Historia y alcances del concepto de soberanía popular en el pensamiento argentino.

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Descripción

Historia de la Filosofía Argentina y Latinoamericana
Trabajo Final
Prof.: Raúl Domínguez
Alumno: Apcarián Juan Cruz

Historia y alcances del concepto de soberanía popular en el pensamiento
argentino

"La ley es telaraña,
pues la ruempe el bicho grande
y solo enrieda a los chicos."

José Hernández, Martín Fierro.

1. Introducción.
Es la intención de este trabajo rastrear de qué manera fue entendida a lo
largo de distintas coyunturas nacionales la noción de poder del pueblo, en
este caso, soberanía popular. A modo de hilo conductor, la noción de
soberanía popular estará delimitada por la interpretación de Rousseau,
cuando no esté referida explícitamente por los autores trabajados.
Específicamente el Contrato Social fue de gran influencia en los inicios
del pensamiento nacional, en tanto expresa el derecho de las sociedades de
regirse por sí mismas. El pueblo es soberano, en la filosofía de Rousseau,
por haberse dado a sí mismo la ley que lo coacciona, de ese modo no
obedeciendo a más nadie que a sí mismo. La soberanía se juega en la
realización de dicha posibilidad, que de concretarse, libera del peso del
deber que impone una ley ajena. A su vez, la libertad propia está sujeta a
la libertad de los demás, basando el principio de bien común en la
reciprocidad antes que un contenido, una política o una ley específica.[1]
Este concepto será rastreado a partir de los diversos procesos y
dinámicas de cambio social, intentando captar, a través de los distintos
prismas desde los cuales se fue pensando, los rasgos cualitativos (tales
como sectores sociales implicados, contexto internacional y los marcos
jurídicos y fácticos del ejercicio del poder), antes que los rasgos
cuantitativos (como ser un análisis estadístico del grado de exclusión o
inclusión social, índices de pobreza o PBI), apuntando a entrever el
trasfondo ideológico y buscando no explicar los problemas por los números.
De este modo, identificar a lo largo de cierto hitos y puntos álgidos de
nuestra historia en términos de movilidad social, de qué modo o por medio
de qué lenguaje técnico era referenciada la soberanía popular; cuáles eran
los límites de lo referenciable; qué actores implicaba y en qué medida se
podría decir que las lecturas teóricas se aproximaban a la realidad social.

Se analizarán tres períodos: el primero, desde 1810 hasta 1853, abarcando
el período de la "fundación" ideológica del país; el segundo de 1868 a 1930
abarca desde el programa de la generación del 80 hasta la propuesta
filosófico política de Ingenieros, entrevista una breve alusión a los
movimientos obreros de fin de siglo XIX; y finalmente el que va de 1945 a
1975, gira en torno al marco de las políticas peronistas, la corriente de
la filosofía de la liberación y la cosmovisión de Rodolfo Kusch.


2. 1810-1853. De la primavera de 1810 a la sanción de la Constitución
Nacional.
La proclama del cabildo de 1810, según Galasso, no fue un grito
porteño, sino más bien un esfuerzo conjunto de todo el territorio del
virreinato del rio de la plata:
"En 1810 coincidieron todos contra el coloniaje. La falta de
apoyo a la contrarrevolución de Liniers, los pueblos incorporándose al
ejército de Belgrano, el apoyo de los indios a Castelli, el
levantamiento de las masas rurales uruguayas acaudilladas por Artigas
y los gauchos de Güemes enloqueciendo a los ejércitos realistas con su
lucha guerrillera, son elementos comprobatorios de que la revolución
no fue el golpe de una minoría porteña, sino que todo el país
concurrió a la derrota de los españoles. Pero si todos coincidieron en
luchar por la revolución nacional, cada uno lo hacía por motivos
distintos. Y cuando después del triunfo las fuerzas del litoral lo
usufructuaron en beneficio propio y sembraron la miseria en el resto
del país, los pueblos del interior volvieron a levantarse en armas,
ahora contra sus hermanos traidores. Se levantaron no para reclamar la
vuelta a la colonia, sino sosteniendo el derecho a tomar un camino
propio, pero nacional y no porteño, al servicio del pueblo y no de
minorías vendidas al extranjero."[2]
Dado el carácter heterodoxo del cuerpo colectivo insurrecto y la falta
de conflictos internos, 1810 representó una coyuntura flexible por su
movilidad, lo que facilitaba su reestructuración; la horizontalidad y el
trabajo conjunto contribuyó a pensar la posibilidad de una noción amplia de
soberanía popular en el pensamiento de Mariano Moreno, en términos de
emancipación política y económica de Europa, así como propugnando un
cooperativismo entre las regiones de Latinoamérica. Pero la preeminencia de
los medios por sobre los fines en el accionar de los morenistas de 1810,
implicó la acaparación de demasiado poder, lo que conlleva a creer que
quizás no fuera dicha concepción tan amplia en última instancia. Por todo
lo demás, quizás no pueda gobierno o Estado alguno soslayar la dinámica de
relegar el bienestar y la libertad presente por medio de un distanciamiento
y en función de un futuro adecuado. El frente liberal saavedrista
finalmente se impone en el control de las políticas aduaneras de Buenos
Aires e instaura un modelo socio-político basado en el libre-mercado,
afianzándose hegemónicamente en el territorio de las provincias unidas.
Los avances en materia de derecho social son correlativos a las
conquistas europeas, y sin duda significativos; no obstante, la liberación
de la gravación a las importaciones aísla las provincias entre sí debido a
la pauperización de las industrias locales, políticas que Rivadavia
ahondará con endeudamientos crediticios, urbanización y emplazamiento de
instituciones, la importación del modelo constitucional estadounidense y el
fomento de matanzas indígenas. Por estos medios puja una noción de libertad
y soberanía que implica su realización solo a través de las formas
civilizadas europeas, devotas del progreso económico antes que nada.
En tanto, las décadas que van del 30 al 50 transcurren bajo el
gobierno federal de Rosas, contando con la suma del poder público y el
supuesto aval del pueblo, que a pesar de contar con la consideración de
aquél, que negocia con las peonadas, los gauchos y los indios; que resiste
el colonialismo económico del bloqueo anglo-francés; a pesar de ello, no
existen instancias de participación popular transparentes que le ratifiquen
en el poder, más que la fuerza, claro está. No obstante, Rosas gobierna
cerca de 30 años. En el decurso, la generación romántica del 37 gesta sus
primeros movimientos con pretensiones políticas. Al respecto es interesante
la interpretación de Alberdi del rosismo, entendiéndole legítimo en tanto
representa fidedignamente al pueblo, solo que éste es aún presa de la
ignorancia.
A diferencia de las preocupaciones de Rivadavia, más vertical en sus
consideraciones políticas, ligando intrínsecamente el ideal de soberanía
con la libertad individual, el progreso económico y la civilización
(urbanización, institucionalización), la generación romántica hará de lo
social una preocupación prioritaria, sin cesar por ello el influjo de la
ideología europea. Dice Alberdi, en su Fragmento preliminar: "El poder es
inseparable de la sociedad; deja de ser poder el que se separa de la
sociedad, porque el poder es una faz de la misma"[3]. Mas debe esta visión
ser complementada con su revés: "Si queremos ser libres, seamos dignos de
serlo. La libertad no brota de un sablazo, sino que es el parto lento de la
civilización (…) Existe pues, un paralelismo fatal entre libertad y
civilización"[4]. Entre estas dos instancias se juega el concepto de
soberanía popular en la generación del 37, expresada más sintéticamente en
la distinción hecha por Echeverría en el Dogma Socialista entre razón
popular y voluntad popular, representando la volición un rasgo cuasi ciego
de la condición humana, en tanto la razón es la luz que guía el juicio, y
que debe ser transmitida en sus formas correctas al pueblo. La asociación
se considera una condición indispensable para la consolidación de los
principios individuales de libertad, fraternidad y progreso, todos ellos co-
sustanciales a la soberanía. Pero el justo modo de conquistar aquéllas es
sin duda la ilustración pública, cuyos medios serán la ley y la educación
laica y gratuita. Rosas, en este esquema, representa el pueblo pero es su
fiel reflejo: instintivo, irracional y espontáneo; su despotismo "no sería
el despotismo de un hombre, sino el despotismo de un pueblo: sería la
libertad déspota de sí misma; sería la libertad esclava de la libertad.
Pero nadie se esclaviza por designio, sino por error. En tal caso, ilustrar
la libertad, moralizar la libertad, sería emancipar la libertad"[5].
Esta concepción de pueblo será la que predomine en la Constitución
Nacional sancionada en 1853, a través del recurso de la representatividad:
"El pueblo no delibera ni gobierna sino por medio de sus representantes".
El pueblo es soberano, pero no dispone de medios para gobernarse a sí
mismo; habita en la letra una determinación a priori de cuáles deban ser
los medios y cuáles los fines, así como una distinción ontológica y
jerarquizante en el seno de lo social, con raíz en la fórmula
ilustración=soberanía=libertad. La idoneidad resulta un criterio difuso que
a lo largo de nuestra vida constitucional es indiscernible del
posicionamiento económico y cultural quienes hacen política.
Un optimismo en la ley innata de las sociedades, que canta progreso
indefinido, guía el pensamiento de la generación del 37. El auge del
proceso moralizador/civilizador durante el siglo XIX entre ley y educación
se efectuará con Sarmiento, quien llevó al paroxismo la fórmula haciendo
efectivas sus consecuencias implícitas: represión de los levantamientos;
civilización de la barbarie; erradicación de las formas espurias y
repoblación de la tierra con sujetos susceptibles de ser libres a la
europea. Entre sus postulados teóricos y posteriores gestiones
gubernamentales se consolida en el plano del pensamiento nacional dominante
una fuerte creencia en el poder legitimador del saber. Sarmiento encarna la
paradoja de hacer libre y soberano al pueblo, aun a costa de su sangre y
pesar: institucionaliza, educa y difunde ideología, al tiempo que hace la
guerra y fusila la indiada y el gauchaje.

3. 1868-1925. Del modelo agro-exportador al hilo rojo de Ingenieros.
Tras la retirada de Urquiza del campo de Pavón en el 61, se unifica
territorialmente el país y se sucederán por vez primera presidencias bajo
marco constitucional que aplicarán políticas de modo concertado, a fines de
siglo sintetizadas en el lema del gobierno de Roca: paz y administración.
El orden y el consenso eran necesarios para el desarrollo del comercio,
sustentados por el dominio ideológico, la coacción de una ley universal y
el control de policía. "Se pretende organizar el país y, para que esto se
logre, se requieren instituciones como las relacionadas con el Poder
Legislativo (Congreso Nacional, legislaturas provinciales, consejos
vecinales), el Poder Ejecutivo (presidente, gobernadores, intendentes) y el
Poder Judicial (juzgados en general). Es así que se puede considerar a los
hombres del 80 como codificadores y legisladores. Ellos entienden la
realidad en la medida que puedan codificarla."[6]
El requisito para disponer de los beneficios de la soberanía en el
estado de derecho es ser aprehensible por la ley. No hay lugar, bajo esta
premisa, para la diferencia cultural, y por lo tanto étnica. El período que
va desde fines de los 60 hasta las primeras décadas del siglo XX estará así
marcado por el proceso de descombre necesario para emplazar los moldes del
arquetipo civilizatorio. La guerra de la triple alianza y la de fronteras
contra los indígenas resultó doblemente satisfactoria para el modelo que
consideraba la soberanía en términos de unidad cultural y territorial, en
tanto eliminaba la diferencia sospechada como contrapoder (gauchos, indios,
negros y federales del interior matándose entre sí) y aportaba tierras para
la ganadería y la expansión comercial. Comenta Feinmann al respecto: "El
Estado liberal, de este modo, se caracterizó por instaurar un orden
represivo en el frente interno y de extrema liberalidad en el externo"[7].
Considero que la reacción a este ejercicio de poder por parte de la
oligarquía de los 80 puede pensarse como de dos maneras: por un lado, como
rechazo a la ley; por el otro, como rechazo al ejercicio arbitrario de la
ley. De este modo, hay en el primer caso un contrapoder fáctico que busca
ser hegemónico, en tanto en el segundo caso, se busca co-participar del
estado de derecho, es decir, se busca reconocimiento político.
La estigmatización social del indígena alcanza su grado máximo cuando
ni el guacho Martín Fierro les ve fraternizables: los malones son
frecuentes y sangrientos (Calfucurá). Cabría distinguir la excepción de
Felipe Varela y el interior unido bajo la consigna de la Unión Americana
hacia 1868, con una consigna que trascendía los intereses nacionales y
buscaba la cooperación latinoamericana. Fuera de ello, los indígenas nunca
vieron siquiera posibilidad de ingresar en el estado de derecho; aunque de
seguro, en nuestro país, el extrañamiento era mutuo. Es sugerente la
militancia de José Hernández, discípulo de Alberdi (pertenecientes ambos
por ideología a la burguesía litoral), quien fustiga el maltrato y las
persecuciones del gobierno a los gauchos, explicables y justificadas tan
solo por la condición de pobreza que se sufría en las campañas. Hernández
busca insertar al gaucho en la trama de poder imperante sugiriéndolo como
una pieza esencial al proceso de expansión agro-ganadera nacional (no
buscando, por lo tanto, un cese de las relaciones comerciales con los
mercados extranjeros sino más bien una complementación con los mismos).
Los círculos intelectuales aggiornados y parapetados respiran
entretanto los vapores del progreso. Francisco Romero, siguiendo a su
maestro Alejandro Korn, sugiere que un clima positivista y cientificista
imperaba y se retroalimentaba conjunto con el proceso de pacificación y
administración. En este sentido, "la situación social de Iberoamérica
contribuyó sin duda a la apropiación y arraigo de tal filosofía [el
Positivismo], porque éstos se hallaban entonces en la urgencia de
constituir las bases efectivas y concretas de la convivencia y en la
necesidad de organizar la explotación de sus recursos naturales, de manera
que la proyección del interés colectivo hacia lo social, lo político y lo
económico coincidían con el espíritu del movimiento positivista"[8]. Cabe
aclarar, cientificista y devoto del progreso: la realidad es un monstruo
mensurable, predecible y domable. En este sentido, el hecho de que la
codificación es la condición de posibilidad de la existencia no implicaba
una existencia por ello digna. Entre 1895 y 1930 la población aumentó de
1.737.000 a 12.000.000[9], fruto de las políticas de fomento hacia la
inmigración europea. El pueblo engrosa sus filas pero es referido por el
pensamiento dominante como "masa" y cargado de tonos peyorativos, fruto del
extrañamiento étnico que le produce aquélla errancia humana, sucia e
ignorante del idioma y los usos esencialmente argentos.
Interesa el texto Las multitudes argentinas de Ramos Mejía, de enfoque
biologicista: el sujeto protagonista del tratado son las masas, aunque por
decirlo de algún modo, analizadas desde una exterioridad. Ramos Mejía
reconoce el papel emancipador de las multitudes en los principios de la
patria y atribuye ciertos rasgos que podrían considerarse positivos, mas es
este cuerpo colectivo puro inconsciente y superstición. En él se pierde el
individuo ilustrado; "sonámbulo motor", son las multitudes autómatas y
rayan la animalidad: "Si el hombre moderno de las sociedades europeas, que
aislado es culto y moderado, se muestra tan bárbaro cuando constituye
muchedumbre, ya os imagináis cómo serían las multitudes americanas formadas
por ese elemento más instintivo y violento, más sujeto a los entusiasmos y
a los heroísmos de los seres primitivos."[10] Las multitudes asemejan
fisiológica y anímicamente a las personas; vuélvense anónimas en estado
colectivo: no hay distinción de rasgos particulares y todos se homogenizan
en un mismo timbre de voz y expresiones faciales. Estos "piensan a veces
con el vientre"[11], lo que les rebaja en la escala evolutiva a un peldaño
instintivo.
Considero que se pueden extraer dos lecturas de lo anterior: por un
lado, una sublimación del prejuicio, aludido, de la facultad legitimante
del saber. Pero no de cualquier saber, sino del civilizatorio y
progresista. Por el otro, una incapacidad cultural para asimilar las
diferencias cualitativas de la explosión demográfica, que termina por
absolutizar la otredad en un todo indiferenciado.
En tanto, a raíz de la recesión económica de principios de la década
de 1890 y mientras Ramos Mejía se deshacía en elogios hacia lo popular,
este remanente marginado comenzó a expresar su reacción con las
revoluciones radicales de la década del 90 y a través de los primeros
levantamientos obreros. La UCR, intentando por la fuerza acceder al ámbito
de reconocimiento legal, y más allá de sus divergencias internas,
representante del sector medio; los segundos, organizados bajo el Partido
Socialista co-fundado por Alfredo Palacios y Juan B. Justo, creyentes en la
vía legislativa, y luego bajo la F.O.R.A en 1901 (Federación Obrera
Regional Argentina), de tendencia anarco-sindicalista, incrédulos a la
correspondencia de su precarización laboral de parte del estado de derecho.
Los últimos, incluso por fuera de la ley, a modo de contrapunto del
vergonzoso paradigma sociológico de Ramos Mejía, levantan proclamas y
consignas que en términos ideológicos blanden ideales afines a una noción
compleja de soberanía popular, a la vez que denotan una clara capacidad
organizativa y estadística. Hacia 1904, en torno al IV Congreso y contando
con 42 asociaciones, se lee: "En la necesidad de la resistencia es en lo
que más se ha destacado el progreso de la idea de emancipación que todas
las sociedades proclaman; y es en ese terreno que se puede afirmar hoy que
la Federación ha dado un paso gigantesco hacia la conquista de los
legítimos derechos del hombre a pesar de que el capital y el gobierno han
redoblado los grilletes con que pretenden sujetar al obrero"[12].
El recelo de la FORA hacia la ley se alimenta del uso que el gobierno
hacía de ésta para legitimar la represión de las huelgas obreras, mediante
recursos tales como el Estado de sitio y la Ley de residencia, con la cual
eran expulsados los inmigrantes que una década atrás se había invitado con
tantas ínfulas. No obstante, a pesar de las presiones, la FORA se aísla
cada vez más ante la fractura con el PS y carece de fuerza de presión
política. En cambio, a raíz de la progresiva participación de los
socialistas en la vía legislativa, junto a la UCR, que comienzan a acceder
a bancas en el Congreso, se consiguen los primeros reconocimientos a los
sectores obreros: la regulación de las horas laborales, de los salarios y
los seguros, del trabajo femenino e infantil, así como la ley Sáenz Peña de
voto secreto obligatorio y universal en 1912.
Es preciso también referir el proceso llamado de "normalización" de
las prácticas filosóficas argentinas hacia la década de 1930. Quizás
pudiendo ser aludida como su profesionalización, implica una ampliación del
interés filosófico en el país, soportado y estimulado por un aumento de la
organización y la institucionalización.. La dificultad en enmarcar este
proceso en la trama del trabajo radica en que no necesariamente la
especialización del pensamiento filosófico va en desmedro del estudio o el
desarrollo del pensamiento de la soberanía popular. De este modo, quizás
cabría interpretar este período como un alejamiento de los círculos
intelectuales de las bases populares (en tanto la institución tiende a
excluir a las clases marginales al capital cultural); sin embargo, no
siempre resulta excluyente el trabajo de los claustros académicos con
respecto a las necesidades sociales. Sería también posible interpretar
dicho período como una continuidad de la línea de Juan María Gutiérrez
antes que la de Alberdi, en el sentido de que el pensamiento filosófico, en
la búsqueda de originalidad, busca desasirse de su coyuntura. Es el
filosofar sobre el filosofar, sin ataduras y propio de muchos pensadores de
Europa, antes que la concepción del pensamiento como intrínsecamente ligado
a la operatividad política que propugnaron Alberdi y Sarmiento.
Por último cabe mencionar un contrapunto a lo dicho anteriormente en
la figura de Ingenieros. Siendo uno de los principales impulsores de la
normalización filosófica, Ingenieros intenta refundar una noción de
soberanía popular desprovista de atavismos. Kohan refiere un "hilo rojo"
constituido por tres momentos en el pensamiento de Ingenieros: la
Revolución Rusa, la reforma universitaria de 1918 y el fenómeno de la Unión
Latinoamericana. Encabezaría Ingenieros, entre otros, una generación que
reacciona ante el positivismo y busca revitalizar el espíritu de la
convivencia colectiva contra la burocracia, la sumisión de la rutina y el
aplomo, en pos de una militancia lúcida y dinámica que muchas veces linda,
en su crítica hacia la mediocridad, con consecuencias polémicas o confusas
en lo que hace a la consideración del pueblo.
La ferviente renovación de los ideales y los valores libertarios
anhelada por Ingenieros parece de a momentos subsumir bajo la descripción
de lo mediocre, del ritmo cansino y de la sumisión, actores que
históricamente fueron identificados con el sujeto anónimo de la sociedad
indeterminable (de ahí su reivindicación de las políticas de Rivadavia y
Sarmiento). No obstante, una breve explicitación su definición de soberanía
popular demuestra los profundos alcances políticos de su pensamiento:
"Ingenieros reconoce que la soberanía popular individual
(inaugurada en 1789) disgregó los privilegios pero… "suprimió el
carácter funcional de la representación política". De ahí que toda su
operación discursiva se juegue en la oposición entre soberanía popular
– que él defiende frente al actual sistema representativo
parlamentario, cuantitativo e indiferenciado que critica ácidamente.
Lo más llamativo de ésta larga fundamentación política reside en que
para legitimar su crítica radical de la república parlamentaria
burguesa, el Ingenieros consejista se apoya nada menos que… en el
ejemplo estudiantil de 1918 promotor de la "autonomía universitaria" y
su representación democrática por claustros, no meramente
representativa. Por eso no resulta casual que al final de esta
enérgica defensa del sovietismo como sistema de representación
anticapitalista y antiparlamentaria Ingenieros cargue nuevamente las
tintas contra los hábitos y las rutinas de "los timoratos, los
estériles y los amorfos, cuyo único ideal es seguir pastando
tranquilamente"[13].


4. 1945-1975. De la políticas peronistas a la inversión de las filosofías
de lo popular.
La década infame fue un contrapeso oligárquico fruto de la pérdida de
poder legítimo durante las presidencias radicales. A su vez la coyuntura
internacional incide en la realidad política argentina hacia fines de la
década del 30 con la segunda guerra mundial. Las potencias vuelcan su
economía hacia la guerra, lo que favoreció el crecimiento de la industria
nacional. Se sustituyen las importaciones y se nacionalizan los servicios,
por ejemplo, constituyéndose un proceso de industrialización y de gran
movilidad social que se traduce en masivas migraciones rurales y una
profundización del problema de la condición obrera.
Bajo las políticas del gobierno peronista se aglutinan sectores
marginados y trabajadores en condiciones de precarización, con una misma
consigna que, más allá de la dificultad de cristalizarla teóricamente, se
centra sin duda en la persona de Perón y Eva Duarte. Y no obstante el
exceso de personalismo político (una pauta también vivenciada durante el
radicalismo de Yrigoyen) se consigue una apertura del marco jurídico,
político y económico que llevan al primero a la presidencia: contratos
colectivos de trabajo, organización y diálogo con los sindicatos,
vacaciones pagas, régimen de jubilaciones y accidente de trabajo, el
estatuto del peón y el voto femenino. La sola sanción de una nueva
Constitución Nacional en el 49 denota que el cuerpo social argentino
percibía cambios sustanciales, que se consignan formalmente en "la
irrevocable decisión de constituir una Nación socialmente justa,
económicamente libre y políticamente soberana."[14]
Es característico de este proceso la mitificación y la reapropiación
histórica de la revulsión. En primer lugar, este desbordamiento lo entiende
Carlos Astrada como "la vuelta de los hijos de Martín Fierro" que tras su
dispersión a los cuatro vientos, se reagrupan bajo un concierto que busca
redención o reconocimiento. Mediante un análisis esencialista de la
realidad nacional, Astrada propone que las políticas de progreso, espurias,
que importó la desertora generación del 80, así como el aluvión
inmigratorio, contribuyeron a la distorsión del núcleo autónomo propiamente
argentino y a una pérdida del ethos aglutinante y unificador. En este
sentido la ley resulta inadecuada al modo de ser autóctono. Astrada
denuncia repetidas veces la falacia del sufragio y las implicancias
colonialistas del proceso del 80, recuperando como contrapunto la moral
predicada por Martín Fierro, adecuada por su raigambre a la realidad
nacional: fraternidad, reciprocidad y trabajo como ley. Representa así José
Hernández "la personificación histórica y simbólica del hombre
argentino"[15]; una suerte de gaucho ilustrado.
"Peticiona Martín Fierro, y, con él, José Hernández, una
comunidad armónica, libre, justa, con su ideal educativo, inspirado
tanto en sus esencias históricas como en sus ingredientes espirituales
y sociales, con sus creencias libremente profesadas, en un clima de
tolerancia recíproca, y asentada en el derecho a la vida de todos los
argentinos. (…) era tarea previa terminar con un sistema de gobierno
que deliberadamente impedía el ascenso del pueblo al área de las
decisiones políticas en la vida nacional, escenario en el que brillaba
por su ausencia el verdadero protagonista de las peripecias
históricas, únicas que dan cuenta de la autenticidad de un destino
colectivo"[16]. De este modo, "ser libre es imponernos la ley de
nuestro propio destino, esa que fluye como vocación, y se revierte
como mandato, de nuestra personalidad inmutable"[17].
Liga Astrada la ley, soberanía, libertad y esencia, en un destino
insoslayable, que pareciera ver correspondido el ideario en el marco de la
representación política propuesta por el peronismo (el texto es del 48).
También en el seno ideológico del Partido Justicialista hay una
instancia de mitificación de la poblada del 45, a través de fuertes
propagandas y simbolizaciones de emancipación patria. En su discurso de
clausura del Congreso Internacional de Filosofía del 49, por otro lado,
Perón realiza una justificación histórico-filosófica del proceso acuñado
por el justicialismo, explicitándolo como la salida y la síntesis social
(al modo hegeliano) del conflicto bipolar de la guerra fría. En este
sentido, el tercer mundo deja de ser un satélite de un conflicto mayor,
para ser la válvula de escape de tensiones irresolubles: el comunismo y el
capitalismo. La tercera posición busca conciliar el individuo burgués
laborante con la homogeneidad de los totalitarismos socialistas así como
contrarrestar la voracidad individualista con un espíritu comunitario,
localizando al individuo como parte del todo; haciendo de lo social la
condición de posibilidad de lo individual. En este esquema, el discurso
peronista se sitúa en una concepción de soberanía popular que arraiga en lo
nacional pero que invita a la cooperación internacional. A su vez, el
comunismo como internacionalidad de clase y erradicación del sistema
capitalista sigue siendo un elemento disgregador del orden social nacional,
preconizado en el discurso antes que cualquier otro valor (sin el ejercicio
coercitivo que detentó el estado en décadas anteriores, sino instaurando
políticas de diálogo con lo popular, aunque manteniendo el criterio de
representatividad, y por tanto, de una democracia indirecta o diferida).
Finalmente, cabe aludir las filosofías llamadas en el trabajo "de lo
popular", en el sentido de que creo que invierten el enfoque ilustrado en
relación con el problema social, y más específicamente con la problemática
de la exclusión: es el caso de la corriente de la filosofía de la
liberación y la cosmovisión de Kusch. Sin obviar las hondas diferencias
estructurales de ambos planteos, cabe resaltar que en ambos casos el sujeto
protagonista es el nosotros, absolutizando prácticamente la consideración
de lo opresor como extraño y como polo negativo y alienante, o al menos
corruptor. El nosotros opera como categoría de resistencia ante el poder
foráneo que subsume la espontaneidad latinoamericana a las dinámicas de
competitividad y culturalización alienante del capitalismo.
Específicamente, Kusch trabaja el problema de la comunicación y la
tensión subyacentes a la noción de "pensamiento culto", tanto tiempo
determinante de las formas de organización social argentinas. El método de
Kusch de por sí invita a superar la dicotomía que sitúa a lo analfabeto
("ignorante") en un peldaño ontológicamente inferior, a partir de una
reivindicación del "pensamiento popular" mediante trabajos de campo, así
como en la búsqueda de paradigmas alternativos, entre los que contar la
psicología de Jung, la antropología de Levy-Strauss y la filosofía de
Heidegger.
"La distancia entre Occidente y América es la que media entre el
pensar culto y el popular. Aquél, al contrario de éste, no se previene
tanto de un ser visual sino del modo de concebir lo abstracto. Ha
cancelado el aspecto concreto y físico de la cosa, y por eso mismo es
menos consistente. La consistencia se simula a nivel de pensar no más.
En esto se da el típico "desarraigo" del pensar culto en general,
porque es un pensar sin realidad que está montado para no poderse
confesar un "esto creo". Por eso también apunta a ser y no a estar,
siempre que esta diferenciación señale de alguna manera la oposición
entre los dos tipos de pensar."[18]
Kusch sugiere que la "negación" de la otredad y el "pensamiento
emocional" son una instancia común a los pueblos autóctonos (pensamiento
popular) y al pensamiento academicista criollo (pensamiento culto). Del
mismo modo rescata de sus trabajos de campo una cosmovisión donde se
priorizan otros elementos, como lo moral y lo comunitario, en desmedro de
un saber cientificista, quizás objetivamente cierto, pero disgregante en
término de convivencia social.
Junto con las políticas peronistas de fondo hacia las universidades
(función social de la educación), considero que hay en Kusch una piedra de
toque para los conflictos discursivos y sociales propios de la dinámica
racional occidental, históricamente hegemónica, en tanto intento por salvar
la distancia que genera la consideración del lenguaje del conocimiento o de
la cultura como instancia legitimante del poder.

Reflexiones finales.
Entre 1784 y 1801 se lleva a cabo el enjuiciamiento de los criollos
sublevados en Oruro, último estertor del levantamiento de Tupac Amaru en
Cuzco (1780) el cual adquirió alcances continentales. Los rebeldes
caminaron desde el altiplano boliviano hasta Buenos Aires (porque al indio
no le era permitido montar a caballo), más específicamente hasta el Colegio
Real de San Carlos, que reacondicionó sus sótanos como calabozos. Este
colegio, el mismo renombrado posteriormente como Colegio Nacional, es el
lugar donde estudiaron los revolucionarios de 1810 y los del 37. Creo que
ésta sola anécdota grafica el rasgo bivalente del proceso de
emancipación/coacción propio de los períodos analizados: a cada instancia
de "liberación" le corresponde el aplacamiento de una fuerza tangencial o
divergente. La explicitación de ello o el alcance de las libertades y la
coacción fue lo que se intentó reflejar en el trabajo.
Sin duda, a lo largo de nuestra corta historia, hay dos influencias
constantes en cada proclama de soberanía: en primer término, este concepto
es acuñado desde temprano en los levantamientos de 1810, insuflado por las
revoluciones europeas y estadounidense, que lo erigieron como estandarte.
En este sentido el pensamiento filosófico en torno a la soberanía del
pueblo estuvo delimitado desde un principio por nociones heredadas de los
procesos europeos y norteamericano, tales como territorio, unidad e
historia. Hay una arista de la noción de soberanía popular que nunca logró
desligarse del concepto de Estado - Nación. Pero también la conquista
continental española dejó como saldo una conciencia de fraternidad
sudamericana que ya asoma en los levantamientos de Tupac Amarú y el
altiplano boliviano referidos (contemporáneos, por otro lado, a los
europeos), previos a 1810. Las proclamas de estas rebeliones formularon
explícitamente un concepto de soberanía popular que invitaba a pensar un
sujeto americano, reflejado en el impacto y en el grado de adhesión que
tuvo en todo el continente, así como en la prolongación en el tiempo de la
consigna, que nos llega hasta hoy. En este caso, el concepto trasciende las
fronteras nacionales y encuentra, en ciertos períodos, un alto grado de
organización, capacidad de resistencia y acción colectiva.
Argentina hizo suyo el criterio Ius Solis para acceder a la
nacionalidad y al amparo de los derechos (bajo deberes), y la Asamblea del
año XIII dictamina que cualquier hombre que pise el suelo argentino es
libre por el hecho de pisarlo. Sin embargo, los indígenas fueron corridos,
los que no asesinados. Luego se muestra con suma claridad el contraste
entre el marco jurídico, la atmósfera cívica, y la verdad sobre la posesión
y el derecho a las tierras; la fuerza hace la ley, en la tierra donde no se
reconoce la ley propia. Esta premisa guió siempre la procesión
civilizatoria que se inició en 1810 y que considero que persiste hoy,
aunque también pienso: ¿no guía acaso la consolidación de cualquier orden?
Si tuviera que trazar una línea entre las acepciones de soberanía
popular que considero dignas de cultivo, por prometer teóricamente una
expansión de la frontera semántica y real del poder popular, tendría que
violentar y viviseccionar el relato histórico conjugando elementos y
facciones que no estuvieron destinados a ser conjugados. Comenzaría por las
rebeliones de Oruro, imaginando su victoria gracias a un trabajo en
conjunto entre Buenos Aires, Córdoba, Salta, Potosí y Cuzco. Luego las
ideas de Moreno, aunque también me imagino sus manos limpias, claro. Una
alianza entre Rosas y Alberdi, tal y como la nostalgia Feinmann, pero
también la de José Hernández y Felipe Varela. La FORA y el Partido
Socialista zanjando el conflicto perenne entre sindicatos y partidismo,
internacionalismo y nacionalismo; José Ingenieros sobreviviendo en el
tiempo para hacer praxis su abanico ideológico iridiscente; la agrupación
Forja, intacta en sus postulados pero operativa políticamente; la juventud
peronista aliada con los sindicatos y sin el amparo del personalismo
dirigente. Luego la sanadora cosmovisión de Kusch, y la progresiva
desaparición, por haberse consumado, de la filosofía de la liberación, en
tanto superación de la dicotomía centro-periferia propia de la dinámica del
capital y la plusvalía.
El problema con el concepto de soberanía popular parece ser la
consideración del pueblo en términos de homogeneidad y direccionalidad
unívoca de su accionar, algo que en los mejores casos fue desentrañado,
pero que siempre amenaza con la clausura de la reflexividad en torno al
problema. El absurdo y la hipocresía laten en la verdad de que el
pensamiento culto (para seguir la propuesta de Kusch) que estigmatiza lo
popular como ignorante o incapaz de conducirse (argumento que justifica la
representatividad política), nunca ha logrado consenso u ordenamiento
interno unívoco; no solo en lo que hace a las cuestiones filosóficas, sino
mucho menos todavía en el campo de la política, donde parece siempre
prevalecer implícita la realpolitik de Maquiavelo. En todo caso, el enfoque
del trabajo giró muchas veces en torno a la relación de la soberanía con la
ley. Si cada vez que es indagada, la dinámica circular de la ley y el poder
parece irremediablemente tender a la prestidigitación, entonces la línea
para proseguir el análisis (además de la profundización de los pensadores
aludidos) ha de seguir siendo la de develar los entresijos, los velos y la
mascarada con que los usufructuarios del poder se engalanan a sí mismos,
teniendo como criterio guía la apertura constante de las posibilidades de
realización de una forma soberana para todos.


Bibliografía

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Santillan, D. A., La F.O.R.A., Ideología y trayectoria, Bs. As., Ed.
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[1] "Por esta fórmula se ve que el acto de asociación entraña un compromiso
recíproco de lo público con los particulares y que cada individuo,
contratante por así decirlo consigo mismo, se halla comprometido en un
doble aspecto; a saber, como miembro del Soberano respecto a los
particulares, y como miembro del Estado respecto del Soberano (…) Tan
pronto como esta multitud se encuentra así reunida en un cuerpo, no se
puede ofender a uno de los miembros sin atacar al cuerpo; aún menos ofender
al cuerpo sin que los miembros se resientan de ello. Así el deber y el
interés obligan igualmente a las dos partes contratantes a ayudarse
mutuamente, y los mismos hombres deben procurar reunir bajo este doble
aspecto todas las ventajas que de él dependen. (…) la obediencia a la ley
que uno se ha prescrito es libertad." Rousseau, J. J., Del contrato social,
Madrid, Ed. Alianza, 2000, pp. 40-42.
[2] Galasso, N., Mariano Moreno y la revolución nacional, Bs. As., Ed.
Coyoacán, 1963, p. 23.
[3] Alberdi, J.B., Fragmento preliminar al estudio del derecho, Buenos
Aires, Librería Hachette S.A., p.63.
[4] Ibídem, p. 59.
[5] Ibídem, p. 72.
[6] Gerlero, M., Cardinaux, N., Sociología Argentina, Bs. As., Ed.
Docencia, p. 49.
[7] Feinmann, J.P., Filosofía y nación, Ed. Legasa, p. 104.
[8] Romero, F., Sobre la filosofía en América, Bs. As., Raigal, 1952, p.
12.
[9] Gerlero, M., Cardinaux, N., Sociología Argentina, Bs. As., Ed.
Docencia, p. 46.
[10] Ramos Mejía, J. M., Las multitudes argentinas, BS. As., Ed. La cultura
Popular, 1934, p. 36.
[11] Ibídem, p. 40.
[12] Santillan, D. A., La F.O.R.A., Ideología y trayectoria, Bs. As., Ed.
Proyección S.R.L., 1971, p.109.
[13] Kohan, N., De Ingenieros al Che, Ensayos sobre el marxismo argentino y
latinoamericano, Ed. Biblos, p. 30
[14] Constitución de la Nación Argentina de 1949, Bs. As., Ed. Realidad
Política, 1983
[15] Astrada, C., El mito gaucho, Martín Fierro y el hombre argentino, Bs
As., Ed. Cruz del Sur, 1948, p. 24.
[16] Ibídem, p. 104.
[17] Ibídem, p. 110.
[18] Kusch, R., La negación en el pensamiento popular, Bs As., Ed.
Cimarrón, 1975, p. 30.
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