\"Hombre nuevo\", ¿familia nueva? Convivencia, sexualidad y procreación en el PRT-ERP (1970-1975)

May 23, 2017 | Autor: Mariela Peller | Categoría: Revolutions, Prensa, Familia, PRT-ERP
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Descripción

Año I, nº 1, Octubre 2006   Nº de registro de propiedad intelectual: 523964 Nº de ISSN 1850­6267

"HOMBRE NUEVO", ¿FAMILIA NUEVA? Convivencia, sexualidad y procreación en el PRT‐ERP (1970‐1975)(1)

 

Mariela Peller Universidad de Buenos Aires – CEDINCI

  “Lo que no se piensa insiste” Badiou (2005)

Es esta idea, del filósofo francés, la que me guía para pensar sobre la militancia armada de los ´70 desde una perspectiva de género. Creo que el análisis de esa experiencia puede sernos útil para pensar diferentes aspectos de un proyecto que se quiso emancipador. Y de esa forma quizás se puedan esclarecer ciertos problemas que surgen a la hora de pensar un proyecto futuro. Se trata, entonces, de criticar y analizar para poder construir nuevas subjetividades y nuevos mundos. En el presente trabajo analizo los discursos y las experiencias sobre las relaciones familiares en el PRT‐ERP (2) en el periodo que va de 1970 a 1975. Dicha organización formó parte del espectro más amplio de organizaciones sociales y políticas que surgen en los años ´60 y ´70 y que se han denominado “nueva izquierda”. “Nueva” porque se oponían a las formas de acción de los partidos de izquierda tradicionales (PC, PS), impugnaban los modos representativos de la democracia y confiaban en que se podía transformar la sociedad mediante una revolución armada. La organización criticaba la forma “individualista burguesa” de vida y postulaba un cambio integral del modo de vida de los sujetos que diera comienzo a la transformación social. Transformación subjetiva que se llevaría adelante mediante la construcción de un “hombre nuevo”, y que documentos como “Moral y Proletarización” (3), en el que me baso para gran parte de este trabajo, explican cómo llevar a cabo.

“Casas operativas”: vida comunitaria y distribución de tareas Al igual que otras organizaciones revolucionarias de su época, el PRT‐ERP, adoptó una estructura de funcionamiento en “células” donde las parejas de militantes compartían su vida doméstica en “casas operativas” con otros compañeros y sus hijos (4) Esta disposición de la vida doméstica se relacionaba con la estructura de funcionamiento de la organización, pero, al mismo tiempo, existía el supuesto de que en esas “casas”, que funcionarían de forma comunitaria, se comenzaría a gestar el socialismo. La familia debía integrarse por completo al nuevo estilo de vida militante, postulándose, así, la subsunción del ámbito de la vida “privada” al ámbito de la militancia política. En este sentido, la priorización de cuestiones personales era pensada como una actitud “pequeño burguesa” e “individualista”. Cualidades que, justamente, “Moral y Proletarización” venía a explicar cómo combatir. Es en este sentido que Horacio Tarcus sostiene que la izquierda ha tendido a funcionar como una “secta política” donde todos los problemas “personales” y “privados” de los individuos miembros del colectivo deben desaparecer en pos del partido y de su objetivo (Tarcus, (1998/ 1999) (Ciriza y Rodríguez, 2004/2005) (5).

Pero “Moral y Proletarización” no sólo prescribe una vida comunitaria sino que especifica lo que esta nueva forma de vida implica: la creación de un fondo común y la rotación en las tareas domésticas y las prácticas de la casa. Se sostenía la igualdad de los sexos como “presupuesto básico” y por lo tanto, los militantes hombres y mujeres debían ocuparse en igualdad de condiciones de las tareas del hogar. Sin embargo, parece ser sólo en el ámbito de las “casas operativas” donde las igualdades son postuladas. Se prescribe una distribución de tareas al interior de la unidad doméstica y en la crianza de los hijos, pero nada se dice sobre la distribución en otros frentes políticos o cargos de militancia. De hecho, sólo dos mujeres tuvieron cargos en el Comité Central ‐y eran esposas de dos importantes cuadros‐ (6) Y sólo dos participaron en el V Congreso de PRT, momento en que se fundó el ERP. En este sentido, existía una división sexual de los frentes que se correspondía con la jerarquización de los mismos: las mujeres tendieron a formar parte del frente legal, universitario o de masas (barrial, sindical, villero) y los hombres de los frentes militares (7).   Pero además parece ser que tampoco en el ámbito de las “células” se logró la tan mentada igualdad. En un testimonio, Frida, cuenta que cansada de estar con sus dos bebés, lavando pañales, mientras su compañero salía a realizar numerosas actividades, decide llamar a una baby sitter para poder salir un rato. Su actitud fue, recuerda Frida, juzgada de “pequeño burguesa” y se realizó una reunión con responsables en su casa para analizar el caso. Durante la reunión la pareja de Frida ofrece café y se va a la cocina. Dice Frida:   Pero en seguida vuelve y me pregunta ‘¿Dónde está el azúcar?’. Yo miré a los compañeros que habían venido a “juzgar” mi actitud y dije:‘Creo que el problema ya está planteado, porque si en una casa donde hay dos bebés con los padres, uno de los dos adultos no sabe dónde está el azúcar, está muy claro que el debate acá no es conmigo sino con el compañero que no sabe dónde está el azúcar en su casa (Diana, 1996:60‐61) (8)

Es notorio que el relato se traslada al momento de la anécdota presentando la enunciación en tiempo presente. Frida parece ubicarse veinte años atrás y recordar lo acontecido tal cuál fue y hasta con las mismas palabras que utilizó en aquél entonces. Recuerda ése como un momento donde pudo poner en jaque el juzgamiento de la organización para evidenciar que el problema allí no era su actitud “pequeño burguesa” sino la actitud machista de su compañero. Y nos permite ver que, inmediatamente, frente a un cuestionamiento femenino que pretendía evidenciar las desigualdades de género, la organización parece haber respondido queriendo encauzar el problema como “pequeño burgués” y ocultando de ese modo que “existen otras formas de opresión que no pueden ser subsumidas en la dominación de clase” (Oberti, 2004/2005). Seguramente parte de este cuestionamiento de Frida se ha ido construyendo con el tiempo. No podemos saber cuánto fue lo que se pudo decir y escuchar en ese entonces. Sin embargo, lo que sí nos permite percibir la construcción de esta anécdota es que más allá de todos los mandatos igualitarios parece ser que ese supuesto no era fácil de ser llevado a la práctica puesto que, como afirma otra militante, la mujer “empezaba a quedar segregada, preparando la comida para las reuniones” (Diana, 1996:61).

La pareja revolucionaria: un modelo para armar  

Quiero detenerme, ahora, sobre la constitución de las parejas. Al respecto, el documento “Moral y Proletarización” presenta un modelo para armar.  

En primer lugar, la pareja debe ser una “pareja monogámica” (MyP: 99).   En segundo lugar, esta pareja debe ser una “pareja revolucionaria”. Ello significa que se debe basar en el rol de militantes políticos que los individuos juegan en la sociedad y no debe basarse en el sexo.

En este sentido, varios relatos muestran que muchas veces las parejas se formaban, efectivamente, por motivos de una militancia en común. Recuerda Elena: “La militancia y la pareja tienen que ir juntas”, dije a mi novio de entonces. “Estás loca”, contestó. “Entonces esto no puede ser”, fue mi conclusión que ahora siento infantil y esquemática. (...) Es decir que la pareja se armaba sobre una base ideológica y no sobre una base afectiva. (...) Éramos más compañeros de militancia que pareja (Diana, 1996: 197). 

Elena parece haber leído “Moral y Proletarización” al pie de la letra. Es decir, más allá de que hoy critica esta forma de construir una pareja, las palabras que utiliza son las mismas que hallamos en el documento. Sin embargo, ella afirma que su decisión de aquél tiempo fue “infantil y esquemática”. Esa decisión mirada veinte años después, cuando ya casi nada de la vida de los sujetos se sostiene sobre ideologías, parece absurda. Y es por ello, que ella debe explicar que ahora ya no piensa así. Es en este sentido que Beatriz Sarlo se pregunta: “¿Cuánto de las ideas que movilizaron los años sesenta y setenta queda en los relatos testimoniales?” (2005: 84). Una respuesta posible es que lo que queda de las experiencias de aquellos años aparece, muchas veces, en los testimonios velado por la enunciación de una crítica hacia el pasado. Critica que puede constituirse como tal en el momento del relato y que nos permite vislumbrar parte de esa experiencia de lo que ha sido. Volviendo al modelo para armar una pareja, en tercer lugar, la pareja debe ser fiel. Ya tenemos tres características: monogámica ‐que supone por supuesto heterosexual‐, revolucionaria y ahora fiel. La infidelidad era concebida como una manifestación de “individualismo burgués” y era totalmente cuestionada y sancionada. De hecho, “Moral y Proletarización” sostiene que la revolución sexual ‐en pleno auge en aquellos años‐ es una “falsa revolución”. Veamos lo que dice al respecto Luis Mattini, ex‐secretario general del PRT: Otro rasgo muy marcado fue el puritanismo. Creo que el puritanismo del PRT en las relaciones hombre‐mujer era más rígido que en el conjunto de la sociedad. (...) La intención del PRT era mantener relaciones claras. Si dejaban de ser pareja podían casarse con otro. La infidelidad era condenada, lo que no quiere decir que no existiera (Diana,1996: 370).

La infidelidad parece haberse constituido en una especie de tabú. Algo que era juzgado pero que de hecho se sabía que en la práctica sucedía. Infidelidades que muchas veces se daban al interior del propio grupo que sostenía una especie de endogamia. Si como vimos más arriba la base de la pareja debía ser de orden político‐ideológico, qué lugar mejor que la propia organización para encontrar una pareja ideológicamente acorde. Pero, al mismo tiempo, esta cuestión de las infidelidades al interior del grupo conllevaba problemas en el funcionamiento de la estructura de la organización. Muchas veces los problemas de pareja excedían a la pareja misma y se constituían en problemas operativos de la militancia. Como cuenta la Peti, ella descubre la infidelidad de su marido con una militante de la que ella era responsable. Dice: Ella militaba en el frente estudiantil y yo era su responsable. Teníamos una relación amistosa y ella era una de las que me cuidaba los chicos. Su marido y ella eran las personas que habían alojado a mi marido cuando él llegó a Rosario para rearmar la estructura, que había sido muy golpeada. El problema entonces no estaba planteado sólo entre mi marido y yo sino que, inevitablemente, involucraba aspectos operativos de la militancia. ¿Cómo hacía yo para seguir trabajando con ella? (Diana, 1996:72).

Quiero referirme ahora al tema de los  hijos. Si bien algunas organizacionesSobre la tenencia y la crianza de los hijos o La Madre Vietnamita planteaban que las parejas no se  procrearan para que los hijos no complicaran la militancia de sus padres, el PRT‐ ERP mantuvo la postura de que tener hijos no limitaba a los militantes, sino que, por el contrario, formaba parte de su constitución en verdaderos revolucionarios.   Y en cuanto a la crianza de estos hijos se dice en “Moral y Proletarización” que “es una tarea común de la pareja y no sólo de la pareja sino del conjunto de compañeros que comparten una casa” (MyP: 101). Se postulaba una crianza colectiva entre todos los compañeros ya sean hombres o mujeres. Pero por otra parte, también, se hace referencia a las “limitaciones lógicas a las actividades prácticas habituales ”(MyP: 101) que la maternidad le traerá a la mujer. Tener y criar hijos aparece, así, como un acto específico y naturalmente femenino.   En este punto, el documento citado, señala la existencia de diferencias y desigualdades entre los hombres y las mujeres y agrega que se debe “distinguir en esta situación las diferencias que derivan biológicamente de su papel de madre y

aquellos elementos que son puramente sociales” (MyP: 101). Es decir, existiría una “desigualdad biológica”entre los sexos que depende de la condición de madre de las mujeres y que, por lo tanto, no podrá ser eliminada. Pero existiría, también, una “desigualdad social” esta sí susceptible de ser modificada y que se derivaría de la posición de clase de la “mujer proletaria”. Nuevamente el concepto de clase obtura la posibilidad de pensar en torno al género. Podemos observar, entonces, la existencia de una tensión entre el precepto de crianza comunitaria y la afirmación acerca de la naturalidad del cuidado materno. Pareciera que en la práctica se impuso esto último y fueron las mujeres quienes se encargaron mayoritariamente de la tarea. En los testimonios de las mujeres aparece la experiencia de haber cumplido un “doble rol femenino y militante”. Este doble rol se expresa claramente en la figura de la madre vietnamita. La organización reivindicaba como ejemplo de revolución aquella que se estaba llevando adelante en Vietnam y sobre todo fue el modelo de la madre con el niño en un brazo y el fusil en otro el que se impuso como ejemplo de mujer militante. Respecto a esto versa “Moral y Proletarización”: “Los hijos deben compartir toda la vida incluso los riesgos. (...) La hermosa imagen de la madre vietnamita es un símbolo de esta nueva actitud revolucionaria frente a los hijos” (MyP: 101) Sin embargo, parece ser que aunque las militantes pretendían seguir ese modelo no fue fácil hacerlo puesto que ello implicaba sumar a las tareas habituales “femeninas” las de la militancia “masculina”. Al respecto recuerda la Gringa: ... las mujeres han demostrado ser capaces de cuidar los hijos, hacer el trabajo de la casa y agarrar un arma para combatir contra el opresor que la priva de la justicia o de darle de comer a sus hijos. (...) Entonces la mujer, además de militar “igual que un hombre”, tenía que ocuparse sola de lo considerado “femenino” (Diana, 1996: 181‐183).  

Apuntes finales  

Como pudimos observar a lo largo de este trabajo los documentos de la organización tratan temas ligados a la vida cotidiana de los militantes, particularmente “Moral y Proletarización” es un texto minucioso respecto a estas cuestiones. Sin embargo, esa minuciosidad y la postulación de la igualdad de los sexos, es sólo la apariencia de un discurso emancipatorio en cuanto a estas cuestiones. Si bien entre los objetivos de la organización se encontraba la construcción de un “hombre nuevo”, se mantiene y se reproduce el modelo tradicional “burgués” que se pretendía eliminar. Observemos como la propia consigna de “hombre nuevo” reitera una operación, cara al pensamiento sexista, que homologa lo genérico con lo masculino.

El modelo de mujer que se postula, más allá de permitirle tomar un arma, se sostiene sobre los roles más tradicionales de mujer‐madre por naturaleza. De hecho, la crítica al modelo familiar se monta más sobre un cuestionamiento a la revolución sexual que sobre una crítica a la familia burguesa. Se postula la democratización de las tareas al interior del ámbito doméstico pero nada se dice en torno a la democratización de otros frentes. Frentes que eran caracterizados como “más importantes” y a los que las mujeres no pudieron acceder fácilmente. La persistencia de aquello mismo que se creía cuestionar se relaciona con la moral revolucionaria que era prescripta entre los militantes (9). Moral que entra en tensión con la posibilidad de concebir y experimentar cambios en el dispositivo familiar. Existía en los discursos de la organización ‐que se presentaban a sí mismos como emancipatorios‐ una resistencia a postular cambios en ciertas cuestiones como la maternidad biológica, la familia tradicional, la monogamia, que como vimos son las cuestiones que insisten en los relatos de las mujeres. Relatos que muestran como frente a alguna critica se las

calificaba de “pequeña burguesa”. Calificativo que generaba un viraje en el eje de la discusión. Trasladando el reclamo del género a la clase social. Pero, al mismo tiempo, divisamos en las narraciones de las militantes situaciones, en las que ellas recuerdan, haber intentado hacer frente y resistir a ciertas concepciones y prácticas tratando de poner de manifiesto que sus reclamos, muchas veces, no se debían a cuestiones “pequeño burguesas” sino de género. El “deseo de militar” y de participar en el cambio social parece haberlas posicionado de forma tal que pudieron percibir aquellos momentos en los que su subordinación era actualizada y a partir de esa percepción intentaron decir y hacer algo para revertirla. En la selección y el recuerdo de determinadas anécdotas se puede rescatar la huella de otra lucha que se manifestó de diversas formas y en diferentes grados, tal vez de una forma subrepticia e imperceptible en aquél momento. Una lucha llevada adelante por las mujeres militantes que deseaban la construcción de un cambio social. Una disputa contra las desigualdades de género que se mantenían en la organización y que años después las testimoniantes pueden ver más claramente. Es necesario tener en cuenta que probablemente muchas de las críticas que surgen son visibles y enunciables en el momento del relato pero no existieron de igual forma en los ‘70. Entre un tiempo y otro ha habido una derrota. Pero también ha entrado en crisis todo el entramado político‐ideológico de aquél entonces. El marxismo y la idea de la posibilidad de una revolución ya no son parte del día. El universo que le daba sentido a ciertas prácticas y discursos en esos años ya no es el mismo. Es por ello, que se abre la posibilidad de cuestionar –incluso para los propios militantes‐ ciertas facetas de ese proyecto. Facetas que como pudimos ver dejaban todavía espacios abiertos a la subordinación. Quizás algo de lo expuesto aquí sirva para recordarnos que la construcción de un cambio social radical debe tener en cuenta múltiples aspectos de la vida de los sujetos y no sólo cuestiones ligadas a la clase social. Quizás algo de lo que aquí hemos indagado permita que, recordando las palabras de Badiou, ciertas cuestiones ya no insistan. Notas: 1. Trabajo presentado en las Jornadas de Reflexión sobre Historia, Género y Política en los ´70. Organizadas por el Instituto Interdisciplinario de estudios de Género de FFyL. UBA. Agosto 2006. Volver 2. Partido Revolucionario de los Trabajadores‐ Ejército Revolucionario del Pueblo. Volver 3. Documento publicado en la revista La gaviota blindada editada por los militantes del PRT detenidos en la cárcel de Rawson hacia julio de 1972. El texto apareció firmado con el seudónimo de Julio Parra pero se sabe que su autor fue Luis Ortolani. Este documento fue material de estudio partidario y se convirtió en una especie de “Biblia” del PRT que debía ser leído para poder pasar a la categoría de “militante”. En el presente trabajo utilizo la siguiente versión: Ortolani, Luis, [1972], 2004/2005.“Moral y proletarización”, en Políticas de la Memoria nº 5. Buenos Aires, Cedinci. A partir de ahora citado en el cuerpo del texto como MyP. Volver 4. Por razones de seguridad los integrantes de las células sólo conocían de la estructura general el mínimo indispensable para su funcionamiento. Cada célula tenía un responsable que era el nexo con una instancia superior de mando. También se constituían “comandos” con miembros de diferentes células para llevar a cabo acciones especiales. Volver 5. En este texto las autoras afirman que: “Se trata pues de una curiosa forma de pensar la relación entre lo personal y lo político”(91) Volver 6. Liliana Delfino, segunda esposa de Mario Roberto Santucho y Susana Gaggero, viuda de Luis Pujals. (Pozzi, 2004: 218). Volver 7. Idem anterior. Volver 8. Todos los testimonios utilizados no fueron recogidos por mí sino que me baso en fuentes secundarias. Particularmente en los recopilados en el libro citado, que, a su vez, fueron recogidos a partir de 1991 Volver 9. Para una análisis sobre los mandatos morales y la construcción de identidades en el PRT‐ERP ver: Vera Carnovale, “Jugarse al Cristo: mandatos y construcción identitaria en el Partido Revolucionario de los Trabajadores‐Ejército Revolucionario del Pueblo (PRT‐ERP)”, Entrepasados Año XIV‐ Número 28 ‐ Fines de 2005. Volver

Bibliografía: Badiou, Alain, 2005. El Siglo. Buenos Aires, Manantial. Carnovale, Vera, 2005. “Jugarse al Cristo: mandatos y construcción identitaria en el Partido Revolucionario de los Trabajadores‐Ejército Revolucionario del Pueblo (PRT‐ERP)”, en Entrepasados, año XIV, n° 28 . Ciriza, Alejandra y Eva Rodríguez, 2004/2005. “Militancia, política y subjetividad. La moral del PRT‐ERP”, en Políticas de la memoria, nº 5. Buenos Aires, Cedinci. Diana, Marta, 1996. Mujeres guerrilleras. La militancia de los setenta en el testimonio de sus protagonistas femeninas. Buenos Aires, Planeta. Oberti, Alejandra, 2004/2005. “La moral según los revolucionarios”, en Políticas de la memoria, nº 5. Buenos Aires, Cedinci. Ortolani, Luis, (1972) 2004/2005. “Moral y proletarización”, en Políticas de la Memoria, nº 5. Buenos Aires, Cedinci. Pozzi, Pablo, 2004. “Por las sendas argentinas...”. El PRT‐ERP. La guerrilla marxista. Buenos Aires, Imago Mundi. Sarlo, Beatriz, 2005. Tiempo pasado. Cultura de la memoria y giro subjetivo. Una discusión. Buenos Aires, Siglo XXI. Tarcus, Horacio, 1998/ 1999. “La secta política” en El Rodaballo, nº 9, Buenos Aires, El Cielo por Asalto.

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