HISTORIA PARA EL VERANO

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HISTORIA PARA EL VERANO


Están a punto de llegar las vacaciones. Muchos no gozarán de ellas. Para
otros serán cortas. Seguimos en la crisis. En algún momento, cuando echemos
la vista atrás con la suficiente distancia, quizá podramos advertir que
este habrá sido un tiempo de mutaciones. El campo preferido del
historiador. Períodos tales abundaron en los años treinta y cuarenta del
pasado siglo. Todavía seguimos lidiando con sus consecuencias. El verano,
se trabaje (quizá menos) o no se trabaje, es tiempo favorable a la lectura
de obras de historia y de ficción. Servidor va a compensar el mucho tiempo
que he invertido en otras actividades. Aparte de intentar progresar,
lentamente, en un libro que espero pueda salir el próximo año, trataré de
leer de cubierta a cubierta tres obras que llevan en mi mesa varias semanas
y que hasta ahora solo he podido ojear. Las menciono en este post por si
logro convencer a algún amable lector de que se trata de libros que merecen
la pena.

El primero es un grueso mamotreto que, sin duda, está llamado a hacer época
sobre la historia de la segunda República española. Hoy es más necesario
que nunca. Llevamos años sometidos a un bombardeo incesante en algunos
medios de comunicación, en un sector del ciberespacio y en libros escritos
apresuradamente o con intenciones de intoxicación sobre lo horrendos que
fueron aquellos años. Hasta políticos de cierta relevancia como la nunca
suficientemente alabada Doña Esperanza Aguirre ha ilustrado a sus lectores
de ABC al respecto. Por no hablar de eminentes políticos o politiquillos de
la escena patria. Apoyados, todo hay que decirlo, por autores,
especialistas o no, que se han prestado a un juego que es probablemente muy
lucrativo.
Por ello la salida al mercado hace unos meses de un trabajo de síntesis y
actualización, centrado en particular en el período que va de 1931 a 1936,
es más que bienvenida. Se titula, escuetamente, LA SEGUNDA REPÚBLICA
ESPAÑOLA. La ha publicado Pasado & Presente. Los autores (Eduardo González
Calleja, Francisco Cobo Romero, Ana Martínez Rus y Francisco Sánchez
Pérez), a tres de los cuales conozco personalmente, son expertos en el
tema, vienen investigando sobre el período republicano desde hace años, han
publicado decenas de títulos (de esos que, probablemente, Doña Esperanza
Aguirre jamás habrá leído - ahora, en la oposición, a lo mejor encuentra
más tiempo) y han acometido una tarea ímproba con serenidad y buen juicio.
Naturalmente, ya han levantado detractores pero, como es habitual en
nuestros pagos, ha dominado el ninguneo. Como si por ello, en condiciones
de libertad de expresión (que brillaron por su ausencia durante lo que
solía denominarse "anterior régimen" y que no fue sino una dictadura pura y
dura, de toques y ribetes fascisto/clericales asentada sobre una base
militar y gestapista), pudieran ponerse límites al viento del campo. De
entrada, sugiero a los amables lectores que, si no tienen ganas de abordar
de golpe la lectura de las 1.245 páginas, sin contar la bibliografía, de
esta obra empiecen al menos con la introducción y conclusiones (la Segunda
República en la memoria colectiva de los españoles) y que luego pasen a las
peripecias por las que atravesó el primer intento serio de democratización
y modernización de una España oficial bastante anquilosada.
El segundo volumen que tengo en mi mesa es complementario. Se titula EL
PASADO EN CONSTRUCCIÓN. REVISIONISMOS HISTÓRICOS EN LA HISTORIOGRAFÍA
CONTEMPORÁNEA. Lo ha publicado la Institución Fernando el Católico, de la
Diputación de Zaragoza. Se trata de un conjunto de ensayos bajo la
coordinación de Carlos Forcadell, Ignacio Peiró y Mercedes Yusta, sobre las
manifestaciones de la historiografía seudorrevisionista en varios países
europeos y en España. No somos tan especiales, aunque esto no suponga en
nuestro caso ningún mérito (más bien demérito). Las querellas sobre la
interpretación del pasado afectan también a países que quizá lo tengan algo
menos oscuro que nosotros, en la medida en que las situaciones de coacción
por las que atravesaron fueron con frecuencia más cortas que la española,
pero también dejaron huella indeleble en su reciente recorrido, ya se trate
de los antiguos países fascistas, de la Francia de Vichy, de algún que otro
ejemplo del "socialismo realmente existente" como en lo que era
Checoslovaquia, sin olvidar a Portugal. Es un libro que debería ser lectura
obligada, al menos, para periodistas, forjadores de opinión y estudiantes
de historia.
El tercer libro es de un amigo mío, Fernando Hernández Sánchez. Se titula
LOS AÑOS DE PLOMO y lo ha publicado Crítica. Trata de los años más oscuros
del PCE, años de resistencia, reconstrucción, sabotaje, persecución y
heroísmo. Años que están incrustados en la memoria de los padres y abuelos
de un sector de la joven generación pero cuya interpretación ha sido dejada
por lo ganeral a las valoraciones de los "historiadores" oficiales
(guardias civiles, exbrigada política social, militares e "intelectuales
orgánicos") o a los celadores de la ortodoxia comunista. Contiene episodios
increíbles que refuerzan la muy extendida opinión de que la realidad puede
superar con creces a la ficción más desbocada.
Los tres libros comparten una misma preocupación metodológica: hay que
volver a las fuentes primarias relevantes de época, publicadas o no; hay
que aplicar los enfoques basados en la evolución de la metodología y de la
teoría del conocimiento histórico; hay que practicar la autodisciplina, es
decir, subordinar las posiciones personales a la contrastación con los
datos y el debate con otros autores. Porque, no se engañe el lector, hay
buenos y malos historiadores, como hay buenos y malos médicos, abogados o
ingenieros. Es deber de los primeros desvelar, e impugnar, las falacias,
las tergiversaciones, las omisiones y las construcciones seudocientíficas.
El historiador, lo quiera o no, cumple una función social. No podrá
pedírsele que sea imparcial pero sí debe exigírsele que sea objetivo. Es
decir, que ponga al descubierto sus fuentes y su metodología y que
clarifique su argumentación, sus supuestos y sus conclusiones debidamente
apoyadas y contrastadas.
Cuando se aplica este criterio se advierte que nombres ensalzados en
ciertos medios de comunicación son poco más que vendedores de ficción,
cómoda tal vez para un Gobierno que tiene miedo del pasado (su
comportamiento en materia de apertura de archivos así permite inferirlo)
pero que no tienen mucho que ver con historiadores auténticos, del signo
que sean.
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