Suisse» [era] en Ginebra el refugio de casi todos los españoles que llega[ban] a aquella población»34. En Rennes, los numerosos militares emigrados por la sublevación de Badajoz se veían todos los días en el entorno del café de Glasse y el Hotel de Ville. Allí recibían los periódicos de España y compartían lecturas e información35. La casa de Ruiz Zorrilla, centro neurálgico de las conspiraciones progresistas, fue sin duda uno de los espacios más concurridos por los emigrados. Allí acudían con frecuencia visitantes desde España, y eso servía de nexo entre los emigrados y su lugar de origen. Para muchos de ellos fue además un centro de trabajo: Prieto, Casero, Muñoz, Ladevese y otros se ocuparon de la correspondencia, de los libros de la Asociación Republicana Militar, de actualizar claves y mandar instrucciones a los agentes revolucionarios36. También allí se celebraban reuniones de emigrados con un fuerte sentido simbólico: las cenas de Nochebuena y Año nuevo en las que se conmemoraba la onomástica de «don Manuel» y se brindaba por el advenimiento de la República, reforzaban tanto el sentido de pertenencia al grupo como el liderazgo del jefe revolucionario. Los banquetes en favor de los emigrados, sufragados por María Pereira de Buschental, el Marqués de Santa Marta, Nakens o el propio Zorrilla, alimentaron el espíritu de comunidad y la identificación interpersonal37. Este tipo de ocasiones servía, además, para proyectarse hacia el exterior como grupo, formulando reivindicaciones que 31 CASERO, op. cit.: 69. 32 PÉREZ GALDÓS, 2008: 281. 33 ESTÉVANEZ MURPHY, op. cit.: 505. 34 MUÑOZ EPELDE, 1901: 168. 35 Ibid. 117. 36 Vid. MARTÍNEZ LÓPEZ, op. cit.: 135-145. 37 Vid. CASERO, op. cit.: 78, 95, 96, 113, 134. 896

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después se reproducían en crónicas de periódicos, o en forma de telegramas a personalidades y centros políticos38. Generalmente, cuando lo emigrados llegaban a Francia en grandes contingentes, las autoridades los distribuían en ciudades del interior. De este modo se mantenía en cada grupo la unidad de procedencia al concentrarlos por origen en diferentes ciudades. Por otra parte, se procuraba repartirlos de forma que no coincidieran con otros exiliados españoles, como eran los carlistas. Sin embargo, las sucesivas emigraciones a lo largo de todo el siglo habían dejado un sedimento que constituía algo parecido a una estructura de acogida. Además, no era habitual que las autoridades francesas impidieran la libertad de movimientos de los emigrados, que frecuentemente buscaron mejores oportunidades trasladándose de una ciudad a otra. Todo ello favoreció una cierta mezcla entre exiliados cantonalistas, republicanos, carlistas, antiguos progresistas o simplemente emigrados voluntarios por cualquier causa. Las fronteras existentes entre distintos grupos por su procedencia se hacían menos visibles en este caso. París fue uno de los principales destinos para los exiliados. La similar situación de unos y otros en este contexto ayudaba a que la ideología política fuera menos saliente como elemento identitario. Estévanez lo explicó del siguiente modo: A mi llegada a París había en la capital más españoles que nunca: una verdadera inundación. […] A la masa de carlistas, que era la más numerosa, agregábase un buen número de cantonales y de republicanos. […] Las dos emigraciones, republicana y carlista, se trataba cordialmente. Alguna vez se promovían discusiones agrias, pero existía una fraternidad engendrada por una comunidad de sufrimientos39.

Sin embargo esa fraternidad o solidaridad entre todos los emigrados españoles no implicaba inmediatamente la dilución de las restantes categorías identitarias. Lo que se evidencia, en cambio, es la mayor o menor significación de cada una dependiendo del contexto al que se haga referencia. Republicanos, internacionalistas y carlistas, excombatientes o no, pudieron llegar a sentirse identificados por el alejamiento de España y por su precaria situación material. Muchos llegaron a colaborar y convivir. Sin duda, se puede hablar de distintas categorizaciones sociales en relación a diferentes 38 Ibid.: 97. 39 ESTÉVANEZ MURPHY, op. cit.: 501. Historia, Identidad y Alteridad Actas del III Congreso Interdisciplinar de Jóvenes Historiadores

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escenarios. En determinados momentos, ser soldado y republicano eran categorías más salientes que otras y prevalecían por ello como fronteras grupales. En otros momentos se diluían hasta hacerse invisibles, pero sin desaparecer.

4. La revolución y el meeting: militares y civiles En aquellos depósitos donde el Gobierno francés había internado grandes grupos de militares emigrados era fácil que la cooperación se diera sobre todo dentro de los márgenes del endogrupo. Los emigrados de la sublevación de Badajoz, por ejemplo, constituyeron una Junta Administrativa para la gestión de los asuntos que les eran comunes40. Esta Junta coordinaba el pago de subsidios y socorros y trataba de evitar desvíos y conductas que se consideraban indeseables. De este modo, normalizaron mecanismos de inclusión y exclusión que favorecían la cohesión interna41. Dado que los militares fueron una clara mayoría, los civiles procedentes de la misma sublevación quedaron en situación subordinada. Muñoz Epelde ofrece un buen ejemplo de la profunda desconfianza de los militares revolucionarios hacia los civiles como agentes revolucionarios. Esa desconfianza conllevaba una concepción disimétrica del mérito de unos y otros en la lucha revolucionaria. Los conspiradores militares consideraban las sublevaciones como «pequeñas guerras»42, es decir, como la fase de guerra dentro del proceso revolucionario. Por eso los sublevados de Badajoz constituyeron una «junta de guerra» en la que el elemento civil era meramente testimonial. Se trataba de una labor de exclusiva competencia militar. Según Muñoz, no era lo mismo conspirar para la revolución que perorar en un club, un casino o un comité. Para el autor, la Asociación Republicana Militar era «una cosa formal», es decir: No era el producto de los meetings, los discursos ni de los banquetes. Era la resultante, oculta por entonces, de la conciencia republicana militar con las garantías del compañerismo, la formalidad, el secreto más absoluto y la esperanza en el esfuerzo regular, serio y compacto, de todos los afiliados en un momento preciso43. 40 Vid. RUBIO BÁEZ, op. cit. 41 Ibid. 42 HEADRICK, ����������op. cit.: 231. 43 MUÑOZ ����������������������� EPELDE, 1901: 13. 898

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La cita anterior ofrece un buen ejemplo del autoconcepto de Muñoz Epelde como republicano militar y revolucionario frente al estereotipo del revolucionario civil. Formalidad frente a informalidad; secreto, cohesión, compañerismo y disciplina frente a indiscreción, imprudencia, discusiones estériles, alardes y palabras huecas; el trabajo serio y efectivo hacia la revolución frente al brindis y el discurso. Conforme a esa interpretación disimétrica del mérito revolucionario, los militares se consideraron acreedores de una compensación superior a los civiles por lo que habían empeñado y perdido sublevándose. Los exiliados contaban para su supervivencia con una importante suma que habían incautado en Badajoz. Antes de internarse en Portugal, se procedió al reparto de subsidios y recompensas. El criterio seguido fue el establecido para los militares en el reglamento de la A.R.M., pero los encargados del pago –dos civiles, Ezequiel Sánchez y Rubén Landa – establecieron una serie de equivalencias entre los rangos militares y los oficios de los civiles44. Esas equivalencias muestran cómo se midieron algunos civiles frente a los militares, y cómo los militares rechazaron la comparación. Un propietario y fabricante de vinos, por ejemplo, era asimilado a un comandante, y se convertía en acreedor de idéntica recompensa (2.800 pts.). Maestro carpintero equivalía a teniente (1600 pts.); maestro albañil a sargento 1º (800 pts.), etc. El remanente fue distribuido en forma de pagas mensuales hasta que se agotó. Los militares exigieron corregir el sistema de recompensas, interpretado como un abuso, y a que Landa dimitiera como depositario y gestor de los fondos. Melchor Muñoz consideraba una exageración esta comparación entre empleos45. De hecho la situación llevó a una ruptura dentro de la comunidad de emigrados de Rennes. Según Landa y Adolfo Expósito, los exiliados se dividían entre civiles y militares, «landistas» y «veguistas» 46.

44 Vid. Relación de los paisanos pertenecientes a la misma con expresión de las cantidades que se han percibido en los puntos que se indican y clasificación que se hace a cada personalidad según su profesión u oficio, AHFE-AMRZ, Exilio 43, C 10. 45 Vid. MUÑOZ EPELDE, 1901: 95. 46 Los pormenores de este enfrentamiento se explican en las cartas de Rubén Landa a Ruiz Zorrilla en AHFE, AMRZ: Exilio 43, C 10; y en Contienda entre los Srs. Vega y Landa, AHFE, AMRZ: Exilio 43, C 11. A esta división entre militares y civiles hace referencia el capitán Adolfo Expósito. Vid. EXPÓSITO, Año 1883, Sucesos políticos acaecidos en la plaza de Badajoz en la noche del 4 al 5 de Agosto y su transcurso en la emigración, [Rennes, 1884?]. Se conservan dos copias sin firmar de esta memoria en AMAE: H 2868. Historia, Identidad y Alteridad Actas del III Congreso Interdisciplinar de Jóvenes Historiadores

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En el fondo se trataba de una disputa por una fuente de recursos limitada y que se agotaba con rapidez. Como puede comprobarse, existía una fuerte relación entre las categorías culturales y los medios materiales de vida de estos emigrados. La necesidad de superar circunstancias compartidas y adversas conducía a la cooperación y a reforzar por tanto los lazos internos del endogrupo. Sin embargo, la competencia por los fondos de Badajoz provocó que la diferenciación entre militares y civiles fuera más saliente que la condición común de emigrado. En contextos diferentes la situación cambiaba. Por ejemplo, en las memorias de aquellos militares que se establecieron desde un principio en París no se percibe esa desconfianza sistemática hacia los civiles. Dicha circunstancia se explica tanto por la diversidad de origen de la comunidad de exiliados de la capital, como por el hecho de que los militares no llegaran en grandes contingentes. Además, no existía una competencia por los recursos. Allí la necesidad de colaborar se extendía fuera de los márgenes del grupo de militares, que aún así no se descompuso. Cuando se ocupaban de trabajos revolucionarios ésta era la categoría primordial. No es casual que la «oficina» de Ruiz Zorrilla estuviera compuesta de forma casi íntegra de militares47. Aunque los militares consideraban a los civiles incapaces para la Revolución, muchos de ellos aceptaron como líder indiscutible a un civil. Del conjunto de los autores aquí tratados, todos salvo Estévanez lo consideraban el jefe supremo de la revolución. El liderazgo de Zorrilla sobre los militares sublevados se había consolidado por su constante labor de atracción, alimentando al mismo tiempo la idea de la absoluta preponderancia de esta institución en los trabajos revolucionarios. Su prestigio en el Ejército y el reconocimiento obtenido como jefe del «partido revolucionario» consolidaban ese liderazgo. No debe olvidarse que Ruiz Zorrilla fue percibido como heredero del general Prim al frente de su partido48, y que gran parte de los militares afectos al marqués de los Castillejos cerraron filas en torno a él49.

47 Vid. MARTÍNEZ LÓPEZ, op. cit.: 138-139. 48 Vid. ÁLVAREZ JUNCO, 1991: 92 y 119. 49 Vid. GONZÁLEZ CALLEJA, op. cit.: 77; y PRIETO Y VILLARREAL, op. cit.: 78.

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5. La nostalgia de la pólvora: republicanos y carlistas La colaboración de republicanos y carlistas en Francia fue una preocupación constante para las autoridades españolas50. Los excombatientes carlistas se encontraron en una situación muy similar a la de los republicanos en el exilio, lo que generó lazos de solidaridad en los que la adscripción política no era excesivamente relevante. Estévanez relató un capítulo especialmente significativo: tras la disolución de la Cámara de los Diputados por el general Mac Mahon y la convocatoria de elecciones por sufragio universal, los republicanos franceses se organizaron para prevenir un eventual golpe de Estado. Gambetta, a través del coronel Bordone, Tenía distribuidas las fuerzas populares en los cien distritos de París […] Me buscó a mí para que reclutara gente en las emigraciones españolas […] Mi satisfacción fue completísima, pues los emigrados españoles, sin excepción ninguna, se me mostraron dispuestos a combatir por la República y a morir por ella. Hablé con varios carlistas de los que me parecieron hombres útiles, y todos se entusiasmaron: sentían la nostalgia de la pólvora. Querían pelear por cualquier causa que fuera51.

Se advierte de este modo la pertenencia al ejército como una categoría identitaria de gran fuerza, un «espíritu de cuerpo» 52 que pervive en los excombatientes. Tanto la emigración republicana como la emigración carlista estaban formadas en gran medida (sobre todo la segunda) por excombatientes que, además, habían sido enemigos en la guerra de 18721876. Por eso puede resultar paradójica la cordialidad entre emigrados republicanos y carlistas o la eventual colaboración en una misma acción. La «comunidad de sufrimientos» promovía la solidaridad entre todos los emigrados políticos. El escenario no era el de la guerra en España, de modo que los carlistas no eran percibidos inmediatamente como enemigos. En cualquier caso, a pesar de la existencia de este tipo de solidaridad los límites entre ambas emigraciones continuaron siendo claros. Por eso los republicanos se refirieron siempre a sus compañeros de exilio no sólo como 50 Vid. Conspiración carlo-republicana en AMAE, Leg. H 2868; y Correspondencia de Antonio Bernal O’Reilly a Antonio Cánovas del Castillo en AHN, Diversos, Títulos y Familias, Leg. 2542, N 63. 51 ESTÉVANEZ MURPHY: op. cit. 520-521. 52 Se trata de «un concepto similar al de identidad colectiva […] que puede explicarse especialmente a movimientos que requieren un grado notable de compromiso» del cual derivan «un sentimiento de lealtad […] y un conjunto de valores (o ideología)» JAVALOY MAZÓN, op. cit.: 287. Historia, Identidad y Alteridad Actas del III Congreso Interdisciplinar de Jóvenes Historiadores

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emigrados sino como emigrados carlistas. Es decir, los republicanos los percibieron próximos, pero siempre al otro lado de su propio círculo. Lo anterior no significa que el carlismo hubiera dejado de representar al enemigo que había sido durante la guerra. Lo que ocurre es que los militares republicanos identificaron a ese mismo enemigo con la Restauración. Ese desplazamiento se explica por una doble decisión del gobierno de Cánovas. La primera fue la política de perdón de Martínez Campos con los combatientes carlistas en el tramo final de la guerra y el nombramiento del general Cabrera como Capitán General53. La segunda, la purga ideológica realizada en el Ejército. Numerosos generales demócratas fueron expulsados de España en 1875, al tiempo que «el gobierno puso a paga reducida o envió a Cuba a gran cantidad de oficiales de grado inferior y soldados sospechosos de simpatizar con los republicanos»54. Pablo González-Pola señala que «a mediados del 75, se detecta la primera campaña de agitación en los cuarteles por medio de octavillas subversivas». En una de ellas se atacaba «a los que pactan con Cabrera, verdugo de los liberales, y destierran a los generales republicanos, después de arrojar del servicio a los oficiales que no quisieron ser sus (…………)»55. Por eso Rubio Báez juzgaba lo «más vergonzoso para el Ejército que lo consiente, [la presencia] de paisanos Carlistas reconocidos por gracias especiales». Más adelante proponía a sus lectores jurar «odio eterno a la política conservadora Carlista», en referencia a los gobernantes de la Restauración, y no olvidar «a las víctimas de la causa de la libertad»56.

6. La lucha Francisco Rispa y Perpiñá finalizó sus memorias rescatando un viejo artículo de su periódico El Combate. Se titulaba «Combatiremos siempre». Con él pretendía resumir y explicar «las razones fundamentales de nuestra conducta revolucionaria»57:

53 Vid. VERDEJO LUCAS, 2004: 104-107. 54 HEADRICK, op. cit.: 219. 55 GONZÁLEZ-POLA DE LA GRANJA, 2003: 204. 56 RUBIO BÁEZ: op. cit. 57 RISPA Y PERPIÑÁ: op. cit.: 269. 902

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Entendemos que la vida es una perpetua lucha, un combate continuado, incesante, perdurable, eterno; ley de nuestro ser; alma de nuestra alma, espíritu de nuestro espíritu, la lucha es nuestra propia existencia y la existencia de los mundos. […] En la Naturaleza existe, pues, una ley que destruye y otra que crea […] la lucha varía de forma, según varían las circunstancias58.

Las memorias de Rispa son el relato de su lucha en tres circunstancias distintas. Comienza con sus trabajos revolucionarios en Barcelona en los meses previos al bienio progresista. Enlaza con su ingreso en el Ejército y la guerra de Marruecos. Continúa con las conspiraciones anti isabelinas de 1866-1868 y con la lucha legal durante el Sexenio. Tras los golpes de Pavía y Martínez Campos, en 1874, reanuda la conspiración para derribar la monarquía y restaurar la república. Se dan, por tanto, tres tipos de contienda: la conspiración política, la guerra, y la lucha por medio de la prensa y el sufragio. Pero conforme a su exposición, esas tres luchas son una sola: la que se da permanentemente entre el progreso / civilización contra la reacción / barbarie. Las memorias de Nicolás Estévanez se estructuran de un modo similar59. Los restantes autores, por su parte, se limitan casi exclusivamente a describir la conspiración, la rebelión contra la Restauración y el consiguiente exilio. Los militares revolucionarios se reconocían a sí mismos como agentes del progreso. Por ello, crearon un estereotipo con fuertes resonancias jacobinas: patriotas identificados con el pueblo, sacrificados por su regeneración, por la libertad, la justicia, etc. Confiaban en la superioridad de su idea, que no era necesariamente la superioridad del número, sino la de la razón: «la idea liberal es invencible, sea cualquiera el número de sus defensores, porque el absolutismo real es un anacronismo»60. Por ello, al reconocerse como soldados en la primera fila del progreso en su marcha civilizadora, se imaginaban como redentores de un pueblo educado en el fanatismo. Pero la civilización no podía imponerse en España si no era con la ayuda de la lucha armada. El siguiente diálogo entre Fernando Garrido y Nicolás Estévanez ilustra estas ideas. El primero le reprochaba lo siguiente:

58 Ibid.:271, 273 y 376. 59 Su concepción evolucionista sobre «naciones que viven estancadas» que serán barridas por la civilización «si ellas mismas no se regeneran», en ESTÉVANEZ MURPHY: op. cit.: 535-536. 60 Ibid.: 480. Historia, Identidad y Alteridad Actas del III Congreso Interdisciplinar de Jóvenes Historiadores

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-Es Vd. pesimista, y acabará por creer que la República es imposible en España. -No creeré nunca tal cosa; lo que creo desde ahora mismo es que no puede implantarse y menos sostenerse no siendo a cañonazos. Por el derecho, por el pensamiento, por la persuasión, no la admitirá un pueblo de inquisidores. -Pues si el pueblo no la quiere, ¿con qué derecho se la hemos de imponer? -Con el derecho del sentido moral y del buen juicio y por el deber de disipar la ignorancia y la superstición […]61.

Por eso el teniente Rubio Báez identificaba a los «cerca de […] trescientos y tantos Jefes y oficiales de Rennes, Montauban, Cette, Suiza, Portugal, etc. etc.» en la lucha sin cuartel contra «la reacción que la ahoga [a España], deshonra y embrutece»62. Los actores que representaban a esa reacción cambiaban dependiendo del escenario: como ya se ha explicado, los carlistas derrotados que sufrían su misma suerte en el extranjero no eran ya el enemigo. El adversario era en primer lugar aquél sistema contra el que se habían rebelado: la monarquía restaurada. Por eso era frecuente justificar su rebelión como una respuesta al pronunciamiento de Martínez Campos en Sagunto63, que la hizo posible. En segundo lugar, el Gobierno, sus agentes y espías. En una categoría distinta distinguían como antagonistas a los traidores y los «cobardes» que entorpecían el éxito de la revolución. Conforme a esta lógica categorizaron a los distintos gobiernos de la Restauración como representantes de esa reacción que, según Muñoz Epelde, «agostó en temprana edad el árbol del progreso y de la justicia»64. Para el ex teniente Rubio Báez: «El monstruo del absolutismo […] que creímos de buena fe haber vencido en los campos de batalla […] hoy se levanta triunfante en toda la Nación»65. De este modo trataban de justificar la rebelión contra las autoridades, quebrantando sus deberes como militares de conservar la disciplina y observar las ordenanzas. En este sentido, Rubio Báez entendía que el militar debía acatar la disciplina siempre que el Ejército se identificara en sus fines con la nación. De este modo, reproducía la imagen del ejército español como una fuerza esencialmente liberal y popular: 61 Ibid.: 481-482. 62 RUBIO BÁEZ: op. cit. 63 Vid. RUBIO BÁEZ: op. cit. y MUÑOZ EPELDE: Op. cit.: 1. 64 Ibid.: 3. 65 RUBIO BÁEZ: op. cit. 904

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[…] manifesté siempre que la misión del militar, por alta que sea su graduación, debería ser puramente la de un Ejército Nacional, porque sólo la Nación es soberana = ¿Quién paga al Rey? Pues si la Nación paga al Monarca… ¿Por qué ser el Ejército realista y no Nacional? […] Anatematizo las sublevaciones, pero santifico las revoluciones en proclamación de la soberanía Nacional, pues es llegado el tiempo de que el pueblo y el Ejército puedan esperar de sus superiores jerárquicos una franca, recta e imparcial administración de justicia en todas las esferas sociales. […] El Ejército es del pueblo y para el pueblo66.

7. El regreso de los emigrados Los militares emigrados dirigieron escritos a la prensa española con cierta frecuencia. Según Muñoz Epelde «estos pequeños e inofensivos desahogos» pretendían contrarrestar «las torpes calumnias e injurias que contra nosotros propalaba la prensa enemiga o asalariada»67. De este modo se encauzaba un medio conflictual para la presentación de un «nosotros» frente a la percepción que a su vez había proyectado el «otro». Al enviar este tipo de comunicaciones a periódicos republicanos como El Porvenir, El Progreso o El País, recibían el reconocimiento de su propio partido. De este modo los militares republicanos emigrados reforzaban un autoconcepto basado en el heroísmo: eran mártires del Progreso y ejemplo para todos los partidarios de la «causa sacrosanta» de la República68. Por ello se consideraban acreedores de la ayuda del partido en términos morales y materiales. Este sentimiento llevó a que muchos se embarcaran en una carrera política69. Carlos Casero, por ejemplo, hizo de su regreso una gira auto promocional que finalizó en una asamblea de su partido70. Emilio Prieto volvió a España con la intención de dedicarse plenamente a la política71. Serafín Asensio Vega trabajó para organizar el partido republicano progresista de Badajoz72. 66 Ibid. 67 MUÑOZ EPELDE, 1884: 70-71. 68 RUBIO BÁEZ: op. cit. 69 Algunos como Estévanez o Rispa habían tenido una trayectoria consolidada desde los años del Sexenio. 70 CASERO, op. cit.: 178-202. 71 Sobre las pretensiones políticas de Emilio Prieto vid. L. LAPUYA, op. cit.: 229-230. 72 Asensio Vega a Ruiz Zorrilla, La Parra, 29-IV-1895, AHFE-AMRZ: Exilio 37, C 47. Historia, Identidad y Alteridad Actas del III Congreso Interdisciplinar de Jóvenes Historiadores

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A partir de 1886 fueron muchos los militares internados en los depósitos de Francia y Portugal que solicitaron a título particular el indulto de las autoridades españolas. De este modo, se redujo en gran medida el número de las comunidades de militares. Cinco años más tarde, la amnistía concedida por la Regencia permitió el regreso masivo de los emigrados73. Como consecuencia, los que decidieron permanecer en suelo extranjero perdieron su condición de exiliados políticos por la de emigrados voluntarios. Tras el regreso de Ruiz Zorrilla a España en 1895, la comunidad republicana radical en el extranjero se redujo al mínimo. Es interesante comprobar cómo las categorías de militares emigrados se mantuvieron a partir de entonces como elemento de disputa política a nivel simbólico. En la asamblea del Partido Republicano Progresista de 1895 se debatía la línea a seguir por la agrupación tras la retirada de Ruiz Zorrilla de la política. Unos y otros se valieron del peso moral de los sublevados de 1883 y 1886 para defender sus posiciones. Los partidarios de la participación electoral pusieron en juego el prestigio del comandante Emilio Prieto y Villarreal. Entre los defensores del retraimiento figuraron antiguos militares emigrados como Carlos Casero, Basilio Lacort, Pedro Marín, Asensio Vega, Vidaurreta o Jerónimo Pou74. Todos ellos esgrimían su intimidad con Ruiz Zorrilla y los sacrificios empeñados con el líder revolucionario en su lucha por la República. Sin embargo, sus expectativas se vieron frustradas en los años siguientes, al tiempo que el partido republicano progresista agonizaba tras la muerte de Zorrilla.

8. El Ejército republicano y la Restauración. Conclusiones Daniel R. Headrick afirmó que «la historia del ejército español durante la restauración puede ser explicada exponiendo su antítesis, es decir, la historia del derrumbamiento del republicanismo militar español»75. Frecuentemente el insurreccionalismo revolucionario de las décadas de 1870 y 1880 ha sido juzgado en función del resultado de la política de la Restauración hacia el Ejército. Es decir: partiendo de la verificación de la despolitización del Ejército por la ausencia de insurrecciones entre 1886 y 1923, se concluye que 73 CASERO, op. cit.: 132. 74 Exposición de adhesión de la izquierda de la Asamblea Republicana Progresista a Ruiz Zorrilla, AHFE-AMRZ, Exilio 37, C 47; y ÁLVAREZ JUNCO, op. cit.: 110-113. 75 HEADRICK, op. cit.: 225. 906

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el republicanismo militar de los primeros quince años de la Restauración fue un fenómeno residual aferrado a una estrategia político-militar desfasada76. Siguiendo esta interpretación, las memorias estudiadas podrían valorarse como la expresión de ese desfase. También pueden interpretarse como el relato de la derrota del «republicanismo militar español» y una prueba de una profunda transformación del ejército en las dos últimas décadas del S. XIX. Comparto la segunda valoración, pero considero necesario cuestionar la primera. Por ello creo indispensable reflexionar sobre la dimensión de ese republicanismo militar durante los tres primeros lustros de la Restauración. Las anteriores consideraciones están íntimamente unidas a la caracterización de la Restauración como una etapa en la que las reglas del juego fueron unánimemente aceptadas. Esa interpretación también ha sido trasladada al seno del Ejército, de modo que se supone un casi perfecto equilibrio entre el orden institucional, el orden castrense y las expectativas de la mayor parte de la población77. Para contrastar dichas valoraciones es imprescindible considerar las distintas muestras de oposición violenta como excepciones o accidentes mínimamente representativos. Las expectativas canalizadas por los partidos republicano y radical durante el Sexenio no desaparecieron de la noche a la mañana, fundidas en esa supuesta adhesión a la Restauración como promesa y garantía de paz. Por ello creo que es inadecuado sostener una plena identificación con este régimen del elemento castrense. Hacerlo equivaldría a renunciar a la caracterización del Ejército como «uno de los pocos vertebradores del nacionalismo español tal como había sido concebido e interpretado por las diversas corrientes liberales a lo largo del siglo»78. Esa función, señalada por Vicens Vives y Payne, y confirmada después por Headrick79, apunta a que el ejército canalizó opciones políticas diversas y con ellas distintos proyectos de nación. La verdadera dimensión del republicanismo militar durante la Restauración, movilizado por los partidos demócratas y republicanos, es

76 GONZÁLEZ CALLEJA, op. cit.: 75-76. 77 Este es, por lo que se refiere a la Restauración, el principal argumento de SECO SERRANO, 1984: 193, 196, 202. Una visión similar en GONZÁLEZ-POLA DE LA GRANJA: op. cit.: 188. 78 Ibid.: 32. 79 Vid. HEADRICK, op. cit.: 59. Historia, Identidad y Alteridad Actas del III Congreso Interdisciplinar de Jóvenes Historiadores

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todavía desconocida80. Es cierto que los resultados de las conspiraciones durante quince años estuvieron muy por debajo de las expectativas de sus autores. Esto permite juzgar la contestación armada a la Restauración por la pequeña dimensión de los estallidos revolucionarios. Pero hay una alternativa: evaluar esa respuesta por su potencial dimensión, que nunca llegó a evidenciarse de forma completa. Es la segunda posibilidad la que permite concebir la movilización subversiva de militares demócratas como instrumento eficaz de presión a los poderes públicos. La derrota del republicanismo militar significó lógicamente la desarticulación de las categorías mentales que lo conformaban. La identificación entre pueblo, nación y ejército fue sustituida por el alejamiento entre los elementos civil y castrense, y la especialización del último en funciones de orden público81. El derrumbe del republicanismo progresista durante el último decenio del S. XIX, agudizado con la muerte de Zorrilla, eliminaba la mayor opción de canalización del descontento militar. Ese descontento no se basaba únicamente en cuestiones salariales y de ascensos. Pero el progresivo alivio de estos problemas y la sucesión de reformas del Ejército ayudaron a alejarlo de las agrupaciones republicanas. En adelante, las intervenciones militares en la política Española no se harían en apoyo de un partido político. Por eso Álvaro de Albornoz se extrañaba de que en pleno siglo XX siguieran existiendo progresistas que soñaban «con caudillos militares que hagan la revolución», y de que aún en 1917 gritara el pueblo «ante las ametralladoras, prontas a dispararse: ¡viva el Ejército!»82.

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