Historia y poder simbólico en la obra de don Juan Manuel (proofs)

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HISTORIA Y PODER SIMBÓLICO EN LA OBRA DE DON JUAN MANUEL Manuel Hijano Villegas Durhan University

1. DON JUAN MANUEL, EL HOMBRE QUE QUISO SER REY La Crónica de Alfonso Onceno, que por encargo de ese monarca escribió, hacia 1340-44, su canciller Fernán Sánchez de Valladolid, nos cuenta la reacción de don Juan Manuel nada más enterarse de la muerte, en el curso de una expedición militar en la Vega de Granada en 1319, de los infantes Juan y Pedro, regentes de Castilla junto con María de Molina durante la minoría de Alfonso XI: En este tiempo estaba en Cuellar Don Joan fijo del Infante D. Manuel, et eran con el don Lope fijo de don Diego, et algunos de los concejos de Estremadura; et fizo un sello nuevo del rey, et llamose tutor del rey. Et quando lo sopieron los concejos, et los perlados, et los omes bonos de la tierra, estrañaronlo mucho, teniendo que non podia facer sello, aviendo el rey su chancillería et sus sellos complidos. Et por este sello comenzo a usar a dar oficios, et tierras, et librar pleitos (Cerdá y Rico, 1787: 46).

Desaparecidos los dos regentes y con una doña María de Molina ya muy anciana, el ambicioso hijo del infante don Manuel vio la oportunidad de ocupar el vacío de poder y emprendió una política de hechos consumados, ejerciendo las atribuciones de la realeza y exhibiendo como propios sus símbolos. Lo que distingue a don Juan Manuel de otros personajes que aspiraron al trono durante este tumultuoso periodo de la historia política castellana fue su iniciativa de asumir, junto a los otros atributos reales, uno de los símbolos del poder que desde el reinado de Alfonso X estaba ligado a la casa real castellana: el discurso del saber en lengua romance. No es casualidad que en la misma época, hacia 1320-25, cuando es tutor de Alfonso XI, don Juan Manuel inicie VOZ Y LETRA, XXV/1-2, 2014.

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su producción literaria, ni que su primera obra, la Crónica abreviada, sea un sumario de la Estoria de España que medio siglo antes había mandado componer su tío el rey don Alfonso. En un clarificador estudio, Leonardo Funes formula en términos precisos las implicaciones políticas de esta primera incursión literaria de don Juan Manuel siguiendo los pasos de Alfonso X: Una vez llegada a sus manos la obra de su tío el rey don Alfonso X, quizás en tiempos de su tutoría sobre Alfonso XI, don Juan Manuel lee allí una figura de autor. Esto es lo que manifiesta en los prólogos a la Crónica abreviada y al Libro de la caza [...]. En el auge de su poder político, ocupando el lugar de otro (el rey niño), don Juan decide emular esa figura de autor y el gesto regio de “mandar fazer libros”. Pero lo hace condicionado por la distancia que va de la envergadura de la corte literaria y de las llamadas “escuelas alfonsíes” a las dimensiones relativamente modestas del scriptorium señorial de nuestro autor (Funes, 2007: 11).

De entre los múltiples aspectos de la rica obra juanmanuelina, en el presente trabajo he elegido centrarme en su relación con la obra del rey Sabio. Argumentaré que la deuda de don Juan Manuel con Alfonso X no se circunscribe a sus dos primeros libros (Crónica abreviada y Libro de la caza), sino que se extiende al resto de su producción literaria. Si, como observa el mismo Funes, la “voluntad de autoría” (Funes, 2007: 9) apreciable en don Juan Manuel es expresión de una “voluntad de poder”1, creo posible sostener que su articulación se realiza en el marco de un diálogo con los discursos producidos en la corte de Alfonso X, especialmente el discurso histórico representado por la Estoria de España. Tomando la Crónica abreviada como el inicio y el Libro de las armas y el Libro enfenido como el final de la trayectoria literaria del autor, me propongo esbozar una lectura política de su obra, en virtud de su relación dialéctica con el discurso alfonsí y con la figura de Alfonso X en su doble condición de monarca y auctor2. 2. LA CRÓNICA MANUELINA Antes de pasar a comentar la Crónica abreviada, me parece oportuno ofrecer unas observaciones sobre el texto que sirvió de fuente a esta 1 El término “voluntad de autoría”, cuyo origen nietzscheano recobra Funes, fue acuñado por Gómez Redondo (1992: 87-125). 2 En el presente trabajo he utilizado la edición de las obras de don Juan Manuel de Blecua, 1981-1893, en 2 vols. (en adelante los dos tomos serán citados respectivamente Obras completas, I y Obras completas, II).

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obra. Se trata de una de las crónicas derivadas de la Estoria de España, a la que Menéndez Pidal (1955) llamó Crónica manuelina. En un magistral trabajo, Catalán (1977) demostró que el manuscrito de la Estoria de España propiedad de don Juan Manuel era una crónica de formación facticia, que no representaba con completa fidelidad el texto de la obra alfonsí3. La división de la crónica en tres libros, cada uno con su propia capitulación, no era producto de un intento deliberado de organizar el relato en periodos históricos, sino que remontaba a tres manuscritos de origen diverso que habían sido yuxtapuestos para conformar un relato desde los orígenes de Hispania hasta la muerte del rey Fernando III. No conservamos ningún códice que ofrezca este tipo específico de “crónica general”, pero sí contamos con diversas familias de manuscritos que transmiten el texto de cada uno de los tres libros. Catalán certificó las credenciales alfonsíes de los libros “Primero” (desde el origen de España hasta el rey godo Eurico) y “Segundo” (hasta el final de la monarquía astur-leonesa con la muerte de Vermudo III), representantes de dos de las versiones de la Estoria de España que por iniciativa del rey se elaboraron en el scriptorium alfonsí (Catalán, 1992: 208-214)4. En contraste, el “Libro Tercero”, dedicado a la historia de los reyes castellanos de Fernando I a Fernando III, aunque derivado de los materiales inacabados de la Estoria de España, era una compilación cronística post-alfonsí, cuyo texto se conserva, casi completo, en el manuscrito Egerton 289 de la British Library de Londres (Br) y, en su sección final (a partir del reinado de Sancho III), en el manuscrito 6441 de la Biblioteca Nacional de Madrid (U’) (Catalán, 1992: 220-224, 253 (n. 106) y 304-317)5. No sabemos nada sobre el origen de esta Crónica manuelina pero el contenido de su “Libro Tercero”, el de composición más tardía, permite plantear algunas hipótesis. Su texto sigue de cerca el del manuscrito F (Biblioteca Universitaria de Salamanca, 2628), representante de la 3 Catalán incluyó el texto del artículo (con alguna adición) en su libro de 1992 (197229). Las citas del presente trabajo van referidas al libro, no al artículo. 4 La referencia obligada sobre la tradición textual de la Estoria de España es la obra magna del mismo autor (Catalán, 1997). Una exposición breve y clarificadora, incluyendo una lista de manuscritos de las distintas versiones de la obra alfonsí puede encontrarse en Fernández Ordóñez (2000: 219-260). 5 El parentesco del manuscrito Egerton 289 con la Crónica manuelina fue advertido por Pattison (1992: 15-30); véase también Hijano (2011: 118-134). Testimonios parciales del texto del “Libro Tercero” de la Crónica manuelina son los representantes de la familia cronística conocida como Crónica ocampiana, compuesta por los manuscritos Q’ (Biblioteca del Palacio Real, II-1877) y Th (Biblioteca Nacional de Madrid, 1522) y por e; texto de la “quarta parte” de la edición de Florián de Ocampo (1541), Las quatro partes enteras de la Cronica de España que mando componer el Serenissimo rey don Alonso...

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Versión mixta, una compilación post-alfonsí de la historia de los reyes castellanos, muy similar, por su parte, a la llamada Versión retóricamente amplificada, que se compuso hacia 1289 en el entorno de Sancho IV (de la Campa, 2005: 569-606). El “Libro tercero” presenta, sin embargo, dos innovaciones importantes respecto a F. La más llamativa consiste en completar el relato de la crónica, que en las versiones Mixta y Retóricamente ampliada concluía en el mismo punto del reinado de Fernando III donde el arzobispo Rodrigo Jiménez de Rada había puesto fin a su Historiade rebus Hispaniae, con el texto de una obra de factura post-alfonsí conocida como Crónica particular de San Fernando6. En segundo lugar, el compilador adicionó el relato, procedente de la obra del arzobispo, dedicado a Alfonso VIII con dos extensas interpolaciones dedicadas, la primera de ellas, a narrar varios episodios de la minoría del rey y, la segunda, a informar sobre los hijos e hijas de Alfonso VIII y Leonor de Plantagenet y sobre la familia inglesa de la reina. Mientras el consenso de la crítica acepta que el texto de la Crónica particular de San Fernando se elaboró como crónica independiente, con anterioridad a la formación del arquetipo de la Crónica manuelina, no hay razón para no identificar al redactor de las dos interpolaciones como responsable de la compilación del “Libro tercero” y, tal vez, de la formación de la Crónica manuelina como obra tripartita. Parece razonable, por tanto, concentrarse en esta Historia menos atajante, como Catalán llama al texto interpolado, para intentar establecer las circunstancias que rodearon la compilación de la crónica. La fuente del relato sobre la minoría de Alfonso VIII era un texto escrito, de origen incierto, pero conocido por los historiadores alfonsíes, pues venía recogido en el antecedente textual de la Versión crítica de la Estoria de España (c. 1282-84), del que de manera independiente también procede la Crónica de Castilla (c. 1300)7. La Historia menos atajante ofrece, sin embargo, una significativa novedad respecto al relato de la Versión crítica y la Crónica de Castilla. Se trata de un capítulo dedicado a narrar cómo Alfonso VIII logró hacerse con Toledo, ciudad entonces

6 La Crónica particular de San Fernando fue compuesta durante el reinado de Fernando IV y su autor tomó como punto de partida el relato sobre Fernando III ofrecido conjuntamente por las versiones Amplificada y Mixta (el cual es traducción de la obra de Jiménez de Rada), ampliándolo y continuándolo hasta la muerte del rey. Véase Gómez Redondo (1999: 1238-1248), así como los imprescindibles trabajos de Funes (1998, t. 1:176-182 y 2008:215- 242). 7 Catalán (1992: 223-224 y 311) observó la relación entre la Versión crítica y la Crónica de Castilla y la atribuyó a la descendencia de ambas crónicas de un mismo prototipo. En el trabajo antes citado (Hijano, 2011) propongo una interpretación alternativa del carácter de dicho antecesor textual.

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en poder de Fernando II de León y otorgada por éste en tenencia a su vasallo Fernando Ruiz de Castro, gracias a la fidelidad demostrada por el caballero don Esteban Illán y otros hombres buenos toledanos8. El episodio, procedente tal vez de una tradición local toledana, parece haber recibido una atención especial por parte del compilador, quien nos lo presenta como la primera victoria de Alfonso VIII, anterior a la batalla de Huete y al sitio de Zorita, en su campaña por apoderarse del reino que su padre Sancho III le había legado. El capítulo va además encabezado por una invocación retórica sobre el tema de la lealtad, cuyo estilo intenta imitar el del elogio de la fe y la fidelidad de Rodrigo Jiménez de Rada9. Me parece probable que una de las razones que llevaron al compilador a interpolar el relato de la minoría de Alfonso VIII en la crónica fue la oportunidad que le brindaba de ofrecer, de su propia cosecha, este capítulo, donde la lealtad de los toledanos al rey quedaba patente. Se podría, por tanto, aventurar que estamos ante una crónica compilada en Toledo por un admirador del arzobispo Jiménez de Rada durante la tumultuosa época de finales del XIII y principios del XIV, cuando los acontecimientos de la minoría de Alfonso VIII tendrían una especial resonancia para los lectores. Otros detalles de la Historia menos atajante indican que el compilador era un partidario de la monarquía encarnada en la línea sucesoria de Sancho IV, Fernando IV y Alfonso XI. Por una parte, el relato sobre la minoría de Alfonso VIII muestra una velada animadversión hacia la casa de Lara, cuyos miembros venían enfrentándose con frecuencia a los reyes castellanos desde época de Fernando III y quienes durante los reinados de Sancho IV y Fernando 8 La noticia de la entrega de Toledo a Alfonso VIII y la huida de Fernán Ruiz de Castro la recogen los Anales Toledanos I, en una entrada que fechan el 26 de agosto de 1166: “Sacaron a Ferrand Royz de Toledo, e entró el Rey don Alfonso en Toledo en XXVI días andados d’agosto, día viernes, era MCCCIV” (Berganza, 1721: 571). Los mismos Anales ya habían informado de la muerte en una batalla cerca de Huete del “conde Manrrich” (Manrique Pérez de Lara) el 9 de julio de 1164 (ibid: 571), un suceso que la Historia menos atajante narra a continuación de la entrega de Toledo. La participación de Esteban Illán en los hechos es mencionada en la Crónica de la población de Ávila, compuesta hacia 1256 (Abeledo: 2012: 41). 9 “Verdad et lealtad que se non encubre nin se esconde en las sazones nin en los tienpos, en que tienpo et sazon vee de se poder apoderar en si et en su poder et esforçar los coraçones de los sus atenientes; pues vieron tienpo et sazon en que su verdadero rey et señor natural yva ya uviando et cresçiendo, et que yva Dios mostrando en el señales de toda buena andança et esperança, esforçandose et reconosçiendo su señor[io] natural, començaron a venir nuevas de muchas partes de su reyno que si el niño don Alfonso, su señor natural et su rey, viesen et y llegase, que lo acogerien et les plazerie mucho con el et lo gradesçerien mucho a Dios” (Ms. Br, fol. 156v).

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IV abrazaron la causa de los infantes de La Cerda (Doubleday, 2001: 8097). Más significativamente, en el capítulo dedicado a la progenie de Alfonso VIII y Leonor de Plantagenet, tras repetirse machaconamente la idea de que doña Berenguela fue la mayor de las hijas del rey y que tras la muerte de los dos hijos varones de Alfonso, Fernando y Enrique, a ella correspondía el reino de Castilla, se nos cuenta el siguiente episodio referido a las infantas Urraca y Blanca y el compromiso matrimonial de la segunda con el futuro monarca francés Luis VIII: Enpos esta doña Hurraca ovieron otra fija, doña Blanca. E esta doña Blanca, segund cuenta la estoria, era mucho apuesta e muy fermosa e sobre todo era […] de buen donayre, e era muy blanca e toda muy noble en sy, commo quier que [fol. 47r] la dicha doña Hurraca su hermana leuaua el prez. E esta doña Blanca fue casada con el rey don Luys de Françia. E este rey de Françia oyo dezir destas fijas que el rey don Alfonso de Castilla avie, e enbio demandar la una dellas; e el rrey su padre gelo otorgo. E los françeses han por costunbre de ver primero por vista a aquella que avie de casar con su rey ante que el casamiento se faga, e por esta razon don Alfonso mando parar a escogimiento amas sus fijas, doña Hurraca e dona Blanca, ante los mensajeros, ca ya la otra mayor doña Berenguella casada era con el rey don Alfonso de Leon, commo ya dicho es. E pues vieron las donzellas amas ante sy, e vieron el apostamiento de cada una e sopieron los nonbres, dize la estoria que pusieron amos los apostamientos en egual, [d]ando a la una mejoria al apostamiento del paresçer e a la otra el apostamiento del nonbre. Ca syn falla del paresçer mejoria leuaua yaquanto doña Hurraca; mas porque del su nonbre non se tuvieron por tan pagados segund la consonançia del su [fol. 47v] lenguaje, escogieron esta infanta doña Blanca, de que se pagaron mucho por el nonbre (Ms. U’, fols. 46v-47v.).

Independientemente del origen de la anécdota, su inclusión en la crónica no parece tener otro objeto que establecer sin ningún género de dudas que Blanca no era la primogénita, ya que era menor, no sólo que Berenguela, sino también que Urraca. Se rebatía así un relato alternativo según el cual Blanca habría sido la hija mayor, esgrimido por los partidarios de Alfonso de la Cerda para sustentar los derechos de éste al trono de Castilla: Alfonso era legítimo heredero al castellano no sólo como hijo del primogénito de Alfonso X, Fernando de la Cerda, sino también por su madre Blanca, hija de Luis IX y nieta, por tanto, de la hija de Alfonso VIII Blanca de Castilla10. Esta versión de los hechos, presente de manera alusiva en la Crónica manuelina, debió circular duran10

Sobre la ilegitimidad de Berenguela, véase Linehan (2012: 481-482).

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te los reinados de Sancho IV y Fernando IV y, según sugiere un texto portugués tardío, la Crónica geral de Espanha de 1344 del conde Pedro de Barcelos, parece haber sido tema tratado en las vistas celebradas en 1304 en Torrellas, uno de cuyos resultados fue la renuncia de Alfonso de la Cerda a sus pretensiones a la corona de Castilla11. Es posible que la redacción de la Historia menos atajante y su incorporación a la Crónica manuelina se realizasen alrededor de 1304 (en todo caso, con anterioridad a 1320-25), cuando el conflicto abierto por las reclamaciones del infante don Alfonso no había perdido vigencia. En definitiva, en ausencia de otros datos, me parece apropiado aceptar a la Crónica manuelina como obra toledana de inspiración monárquica. Me inclino a suponer, con mucha cautela, que la crónica es obra del mismo scriptorium toledano en el que se elaboraron tanto la Versión retóricamente amplificada, de época de Sancho IV (1289), como, posiblemente, la Versión primitiva de la Estoria de España alfonsí (c. 127071)12. En este sentido, la Crónica manuelina aporta un dato valioso, no por obvio menos destacable, respecto a la recepción de la obra histórica alfonsí. La versión de la Estoria de España que conoció don Juan Manuel era prácticamente idéntica a la contenida en los dos códices, uno alfonsí (E1) y el otro de época de Sancho IV (E2), que el canciller de Alfonso XI, Fernán Sánchez de Valladolid, conoció en la cámara real castellana, cuyo texto publicaría Menéndez Pidal por primera vez en 1906 con el título Primera crónica general13. Se suele suponer que el propio Sánchez de Valladolid fue quien, por encargo de Alfonso XI, se

11 Cintra (1990, vol. 4). La crónica portuguesa menciona que Blanca era mayor que Berenguela al enumerar a los hijos e hijas de Alfonso VIII (pág. 316) y al narrar la proclamación de Fernando III como rey de Castilla (352). Más adelante, tras informar del primer matrimonio de Fernando III, el cronista innova por su cuenta con respecto al texto de su fuente (la Crónica de Castilla) para señalar que los franceses protestaron porque el reino debía corresponder a Blanca (364). La interpelación prosigue dando cuenta de la prolongación del conflicto en las reclamaciones de Alfonso de la Cerda y su resolución gracias a la labor mediadora del rey don Dinis, padre de don Pedro de Barcelos (365). Esta referencia a las vistas de Torrellas, en las que actuó de árbitro el rey portugués y en las que estuvo presente el joven conde de Barcelos confirma que la cuestión de la primogenitura de Blanca debió figurar en las discusiones. Sobre la sentencia arbitral de Torrellas, véase González Mínguez, (1976: 173-201). 12 El papel de Toledo, y concretamente de su arzobispo Gonzalo Pérez Gudiel, en la composición de la Versión amplificada de 1289 y, probablemente, también de la Versión primitiva de la Estoria de España (1271-1274) fue sugerido por Linehan (2012: 494-502) y, en colaboración con Hernández (2004: 267-277). 13 Menéndez Pidal, 1977 (1ª ed., 1906, 2ª ed., 1955). En el presente trabajo cito la edición de 1977. La única diferencia perceptible entre la Crónica manuelina y el texto de los dos códices regios en su estado actual (y por tanto, el de la edición) es, en realidad, el relato de la Historia menos atajante que la primera ofrece.

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ocupó de reformar los dos códices con el objetivo de contar con un ejemplar canónico de la crónica de España, desde los primeros pobladores hasta Fernando III, que el mismo canciller iba a continuar con las crónicas de los reyes posteriores hasta Alfonso XI14. El testimonio de la Crónica manuelina nos lleva a pensar, sin embargo, que fuesen o no obra del canciller, los arreglos efectuados sobre los dos códices originales, especialmente la transformación del antiguo códice sanchino en el actual códice facticio E2 mediante la adición, entre otras novedades, de la materia de la Crónica particular de San Fernando, se atuvieron a un modelo histórico ya establecido, existente, al menos, en 1320-25, cuando se compuso la Crónica abreviada. Don Juan Manuel no nos engaña, por tanto, cuando en el prólogo de la Crónica abreviada nos dice que va a resumir la obra de su tío, pues debemos considerar que a todos los efectos su ejemplar de la Crónica general de España representaba el modelo canónico, del todo acorde con la más estricta ortodoxia monárquica, de la Estoria de España de Alfonso X, tal y como la obra era percibida en la primera mitad del siglo XIV. Cabría, incluso, plantear la posibilidad de que don Juan Manuel hubiese intervenido en la creación de la Crónica manuelina. No, desde

14 Sobre la formación de los dos códices regios de la Estoria de España véase Catalán, De Alfonso X al conde de Barcelos: Cuatro estudios sobre el nacimiento de la historiografía romance en Castilla y Portugal, Madrid, Gredos (1962: 19-93). Sobre el códice E2 véase el trabajo de Rodríguez Porto (2012: 387-406). La atribución de las reformas de los códices a Sánchez de Valladolid es probable, pero no segura. Descansa en el prólogo que el canciller antepuso a su serie de crónicas reales (Alfonso X, Sancho IV, Fernando IV y Alfonso XI), donde se nos dice que Alfonso XI: “falló en escripto por corónica en los libros de su cámara los fechos de todos los reyes que fueron en Espanna desde los primeros reyes godos fasta el rey don Rodrigo, et después desto el rey don Pelayo, que fue el primero rey de León, fasta que finó el santo e mucho bien aventurado rey don Ferrando, que ganó a Sevilla” (González Jiménez, 1998: 3). La descripción sugiere que el texto que el rey “falló en escripto en corónica” fue el de los dos códices E1 y E2. y resulta razonable atribuir a su canciller la labor de formación de los dos códices. Según Catalán, el prólogo se escribió poco después de 1344, una vez acabadas las crónicas de Alfonso X, Sancho IV y Fernando IV y tras haber quedado interrumpido en ese año el relato de la Crónica de Alfonso X. La reforma de los dos códices debió ser anterior a esa fecha y posterior a 1321, año en el que, según el investigador, Fernán Sánchez de Valladolid habría tenido acceso al códice E1 en su condición de testamentario de María de Molina (Catalán, 1997: 260-262). Ello plantearía, en teoría, la posibilidad de que la restauración de los dos códices hubiese sido algo anterior a la formación de la Crónica manuelina, aunque ello no afectaría, a mi juicio, mi argumento principal de que el relato contenido en los dos códices y la crónica propiedad de don Juan Manuel presentaban el mismo modelo canónico de Estoria de España. De cualquier manera, creo más probable que el arreglo de los dos códices regios fuese contemporáneo, o poco anterior, a 1340-1344, periodo en el que se redactaron las “cuatro crónicas”, pues me parece casi seguro que ambas iniciativas formaron parte del mismo proyecto historiográfico.

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luego, como redactor de las novedades típicas de la crónica (los relatos de la Historia menos atajante y la Crónica particular de San Fernando) pero sí, quién sabe, como su editor, responsable de la selección y el ensamblaje de los tres fragmentos textuales que componen el prototipo de la obra, los cuales pudo obtener en el curso de una de sus estancias en Toledo, ciudad con la que estuvo muy vinculado a raíz, sobre todo, de su tumultuosa relación con su cuñado el infante don Juan, arzobispo toledano desde 1320, a quien van dedicados el Libro del cauallero e del escudero y el Libro de los estados15. Parece muy plausible, al menos, atribuir a don Juan Manuel la confección del códice que obraba en su poder, es decir, que fuese él quien ordenase la copia del texto y decidiese, incluso, la peculiar división tripartita de la obra, así como la capitulación independiente de cada una de las tres partes a fin de facilitar el cruce de referencias con la Crónica abreviada16.

15 Sobre el infante don Juan, hijo segundo de Jaime II de Aragón y cuñado de don Juan Manuel, véase Tate (1977: 169-179). Con el objetivo indudable de intervenir en la política castellana, Jaime II había maniobrado para que el papa Juan XXII nombrase a su hijo, de tan sólo veinte años, arzobispo de Toledo, título que entonces conllevaba el de canciller de Castilla. Es probable que don Juan Manuel pensase que el nombramiento favorecía sus intereses. En mayo de 1320, cuando ya había sido reconocido como tutor por Talavera, Juan Manuel asistió a la ceremonia de investidura del nuevo arzobispo y formó parte del grupo que lo recibió a su entrada en la ciudad. El año siguiente, el noble volvió a entrar en Toledo, esta vez para lograr que el arzobispo hiciese una declaración pública de apoyo en anticipación de las cortes que María de Molina iba a convocar en Valladolid. En represalia por la negativa de su cuñado, Juan Manuel mandó asesinar al toledano Diego García, un agente de Jaime II, y permaneció durante algún tiempo en el alcázar imponiendo, al parecer, un régimen despótico sobre la ciudad (“Et sic dominus Johannes tenet nunc potenter civitatem Toleti”), según narra el abad de Monte Aragón en una carta en latín dirigida a Jaime II fechada en Alcalá poco después de los hechos, en mayo de 1321 (Giménez Soler, 1932: doc. CCCLXVIII, 496-498). Resulta tentador imaginarse que aparte de aterrorizar a su cuñado el arzobispo y a los toledanos, Juan Manuel encontró tiempo para hacerse con un ejemplar de la Crónica general de su tío. Sobre estos sucesos, véase Sturcken (1973: 429-449). El interés de don Juan Manuel por los asuntos toledanos queda también plasmado cuando en el Libro de los estados (II, xlvi) se lamenta de que no se reconozca la primacía del arzobispado toledano (Obras completas, I: 487-489). La última intervención pública del noble, en las cortes generales de Alcalá de Henares de 1348, fue para defender la preeminencia de Toledo sobre las demás ciudades frente a Burgos, como pretendía su cuñado Juan Núñez de Lara (Rubio García, 1982: 328-329). 16 La división de la historia prevalente en las “crónicas generales” derivadas de la Estoria de España es cuatripartita: 1ª parte.- primeros pobladores, historia romana y pueblos bárbaros; 2ª.- reyes godos; 3ª.- reyes astur-leoneses de Pelayo a Vermudo III; 4ª.- reyes castellanos de Fernando I en adelante. La estructura tripartita de la Crónica manuelina es insólita dentro de su tradición. A este respecto, tal vez no esté de más recordar, a propósito de una hipotética intervención de don Juan Manuel en la formación de la Crónica manuelina, el gusto del autor por la simbología numérica, y en concreto por el número tres (Deyermond, 1982: 84-85).

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La implicación de don Juan Manuel en la producción libresca queda patente en numerosos lugares de su obra17. En el prólogo del Libro del cauallero e del escudero se excusa ante su cuñado don Juan por haberle enviado una copia provisional del libro pero le dice que si da su visto bueno al texto, lo hará publicar en un manuscrito más cuidado: Et non vos la envio escripta de muy buena letra nin muy buen pargamino, reçelando que si uos fallasedes que non era buen recado, quanto mayor afan tomara en fazer el libro, mucho en esto tanto fuera el yerro mayor. Mas de que lo vos vierdes, si me enviades dezir que vos pagardes ende, entonçe lo fare mas apostado (Obras completas, I: 40).

Asimismo, no parecen ser meramente testimoniales las conocidas referencias del autor, tanto en el Prólogo general como en el que antecede al texto del Conde Lucanor, al volumen canónico, corregido de su puño y letra, de sus obras (Obras completas, I: 33)18, sino que son indicativas de que el autor supervisaba muy de cerca a los encargados de copiar, rubricar y encuadernar los manuscritos de sus obras, al igual que años antes había hecho Alfonso X. Conviene recordar que don Juan Manuel mantuvo una corte señorial, que incluía una cancillería para la expedición de cartas y documentos, validados por su propio sello19. No sería imposible que entre las tareas encomendadas que a los oficiales y escribanos allí empleados les tenía encomendadas su señor estuviese la de producir libros, de las obras propias y de las ajenas, tanto para su consumo privado como también quizás para su difusión al exterior20.

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Véase el trabajo de Olivetti en este mismo volumen. El Prólogo general figura al frente del manuscrito S (6376, Biblioteca Nacional de Madrid), del siglo XV, que contiene todas las obras conservadas de don Juan Manuel excepto la Crónica abreviada (véase la descripción que hace Blecua del códice en Obras completas I: 21-22). El prólogo escrito en tercera persona que figura al frente del Conde Lucanor en ese mismo manuscrito especifica que el ejemplar corregido por el autor había sido depositado por éste “en el monesterio de los frayres predicadores que el fizo en Pennafiel” (Obras completas I: 23). Se suele aceptar que don Juan Manuel escribió el Prólogo general mientras que el prólogo en tercera persona fue obra de otro autor (Blecua, 1989: 101-111). Ello no implica que la referencia al monasterio Peñafiel como lugar donde se depositó el códice sea apócrifa. 19 Sobre la cancillería de don Juan Manuel véase Martínez (1982: 259-285). Muchas de las cartas de don Juan Manuel, de carácter personal o político, fueron recogidas por Giménez Soler (1932: 217-654). 20 Parece adecuado añadir aquí, entre paréntesis, que la célebre “crónica conplida” a la que hace referencia el “Prólogo general” es, a mi juicio, la misma “crónica conplida” mencionada en el prólogo de la Crónica abreviada, es decir, la Crónica general de España de 18

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3. LA CRÓNICA ABREVIADA Cualquier lectura crítica de la Crónica abreviada debe aceptar, en mi opinión, dos premisas: en primer lugar, el carácter canónico, ya comentado, del ejemplar de Crónica general que sirvió de fuente a la obra y, en segundo lugar, la estricta fidelidad de la abreviación a su fuente. Resulta baldío, en mi opinión, escudriñar el texto de la Crónica abreviada en busca de desviaciones con respecto al de la Crónica manuelina con vistas a reconstruir el sesgo ideológico que anima la selección o el tratamiento del material alfonsí21. Muchas de las diferencias entre un texto y otro son accidentales, atribuibles a errores (del escriba que copiara el ejemplar deCrónica manuelina propiedad de don Juan Manuel, del autor de la Crónica abreviada o de alguno de los copistas a lo largo de la transmisión manuscrita de la obra),22 o producto de la propia mecánica de la abreviación y la dificultad de condensar un texto extenso en pocas páginas23. Por lo demás, tiene toda la razón Catalán (1992: 204) cuando observa que don Juan Manuel se limita a resumir “con devota admiración” el texto que creía obra de Alfonso X. De esta manera, el investigador contempla la Crónica abreviada casi como la obra de un autor primerizo, que antes de embarcarse en proyectos más ambiciosos, realiza un ejercicio de práctica literaria, siguiendo el modelo literario del rey don Alfonso: “De ser mero lector y degustador de obras ajenas, don Juan Manuel pasó a ser autor de libros. En un principio, apenas se atrevió sino a sumariar las obras “cumplidas” del rey don Alfonso (Crónica abreviada, Libro de la caballería) (Catalán, 1992: 228). Dada la fidelidad, un tanto decepcionante, del contenido de la crónica a su antecesor alfonsí, no es de extrañar que la mayoría de los

Alfonso X. Como señala Blecua (1989: 109-110, nota), lo más probable es que el manuscrito de las obras completas transmita aquí una mala lectura y, en vez de “et el otro de la cronica abrevi[a]da, et el otro la crónica conplida” (Obras completas, I: 33) deba leerse “et el otro la cronica abreviada de la cronica conplida”. 21 Esta afirmación y las que siguen pueden parecer injusta en vista de los interesantes resultados obtenidos por estudios como los de Benito-Vessels (1994) y Saracino (2006: 110). Mi argumento es, simplemente, que cualquier novedad que pueda aportar la Crónica abreviada frente a su modelo, es secundaria a la hora de calibrar la dimensión política e ideológica de la obra. 22 La Crónica abreviada se conserva en un único manuscrito del siglo XV (1356, Biblioteca Nacional de Madrid), descubierto en 1851 por Gayangos (Catalán, 1992: 198 y n. 9). 23 Sin duda acierta Funes al sugerir que la tarea abreviadora fue un encargo de don Juan Manuel a algún escriba quien tal vez siguiera las notas y subrayados que su patrón había dejado en la crónica fuente (Funes, 2000: 132).

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comentarios críticos sobre la Crónica abreviada se centren en su prólogo, como elemento verdaderamente personal de la obra. Leonardo Funes califica el texto de “gesto enunciativo primordial”24, el momento fundacional de la carrera literaria de don Juan Manuel, y lo distingue de la abreviación de la crónica alfonsí que lo sigue: [E]s el prólogo mismo, y no la abreviación de la crónica alfonsí, lo que es considerado como propiamente literario por DJM. A riesgo de caer en sutilezas bizantinas, habría aquí una distinción entre una práctica de escritura como huella directa de una lectura (la abreviación) y un trabajo (retórico) de composición literaria (el prólogo) (Funes, 2000: 784).

Diferenciar el prólogo, como obra literaria personal, de la abreviación, como mera transliteración mecánica de la fuente, aunque obvio, no ayuda a apreciar el significado político de la Crónica abreviada y desvirtúa el carácter de “acto socialmente simbólico”25 implícito en la composición de la obra. Sería posible argumentar, en efecto, que el “gesto enunciativo primordial” que representa la Crónica abreviada reside precisamente en el empeño que muestra la labor abreviadora por no desviarse en ningún momento del patrón impuesto por la crónica de Alfonso X. Don Juan Manuel reescribe la Estoria de España alfonsí sin alterarla en lo más mínimo, pero ello no impide que el significado de su obra sea, a semejanza del Quijote de Pierre Menard, radicalmente distinto. En este sentido, lo verdaderamente novedoso de la Crónica abreviada, el rasgo que la convierte en una obra única dentro de la tradición historiográfica castellana y en el que reside su dimensión ideológica, se halla en la iniciativa de don Juan Manuel, un miembro de la alta nobleza castellana y tutor regente de Castilla, de “tomar la palabra” y erigirse en portavoz autorizado que traslada al lector el discurso de la historia enunciado años atrás por el rey don Alfonso26. La Crónica abreviada es la primera obra de la tradición cronística post-alfonsí en la que un autor conocido (no anónimo) declara haber sometido a un proceso de reescritura (una abbreviato) el texto de las Estoria de España, cuya autoría atribuye explícitamente a Alfonso X: 24 Funes (2000: 783). Véase también el excelente análisis del prólogo de Biaggini (2012: 199-203). 25 Tomo prestado el subtítulo del libro de Jameson (1981). 26 Reitero que mis comentarios sobre la Crónica abreviada no hacen más que desarrollar lo ya expuesto por otros investigadores, especialmente Funes (2007: 11) o Gómez Redondo (1998: 1104) quien, en referencia al “Prólogo” de la obra, señala: “don Juan Manuel descubre los resortes de su orgullo social. Se cree con tanto poder que no duda en vincularse a la función de autoría concebida por Alfonso X; él se presenta como continuador de esa importante labor historiográfica”.

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Et por ende el muy noble rey don Alfonso […] por que los grandes fechos que pasaron, sennalada mente lo que pertenesce a la estoria d’Espanna, fuesen sabidos e non cayesen en olvido, fizo ayuntar los que fallo que cunplian para los contar. E tan conplida mente e tan bien los pone en el prologo que fizo de la dicha Cronica donde le sopo, que ninguno non podria y mas dezir nin avn tanto nin tan bien commo el (Obras completas, II: 575).

Según recuerda Funes (2000: 785-786)27, don Juan Manuel se encuentra prácticamente solo entre los cronistas de su época en recordar la actividad historiadora de Alfonso X y recabar la auctoritas del rey para legitimar su obra. Es bien sabido que la figura de Alfonso no gozó de un prestigio historiográfico comparable al del arzobispo Rodrigo Jiménez de Rada, a quien citan una y otra vez los historiadores de los siglos XIV y XV28. La propia Crónica de Alfonso X, obra salida directamente de la cancillería regia pocos años después que la Crónica abreviada, guarda silencio sobre la obra histórica del rey Sabio, pese a que su autor, Fernán Sánchez de Valladolid, fue supuestamente el encargado de la formación de los dos códices regios de la Estoria de España. En el caso de don Juan Manuel, su reivindicación de la figura de Alfonso X, aunque tal vez fuese producto de la admiración, como pretende

27 En la Crónica de Alfonso X Fernán Sánchez de Valladolid sólo hace referencia a la General Estoria y a las obras jurídicas (Fuero de las Leyes, Partidas) y científicas de Alfonso X y no menciona la Estoria de España (González Jiménez, 1998: 26). 28 El prestigio historiográfico y la popularidad del arzobispo Jiménez de Rada quedan patentes en la aparición, desde la segunda mitad del siglo XIII y a lo largo de todo el periodo bajomedieval, de los numerosos romanceamientos de su Historia gothica (Catalán y Jerez, 2005). En contraste, la faceta historiadora de Alfonso X parece caer en el olvido después de su muerte. Los modelos de “crónica general” más conocidos en los siglos XIV y XV (esto es, las crónicas de Castilla, Veinte reyes y Ocampiana) transmiten una sección de la Estoria de España (la dedicada a los reyes castellanos) donde el nombre que con más frecuencia aparece citado como autor de la historia no es el del rey sino el del arzobispo, y tampoco menciona la autoridad de Alfonso la muy difundida Crónica de 1344. La obra que mejor representa la desaparición en el texto de la Estoria de España de la autoridad del rey en favor de la del arzobispo son las muy populares Estorias del fecho de los godos (c. 1407), cuyo compilador despojó el relato de una de las crónicas post-alfonsíes de todas aquellas secciones ajenas al modelo de “historia gótica” propio de Jiménez de Rada y encabezó el texto resultante con el prólogo del Toledano Romanzado, con lo que la obra quedó atribuida, en su totalidad, al arzobispo (Catalán, 1992: 121-37 y 231-85). En el siglo XV es “el Toledano”, y no el rey don Alfonso, el autor constantemente citado, tanto en los sumarios en lengua romance como en las grandes historias nacionales en latín que escriben Alfonso de Cartagena (1456) y Rodrigo Sánchez de Arévalo (1469); para una visión de conjunto sobre estos dos géneros de la historiografía del siglo XV, véase Jardin (2000: 141156) y Tate (1996: 85-103). Habrá que esperar al siglo XVI, y la publicación de la edición de Florián de Ocampo (1541), para que el Rey Sabio ocupe el lugar que le corresponde dentro del canon historiográfico español.

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Catalán, sin duda esconde una intencionalidad política, en tanto los elogios al rey y a su obra van seguidos inmediatamente de la mención a su sobrino “don Johán”, quien está implicado en la misma tarea de rescatar del olvido los “fechos de España”, tan trabajosamente ayuntados por el monarca a partir de los testimonios de las autoridades del pasado: Por que don Iohan, su sobrino, sse pago mucho desta su obra, por que [por] muchas razones non podria fazer tal obra commo el rey fizo, ni el su entendimiento non abondaua retener todas las estorias que son en las dichas Cronicas, por ende fizo poner en este libro en pocas razones todos los grandes fechos que se y tienen. E esto fizo el por que non touo por aguisado de començar tal obra e tan conplida commo la del rey, su tio; antes saco de la su obra cunplida vna obra menore non la fizo sinon para ssi en que leyese (Obras completas, II: 576)29.

La afirmación de que ha compuesto la obra para su uso personal tiene escasa credibilidad –¿para quién se escribe el prólogo entonces? (formula esta misma observación Biaggini, 2012: 201)– y contradice la audaz maniobra de don Juan Manuel, quien añade su nombre, tras el del rey don Alfonso, a la secuencia de autoridades y recoge así el relevo en una actividad, la historiográfica, que el monarca había elevado a la categoría de regia. De la aptitud historiadora del autor es prueba que la obra resultante, la Crónica abreviada, sea una réplica a escala de la Estoria de España, necesariamente imperfecta, pero lo suficientemente exacta como para ser empleada como instrumento mnemotécnico, capaz de evocar la obra original en la memoria del lector. De este modo, el discurso de la Crónica abreviada se constituye en memoria de la memoria histórica de Alfonso X invitando al lector cotejar el texto con la obra original a fin de completar las inevitables omisiones que pueda contener30.

29 La invitación al lector a que coteje el texto de la Crónica abreviada con el de la Crónica alfonsí tiene, probablemente, un valor puramente testimonial y aspira a establecer la autoridad de la obra juammanuelina como imagen de la prestigiosa obra del rey don Alfonso. Como hemos visto en el apartado anterior, la capitulación de la Crónica manuelina y su división tripartita son altamente idiosincráticas (se ha argumentado incluso que pudieran ser obra de don Juan Manuel) y es poco probable que el hipotético lector a quien va dirigido el comentario dispusiese de un ejemplar de la “crónica general” de idénticas características al de don Juan Manuel. Véase la interesante lectura de Biaggini (2012: 230). 30 “Pero si alguno otro leyere en este libro e non lo fallare por tan conplido, cate el logar onde fue sacado en la Cronica, en el capitulo de que fara mencion en este libro, e non tenga por maravilla de lo non poder fazer tan conplida mente commo conviene para

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La Crónica abreviada puede ser, como con falsa modestia declara don Juan Manuel, una “obra menor “, pero es “su” obra, que no aspira, evidentemente, a desplazar y sustituir a la obra “conplida” de Alfonso X, pero sí pretende complementarla y facilitar su acceso, actuando como puente entre el discurso “oficial” de la monarquía y sus receptores. En definitiva, al escribir la Crónica abreviada don Juan Manuel se reviste de la autoridad regia en el ámbito del discurso de manera análoga a como lo hace en el de la política y su acción tiene, por tanto, el mismo valor simbólico que la utilización indebida del “ sello conplido” de Alfonso XI. Por otro lado, al aceptar, sin modificar un ápice la letra de la crónica alfonsí dentro de los límites fijados por la recepción (hasta la muerte de Fernando III), don Juan Manuel no hace sino realizar una inversión a la espera de obtener rentabilidades futuras, asegurándose la posición óptima de sujeto enunciador dentro del campo discursivo abierto por Alfonso X. De hecho, la Crónica abreviada parece haber sido escrita en un momento en el que todo el poder estaba al alcance de su autor y todo era posible, incluso la corona de Castilla, y es inevitable interpretar que la iniciativa de reclamar la herencia cultural del rey Sabio era parte de una estrategia más amplia encaminada a reclamar la totalidad de su herencia política. 4. DIDACTISMO Y AUTORÍA EXCÉNTRICA Como es sabido, los acontecimientos discurrieron por unos derroteros muy distintos a lo que don Juan Manuel pudiera haber proyectado cuando escribió la Crónica abreviada y el auténtico heredero de Alfonso X, en quien recayó su legado político e historiográfico, fue su biznieto Alfonso XI31. Llegado a la mayoría de edad en 1325, el joven monarca emprende una campaña para afirmar el poder real y eliminar cualquier posición, que se inicia con una demostración de violencia mandando asesinar al infante Juan el Tuerto y prosigue con un enfrentamiento a muerte con don Juan Manuel, que finalizará con la derrota total del noble y su sometimiento a la autoridad real en el pacto de Madrid de 133732. Las obras que don Juan Manuel escribe durante este este fecho. E ssi fallare y alguna bona razon, gradesclalo a Dios e aprouechese della” (Obras completas, II: 577). 31 Sobre la figura de Alfonso XI como continuador de la obra política y cultural de Alfonso X, véase Martínez (2003: 193-210). 32 Véase Giménez Soler (1932: 109-110). Para la vida de don Juan Manuel he consultado los perfiles biográficos integrados en el análisis de su obra que ofrecen tanto Catalán (1992: 200-206) como Gómez Redondo (1998, I: 1093-1204), así como los datos que aporta Mota (2003: 12-35).

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periodo, marcado por el enfrentamiento con el rey, suponen un alejamiento progresivo de la obra alfonsí, apreciable ya en la célebre distinción entre “teórica” y “práctica” expuesta en el prólogo al Libro de la caza. Si en la Crónica abreviada el autor se limitaba a trasladar al lector la crónica compuesta por Alfonso X, aquí enmienda la plana al tratado cinegético de su tío, a partir de lo que ha aprendido de otros cazadores y de su propia experiencia (Obras completas, I: 521)33. Al saber teórico alfonsí, don Juan Manuel contrapone un saber personal y práctico, sacado de la vida misma y puesto por escrito en respuesta a las circunstancias del presente, el “doloroso et triste tiempo” al que hará referencia en el prólogo del Libro de los estados (Obras completas, I: 208). La nueva modalidad de saber cristaliza en los tres libros siguientes (Libro del caballero e del escudero, el Libro de los estados y Conde Lucanor), donde la ruptura con el modelo alfonsí se completa en forma de evolución genérica. Los tres se presentan en forma de diálogo entre personajes ficticios: un caballero/sabio/privado transmite sus enseñanzas a su escudero/pupilo/señor, bien directamente, bien a través de enxenplos. La ficción va enmarcada por un prólogo, en el que no se cita a Alfonso X ni a ninguna otra auctoritas como fuente del contenido del libro, con lo que éste es enteramente atribuible al autor, quien se identifica ante el lector en primera persona (“yo, don Johán, fijo del infante don Manuel, adelantado mayor de la frontera”) para exponer las circunstancias de composición dela obra y dirigirla a un personaje importante de su entorno social (el arzobispo don Juan en el Libro del caballero edel escudero y en el Libro de los estados y don Jaime, señor de Jérica, en el Libro del Conde Lucanor)34. La “trilogía de ficción didáctica” abre una nueva etapa en la producción literaria de don Juan Manuel, cuya singularidad estriba no tanto en las materias tratadas, ni en las innovaciones que el autor introduce con respecto a los géneros tradicionales, sino, ante todo, en la manera en la que el discurso prescinde del amparo de la autoridad alfonsí y va avalado de un concepto de autoría personal inédito en la literatura medieval y muy similar al que encontramos en la literatura moderna. Así, Orduna (1982b: 246) distingue la Crónica abreviada y el Libro de la caza, obras “de aprendizaje” a la estela del modelo alfonsí, de los libros posteriores “de creación”. A partir de este planteamiento, numerosos investigadores han incidido en el sentido político implícito en la condición autoral de don Juan Manuel. Gómez Redondo, por ejemplo, propone con agudeza 33

Véase el comentario de Catalán (1992: 228-229). Una excelente lectura del significado de los marcos ficticios en la obra de don Juan Manuel puede encontrarse en Diz (1981: 403-413). 34

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que don Juan Manuel parece haber considerado la actividad literaria como una manera de continuar “por otros medios” la guerra contra Alfonso XI. Relegado a los márgenes del poder, don Juan Manuel se empeña por retener un puesto de privilegio en el terreno que no le ha quedado vedado, la literatura35. Funes, por su parte, observa cómo don Juan Manuel toma prestados elementos de los diversos géneros de la época y los integra en un discurso propio y sui generis, capaz de competir con los producidos en los centros difusores del saber letrado (la corte, la universidad, la iglesia) pero que ha de ser, necesariamente, “excéntrico”, esto es marginal, a ellos36. De esta manera, los elementos que confieren singularidad a su obra, tanto frente a la de su tío Alfonso X, como frente a la literatura didáctica de la época, serían estrategias subordinadas al logro del auténtico objetivo del discurso: la construcción del sujeto enunciador, referido por el “yo” y la aposición que lo acompaña en los prólogos (“don Johán, fijo del infante don Manuel, adelantado mayor del reino de Murcia”), así como por el personaje de “don Johán” que va insertado en los distintos niveles diegéticos del texto. Las menciones a la vida y obra de este “don Johán” actúan de índices de la autoridad del “yo” enunciador, proyectando una imagen ideal de su referente en su condición de alto hombre castellano, miembro de la dinastía real, así como, sobre todo, en su faceta de “fazedor” de libros como, entre otros, el que el lector tiene entre las manos37. Elaborando un poco sobre esta línea de razonamiento, cabría añadir que la presencia del discurso de Alfonso X se mantiene, de manera

35 “Don Juan ha comenzado escribiendo como demostración de un poder y de un prestigio totalmente merecidos. Por ello, quería seguir los caminos trillados por su tío: la historiografía, las disposiciones jurídicas de la caballería y los asuntos de la caza le confieren el mismo estatuto de autor que fijó Alfonso X. Ahora bien, cuando se sabe arrojado de esa posición privilegiada, su obra se convertirá en la única realidad desde la que podrá demostrar todo aquello que le ha sido negado” (Gómez Redondo, 1992: 92-93). 36 “[E]n la etapa alfonsí DJM asume los cauces formales establecidos por el Rey Sabio en un proceso de continuación y desvío donde se va perfilando una nueva impronta. Pero más allá de estos aspectos, y según lo revelado en el comentario de los prólogos, lo que DJM lee en la obra alfonsí es, fundamentalmente, una figura de autor, una determinada forma de incidencia de la función-autor en los discursos del saber (de la historia, de la ley, de la devoción, del ocio” (Funes, 2000: 788). 37 La presencia de don Juan Manuel en su propia ficción es uno de los rasgos más originales y celebrados de la obra. El autor lo emplea en el Libro de los estados para construir lo que para Orduna (1982a) constituye una auténtica autobiografía y lo lleva a su culminación maestra en el Conde Lucanor. Ente las lecturas más sagaces del procedimiento, me limito a señalar aquí el fundamental trabajo de Dunn (1977: 66-67), así como el de Mandrell (1991: 1-18). Para una discusión acerca del enfoque “biografista” con el que la crítica se ha aproximado a la obra de don Juan Manuel, véase Funes (2000: 126-129 y 2007: 7-9).

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latente, en las obras juanmanuelinas de madurez, si entendemos que el “yo, don Johán”, que aparece a partir del prólogo del Libro del caballero e del escudero, como el significante que desplaza y sustituye en su función al “Nos, don Alfonso” dentro del sistema del texto, pero que no altera el sentido último de éste como “discurso del poder”. El sostenimiento en el discurso de lo que Funes llama, siguiendo a Foucault38, “función autor”, representaría una nueva apropiación simbólica del discurso regio mediante una maniobra similar a la apreciada en la Crónica abreviada, pero más compleja, que acaso se podría formular en los términos económicos de los que se vale el sociólogo Bourdieu (2012: 137) para dar cuenta de la dinámica del poder subyacente a toda situación de intercambio lingüístico. De esta manera, el discurso juenmanuelino podría ser calificado de una versión eufemística del alfonsí39, resultado del compromiso entre un interés expresivo (concretamente, político) y las restricciones estructurales impuestas por el mercado simbólico en el que el discurso aspira a participar y obtener el mayor beneficio simbólico posible. El paso de la historia a la ficción didáctica y los otros rasgos definitorios de la obra de don Juan Manuel serían estrategias encaminadas a retener el capital simbólico obtenido (la auctoritas que conlleva la función-autor) y, si es posible, aumentarlo. El discurso ciertamente renuncia a ciertas formas genéricas (la historia y el derecho), pero adopta otras (el diálogo sapiencial, el exemplo moral) que permiten, o no impiden, la reproducción mimética del discurso alfonsí, tanto en sus aspectos lingüístico-estilísticos (el empleo del “castellano drecho” de Alfonso X)40, como, más importante aún, en su planteamiento enunciativo, sumariado en la anónima invocación que encabeza el códice regio de la Estoria de España: “El rey, que es fermosura de Espanna et tesoro de la philosophia, ensennanças da a los yspanos, tomen las buenas los buenos, et den las vanas a los vanos” (Ms. Y-I-2, Escorial, fol. 1v; cf. Menéndez Pidal, 1977: 2.) Así, mientras el “Nos” del rey don Alfonso proyecta sus enseñanzas a los españoles, el “yo” de don Juan Manuel repite el mismo movimiento, alzándose en portador del saber escondido en la “fabliella” que 38

La misma formulación de Foucault acerca de función del autor en el texto literario moderno, “a certain functional principle by which, in our culture, one limits, excludes, and chooses; in short by which one impedes the free circulation, the free manipulation, the free composition, decomposition and recomposition of fiction” (Foucault: 1991: 119) valdría para dar cuenta del funcionamiento de la auctoritas y su simbolismo político en textos de la cultura medieval, como los de Alfonso X y don Juan Manuel. 39 El carácter eufemístico del discurso juanmanuelino ya lo notó Funes (2000: 786787). 40 Aunque véase lo que se señala al final de este apartado.

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dirige al buen entendimiento del lector. A resultas de esta imitiatio, el discurso de don Juan Manuel aspira al mismo efecto ideológico que el discurso alfonsí, cuya invitación a “los españoles” a aprovechar el saber puesto a su disposición es, en realidad, una interpelación a que el receptor asuma la subordinación simbólica con respecto al “Nos, don Alfonso” que el discurso le asigna.41 El discurso juanmanuelino emplaza al lector en la misma posición respecto a un “yo” que desempeña una función comparable a la del “Nos” regio. La obra de don Juan Manuel, por tanto, construye la figura del autor en la forma de un sujeto pseudo-regio, un “yo” que imita, y aspira a ser, “Nos”, aunque a veces desde nuestra óptica moderna resulte fácil leerlo como un sujeto autónomo que nos comunica sus experiencias personales y sus inquietudes éticas y políticas. Parece de rigor concluir este apartado advirtiendo que la anterior caracterización del discurso de don Juan Manuel es, sin duda, general e incompleta, y está abierta a obvias matizaciones. El presente trabajo no aspira a dar cuenta exhaustiva del discurso juanmmanuelino sino que se centra exclusivamente en aquellos de sus aspectos que recrean, por un propósito político, el discurso alfonsí (esto es, las “semejanças” entre la voz de don Juan Manuel y la de Alfonso X). Entre las diferencias, se podría añadir, por ejemplo, la distancia marcada con respecto al discurso alfonsí en virtud de la célebre dinámica entre “fablar complido” y “fablar breve e oscuro”, que don Juan Manuel introduce en varias de sus obras42. El “castellano drecho” que Alfonso emplea en sus obras jurídicas e históricas ha de ser un lenguaje transparente y sin ambigüedades, pues es el medio de la Ley, cuyo destinatario son “los españoles”, esto es, el sujeto universal político-jurídico que el discurso construye43. El discurso juanmanuelino, en contraste, estratifica su

41 Reformulo aquí, de manera algo tosca, el concepto de “interpolación” propuesto por Althusser (1976: 67-125). 42 La importancia del motivo en don Juan Manuel es manifiesta desde el prólogo de la Crónica abreviada, cuyas primeras líneas van dedicadas a explicar por qué el texto no está escrito en “palabras nin razones muy sotiles” (Obras completas, II: 574). La disyuntiva entre un lenguaje “luengo” y otro “breve e oscuro” se plantea abiertamente en el Libro de los estados (I, lxiii; vid. Obras completas, I: 317-318) y domina la estructura del Libro del conde Lucanor, donde la oscuridad de las “razones” aumenta progresivamente en cada una de las cinco partes que componen la obra (Obras completas, II: 440-441, 454-455 461-462 y 467468). Sobre esta distinción y su posible origen árabe véase Orduna (1979: 135-146). 43 Véase, por ejemplo, lo que se dice en la Primera Partida (Título I, Ley XIII) y apréciese el contraste con don Juan Manuel: “Entender se deben las leyes bien et derechamente, parando siempre mientes en el verdadero entendimiento dellas a las mas sana parte et mas provechosa segunt las palabras et las razones que hi fueren puestas. Et por esta razon non se deben escrebir por abreviamiento de escriptura, nin por razones men-

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audiencia receptora, separando a los lectores que requieren un saber básico, codificado en una “fabliella”, de aquellos otros que, como el propio autor, gozan de mejor entendimiento y son capaces de acceder al saber superior transmitido en razones “breves e oscuras”. La distinción funciona, una vez más, para privilegiar la autoridad del “yo” enunciador, en su condición de dominador de los diversos registros del saber, pero además tiene el efecto de dotar al discurso de un matiz elitista, aristocrático, ciertamente ajeno al modelo “universalista” de Alfonso X.

5. LA VUELTA A LA HISTORIA: EL LIBRO DE LAS ARMAS La relación intertextual con la obra de Alfonso X, velada en sus libros de ficción didáctica, se revela de forma nítida en las dos últimas obras de don Juan Manuel, el Libro de las armas y el Libro enfenido, en las que el yo abraza un discurso du réel, cuyo único marco es la realidad compartida por emisor y receptor que el discurso representa y construye (Barthes, 1967: 65-75)44. De la importancia que don Juan Manuel parece haber dado a estos dos libros, especialmente al Libro de las armas, al que sobre todo se van a ceñir mis comentarios, da constancia que figuren al frente de la lista de obras incluida en su Prólogo general, siendo los únicos títulos acompañados de un resumen de su contenido: El primero tracta de la razon por que fueron dadas al infante don Manuel, mio padre, estas armas, que son alas et leones, et por que yo et mio fijo, legitimo heredero, et los herederos del mi linage podemos fazer caualleros non lo seyendo nos, et de la fabla que fizo conmigo el rey don Sancho en Madrit, ante la su muerte. Et el otro, de castigos et de consejos que do a mi fijo don Ferrando, et son cosas que yo proue (Obras completas, I: 33).

La posición preferente del Libro de las armas, semejante a la de un escudo de armas que presidiera sobre los otros libros, se ajusta al carácter de una obra que el autor dedica a exaltar su linaje y dejar constan-

guadas por que los homes cayan en yerro, entendiendolo en una manera segunt la letra, seyendo de otra segunt razón. Ca saber las leyes non es tan solamente en aprender et decorar las letras dellas, mas en saber el su verdadero entendimiento” (Partidas, 1807, t. 1: 20). 44 El análisis del discurso histórico que hace Barthes sólo es parcialmente aplicable a la historiografía medieval, donde la veracidad del relato (su auctoritas) depende de que la presencia del autor se revele ante el lector de manera patente en el texto.

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cia de su glorioso destino45. El carácter tendencioso del texto es palpable a cualquiera que lo lea. Las tres “razones” sobre su familia que don Juan Manuel pone por escrito, supuestamente a petición del dominico Fray Alfonso, constituyen un ataque explícito contra la figura de Alfonso X, tan elogiada por don Juan Manuel en sus primeras obras, y su línea de sucesión, hasta el actual monarca Alfonso XI, como vástagos de un “linaje maldito”, destinado por la divina providencia a ser remplazado en el trono por el “linaje bendito” de los Manuel. Los estudios críticos de las últimas décadas coinciden en aproximarse al Libro de las armas como exponente, aunque idiosincrático, del discurso histórico bajomedieval. Se trata, sin duda, de una crónica sui generis, que no se presenta como tal ante lector, pero que aprovecha todas las convenciones del género y las pone al servicio de una finalidad claramente propagandística. Orduna (1982b: 230-268) contempla la composición del Libro dentro del contexto biográfico de don Juan Manuel casi como la satisfacción imaginaria de un deseo insatisfecho: en la literatura don Juan Manuel encuentra la justicia de las ofensas recibidas de Alfonso XI que la realidad le negó. En un trabajo conjunto, Funes y Qués (1995: 71-78) la sitúan con firmeza dentro de la tradición cronística castellana del siglo XIV, calificándola de “historia disidente”, exponente del discurso histórico nobiliario surgido en respuesta a la historia regia oficial, un tema al que volveré luego. Deyermond (1982 y 2002) señala la presencia en el texto de motivos folklóricos, así como de elementos provenientes de la historiografía, la hagiografía, la literatura caballeresca y la Biblia, y su cuidadosa integración en una estructura narrativa diseñada en torno a patrones numéricos y escriturales. Por último, Rosende (2006: 199-223) incide en la deliberada codificación figural del relato, de acuerdo con el patrón bíblico de profecía-consumación, como principal estrategia de la que se vale el discurso para lograr la lectura política a la que aspira. Mi lectura del Libro de las armas plantea considerar esta incursión de don Juan Manuel en la historiografía como una revisión de su primera obra, la Crónica abreviada, y una nueva aproximación a la fuente de ésta: la Estoria de España de Alfonso X. Contemplado así, el Libro de las armas 45 El lugar privilegiado del Libro de las armas en la lista del Prólogo general lo señaló Ramos Nogales (1992: 180, n. 3) y, antes que él, Ruiz (1989: 109) de quien además procede la certera analogía entre el libro y el escudo de armas de los Manuel, p. 109). Ruiz parece dar a entender (creo que involuntariamente) que el título del libro fue invención de don Juan Manuel, con lo que se gana la reprimenda de Deyermond (2002: 88). El título Libro de las armas es ciertamente una aportación de la crítica moderna pero lo prefiero al de Libro de las tres razones, pese a los convincentes argumentos de Deyermond (2002: 8389), porque captura a la perfección el valor simbólico de la obra.

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supondría un nuevo acto de apropiación del capital simbólico de la Estoria de España, que no se detiene con reproducir el relato alfonsí, sino que procede a reescribirlo y darle continuidad para que quede en él inscrita la historia de la familia del autor. Esta reescritura de la Estoria de España tiene como punto de partida, a mi juicio, la escena de la muerte de Fernando III narrada por el rey moribundo Sancho al final de la “tercera razón”. Nótese, en este sentido, el énfasis que este relato recibe dentro de la estructura del texto al estar colocado al final de la obra, rompiendo así la secuencia cronológica que guardan los otros episodios históricos que van narrando las “tres razones”46. En su lecho de muerte don Sancho confiesa al joven don Juan Manuel que no puede bendecirlo porque su padre no le dio su bendición, antes lo había maldecido, pero que tampoco Alfonso había tenido la bendición de su padre, Fernando III: “Ca el sancto rey don Fer[r]ando, mio abuelo, non dio su bendiçion al rey, mio padre, si non guardando el condiciones çiertas que el dixo, et el non guardo ninguna dellas; et por eso non ovo la su bendiçion” (Obras completas, I: 138). Casi no hace falta señalar que la fuente de esta información es la Estoria de España (o mejor dicho, la obra que don Juan Manuel consideraba la Estoria de España), concretamente el capítulo, propio de la Crónica particular de San Fernando, dedicado a la muerte ejemplar de Fernando III, del que años antes don Juan Manuel había ofrecido un detallado resumen en la Crónica abreviada (III, cccx)47.

46 El Libro de las armas sigue, en general, un orden cronológico, en su historia de los Manuel excepto por el flashback final de la muerte de Fernando III. Enumero y dato los principales acontecimientos, indicando con un asterisco aquellos para los que don Juan Manuel proporciona una fecha. “Primera razón”: nacimiento y crianza de don Manuel (1234); “Segunda razón”: boda de don Manuel con Constanza de Aragón y acontecimientos murcianos (1251-56), boda de don Manuel con Beatriz de Saboya (1281), *nacimiento de don Juan Manuel en Escalona (1282), *muerte de don Manuel (1283); “Tercera razón”: *primera campaña militar de don Juan Manuel en Murcia (1294), muerte de Sancho IV (1295), muerte de Fernando III (1252). Lomax (1982: 163-176) examina la base histórica de las noticias relacionadas con el infante don Manuel. 47 “[El rey don Fernando] fizo llegar ante sy a su fijo don Alfonso, e mandol e rrogol que toviesse a la reyna donna Johana en logar de madre e que la mantoviese siempre en su onrra e que criase sus hermanos e los mantoviese e los levase adelante quanto podiese. E rogol quanto pudo por su hermano don Alfonso, el de Molina, e por las otras sus hermanas quel avie e por todos los ricos omnes e caualleros de sus regnos, que les fiziese mucha onrra e los mantouiese e les feziese algo, en guisa que podiessen muy bien pasar, e que les guardase sus fueros e sus libertades a ellos e a todos sus pueblos. E dixol que si esto ansi feziese, quel dava la su bendiçion, e ssy non, quel daua su maldiçion. Otrosy le dixo quel dexaua señor de toda la tierra del mar aquende, la vna conquerida e la otra tributada. E dixol ansy: “Fijo, en este estado que te yo dexo la tierra, sy la sopieres bien guardar, eres tan buen rey commo yo; e si ganares por ti más, eres mejor rey que yo; e ssi desto

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Cualquier lector familiarizado con la Estoria de España conocería con precisión, por tanto, cuáles habían sido las condiciones impuestas por Fernando III a su hijo mayor y que éste no cumplió. Específicamente, sabría que Alfonso había incumplido el encargo de que “criase sus hermanos e los mantoviese e los levase adelante”, porque acaba de leer en la “segunda razón” cómo el rey don Alfonso maniobró de manera paladina para arrebatar el reino de Murcia a su hermano don Manuel, a quien por derecho correspondía (Obras completas, I: 128-132). Adviértase que si el relato de los hechos que don Juan Manuel atribuye al rey don Sancho concuerda con lo narrado por la Estoria de España de Alfonso X, la coincidencia no es aprovechada para citar la crónica alfonsí como corroboración del testimonio del rey. Estaríamos, en principio, ante el mismo procedimiento de ocultar las fuentes del texto practicado a menudo por don Juan Manuel en otras obras48. En esta ocasión, sin embargo, su empleo entrañaría una táctica de especial astucia, pues el autor invoca de manera velada la autoridad de la obra de Alfonso X para refrendar la veracidad de lo narrado, con lo que, de cierta manera, cita al rey como testigo de cargo de su propia acusación. Por otro lado, mientras que en el caso de las citas veladas a autoridades que aparecen en sus obras anteriores cabría dudar que don Juan Manuel esperase que sus lectores conociesen la procedencia del texto, en el de esta referencia a la Estoria de España me parece plausible que el autor apueste que su público lector conozca la obra alfonsí o la vaya a conocer en el futuro. Don Juan Manuel emplearía aquí, por tanto, una peculiar modalidad de alusión, un tipo de intertextualidad que Genette (1982: 8) define como aquel enunciado menguas, non eres tan buen rey commo yo”. Dessy santiguol e diol su bendiçion” (Obras completas, II: 813-814). Cf. Menéndez Pidal, 1977, cap. 1132: 772b21-773a4. La Crónica abreviada presenta una pequeña diferencia, no sé hasta qué punto significativa, respecto al relato de la Crónica particular de San Fernando: don Juan Manuel cierra el capítulo contando que Fernando III santiguó y bendijo a su hijo, mientras que en la obra original la acción del rey precede a la imposición de condiciones a su bendición. 48 La falta de referencias a las fuentes del texto es un conocido rasgo de la obra de don Juan Manuel. Lida de Makiel se refiere a su “curioso empeño de borrar toda huella de “taller”, de omitir toda referencia a fuentes, a fin de presentar su obra como parto original, fruto de sus experiencias y no de sus lecturas” (1966: 128-129). Una exposición concisa y clara de las lecturas de don Juan Manuel se encuentra en el trabajo de Taylor (2009: 136-137). Entre las escasas autoridades mencionadas por don Juan Manuel en sus obras destaca la cita a Egidio Romano y su De regimine principum (c. 1280) en el Libro enfenido, al tratar, significativamente, el tema de la diferencia entre el buen rey y el tirano (Obras completas, I: 159). Son muy frecuentes, por el contrario, las autocitas: al Libro del cauallero e del escudero y al desaparecido *Libro de la caballería en el Libro de los estados (Obras completas, I: 209 y 325) y a éste en el Conde Lucanor (Obras completas, II: 471) y, repetidamente, en el Libro enfenido.

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“[…] dont la pleine intelligence suppose la perception d’un raport entre lui et un autre auquel renvoie nécessairement telle our telle de ses inflexions, autrement non recevable”. La “pleine intelligence” de la “tercera razón”, esto es, el significado cabal del texto, depende de una lectura de cuya posibilidad el narrador simula no ser consciente. El discurso se plantea como testimonio de un narrador imparcial que transmite lo que ha escuchado a otro (el rey don Sancho), sin percatarse de que el relato está refrendado por la Estoria de España49, con lo que la responsabilidad por captar dicha coincidencia y las posibles consecuencias políticas que de ella se puedan extraer recaen así, enteramente, sobre los hombros del lector50. Don Juan Manuel también “se lava las manos” cuando deja al arbitrio del lector reconocer y completar sus otras alusiones a relatos del pasado reciente desfavorables hacia los antecesores de Alfonso XI, en concreto, la leyenda de la blasfemia de Alfonso X estudiada por Funes (1993-1994: 51-70 y 69-101) y la maldición del rey Sabio a su hijo Sancho (Martin, 1994: 153-178). La referencia a la Estoria de España tiene, sin embargo, un especial valor funcional dentro del discurso dado el prestigio de la fuente, cuyo autor es, de paso, el mismo monarca que está siendo puesto en entredicho por el texto51. Recabada la autoridad del propio Alfonso X en lo concerniente a su “bendición condicional”, el terreno está abonado para las palabras que a continuación pronuncia Sancho IV. Según el moribundo rey, don Juan Manuel no precisaba de su bendición porque ya tenía la de su 49 De la astucia del procedimiento da testimonio el que incluso lectores modernos, como Ruiz (1989: 121), caigan en la trampa de don Juan Manuel: “Obviamente no podemos comprobar que estas fueran las palabras de Sancho IV. Ahora bien, sí podemos decir que los hechos referidos no los inventó don Juan Manuel; son hechos para los que había enunciados antecedentes”. 50 El mismo procedimiento subyace al empleo de tipologías bíblicas en la construcción del relato, patente, por ejemplo, en la caracterización del personaje de don Manuel como figura de Cristo (Deyermond, 2002: 93-95). La diferencia, en el caso de la referencia a la Estoria de España, está en que aquí no se pretende que el lector reconozca la semejanza entre los hechos del pasado reciente y determinados acontecimientos o personajes bíblicos, sino la coincidencia plena existente entre dos relatos aparentemente desconectados entre sí, ya que ambos son testimonio verídico de los mismos hechos (las circunstancias de la muerte de Fernando III). 51 Rosende (2006: 217) destaca la centralidad que tienen las alusiones a estos tres relatos del pasado reciente para el funcionamiento ideológico del Libro de las armas: “[E]l LTR capitaliza al menos tres relatos circulantes a mediados del siglo XIV (la predicción sobre la blasfemia del rey Alfonso, la bendición condicionada del rey Santo, la maldición del linaje del rey Sancho) y con sólo aludir a ellos aprovecha toda su potencia legendaria y la acumula sobre aquella información que el lector contemporáneo era capaz de reponer a partir de su propio contexto”. Me parece, sin embargo, que atendiendo a su eficacia ideológica, la alusión a la muerte de Fernando III tiene un peso funcional superior al de las otras dos alusiones.

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padre don Manuel, al igual que éste había recibido la bendición completa de Fernando III: Et contar vos he commo la ovo vuestro padre del rey don Fer[r]ando, nuestro abuelo. Quando el rey don Fer[r]ando fino en Seuilla, era y con el la reyna donna Juana su muger, et el infante don Alfonso, su fijo, mio padre, que fue rey, et el infante don Alfonso de Molina, su hermano, et todos o los mas de sus fijos; et dexolos a todos muy bien heredados, saluo a vuestro padre, que era muy moço. Et don Pero Lopes de Ayala, que lo criaua, traxo el moço al rey et pidiol por merçed que se acordase del. Et quando el llego, estaua ya el rey cerca de la muerte: pero non pudiendo fablar si non a muy fuerça, dixol: “Fijo, vos sodes el postremer fijo que yo oue de la reyna donna Beatriz, que fue muy santa et muy buena mugier, et se que vos amaua mucho; otrosi [vos amo yo] pero non vos puedo dar heredad ninguna, mas douos la mi espada Lobera, que es cosa de muy grant virtud, et con que me fizo Dios a mi mucho [bien], et douos estas armas, que son sennales de alas et de leones” (Obras completas, I: 138-139).

En este pasaje reside el núcleo propagandístico fundamental del libro que don Juan Manuel quiere transmitir. La bendición del moribundo rey don Fernando equivale, sin duda, a una translatio imperii, condicional en el caso de Alfonso X, plena en el de don Manuel, quien además simbólicamente recibe en herencia la espada utilizada por el monarca en la conquista de Sevilla y el escudo de armas de su familia, descrito en detalle en la “primera razón”. Una vez establecido que el primogénito Alfonso incumplió las condiciones de su padre, el poder real debe recaer, casi por defecto, en su hermano menor. Don Juan Manuel vuelve a construir el relato a partir de datos sacados directamente de la Estoria de España (la referencia a Sevilla, las menciones a doña Juana de Pontiz, segunda esposa de Fernando III, y a Alfonso de Molina, la noticia de la ausencia del lecho de muerte del rey de algunos de sus hijos)52, y les añade otros extraídos de la vida real y fácil52 Véase el pasaje de la Crónica particular de San Fernando: “[M]ando et fizo llegar y sus fijos derredor de si todos, que fueron estos, los que de la reyna donna Beatriz su muger ouo: don Alfonsso que fue el mayor et heredero de sus reynos, et don Fradique, et don Enrrique, don Felipe, don Manuel; et don Sancho, que era luego en pos este, era arçobispo de Toledo et non se açerto y, nin donna Berenguela que era monia en las Huelgas de Burgos. Los fijos que ouo de la reyna donna Johana que y estava –que fue la postremera muger– eran estos [...]” (Menéndez Pidal, 1977: 772b3-14). En el relato no se especifica la presencia de Alfonso de Molina, pero Fernando III lo nombra en las palabras que dirige a su hijo: “rogol por su hermano don Alfonso de Molina” (ibid.: 772b30-31). El texto nada nos dice de la herencia de ninguno de los hermanos, aparte de Alfonso, por lo que el dato “dexolos a todos muy bien heredados, saluo a vuestro padre” que aparece en el Libro de las armas debe haber sido añadido por don Juan Manuel de su propia cosecha.

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mente verificables (el nombre del tutor de su padre53, la referencia a la espada Lobera, en posesión de don Juan Manuel)54. El autor se vale de todos estos elementos para autorizar el componente de su relato que verdaderamente le interesa y es pura invención: las palabras de Fernando III a don Manuel. De esta manera el texto traslada, casi físicamente, al lector a la escena narrada en la Estoria de España y la reescribe adicionándole un nuevo “fecho” (la bendición “conplida” del rey a su hijo menor), que el autor de la obra, el rey don Alfonso, accidental o tal vez intencionadamente, había dejado fuera de la crónica y que sólo ante el inocente ruego de Fray Juan Alfonso, don Juan Manuel ha puesto por escrito salvándolo del olvido. En definitiva, el episodio de las dos bendiciones de Fernando III constituye el punto de amarre del que se vale el relato del Libro de las armas para atrapar e invadir el texto de la Estoria de España. El discurso insta al lector, en primer lugar, a reconocer la identidad entre la versión de los hechos del Libro y lo narrado en la crónica alfonsí (las palabras de Fernando III a don Alfonso) y, en seguida, a completar el relato de ésta, añadiéndole el elemento aportado por don Juan Manuel (las palabras del rey a don Manuel). Esta operación no se agota, a mi juicio, con la integración de este acontecimiento específico, sino que arrastra consigo la de todos los episodios históricos narrados en las “tres razones”, tanto de manera explícita (el nacimiento de don Manuel, su matrimonio con doña Constanza de Aragón, las intrigas de la perversa reina Por último, conviene observar que el pasaje, arriba citado, de la muerte de Fernando III en la Crónica abreviada (Obras completas, II: 813-814) no menciona la ausencia de algunos de los hijos del rey, por lo que cabe inferir que para componer el Libro de las armas don Juan Manuel no consultó su propia obra, sino el texto de la Crónica manuelina. 53 Varias generaciones de la familia Ayala estuvieron al servicio de los Manuel en los dominios murcianos de éstos y resulta plausible que este Pero López de Ayala I, tatarabuelo del cronista, fuese tutor de don Manuel, aunque no hay evidencia documental de ello. Véase Torres Fontes (1976: 6-7) y Lomax (1982: 166). 54 La espada Lobera estuvo realmente en posesión de don Juan Manuel; véase Ruiz (1989: 126-126) y Benito-Vessel (1995: 16-17). Es posible que el autor mencionase a la Lobera en su perdido *Libro de la caballería, según sugiere la referencia que a esta obra se hace en el Libro de los estados (I, lxvii), en un pasaje dedicado a la espada como atributo fundamental del caballero (Obras completas, I: 325). En el caso de la espada del rey Santo, a las virtudes propias del arma habría que añadirle su condición de símbolo del poder regio y de la tarea reconquistadora encomendada a los monarcas castellanos. Don Juan Manuel legó la Lobera a su hijo Fernando en sus dos testamentos, fechados el 31 de mayo de 1339 y el 14 de agosto de 1340 (el texto del segundo puede leerse en Giménez Soler, 1932: 695-708). Tras la muerte de don Fernando Manuel en 1350, la espada pasaría a manos de los reyes Trastámara, quienes la confiaron a la iglesia de Santa María la Mayor de Sevilla. Acerca de la especial importancia de la espada para la monarquía castellana bajomedieval frente a otros símbolos del poder regio, véase Palacios Martín (1976: 273296).

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doña Violante y de su marido el rey don Alfonso, el nacimiento del propio don Juan Manuel la muerte de Sancho IV, etc.), como las alusiones de manera indirecta (la blasfemia del rey don Alfonso, su maldición contra el infante don Sancho), e incluiría, asimismo, la de todos aquellos sucesos relativos a Alfonso X y los reyes posteriores que el relato del Libro pueda haber evocado en la memoria del lector y que éste conozca a través de leyendas, rumores o fuentes escritas (las circunstancias de la rebelión de Lerma, el desafortunado “fecho del imperio”, la muerte de Fernando de la Cerda, el enfrentamiento entre Alfonso y su hijo Sancho, la polémica subida al trono de Sancho IV, el asesinato de Lope Díaz de Haro, etc.)55. La lectura que, de manera subrepticia, el Libro de las armas reclama al lector desmonta así las “cajas chinas” que, según observa de modo sagaz Deyermond (2002: 101), estructuran el discurso de la “tercera razón” (el relato que un rey moribundo cuenta acerca de lo que dijo otro rey moribundo en el pasado) y despliega los sucesos narrados en el Libro de las armas a lo largo de una secuencia lineal, que tras superponerse y reescribir el segmento final de la narración de la Estoria de España (concretamente el intervalo temporal comprendido entre el nacimiento de don Manuel en 1234 y la muerte de Fernando III en 1252), lo prolonga con los sucesos posteriores hasta 1340-45, fecha en la que don Juan Manuel escribe la obra56.Vinculada así a la Estoria de España, la historia de los Manuel gana una dimensión histórica que transciende las circunstancias de un linaje nobiliario determinado, dado que la dinámica providencial que anima las vicisitudes de esa familia es la misma que la que rige el destino de la historia hispana, aproximándola al destino decretado por Dios, que no es otro que la recuperación de la tierra perdida por los godos y, posiblemente, su reunificación bajo un único señorío. En este sentido, cabe recordar que el relato de la Crónica particular de San Fernando representaba, desde el punto de vista de su funcionali55 Menciono estos sucesos en particular porque son tratados en una obrita romance anterior a las Tres crónicas que un hipotético lector del Libro de las armas pudiera haber conocido: la Historia hasta 1288 dialogada. Véase Funes (2003: 71-84) y Saracino (2014: 214). La redacción de la obra suele datarse poco después de 1288 pero yo la creo algo posterior, ya entrado el siglo XIV (Hijano, 2005: 123-148). Se trata de un relato de los reinados de Fernando III (desde la conquista de Sevilla), Alfonso X y Sancho IX (hasta el asesinato de Lope Díaz de Haro en 1288), concebido como continuación a la historia de Jiménez de Rada, que nos ha sido transmitido, de manera parcial, en el manuscrito U’ de la Crónica manuelina y en tres manuscritos de la Crónica de Castilla, así como, de manera más completa, en las dos versiones de la Estoria del fecho de los godos de principios del siglo XV. 56 Acepto la fecha de composición que propone Gómez Redondo (1998, I: 1191).

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dad narrativa, un auténtico desenlace del drama representado en la Estoria de España. Las conquistas de Fernando III consumaban prácticamente la tarea de recuperar el territorio peninsular perdido tras la catastrófica invasión de 711, encomendada primero a Pelayo y retomada por sus sucesores, los reyes asturianos, leoneses y castellanos57. Sin embargo, mediante su referencia a la bendición condicional dada por el rey a su sucesor el autor de la Crónica particular de San Fernando introducía un elemento de suspense e incertidumbre en este dénouement, por lo demás plenamente satisfactorio, y lanzaba una invitación velada a otros cronistas a continuar el relato58. Don Juan Manuel, con excelente olfato literario, percibe las posibilidades literario-propagandísticas de este cliffhanger y escribe una obra que da respuesta plena a los interrogantes que plantea59. Como no podía ser de otra manera, Alfonso X incumplió las condiciones de su padre, arrastrando al reino a un periodo de involución histórica semejante a los vividos en otros momentos del pasado hispano, cuando el impulso reconquistador se vio detenido por el conflicto interno abierto tras la muerte de un rey poderoso (por ejemplo, Fernando I, Alfonso VI, Alfonso VII y Alfonso VIII). Esta vez, sin embargo, la crisis es más profunda que en ocasiones anteriores pues no se circunscribe al reinado de Alfonso X sino que se ha extendido a los de sus sucesores hasta el actual monarca60. El mal

57 Acerca del modelo bíblico de “caída y redención” que la Estoria de España hereda de la obra de Jiménez de Rada sigue siendo de consulta obligada el artículo de Deyermond (1985: 345-367). 58 Obsérvese que al proponer el tema de la bendición condicional el autor de la Crónica particular de San Fernando ya estaba sugiriendo de manera implícita que Alfonso no fue un buen rey, lo cual constituye un dato valioso a la hora de establecer el ideario político detrás de la composición de esta obra. Cabe añadir, dicho sea de paso, que es imposible saber si don Juan Manuel sería consciente o no de que el relato sobre Fernando III de la Crónicas manuelina es una obra ajena a Alfonso X. 59 Así tal vez se explique el feroz ataque a Alfonso X, tan elogiada en los prólogos de la Crónica abreviada y el Libro de la caza (Obras completas, II: 575-576 y 1981: 519-521). Sin descartar algún componente edípico en este asesinato simbólico del Padre, lo que tal vez ocurra aquí es que don Juan Manuel sacrifica el prestigio del rey Sabio, y su admiración personal hacia su figura, en aras de la eficacia literario-propagandística de su narración. El autor detecta la oportunidad, brindada por el autor de la Crónica particular de San Fernando, de completar y desarrollar narrativamente el motivo de la bendición condicional de Fernando III componiendo un verdadero “exemplo” en torno al tema del antagonismo entre el hermano mayor malvado, Alfonso, y el segundón bondadoso, Manuel, de ricas semejanzas bíblicas y cuya veracidad está, además, parcialmente refrendada por el testimonio de la Estoria de España. 60 El topos de la crisis política y moral en la que ha caído el reino castellano en su época aparece ya en el prólogo de la Crónica abreviada (Obras completas, II: 576) y es recurrente en los otros libros de don Juan Manuel. En el pasaje, antes mencionado, del Libro de los estados (II, xlvi), por ejemplo, Julio se lamenta de que Toledo haya perdido la pri-

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comportamiento de Alfonso X, en concreto hacia su hermano Manuel, parece haber creado un patrón de “reyes malditos”, que ha encontrado eco en la época presente en el injusto tratamiento dado por Alfonso XI a su leal servidor don Juan Manuel, según expresamente nos dice el texto: Et Dios me lo demande al cuerpo et al alma, si [por] los vienes et la criança que el [el rey Sancho IV] en mi fizo, si lo non serui lo mas leal mente que pude a el et al rey don Fer[r]ando, su fijo, et a este rey don Alfonso, su nieto, en quanto este rey me dio lugar para quel siruiese et me non oue a catar del su mal61.

El Libro de las armas nos plantea, por tanto, un panorama histórico de pérdida de rumbo desde que el linaje de Alfonso X está al timón, pero en el que afortunadamente han aparecido señales proféticas62 de que esta deriva sólo será temporal. Así, de la misma manera que en la Estoria de España el reinado de Fernando III supone el cumplimiento casi pleno de la promesa de redención hecha por Dios a Pelayo tras la pérdida del reino de los visigodos, la actual fractura en el tejido histórico creada por la línea de sucesión de Alfonso X se solventará con la desaparición de ésta y su reemplazo en el trono por el linaje bendito de los Manuel, receptores de la bendición legitimadora del rey Santo. Con típica humildad, don Juan Manuel nos dice que no cree que sea él en quien vaya a recaer la tarea encomendada por Fernando III a sus sucesores63: “Pero el que este serviçio de Dios a de acabar, Dios lo sabe; et digo vos que non tengo a mi por tal que yo meresca ser aquel” (Obras completas, I: 126). El autor parece conformarse con el papel de guardián de la herencia fernandina en espera de transmitirla a sus descendientes. Dicha translatio imperii la llevará a cabo, disfrazada de translatio studii, en el Libro enfenido, su siguiente y, posiblemente última, obra, en la que lega a su hijo heredero, don Fernando, de nuevo de viva voce y sin la intermediación de marcos ficticios, el libro que conmacía de las iglesias hispanas como consecuencia de un castigo de Dios por los pecados de los castellanos (Obras completas, I: 488). 61 Obras completas (I: 135). 62 Entre otras, el sueño de doña Beatriz antes del nacimiento de Manuel, las implicaciones mesiánicas del nombre dado a éste, la bendición “cumplida” de Fernando III a su hijo menor y a sus descendientes, etc. 63 El legado de Fernando III habría incluido la misión de recobrar no sólo el reino de los godos sino también el de Jerusalén. Así explica Ramos Nogales (1995: 107-109) la presencia en la “Segunda razón” del episodio de la muerte en Acre de doña Sancha, hija de Jaime I de Aragón y tía abuela de la segunda segunda esposa de don Juan Manuel, doña Constanza (Obras completas, I: 127-128).

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tiene las enseñanzas que hasta el momento ha reunido y puesto en práctica64. Propongo, en definitiva, leer el Libro de las armas como un hipertexto sin hipotexto, por volver a emplear la terminología de Genette (1982: 12-13). El discurso convoca al lector a que construya una obra, inexistente, glosada en las “tres razones”, que no sería otra que una *Crónica particular del linaje de los Manuel, cuyo relato continuaría y pondría colofón al de la Estoria de España. Por completar, sin pretender llevar demasiado lejos, el símil borgesiano sugerido en el apartado segundo, se podría decir que si la Crónica abreviada era el “Pierre Menard” de don Juan Manuel, el Libro de las armas representaría su “Acercamiento a Almotásim”. Con la composición del Libro de las armas don Juan Manuel cierra el círculo y retorna a su punto de partida, el discurso histórico. Al igual que había hecho en la Crónica abreviada, el autor toma la iniciativa y asume como propio el discurso de la Estoria de España pero esta vez su intervención es más radical y llega al extremo de reescribir el relato del pasado, a fin de presentarlo como un mero prolegómeno a la historia de los Manuel. Con ello completa la misma operación de apropiación simbólica de la historia que de manera más explícita efectuará años más tarde Fernán Sánchez de Valladolid mediante la composición de la Crónica de tres reyes y la Crónica de Alfonso Onceno (Funes, 1995: 66-67).

6. DON JUAN MANUEL, CRONISTA POST-ALFONSÍ La propuesta de este trabajo es que una lectura de las obras de don Juan Manuel como reescritura de la obra de Alfonso X (aquí me he referido específicamente a la obra histórica, aunque el análisis quizás fuese aplicable al conjunto del corpus alfonsí) puede contribuir a revelar la lógica histórica y socio-política a la que todo discurso se atiene (Spiegel, 1990: 59-86). En este sentido, conviene concluir estos comen-

64 “Et fiz lo para don Ferrando, mio fijo, que me rogo quel fiziese un libro […] por que sepa por este libro quales son las cosas que yo proue et bi […] Et ruegol et mandol que entre las otras sciencias et libros que el aprendiere, que aprenda este et le estudie bien, ca marabilla sera si libro tan pequenno pudiere fallar de que se aproueche tanto” (Obras completas, I: 147-148). En la translatio potestatis implícita en la transmisión del saber del padre al hijo encontraríamos una nueva analogía con la obra alfonsí. Véase, en este sentido, la miniatura que encabeza el códice escurialense Y.i.2 de la Estoria de España, la cual probablemente represente a Alfonso X entregando el libro que contiene la historia hispana a su heredero, don Fernando de la Cerda. La imagen fue comentada por Guenée (1980: 334-335) y Rodríguez Porto (2012).

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tarios sobre el componente historiográfico en la obra de don Juan Manuel, intentando situar a ésta en su contexto histórico inmediato. La lucha entre monarquía y nobleza que domina la política de la Castilla bajomedieval, cuyo punto álgido se alcanza en la segunda mitad del reinado de Alfonso X (desde la “Conjuración de Lerma” de 1271-1272) y durante los de sus sucesores, Sancho IV, Fernando IV y Alfonso XI, tiene como una de sus consecuencias la formación de una identidad aristocrática, expresada en la creación y difusión de relatos dedicados a los antepasados de los grandes linajes castellanos, sobre todo las casas de Lara, Castro y Haro. Algunos de dichos relatos (en su mayoría, leyendas transmitidas de forma oral pero tal vez también, en algún caso, cantares de gesta, o incluso obras escritas de características desconocidas) se incorporaron a la historia oficial del reino castellano-leonés, pues fueron recogidos, de manera más o menos extensa, en las dos grandes obras historiográficas que al servicio de los intereses ideológicos de la monarquía se compusieron en el siglo XIII : la Historia de rebus Hispaniae (1243) de Rodrigo Jiménez de rada y las dos versiones (12711274 y 1282-1284) de la Estoria de España de Alfonso X. La transmisión de contenidos aristocráticos en textos historiográficos se acentúa en la tradición de crónicas romances compiladas, a partir de borradores de la inacabada Estoria de España, tras la muerte de Alfonso X, con una diferencia importante: mientras en las obras de Jiménez de Rada o Alfonso X la incorporación de los relatos nobiliarios quedaba subordinada, en principio, al modelo histórico regio, en las crónicas post-alfonsíes el enfoque nobiliario parece dominar la orientación ideológica del discurso. Así, a finales del siglo XIII o principios del XIV nos encontramos con textos como la Crónica de Castilla65, en los que el objetivo teórico de la crónica, afirmar la legitimidad del monarca reinante mostrando su continuidad con los reyes anteriores, queda en segundo plano frente al protagonismo otorgado a ciertos personajes de la nobleza, especialmente el Cid, pero también, en el tramo final de la obra, Diego López de Haro, fundador de un linaje especialmente pujante en Castilla desde mediados del siglo XIII66. La crítica se encuentra dividida en cuanto al origen de las crónicas post-alfonsíes dividen. Algunos, como Funes (2014: 529-542), las atribuyen a cancillerías nobiliarias que 65 Funes (2000: 8-31) identifica otros exponentes de esta deriva nobiliaria de la historiografía romance en obras, ya mencionadas en el presente trabajo, como la Historia hasta 1288 dialogada, la Historia menos atajante incluida en la Crónica manuelina y la Crónica particular de San Fernando. 66 Sobre la construcción de la memoria histórica de los Haro, véase Baury (2003: 3792). Un certero estudio de los relatos nobiliarios en la sección final de la Crónica de Castilla es el de Bergquist (2013: 47-70).

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trabajaron en competencia con la cancillería real castellana, mientras que otros, entre quienes me cuento, las consideran productos monárquicos, aunque, en algún caso, en su discurso se pueda apreciar la influencia de alguno de los grandes señores que tuvieran acceso al scriptorium regio durante el convulso reinado de Fernando IV o el periodo de minoría de Alfonso XI (Bautista, 2014: 87-117). Sea como sea, independientemente de sus circunstancias de producción, la característica de estas crónicas post-alfonsíes que interesa señalar aquí es, precisamente, el obstinado anonimato de sus autores. Es innegable, en efecto, el peso de la ideología nobiliario-caballeresca en los textos pero la acción de ésta se limita a colonizar el modelo histórico regio creado por Alfonso X, adicionando nuevos contenidos pero sin renunciar a la sucesión de reyes como hilo conductor del relato y, lo que es más importante, sin imponer otra autoridad enunciadora que no sea la voz narrativa del rey o el discurso mismo de “la Estoria”. La nobleza castellana de finales del XIII y principios del XIV quiere el poder pero todavía parece ser incapaz de proponer un proyecto político o historiogáfico que prescinda de la función real como punto central de referencia y sólo a partir de la segunda mitad del siglo, tras la revolución Trastámara, logrará producir un discurso histórico verdaderamente propio (Beceiro Pita, 1990: 329-349). Don Juan Manuel, como los de Haro antes que él, está entregado a la tarea de construir y “llevar adelante” la memoria de su linaje, pero el suyo es un linaje distinto, cualitativamente superior a los de los otros ricos hombres castellanos. En el Libro enfenido el autor simula caer de pronto en la cuenta de dicha superioridad cuando está a punto de aconsejar a su hijo cómo debe comportarse hacia quienes son sus iguales: [D]esque vengo a cuydar en ello, digo vos que en este capitulo non se commo vos fable en ello quanto lo que tanne a vos, ca yo en Espanna non uos fallo amigo en egual grado. Ca si fuere rey de Castiella o su fijo eredero, estos son vuestros sennores. Mas otro infante, nin otro omne en el señorío de Castiella non es amigo en egual grado de uos; ca, loado a Dios, en linage non deuedes nada a ninguno (Obras completas, I: 162).

En efecto, don Juan Manuel no precisa buscar el origen de su casa en ningún héroe de las Navas o de la conquista de Sevilla porque Alfonso VIII y Fernando III son sus antepasados por línea directa. El infante don Manuel, su padre, no había fundado un linaje, sino que fue un eslabón más de una cadena ininterrumpida de reyes castellanos, leoneses, asturianos y godos, cuya legitimidad se remonta a la llegada de los primeros pobladores al solar político hispano. Don Juan Manuel,

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por tanto, puede permitirse el lujo de considerar la Estoria de España como la historia de su propia familia y por ello no ve la necesidad de alterar su texto, ni vacila a la hora de firmar con su nombre su versión de la obra, según vimos al comentar la Crónica abreviada. Por la misma razón, el Libro de las armas sólo se alinea con el discurso histórico nobiliario y es “historia disidente” (Funes y Qués, 1995: 71-78) del discurso regio, en la medida en que ofrece una versión de la historia posterior al reinado de Fernando III alternativa a la de las crónicas reales de Fernán Sánchez de Valladolid. Por lo demás, el discurso de don Juan Manuel y el del canciller de Alfonso XI se enuncian de acuerdo con las mismas premisas ideológicas. En su condición de “seguimientos”, velado el uno, explícito el otro, al relato canónico de la Estoria de España, ambos compiten por reclamar y hacer suyo el discurso de la monarquía castellana. Las anteriores reflexiones permitirían matizar los términos a partir de los cuales se suele interpretar la obra de don Juan Manuel en su conjunto. El “yo” juanmanuelino no surge en el marco de un discurso nobiliario construido en respuesta al del rey, sino que es producto del acto de enunciación del propio discurso del poder regio por parte de quien se auto-proclama representante de la línea de sucesión legítima, la cual, por los avatares de la historia, no se encuentra, en el momento de escribir pero, tal vez, de manera provisional, en posesión de la corona67. El destino quiso que las aspiraciones de don Juan Manuel para su linaje se cumpliesen después de su muerte en 1348, aunque quizás no del todo como el autor esperaba. Si en 1350 moría su heredero don Fernando, primogénito de su tercer matrimonio con doña Blanca Núñez de Lara, en ese mismo año doña Leonor de Guzmán, esposa ilegítima de Alfonso XI, concertaba el matrimonio de la hermana de don Fernando, doña Juana Manuel, con su hijo Enrique, quien a partir de 1367, tras asesinar a su hermano Pedro en Montiel, se convertiría en rey de Castilla. Ese mismo año subía al trono de Portugal Fernando I, hijo de la segunda esposa de don Juan Manuel, doña Constanza de Aragón. De esta manera, en 1379, cuando Juan I sucede a su padre, los reyes de Castilla y de Aragón son nietos de don Juan Manuel por parte de madre. La sangre de los Manuel y de los de la Cerda transmitida por doña Juana Manuel fue un elemento clave en la legitimación de la nueva dinastía Trastámara, y fue convenientemente aprovechado por su aparato propagandístico. Pero Pérez de Ayala lo aireó repetidamente en sus crónicas y el propio Juan I le dio un lugar prominente en el

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Véase lo ya dicho en la conclusión al apartado 4 del presente trabajo.

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discurso que pronunció en las cortes convocadas en Segovia en 1386 (Gómez Redondo, 2002: 166-174). Especial satisfacción le hubiera dado a don Juan Manuel saber que hacia 1376-79 un escritor de la corte de Enrique II había refundido la Crónica de Alfonso Onceno68, una de las obras de su antiguo enemigo, Fernán Sanchez de Valladolid, a fin de, entre otras novedades, reivindicar la memoria del noble presentando su figura de manera más acorde con el ideal caballeresco del que tantas veces trató en sus libros69. Pero fue el propio don Juan Manuel y su extraña apuesta por llevar sus aspiraciones políticas al terreno de la literatura, quien más hizo por asegurar el prestigio de su linaje y preservar su memoria para las generaciones futuras.

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