Identidad y contexto en la necrópolis tardorromana de Mérida. En: Identidad y etnicidad en Hispania. Propuestas teóricas y cultura material en los siglos V-VIII. Documentos de Arqueología Medieval 8

June 14, 2017 | Autor: Javier Heras Mora | Categoría: Late Antique Archaeology, Great Migration period, Augusta Emerita
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Identidad y contexto en la necrópolis tardorromana de Mérida FRANCISCO JAVIER HERAS MORA (JUNTA DE EXTREMADURA), ANA BELÉN OLMEDO GRAGERA

RESUMEN Presentamos un grupo de sepulturas halladas en la necrópolis tardorromana de Mérida, en el antiguo suburbio norte de la ciudad. Son perfectamente identificables por los objetos de vestimenta y adorno personal —fíbulas, collares, pendientes, agujas y apliques áureos— cuyo origen cabe rastrear en las tierras del bajo-Danubio y el área póntica. En Europa Occidental la aparición de estos conjuntos de ítems está íntimamente relacionada con el fenómeno histórico de las Grandes Migraciones de la primera mitad del siglo V. En Emerita, por entonces capital política y administrativa de la Diocesis Hispaniarum, estos enterramientos «singulares» de personajes vestidos a la moda pontodanubiana podrían explicarse en relación con la toma de la ciudad por los suevos y el corto periodo en que su rey —Requila— establece aquí su residencia. PALABRAS CLAVE: Contextos funerarios, orfebrería, Grandes Migraciones, siglo V, Mérida, España.

1. INTRODUCCIÓN Al socaire del desaforado desarrollo urbanístico, la herramienta llamada «Arqueología Preventiva» ha puesto a disposición de la Historia un fondo documental difícil de digerir en tiempo real, dado su volumen y complejidad. Como otras muchas ciudades, Mérida vivió en los últimos años antes de nuestra reciente crisis del opus lateritium un incremento exponencial de la extensión conocida de la urbe romana que —recordemos— fue capital de la provincia Lusitania y, después, de la Diocesis Hispaniarum (ARCE, 2002; ÉTIENNNE, 1982). Lo que venimos a mostrar en este encuentro, no es —o al menos no lo pretendemos— un avance o el resultado de una de esas excavaciones de urgencia, sino una particular re-

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flexión sobre un aspecto concreto y sumamente significativo resultado de aquellos trabajos. Unos trabajos de los que apenas se cumple un lustro desde que fueron suspendidos, sin que se hubieran concluido, y un fin que deja atrás quizás demasiadas dudas por resolver, pero también muchas certezas y sorpresas. Cuanto encontramos en la compleja estratigrafía de la excavación fue también resultado de un cúmulo de circunstancias: la posibilidad de excavar en extensión una superficie superior a la media hectárea, unas óptimas condiciones de conservación que en buena parte se deben a una afortunada estratificación de los sedimentos sobre las distintas facies de actividad y una secuencia que en más de once metros de espesor resume la historia de la ciudad. Habíamos recibido el encargo de los entonces responsables del Consorcio de Mérida de afrontar la excavación de un solar prácticamente libre de construcciones desde los tiempos antiguos, sin apenas alteraciones posteriores, cuya posición respecto de la ciudad antigua basculaba entre el interior y el exterior de su recinto amurallado. Resueltas las dudas de partida en cuanto a su correcta inserción urbanística, tardaremos poco en apreciar la relevancia de cada una de las fases y, de forma muy particular, las que convierten a este espacio en referente del mundo funerario en la ciudad, prácticamente en todos los periodos de la Mérida romana. A lo largo de nuestra intervención trataremos de caracterizar desde diversos puntos de vista uno de los momentos de ese gran cementerio emeritense, concretamente un grupo de enterramientos que podemos calificar como excepcional dentro del marco espacial y cronológico de la Necrópolis Norte de Augusta Emerita. Esa excepcionalidad no emana solamente de la naturaleza o calidad de unos elementos presentes en las tumbas, sino también del origen geocultural

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Figura 15.1. Situación del solar excavado en la Calle Almendralejo n.º 41 de Mérida (planta de la ciudad romana según Barrientos, Arroyo y Marín, 2008)

que puede atribuirse a cada una de las piezas, individualmente y en su conjunto. Las derivaciones en materia de identidad se van a postular claras y manifiestamente del lado de realidades exógenas bien conocidas en otros ámbitos periféricos respecto de los territorios nucleares del Imperio Romano. Indudablemente, todo ello llevará consigo implicaciones históricas de calado que se proyectarán más allá de los límites locales o regionales. 2. CONTEXTO ESTRATIGRÁFICO Hasta 2007, el solar de la Calle Almendralejo n.º  41 se iba configurando como una oportunidad para el estudio de la ciudad desde múltiples ópticas: la dinámica urbanística, el mundo funerario y religioso (HERAS, OLMEDO, 2011; BUSTAMANTE, OLMEDO, 2012; HERAS et alii, 2011;

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HERAS 2011), la evolución de las modas arquitectónicas y decorativas dentro de la ciudad (HERAS, PEÑA, 2011), la gestión de los residuos en época romana (HERAS et alii, 2011), la producción o el consumo y provisión a lo largo de todos esos años (BUSTAMANTE, 2013). Buena culpa de ello tendrían la excepcional conservación de los restos, las dimensiones del área excavada, su amplia secuencia estratigráfica y unas particulares circunstancias topográficas. Poco a poco, quizás a menor velocidad de lo que quisiéramos, vamos poniendo en pie toda la información generada, procurando atender a aquellas expectativas despertadas casi desde el comienzo y comenzando a ver resultados de todo ese enorme trabajo, unas veces en forma de avances, otras, pequeñas monografías o temáticos. Vamos a comenzar aquí haciendo un repaso muy somero por el contexto urbanístico de los

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elementos que traemos a este foro en un rápido recorrido a través de la secuencia evolutiva, remontándonos a los orígenes y acabando con el abandono definitivo del espacio funerario que trataremos en adelante, con el objetivo de valorar el grado de integración urbana de nuestra necrópolis, un aspecto a menudo ausente en el estudio de los conjuntos tardorromanos o tardoantiguos. Los niveles arqueológicos de nuestra intervención parten ya de un tiempo muy próximo a la fundación de la ciudad y se proyectan hasta la Tardoantigüedad. En todo ese tiempo, la porción de terreno que comprende este solar pasó por ser un dinámico sector a los pies mismos de la muralla. Aquí confluyen diversos caminos periurbanos que, salvando las pendientes, se dirigen hacia una de las puertas de la fachada norte. En este punto, los corredores de acceso a la ciudad se convierten en auténticas vías sepulcrales, un tránsito obligado que es aprovechado para el recuerdo de los difuntos y la exhibición del estatus de sus familias. Particularmente ilustrativo de este aspecto es la construcción de sendos monumentos funerarios durante las primeras décadas del siglo I y que hallamos jalonando uno de esos caminos (HERAS, OLMEDO, 2011). El otro gran uso a que se destinó en lo sucesivo este espacio es el de vertedero; de hecho, es una sucesión de estratos de desperdicio urbano lo que da al traste con la memoria que representaban esos mausoleos apenas tres o cuatro decenios después de su levantamiento. La historia posterior del solar, salvando la cuestión de la vieja monumentalidad de los primeros años, se plantea en claves de continuidad, acaso cierta alternancia entre los usos funerarios y de desecho de residuos sólidos (HERAS et alii, 2011). Se suceden facies de enterramiento —primero de incineración, después de inhumación— hasta finales del siglo III y comienzos del siglo IV, siempre intercaladas con potentes niveles de basuras domésticas y escombro constructivo. Entre tanto, los caminos apenas sufren cambios en su trazado —alguna simplificación de la red original— y el consecuente ascenso de las cotas absolutas al compás que el terreno circundante. Detectamos también ciertas alteraciones en la gestión de los residuos líquidos, más evidente cuando verificamos el deseo fehaciente de mantener y reparar hasta ese momento la red de cloacas construida a lo largo del siglo I bajo las calzadas. Llegado un punto, esa voluntad conservadora

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se transforma en la adopción de soluciones pragmáticas que logran el propósito para el que se diseñaron las viejas cloacas, trazándose profundos canales excavados en el omnipresente vertedero urbano del suburbio norte. Las enormes montañas de escombros y basuras acumulados durante siglos y que habían modificado absolutamente la topografía original, a finales de la cuarta centuria se esculpen y nivelan, generando con ello una plataforma regular frente a la muralla. Sobre aquélla, y en ambas márgenes del único camino que se mantiene durante toda la Antigüedad, se elevan auténticos complejos constructivos a pocos metros de la puerta del viejo recinto defensivo de Emerita. Uno de ellos fue seguramente un edificio de cometido religioso, reservado a uno de los cultos y rituales más destacados de cuantos observaban aquellas religiones orientales o mistéricas, impulsadas coyuntural y efímeramente desde el poder o desde determinados sectores sociales durante aquellos años (HERAS, 2011). Aunque volveremos sobre ello a propósito de la contextualización cronológica de nuestro horizonte funerario, cabe adelantar que su atípica arquitectura, junto al intenso programa simbólico de su decoración, sucumbió pocos años después de que fuera erigido, probablemente muy a comienzos del siglo  V (HERAS, 2011, p. 52; HERAS et alii, 2012, pp. 190-191). Las razones de su pronto abandono —si es que fue tal— o las causas de su colapso arquitectónico —a todas luces rotundo y dramático— hoy por hoy nos ofrecen importantes dudas y su interpretación nos puede llevar a lecturas muy distantes entre sí (HERAS et alii, 2013). Existe, en cambio, una aparente coincidencia temporal en el ocaso de este edificio y el de las construcciones vecinas, con una vocación bien distinta (almacenes, panadería, quizás también vivienda, etc.). Veremos más adelante si esa coincidencia rebasa o no los límites del ámbito espacial de nuestro sector urbano. Lo que sigue a este interesante capítulo de destrucción, más o menos generalizable al resto del suburbio norte, es la paulatina suavización de las ruinas dejadas por la desaparición de los edificios, convertidos ahora en túmulos de tierra gracias a la descomposición de sus alzados de tapial. Aquel camino que sobrevivía desde los orígenes de la ciudad se mantiene sobre el primitivo trazado y, alejados unos metros de él, con una orientación que ya no impone éste, se excavan las sen-

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cillas fosas funerarias de una nueva generación de sepulturas. 3. LA NECRÓPOLIS TARDORROMANA Después de todo este recorrido, la instantánea que podemos recrear de este paisaje suburbano en el segundo cuarto del siglo V camina entre la ruina y la nueva reocupación del espacio como suelo funerario. Aquel viejo camino de tierra arranca sinuoso desde la puerta de la muralla; a un lado deja los túmulos desgastados de las construcciones desaparecidas y se dirige hacia el norte buscando las orillas del río Albarregas, que bordea la ciudad por este costado. Las pendientes originales del terreno se mantienen, aunque notablemente suavizadas —o cuanto menos muy matizadas— durante todos estos siglos de aporte y actividad humana, y apenas desplazadas un centenar de metros desde su primitiva posición. En las cunetas de ese camino y entre los escombros más recientes todavía asoman las crestas muy desgastadas de algunos muros. Esta superficie, no demasiado irregular a pesar de todo, sirve para ordenar en alineaciones bastante rigurosas un conjunto de unas siete decenas de sepulturas. Siguen rectas paralelas con orientación E-O que se distribuyen por buena parte del sector noreste de la extensión excavada. Algunas tumbas —las menos— escapan de esta rutina, repartidas aleatoriamente por otras áreas libres entre las leves ondulaciones del terreno. A estas alturas, tampoco estamos en disposición de conocer los límites de esta nueva facie funeraria, toda vez que resta por intervenir el resto del sector oriental del solar y, fuera de él, todo se encuentra urbanizado desde hace décadas. En cuanto a los otros límites de la necrópolis, los crono-estratigráficos, las dataciones que nos proporcionan los niveles que los cubren o las estructuras que cortan las fosas van a ser suficientemente representativos para fijar una fecha relativa bastante aceptable para nuestros objetivos. Recordemos el destino de las construcciones erigidas a finales del siglo IV, como el «edificio singular» de carácter religioso del sector noroeste que, a tenor del análisis tafonómico de los restos de su arquitectura colapsada, podemos aceptar que su final fue drástico (HERAS, 2011, pp.  47 y 135). Sus columnas de mármol y granito, arcos y muros de tapial pintados se habrían desplomado

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de una sola vez, atrapando tras de sí un interesante depósito de material mueble, entre los que destacamos un buen número de recipientes de bronce y otros objetos de hierro; también algunas ánforas y un excepcional conjunto de amuletos religiosos fabricados en hueso (HERAS et alii, 2012). Bajo los derrumbes de una de sus fachadas hallamos un grupo de cuerpos humanos insepultos —aún con sus piezas óseas en conexión anatómica— que probablemente serían sorprendidos por el propio colapso estructural del edificio (HERAS et alii, 2013). Por el momento destacaremos de este hallazgo el hecho de que uno de los cuerpos conservase junto al cuello varias monedas de bronce, con un intervalo cronológico muy estrecho, correspondientes a acuñaciones de Graciano, Teodosio, Arcadio y Honorio, maiorinas reducidas —con la leyenda Gloria Romanorum— que se pueden fechar a comienzos del siglo V (HERAS 2011, p. 52). El resto del registro material —eminentemente cerámico— de ese nivel de destrucción refrenda esa cronología (HERAS et alii, 2012, p. 190, fig. 5). Aceptando, pues, estas datas post quem, el techo temporal y estratigráfico viene marcado por la cronología que aportan los materiales incluidos en los niveles de tierra que interrumpen la deposición funeraria en este sector. En este sentido y a pesar de su imprecisión, los tipos cerámicos (p.  ej.: sigillata focense Hayes 3b, y ARSW-D de los tipos Hayes 73, 87a, 58a y 59) permiten movernos en un momento inmediatamente después de mediados del siglo  V, en todo caso antes de que comience el VI (BUSTAMANTE, 2013, p. 59). Dicho esto y habiendo enmarcado espacial y cronológicamente nuestro horizonte funerario, grosso modo en el segundo cuarto de la quinta centuria, cabe hacer balance del aspecto morfológico de los enterramientos que conforman esta necrópolis tardorromana. Avanzamos que no existe un tipo particularmente homogéneo de sepultura, sino un ritual común consistente en la inhumación del cuerpo en el interior de una fosa alargada. Cuestión aparte es la «arquitectura» que recibe la deposición: unas veces una caja de ladrillos, otras una improvisada cista de piezas de teja plana y, la mayoría de los casos, una sencilla fosa excavada en la tierra, sin más elaboración. El relleno de tierra que la colmata envuelve directamente los restos antropológicos, aunque existen soluciones de cubierta, como tegulae que se disponen de forma horizontal o a modo de tejadillo,

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Figura 15.2. Planta del solar con las construcciones de finales del siglo IV y enterramientos (fases del siglo III y V, en distinto tono)

alguna capa de cantos menudos, etc., en general habituales en la tradición funeraria emeritense (BEJARANO, 1998). Por su parte, la aparición de clavos en el interior de algunas sepulturas pone de manifiesto el uso de ataúdes de madera. Tampoco en ello se registran cambios significativos respecto de las costumbres de la ciudad desde la generalización del rito de la inhumación. Acaso, la diferencia más notable entre los enterramientos de inhumación más antiguos —una fase que arrancaba ya desde el siglo  III— y los que integran ahora la necrópolis tardorromana sea un ligero cambio en su organización y orientación, que podemos observar en la figura 15.2. Cuestión bien distinta es el componente material de las tumbas, observándose —como norma general— la exclusión en los depósitos de cualquier tipo de objeto en las más recientes, ya tenga que ver con el atuendo personal o ya responda a cometidos de carácter ritual, como las acostumbradas ofrendas de la época clásica.

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A parte de estas circunstancias, nada más incluyen las sepulturas que permita una clara clasificación general, ni morfológica ni material, no al menos hasta llegar al grupo con elementos de adorno personal o «de prestigio» que trataremos en el siguiente apartado. 4. LA ORFEBRERÍA: ORIGEN Y EXCLUSIVIDAD EN EL ÁMBITO FUNERARIO Hemos adelantado el hecho de que los nuevos enterramientos de los siglos IV y V parecen querer despojarse de cualquier objeto distinto al propio cuerpo o la caja que lo envuelve, seguramente en relación con un cambio en el rito funerario o en el sistema de creencias en la ciudad. Esta llamativa ausencia es también un importante hándicap para concretar el momento en que ese cambio se produce y sólo las aproximaciones relativas

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y de carácter estratigráfico nos van a permitir discriminar fases distintas dentro de los mismos espacios. Una vez hemos definido los límites espaciales y cronológicos, la necrópolis tardorromana se muestra considerablemente homogénea en lo morfológico; en lo material, sin marcar una tendencia clara o concreta, se comporta de forma distinta. Y esto es porque un reducido grupo de enterramientos contienen elementos relacionados con el atuendo personal o incorporan algún objeto que, ya sólo por eso, parece denotar un rasgo distintivo en el ritual funerario o la creencia religiosa. El grupo lo componen hasta nueve sepulturas repartidas de forma aparentemente aleatoria entre los demás enterramientos de la necrópolis tardorromana, con los que comparte orientación, alineación, aspecto físico, disposición del cadáver, etc. Si el rasgo común de aquellas inhumaciones era la «desnudez» de los cuerpos, en este particular grupo aparecen claramente ataviados con sus trajes y paños, de los que se han conservado tan sólo aquellas partes generalmente metálicas, y con adornos personales, tales como anillos, pulseras, collares o pendientes.

Uno de los conjuntos más interesantes y, seguramente, el más significativo y categórico desde el punto de vista etno-cultural, trata de un enterramiento femenino (enterramiento 1), en posición decúbito supino y orientación norte-sur (fig.  15.3). Junto a la cabeza se disponen un pequeño jarro o botella cerámica y una copa de vidrio. Sobre el cráneo y en torno al cuello y pecho aparecen diseminadas hasta ochenta y seis pequeñas láminas con relieves repujados, con formas geométricas —triángulos, cuadrados círculos o dobles espirales— y con un cierto orden establecido. A la altura de los hombros localizamos dos grandes fíbulas plateadas (fig. 15.4).

Figura 15.4. Fotografía del par de fíbulas plateadas del enterramiento juvenil femenino (sepultura 1)

Figura 15.3. Fotografía de un enterramiento juvenil femenino (sepultura 1)

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Sólo habrá que revisar el registro material de las necrópolis de época romana en la ciudad para concluir que la adición de este tipo de elementos constituye algo totalmente excepcional. De hecho, cada uno de ellos por separado son una llamada de atención hacia un mundo ajeno a la tradición romana occidental. Las fíbulas, por su parte, apuntan a un modelo determinado —distintas a las que después se incluirán en las necrópolis hispano-visigodas (EBEL-ZEPEZAUER, 1994)— bien conocido en las regiones próximas al Limes danubiano y hasta cierto punto frecuentes en los ajuares funerarios de Hungría, Ucrania o Rumanía, vinculadas a los pueblos germanoorientales y conocidas en el resto de Europa en relación con el fenómeno histórico de las Grandes Migraciones del siglo V. Su origen último habría que buscarlo en aquellas civilizaciones de Çernajahov próximas al Mar Negro (KAZANSKI,

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1989, p. 59; 2009a, pp. 433-434; KAZANSKI, MASTYKOVA, 2003a, p. 107). Junto a otros objetos, las fíbulas plateadas o blechfibeln vienen a formar parte de un atuendo exclusivo, una moda en el vestido propio de las mujeres de la aristocracia de aquellas comunidades. Desde el punto de vista arqueológico, se ha venido manteniendo el término de «Horizonte Untersiebenbrunn» para identificar el componente material habitual que define esa moda o traje. Una vez sistematizado, este horizonte o nivel —Nivel D2 de Tejral (1988) o IA de Ripoll (1991)— es posible seguir el rastro de esas poblaciones a su paso por las provincias occidentales del Imperio. En este sentido, nuestra variante de fíbulas están presentes en yacimientos tan significativos como las necrópolis francesas de Hochfelden, Airán, Balleure, Arcy-Sainte-Restitute, Saint-Martin-de-Fontenay (KAZANSKI, PERIN, 2009, p. 153, fig. 4), Nouvion y Vicq (una recopilación y reflexión en KAZANSKI, 1989, p. 59). Visto de este modo, interesa valorar el conjunto y, en este sentido, se puede sostener que este «costume princier féminin» comprende además otros objetos, como aquellas laminillas geométricas, que trataremos a continuación y que también son característicos de este período, o un tipo de cuentas metálicas en forma de tubo, colgantes de oro en forma de luna, también cónicos y lanceolados, y hebillas de cinturón con placas rectangulares (KAZANSKI, 2009a, pp. 433-434).

Figura 15.5. Fotografía de detalle del conjunto de láminas de oro del enterramiento juvenil femenino (sepultura 1)

Las pequeñas láminas de oro que veíamos en este mismo enterramiento (fig. 15.5), como las fí-

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bulas, serán uno de los ítems más habituales entre los enterramientos de la primera mitad del siglo  V y del «vestuario mixto ponto-germánico» (MASTYKOVA, KAZANSKI, 2006, p. 290; KAZANSKI, 2009a, pp. 439-440). Forman parte de los depósitos más característicos de ese «Horizonte Untersiebenbrunn», como las necrópolis francesas ya aludidas de Hochfelden (Alsacia) o Airán (Valmeray, Calvados) y se hallan presentes en otros lugares de la Europa Central, como el yacimiento epónimo de Untersiebenbrunn, y Oriental, en Sinyavka (KAMENECKY, KROPOTKIN, 1962; KAZANSKI, MASTIKOVA 2003a, fig.  4) y Smolin (Ucrania), en los yacimientos húngaros de Regöly, Papkeszi y Lebény, Cosoveni (Rumanía), Muhino y Bol’soj Kamenec, en Rusia, y Kosino (Polonia), o en lugares tan distantes de esta región, como la actual Túnez, en la necrópolis de Kudiat-Zateur (KOENIG, 1981) o en Thuburbo-Majus (KÖNIG, 1981, fig. 6, lám. 49a, b.; EGER, 2001, fig. 12). Se ha venido aceptando para estas piezas un origen «alano-sármata», relacionadas con las poblaciones sedentarias de la península de Crimea, entre los siglos I y III. Aunque no parece clara su continuidad en época tardía (MASTYKOVA, KAZANSKI, 2006, p. 289; KAZANSKI, 2009b), se han atestiguado en los enterramientos de Kertch, en el Bósforo cimerio de finales del siglo  IV y primera mitad del V, e incluso hasta la segunda mitad del V (MASTYKOVA, KAZANSKI, 2006, p. 290). Además de la cuestión de su origen, la geografía de las piezas resulta particularmente reveladora de los movimientos de estas gentes. El hecho de que aparezcan en el norte de África habría que entenderlo en relación con los vándalos allí asentados ya en la primera mitad del siglo V, que conforman en el actual Túnez el primer reino occidental (KAZANSKI, MASTYKOVA, 2003, p. 117). Si es habitual que aquellas fíbulas plateadas aparezcan sobre los hombros de las «princesas» para asir una parte del vestido, a decir de su posición, estas láminas geométricas de oro debieron ir sujetas o bordadas en una suerte de paño para la cabeza, en la parte superior del traje o sobre el pecho, descartando la posibilidad de que formaran parte de una diadema propiamente dicha sobre la frente, como se ha tratado de recrear con poca fortuna en alguna ocasión (MASTYKOVA, KAZANSKI, 2006, p. 291). Con cierta frecuencia, fíbulas y láminas comparten protagonismo con otros componentes de este vestuario, como los pendientes con remate

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poliédrico, que también aparecen entre los enterramientos de nuestro conjunto funerario. De hecho, es el apéndice prismático la particularidad que viene a caracterizar toda una serie de objetos relacionados con el adorno, el vestido o la higiene personal: agujas, pendientes, cuentas de collar o «kits de manicura». En la fotografía (fig.  15.6) apreciamos un par de esos pendientes, correspondientes a otra de las sepulturas de nuestra necrópolis emeritense. Como la anterior, los restos pertenecen a un individuo de sexo femenino, de nuevo con el cuerpo extendido sobre la espalda y, esta vez, con una orientación más acorde con la habitual de esta fase del cementerio, E-O. La misma difunta debió portar un collar con cuentas de oro de la misma forma poliédrica y un par de agujas, también de oro y, de nuevo, un octaedro como remate.

1989, p. 59). En Hochfelden, por ejemplo, aparecen asociados a aquellas fíbulas de latón plateado, un collar de cuentas cónicas o las finas láminas de oro geométricas; también Balleure, en Borgoña, junto a fíbulas de latón plateado, un broche y un juego de tocador con remates también poliédricos (KAZANSKI, 1989, p. 59), en Kövögoszöllos, en Sinyavka (KAMENEDKY, KROPOTKIN, 1962, ap. v. MASTIKOVA, KAZANSKI, 2006), en la necrópolis de Zamorskoe, en Crimea oriental (KORPUSOVA, 1973, ap. v. KAZANSKI, MASTYKOVA, 2003a), en Nouvion-en-Ponthieu (PITON, 1985, lám. 31), en Belgrado (IVANISEVIC, KAZANSKI, 2002, p. 120), Moreuil, con muescas en los aros, en la necrópolis de Sad, los dos ejemplares de Saint-Martin-duFresne o de Arcy-Sainte-Restitue (VALLET, 1988).

Figura 15.6. Fotografía de un par de pendientes con remate poliédrico (sepultura 4)

Más que un tipo concreto de objeto, esta terminación conforma un motivo decorativo muy habitual en la moda del momento presente en piezas de adorno personal y tocador. Las cuentas de collar aparecen en la necrópolis de Lermontovskaya Skala-2, también en Volny Aul, junto a broches pequeños de cinturón, en Tamgacik (ABRAMOVA, 1997), las necrópolis serbias de Singidunum (IVANISEVIC, KAZANSKI, 2002, p. 122) y Viminacium —fase B— (IVANISEVIC et alii, 2006, p. 120), en Tsibilium (KAZANSKI, MASTYKOVA, 2007). En Iragi se asocian a unas láminas de oro, en forma de luneta con filigrana en el borde, y a pendientes con es mismo remate (ABAKAROV, DAVUDOV, 1993, ap. v. KAZANSKI, MASTIKOVA, 2003a, fig. 3). Éstos, por su parte, logran una importante difusión, a la par que las cuentas poliédricas, constituyendo parte de los depósitos más característicos de los enterramientos de individuos vestidos a la moda danubiana (KAZANSKI,

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Figura 15.7. Fotografía del depósito áureo de la sepultura 2: collar —colgantes y cuentas esféricas— y sendas agujas con remate poliédrico

En uno de los enterramientos, la sepultura de otra mujer (sepultura 2), el cuerpo lleva junto a los hombros dos de aquellas agujas con remate poliédrico que veíamos anteriormente y que debieron formar parte de la sujeción del vestido. En torno al cuello encontramos un conjunto de hasta diez colgantes de oro, formados por una lámina de forma lanceolada, con un pequeño granate en el centro y borde rematado con filigrana (fig. 15.7). Como en los casos anteriores, en la orfebrería vinculada a esas Grandes Migraciones de

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comienzos del siglo V son habituales piezas de similares características técnicas con formas diversas. La de luneta es sin duda una de las más extendidas, también entre los germanos orientales, con paralelos en Gradeshka, en la tumba sármata —túmulo 26— (GUDKOVA, REDINA, 1999, p. 181; MASTICOVA, KAZANSKI, 2006, fig. 11) en el Museo de Cracovia y fechado entre los siglos III y IV, con cuentas tubulares y pendientes también de forma lancelolada y cabujón con granate, o los aparecidos en el yacimiento de Kapulovka, perteneciente a la cultura de Cernjahov reciente, con láminas de diferentes formas.

Figura 15.8. Cuentas tubulares de oro y colgante, procedentes de otro de los enterramientos excavados, sepultura 8

Particularmente reseñamos el caso del collar procedente del área del Albaicín, hoy en Museo Arqueológico y Etnográfico de Granada (TEMPLEMANN MACZYNSKA, 1986), con colgantes en forma de luneta y con cuentas bitubulares —originarias del Mar Negro, ya aparecen en el nivel D1 de Tejral (KAZANSKI, 2009a, p. 434)— y que también encontramos en otra de las tumbas de Mérida (fig.  15.8), con paralelos en Tanaïs, también asociado a ese tipo de cuentas y a un pendiente con remate poliédrico (ARSEN’EVA et alii, 2001, ap. v. KAZANSKI, MASTIKOVA, 2003a, fig. 2). Lo encontramos nuevamente en Loutchistoe, Muhino (AÏBABIN, KHAIREDINOVA, 1999; MASTIKOVA, KAZANSKI, 2006, figs. 6, 7), Thuburbo-Majus (KOENIG, 1981), Gourzouf, Kurci (Vinogradovka, Odessa), Iragi (ABAKAROV, DAVUDOV, 1993; ap. v. KAZANSKI, MASTIKOVA,

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2003a, fig.  3), en Bakla, Kupcyn-Tolga, la necrópolis caucásica de Tsibilium (MASTIKOVA, KAZANSKI, 2006, figg. 10 y 11; KAZANSKI, MASTYKOVA, 2007) o la del campamento serbio de Singidunum junto a cuentas poliédricas (IVANISEVIC, KAZANSKI, 2002, lám. VII). Este tipo de collar se extiende, en definitiva, por buena parte del centro y este de Europa (una síntesis en MACZYNSKA, 2005; ver también KISS, 1994), con una significativa concentración en el área de Crimea y el entorno del Danubio medio, constituyendo finalmente uno de los elementos del adorno personal habitual de los contextos funerarios del periodo de las Grandes Migraciones. De hecho, Tejral lo incluye en su nivel D2, en sintonía, por tanto, con las fíbulas y las láminas que hemos repasado más arriba, pero también con los conjuntos más representativos de este nivel, donde no faltan collares con colgantes de forma cónica o apuntados, como los de Hochfelden (HATT, 1965), Bakodpuszta —Hungría— (GORAM, 1992, p. 41, fig.  31), Kertsch (BIERBRAUER, 1991, p. 563, figg. 14, 4), Untersiebenbrunn (WIECZORECK, PERIN, 2001, pp.  108-111) o, ya en territorio hispano, el de Beiral, Ponte de Lima (VIANA, 1961; RIGAUD DE SOUSA, 1979, pp. 293303). El origen de estos collares con colgantes cónicos tampoco parece desmarcarse de la geografía de los anteriores, siendo muy comunes en el área del Bósforo cimerio (KAZANSKI, 2009a, p. 434). Del prototipo más habitual de la «moda ponto-danubiana» que caracteriza el atuendo del tiempo de las Grandes Migraciones de comienzos del siglo V, destacamos otro de los elementos más significativos, los broches de oro en forma de mosca o cigarra (KAZANSKI, 1989, p. 59), también presentes en la necrópolis tardorromana de Mérida (fig. 15.9). En este caso, el enterramiento podría corresponder a un niño —subadulto masculino— aunque el estado de los huesos y el punto en que se encuentran los estudios antropológicos nos impiden ser más tajantes al respecto del sexo del difunto. Este tipo de amarre aparece en la necrópolis de referencia, Untersiebenbrunn, también en Kertch —Crimea— (REINACH, 1892, ap.  v. MASTIKOVA, KAZANSKI, 2006, fig.  2; KAZANSKI, 1989, p. 59), en Chersonèse (AÏBABIN, 1990), en Beaurepaire, con decoración cloisonée (COLARDELLE, 1983, ap. v. KAZANSKI, 1989) o en la llamada «Tumba de Childerico» en Tournai (Bélgica), hoy en la Bibliothèque Nationale de France (KAZANSKI, PERIN, 1996; 1997).

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Figura 15.9. Fotografía de sendos broches con forma de mosca o cigarra aparecidos en un enterramiento juvenil de la necrópolis emeritense, sepultura 7

Con este muy somero repaso, hemos pretendido resaltar la exclusividad de los objetos que forman parte de algunos de los depósitos funerarios que hemos documentado en este área de la ciudad, apuntar la coherencia cronológica y —si se quiere, también— etnocultural y dar carta de unidad al grupo «exclusivo» formado por los personajes que los portan. 4. REFLEXIÓN: IDENTIDAD EN LA NECRÓPOLIS TARDORROMANA DE MÉRIDA No cabe duda, a estas alturas de nuestro discurso, que existen en el registro material de nuestra necrópolis tardorromana signos claros de distinción y que —al menos desde el punto de vista cronológico— tal distinción podrá ir de la mano de una coyuntura geopolítica muy particular: las Grandes Migraciones del siglo V. La apreciación de su rastro en el ámbito arqueológico ha estado sujeta a no pocos vaivenes historiográficos, corrientes de pensamiento o escuelas que tratan de minimizar o magnificar la repercusión de esos grandes movimientos migratorios en la historia de las ciudades y los campos por aquellas fechas. La confluencia de múltiples factores socioeconómicos, como la paulatina transformación de los modelos productivos y de las relaciones sociales en el seno de un decadente sistema político como el del Imperio Romano, puede explicar buena parte de los signos de cambio que registramos desde la Arqueología a lo largo de el siglo  V y, particularmente, durante su

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primera mitad. La coincidencia de todo ello con la llegada y asentamiento de gentes procedentes del otro lado de las fronteras germanas convierte en algo tremendamente arduo reconocer con claridad los efectos de una u otra causa. En esos momentos, la arqueología emeritense podría haber detectado señales —a veces ambiguas e inespecíficas— de destrucción, al menos sí ciertos cambios urbanísticos que se han querido leer en claves históricas. Guiados por las fuentes escritas, esa lectura apuntaba a los mismos movimientos migratorios del centro y este de Europa como causa directa de estos indicios de inestabilidad y transformación (MATEOS, 1994; ALBA, 2005). Se trata del arrasamiento de barrios en la periferia urbana, al interior y exterior de las murallas (MATEOS, 1995, p. 128; 2000, pp. 504-505; ALBA, 1998, p. 367; 1997, p. 292) y el saqueo o desmonte de los monumentos funerarios (MATEOS, 1992, p. 62; 1993, p. 128; 1995, pp.  135137; PALMA, BEJARANO, 1997, pp. 44-52) y otras construcciones extra moenia (MONTALVO, 1999, p. 132; MATEOS, 2000, p. 505), que se pueden llegar a entender como algunos de los efectos de la llegada de gentes hostiles como parte de su recorrido desde el Continente. También en el propio sector que poco más tarde ocupará nuestra necrópolis tardorromana vamos a identificar niveles claros de destrucción y abandono que afectará a edificios de culto (HERAS et alii, 2013, p. 1874) e industriales y que podrán traducirse en ese retraimiento urbano que se viene detectando en otras áreas. También el refuerzo apresurado del sistema defensivo de la ciudad habría sido la respuesta de sus ciudadanos a la alarma generada por su presencia en Hispania o a la inestabilidad políticomilitar y social que viven los territorios occidentales en esos momentos (MATEOS, 1992, p. 63; 1995, pp.  138-140 y 204; CALERO, 1986, pp. 133-176; CERRILLO, 1985, p. 195; ALBA, 1997, p. 292; 1998, pp. 364, 372-374 y 382). Más allá de estos signos, hasta ahora no se habían atribuido otros aspectos materiales al capítulo histórico de las Grandes Migraciones que tan rotunda repercusión habría adquirido en otras regiones de Europa, África o la propia Península Ibérica, con la generación de nuevos reinos a lo largo de este siglo. Cierto es que el componente demográfico de esas gentes en movimiento no debió ser tan importante como para dejar en el registro material muchas más evidencias; tampoco su impacto fue igual en todos los territorios

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y ni su comportamiento el mismo. Parecería, si nos hubiéramos quedado tan sólo con lo anterior, que en Mérida, después de todos esos efectos negativos tras el 411, no se habría escrito más historia hasta la imposición de los visigodos y la creación de su nuevo reino con capital en Toledo. Las crónicas hidacianas hablaban del saqueo de Emerita por el suevo Heremigario y, tal vez, todas o una parte de esas cicatrices observadas por la Arqueología puedan atribuírsele (MATEOS, 1995, p. 135; en contra, ARCE, 1995, p. 228). También sabemos de otros capítulos históricos que concluyen de la misma forma e incluso con la toma efectiva de la ciudad; seguramente todos ellos sugieran el mismo tipo de huellas materiales. La cuestión, ahora, es la constatación arqueológica de unos enterramientos singulares, correspondientes a unos individuos que pertenecieron con seguridad a una élite u oligarquía de origen extranjero, y la explicación histórica que demanda dentro de los acontecimientos que —sabemos— afectaron o discurrieron en la todavía irrefutable capital administrativa de Hispania. En esta línea, lo que sí parece cierto es que aquel sentido de exclusividad implícita de los objetos podría llevar consigo otro de distinción social, de pertenencia a una élite, a un grupo destacado de la sociedad en que se insertan, unas señas de identidad claramente diferenciadas del conjunto de la comunidad, que rompe con lo anterior y se distancia de sus contemporáneos. Así visto, la correspondencia de todos los tipos materiales presentes en estos enterramientos con un horizonte histórico definido, nos lleva a plantear incluso un origen extranjero para los individuos. A pesar de su complejidad, los elementos incluidos en este horizonte —también su combinación y disposición en los enterramientos (fig. 15.10)— comprenden una moda muy significativa respecto al atuendo personal, que va relacionada íntimamente con los protagonistas de los movimientos migratorios que marcaron el lánguido final del Imperio Romano de Occidente. Dicho esto, y sin menospreciar la cautela con que se deben interpretar las fuentes, nos vamos a quedar para nuestra explicación histórica con la posibilidad del establecimiento efectivo de un grupo oligárquico en Emerita, extranjero y relacionado con las Grandes Migraciones del siglo V. No ha de parecernos extraño que acabemos por encontrar las huellas materiales de aquellas gentes nada más cruzar los Pirineos —recordemos

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algunas piezas hispanas de este momento y con un origen similar, como los materiales de Beja (RADDAZ, 1959), Beiral (RIGAUD, 1979), Vigo (CASAL, PAZ, 1997), Valleta del Valero (PINAR, 2006-07) o Granada (TEMPLEMANN MACZYNSKA, 1986), entre otros (BARROSO et alii, 2006; 2009; LÓPEZ, 2001; 2010, pp.  115-132; KOCH, 1999)—, ni tampoco sobresaltarnos si ese rastro implica asentamiento y hegemonía en una ciudad o un territorio. Mérida suponía aún la referencia político-administrativa de Roma en la Península Ibérica y por tanto una plaza codiciada por quienes, atraídos por el prestigio de la cultura romana y su poder, deseaban expandir substancialmente su órbita territorial (DÍAZ, 2007, p. 286). La política de los suevos, uno de los grupos de los que sabemos por Hidacio participaron en estos movimientos, sufre un cambio en 438 —hasta ese momento su control estaba restringido al noroeste— y tratan de extender su dominio hacia Lusitania y Baetica. Por cuanto nos interesa, Mérida fue tomada por ellos al año siguiente y su rey, Requila, morirá en ella casi una década más tarde (Hydacio 115). Así, la que había sido hasta entonces sede del vicarius Hispaniarum lo será durante un corto periodo de tiempo del joven «reino» suevo en territorio peninsular (DÍAZ, 2000, p. 405).

Figura 15.10. Inhumaciones femeninas a la moda danubiana, correspondientes a las necrópolis francesas de Hochfelden y Tiszalök (según BIERBRAUER, 1975)

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Una de las características de la sociedad de los pueblos venidos desde la Europa oriental podría ser su gran jerarquización. La cohesión de los grupos pudo estar fundamentada en el seguimiento de un rey o líder militar (LÓPEZ, 2004, p.  216), que ofrece a cambio el beneficio de un botín generado en la conquista, pero también del ejercicio del poder en una ciudad tomada. Se puede reconocer la existencia de un linaje real y aristocrático (WENSKUS, 1961; PAMPLIEGA, 1998; LÓPEZ, 2011), cuya actividad y señas de identidad se ponen de manifiesto en cada ocasión frente al resto de la comunidad y dentro de los parámetros socioculturales y religioso-rituales que conocen y portan consigo. La forma de enfrentar la muerte, como un acto social y de reivindicación de la pertenencia al grupo hegemónico, es consecuencia también de esos mismos parámetros ideológicos. El traje de las mujeres, hijas de esa «nobleza», es en sí un signo más de esa posición, donde por su carácter conservador se pudiera plasmar con mayor nitidez el origen de un linaje determinado (KAZANSKI, 2009a, p. 427; LÓPEZ, 2010, p. 109); quizás también las armas o determinados elementos del vestido masculino, o algo tan sintomático como determinadas prácticas físicas relacionadas con la deformación de los cráneos, pueden ser aspectos definitorios que confirmen la identidad de los bárbaros en las tumbas (KAZANSKI, 1980; KAZANSKI, PERIN, 2008, pp.  191195; KAZANSKI, MASTYKOVA, 2003a, p. 126; KAZANSKI, 2009a, pp. 427-428). Creemos pues que es verosímil la posibilidad de que el conjunto funerario formado por los enterramientos con aquellos ítems «de prestigio» corresponda a la nobleza sueva. Serían el producto de un tiempo ciertamente limitado, como también lo es el periodo de vigencia de la —si se nos permite— «sedes regia emeritense». De ello podríamos deducir que aquí, ese grupo próximo al rey, halló cierto acomodo integrada en la cúspide social de la ciudad y al frente de su territorio dependiente. Esto ocurre al menos en los años que duraría la política expansionista de Requila y hasta el cambio de rumbo geoestratégico que imprimirá el nuevo regente, Requiario, a su pueblo en lo sucesivo. Identificar cultura material o determinados ítems con un grupo étnico concreto es un ejercicio ciertamente peligroso y nos podría llevar a cometer errores en los que no pretendemos incurrir. De hecho, un intento por seguir un tipo

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particular hasta su origen, con el afán de etiquetar étnicamente a quienes lo utilizan, sería inútil dado el elevado grado de mestizaje entre los pueblos y grupos —nómadas o no— asentados en el lado «bárbaro» del Limes danubiano, las llanuras sármatas o el área póntica en general; esto sin contar con los siglos  de contacto con el propio ejército romano, apostado junto a ellos. A pesar de todo, cuando nos atrevemos a dar un paso en este sentido, lo hacemos desde postulados históricos, analizando el problema de la «identidad» como una cuestión de «oportunidad»: quiénes fueron o qué grupo extranjero, desplazado con su corte de aristócratas, tuvieron la «posibilidad» de asentarse transitoriamente en Emerita durante el segundo cuarto del siglo V. En definitiva, podemos convenir en el hecho de que tratar de adivinar la identidad concreta de las gentes inhumadas en Mérida pueda resultar algo tan complejo como pretender atribuir a un grupo étnico la responsabilidad de todos los demás signos materiales que hemos observado en la ciudad. Somos conscientes de la dificultad que ello representa aquí y en los otros territorios hispanos o europeos —en este sentido es muy ilustrativo el título mismo de este coloquio—, sin embargo creemos que en este registro concurren las proposiciones lógicas suficientes para formular una hipótesis con ostensibles visos de verosimilitud que, no obstante, podrá ser debatida en el futuro. 5. BIBLIOGRAFÍA ABAKAROV, A.I., DAVYDOV, O.M. (1993): Arheologičeskaja karta Dagestana. Moscou. ABRAMOVA, M.P. (1997): Rannie alany Severnogo Kavkaza III-V vv. n.e., Moscou. AIBABIN A., KHAIREDINOVA, E. (1999): «Les ensembles clos de la phase initiale de la nécropole de Loutchistoe en Crimé e», en L’Occident romain et l’Europe orientale au dé but de l’époque des Grandes Migations, pp. 275-308. ALBA CALZADO, M. (1997): «Ocupación diacrónica del área de Morería (Mérida)», Mérida, Exc. Arq. 1 (1994-95), Mérida, pp. 285-315. — (1998): «Consideraciones arqueológicas en torno al siglo  V en Mérida: repercusiones en las viviendas y en la murallas», Mérida, Exc. Arq. 2 (1996), Mérida, pp. 361-385. — (2005): «Evolución y final de los espacios romanos emeritenses a la luz de los datos ar-

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