Historia monachorum in Aegypto (Historia de los monjes en Egipto)

July 31, 2017 | Autor: Dámaris Romero | Categoría: Monastic Studies, Monasticism, History of Monasticism, Historia Monachorum
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Descripción

Historia de los Monjes egipcios (Introducción, traducción y notas a cargo de Dámaris Romero González e Israel Muñoz Gallarte)

Delegación de Cultura

Asociación de Estudios de Ciencias Sociales y Humanidades (A.E.C.S.H.)

2010

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© Dámaris Romero González e Israel Muñoz Gallarte. Editan: Asociación de Estudios de Ciencias Sociales y Humanidades (A.E.C.S.H.) Apdo. de Correos nº 10 14550 Montilla (Córdoba) www.aecsh.org e-mail: [email protected] Excma. Diputación Provincial de Córdoba Delegación de Cultura Plaza de Colón, s/n. 14071 - Córdoba

D.L.: CO - 1455 - 2010 I.S.B.N.: 978-84-938534-1-9 Imprime: Fotograbados Casares. Córdoba

A nuestras familias, en el sentido más griego de la palabra

Ah! To be all alone in a little cell with nobody near me; beloved that pilgrimage before the last pilgrimage to death. Singing the passing hours to cloudy Heaven; Feeding upon dry bread and water from the cold spring. That will be an end to evil when I am alone in a lovely little corner among tombs far from the houses of the great. Ah! To be all alone in a little cell, to be alone, all alone: Alone I came into the world alone I shall go from it. Samuel Barber «The Desire for Hermitage»

¡Ah! Estar absolutamente solo en una pequeña celda Sin nadie a mi alrededor; Ansioso por aquel peregrinar, anterior al postremo, hacia la muerte. Cantando el pasar de las horas a un nublado cielo; Alimentándome de pan seco y agua de la fresca fuente. Que se ponga fin al mal, cuando esté solo En un precioso y pequeño rincón entre tumbas Lejos de los hogares de la grandeza: ¡Ah! Estar absolutamente solo en una pequeña celda, estar solo, [absolutamente solo: Solo llegué a este mundo, Solo me habré de marchar de él.

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AGRADECIMIENTOS Los autores queremos dar las gracias en estas primeras líneas a Marta Merino Hernández (UCO), Rafael Fernández Muñoz (UCM), Oihane Iglesias Tellería (UPV) y Rafael Bonilla (UCO, sin oficio conocido) quienes, con una gran generosidad, nos hicieron unas sugerencias tanto en la traducción como en el estilo que han permitido mejorar este manuscrito. Por supuesto, también queremos agradecer a todos aquéllos que han sabido comprender que el tiempo dedicado a este libro no lo hemos compartido con ellos.

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ÍNDICE

Abreviaturas ....................................................................

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I. Introducción: Historia Monachorum in Aegypto: De los orígenes a las traducciones modernas ......................

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II. Traducción de Historia de los Monjes egipcios ...............

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Prólogo .............................................................................

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1. Sobre Juan de Licópolis ................................................ 2. Sobre abba Or ............................................................ 3. Sobre Amón ................................................................. 4. Sobre abba Bes ............................................................ 5. Sobre Oxirrinco ............................................................ 6. Sobre Teón ................................................................... 7. Sobre Elías .................................................................... 8. Sobre Apolo ................................................................. 9. Sobre Amón ..................................................................... 10. Sobre Copres - Sobre Patermucio ................................ 11. Sobre abba Surus ....................................................... 12. Sobre abba Hele ........................................................ 13. Sobre Apeles - Sobre Juan ............................................... 14. Sobre Pafnucio ........................................................... 15. Sobre Pitirión ............................................................. 16. Sobre Eulogio .............................................................. 17. Sobre Isidoro ............................................................. 18. Sobre Sarapión ........................................................... 19. Sobre Apolonio el mártir ................................................ 20. Sobre Dióscoro - Sobre los que estaban en Nitria................ 21. Sobre Macario ............................................................. 22. Sobre Amón ............................................................... 23. Sobre Macario el Alejandrino .........................................

47 72 76 78 79 81 83 84 106 109 121 123 129 133 139 141 142 143 144 147 154 160 163

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24. 25. 26. 27.

Sobre Pablo ................................................................ Sobre Piamón ............................................................ Sobre Juan ................................................................ Epílogo .........................................................................

165 167 168 169

Bibliografía...................................................................... Índice de autores ............................................................. Índice geográfico.............................................................. Índice onomástico.............................................................. Índice de citas bíblicas .....................................................

173 179 181 182 186

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ABREVIATURAS DE LIBROS BÍBLICOS AT 1Cr 2Cr 1R 2R 1S 2S Abd Am Cnt Dn Dt Ec Esd Est Ex Ez Gn Hab Hag Is Jer Jl Job Jon Jos Jue Lm Lv Mal

Antiguo Testamento 1 Crónicas 2 Crónicas 1 Reyes 2 Reyes 1 Samuel 2 Samuel Abdías Amós Cantares Daniel Deuteronomio Eclesiastés Esdras Ester Éxodo Ezequiel Génesis Habacuc Hageo Isaías Jeremías Joel Job Jonás Josué Jueces Lamentaciones Levítico Malaquías

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Miq Nah Neh Nm Os Pr Rt Sal Sof Zac

Miqueas Nahúm Nehemías Números Oseas Proverbios Rut Salmos Sofonías Zacarías

NT 1Co 2Co 1Jn 2Jn 3Jn 1P 2P 1Tm 2Tm 1Ts 2Ts Ap Col Ef Flm Flp Ga Hb Hch Jn

Nuevo Testamento 1 Corintios 2 Corintios 1 Juan 2 Juan 3 Juan 1 Pedro 2 Pedro 1 Timoteo 2 Timoteo 1 Tesalonicenses 2 Tesalonicenses Apocalipsis Colosenses Efesios Filemón Filipenses Gálatas Hebreos Hechos Juan

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Jud Lc Mc Mt Rm St Tt

Judas Lucas Marcos Mateo Romanos Santiago Tito

OTRAS ABREVIATURAS A AA AAA AAM AJ Alc. Anton.Ab. Ap. Apol. Apoph.Patr. APr Arist. ATh Ath.Al.

Codex Musei Britannici Arundelianus 546 Hechos Apócrifos de Andrés Hechos Apócrifos de los Apóstoles Hechos Apócrifos de Matías Hechos Apócrifos de Juan Alcibíades Antonio Contra Apión Apología Apophthegamta Patrum Hechos Apócrifos de Pedro Aristóteles Hechos Apócrifos de Tomás Atanasio

B Basil. Bibl.patr. Brut.

Codex Marcianus Graecus 338 Basilio Biblioteca Patrum Brutus (Vita)

C/cc. C.

Capítulo/s Codex

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C1 Cassiod. Cels. Cic. Clem.Al. Cf. Chart. Chrm. Cód. Comm. In Matt. Chron.syn.

Codex Coislinianus 83 Casiodoro Contra Celso Cicerón Clemente Confere Papel Cármides Códice Commentarium in Matthaeum Chronographikon syntomon

De An. Div.

Sobre el alma Sobre la adivinación

EN Ep. EvPh EvMt EvTh

Ética a Nicómaco Epistulae Evangelio Apócrifo de Felipe Evangelio de Pseudo-Mateo Evangelio Apócrifo de Tomás

Gr.Nyss. Grg.

Gregorio Niseno Gorgias

H HE Hdt. Hist. H.Laus. HN H.Mon. Hom. in Gen.

Codex Hieroslymitanus Historia Ecclesiastica Heródoto Historia Ecclesiastica Tripartita Historia Lausiaca Historia Naturalis Historia Monachorum in Aegypto Homilías en Génesis

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Hom. in Ev.Luc

Homilías en Lucas

In Eutrop.

In Eutropium

L Lucr.

Codex Vossianus Lucrecio

M Membr. Mor.

Codex Monacensis Pergamino Moralia

N. NA

Nota De natura animalium

P/pp. P. P. Cair. Zen. P1 P3 Pall. Phd. Phdr. Phlb. Pl. Plin. Plot. Plt. Plu. Pol. Porph. Praep. Ev. Pról.

Página/s Pyrrhonianae hypotyposes Papiros del Cairo de Zenon de Caunos Codex Parisinus Graecus 853 Codex Parisinus Graecus 1600 Paladio Fedón Fedro Filebo Platón Plinio Vida de Plotino Político Plutarco Política Porfirio Praeparatio Evangelica Prólogo

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Q.

Qumrán

R. Rhet.

República Retórica

Socr.Sch. Sol. Somn.Vig. Soz. Stob. Strom. SVF Sym.

Sócrates Solón (Vita) De somno et vigilia Sozómeno Estobeo Stromateis Stoicorum Veterum Fragmenta Banquete

Tht. Tim.

Teeteto Timeo

V. Vp Vet. Test. Virg. V.Anton.

Volumen Codex Vaticanus Palatinus Graecus 41 Veterum Testamentum De virginitate Vida de Antonio

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I. INTRODUCCIÓN: HISTORIA MONACHORUM IN AEGYPTO: DE LOS ORÍGENES A LAS TRADUCCIONES MODERNAS

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HISTORIA MONACHORUM IN AEGYPTO: DE LOS ORÍGENES A LAS TRADUCCIONES MODERNAS A la hora de escoger un libro para su lectura, deberíamos considerar en su justa medida la opinión de los críticos o los lectores anteriores, pues corremos el riesgo de que, al guiarnos sólo por sus juicios, nos estemos perdiendo una buena obra. Éste pudo ser el caso de quienes dejaron de lado la presente obra, influidos por la demoledora crítica que san Jerónimo, por razones personales contra Rufino, hizo de su versión latina de Historia Monachorum1: También -scil. Rufino- escribió un libro de algo así como de monjes, y en él menciona a muchos que no existieron, y los que describe como existentes fueron origenistas y condenados por los obispos; por ejemplo, Amonio, Eusebio, Eutimio y el mismo Evagrio, así como Or e Isidoro, y muchos otros que sería tedioso enumerar2.

¿Tiene razón san Jerónimo? ¿Es H.Mon. simplemente «un libro de algo así como de monjes»? Lo es, puesto que principalmente narra el viaje que en 394-395 d.C. siete monjes realizaron por Egipto, durante el cual visitaron a los anacoretas y eremitas que habitaban aquel desierto. Pero también es un relato del peregrinaje de un grupo 1 2

A partir de ahora H.Mon. San Jerónimo, Ep. 133.3.

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de personas, de los peligros que arrostraron, de las maravillas que contemplaron; una exposición de la precaria convivencia entre los vestigios de un paganismo debilitado y de un cristianismo cada vez más poderoso. Es, como resume Georgia Frank, una obra en la que «las estampas biográficas, las novelas cortas, las anécdotas y las impresiones de viaje se combinan para crear un panorama regional de la cultura monástica»3. No obstante, la historia del texto resulta tan interesante como su contenido. En especial, cuando sabemos que, hasta hace un siglo, los investigadores no han podido afirmar sin ningún tipo de duda que H.Mon. fuera escrita en griego y su autoría anónima. Este capítulo expondrá las principales dificultades que la obra presenta. EL AUTOR DE H.Mon. Según se comenta en el prólogo de H.Mon., su autor, alentado por la insistencia de los hermanos de su monasterio, se atrevió a escribir el viaje que, junto con otras seis personas, realizó por Egipto y las vivencias que tuvieron durante esa odisea4. Sin embargo, y a pesar de estar escrita en primera persona, no se puede extraer de la obra ningún dato sobre su identidad ni sobre la de sus compañeros, excepto que uno de ellos era diácono5. ¿Quién pudo ser su autor? Si aceptamos la referida autopsía del viajero, los inconvenientes para contestar una u otra persona 3

Cf. Frank, G., The Memory of the Eyes. Pilgrims to Living Saints in Christian Late Antiquity, Berkeley-Los Angeles-London 2000, 39. 4 Cf. H.Mon. Pról. 12-13. 5 Cf. H.Mon. 1.14-15. También se añade a las dificultades del texto que esta información sólo la conocía otro hermano, aunque no nos aclara si dicho hermano pertenecía al grupo o se había quedado en el monasterio.

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radican en que el desierto egipcio fue un destino muy frecuentado para los viajeros del siglo IV d.C. y no pocos fueron escritores eclesiásticos. Casiano, Rufino o Sulpicio Severo peregrinaron hasta Egipto para visitar a los padres del desierto. De entre todos ellos, a Rufino de Aquilea se le ha adscrito con mayor intención la autoría de H.Mon. durante mucho tiempo, debido a varios factores que permitieron llegar a esta conclusión: fundó el monasterio del que parte la expedición, realizó dos viajes a Egipto, escribió la versión latina de H.Mon., declarándolo en su Historia Eclesiástica 11.4, y san Jerónimo, como se ha explicado arriba, se refiere a H.Mon. como una obra de Rufino6. No obstante, a pesar de la confluencia de estos factores, Rufino no es su autor o, al menos, no es quien firma el texto griego. En primer lugar, resulta poco plausible por razones cronológicas que éste formara parte de la expedición, pues a finales de 394, cuando supuestamente tiene lugar el viaje, Rufino se encontraba en Jerusalén a cargo de los monasterios fundados por Melania y él mismo7. En segundo lugar, el autor de H.Mon. dice que todos los miembros del grupo eran laicos, a excepción de uno, que era diácono8, pero no es el protagonista, mientras que Rufino fue ordenado sacerdote en 390 por Juan de Jerusalén9. 6

Cf. Butler, D.C., The Lausiac History of Palladius (Text and Studies VI 12), Cambridge 1898, 11 n. 1; cf. Festugière, A.J., «Le problème littéraire de l’Historia Monachorum», Hermes 83.3 (1955), 257. 7 Murphy, F.X., Rufinus of Aquileia (345-411). His Life and Works, Washington 1945, 41. 8 Cf. H.Mon. 1.14-15. 9 Cf. Murphy, F.X., 55.

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En tercer lugar, los dos viajes de Rufino a Egipto sucedieron en el 375, cuando ocupó bastante tiempo visitando a los padres egipcios, y en el 385, respectivamente. No tendríamos, por tanto, noticia alguna al viaje relatado en H.Mon. del 39410. Finalmente, el autor de H.Mon. relata las anécdotas de los dos Macarios, el Grande y el de Alejandría, como contadas por otros11. Rufino, por el contrario, conoció a ambos e incluso recibió sus bendiciones. Esto lo afirma tanto en su Historia Eclesiástica12 como en su traducción de H.Mon.13. Otro autor al que se le ha atribuido H.Mon. es Timoteo, obispo de Alejandría14. Los argumentos que apoyan esta opción son igual de poco plausibles que aquéllos que proponían a Rufino. La primera mención a Timoteo como autor de H.Mon. se encuentra en Sozómeno: Timoteo, que conducía la iglesia de Alejandría, nos ha dejado una historia de su método de disciplina (agogé) y de los actos divinos y maravillosos que él [scil. Apolo] hizo. También narra la vida de otros monjes alabados, muchos de los cuales he mencionado15.

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Cf. Festugière (1955), 257; Butler, D.C., 11. Cf. H.Mon. 21 (Macario el Grande), 23 (Macario el Alejandrino). En el caso de Macario el Grande, éste había muerto recientemente, hacia finales de 394 o principios de 395; cf. H.Mon. 21.1; cf. Butler, D.C., 10 n. 1. 12 Cf. Rufinus, HE 2.4: «Hablo de lo que he visto personalmente y cuento los hechos y la vida de personas de cuyos sufrimientos yo fui compañero». Se refiere a la persecución del arriano Lucio contra los monjes del desierto en 373 tras la muerte de Atanasio; cf. Murphy, F.X., 41-42. 13 Cf. Rufinus, H.Mon. 29. 14 Cf. Butler, D.C., Appendix I, 276-277; cf. Waddell, H., The Desert Fathers, London 1987, 61. 15 Cf. Soz., HE 6.29. 11

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Sin embargo, el escritor eclesiástico incurre en un anacronismo, puesto que Timoteo, obispo de Alejandría, murió en 385 y muchos hechos históricos que se han rastreado en H.Mon. acontecieron, sin lugar a dudas, entre el 394-39516. Butler17 intenta solucionar esta aporía proponiendo que Sozómeno estaba pensando en Timoteo, el archidiácono de Alejandría, que fue propuesto como candidato para ocupar el lugar dejado tras la muerte del obispo Teófilo de Alejandría en 41218. Favorecería la adscripción de la obra el hecho de que éste fuera partidario de las tesis origenistas, al igual que los monjes de Nitria19. La mención a algunos «Hermanos Largos», como Ammonio y Evagrio20, y a otros eremitas de ideología afín, así como la

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Así, la victoria de Teodosio sobre Eugenio (H.Mon. 1.5), las muertes de Teodosio (H.Mon. 1.5) o de los dos Macarios y los relatos de sus acciones por parte de otros padres (H.Mon. 21, 23). 17 Cf. Butler, D.C., Appendix I, 277. 18 Cf. Socr.Sch., HE 7.7. 19 Los monjes de Nitria eran partidarios de Orígenes y su interpretación alegórica de la Escritura, mientras que los de Escete, por contra, eran antropomorfistas. A pesar de ser dos posturas totalmente opuestas, no había surgido ningún conflicto entre ellos hasta que el obispo de Alejandría, Teófilo, admirador de Orígenes desde siempre, sorprendentemente refutó el alegorismo origenista en su carta pascual de 399 (Para ver los motivos de este cambio; cf. Socr.Sch., HE 6.7-15 y Soz., HE 8.11-20; Quasten, J., Patrology, tomo 2, Utrecht 1953, 104; Colombás, G. M., El monacato primitivo, Madrid 20042, 308-316). A partir de ese momento, obispos de las diferentes sedes comenzaron a tomar partido por unos u otros. Teófilo, con la intención de acabar con este problema y congraciarse con los monjes ascetas, condenó el origenismo en el Sínodo de 401. Esto último provocó la persecución no sólo contra los monjes nitrienses –en especial contra los «Hermanos Largos», entre los que se contaban Dióscoro, Ammonio y Evagrio Póntico–, sino contra todos aquéllos que los apoyasen. 20 Cf. H.Mon. 20.9-11 y 15, respectivamente.

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admiración que se muestra hacia ellos en H.Mon., ha propiciado que Timoteo sea considerado como el autor de esta obra. El único impedimento de esta hipótesis es que Timoteo era archidiácono en 412 y nuestro autor laico, según se desprende del texto. En todo caso, como afirma Butler, presentar a Timoteo como posible autor de H.Mon. no deja de ser una conjetura21. Finalmente, san Jerónimo es el tercer personaje al que se le ha atribuido la autoría de nuestro relato22, debido a que tres manuscritos ofrecen esta noticia: el Codex Parisinus Graecus 853 (P1), el Codex Coislinianus 83 (C1) y el Codex Musei Britannici Arundelianus 546 (A)23. Estos manuscritos insertan la siguiente nota al final de la Historia Lausíaca: «Es necesario reconocer que los latinos tienen a este Jerónimo en gran estima, puesto que les ha legado varios escritos en su propia lengua»24. Esta adscripción y elogio a favor de san Jerónimo es fruto del respeto que el escritor eclesiástico gozó. No obstante, como vimos al inicio de la introducción, el propio san Jerónimo se encarga de desmentir su autoría, atribuyéndosela, a su vez, a Rufino25.

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Cf. Butler, D.C., Appendix I, 277. Rufino, Timoteo y san Jerónimo son los escritores que, durante mucho tiempo, han sido estudiados como autores de H.Mon. También Paladio comparte esta atribución. Él es autor de la Historia Lausíaca, de la que H.Mon. se creía que formaba parte y, de hecho, algunos manuscritos se hacen eco de ello, como el Codex Monacensis (M). La obra de Butler aclaró la confusión entre ambos relatos y los separó. 23 Cf. Festugière, A.J., «Historia Monachorum in Aegypto», Subsidia Hagiographica 53, Bruxelles 1961, XXI, XXV. 24 Cf. Festugière (1961), XXI. 25 Cf. esta misma obra, n. 1. 22

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Una vez que se han analizado todas las razones por las que se han considerado a Rufino, Timoteo y san Jerónimo como posibles autores y, ateniéndonos a que todas ellas son fácilmente refutables con argumentos históricos o extraídos de otros escritores –también de la misma H.Mon.–, sólo queda concluir que «parece vana especulación buscar más allá del hecho de que el texto griego expresa que ha sido escrito por un monje en Jerusalén, en el Monte de los Olivos»26. Por todo, el autor de esta obra, a falta de nuevos hallazgos, se mantiene en el anonimato. LA LENGUA DE H.Mon. La lengua original en la que se escribió la obra ha sido otra cuestión debatida por los estudiosos, quienes se plantean si fue redactada en griego y la versión latina es traducción de la primera o viceversa. Inicialmente se creyó que el volumen fue escrito en latín, siendo el griego la traslación. Una vez más aparece el nombre de Rufino como argumento para apoyar esta teoría, puesto que el aquileiense había compuesto una obra con igual título, confirmado, como indicamos, por san Jerónimo. También dos referencias a la lengua y al sistema métrico latinos en H.Mon. apoyaron que la obra hubiera sido originalmente redactada en latín. En efecto, en el capítulo dedicado al padre Copres, un miembro del grupo se duerme mientras escucha a Copres y, al

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Russell, N.-Ward, B., The Lives of the Desert Fathers, Oxford 1981, 7.

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despertar, relata la visión que había tenido en su sueño en latín27. No obstante, que el monje hablase en lengua romana puede ser simplemente debido a que no conociese otra lengua o porque no desease que Copres se enterara de su visión –la versión latina usa el término secretius28–, de modo que tan sólo sus compañeros supieran de su poca fe29. En el capítulo sobre el padre Sarapión y el tipo de administración que llevaba a cabo en sus monasterios, se explica que los frutos recolectados por los monjes en verano pesaban como unas doce artabas, medida egipcia, y se añade a continuación su equivalencia romana: «que nosotros llamaríamos unos cuarenta modios»30. Ahora bien, este «nosotros» no significa «los romanos» sino, como Festugière aclara, «los palestinos»31, por lo que no debería de ser tenida en cuenta esta mención a los modios para apoyar que la obra fuera escrita originalmente en latín. Además, otros detalles lingüístico-geográficos y estilísticos hicieron que posteriormente los investigadores confirmasen que la versión griega fue la primera. Primeramente, destaca que la mayoría de los manuscritos griegos recoge el lugar donde vivía Apeles como «en la región de 32 Acoris» , mientras que el

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Cf. H.Mon. 10.25. Cf. Butler, D.C., 263. 29 Cf. Festugière (1955), 258. 30 Cf. H.Mon. 18.1. 31 Cf. Festugière (1955), 258. Para apoyar esta aclaración, Festugière aporta tres textos bíblicos: Mt 5,15; Mc 4,21 y Lc 11,33. 32 Cf. H.Mon. 13.1. 28

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texto latino ubica a este padre in vicina regione33. La localización geográfica de la edición helena no puede deducirse de un impreciso «en una región cercana» y traducirse de manera tan precisa. Las lecturas que se encuentran en el resto de manuscritos griegos derivan, a su vez, de esta ciudad. Así, es posible encontrar las siguientes variantes explicables a partir de y no de vicina:

Esta lectura incluso viene apoyada por una traducción siríaca de 532 d.C. y por otros escritores eclesiásticos –como Sozómeno34–, que también sitúan a Apeles «cerca de Acoris»35. En segundo lugar, se debe aducir que existen claras diferencias estilísticas entre ambos volúmenes. El texto griego, en ocasiones, desarrolla las ideas de manera retórica36 o recoge completa una cita bíblica37, ofreciendo importantes detalles sobre el sentido de lo

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Cf. Rufinus, H.Mon. 15. Cf. Soz., HE 6.28. 35 Cf. Butler, D.C., 14-15; Festugière (1955), 258. 36 Cf. Festugière (1955), 258-259, 258 n. 1. Para ver más ejemplos; cf. Festugière (1955), 259-263. Así, por ejemplo, el texto griego de H.Mon. 2.1 dice: «era padre de monasterios de mil hermanos», mientras que el latino resume en «era padre de muchos monasterios» (457B). 37 Cf. Festugière (1955), 258-259, 259 n.2. El texto griego H.Mon. 8.19 cita completamente Is. 35,1 y 54,1 («lo que se decía en las Escrituras: Regocíjate, estéril, la que estaba sedienta; rompe a cantar y da voces de júbilo, la que no sufrió dolores de parto, porque más son los hijos de la desamparada 34

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que se está hablando. El texto latino, por el contrario, carece de esto. También el texto griego resulta más preciso que el latino, sobre todo, cuando hace referencia a cargos militares. Sirva de ejemplo que, en la versión griega de H.Mon. 19.9, el prefecto de Alejandría escoge a varios soldados para que apresen y encadenen a Apolonio y a cuantos están con él, especificando que este grupo estaba compuesto por «crueles y salvajes guardias personales y soldados del presidio». Sin embargo, en el texto latino esto es recogido por un vago «elegidos algunos [soldados] bajo su servicio, muy crueles y violentos»38. Finalmente, el texto latino traduce mediante paráfrasis el griego o le añade glosas explicativas, lo que concuerda con el tipo de traducción que Rufino practicaba, más propensa a parafrasear e introducir material que aclarase y expandiese el sentido del texto, que a intentar trasladar palabra por palabra de una lengua a otra39. En el relato de Juan de Licópolis (H.Mon. 1.10), éste le pide a un oficial que, después de un tiempo, lleve a su hijo recién nacido con los monjes al desierto: «cuando cumpla siete años, mándale que venga junto a los monjes en el desierto». Rufino añade el motivo de esta petición: «…tráelo junto a los monjes para que aprenda las santas y celestes enseñanzas» (450B)40.

que de la casada»). Sin embargo, Rufino resume estos dos versículos como «te alegrarás, estéril, la que estaba sedienta, y muchos hijos suyos se verán en el desierto» (461B). 38 Cf. Rufinus, H.Mon. 477A. Cf. Festugière (1955), 266. Para ver más ejemplos; cf. Festugière (1955), 263-267. 39 Cf. Wagner, M., Rufinus, the translator, Washington 1945, 11. 40 Cf. Festugière (1955), 268. Para ver más ejemplos, cf. Festugière (1955), 267-270.

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EL TEXTO GRIEGO DE H.Mon. El texto griego de esta obra se conserva en varios manuscritos de diferentes familias, siendo las más importantes las familias x e y. El resto de familias (v y a) pueden considerarse copias posteriores de x e y, pues contienen un texto reelaborado en scriptorium. No obstante, nos resultan útiles para elaborar una historia del texto original, ya que preparan el camino de las versiones latinas y orientales. Los manuscritos de la familia x se caracterizan por: - Presentan omisiones propias y siguen el mismo orden de capítulos que aparece en los índices. - Desde el punto de vista morfológico, destaca el empleo de verbos simples en vez de compuestos. - Sintácticamente existe una preferencia por determinados tiempos verbales en detrimento de otros: presente por aoristo o imperfecto y aoristo por imperfecto. - En su estilo fluctúa el uso de palabras con contenido semántico similar –tales como monachos-adelphos; autoueautou–, con usos temporales análogos –egéneto (aoristo)-gégone (perfecto). Los manuscritos de la familia x son: Codex Vaticanus Palatinus Graecus 41 (Vp), in-4º, s. X; C. Marcianus Graecus 338 (B), membr., ss. XI-XII; C. Monacensis 498 (M), membr., s. X (extractos); C. Parisinus Graecus 853 (P1), membr., in-folio, s. XI (incompleta); y C. Coislinianus 83 (C1), membr., s. X. Tanto M como C1 contienen glosas marginales de carácter explicativo y «de devoción».

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Los manuscritos de la familia y carecen de gran parte del prólogo (§§ 1-12), iniciando el texto en la parte final de éste (§ 13), y del capítulo dedicado a Or. A diferencia de la anterior familia, no todos los manuscritos conservan el mismo orden en los capítulos. Presentan, además, epílogos diferentes. Los manuscritos de la familia y son: C. Vossianus Fol. 46 (L), membr., s. X; C. Parisinus Graecus 1600 (P3), membr., s. XI; y C. Hierisolymitanus bibl. patr. 112 (H), chartac., s. XVI.

TRADUCCIONES DE H.Mon. 1. T RADUCCIONES ANTIGUAS Y SUS EDICIONES TRADUCCIÓN DE RUFINO Y LA VERSIÓN SIRÍACA.

MODERNAS : LA

Entre 400 y 41041 Rufino hizo una traslación del texto griego al latín, como hemos consignado en esta introducción. Sin embargo, deberíamos apostillar que se trata de una adaptación en lugar de una traducción sensu stricto, dado que, en lugar de verter palabra por palabra de una lengua a otra, Rufino traduce el texto griego de una manera, en general, libre.

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Una fecha más próxima sería alrededor de 403, puesto que hay referencias a ella en la traducción latina que Rufino hizo de la Historia Eclesiástica de Eusebio. Así, el propio aquileiense escribe, al hilo de la anécdota de Macario y la hiena, sobre sus intenciones de narrar más detalladamente la vida de éste y otros monjes (HE 11.4). De igual manera, en su versión latina de H.Mon. 29, se refiere a la HE; cf. Hammond, C.P., «The last ten years of Rufinus’ life and the date of his move south from Aquileia», Journal of Theological Studies 28.2 (1977), 394 n.5.

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En efecto, a veces sus traducciones son paráfrasis del relato griego, en las que desarrolla el sentido del original y, en otros momentos, amplia de modo considerable algunas de las vidas, como ocurre con el caso de los monjes de Nitria, donde Rufino añade los recuerdos de su propia visita al lugar42. En otros casos resume el texto original, como sucede, por ejemplo, con la sección referida a Pablo el Sencillo43. En otras, llega incluso a omitir algunos pasajes griegos y a sustituirlos por otros escritos propios, como en las vidas de Evagrio (H.Mon. 20.15) y los dos Macarios (H.Mon. 21, 23)44. La primera edición crítica del texto latino fue la que H. Rosweyd realizó a principios del s. XVII45. En la actualidad, contamos con una superior gracias a Eva Schulz-Flügel, intitulada Rufinus. Historia Monachorum sive de vita sanctorum patrum, Berlin-New York 1990. La versión siria de H.Mon. está recogida en The Paradise of the Fathers de Ananisho, un compendio de variado material monástico cuya intención última es «ser la guía completa del monje sirio a partir de los padres egipcios»46. De este modo, incluye V.Anton., H.Laus., Regla de Pacomio, H.Mon. y una colección de los Apophthegmata.

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Cf. Butler, D.C., 264. Cf. Butler, D.C., 31-35, 264. 44 Cf. Butler, D.C., 264-266; Russell, N.-Ward, B., 141-155. 45 Rosweyde, H. (ed.), Vitae Patrum, Antwerp, 1614, 1617 y 1628. 46 Cf. Russell, N.-Ward, B., 159. 43

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Ananisho47, monje nestoriano del s. VII, atribuye H.Mon. a san Jerónimo, puesto que en una de las colecciones que circularon durante el s. VI se encontraba la Vida de San Pablo de este escritor eclesiástico48, de modo que creyó que era el autor del resto de obras contenidas en ese manuscrito. Esta versión siríaca sigue el orden de los nueve primeros de la griega, pero, tras ellos, se insertan modificaciones, como es la omisión de las vidas de los dos Macarios y de Pablo el Sencillo. En cuanto al resto de capítulos, continúa paralela al texto heleno fielmente y, en los casos en los que se aleja del original recogido en las familias x e y, adopta lecturas de la familia p, no tenida en cuenta en la edición de Festugière49. El texto siríaco fue editado por P. Bedjan, Acta Martyrum et Sanctorum VII, Leipzig-Paris 1890, del que se hizo una temprana traducción inglesa a cargo de E. Wallis Budge, The Paradise of the Holy Fathers, London 190750. 2. TRADUCCIONES MODERNAS En la actualidad contamos con dos traducciones en francés e inglés. 47

Ananisho viajó a Egipto y Palestina para recoger información sobre la vida ascética de estas zonas. Toda la información de sus viajes la vertió en su obra The Paradise of Fathers; cf. Budge, E. A. W., The Wit and Wisdom of the Christian Fathers of Egypt: the Syrian version of the «Apophthemagta patrum», London 1934, 30. 48 Cf. P. Brock, S., «Saints in Syriac: A Little-Tapped Resource», Journal of Early Christian Studies 16.2 (2008), 195. 49 Cf. Butler, D.C., 266-267; Russell, N.-Ward, B., 159-161. 50 No existe una edición más reciente ni completa de la traducción siria. Brock, S. P., 195 n. 56 explica que Peter Tóth (Budapest) ha realizado una edición, aún inédita, de parte de esta traducción de H.Mon.

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La traslación francesa viene firmada por A.J. Festugière (1964), quien también llevó a cabo la edición crítica del texto griego unos años antes (1961). Esta edición se basa en las familias de manuscritos x e y, que siguen una misma tradición a pesar de las variantes que se detectan entre ellas51. El resto de manuscritos, que Festugière denomina «aberrantes», ofrecen nuevas redacciones, parafraseando la copia original, ya que son productos del trabajo de humanistas que han reelaborado el material. Ello no significa que no aporten nada para la reconstrucción del texto original, dado que, al remontar a un texto más antiguo, en ocasiones, permiten confirmar las lecturas de las familias x e y52. La traducción inglesa corre a cargo de Norman Russell. Esta versión viene introducida por un sucinto trabajo a cargo de Benedicta Ward, en donde la investigadora trata varios puntos, como los aspectos sociales del monacato, la repercusión de este movimiento en Egipto, sus ideales y los milagros que estos eremitas y anacoretas eran capaces de obrar. Esta introducción adolece, no obstante, en primer lugar, de una temática que vaya más allá de los intereses de la propia autora y, en segundo lugar, de una precisa colocación de H.Mon. en el contexto de la literatura griega, algo que igualmente puede rastrearse en las notas al texto. NUESTRA TRADUCCIÓN La traducción que ofrecemos a continuación sigue la citada edición de Festugière. Hemos procurado ser lo más fieles posible al 51

Cf. Festugière (1961), XII-LXVIII, analiza cada uno de los manuscritos pertenecientes a estas familias, mostrando las características formales y lingüísticas de cada uno de ellos, las lecturas y omisiones propias y las correcciones de los escribas. 52 Cf. Festugière (1961), LXIX-LXX, en donde, al igual que con los manuscritos colacionados, se hace un análisis de cada uno de ellos.

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griego, aunque adaptándolo al castellano de un lector moderno, lo que, en algunas ocasiones, ha supuesto romper la estructura griega. Así, por ejemplo, el abundante uso del participio que practica nuestro autor nos ha llevado a traducirlo con diferentes oraciones subordinadas, como es tradicional. Asimismo, nos hemos visto en la necesidad de traducir ciertos términos verbales, como el presente o imperfecto por el pretérito perfecto castellano, en aras de atenernos a los factores contextuales que aconsejaban desviarnos de una traducción más literal. También hemos introducido pausas que no estaban en la edición de Festugière, para estructurar la traducción de una manera asequible. Finalmente, cuando añadimos palabras que no se encuentran en el texto original, pero son fácilmente deducibles a partir del contexto, las hemos insertado entre corchetes. Los nombres geográficos en los que se desarrolla el relato conservan la denominación griega53, mientras que en nota damos el nombre actual siempre que sea posible. Sin embargo, no mantenemos la nomenclatura griega del sistema métrico en el texto, pues creemos que su traducción facilita al lector la comprensión del texto. En nota, no obstante, recogemos la designación griega. La traducción de las citas bíblicas está tomada de la versión Reina-Valera (Nashville-Camdem-New York 1960) y del Nuevo Testamento de Juan Mateos (Córdoba 2001).

53 Seguimos a Fernández-Galiano, M., La transcripción castellana de los nombres propios griegos, Madrid 1969.

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II. TRADUCCIÓN DE HISTORIA DE LOS MONJES EGIPCIOS.

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PRÓLOGO

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1. Bendito sea Dios que quiere que todos los hombres se salven y lleguen a conocer la verdad 54, que también nos condujo por Egipto y nos reveló las grandezas y maravillas dignas de recordarse y escribirse, quien nos dio el fundamento de la salvación y el conocimiento para los que quieren salvarse, ejemplo de vida recta y guía apropiada, capaz de despertar la piedad en el alma y bello monumento del comportamiento virtuoso. 2. Yo soy indigno de iniciar semejante narración, por no ser apropiado que los hombres insignificantes se apoderen de los grandes pensamientos, ni revelen las verdades de aquéllos que son merecidamente capaces y, por supuesto, [por no ser apropiado] que se atrevan a consignar por escrito ese asunto y a enseñar los misterios con palabras modestas. En efecto, esto es, con mucho, presuntuoso y peligroso para nosotros que somos muy humildes. También soy indigno de ser el primero en abordar ese pensamiento excelso a través de las letras. Sin embargo, puesto que la piadosa comunidad de los habitantes del santo Monte de los Olivos55 me solicitó

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Cf. 1Tim 2,4; cf. Sal 93,12. Esta comunidad masculina fue fundada por Rufino de Aquilea sobre el 380, junto a la ya establecida por Melania la Vieja; cf. Murphy, F.X., 51-53; Russell, N.-Ward, B., 123 n. 6. 55

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que les describiera las formas de vida de los monjes egipcios –las cuales he visto–, su gran amor y su gran ascesis, yo me atreví, profundamente confiado por sus súplicas, a dirigir mi atención a ese relato56, para que también me aproveche [yo] de su utilidad, imitando su forma de vida, su retiro absoluto del mundo y su vida tranquila por medio de la perseverancia en las virtudes, las cuales [ellos] conservan hasta su muerte57. 3. Pues en verdad vi el tesoro de Dios oculto en vasijas humanas58, lo cual no quería dejar escondido, tras haber revelado la utilidad que ese tesoro tiene para muchos, sino convertirlo en beneficio común, una vez que consideré que esto sería una buena ganancia: hacer partícipes a los hermanos de su provecho, a fin de que pidan para mi salvación. 4. Comenzaré este escrito, después de la venida de nuestro Salvador Jesucristo, sobre cómo, siguiendo sus enseñanzas, los monjes egipcios observaban sus propias formas de vida. 5. En efecto, allí vi a muchos padres viviendo una vida

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La palabra «relato» (diégesis) significa la narración de una serie de historias de carácter edificante, cuyos datos se han tomado de testigos presenciales o en la experiencia del autor; cf. Rapp, C., «Storytelling as Spiritual Communication in Early Greek Hagiography: The Use of Diegesis», Journal of Early Christian Studies 6.3 (1998), 434. 57 La incapacidad aducida por el escritor y la necesidad de contar las vidas y milagros de los santos para preservar su memoria son topoi que se encuentran también en los prefacios de las obras del género hagiográfico; cf. Rapp, C., 432. 58 Cf. 2Co 4,7.

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angélica59, caminando a imitación de nuestro Dios Salvador, y [vi también] a algunos otros nuevos profetas, que, según la forma de vida inspirada por aquéllos, maravillosa y perfecta, poseían un poder semejante al de Dios. De esta manera, se trataba de auténticos servidores de Dios, que no pensaban en nada terrenal ni esperaban nada de estas cosas temporales, sino que, viviendo de este modo sobre la tierra, verdaderamente llevaban su vida en los cielos60. 6. Pues algunos de ellos ni siquiera creen que exista otro mundo sobre la tierra, ni que el mal es un ciudadano en los pueblos, sino que realmente hay mucha paz para los que aman la ley61, como dice el Señor Creador de todo. En efecto, la mayoría de ellos se extrañan cuando oyen las cosas del mundo, puesto que se sienten extranjeros completamente de las preocupaciones terrenales. 7. Es posible verlos diseminados en el desierto, aguardando a Cristo igual que los hijos legítimos a su padre, como cualquier ejército espera a su soberano o como una respetable

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En un principio, se consideró que todos aquéllos que renunciaban al sexo para llevar una vida ascética, estaban viviendo una «vida angélica», basándose en Mc 12,18–27; Mt 22,23–33 y Lc 20,27–40. Así, Gr.Nyss., Virg. 14, Basil. Sermo Asceticus 443 o Bas.Anc., Virg. 37. También la vida angélica incluyó la renuncia a la comida, la bebida, los deseos y el mundo; cf. Gr.Nyss., Virg. 45. Sobre lo que implicaba «llevar una vida angélica» (lucha contra demonios, ayuda a la comunidad, etc.); cf. Muehlberger, E., «Ambivalence about the Angelic Life: The Promise and Perils of an Early Christian Discourse of Asceticism», Journal of Early Christian Studies 16.4 (2008), 447-478. 60 Cf. Flp 3,20. 61 Cf. Sal 119,165.

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servidumbre a su señor y libertador62. No se inquietan ni se preocupan por el vestido y la comida, sino únicamente por la sola espera de la venida de Cristo, mientras cantan himnos63. 8. Así pues, cuando alguno de ellos carece de las necesidades básicas, no va en busca de ciudad, ni aldea, ni hermano, ni amigo, ni pariente, ni padres, ni hijos, ni criados para procurarse de ellos lo necesario, sino que les basta su sola voluntad, pues con extender los brazos en súplica y ofrecer de sus labios las oraciones de gracias a Dios, todas estas cosas le son provistas de manera extraordinaria. 9. ¿Y qué necesidad hay de extenderse sobre su fe en Cristo, capaz hasta de mover montañas? Pues muchos de ellos incluso han detenido las corrientes de los ríos, han caminado sobre el Nilo, han matado fieras y han realizado curaciones,

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Partiendo de la anachoresis egipcia, el acto de apartarse de la sociedad y vivir en los desiertos adquiere un significado especial. Para Judge, E.A., «The Earliest Use of ‘Monachos’ for Monk and the Origins of Monasticism», Jahrbuch für Antike und Christentum 20 (1977), 78, «es una noción expresamente sociopolítica o, incluso, geopolítica, por la que se llega incluso a concebir el desierto (hogar de los démones) como una polis». 63 J. N. Bremmer, «Symbols of Marginality from Early Pythagoreans to Late Antique monks», Greece and Rome 39.2 (1992), 206, establece una curiosa relación entre las características de los monjes de Egipto y los miembros de la escuela pitagórica: «they wear only garment, go barefoot, and probably stink to high heaven, since they never wash. In addition they are taciturn and of somber appearance. Moreover, they take only water and otherwise subsist on vegetables and herbs, totally abstaining from meat». Como se verá en las siguientes páginas, la caracterización encaja perfectamente con los monjes de H.Mon. Kirschner, R., «The Vocation of Holiness in Late Antiquity», Vigiliae Christianae 38.2 (1984), 114-119, hace extensible esta semejanza a los rabinos de Palestina y Babilonia.

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prodigios y milagros, como hacían los santos profetas y apóstoles. Así, el Señor obró maravillas a través de ellos y es evidente para todos los egipcios que, gracias a ellos, el mundo se ha sostenido y que, con su ayuda, la raza humana se ha mantenido al lado de Dios y ha sido honrada. 10. También vi en los desiertos y en los campos otra muchedumbre innumerable de monjes de todas las edades, incontable, tan numerosa que un soberano terrenal no podría reunirla en su ejército. Pues no hay aldea, ni ciudad en Egipto y en la Tebaida, que no haya sido rodeada con monasterios64, lo mismo que con muros, y el pueblo se apoya en sus súplicas al igual que en Dios. 11. Unos en las cuevas de los desiertos y otros en los lugares más lejanos, todos muestran, con la mayor rivalidad posible entre ellos, su maravillosa ascesis por todas partes: los que están lejos de las ciudades, ocupándose de que ningún otro les supere en las acciones virtuosas; los que están cerca, ocupándose de que no se les estime en menos que los que están más lejos, puesto que el mal les molesta por todas partes. 12. Por esto, después de conseguir mucho beneficio de ellos, abordé el tema de este relato, por una parte, para admiración y recuerdo de los perfectos; por otra, para edificación y provecho de los que comienzan a ejercitarse en la ascesis.

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El número de monjes recogidos por H.Mon. es, por supuesto, ficticio. El autor lo eleva hasta unos niveles que llevarían a entender que el desierto egipcio estaría cerca de la superpoblación, lo que, a todas luces, resulta imposible a tenor de los datos arqueológicos; cf. Russell, N.-Ward, B., 20.

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13. Así pues, si Dios quiere, iniciaré este relato describiendo la forma de vida de los santos y grandes padres, esto es, cómo el Salvador sigue ahora produciendo a través de ellos las obras que ejecutó por medio de los profetas y apóstoles. Pues el Señor es el mismo ahora65 y hacedor de todo en todos66.

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Cf. He 13,8. Cf. 1Co 12,6.

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1. SOBRE JUAN DE LICÓPOLIS

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1. Pues bien, en la región de Licópolis67, en la Tebaida, conocí al gran y bienaventurado Juan 68 , hombre verdaderamente santo y virtuoso que, a raíz de sus obras, hizo notorio para todos que tenía el don de la profecía. En efecto, denunció a Teodosio69, el soberano más piadoso, todo lo que en el mundo estaba sucediendo por voluntad divina y, además, le mostró lo que iba a suceder: tanto la rebelión de los tiranos contra él y su rápida des-

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Ciudad situada en la ribera del Nilo, a 359 km. al sur de El Cairo, es la actual Asiut. 68 Cf. Rufinus, H.Mon.1; Pall., H.Laus. 35. 69 Flavio Teodosio (347-395) conocido como Dominus Noster Flavius Theodosius Augustus o Divus Theodosius fue emperador romano desde 379 hasta su muerte. Tras el desastre de Adrianópolis consiguió promocionarse hasta compartir el poder con Graciano y Valentiniano II. En 392 Teodosio reunió las porciones oriental y occidental del Imperio, siendo el último emperador en gobernar todo el mundo romano. Con respecto a la política religiosa, tomó la trascendental decisión de hacer del cristianismo niceno o catolicismo la religión oficial del Imperio mediante el Edicto de Tesalónica de 380. Esto explicaría que se mencione en H.Mon. y siempre de manera positiva.

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trucción70, como la aniquilación de los pueblos que se sublevaron contra él71. 2. Esto mismo ocurrió cuando se dirigió a él también un gobernador militar72 para preguntarle si vencería a los etíopes73 de Siena74 –provincia de la Tebaida–, quienes estaban entonces invadiendo y devastando una región vecina. 70 Se refiere a las victorias de Teodosio sobre Máximo y Eugenio. Máximo se proclamó emperador en 383, venció a Graciano y expulsó de Milán a Valentiniano II, el verdadero emperador, en 387. Teodosio lo derrotó y mató en 388. Tras la muerte de Valentiniano II (392), el magister militum Arbogasto proclamó antiemperador a Flavio Eugenio, profesor de retórica. Eugenio se declaró de nuevo a favor del paganismo, aunque más suavemente que Juliano, pues recomendó tolerancia para con los partidarios de los viejos dioses. No obstante, las tropas de Teodosio, favorecidas por un huracán, lograron una clara victoria contra el antiemperador Eugenio, junto al río Frígido, en septiembre de 394; cf. López Barja de Quiroga, P.–Lomas Salmonte, F.J., Historia de Roma, Madrid 2004, 460. Sobre esta profecía, cf. Claudiano, In Eutrop. 1.312-13;2.37-40; Rufinus, H. Mon. 1 y Pall., H.Laus. 35 71 Hace referencia a la guerra contra los godos que se habían expandido por Tracia. Ésta se inició en 379, cuando Teodosio fue nombrado Augusto y finalizó con un tratado entre el emperador y los godos en 382; cf. López Barja de Quiroga, P.–Lomas Salmonte, F.J., 459. 72 Stratélatos = magister militum, gobernaba las tropas de una provincia. 73 «Etíope» se emplea como término general para indicar a cualquier persona de raza negra. Aquí estos «etíopes» serían probablemente los blemios, pueblo mitológico africano formado por hombres sin cabeza, que tenían los ojos en los hombros y la boca en el tórax (cf. Plin., HN7). En realidad era un pueblo nómada muy belicoso, que desde el siglo III hizo constantes incursiones a esta zona; cf. Mommsen, Th., El mundo de los Césares, Méjico 2006, 438. 74 Es la actual Asuán o Aswan.

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Juan le contestó diciendo: «Si subes, los conquistarás, subyugarás y someterás, y se te celebrará entre los soberanos». Así aconteció. También le dijo: «El soberano cristianísimo Teodosio75 morirá de muerte natural». 3. Tenía Juan, en cierto modo, el colmo de la profecía, según hemos oído además de los padres que vivían con él, cuyas notables vidas se han divulgado entre todos los de allí y que no contaban nada sobre este hombre para agrandarlo, sino para empequeñecerlo. 4. Un tribuno se dirigió a él y le suplicó que permitiera también que su esposa lo visitase76. Ella iba a subir a Siena, puesto que deseaba conocerlo para que así, primero, pidiese por ella y, después de bendecirla, le dijera adiós. Juan, quien llevaba 40 años en la cueva –y contaba con casi 90 años– sin haber visto una mujer, ni tampoco haber salido nunca y ni haber permitido que ninguna mujer lo viera, rechazó conocer a su esposa. 5. Tampoco hombre alguno se acercó jamás a él, pues sólo bendecía a través de una ventana y saludaba a los que se acercaban, hablando a cada uno sobre sus problemas particulares. 6. Así que, aunque el tribuno persistía en su ruego para que el padre le concediera la visita de su

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Cf. esta misma obra, n. 69. Existe una larga tradición de mujeres casadas con oficiales o soldados que, por su cercanía a los santos o apóstoles, adquieren un valor de protagonistas, sobre todo, en los AAA. En AJ contamos con las parejas de Licomedes-Cleopatra y Drusiana-Calímaco; en AA Egeates-Maximila y en ATh Migdonia-Carisio. Sobre las implicaciones de este detalle; cf. Bremmer, J.N., «The Acts of Thomas: Place, Date and Women», en Bremmer, J.N., (ed.), The Apocryphal Acts of Thomas, Leuven 2001, 74-90. 76

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mujer –el eremita vivía en un desierto escarpado, estando de la ciudad como a 8 km77–, Juan no lo consintió, sino que, diciendo que esto era imposible, despidió al tribuno abatido.

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La esposa no desistió, sino que molestaba diariamente y juraba que no se iría a ningún sitio, si no conocía al profeta. 7. El marido transmitió al bienaventurado Juan el juramento de su mujer. Así, tras considerar su fe, el padre dijo al tribuno: «Esta noche ella me verá en sueños, pero que no insista más en ver mi rostro en persona». El marido comunicó a su mujer las palabras del padre 8. y, en efecto, la mujer vio en sueños que el profeta se acercaba a ella y le decía: «¿Qué hay entre tú y yo, mujer78? ¿Por qué deseaste ver mi aspecto? ¿Acaso soy yo profeta o tengo rango de justo? Hombre pecador soy y sujeto a pasiones semejantes a las vuestras79. Sin embargo, he pedido por ti y por los familiares de tu marido para que os sea hecho conforme a vuestra fe80. Ahora id en paz». Y diciendo esto, Juan desapareció. 9. La mujer, tras despertarse, reveló a su marido las palabras del profeta, le describió su aspecto y le hizo enviar palabras de agradecimiento. Cuando de nuevo el bienaventurado Juan recibió al tribuno, se adelantó a decirle: «He aquí que he cumplido tu petición. Pues tras haberla visitado, ya no querrá verme, sino ir en paz».

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El texto dice «como a 5 miliarios». Cf. Jn 2,4. 79 Cf. Hch 14,14; cf. Stg 5,17. 80 Cf. Mt 9,29. 78

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10. La mujer de otro oficial, mientras éste se hallaba ausente, estaba embarazada. Como aquélla dio a luz el día en que su marido se encontró con el padre Juan, después de desmayarse, corría peligro de morir. El santo le dio la noticia [al oficial], diciéndole: «Si conocieras el don de Dios81, esto es, que hoy te ha nacido un hijo, alabarías a Dios. Pero su madre ha estado a punto de morir. Así pues, cuando llegues, encontrarás al niño con siete días y le pondrás por nombre Juan. Y una vez que lo eduques en el conocimiento de Dios, en cuanto cumpla siete años, mándale que venga junto a los monjes al desierto»82. 11. Mostraba estos prodigios a los que llegaban de fuera, y en favor de los que vivían en aquel lugar, que continuamente iban a él por necesidades, hacía uso de la adivinación: iba previendo a cada uno su futuro, los sucesos ocultos y les predecía sobre el Nilo y su fertilidad83. Del mismo modo, vaticinaba si alguna amenaza les llegaba de parte de Dios y censuraba a los culpables. 12. El mismo bienaventurado Juan no realizaba curaciones en público, sino que sanaba a muchos enfermos dándoles aceite. La mujer de un senador que había perdido la vista por tener glaucoma en las pupilas, pidió a su marido que la

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Cf. Jn 4,10. Esta historia está inspirada en la entrega de Samuel al sumo sacerdote Elí, cumpliendo la promesa hecha por su madre Ana (1S 12) y Juan el Bautista (Lc 1). 83 La época de crecidas del Nilo se data en torno a los meses de Agosto y finales de Noviembre, lo que fertilizaba ambas cuencas y permitía a los egipcios recoger pingües cosechas; cf. Willcocks, W., Egyptian Irrigation, Londres 1989, 20. 82

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llevara ante Juan. Aunque él le explicó que Juan nunca se había encontrado con una mujer, ella sólo le rogaba que le hablase sobre ella y que el santo hiciera una súplica en su favor. Juan hizo así y además le envió aceite. Una vez que se hubo untado los ojos sólo tres veces, al tercer día recobró la vista y dio gracias a Dios públicamente. 13. ¿Qué necesidad hay de hablar sobre sus otras obras, excepto sobre aquéllas que constatamos con nuestros propios ojos? Pues éramos siete hermanos, extranjeros todos, los que fuimos a él. En cuanto nos saludó, sonriendo a cada uno con el rostro alegre, le pedimos directamente que primero hiciera una súplica por nosotros –pues los padres en Egipto tienen esta costumbre. 14. Él, después, nos preguntó si no había algún clérigo entre nosotros. Aunque todos le dijimos que no, tras escudriñar atentamente a todos, reconoció que había uno que se mantenía oculto. En efecto, había uno de entre nosotros digno de la diaconía y otro hermano era su cómplice en esto, al que ordenó además que no se lo comentara a nadie, por humildad y porque se consideraba a sí mismo poco digno de contarse entre tales santos, de llevar el nombre de cristiano y, menos aún, de [tener] este honor. No obstante, Juan le señaló con el dedo y nos replicó: «Éste es el diácono». 15. Aunque aquél lo negaba una y otra vez e intentaba ocultarse, el santo, cogiéndole de la mano a través de la pequeña ventana, se la besó y, amonestándole, le pidió: «No niegues el regalo de Dios, hijo, ni mientas al negar [que tienes] el don de Cristo. Pues la mentira es ajena a nosotros, ya sea en un asunto pequeño o en uno grande. Aún cuando sea por algo útil, jamás es loable, pues el Salvador dice que

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la mentira es cosa del Malo84». El diácono, puesto en evidencia, se quedó en silencio, aceptando mansamente el reproche de Juan.

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16. Al tercer día, después de la oración y la súplica, uno de nuestros hermanos le pidió a Juan que le curara, pues se encontraba padeciendo fiebre. Aunque el padre le dijo que hasta ese momento sufría la enfermedad a consecuencia de su poca fe, sin embargo, le dio aceite y le ordenó que se ungiera. De este modo, una vez que él se ungió, todo lo que tenía en su interior lo expulsó por la boca, quedando curado de la fiebre. Finalmente, se fue a la habitación de invitados por su propio pie. 17. Era posible ver a Juan, que contaba ya con noventa años, con todo su cuerpo consumido, puesto que ni siquiera le crecía la barba en la cara por la ascesis. No comía otra cosa que frutas y esto [lo hacía] ya anciano, al anochecer85. Gracias

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Cf. Mt 5,37; Jn 8,44. Al igual que en Plotino, la finalidad de los rigores en la dieta y la negación de todo lo físico se consideraban técnicas mediante las cuales liberar la parte suprema del alma humana. Mediante la purificación del alma respecto del cuerpo de esta manera, era posible que el individuo aspirara a la divina verdad que se encontraba latente en las estructuras de la creación y, definitivamente, a la asimilación con Dios; cf. Hadot, P., Exercices spirituels et philosophe antique, Paris 1981, 13-58 y 45. 85

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a que había practicado mucho la ascesis durante su juventud, jamás comió pan ni cuanto se cocina a fuego86.

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18. Cuando Juan nos mandó que nos sentásemos, dimos gracias a Dios por el encuentro con él. Y éste, como si estuviera recibiendo a sus propios hijos legítimos después de mucho tiempo, con la cara sonriente, nos dirigió con franqueza estas palabras: «¿De dónde, hijos, y desde qué tierra habéis venido a este hombre humilde?». 19. Le dijimos nuestra patria y lo siguiente: «Hemos llegado desde Jerusalén87 a vosotros para beneficio de nuestras almas, a fin de que lo que sabemos de oídas, también esto lo sepamos por los ojos, dado que los oídos son por naturaleza menos fiables que los ojos y que el olvido viene del oír muchas veces, mientras que la memoria de lo visto no se borra, sino que

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La costumbre de abstenerse de comer con un significado ascético aparece igualmente recogida en AAA. Sirva de ejemplo la abstención de alimentos del apóstol Tomás durante el banquete en Andrápolis; cf. ATh cc. 4-5. La simbología de este acto se explica como un intento físico de abstenerse de todo lo terrenal, con la última intención de encontrarse más cerca de la salvación espiritual. El abstenerse de comidas cocinadas es también adoptado por otras comunidades ascéticas como los ermitaños de Siria, según relata Teodoreto de Cirro en su Historia Religiosa. El fuego representaba la esencia de la ‘civilización’, de modo que abstenerse de su uso significaba un rechazo de lo terrenal; cf. Segal, Ch, «The Raw and the Cooked in Greek Literature: Structure, Metaphor, Values», Classical Journal 69 (1973-4), 289-308. 87 Jerusalén se encuentra situada en las colinas de Judea. Tras ser conquistada por David en el s. X a.C., se constituyó como capital de Israel y núcleo de la unidad nacional judía. Fue destruida e incendiada en 586 a.C., pero en 538 a.C. volvió a reconstruirse; cf. Godoy, P., Diccionario geográfico del Nuevo Testamento, Córdoba 2010, s. v. Ierusalen.

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queda grabado en el pensamiento como si fuera un escrito88». 20. El bienaventurado Juan nos respondió: «Y ¿para ver qué maravilla, hijos muy amados, elegisteis tal camino y cansancio, deseosos de ver hombres humildes y sencillos que, para nada, son dignos de contemplar y admirar? Por todas partes hay quienes son dignos de admiración y elogio, como los profetas y los apóstoles de Dios que son lectores en las iglesias. A éstos se debe imitar. 21. Yo me admiro extraordinariamente de vuestro interés, de cómo habéis venido a nosotros para beneficio de vuestras almas, tras despreciar tantos riesgos, a pesar de que nosotros,

88 En H.Mon. se observa una cierta preferencia por el conocimiento adquirido mediante la gracia, como don divino –cf. 2.5–, pero, sin embargo, no se desdeñan las capacidades sensoriales, como se observa en este fragmento. Este pensamiento se fundamenta en la idea de que los sentidos pueden llevar a engaño al ser humano, al estar relacionados con lo terrenal, como ocurre con las escenas en las que un demonio tienta al monje mediante visiones –cf. 13.1-2. La aprehensibilidad mediante la vista y cómo los objetos podían desfigurarse ya había sido un tema tratado desde las teorías atómicas de Demócrito y Leucipo, quienes creían que los átomos, en su caída, podían crear imágenes en el individuo al quedarse impregnados en sus ojos o su mente. De este modo, dado que esas representaciones podían continuar en el observador incluso cuando el objeto ya no existía, la fiabilidad de los sentidos se reducía –esta teoría se rastrea en Lucr., Rerum Simulacra 1.127-35; 4.26-109; 724-822. Por su parte, Aristóteles, en Somn.Vig. 3.462a, basa su explicación sobre los errores de percepción en el estado del individuo, quien, por ejemplo, podría verse afectado por la distorsión producida durante los estados inmediatamente anterior y posterior al sueño. Sus teorías encontraron eco en Cicerón; cf. Cic., Diu. 1.27. La escuela filosófica que quizá más atención dedicó a este asunto es la epicúrea. En Plutarco podemos leer una pseudo-teoría epicúrea que explicaría este tipo de hechos; cf. Plu., Brut. 37.2-6.

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por timidez, no queramos que nadie se acerque ni siquiera a nuestra cueva. 22. Ahora bien, aunque también vuestra acción merece alabanza, no os imaginéis que es suficiente el haber tenido un éxito, sino imitad las virtudes que nuestros padres buscan. Y, si lográis también todas, lo que es raro, ni aún así os mostréis confiados en vosotros mismos entonces. Pues algunos, con tal osadía y tras alcanzar la misma cima de las virtudes, han caído finalmente desde la cumbre. 23. En lugar de esto, comprobad si os va bien con las plegarias, si la pureza de vuestro pensamiento no se enturbia y si vuestra mente no sufre ciertas inquietudes cuando suplicáis a Dios. Que ningún otro pensamiento, introduciéndose furtivo en vuestra mente, os desvíe hacia otra cosa; que ningún recuerdo de extraños pensamientos intranquilice vuestro entendimiento. 24. Daos cuenta de que renunciasteis al mundo según la verdad de Dios, de que no habéis entrado para acechar nuestra libertad 89, de que no andáis buscando nuestras virtudes por vanagloria, a fin de que os mostréis a los hombres como artistas, imitando nuestras obras. 25. Cuidaos de que no os perturbe pasión alguna, ni honor, ni gloria o alabanza humana, ni simulación del sacerdocio o egoísmo, ni creer que sois justos, ni ufanarse de que estáis en lo correcto, ni recordar a los parientes cuando se ora, ni rememorar algún placer o cualquier otra sensación, ni siquiera el mundo en su totalidad. En caso contrario, el acto resulta vano cuando alguien, reuniéndose con el Señor, se deja llevar por pensamientos que le arrastran en sentido opuesto. 26. Cada uno sufre esta inestabilidad de pensamiento, cuando no renuncia al mundo completamente, sino que busca

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Cf. Gá 2,4.

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afanosamente su adulación. Pues, a causa de los muchos propósitos, las preocupaciones corporales y terrenales dividen el pensamiento y, en fin, quien está en una lucha continua contra las pasiones, no puede ver a Dios. 185

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Por un lado, que nadie quiera explorar de ninguna manera el conocimiento en detalle, no sea que siendo indigno de tal posesión, aunque sea digno de una parte, se crea que se ha apoderado de la totalidad y caiga totalmente en la ruina. 27. Por otro, es necesario acercarse a Dios siempre con moderación y respeto, caminando primero con el pensamiento, según cada uno sea capaz y según esté al alcance del hombre. Después, es necesario que el conocimiento de los que buscan a Dios se vea libre de todo lo ajeno. Por tanto, estad tranquilos», continuó diciendo [Juan], «y sabed que yo soy Dios90. 28. De este modo, el que ha sido considerado digno de parte del conocimiento divino –ya que es imposible acceder a todo–, alcanza también el conocimiento de todo el resto: ve ante él los misterios – porque Dios se los muestra–, prevé el futuro, contempla cuantas revelaciones vieron los santos, realiza milagros, se vuelve amigo de Dios y obtiene de Dios todo lo que le pide». 29. Y, después de decir Juan otras muchas cosas también sobre el ejercicio de la ascesis, añadió: «Es necesario soportar la muerte como un cambio a una buena vida, no preocuparse de la debilidad corporal, ni llenarse tampoco el estómago de las cosas comunes –pues cualquiera que se haya saciado, sufre los mismos deseos que los ricos–, sino [que es

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Cf. Sal 45,11 (46,10).

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necesario] intentar obtener la apatía91 de los deseos con la ascesis. Tampoco nadie desee la dejadez y lo que está a su alcance, sino que se fortalezca ahora y se esfuerce para heredar la inmensidad del reino de Cristo. 91

El término apátheia nos inserta en pleno contexto filosófico griego, en donde uno de los temas centrales versaba sobre la preferencia de la apátheia, extirpación absoluta de las pasiones – teoría principalmente defendida por los estoicos–, frente a la metriopátheia o control de las mismas –teoría de corte platónico. Acerca de la primera; cf. Muñoz Gallarte, I., «Apátheia/ Metriopátheia in Early Christianity: the Acts of the Apostles» (en prensa): «En clara oposición a los postulados platónico-aristotélicos, se encuentra Zenón de Citio y sus sucesores ortodoxos, como Aristón de Quíos –cf. SVF 1.75; 1.205. Dado que éstos consideraban toda emoción como un movimiento irracional del alma, consecuentemente propusieron la extirpación completa de pasiones como el deseo, el miedo, la tristeza y el placer –cf. Stob., 2.7.10 p.88.12-19 = SVF 3.378. Como resultado, se propone la indiferencia absoluta que los sentidos recogen hacia las cosas cotidianas. De acuerdo a los estoicos, existe alrededor nuestro un Principio Activo, denominado physis, que actúa a varios niveles –tanto sobre los animales, como sobre los seres humanos– y motiva la acción a través del hormé o «impulso para actuar». Aunque éste es inherentemente bueno, cuando no se encuentra dominado por la Razón, el Principio Activo tiende al pleonasmós, «lo demasiado lejos», provocando, de esta manera, el pathos o «sufrimiento», origen de la maldad humana. Las consecuencias de esa ‘mala’ acción son inmediatamente percibidas por el alma, que, a causa de los sufrimientos, pierde su «tensión» o tonos. Por todo, a fin de extirpar las pasiones, el hombre sabio debe evitar todos los impulsos excesivos, esto es, apátheia, llegando a ser inmune a los mismos. Dado que para los estoicos en el alma sólo existía una parte operativa, hegemonikón (aquella que «autoriza» o «gobierna»), ésta se encargaría de que los kríseis o juicios se realizaran bajo el gobierno de la Razón, sin que influyera ningún tipo de emoción –cf. SVF 2.449. En opinión de Russell, N.-Ward, B. 33, la apátheia –definida como «the erradication of self-will throughout life in abandonment to the cross of Christ»– predomina en la ética de H.Mon.

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30. Por tanto, es necesario que nosotros a través de muchas aflicciones entremos en el reino92; pues angosta es la puerta y estrecho el callejón que lleva a la vida y pocos dan con ellos, y ancha es la puerta y amplia la calle que lleva a la perdición y muchos entran por ellas93. Y ¿por qué es necesario», preguntó, «que nosotros aquí tengamos pocas preocupaciones si, en breve, iremos al eterno descanso? 31. Uno no debería enorgullecerse de sus acciones virtuosas, sino humillarse siempre y perseguir los desiertos más alejados94, cuando sienta que se está enalteciendo. Pues muchas veces la vida cercana a las poblaciones también entorpeció a los ascetas sin tacha. Por eso David95 canta lo siguiente después de haber sufrido algo similar: He aquí que me desterré lejos y viví al aire libre en el desierto. Esperaba al Dios que me salva del desánimo y de la tempestad.

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Cf. Hch 14,22. Cf. Mt 7,14.13. 94 En opinión de McGinn, B., «Ocean and Desert as Symbols of Mystical Absorption in the Christian Tradition», Journal of Religion 74.2 (1994), 157 (acerca de la pervivencia de esta imagen hasta el s. XVI; cf. 161-181), tanto en AT como en NT se observa una visión ambivalente respecto del desierto, un lugar favorable para la meditación, pero en donde el individuo está en riesgo de sufrir percances. En cuanto al sentido que el desierto tiene en H.Mon., por un lado, también se rastrea una tradición que se refiere al desierto como un lugar místico donde es posible la comunicación ya sea entre Dios y el pueblo de Israel, como colectivo, ya sea entre Dios y un individuo humano -cf. Cnt 8,5; Jer 2,2; Os 2,14. Por otro lado, el desierto puede ser considerado como un lugar ideal de reposo y oración -cf. Mt 14,14; Mc 6,31-32; Lc 9,10-. 95 David fue rey de Israel desde 1010 a 970 a.C., cuyo reino tenía por capital Jerusalén. Nació en Belén y es considerado el rey israelita por excelencia; cf. Roig Lanzillota, L., Quién es quién en el Nuevo Testamento, Córdoba 2009, s. v. David. 93

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Muchos incluso de nuestros hermanos han sufrido algo parecido y, por el orgullo, han fallado en conseguir su propósito.

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32. Había un monje en un desierto cercano que vivía en su cueva, enseñando toda la ascesis y procurándose con sus manos el pan diario. A medida que perseveraba en las súplicas y avanzaba en las virtudes, en fin, fue creyendo en sí mismo, confiado en su buena conducta. 33. El tentador lo reclamó para sí, como a Job, y al atardecer le presentó la aparición de una hermosa mujer errante por el desierto. Ella, puesto que encontró la puerta abierta, se lanzó dentro de la cueva y, tirándose a las rodillas del hombre, le pidió alojamiento, ya que le sorprendió el atardecer. Él, como tuvo piedad de ella, aunque no le beneficiaba, la acogió en la cueva y, a continuación, le preguntó sobre su viaje. Ella, mientras se lo contaba, también iba introduciendo en el monje palabras de adulación y engaño. Prolongaba extensamente la conversación con él e incluso, de esta manera, le invitaba al amor sutilmente. Al final, las palabras, risas y sonrisas entre ellos se tornaron en más96. 34. Lo sedujo con una larga conversación y, a partir de eso, le tocó la mano, la barba y el cuello y, definitivamente, cautivó al asceta. De este modo, como aquél en su interior daba vueltas a sus malos pensamientos, es decir, al asunto que tenía entre manos, considerando la buena ocasión y la facilidad de satisfacer su placer, consintió

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La risa, como se puede comprobar en la lectura de H.Mon., no es un comportamiento bien visto por los monjes egipcios. Si bien es posible rastrear en H.Mon. las sonrisas de los monjes, no ocurre lo mismo con las risas, cuya aparente total relajación del individuo demostraba que éste conservaba aún emociones incontroladas; cf. Bremmer, J. N. (1992) 207-208. No sorprende por tanto que en el texto se utilice este rasgo para el momento en el que el monje pierde el autocontrol.

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finalmente en su mente y así le pidió incluso que se uniera a él, convertido ya en un caballo loco y apasionado por la yegua. 35. Entonces ella desapareció de entre sus brazos con un gran grito, a la manera de una sombra que se desvanece, y se oyó en el aire una risa estridente de los demonios que le engañaron, criticándole a gritos: «Todo el que se encumbra, lo abajarán97. Tú fuiste elevado hasta 97

Cf. Lc 14,11; 18,14. Acerca de los démones, no sólo en esta obra, sino también y especialmente en las cartas y tratados atribuidos a Antonio el Grande, su discípulo Ammonas y Pablo de Tama; cf. Brakke, D., «The Making of Monastic Demonology: Three Ascetic Teachers on Withdrawal and Resistance», Church History 70.1 (2001), 19-48. Los démones constituían un elemento central en el contexto filosófico y religioso pagano, sirviendo como intermediarios entre las divinidades y los hombres durante siglos. Sus características eran ambivalentes, positivas o negativas, o bien podían servir a los intereses del individuo, o bien podían llevar la venganza por algún error cometido. Ya la tradición cristiana de Egipto, especialmente Orígenes y los valentinianos, trataron extensivamente el tema, relacionándolo con la finalidad última del creyente, ésta es, su progreso espiritual. En las obras mencionadas por D. Brakke se observa como generalidad que, en la literatura cristiana de Egipto en el s. IV, se han potenciado los elementos negativos de los démones, concibiéndolos como elementos de la esfera espiritual y, por tanto, «ocultos» o «invisibles corporalmente». No obstante, éstos se pueden revelar físicamente si el monje actualiza su potencial capacidad de pecar, de modo que los cuerpos del monje se vuelven el «cuerpo del monje» (Brakke, D., 28-31). Junto a estas generalidades, también se hallan características particulares en las diversas obras: - La demonología de Antonio, quien debe gran parte de su inspiración a Orígenes, entiende la existencia humana como una lucha entre dos energías: unidad y dispersión. Por tanto, si la mente o alma de la persona se equivocan, al no atender a las enseñanzas de Dios (unidad), se produce un desorden que permite a los démones hacerse con el cuerpo del cristiano y provocar su pecado (dispersión); cf. Anton.Ab., Ep. 6. - Ammonas restringe la capacidad de actuación de los démones a los monasterios del desierto y entiende a estas entidades como

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los cielos y rebajado hasta los abismos». 36. A raíz de eso, se levantó por la mañana arrastrando el remordimiento nocturno y, tras pasar todo el día entre lamentos renunciando a su propia salvación, lo cual no le beneficiaba, volvió otra vez al mundo. Pues ésta es una práctica del Maligno, cuando quiere vencer a alguien: le lleva a la enajenación para que nunca más en adelante pueda levantarse. Por esto, hijos míos, no está cerca nuestro hogar de los pueblos vecinos, ni tampoco [es posible] el encuentro con mujeres, porque conllevan un recuerdo indeleble que queda después de verlas y conversar con ellas. Pero no debemos renunciar a nosotros mismos y entregarnos a la desesperación. Pues ya muchos, incluso de los que renunciaron a la vida monacal, no se vieron privados del amor del misericordioso Dios. 37. Había algún otro joven en la ciudad que hizo cosas muy malas y había pecado gravemente. Éste», contó [Juan], «afligido por mandato de Dios a causa de sus muchos pecados, ocupó [una tumba en] el cementerio98 y se fuerzas que, turbando a los monjes mediante los deseos, evitan que éstos alcancen la virtud; cf. Ammonas, Ep. 13, 14. - Finalmente, Pablo de Tama concibe que la vida ascética es una continua lucha contra démones enemigos que se localizan en el desierto y, especialmente, en los refugios de los monjes. El enfrentamiento, por tanto, se resuelve como una pugna más individual, siendo el campo de batalla el mismo monje, quien tan sólo puede apelar, a través de su comportamiento ascético, a la ayuda de Dios; cf. Pablo de Tama, Sobre la celda, 108-116. Creemos que estas tres concepciones influyeron determinantemente en la visión que H.Mon. ofrece acerca de los démones. 98 Las tumbas, al igual que el desierto, eran el lugar donde habitaban los demonios y, por tanto, todo asceta que quería luchar contra ellos buscaba estos sitios. La costumbre de vivir en tumbas la inició San Antonio entre los monjes; cf. Ath.Al., V.Anton. 8.

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lamentaba de su vida pasada con la cabeza agachada, sin atreverse siquiera a alzar la voz, ni nombrar a Dios, ni suplicar, pues se creía indigno incluso de su vida. Tras encerrarse en las tumbas antes de morir y renunciar a su propia vida, sólo se lamentaba desde lo más profundo de su corazón. 38. Pasados siete días, los demonios que dañaron su vida al principio, se le aparecieron durante la noche diciéndole a gritos: «¿Dónde está aquel pecador? Éste, una vez ya bastante saciado de las lascivias, se descubre inútil para nosotros, repentinamente casto y bueno, y, cuando ya no puede hacerlo, entonces quiere ser cristiano y recto. ¿Y qué bien espera que todavía le llegue, después de saciarse de nuestros males? 39. ¿No te levantarás de aquí rápidamente? ¿Acaso no vendrás con nosotros a tus hábitos usuales? Te esperan prostitutas y taberneros. ¿No vendrás y gozarás de los placeres para acabar con toda esperanza alternativa? Sin duda, tendrás tu juicio inmediato, si continúas destruyéndote de este modo. ¿Por qué te apresuras al castigo, miserable? ¿Por qué ansías que te llegue tu merecido cuanto antes?». Y los demonios continuaron diciendo otras muchas cosas: «Eres nuestro, te uniste a nosotros, practicaste todo tipo de maldad, te has vuelto deudor nuestro y ¿te atreves a escaparte? ¿No respondes? ¿No estás de acuerdo? ¿No vendrás con nosotros?» 40. Aquél, entre lamentos, no les prestaba oídos ni les respondía palabra alguna, sin embargo, los malos demonios permanecieron junto a él mucho tiempo sin conseguir nada, aunque le repetían las mismas cosas una y otra vez, y, después de cogerlo, lo maltrataban con crueldad, torturando todo su cuerpo. Tras atormentarlo insanamente, se alejaron dejándolo medio muerto. 41. Éste, por su parte, yacía inmóvil donde lo abandonaron, gimiendo otra vez cuando recuperó el ánimo. Sus parientes, después 63

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de buscar su rastro, cuando lo encontraron y le preguntaron la causa de su sufrimiento físico, consideraron adecuado llevárselo a casa. 42. Sin embargo, él se resistió durante algún tiempo a los que trataban de forzarlo insistentemente y, de nuevo, a la noche siguiente, los demonios lo trataron peor que la anterior con los mismos suplicios. Ni aún así, sus familiares lo persuadieron de que cambiase de parecer y de que aceptara que era mejor morir que vivir con tales penas99. 43. La tercera noche entera por poco no se llevó al hombre por obra de los demonios, quienes le atacaron despiadadamente con tormentos y le arruinaron hasta el último respiro. Pero, como vieron que no cedía, desaparecieron, tras dejarle, no obstante, sin respiración. Así que, mientras se marchaban, le gritaron: «¡Venciste, venciste, venciste!». Y ya no le sobrevino nada terrible, sino que con pureza vivió puro en la tumba, mientras vivía ejercitándose en la pura virtud. Hasta tal punto llegó a ser preciado para Dios y a hacer demostración de milagros, que provocó el asombro y la admiración de muchos por su buena conducta. 44. Después de esto, muchísimos de los que incluso se rechazaron a sí mismos, volvieron a las buenas obras, rectificaron y se cumplió en ellos lo que dice la Escritura: Todo el que se abaja, será encumbrado100. Por tanto, en primer lugar, hijos, ejercitemos la humildad, que es el primer cimiento de todas las virtudes. En este sentido, nos conviene totalmente el desierto más remoto para la ascesis.

99 El autor de H.Mon. debe de referirse a la frase que la mujer de Job le dijo a raíz de lo que estaba padeciendo –cf. Job 2,9. 100 Cf. Lc 14,11; 18,14.

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45. Había otro monje que vivía en el desierto más lejano y, durante muchos años, se había conducido a través de la virtud. Luego, ya viejo, se vio tentado por el ataque de los demonios. En efecto, el asceta era amante de la tranquilidad y pasaba el día entero entre numerosas súplicas, cantos y contemplaciones. Finalmente, incluso, veía algunas visiones claras de parte de Dios, unas veces despierto, otras incluso dormido. 46. Y casi consiguió una huella de la vida incorpórea101 porque no cultivaba la tierra, ni se preocupaba de la dieta, ni buscaba en las plantas, en la verdura, en aves de caza o en cualquier otro animal aquello que el cuerpo necesitado reclama. En lugar de eso, lleno de la confianza de Dios, desde el momento en que se marchó lejos del mundo conocido, ni siquiera tenía pensamiento alguno sobre cómo conservar su cuerpo alimentado. Por el contrario, gustoso en el olvido de todo, se sostenía manteniéndose en un amor perfecto a Dios, mientras aguardaba el tránsito desde este mundo al otro y, en efecto, se alimentaba la mayor parte del día con el deseo de las cosas que no se ven, pero se esperan102. Su cuerpo no se consumía por el esfuerzo, ni el alma estaba abatida, sino que conservaba buena apariencia por esa cierta manera de vivir extraordinaria. 47. En esa situación, Dios, para honrarle, le concedió que durante un tiempo determinado, cada dos o tres días, apareciera pan sobre la mesa para que tuviera y lo comiera.

Cf. 1Ti 6,12 Cf. He 11,1.

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El asceta, cuando sentía el cuerpo necesitado, descubría el alimento a la entrada de la cueva y, tras postrarse y alimentarse, volvía a los cantos, perseverando en la súplica y teniendo visiones. Así, crecía cada día y añadía algo de virtud al presente y algo de esperanza al futuro, mientras avanzaba siempre hacia lo mejor, aunque estaba casi seguro de que la mejor parte era suya entonces, como si ya la tuviera entre sus manos. Y así le sucedió: ¡qué poco necesitó para caer a consecuencia de la tentación que le sobrevino después de esto! 48. ¿Y por qué no contamos que él estuvo a punto de caer? Pues cuando esta idea le vino a la mente, no advirtió que se creía algo mejor que la mayoría y que ya había conseguido algo mejor que el resto de los hombres. En ese estado, finalmente, llegó a fiarse demasiado de sí mismo. 49. Así pues, al principio le surgió una pequeña despreocupación en poco tiempo, tan pequeña que no parecía que fuera despreocupación. Luego le creció una mayor despreocupación, hasta el punto de ser perceptible. Incluso se levantaba más tarde para los cantos, era ya más perezoso para dar las gracias y el canto ya no era tan prolongado. Su alma ansiaba descansar, su mente se inclinaba hacia lo bajo y sus pensamientos sufrían algunas inquietudes. En cierto modo, se ejercitaba alguna maldad en lo oculto de su corazón. Sin embargo, el hábito de su vida anterior conducía todavía al asceta, como una inercia de aquel empeño, y lo mantenía entre tanto. 50. Un día, al entrar después de sus súplicas acostumbradas, descubrió hacia el atardecer el pan que Dios le suministraba sobre la mesa y lo cogió.

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Mientras que no rechazó aquel empeoramiento y no comprendió cómo su falta de observancia estropeaba su diligencia, no se dedicó a la curación de su mal, sino que infravaloraba el relajarse en sus obligaciones. 51. Por consiguiente, un deseo pasional que se apoderó de él, condujo sus pensamientos hacia lo terrenal. Aunque se contuvo hasta entonces, al día siguiente, cuando volvió a su habitual ascesis y tras dar gracias y cantar, entró en la cueva y encontró el pan colocado, pero ya no tan cuidado y limpio, sino que, de alguna manera, ahora estaba con polvo. Sorprendido y relativamente entristecido, a pesar de esto, se lo comió y se recobró. 52. A la tercera noche, este mal se produjo tres veces mayor: su mente se lanzó rápida hacia los malos pensamientos103, su memoria estaba en una disposición tal, como si una mujer estuviera presente y yaciendo con él. Esa situación la tenía ante los ojos y acabó como si estuviera haciéndolo. Así, al tercer día salió como siempre a su labor, a sus oraciones de gracias y a sus cantos, pero sin tener ya los pensamientos puros, sino que volvía la cabeza constantemente y levantaba los ojos, echando miradas aquí y allá. Pues los recuerdos de sus deseos interrumpían su buen trabajo.

103 Para P. Brown, El cuerpo y la sociedad, Barcelona 1993, 313, los logismoi son los pensamientos que no proceden de la mente del monje, sino «de los demonios o ángeles, cuyas sutiles presencias se constataban en la fuerza desacostumbrada del flujo, que pasaba por el corazón, de vehementes sartas mentales». Los logismoi tienen la misma función que el demonio –tentar al eremita– y se introducen tan sigilosamente como él; cf. Fernández Marcos, N., «Demonología de los Apophthegmata Patrum», Cuadernos de Filología Clásica 4 (1972), 472.

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53. Por la tarde, entró necesitado de pan y lo encontró en la mesa, pero como mordisqueado por ratones o perros y con un resto de la corteza. Entonces rompió a llorar, pero no lo suficiente como para alejar aquello que no era habitual y, puesto que no comió todo lo que quería, no fue capaz de dormir. 54. Cuando le vinieron los malos pensamientos en tropel, rodeándole por todos lados y combatiendo contra su juicio, rápidamente lo llevaron cautivo al mundo. Cuando el monje se levantó, partió hacia el mundo habitado, viajando de noche, por el desierto. Al sobrevenirle el día, mientras estaba todavía bastante lejos de la región habitada y afligido por el intenso calor, se cansó. Buscaba por todas partes mirando en derredor suyo por si en algún lugar aparecía un monasterio, donde encontrar descanso. 55. Y precisamente esto ocurrió. Lo recogieron unos piadosos y fieles hermanos, quienes, viéndole como [si se tratara de] un padre recto, le lavaron los ojos y los pies. Después, tras ponerle la mesa, le pedían con afecto que comiera los alimentos que le habían ofrecido. Una vez que se recobró, los hermanos le solicitaron que les pronunciara unas palabras de salvación: a través de qué caminos podían salvarse del lazo del diablo y sobre cómo vencerían a los pensamientos impuros. 56. El asceta, como un padre que aconseja a sus hijos, les exhortó a perseverar en el trabajo, puesto que, en poco tiempo, pasarían a un largo descanso. Les ayudó mucho mediante la explicación de otras muchas materias relacionadas con la ascesis. Tras aconsejarles y reflexionar brevemente sobre sí mismo, meditaba cómo [era que] él permanecía sin consejo, aunque daba consejo a otros. 57. Así, consciente de su propia derrota, regresó a la carrera al desierto de nuevo, compadeciéndose de sí mismo del siguiente modo: Si

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el Señor no me hubiera ayudado, pronto mi alma habría estado en el Hades104 y casi en todo mal he estado. Casi me han echado por tierra105. Y le sucedió lo que está escrito: Un hermano siendo socorrido por un hermano es como ciudad fuerte y como muralla impenetrable106. 58. Y, desde entonces en adelante, siguió llorando toda el tiempo, privado de la comida que venía de Dios y ganándose su propio pan con su esfuerzo. Pues, tras encerrarse a sí mismo en la cueva y cubrirse con un saco y ceniza, no se levantó de la tierra, ni cesó de llorar, hasta que oyó la voz de un ángel que le decía en sueños: «Dios aceptó tu arrepentimiento y ha tenido piedad de ti. Pero, de ahora en adelante, cuídate de que no te engañen. Vendrán a consolarte los hermanos a los que tú aconsejaste y te traerán regalos. Cuando los recibas, los compartirás con ellos y darás gracias a Dios siempre». 59. Por tanto, hijos, os he enseñado esto para que primeramente ejercitéis la humildad, tanto si creéis que estáis entre los pequeños, como entre los grandes –pues éste es el primer mandamiento del Salvador que dice: Bienaventurados los pobres de espíritu porque de ellos es el reino de los cielos107– y, en segundo lugar, para que los demonios no os engañen con fantasías que despierten en vosotros. 60. Así, en el caso de que alguien venga a vosotros, hermano, amigo, hermana, mujer, padre, maestro, madre, hijo, sirviente, extendedle primero los brazos en gesto de súplica, pues, si es una aparición, huirá de vosotros. Si os

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Cf. Sal 93,17. Cf. Pr 5,14; Sal 118,87. 106 Cf. Pr 18,19. 107 Cf. Mt 5,3. 105

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engañan los demonios o los hombres con adulaciones y alabanzas, no os dejéis persuadir por éstos, ni os dejéis arrastrar en vuestra mente. 61. Pues incluso a mí los demonios me engañaron del mismo modo muchas veces por la noche y se aliaron para que yo no orara ni descansara, mandándome ciertas apariciones. Y al alba, burlándose de mí, cayeron a mis pies diciendo: «Abba, perdónanos porque te hemos estado molestando toda la noche». Pero yo les contesté: «Apartaos de mí, todos los hacedores de iniquidad108, pues no tentaréis a un siervo de Dios109». 62. Por tanto, hijos, buscad también vosotros la tranquilidad así, ejercitándoos siempre en la contemplación, para que oréis a Dios y tengáis el pensamiento puro. También es bueno aquel asceta que permanece en el mundo practicando y ocupado en buenas obras, el que da muestras de fraternidad, hospitalidad y amor, reparte limosnas, hace el bien a los visitantes, ayuda a los enfermos y permanece libre de ofensas. 63. De hecho, éste es bueno y más bueno, pues cumple los mandamientos en la práctica y en los actos, pero se ocupa de las cosas terrenales. En cambio, mejor y más importante que aquél es el monje contemplativo, es decir, el que ha ido a la carrera desde lo práctico a lo intelectual, dejando a otros el inquietarse por aquello. En efecto, [es mejor] el que se ha negado y olvidado de sí mismo y se ocupa de las cosas celestiales, rindiéndose libre de toda preocupación a Dios, sin ser arrastrado por lo de abajo a causa de inquietud alguna.

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Cf. Mt 7,23. Cf. Mt 4,7.

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Así, ése pasa la vida con Dios, es ciudadano junto a Dios, cantando a Dios con incesantes himnos110 ». 64. Mientras nos explicaba minuciosamente estas y otras cosas, el bienaventurado Juan cuidó de nuestras almas, conversando hasta la novena hora durantes tres días. Y tras bendecirnos, nos ordenó marchar en paz, diciéndonos además alguna profecía, como por ejemplo: «Hoy las fiestas triunfales del piadoso soberano Teodosio 111 por el derrocamiento del tirano Eugenio112 han llegado a Alejandría113» y «Es necesario que el soberano muera de muerte natural». Resultó que esto ocurrió de esta manera. 65. Cuando estábamos visitando a muchos otros padres, llegaron unos hermanos para anunciarnos que el bienaventurado Juan había muerto de una manera sorprendente: tras ordenar que nadie se dirigiera a él de visita durante tres días, puesto de rodillas para orar, murió yéndose con Dios, al cual sea la gloria por los siglos. Amén.

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El ideal es claro: el monje debe de llegar a ser «un hombre muerto para las motivaciones humanas y un muerto para la sociedad humana»; cf. Brown, P., The Making of Late Antiquity, Cambridge (MA) 1978, 94. 111 Cf. esta misma obra, n.69. 112 Cf. esta misma obra, n.70. 113 Alejandría fue fundada por Alejandro Magno tras su conquista de Egipto (332 a.C.), quien la convirtió en la ciudad más importante de este país. En la Antigüedad fue conocida por poseer la mayor biblioteca del mundo helenístico hasta su destrucción por Julio César; cf. Godoy, P., s. v. Alejandría.

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2. SOBRE ABBA OR

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1. También visitamos a otro hombre sorprendente en la Tebaida, cuyo nombre era abba Or114, de apariencia angélica aunque tenía casi 90 años, con una espléndida barba hasta el pecho y tal brillo en el rostro, que cualquier hombre sólo con verlo, se sentía apocado115. Era padre de monasterios habitados por mil hermanos. 2. Éste, que se había ejercitado al principio mucho en soledad en el desierto más lejano, unificó después los monasterios en un desierto cercano, tras haber plantado árboles en una zona pantanosa con sus propias manos. [Gracias a Or,] en el lugar había vegetación, de modo que abundaba la madera en ese desierto. 3. Así, los padres que vivían cerca de él nos decían: «Ni un brote había allí cuando en origen el hombre apareció del desierto». Plantó esto para que los hermanos que se dirigieran a visitarlo no tuvieran que transportarla necesariamente, sino que Or les procurara toda provisión, pidiendo a Dios y luchando por su salvación, a fin de que no se quedaran sin lo necesario, ni tuvieran una excusa para despreocuparse. 4. Or, cuando

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Cf. Rufinus, H.Mon. 2; Pall., H.Laus. 9; Soz., HE 4.28. El motivo de que Dios se vea reflejado en los humanos, a causa de haber sido creados por divinidad, es un motivo muy recurrente en la literatura apócrifa, toda ella inspirada por la cita de Gn 3,10 aparentemente. Así cf. EvPh 43; Clem.Al., Strom. 4.13,90; Hippolytus, Elenchos V, 17; Origenes, Hom. 13 in Gen.; Hom. 8 in Eu.Luc. Dado lo extenso de esta relación creador-hombre, no parece necesario que la mención de H.Mon. deba necesariamentede interpretarse como «Adam restored», propuesto por Russell, N.-Ward, B., 34. Además, esta característica también se rastrea en contexto pagano, como por ejemplo en Porph., Plot. 10-11, cuando describe a su maestro Plotino del siguiente modo: «Cuando (Plotino) estaba hablando su visible intelecto iluminaba su rostro […]; él irradiaba benignidad». 115

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vivió por primera vez en el desierto, comía hierbas y algunas raíces dulces, y bebía agua también, cuando la encontraba116, perseverando durante todo el tiempo en las oraciones e himnos. Cuando definitivamente le llegó el final de la vejez, un ángel se le apareció en sueños en el desierto diciendo: «Darás lugar a una gran nación117, pues un gran pueblo te será confiado, y los salvados por ti serán cien mil. A cuantos ganes aquí, de tales serás gobernador en la eternidad futura. No dudarás nunca», el ángel siguió diciendo, «pues jamás las cosas necesarias te faltarán hasta la muerte, siempre que invoques a Dios». 5. Tras escuchar esto, se marchó a un desierto cercano, donde vivió absolutamente solo. Se construyó una pequeña cabaña, donde se contentó únicamente comiendo legumbres en conserva, a menudo, una sola vez por semana incluso. Aunque al principio era un analfabeto, después de dirigirse del desierto al mundo, Dios le concedió un don y recitó de memoria las Escrituras. A partir de entonces conocía las letras, así que, cuando los hermanos le entregaron un libro, Or lo

116 El consumo de vino y carne es considerado un lujo propio de personas ricas, de modo que es posible observar en H.Mon. una clara preferencia –sin implicar dogmatismo alguno– por el agua y los vegetales, en aras de demostrar la contención y rechazo de las riquezas terrenales. Dependiendo del contexto social al que se atienda, este motivo también puede hallarse en otros grupos de la Antigüedad, como los cínicos, los pitagóricos, los terapeutas judíos, los sacerdotes egipcios o los maniqueos; cf. Bremmer, J. N. (1992) 208-212. 117 Cf. Gn 46,3

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leyó. 6. También recibió otro don, el de expulsar a los demonios, de modo que muchos endemoniados que sufrían iban a él para celebrar a gritos su manera de vivir, aunque sus demonios no quisieran. Y, como llevaba a cabo otro tipo de curaciones, no descansaba, puesto que los monjes, que sufrían a miles, eran traídos a él de todas partes. 7. Así pues, el padre Or, después de vernos y alegrarse mucho, nos saludó y rogó por nosotros. Tras lavarnos los pies con sus propias manos, se dedicó a enseñarnos, pues era bastante conocedor de las Escrituras, desde que obtuvo esa gracia de parte de Dios. Una vez que nos explicó muchas doctrinas de las Escrituras y nos transmitió la fe correcta, nos invitó a las súplicas. 8. Los grandes padres tienen la costumbre de no ofrecer alimento a la carne antes de conceder el alimento espiritual al alma, esto es, la comunión de Cristo. Así pues, una vez que participamos de esto y celebramos la Eucaristía, nos invitó a la mesa, mientras él, sentado, nos recordaba siempre algunas de las enseñanzas importantes. Nos dijo: 9. «Yo conocí a un hombre que en el desierto no comió ninguna comida terrenal durante tres años, sino que un ángel le alimentaba con comida celestial cada tres días y él se lo echaba a la boca. El monje tenía esto en vez de comida y bebida. Supe también que a ese hombre los demonios llegaron a mostrarle en apariciones ejércitos angélicos, un carro de fuego y mucha escolta, semejantes a los obreros de un rey, el cual se le presentó y le dijo: «Te mantuviste recto en todo, hombre, arrodíllate ante mí y te arrebataré como a Elías118». 10. Pero el monje, según 118 Elías fue un profeta que desarrolló su actividad al norte de Israel durante el siglo IX a.C. Su fama le llega por haber sido elevado al cielo sin haber muerto, Roig Lanzillota, L. (2009) s. v. Elías.

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pensaba, le respondió: «Yo me arrodillo cada día ante mi Rey y Salvador y, si éste fuera él, no me lo pedirías». Y, como le contestó lo que únicamente pensaba: «Yo tengo a Cristo como mi rey», en ese momento el rey se desvaneció». Mientras Or nos contaba esto como de otro monje, quería ocultarnos su propia vivencia, pero los padres que estaban con él nos confirmaron que fue él quien había visto esto. 11. En verdad que tal hombre era conocido entre muchos otros padres, de modo que, cuando venían muchos monjes a visitarle, llamaba a todos los presentes y, en una mañana, construía con su ayuda celdas119. Mientras uno le daba barro, otro ladrillo, otro sacaba agua y uno más cortaba maderas. Una vez terminadas las celdas, él socorría las necesidades de los que venían. 12. Cuando llegó a verle un falso hermano, que había ocultado sus vestidos, tras descubrirlo, Or sacó a la luz públicamente su verdadera naturaleza ante todos, para que nadie nunca más se atreviera a engañarle. Tan gran don de virtud tenía, el cual le fue dado por su prolongado y buen modo de vida. Y era digna de ver la multitud de los monjes con él en la reunión, como unos grupos de justos que vestían vestidos brillantes y glorificaban a Dios con himnos incesantes.

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Sobre la importancia que adquiere la celda, como espacio sagrado para el monje, y sobre sus restos arqueológicos conservados en Egipto; cf. Brooks Hedstrom, D.L., «The Geography of the Monastic Cell in Early Egyptian Monastic Literature», Church History 78.4 (2009), 756-791.

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3. SOBRE AMÓN

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1. También visitamos en la Tebaida a otro de nombre Amón120, padre de tres mil monjes, a los que también llamaban Tabennesiotas121. Éstos tenían un estricto modo de vida: llevaban pieles de ovejas, comían con el rostro cubierto122 y con la cabeza inclinada hacia abajo, para que nadie pudiera mirar a otro, y practicaban un profundo silencio, pareciendo como que se estaba en el desierto. Cada uno llevaba su modo de vida en secreto, permanecían sentados a la mesa sólo en apariencia, como para dar la impresión de que comían, e intentaban pasar desapercibidos unos de otros. Algunos de 120

Cf. Rufinus, H.Mon. 3. Cf. Pall., H.Laus. 32. El monasterio de Tabennesi es un ejemplo de la vida cenobítica, paralela a la anacorética. Antes de Pacomonio, algunos anacoretas se dieron cuenta de los peligros que el desierto tenía y las deficiencias de la vida solitaria, lo que les llevó a reunirse para formar colonias, cuya organización era precaria. Fue Pacomio quien logró la sistematización y organización de estas colonias, lo que originó una nueva forma de vida comunitaria: la cenobítica (koinos bios). El primer cenobio se fundó en 320. Cada cenobio se estructuraba en «casas», donde se reunían alrededor de veinte personas, con una serie de servicios comunes (cocina, comedor, despensa, etc.). Estaban bajo la autoridad de un responsable, encargado de sistematizar los servicios que cada cenobita tenía que cumplir (preparar las mesas de los demás, recibir a los huéspedes, etc.); cf. Teja Casuso, R., Emperadores, obispos, monjes y mujeres: protagonistas del cristianismo, Madrid 1999, 157. Para un estudio más detallado sobre el origen y el posterior desarrollo del cenobitismo pacomiano; cf. Goehring, James E., Ascetics, Society, and the Desert: Studies in Early Egyptian Monasticism, Harrisburg, PA 1999, 137-261. 122 El hábito monástico ya estaba presente en las comunidades cenobíticas como un elemento de identidad; cf. Torallas Tovar, S., «El hábito monástico en Egipto y su simbología», ’Ilu. Revista de Ciencias de las Religiones 7 (2002), 164. 121

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ellos se llevaban una o dos veces la mano a la boca, tras coger pan, aceitunas o alguna de las cosas que estaban delante, y, habiendo probado una vez de cada comida, se contentaban con tal alimento. Otros permanecían firmes de otra manera, masticando el pan en silencio y manteniéndose indiferentes a los demás. Otros sólo comían tres cucharadas de sopa y se abstenían del resto. Como todo me maravilló según he contado, no he podido negar el beneficio de este relato.

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4. SOBRE ABBA BES.

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1. Además, conocimos a otro anciano que aventajaba a todos los hombres en mansedumbre, de nombre abba Bes123, de quien los hermanos de su alrededor afirmaron que nunca hizo juramento, ni jamás dijo mentiras, ni se encolerizó contra nadie, ni increpó a nadie en ninguna ocasión. Su vida era bastante tranquila y su carácter virtuoso, al tener una naturaleza angélica. 2. También era bastante humilde y se menospreciaba a sí mismo. Cuando nosotros le rogamos que nos transmitiese enseñanzas edificantes, apenas permaneció para explicarnos sólo unas pocas cosas relativas a la mansedumbre. 3. Bes se estableció en la zona, porque los labradores le llamaron. Como un hipopótamo hacía estragos en la región cercana, cuando Bes vio a la mole de animal, le ordenó con una mansa voz: «Te ordeno en el nombre de Jesucristo que nunca más hagas daño a la aldea». Y el animal, como desterrado por un ángel, desapareció completamente del lugar. De la misma manera echó, en otra ocasión, a un cocodrilo.

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Cf. Rufinus, H.Mon.4; Soz., HE 4.28.

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5. SOBRE OXIRRINCO

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1. También nos acercamos a Oxirrinco124, una ciudad de la Tebaida, cuyas maravillas no es posible relatar según se merece. Pues está en su interior tan llena de monasterios que las murallas resuenan por el sonido de sus monjes y fuera está rodeada por otros monasterios. Por esto hay otra ciudad exterior aneja a ésta. 2. Además, las iglesias y los capitolios de la ciudad estaban llenos de los monjes y, en cada parte de la ciudad, vivían ellos. 3. Como era la ciudad más grande de la región, en ella había doce iglesias, donde las multitudes se congregaban, y había oratorios de los monjes en cada monasterio. Casi eran más los monjes que los seglares que vivían en las entradas de la ciudad y en las torres de las puertas. 4. Se decía que dentro había cinco mil monjes y otros tantos en los alrededores. No había hora, ni de día ni de noche, en la que no rindieran culto a Dios, pues no quedaba, en efecto, ningún habitante herético ni pagano en la ciudad, sino que todos los ciudadanos por igual eran fieles y catecúmenos, hasta el punto de que el obispo pudo dar la paz al pueblo en la plaza principal. 5. Los magistrados y arcontes, que ofrecían dádivas a la gente, permanecían vigilantes a las puertas por si un extranjero pobre aparecía alguna vez, para que fuera llevado ante él y recibiera limosna para su consuelo. ¿Y qué podría decir cualquiera de la piedad de las gentes que nos veían a nosotros, extranjeros caminando a través del ágora, y que se nos acercaban como a los ángeles? ¿Y qué podría decir alguien de la multitud incontable de monjes y vírgenes, 6. excepto que hablemos de cuantos nos informamos con exactitud por el santo obispo de allí? 124

Cf. Rufinus, H.Mon. 5.

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Por una parte, diez mil son gobernados por él y, por otra, [hay] veinte mil vírgenes. En cuanto a la hospitalidad y caridad que tenían, me es imposible de explicar, pues quedaban rasgados nuestros mantos cuando tiraban de cada uno de nosotros hacia ellos. 7. Y allí conocimos a muchos y grandes padres con dones diversos, unos en la palabra, otros en el modo de vida y otros en milagros y señales.

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6. SOBRE TEÓN

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1. Conocimos a otro monje en el desierto, no lejos de la ciudad [de Oxirrinco], llamado Teón125, un hombre santo que permaneció solo en un pequeño habitáculo practicando el silencio durante 30 años. A éste, por haber realizado milagros grandiosos, la gente lo consideraba un profeta. Por la mañana, la multitud de los enfermos se dirigía a él y, gracias a que a través de la pequeña ventana les imponía las manos, los mandaba marchar sanos. Y era digno de ver el rostro angelical que tenía, que agradaba por su mirada, y todo él estaba lleno de abundante gracia. 2. Durante no mucho tiempo, se dirigieron contra él desde lejos por la noche unos ladrones que querían matarlo, con la idea de que encontrarían bastante oro en su casa. Él hizo una súplica y permanecieron inmóviles ante su puerta hasta el amanecer. Cuando llegó la muchedumbre por la mañana y se decidió a lanzarles al fuego, Teón, en esa tesitura, les dijo esta única frase: «Dejad que se vayan sanos y salvos; en caso contrario, el don de las curaciones me abandonará». Y, al momento, la gente obedeció, sin atreverse a contradecirle. Acto seguido los ladrones vivieron con los monjes en los monasterios de alrededor, cambiando su costumbre y arrepintiéndose de sus actos pasados. 3. También Teón estaba instruido por gracia en la lectura de las tres lenguas, griego, latín y copto, según supimos a través de muchos testigos y de él mismo. Pues al darse cuenta de

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Cf. Rufinus, H.Mon. 6; Soz., HE 4.28.

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que éramos extranjeros, dio gracias a Dios por nosotros, escribiéndolo en una tablilla [en nuestra lengua]. 4. Comía semillas que no necesitaban ser cocidas. Y, según cuentan, salía por la noche de la celda, se reunía con los animales salvajes y les daba de beber del agua que tenía, pues se podían ver las huellas de antílopes, asnos salvajes, gacelas y otros animales alrededor de su morada, con los que siempre se divertía.

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7. SOBRE ELÍAS

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1. Conocimos otro anciano en el desierto de Antínoe, metrópolis de la Tebaida, de nombre Elías126, que ahora tendría cien años, sobre el que se contaba que el espíritu del profeta Elías se había posado. Éste era famoso por haber pasado setenta años en aquel temible desierto. Ninguna palabra podría describir dignamente aquel cruel desierto en el monte, en el que Elías se quedó sin volver nunca más al mundo. 2. Existía cierto sendero estrecho para los que iban a él, de modo que [los visitantes] apesadumbrados apenas conseguían llegar a las señales de piedras [que marcaban el camino] situadas aquí y allá. Elías estaba sentado bajo una roca en una cueva, de modo que el verlo era casi terrorífico. Por lo demás, todo él temblaba, ya que estaba afligido por la vejez. Hacía muchas señales cada día y no paraba de curar a los que estaban enfermos. 3. Los padres contaban sobre él que nadie recordaba cuándo fue su subida al monte. En la vejez comía por la tarde tres trozos de pan y tres aceitunas, pero en la juventud, durante la semana, siempre aguantaba comiendo una sola vez127.

126 Cf. Rufinus, H.Mon.12; Pall., H.Laus. 51; Soz., HE 6.28; Cassiod., Hist. 8.1; Nicephorus, Chron.syn. 2.34. 127 Los niveles de ascetismo, según nos atestiguan los textos, eran muy altos. En efecto, de Simeón el estilita se decía que ni bebía ni comía; cf. Kirschner, R., 110. Quizá el ejemplo más esclarecedor sea el de Elpidio, según atestigua Paladio (cf. H.Laus. 48.3): «[scil. Elpidio] había alcanzado tal nivel de mortificación y su cuerpo estaba tan gastado, que la luz del sol podía reflejarse en sus huesos».

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8. SOBRE APOLO

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1. Visitamos a otro santo de nombre Apolo128, en los límites de Hermópolis en la Tebaida, donde el Salvador con María y José fueron socorridos129, cumpliéndose así la profecía de Isaías que dice: He aquí que el Señor está sentado sobre una nube ligera, entrará en Egipto, los ídolos de Egipto temblarán ante su rostro y caerán a la tierra130. De hecho, vimos allí el templo donde, tras entrar el Salvador en la ciudad, todos los ídolos cayeron a tierra ante su presencia.

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Cf. Rufinus, H.Mon. 7; Soz., HE 4.29. Si confiamos en el testimonio de Apophthegmata Patrum 133, la llegada de Apolo a la vida ascética ocurrió por un cruel suceso. Según la obra citada, Apolo vio a una mujer embarazada en un cierto lugar y, de repente, un pensamiento oscuro le dominó: quería ver cómo yacía el feto en el vientre materno. Llevado por este impulso, Apolo asesinó a la mujer y le abrió el vientre. No obstante, después de arrepentirse, se refugió con los monjes ascetas de Egipto. 129 Cf. Ev.Mt. 22-23. José, marido de María y padre de Jesús, «aparece mencionado en el NT especialmente en Mateo y Lucas, y en las narraciones sobre el nacimiento e infancia de Jesús. Dado que no se lo nombra en Marcos, que excluye todo dato precedente al bautismo de Jesús, hay quien defiende la hipótesis de que José fuera de edad avanzada al casarse con María y que muriera antes de que Jesús tuviera 12 años y comenzara su ministerio. Según el Protoevangelio de Santiago 9.2, José era de edad avanzada y tenía hijos de un matrimonio previo; la Historia de José el carpintero, por su parte, ofrece aún más detalles de origen legendario. Según este texto, a la edad de 40 años José se habría casado con su primera mujer, de la que tuvo seis hijos. Al fallecer ésta, tras cuarenta y nueve años de matrimonio, José se casó con María. Finalmente, José murió, según la Historia de José, a los ciento once años, cuando Jesús contaba veinte»; cf. Roig Lanzillotta, L., Diccionario de nombres propios del NT, Córdoba 2011 (en prensa), s. v. Ioseph. 130 Cf. Is 19,1.

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2. En efecto, conocimos a este monje, padre de quinientos monjes, en un desierto que albergaba monasterios cerca del monte. Él era famoso en la Tebaida y tenía en su haber grandes obras, pues el Señor, a través de él, hacía muchos milagros y realizaba numerosísimas señales. Como desde la infancia había dado muestra de mucha ascesis, al final de su vida alcanzó tal don: con ochenta años organizó por sí mismo un gran monasterio de quinientos hombres perfectos, siendo casi todos capaces de realizar señales. 3. Apolo, que se había retirado del mundo con quince años, cumplió cuarenta en el desierto y practicó con acribia todo tipo de virtud, hasta que le pareció oír la voz de Dios diciéndole: «Apolo, Apolo, por medio de ti anularé el saber de los sabios egipcios y descartaré la cordura de los cuerdos131. Y además de a éstos, destruirás para mí a los sabios de Babilonia y harás desaparecer toda la idolatría demoníaca. Ahora, ve al mundo, pues harás crecer para mí un pueblo elegido, celoso de buenas obras132». 4. Y él respondió: «Aparta de mí, Señor, el orgullo, no sea que al encumbrarme de algún modo más allá de la fraternidad, sufra la pérdida de todo el bien que he hecho». Y, de nuevo, la divina voz le contestó: «Echa mano a tu cuello, abatirás y enterrarás el orgullo en la arena». Y al punto, al echarse la

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Cf. Is 29,14; cf. 1Co 1,19. Cf. Tit 2,14.

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mano al cuello, cogió a un pequeño etíope133 y lo enterró en el desierto, mientras éste gritaba: «Yo soy el demonio de la arrogancia». Una vez más hubo una voz que le dijo: «Vete, porque todo lo que pidas a Dios, se te dará». Y él, al instante, tras oírlo, marchó al mundo en la época del tirano Juliano134 y, durante un tiempo, caminó por el desierto cercano. 5. Tras ocupar una pequeña cueva, se quedó allí al pie del monte. Su trabajo era durante todo el día dar gracias a Dios, doblando las rodillas cien veces por la noche y otras tantas por la mañana. Su alimento, mientras tanto, como al principio, era milagrosamente suministrado por Dios, 6. pues en el

133 La utilización de los etíopes como demonios no se ha de considerar como un rasgo de rechazo por parte de los autores de la literatura monástica. La demonización de los etíopes no se debe a cuestiones étnicas sino al color de su piel, pues el color negro simboliza la oscuridad y, por tanto, el mal, mientras que el blanco representa la luz, el bien. Una serie de pasajes confirman esto; cf.Gn 1,3-4; 1Ts 5,5, Carta de Bernabé 4; Ath.Al., V.Anton 6. Por esto, la negrura de los etíopes representa el pecado en cualquiera de sus manifestaciones, aunque, de manera especial, las relacionadas con el sexo. El hecho de que el demonio de la arrogancia esté agarrado en el cuello de Apolo indica que este pecado poseyó a este padre; cf. Brakke, D., «Ethiopian Demons: Male Sexuality, the Black-Skinned Other, and the Monastic Self», Journal of the History of Sexuality 10.3/4 (2001), 508-511, 530. 134 Flavio Claudio Juliano el Apóstata (332-363), fue emperador romano desde el tres de Noviembre de 361 hasta su fallecimiento. En el año 361, tras alcanzar el rango de emperador, renegó públicamente del cristianismo, declarándose pagano y neoplatónico, motivo por el cual fue tratado de apóstata. Juliano depuró a los miembros del gobierno de su primo constancio y llevó a cabo una activa política religiosa, tratando de reavivar la declinante religión pagana según sus propias ideas, y de impedir la expansión del Cristianismo, pero fracasó.

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desierto se le proporcionaba por medio de un ángel. Su vestido era la túnica sin mangas, como algunos designan al colobión135, y un pequeño trozo de tela sobre su cabeza. Estas prendas le duraron en el desierto sin estropearse. 7. Así pues, estaba en el desierto más cercano al mundo, viviendo en el poder del Espíritu y llevando a cabo señales y curaciones milagrosas, las cuales nadie podría describir por lo sublime de la maravilla, según oímos de los ancianos que estaban con él, los cuales también eran perfectos y guías de una numerosa fraternidad. 8. En efecto, Apolo pronto se hizo célebre, como si se tratara de un nuevo profeta y apóstol que hubiera visitado nuestra generación. Y, puesto que se expandió una gran fama sobre él, todos los monjes que permanecían dispersos en derredor se acercaban siempre a Apolo, como a un padre legítimo, ofreciendo sus propias vidas como regalos. Mientras él exhortaba a unos a la contemplación, a otros les aconsejaba seguir la virtud práctica, mostrando primero de hecho lo que de palabra recomendaba hacer. 9. Pues muchas veces, cuando les enseñaba lo referente a la ascesis, participaba con ellos –sólo en domingo, pues él no comía

135 Sobre el uso de una túnica como vestimenta única en la literatura griega; cf. Bremmer, J. N. (1992), 206-207. La simbología de la prenda está relaciona con la pobreza y la humillación. Además, se consideraba incluso que el contacto constante con la vestimenta era capaz de absorber los poderes del individuo: Antonio entregó cuidadosamente sus ropajes antes de morir y Atanasio, quien, al parecer, recibió una de esas prendas, la guardó como un tesoro; cf. Kirschner, R., 111.

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nada más que cuantas hortalizas crecen de manera natural en la tierra, ni pan durante ese tiempo, ni legumbre, ni ninguna de las frutas de los árboles, ni cuanto tiene necesidad de ser cocinado por el fuego. 10. En el tiempo de Juliano, un día, después de oír que un hermano forzado al ejército136 permanecía encadenado en la cárcel, se presentó con la fraternidad ante él para consolarlo y recordarle que fuera fuerte en las penas y que desdeñase los peligros que le venían, porque aquel momento era un momento de lucha para él, de modo que su ánimo sería probado con la llegada de dificultades. 11. Y mientras fortalecía su alma con tales palabras, el quiliarca137, que se había enterado –alguien le había hablado sobre Apolo–, llevado por un impulso malvado, echó los cerrojos de las puertas de la cárcel y encerró también a Apolo y a todos los monjes que estaban con él, con la idea de que serían adecuados para el ejército. Y, tras apostarles suficiente guardia, se retiró a su casa casi rehuyendo oír sus súplicas. 12. Pero, a media noche, un ángel con una antorcha se apareció a los que estaban de guardia, fulminando con una luz a todos los que estaban en la prisión, de modo que el resto de guardias quedaron estupefactos por el miedo. Entonces ellos se levantaron y pidieron que todos los monjes saliesen por las puertas abiertas. Los guardias reconocían que era mejor morir a manos de hombres, antes que 136

Algunos que decían ser monjes eran, simplemente, desertores u objetores, por lo que era habitual que se forzara a los eremitas a enrolarse en el ejército; cf. Russell, N.-Ward, B., 16-17. 137 El quiliarca era el tribunus militum y, básicamente, era un comandante que tenía 1024 hombres a su cargo; cf. Festugière (1955), 264.

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despreciar la libertad venida de Dios para los que fueron detenidos sin razón138. 13. Así pues, cuando el quiliarca llegó a la prisión con los magistrados, muy de mañana, se apresuró a echar a los hombres de la ciudad, pues iban contando que su casa se había derrumbado por un terremoto y los mejores de sus servidores se habían quedado atrapados allí. Y ellos, cuando escucharon esto, se marcharon al desierto con voces de agradecimiento a Dios y, en fin, todos juntos estuvieron, según la palabra del apóstol, con un solo corazón y una sola alma139. 14. Cada día Apolo les enseñaba cómo sobresalir en las virtudes y escapar al momento de las artimañas del diablo, que desde el origen están en los pensamientos. Pues, destrozada la cabeza de la serpiente, todo el cuerpo está muerto. «Dios», continuó explicando, «ha ordenado que nos cuidemos de la cabeza de la serpiente140, esto es, que aceptemos no tomar en consideración los pensamientos que, desde el principio, son perversos e indecorosos para nuestra mente. Así, intentad superaros los unos a los otros en las virtudes, que nadie parezca más débil que otro en esos méritos. 15. Que sea una señal para vosotros en el progreso 138

El tópico de la huida de la cárcel u otros lugares hostiles por medios igualmente ‘prodigiosos’ aparece extensamente en la literatura apócrifa. A ATh 119-130 podría añadirse, por ejemplo, AAM 99.1-6, transmitida a través de cuatro versiones diferentes: M. Bonnet, Epitome 377.33-378.11; Narratio 357.1-5; Laudatio 318.1618; A. Dressel, Vita 220D4-7; Cf. Roig Lanzillotta, L., «Cannibals, Myrmidonians, Sinopeans or Jews? The Five Versions of The Acts of Andrew and Matthias and their Source(s)», en Labahn, M.Lietaert Peerbolte, B.I., Wonders Never Cease: The Purpose of Narrating Miracle Stories in the New Testament and its religious Environment, New York 2006, 221-243. 139 Cf. Hch 4,32. 140 Cf. Gn 3,5.

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de las virtudes, cuando obtengáis la supresión de los deseos y la inapetencia, pues éste es el principio de todos los dones de Dios141. Incluso cuando alguien recibe de Dios una demostración de milagros, que no se ensoberbezca como si ya tuviera bastante, ni se exalte en su mente como si ya fuera estimado por el resto en algo, mostrando a todos que fue

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Creemos que el presente texto, frente a lo defendido hasta ahora, especialmente en la traducción inglesa de Russell, N.Ward, B. –cf. n. 91 de este libro–, sólo puede ser interpretado como una preferencia por la metriopátheia, quedando la apátheia como un final utópico para el monje que ha conseguido alcanzar el control de los pasiones. Acerca del concepto de metriopátheia; cf. Muñoz Gallarte, I., «Apátheia/Metriopátheia in Early Christianity: the Acts of the Apostles» (en prensa): «El remoto origen de la discusión procede seguramente del Filebo platónico y, más específicamente, de las palabras de Sócrates referidas a los tres diferentes tipos de placeres mezclados con dolores: los corporales, los anímicos y los que afectaban a cuerpo y alma -cf. Pl., Phlb. 46a, b5-c5. Las implicaciones que este juicio pudo tener en la posteridad, sin duda, habrían superado las expectativas del filósofo, dado que influyó en la concepción de la epistemología –sobre todo, en lo referente a la teoría de la percepción–, por supuesto, de la ética –¿hasta qué límite un individuo debe controlar sus pasiones a fin de ser feliz?– e, incluso, en la de la antropología»; cf. Robinson, T.M., «Mind-Body Dualism in Plato», en Psyche and Soma. Physicians and metaphysicians on the mind-body problem from Antiquity to Enlightenment, Oxford 2000, 37-56.

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partícipe de tal gracia. Si no, se engaña a sí mismo, perdiendo el raciocinio y destruyendo la gracia». 16. De este modo, Apolo contenía estas grandes enseñanzas en sus conversaciones – las cuales, muchas veces después, también nosotros se las escuchamos – y realizaba mejores cosas en sus acciones. Pues todo ruego, cuando lo pedía él, al instante era concedido por Dios. También veía ciertas revelaciones: vio a su hermano mayor, el cual también alcanzó la perfección en el desierto y mostró una forma de vida mejor que la de Apolo, con quien además aquél vivió en el desierto durante mucho tiempo. 17. En efecto, en sueños se le mostraba que su hermano compartía los tronos con los apóstoles y le dejaría como herencia sus virtudes. También le revelaba que intercedía por él suplicando a Dios para que acelerara su cambio y lo arrebatara a los cielos con él. No obstante, el Salvador le dijo que Apolo todavía pasaría, en efecto, un corto período de tiempo en la tierra hasta su final, hasta que muchos fuesen emuladores de su modo de vida, pues un gran pueblo de monjes y un ejército piadoso se le iba a confiar a Apolo, a fin de que obtuviese la digna aprobación de sus fatigas ante el más poderoso. 18. Veía estas cosas, que llegaron precisamente de oídos de muchos monjes que se habían encontrado con él, y, gracias tanto a su enseñanza como a su conducta, una gran mayoría renunció al mundo totalmente. Por Apolo nació una comunidad de quinientos monjes en ese momento en el monte, que vivían en comunidad y a una sola mesa. 19. Era posible verlos como a un verdadero ejército angélico de vestiduras blancas, dispuestos en perfecto orden. Habían cumplido a través de ellos lo que se decía en las

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Escrituras: Regocíjate, estéril, la que estaba sedienta142; rompe a cantar y da voces de júbilo, la que no sufrió dolores de parto, porque más son los hijos de la desamparada que de la casada143. 20. Se cumplió también esa profecía sobre la reunión de los pueblos y sobre el desierto egipcio, puesto que esta región ha presentado a Dios más hijos que la tierra habitada. Pues, ¿dónde hay tantos rebaños de monjes salvos en las ciudades, cuantos los que ofrecen a Dios los desiertos de Egipto? En efecto, todos los pueblos que hay allí, en los desiertos, son de los monjes. Y me parece que también en ellos se ha cumplido lo especificado por el apóstol que decía: Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia144. 21. Pues en tiempos también abundaba en Egipto, como en ningún otro pueblo, una gran idolatría. Así, rendían culto a perros y monos y cualquier otro animal; reconocían por dioses a ajos, cebollas y a muchas de las humildes hortalizas, según oí del mismo santo padre Apolo. Éste hablaba sobre ellos y explicaba la razón del politeísmo anterior: 22. «Los gentiles que antes vivían con nosotros divinizaban al buey, puesto que con su ayuda, al realizar la labor del campo, conseguían el alimento, en efecto; y al agua del Nilo, porque regaba todas sus tierras. También veneraban su tierra, dado que era la más fértil en comparación con las otras regiones. 23. Y se mostraban serviles con las demás abominaciones, perros, monos y todo el restante conjunto indigno de los seres vivos y plantas, porque las excusas se les habían tornado en necesidades

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Cf. Is 35,1. Cf. Is 54,1. 144 Cf. Rom 5,20. 143

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para la salvación –[esto ocurrió] durante el período en que el Faraón tuvo a los hombres totalmente ocupados en trabajos, hasta que aquél, tras expulsar a Israel, naufragó en el mar145. Así pues, cada uno creó sus divinidades según su oficio, por medio del cual no siguió al Faraón en su destino, diciendo: «Esto será dios para mí hoy, gracias a lo cual no morí junto al Faraón»»146. El santo Apolo contaba esto.

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Cf. Éx 12-15. Por tanto, según este relato, el rendir culto a los animales en Egipto era una tradición que surgió del momento en el que el Faraón y sus soldados cayeron ahogados en el mar Rojo, mientras perseguían al pueblo de Israel. Así, se plantea que todos aquéllos que no murieron, ya que fue gracias a no dejar sus trabajos y participar en la persecución, veneraron a aquellos animales que les auxiliaban en las labores. En cuanto a esto, en primer lugar, es bien conocido que los egipcios honraban en rituales a gatos, cuervos, etc. Restringiéndonos a los animales relacionados con el trabajo, según constatan Eliano –siguiendo a Eudoxo; cf. NA 10.16–, Sexto Empírico –cf. P. 3.223–, Josefo –cf. Ap. 2.141–, Orígenes –cf. Cels. 5.49– y Plutarco –cf. Mor. 669A-670D–, los egipcios rendían culto a animales usados en la agricultura como el cerdo –cf. Hdt. 2.14,2; P. Cair. Zen. 59819. En efecto, los egipcios se abstenían de comerlo e incluso le ofrecían sacrificios, sobre todo, en las regiones cercanas a Judea, Siria y Egipto, donde se le relacionaba con la luna y se asimilaba a Osiris –en Siria también era considerado animal sagrado asimilado a la diosa Astarté; cf. Lurker, M., Wörterbuch Biblischer Bilder und Symbole, Frankfurt 1974, s.v. No obstante, no es menos cierto que en otras regiones de Egipto se le consideraba impuro y se le incluía en el séquito malvado de Set, quien, en forma de un cerdo negro atacaba a Horus. En segundo lugar, se ha de tomar en consideración que en la Antigüedad la acusación de adorar a animales era un tópico para degradar a otras religiones, considerándolas bárbaras y primitivas –cf. Muñoz Gallarte, I., «El judaísmo en las Vidas y en Moralia de Plutarco», en Nikolaidis, A. (ed.), The Unity 146

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24. Con preferencia por las palabras, es preciso escribir lo que obtuvo mediante sus actos. En aquel momento, había unos gentiles que vivían cerca de él, de modo que, en todos los lugares y aldeas, incluso en las más cercanas a él, se practicaba una idolatría demoníaca. 25. También había un gran templo en una de esas aldeas y, en su interior, un ídolo brillantísimo. En efecto, esta estatua estaba hecha de madera. Los sacerdotes, dominados por un furor, la llevaron en procesión por las aldeas entre la muchedumbre, y así, en efecto, se entregaron a la celebración en honor del agua del río. 26. Coincidió en aquel momento que Apolo pasó por allí con unos pocos hermanos. Y tan pronto como vieron a la muchedumbre poseída demoníacamente en la aldea, tras doblar las rodillas y rogar al Salvador, Apolo dejó a todos los gentiles repentinamente inmóviles147. Como no podían salir de aquel lugar, empujándose unos a otros, se estuvieron abrasando durante todo el día bajo un sol ardiente, sin saber

of Plutarch’s work. Moralia Themes in the Lives, Features of the Lives in the Moralia, Berlin-New York 2008, 815-830. Así pues, creemos que, en esta descripción de H.Mon., se esconde, más bien, una acusación contra la religión egipcia, basándose en una etiología inventada, aunque con ciertos elementos verdaderos. 147 Las expresiones «inmovilizar» y «desatar las ligaduras» pertenecen al lenguaje mágico y pueden encontrarse bien documentadas en los papiros mágicos, especialmente, en las tabellae defixionum. Éstas son pequeñas tabillas, normalmente, de plomo, en las que se trazaban signos y fórmulas mágicas, figuras recordando contra quién se dirigía el conjuro, palabras sin sentido pero con función mágica. Su propósito era «inmovilizar» o encantar a otra persona.

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de dónde había surgido lo que les ocurría. Entonces los sacerdotes fueron explicando que era a causa de un cristiano que habitaba en sus regiones cerca del desierto, quien por sí mismo refiriéndose a Apolo, provocaba esto, y que era necesario hacerle una súplica. Si no, corrían peligro de morir. 27. Cuando los que vivían lejos llegaron después de oír las voces y el clamor, les preguntaron: «¿Qué os ha sucedido tan de repente? ¿De dónde ha surgido tal cosa?». Y éstos contestaron que no sabían nada, excepto que sospechaban de un hombre y les explicaron que era necesario aplacarlo. También ellos testimoniaron que vieron a Apolo acercándose. 28. Como les pidieron que les proporcionaran un rápido auxilio, se esforzaron para que unos bueyes, que habían llevado, movieran la figura. No obstante, puesto que el ídolo permanecía inmóvil con los sacerdotes y no encontraban ningún otro remedio, enviaron una embajada a través de los vecinos de Apolo, con la idea de que enmendarían el error, si se alejaban de allí. 29. Tras dar a entender esto a Apolo, el hombre de Dios regresó lo más rápido posible a ellos y, tras orar, desató las ligaduras de todos. Entonces, todos a la vez se arrodillaron ante él, creyendo en Dios como Salvador de todo y misericordioso, en cuanto arrojaron el ídolo al fuego. A todos ellos, en cuanto los instruyó, los mandó a las iglesias. Muchos de ellos viven hasta ahora en los monasterios. La fama sobre él se difundió por todas partes y muchos creyeron en el Señor, por lo que ya no se ha vuelto a usar en esas regiones de Apolo el apelativo de gentil.

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30. No mucho tiempo después, dos aldeas trabaron combate una contra otra, disputando por unas hectáreas148 de tierra. Cuando se le comunicó a Apolo, éste, al instante, bajó hacia ellos para reconciliarlos. 31. Pero éstos, por el contrario, no se quedaron convencidos, sino que discutían con él. Pusieron su confianza en un cierto jefe de bandoleros, por ser el más adecuado para la guerra. Así pues, cuando Apolo le vio discutir, le dijo: «Si me obedeces, hijo, pediré a mi Señor que te perdone tus pecados». Cuando él lo oyó, no tardó, sino que, en cuanto dejó las armas a sus pies, además, se puso a suplicarle. Como el jefe de bandoleros se hizo mediador de paz, devolvió a los suyos a sus casas. 32. Tras restablecer la paz y regresar, el famoso caudillo de aquéllos sirvió en adelante a Apolo, con quien estableció un claro compromiso. El bienaventurado Apolo se lo llevó con él al desierto cercano, y le amonestaba y exhortaba a tener paciencia, explicándole que Dios era poderoso para concedérsela. 33. En cuanto cayó la noche, entonces, los dos, en sueños se encontraron al punto en el cielo, ante el trono de Dios, y ambos observaban a los ángeles arrodillados delante de Dios junto a los justos. Cuando también ellos, bajando a la vez la cabeza, se arrodillaron ante el Salvador, les llegó una voz de Dios que decía: «¿Qué parte en común tiene la luz con las tinieblas o qué parte el creyente con el incrédulo?149 ¿Por 148

El griego usa el término arura. La arura es un tipo de medida egipcia –aunque como término, también aparece en la literatura griega; cf. Liddell, H.G. - Scott, R., A Greek-English Lexicon, Oxford 1969, s.v. arura– equivalente a 8,2 hectáreas y aplicada especialmente a las tierras de cultivo. 149 Cf. 2Co 6,14-15.

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qué también el asesino, indigno de tal visión, está presente con el justo? Así pues, tú, márchate, hombre. Este último protegido se te ha concedido como gracia». 34. Una vez que se despertaron, tras haber visto y oído otras numerosísimas maravillas, sobre las que ninguna palabra se atreve a hablar ni oír, ha oído las comunicaron a los que estaban con ellos. Y una extraordinaria admiración dominaba a todos, porque ambos exponían la misma visión. Así pues, el que ya no fue asesino por más tiempo permaneció con los ascetas hasta su muerte, después de enderezar su conducta, como si se hubiera metamorfoseado de lobo en inocente corderillo. 35. Y se cumplía en él la profecía de Isaías que decía: Los lobos y los corderos se apacentarán juntos y el león y el buey comerán paja juntos150. En efecto, era digno de ver allí a los etíopes practicando la ascesis con los monjes, superando a muchos en las virtudes y habiendo cumplido en ellos la Escritura que decía: Etiopía extenderá sus manos hacia Dios151. 36. En otra ocasión, había unos aldeanos gentiles que luchaban abiertamente contra los cristianos por sus fronteras y en cada bando había un ejército de hombres armados. Apolo se presentó ante ellos con la intención de

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Cf. Is 65,25. Cf. Sal 68,31 (67,32). La imagen que aquí se muestra de los etíopes es totalmente diferente a la dada en 8.3-4 –cf. esta misma obra, n. 133. Estos etíopes exceden en virtud ascética a muchos de los monjes con los que vivían, lo que confirmaría que el relativo rechazo hacia su raza era por el color de su piel, no por su identidad étnica. 151

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pacificarlos152. Pero el adalid de los gentiles, terrible y cruel, se le opuso con el argumento y la excusa de que no permitiría la paz hasta su muerte. Apolo le contestó: «Entonces que sea lo que has elegido. Pues ningún otro morirá excepto tú. Y cuando tú mueras, la tierra no será tu sepulcro, sino que se saciarán contigo los estómagos de fieras y buitres». 37. En efecto, al instante, la palabra se hizo realidad, de manera que nadie de ningún bando murió, excepto el adalid, al que, incluso después de enterrarlo, lo descubrieron al alba despedazado por buitres y hienas en la arena. El resto de ellos, cuando vio el milagro y el resultado de sus palabras, todos, creyendo en el Salvador, proclamaron a Apolo como profeta153. 38. Antes de esto, el santo Apolo, que recientemente había vuelto del desierto, estaba en la cueva del monte con unos cinco hermanos, los primeros a los que había adoctrinado. Llegó la fiesta de la Pascua y, después de celebrar el culto a Dios, comieron de todo lo que encontraron: unos cuantos panes secos y legumbres en conserva154. 39. En ese momento Apolo les dijo: «Si somos creyentes, amados míos, y sinceros hijos de Cristo, que cada uno de nosotros pida a Dios lo que le apetezca para comer». 40. Ellos le encomendaron todo, aunque se creían indignos de tal gracia. Justo cuando Apolo,

152 El monje, a menudo, adopta la función de ‘patrón rural’ en disputas legales sobre leyes, impuestos o deudas, como atestiguan los monjes de Siria; cf. Brown, P., «The Rise and Function of the Holy Man in Late Antiquity», JRS 61 (1972), 80-101. 153 Esta historia remite a la sucedida con Elías y Jezabel. La reina profirió una amenaza semejante contra Elías -cf. 1R 19,2-, pero acabó como el adalid, comida por los perros -cf. 1R 21,23. 154 Sobre la dieta de los monjes basada en pan, verdura y agua; cf. Russell, N.-Ward, B., 24.

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con rostro luminoso, terminó de pronunciar una oración y todos acabaron diciendo «Amén», de repente, unos hombres completamente desconocidos se presentaron de noche en la cueva, explicando que ellos venían de lejos, portando todo cuanto jamás habían escuchado y cuanto no había en Egipto: frutos del huerto de todas las clases, racimos de uvas, melocotones, higos, nueces -todas halladas fuera de temporada-, algunos panales, un cántaro de leche fresca, dátiles enormes y panes blancos y calientes- aunque habían sido traídos para ellos desde una región extranjera. 41. Los hombres que llevaron los alimentos, después de entregarlos como enviados únicamente de parte de un hombre importante y rico, se alejaron con prisa. Incluso después de comer los monjes, les sobraron hasta Pentecostés, de modo que ellos se quedaron maravillados y dijeron: «Verdaderamente estos alimentos provinieron de Dios». 42. Uno de los monjes se creía digno de suplicar al padre Apolo para que pidiera justamente algún don en su favor. Por su petición, se le concedió el don de la humildad y de la mansedumbre, de modo que todos se maravillaron de su extraordinaria mansedumbre conseguida. 43. En efecto, los padres que estaban a su alrededor, nos expusieron sus milagros, de los que fueron testigos también muchos [otros] hermanos. 44. Por aquel entonces, no mucho tiempo antes, una vez que hubo hambruna en la Tebaida, como los pueblos vecinos de estos lugares habían oído que los monjes de Apolo se alimentaban a menudo milagrosamente, se presentaron ante

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él, todos juntos, con sus mujeres y niños para solicitarles bendiciones y alimento. Él, sin temer que no sobrara nada de alimento, les daba lo suficiente para el día a cada uno de todos los que vinieron. 45. Como quedaban únicamente tres cestos grandes con panes y el hambre dominaba, Apolo ordenó que se llevaran al centro los cestos que los monjes iban a comerse en ese mismo día y dijo, para que lo escucharan todos los monjes y la muchedumbre: «¿Es que la mano del Señor no es poderosa para rellenar los cestos? El Espíritu Santo dice esto: «No faltará pan en esos cestos hasta que todos se hayan saciado del nuevo trigo»155. 46. Y todos los presentes aseguraron que entonces hubo suficientes panes para todos durante cuatro meses. Del mismo modo también hizo Apolo con el aceite y el trigo, por lo que Satán se le presentó y le dijo: «Si tú no eres Elías u otro de los profetas y apóstoles, ¿por qué tienes esa osadía?». 47. Y él le respondió: «¿ por qué? ¿No eran hombres los santos profetas y apóstoles quienes nos permitieron por tradición realizar tales acciones? ¿Acaso Dios estuvo entonces presente y ahora ausente? Dios siempre es poderoso para hacer esto y no hay nada imposible para él156. Por tanto, si Dios es bueno, tú ¿por qué eres malo?». ¿Acaso no deberíamos explicar incluso las cosas que nosotros hemos visto, esto es, que los portadores de los panes traían las cestas llenas a las mesas de los hermanos y, aún comiendo quinientos hermanos hasta la saciedad, se las han llevado otra vez llenas? 48. Es justo contar también cómo quedamos estupefactos cuando vimos otro milagro. Pues, una vez que fuimos a verle

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Cf. 1R 17,14. Cf. Lc 1,37.

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tres hermanos, nos reconocieron mirándonos desde lejos los hermanos, los cuales habían oído de Apolo acerca de nuestra visita. Ellos salieron a prisa a nuestro encuentro cantando, pues tienen esta costumbre con los hermanos que llegan. Y después de bajar la cabeza, nos besaron mientras se nos presentaban unos a otros diciendo: «He aquí que han llegado los hermanos sobre los que el padre Apolo nos había predicho hace tres días, afirmando que, en tres días, llegarían a nosotros tres hermanos que viajan desde Jerusalén». 49. Así, mientras unos iban por delante de nosotros, otros nos acompañaban cantando por detrás157, hasta que llegamos cerca de él. Al haber oído el padre Apolo la voz de los que cantaban, salió a nuestro encuentro con todos los hermanos, según es su costumbre. Cuando nos vio, se postró el primero, tumbándose en la tierra, y, una vez ya en pie, nos besó. Después de entrar, rezar fervientemente y haber lavado nuestros pies con sus propias manos, nos invitó a descansar. Y esto hacía con todos los hermanos que iban a visitarle.

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J.W. McKinnon, «Desert Monasticism and the Later FourthCentury Psalmodic Movement», Music & Letters, v. 75 (1994), pp. 505-521 (esp. 519), explica que ya en el NT se evidenciaba una importante aceptación por las canciones religiosas y, de hecho, la figura del cantor, tanto de nuevos himnos, como de salmos bíblicos, era frecuente, sobre todo, durante la comida en común de la tarde. A partir de la emancipación de la Iglesia gracias al emperador Constantino (313), para los servicios de la mañana y la tarde quedaron ya establecidos una serie de salmos, cánticos e himnos. La contribución del movimiento monástico llegó cuando la práctica de salmodiar continuamente ya estaba extendida, en efecto, entre los monjes y monjas de las ciudades, y supuso una ola sin precedentes de entusiasmo por cantar los salmos. Esta ola se observa perfectamente en el pasaje reseñado de H.Mon.

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50. Los hermanos que estaban con él no tomaban la comida antes de celebrar primero la Eucaristía de Cristo en común – esto lo hacían cada día a la hora novena. En cuanto acababan de seguir su costumbre de este modo, se sentaban para oír todas las instrucciones que Apolo les enseñaba hasta el primer sueño. Y, desde ese momento, algunos de ellos se iban marchando aparte al desierto para aprender de memoria las Escrituras durante toda la noche, mientras otros perseveraban allí con himnos incesantes, celebrando a Dios hasta la mañana. Yo mismo vi a estos últimos con mis propios ojos, quienes empezaban con los himnos por la tarde, sin parar de cantar hasta el alba. 51. Muchos de ellos bajaban del monte sólo en la hora novena, participaban de la Eucaristía y, de nuevo, se subían contentándose sólo con el alimento espiritual hasta la siguiente nona. Y esto lo hacían numerosos monjes durante muchos días. 52. Era digno de ver cómo se regocijaban por el desierto; tal júbilo y gozo corporal nadie lo ha visto sobre la tierra. Pues no había entre ellos nadie triste ni abatido, sino que, si alguno, en efecto, parecía de alguna manera entristecido, al instante el padre Apolo le preguntaba a éste la razón y revelaba a cada uno los pensamientos ocultos de su corazón. 53. Así decía: «No tienen que entristecerse por la salvación los que van a heredar el reino de los cielos. Se entristecerán los gentiles», continuó, «y se lamentarán los judíos, llorarán los pecadores, pero los justos se regocijarán. También los que tienen pensamientos terrenales se alegran por lo terrenal, pero nosotros, que somos juzgados dignos de una esperanza tan grande, ¿cómo no vamos a estar alegres continuamente, según [lo dicho por] el apóstol, quien nos exhorta a estar siempre

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gozosos, a orar sin cesar, a dar gracias por todo158?» 54. Y, ¿qué podría decir alguien de su don de palabra y de sus restantes virtudes? Por el exceso de admiración estuvimos siempre callados, oyéndole a él y a otros. 55. Tras haber conversado en privado mucho con nosotros sobre la ascesis y la conducta, también en muchos momentos se refirió a la recepción que se daba a los hermanos: «Es necesario arrodillarse ante los hermanos que vienen. En efecto, no te arrodillas ante ellos sino ante Dios. Pues», siguió, «cuando ves a tu hermano, ves al Señor, tu Dios. 56. Y esto lo hemos heredado de Abraham. En ocasiones debemos presionar a los hermanos para que descansen, lo cual lo hemos aprendido de Lot, quien presionó a los ángeles159». También [explicaba] que «Es necesario, si es posible, que los monjes compartan cada día los misterios de Cristo. Pues el que se aleja de esto, se aleja de Dios; pero el que sin interrupción practica lo dicho, sin interrupción recibe al Salvador, porque la voz salvadora afirma: El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él160». 57. Así pues, esto es provechoso para los monjes que

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Cf. 1Ts 5,16-18. Cf. Gn 19,1-3. Lot fue el hijo de Arán y primo de Abrahán. «Vivió en Sodoma. Como, a pesar de ello, llevaba una vida virtuosa, fue rescatado de la destrucción de la ciudad junto con su esposa. Ésta, sin embargo, como desobedeció la prohibición de mirar hacia atrás, quedó convertida en una estatua de sal (Gn 19; Lc 17,28.29.32; 2Pe 2,7)»; cf. Roig Lanzillotta, L., 2011 (en prensa), s. v. Lot. 160 Cf. Jn 6,56. 159

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continuamente hacen memoria de la pasión del Salvador, a fin de que día a día estén dispuestos y preparados para tales acciones, y siempre sean dignos de recibir los misterios celestes, dado que también así nosotros somos considerados dignos de la absolución de los pecados». 58. Continuó, «Y no es lícito abandonar los ayunos generales sin absoluta necesidad. Pues, en el cuarto día, el Salvador fue entregado y, en la víspera del sábado, crucificado. Por tanto, el que los abandona participa en la entrega del Salvador y le crucifica. No obstante, si un hermano os viene necesitando descanso, aunque sea época de ayuno, le servirás a él solo la mesa. Y si no quiere, no le fuerces, pues tenemos una tradición común». 59. Muchas cosas reprochaba a los que llevaban cadenillas de hierro y el pelo largo: «Éstos hacen ostentación», siguió explicando, «y buscan agradar a los hombres, siendo más necesario para ellos debilitar el cuerpo con ayunos y practicar el bien ocultamente. Por el contrario, éstos no lo hacen, sino que se ponen a sí mismos a la vista de todos». 60. ¿Qué podría decirse de todas sus enseñanzas, que son semejantes a su conducta, sobre las que nadie será capaz ni de escribir ni de relatar con suficiente dignidad?

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61. Así pues, tras explicarnos, a menudo en privado, muchísimas enseñanzas durante toda la semana, cuando nos acompañó, nos dijo: «Tened paz los unos con los otros y en el camino no os separéis unos de otros». A continuación, después de preguntar a los hermanos que estaban con él quién de ellos quería voluntariamente acompañarnos hasta los otros padres, casi todos [los monjes] rogaron con alegría

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venir con nosotros. 62. El santo Apolo, después de escoger para acompañarnos tres hombres aptos en la palabra y en la conducta, y conocedores de las lenguas griega, romana y copta, les encargó que no nos dejaran marchar antes de que no tuviésemos absoluta certeza de que habíamos visitado adecuadamente a todos los padres –si alguien quería verlos a todos, no llegaría a visitarlos a todos en una vida entera. Finalmente, después de bendecirnos, Apolo nos despidió diciendo: «Que el Señor os bendiga desde Sión y podáis ver las bondades de Jerusalén todos los días de vuestra vida161».

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Cf. Sal 128,5.

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1. Mientras íbamos nosotros viajando por el desierto al mediodía, de repente vimos las huellas de una gran serpiente, como si se tratara de una viga arrastrada por la arena. Al mirarlas, nos sobrecogió un gran miedo. Pero los hermanos que nos guiaban nos animaron a no temerle, sino a tener más audacia y seguir las huellas de la serpiente: «Ved, pues, que nuestra fe va a someterla. Hemos matado a mano a muchas serpientes, áspides y cerastes y se cumplió lo escrito con relación a éstas: Os he dado autoridad de hollar sobre serpientes y escorpiones y sobre todas las fuerzas del Enemigo162». 2. No obstante, nosotros, llevados por la incredulidad y muy asustados, no les creímos dignos de ir tras el rastro de la serpiente, sino que preferimos continuar por nuestro camino. Pero un hermano de ellos con mucha voluntad, después de dejarnos, partió al desierto, rastreando las huellas de la bestia. Y, cuando encontró el nido no muy lejos, nos dijo a voces que la serpiente estaba en la cueva y nos llamó para que la viéramos salir, mientras los otros hermanos nos convencían de no tenerle miedo. 3. Cuando nos estábamos acercando para ver la bestia con mucho temor, un hermano, de repente, nos encontró, nos arrastró de la mano hasta su propio monasterio, explicando que nosotros no éramos capaces de soportar el ataque de la bestia y, sobre todo, que todavía no habíamos visto a un animal semejante. Pues decía que muchas veces había visto a esa bestia, que era enorme y que tenía

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Cf. Lc 10,19.

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más de quince codos. 4. Así, después de pedirnos que nos quedásemos en el lugar, él se marchó en dirección al hermano, para convencerlo de que se alejase de la madriguera, dado que aquél intentaba no abandonar el lugar hasta matar a la serpiente. Y, una vez que le hizo entrar en razón, en efecto, lo trajo donde estábamos nosotros para reprocharnos nuestra poca fe. 5. Tras descansar junto a aquel hermano que tenía el monasterio como a una milla, nos recuperamos lo suficiente. Aquél nos explicó minuciosamente que en aquel lugar donde él se había instalado, había estado un hombre santo de quien fue discípulo, de nombre Amón163, el cual hizo abundantes milagros en la zona. 6. En muchas ocasiones los ladrones fueron contra él y le quitaron sus panes y sus alimentos. Uno de los días en que salió al desierto, Amón llamó a dos grandes serpientes para ordenarles que se quedaran en el lugar y vigilaran la puerta. Cuando los ladrones vinieron, según su costumbre, y vieron la maravilla, boquiabiertos de espanto, cayeron de bruces. 7. Y, una vez que salió, los encontró estupefactos y casi medio muertos. Tras restablecerlos, les reprochó: «Ved cuánto más salvajes sois vosotros que las bestias. Pues mientras que ellas obedecen nuestras voluntades con ayuda de Dios, vosotros no temisteis a Dios, ni os avergonzó la piedad de los cristianos». Y, después de meterlos en la celda, les puso la mesa y les reprendió para que cambiasen su conducta. Ellos, arrepentidos al instante, se mostraron más fuertes que muchos. Incluso, no mucho tiempo después, se vio a aquellos ladrones realizar los mismos milagros.

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Cf. Rufinus, H.Mon. 8.

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8. En otra ocasión, nos siguió contando que, como una gran serpiente estaba destruyendo una aldea cercana y matando a muchos animales, los que vivían cerca del desierto vinieron todos juntos al padre para pedirle que hiciera desaparecer a la bestia de sus tierras. Y él, como si no fuera capaz de ayudarles en nada, los hizo volver a casa afligidos. 9. No obstante, el padre se levantó muy de mañana y se dirigió al camino de la bestia. Y cuando dobló las rodillas para suplicar por tercera vez, la bestia salió hacia él con mucha impetuosidad, lanzando un terrible jadeo, soplando, silbando y exhalando con dificultad la respiración. Él, sin temer nada, se volvió a la serpiente y le dijo: «Te someterá Cristo, el Hijo de Dios viviente, el que va a dominar al gran monstruo». 10. Tras decir esto, súbitamente, la serpiente se abrió en canal, vomitando por la boca todo el veneno con la sangre. Cuando llegaron los campesinos de día y vieron aquel gran prodigio, al no poder soportar el olor, cubrieron al animal con mucha arena, mientras el padre permanecía allí ayudándoles, pues no se atrevían a acercarse, aunque la serpiente estuviera muerta. 11. Cuando la serpiente aún estaba viva, un niño pastor, al verla, se quedó en éxtasis y perdió el sentido. De este modo, el niño se quedó tendido todo el día sin respiración en el campo cerca del desierto. Cuando lo descubrieron unos familiares por la tarde, puesto que todavía respiraba, lo llevaron al padre, sin saber la razón por la que esto le había sucedido. Después de que Amón orara y le ungiera con aceite, el niño se puso en pie contando lo visto. El hombre, especialmente estimulado por sus palabras, se dirigió a destruir a la serpiente.

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10. SOBRE COPRES

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1. Había un anciano con un monasterio cerca de allí, en el desierto, que se llamaba Copres164, un hombre santo de casi noventa años, que era el guía de cincuenta hermanos. Él mismo hacía muchísimos milagros, sanando enfermedades, realizando curaciones, expulsando demonios y llevando a cabo muchos prodigios, por cierto, alguno incluso ante nuestros ojos. 2. En aquella ocasión, cuando nos vio, nos abrazó, rogó por nosotros y, después de lavarnos los pies, nos preguntó sobre lo que sucedía en el mundo. Nosotros, sin embargo, preferíamos que él nos enseñase sobre la virtud de su propio modo de vida, sobre cómo Dios le otorgó los dones divinos y de qué manera consiguió ese regalo. Él, hablando sin orgullo, nos contó su vida y la de los grandes predecesores [que tuvo], los cuales llegaron a ser incluso mucho mejores que él, y de éstos Copres imitó su modo de vida. «Pues mi obra», dijo, «no es nada admirable en comparación al modo de vida de nuestros padres»165.

164 Cf. Rufinus, H.Mon. 9; Soz., HE 6.28; Nicephorus, Chron.syn. 11.34. 165 A partir de este punto y hasta la p. 118 Copres es el narrador en primera persona de las historias de monjes que se relatan. De este modo, tenemos una estructura narrativa relativamente compleja, según la cual el narrador en primera persona, que cuenta su viaje, se encuentra con Copres, quien, a su vez, rememora a otros monjes que conoció a lo largo de su vida.

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SOBRE PATERMUCIO

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3. Había un padre ante nosotros, de nombre Patermucio, quien fue el primero de los monjes en ese lugar y el primero que diseñó el hábito monástico. Éste, que al principio fue caudillo de ladrones, profanador de tumbas de paganos y conocido por su maldad, encontró el siguiente motivo de salvación. 4. En una ocasión, de noche, atacó el monasterio de una virgen con la intención de robar en él. Mediante una artimaña, se encontró en el tejado. Sin saber de qué manera podría entrar o por dónde huiría después, se quedó pensando en el tejado hasta la mañana. Así, tras caer dormido un poco de tiempo, vio cómo un soberano le decía en sueños: «Ya no sigas pendiente de esos pequeños robos, ansioso alrededor de las tumbas. En cambio, si quieres marcharte de este lugar a alrededor de la virtud y entrar a formar parte del servicio del ejército de ángeles, yo te facilitaré esta posibilidad». Como Patermucio lo aceptó de buen grado, el soberano le enseñó un regimiento de monjes y le exhortó a que fuera su general. 5. Cuando el hombre se despertó, vio a la virgen de pie ante él, la cual le preguntó: «¿De dónde vienes, hombre? ¿A quién le ha tocado esta suerte?». Él, tras responderle que no sabía nada, le pidió que le mostrase la iglesia. Cuando terminó ya de enseñársela, tras arrojarse a los pies de los ancianos, les pidió que le hicieran cristiano y le encontraran un lugar donde arrepentirse. 6. Al conocerle los ancianos, se maravillaron, le aleccionaron el resto del tiempo y le enseñaron a que no volviera a ser asesino. Patermucio les pidió que le dejasen escuchar los salmos y, tras escuchar sólo tres líneas del primer salmo, les dijo que eso le bastaba como enseñanza. Después de permanecer con ellos tres días, se dispuso al punto a marcharse al desierto. Durante

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los tres años que vivió en el desierto, pasaba el día suplicando y llorando, y se contentaba con plantas silvestres como alimento. 7. Volvió a la iglesia para anunciar que la enseñanza se había hecho práctica: explicaba que, como gracia divina, se le había concedido aprender de memoria la Escritura. De nuevo los ancianos se maravillaron de que él hubiese alcanzado el más alto grado de ascesis y, después de bautizarlo, le invitaron a vivir con ellos. 8. Éste, tras haber permanecido en su compañía siete días, nuevamente partió al desierto y, después de pasar siete años de nuevo en el desierto absoluto, Patermucio fue merecedor de otro gran don. Cuando él terminaba de orar, los domingos encontraba frente a su rostro un pan, del que comía y tenía suficiente hasta el domingo siguiente. 9. Volvió una vez más del desierto para dar a conocer la ascesis y para animar a algunos a seguir su forma de vida. Un joven se le presentó queriendo ser discípulo suyo. Él, enseguida, después de vestirle con el hábito y ponerle la capucha en la cabeza, le inició en la ascesis, cubriéndole los hombros con la meloté y ciñéndole la cintura con un cinturón de lino166. 166

Los componentes básicos del hábito monástico son: la túnica simple, sin mangas y sin decoración (lebitón o kolóbion); la capucha (el kukúllion griego o cucullus latino), que cubría la cabeza y los hombros; el cinturón (léntion o zóne), una pieza de lino; el escapulario (análabos), una especie de tirantes o tiras cruzadas atadas al pecho y la espalda, cuya finalidad era sujetar los pliegues del manto para facilitar las labores del monje; y la meloté, un manto de piel de cabra u oveja, atado al pecho, que cubría la espalda y los hombros. Cada uno de los componentes del hábito tenía un significado, al menos tradicionalmente y en el consciente colectivo, de modo que

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En verdad, si alguno de los cristianos moría por alguna razón, Patermucio, tras permanecer en vela con él, le tributaba los honores fúnebres con todo decoro. 10. Su discípulo, al verlo cuidar admirablemente a los que morían, le preguntó: «Si yo también muero, ¿me cuidarás así, maestro?». Y él le respondió: «Así te cuidaré hasta que digas: «Es suficiente»». 11. Poco tiempo después, el joven murió y lo dicho se hizo hecho. Aunque lo había cuidado piadosamente, le preguntó delante de todos: «¿Recibiste buenos cuidados, hijo, o todavía te falta un poco más?». Y el joven dejó salir su respuesta al alcance del oído de muchos: «Está bien, padre, has cumplido tu promesa». Fue un milagro extraordinario para los presentes y glorificaron a Dios por Patermucio167.

no se entiende que B. Ward piense que no lo tenía; cf. Russell, N.– Ward, B., 25. La túnica simboliza la obediencia y la inocencia. Como deja las manos y los brazos al aire, también simboliza una vida libre de hipocresía y vanagloria. La capucha es símbolo de la gracia de Dios, protector de la razón. El cinturón es símbolo de la continencia y la virtud, puesto que, al ceñir la cintura, restringe todo deseo o tentación. El escapulario, como tiene forma de cruz, es el símbolo de la fe en Cristo, que ayuda a una labor sin impedimento. La meloté, al ser la piel de un animal muerto, representa la muerte de Cristo, que ayuda al monje a controlar las pasiones del cuerpo y los vicios del alma; cf.Torallas Tovar, S., 165-172. 167 Resulta interesante observar las semejanzas que se establecen entre el santo cristiano y el filósofo pagano. Kirschner, R., 105-109, muestra los puntos comunes que presentan en su caracterización los ascetas egipcios con filósofos griegos como Pitágoras, Jámblico, Plotino o Proclo. Acerca de la relación de estos maestros con sus discípulos, se observa que el filósofo no era sólo un recurso de sabiduría, sino además objeto de lealtad e imitación. Como H.Mon. atestigua, esta relación era mutua en algunas ocasiones, pues compárese este caso de Patermucio y su discípulo con el de Antonio y Pablo ‘el Sencillo’; cf. H.Mon. 24.

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Pero éste se retiró al desierto para alejarse de las alabanzas en su favor.

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12. En otra ocasión también bajó del desierto a visitar a unos hermanos que habían sido sus discípulos, los cuales estaban deprimimos, porque Dios les había revelado esto: que uno de ellos estaba a punto de morir. Caía ya la tarde y la aldea se encontraba lejos. Él no quería entrar de noche en la aldea para evitar ser inoportuno y seguir el consejo del Salvador: Caminad mientras tenéis la luz168 y El que anda de día, no tropieza169. No obstante, puesto que el sol se estaba ya ocultando, elevó su voz y, ordenándole al sol, dijo: «En el nombre del Señor Jesucristo, detente un poco en tu camino hasta que llegue a la aldea». 13. Y el sol, aunque estaba como en semicírculo ocultándose, se detuvo y ya no se ocultó hasta que Patermucio llegó a la aldea170. De este modo, este suceso se hizo célebre entre los habitantes. Ellos, que se habían reunido para ver el sol, se maravillaban al contemplar que éste no se ocultaba tras muchas horas. Después de reconocer al padre Patermucio que venía del desierto, le preguntaron por el significado que tendría entonces esa señal del sol. 14. Y él les contestó: «¿No recordáis la voz del Salvador diciendo: Si tuvierais fe como un grano de mostaza, haríais señales incluso mayores que éstas171?». Al instante, les entró miedo y algunos de ellos se quedaron con él para ser sus discípulos.

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Cf. Jn 12,35. Cf. Jn 11,9. 170 Este episodio está tomado de Jos 10,12-14, cuando Josué paró el sol en Gabaón para derrotar a los amorreos. 171 Cf. Mt 17,20; Jn 14,12. 169

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15. Una vez que llegó al pueblo de uno de los hermanos enfermos y lo encontró muerto, acercándose al lecho, orando y besándole dulcemente, le preguntó si prefería irse con Dios a vivir todavía en la carne. 16. El hermano, incorporándose, le respondió: «Mejor es partir y estar con Cristo172. No necesito vivir en la carne». «Entonces», dijo Patermucio, «descansa en paz, hijo, e intercede por mí ante Dios». Y el hermano tal como estaba, al momento, dejándose caer, se durmió. Todos los presentes se quedaron asombrados y decían: «Verdaderamente éste es un hombre de Dios173». Después, tras tributarle los honores fúnebres con todo decoro, pasó toda la noche entre himnos. 17. En otra ocasión, cuando fue a visitar a otro hermano enfermo, dado que lo vio terriblemente agobiado ante la muerte y le remordía su conciencia, Patermucio le dijo: «¡Qué poco preparado te diriges a Dios, portando contigo esos malos pensamientos que te acusan de tu negligente conducta!». Y el hermano le suplicaba y rogaba que intercediera por él ante Dios, para que le concediera un poco tiempo más de vida, puesto que pensaba rectificar. 18. Pero Patermucio le preguntó: «¿Ahora buscas el momento de arrepentirte, cuando tu vida se ha acabado? ¿Qué has hecho durante toda tu vida? ¿Acaso no podías haber curado tus propias heridas, sino que además te añadiste otras?». Como él persistía en rogarle, Patermucio le contestó: «Si no vas a añadir otros males a tu vida, si tu arrepentimiento es sincero,

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Cf. Flp 1,23, Cf. Mt 27,24.

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pidamos a Cristo por ti. Pues Él es bueno y paciente, y te concede la gracia de una corta vida para que pagues toda tu deuda». Después de orar, Patermucio le dijo: «He aquí que Dios te ha concedido tres años de vida, sólo con que te arrepientas de corazón174». 19. Y tras tomar su mano, lo levantó al momento para llevarlo al desierto. Cumplidos los tres años, otra vez lo condujo al mismo lugar para presentárselo a Cristo, no como un hombre, sino como un ángel. De este modo, todos se maravillaron ante su poder. Cuando los hermanos se juntaron con él, le pusieron en medio sano y, durante toda la noche, les estuvo dando palabra de enseñanza. Cuando el hermano empezó a dar cabezadas, en ese momento le llegó también el sueño y descansó para siempre. Después de haber orado por él, Patermucio le tributó las honras fúnebres, según la costumbre, y lo enterró. 20. Dicen que Patermucio también anduvo muchas veces sobre las aguas de los ríos, como cuando cruzó el Nilo llegándole el agua sólo hasta las rodillas; y que, en otra ocasión, cuando fue volando por el aire para visitar a sus hermanos, lo encontraron sobre el tejado de la casa, aunque las puertas estaban cerradas. Muchas veces, donde precisamente quería estar, al instante se encontraba. Otra vez, Patermucio relató a los hermanos que, volviendo del desierto, fue transportado a los cielos en una visión y que había visto tantos bienes que aguardaban a los verdaderos monjes, cuantos ninguna palabra

174 Una traducción literal del original griego sería «de alma», pero la expresión castellana para ello es la que aparece en el texto.

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puede describir175. 21. También contó que él fue llevado en persona al paraíso y que vio a una muchedumbre de santos. Afirmaba que él comió de los frutos del paraíso y mostraba una prueba de sus acciones. Pues llevó a sus discípulos un higo enorme, extraordinario y rodeado por un intenso aroma, con el que les probaba que era verdad lo que él relataba. El anciano Copres, quien nos narraba esto, vio el higo en las manos de sus discípulos –en aquel momento era joven–, lo besó y quedó fascinado por su olor. 22. «Pues», siguió diciendo, «durante muchos años el higo permaneció entre sus discípulos para que lo guardaran como evidencia. Era gigantesco. Alguien que estuviera enfermo, con sólo olerlo, al instante se reponía de su enfermedad». 23. También contaba que, desde el principio de su retiro en el desierto, puesto que había estado sin comer durante cinco semanas, Patermucio se encontró con un hombre que llevaba pan y agua por el desierto. Éste, después de convencer a Patermucio de que los tomara, se fue. En otra ocasión, el demonio le mostró unos tesoros del Faraón que estaban llenos de oro puro. Pero el padre le respondió: «Tu dinero perezca contigo176».

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Recordemos que para otro autor contemporáneo como Euquerio (ca. 320-450) el desierto era, tras la caída del hombre desde el paraíso, no sólo un lugar de reposo y rezo, sino además el único camino para regresar el verdadero paraíso de la salvación celestial: «O laus magna deserti, ut diabolus qui vicerat in paradiso in heremo vinceretur!»; cf. De laude heremi 23. 176 Cf. Hch 8,20.

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24. «Estos y otros prodigios abundantes y grandiosos», siguió diciendo Copres, «nuestro padre Patermucio realizó con éxito, efectuando señales y prodigios. Y algunos otros hombres similares a él vivieron antes que nosotros, aquéllos de los que el mundo no es digno177. ¿Qué milagro sería si nosotros, los pequeños, hacemos lo pequeño, curar a cojos y ciegos, acciones que también los médicos ejecutan según su oficio?». 25. Mientras el padre Copres estaba todavía explicándonos esto, uno de nuestros hermanos cayó dormido profundamente por la poca fe que tenía sobre lo que se estaba contando. Transportado, vio un libro maravilloso escrito con letras de oro que estaba puesto en las manos del hombre y un varón canoso enfrente de él que le decía amenazador: «¿No escuchas con atención la lectura? ¿Te estás durmiendo?». Y él, turbado, al instante nos contó en latín lo que había visto mientras nosotros escuchábamos al padre. 26. Entretanto Copres todavía nos explicaba esto, se acercó un campesino con una taza llena de arena y esperó a que el padre acabase mientras oía la explicación. Nosotros le preguntamos al padre qué quería en ese momento el campesino con la arena. 27. Y el padre nos contestó diciendo: «Hijos míos, no sería necesario que me ensalzara ante vosotros, ni os relatara abiertamente las buenas acciones de nuestros padres, no sea que, por confiarnos en lo que pensamos, perdamos el salario178. Pero, por vuestro empeño y beneficio, puesto que habéis venido a nosotros desde tan lejos, no seré yo causa

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Cf. He 11,38. Aquí «salario» ha de entenderse como recompensa por las buenas acciones realizadas. 178

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de que perdáis vuestro provecho, sino que aquello que Dios ha administrado a través de nosotros, os lo contaré en presencia de los hermanos. 210

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28. La aldea cercana a nosotros estaba yerma y los campesinos, cuando tenían semillas y sembraban trigo, recogían apenas el doble de la simiente. Un gusano que nacía dentro de la espiga arruinaba toda la cosecha. 29. Los agricultores, instruidos por nosotros y cristianos, nos pedían que rogásemos por la siega. Les dije: «Si tenéis fe en Dios, incluso esta misma arena desértica os dará fruto». Y ellos, sin tardar nada, después de llenar el pliegue de sus túnicas de esa misma arena pisada por nosotros, la traían solicitando que la bendijéramos. Como yo pedí en oración por ellos que gracias a su fe la arena se convirtiera en tierra fértil, aquéllos sembraron sus hectáreas179 de trigo y la tierra, repentinamente, se convirtió en la más fértil de todo Egipto180. Así pues, como tienen por costumbre hacer eso, nos molestan cada año. 30. Y Dios», dijo, «me concedió un gran milagro mientras muchos estaban presentes. Pues un día entré en la ciudad y

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Aruras; cf. esta misma obra, n. 148. La fertilidad de las tierras egipcias es ya un topos en la literatura griega. Así, por ejemplo, Heródoto dedica a esto buena parte de las páginas de su Historia relativas a Egipto; cf. Hdt., 2.77, 92. 180

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me encontré con un hombre maniqueo181 que había hecho equivocarse a sus ciudadanos. 31. Como no pude convencerlo en público, volviéndome a la muchedumbre, dije: «Encended una gran pira de fuego en la plaza y ambos entraremos en las llamas. Aquel de nosotros que permanezca sin quemarse, éste tiene la verdadera fe». Y cuando se hizo esto y el pueblo encendió aprisa el fuego, nos empujaron a él y a mí al fuego. Y él dijo: «Que cada uno de nosotros entre por turno. Debes entrar tú primero, puesto que lo propusiste». Y cuando hube entrado, protegido en el nombre de Cristo, como la llama se dividía aquí y allá, no me atormentó, aunque pasé media hora en ella. 32. Cuando vieron el milagro, las gentes rompieron a gritar y forzaron a aquél para que, a su vez, entrase en el fuego. Pero, como estaba asustado, dado que no quería [entrar], los aldeanos, cogiéndolo, lo empujaron al medio y, tras quemarlo todo, fue expulsado con desprecio

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La religión de Mani (216-277) se extendió en Egipto en la segunda mitad del s. III. La doctrina fundamental del maniqueísmo se basa en una división dualista del universo y en la lucha entre el bien y el mal: el ámbito de la luz (espíritu) está gobernado por Dios y el de la oscuridad (pasiones) por Satán. En un principio, estos dos ámbitos estaban totalmente separados, pero en una catástrofe original el campo de la oscuridad invadió el de la luz y los dos se mezclaron y se vieron involucrados en una lucha perpetua. La especie humana es producto y, al mismo tiempo, un microcosmos de esta lucha. El cuerpo humano es material y, por lo tanto, perverso; el alma es espiritual, un fragmento de la luz divina, la cual debe ser redimida del cautiverio que sufre en el mundo dentro del cuerpo. Se logra encontrar el camino de la redención a través del conocimiento del ámbito de la luz, sabiduría que es impartida por sucesivos mensajeros divinos, como Buda, y que termina con Mani. Una vez adquirido este conocimiento, el alma humana puede lograr dominar los deseos carnales, que sólo sirven para perpetuar ese encarcelamiento, y poder así ascender al campo de lo divino.

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de la ciudad al grito de los aldeanos: «¡Quemad vivo al impostor!». Y las gentes, que me encumbraban y me elogiaban, me acompañaron hasta el interior de la iglesia182. 245

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33. En otra ocasión, cuando caminaba junto a un templo, algunos de los gentiles hacían sacrificios a sus ídolos. Y les dije: «Si todavía dedicáis sacrificios a seres irracionales, aunque sois racionales, también vosotros resultáis, por consiguiente, más irracionales que ellos». Y éstos, puesto que hablé correctamente, al momento me siguieron creyendo en el Salvador. 34. Yo tenía un jardín en la aldea cercana para los hermanos que llegaban a mí y un pobre trabajando en él. Uno de los gentiles vino a robar las hortalizas. Cuando, después de cogerlas, se fue, no pudo cocerlas durante tres horas, sino que permanecieron en la caldera tal y como las recogió, sin que el agua se calentase del todo. 35. Cuando entró en razón, el hombre cogió las hortalizas y nos las trajo, pidiendo que le fuera perdonada la falta y se le hiciera cristiano. Y así sucedió. Se encontraban a esa hora unos hermanos extranjeros que vinieron a nosotros, a quienes, muy a propósito, nosotros ofrecimos las hortalizas. De este modo, después de que nos las comiésemos, dimos gracias a Dios por haber gozado doblemente: por la salvación de aquel hombre y por el refrigerio de los hermanos.

182 Esta anécdota recoge las historias bíblicas de Elías y los profetas de Baal (cf. 1R 18) y Daniel en el horno de fuego (cf. Dn 6).

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11. SOBRE ABBA SURUS

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1. «Un día», continuó Copres, «abba Surus, Isaías y Pablo183, hombres temerosos de Dios y ascetas, casualmente se encontraron junto al río, porque iban a visitar al gran confesor, abba Anuf. Una distancia de tres jornadas les separaba de él. Y se dijeron entre sí: «Que cada uno de nosotros muestre su conducta y cómo Dios le ha recompensado en esta vida»184. 2. Y abba Surus les dirigió estas palabras: «Pido, por el poder del Espíritu, como regalo de Dios, que lleguemos sin cansarnos adonde está Anuf». Y con sólo pedirlo, apareció al momento una barca preparada y un viento favorable, y con una ráfaga de aire se encontraron subiendo al lugar contra corriente. 3. Isaías les dijo: «¿Y qué maravilloso sería, amigos, si Anuf estuviera con nosotros exponiendo las conductas de cada uno?». 4. Y Pablo continuó: «¿Y qué, si Dios nos reveló que en tres días se llevaría a Anuf?».

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Cf. Rufinus, H.Mon. 10. Esta anécdota remite a la tradición clásica griega y a la demostración (epidexia) agonística en la que se pide enseñar los talentos de los participantes. Como bien apunta Festugière, ha de atribuírsele a un eco de la literatura pagana la aparición de esta historia, pues, de otra manera, no sería congruente con la humildad que predican los monjes; cf. Festugière, «Lieux communs littéraires et thèmes de folk-lore dans l’Hagiographie primitive», Wierner Studies 73 (1960), 144-145. No obstante, en la literatura apócrifa conservamos otros ejemplos de «enfrentamientos religiosos», como el del apóstol Pedro y Simón Mago en Roma, según relatan APr. cc. 23-26; 31-32. 184

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Cuando avanzaron un poco más delante de ese lugar, Anuf salió a su encuentro y los saludó cariñosamente. Pablo le pidió: «Muéstranos tus propias buenas acciones, pues pasado mañana volverás a Dios».

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5. Abba Anuf les contestó: «Bendito sea Dios que también me anunció estas cosas, vuestra venida y vuestra conducta». Y, después de decir las buenas acciones de cada uno, finalmente les explicó también las suyas propias diciendo: «Desde que confesé el nombre del Salvador en la tierra, ninguna mentira ha salido de mi boca. Nada terrenal me ha alimentado, puesto que un ángel me alimenta cada día con comida celestial. No ha entrado en mi corazón deseo de ninguna cosa, excepto de Dios. 6. Nada terrenal que no me diera a conocer Dios, me ocultó. Nunca la luz se apagó en mis ojos. No me dormí; ni de día ni de noche descansé en mi búsqueda de Dios, sino que un ángel estaba siempre conmigo, mostrándome los poderes del mundo. Nunca se extinguió la luz de mi pensamiento. Toda petición mía a Dios la conseguía al momento. 7. Muchas veces vi miles de ángeles ante Dios; vi coros de justos; vi reuniones de mártires; vi las conductas de los monjes; vi la obra de todos los que dirigen alabanzas a Dios; vi a Satanás entregado en el fuego; vi a sus ángeles castigados; vi a los justos regocijándose eternamente».

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8. Tras describir estas y otras muchas visiones durante tres días, entregó el alma. Al instante, unos ángeles y unos coros de mártires, después de recibirla, la acompañaron al cielo, mientras Surus, Isaías y Pablo miraban y escuchaban los himnos».

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12. SOBRE ABBA HELE

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1. «Otro padre, llamado abba Hele185, llevaba perseverando en la ascesis desde la infancia. Muchas veces soportaba el fuego en los pliegues de su túnica ante los hermanos que tenía cerca, mientras les animaba a progresar en la muestra de los milagros con estas palabras: «Si practicáis verdaderamente la ascesis, mostrareis en el futuro las señales de la virtud». 2. En una ocasión, estando él solo en el desierto, tuvo deseo de miel. Acto seguido, como encontró panales de miel bajo una piedra, dijo: «Apártate de mí, desenfrenado deseo. Pues escrito está: Proceded guiados por el Espíritu y no satisfagáis el deseo de la carne186». Y dejándolos [ahí], se alejó. En su tercera semana de ayuno en el desierto, encontró unos frutos tirados. Entonces se dijo: «Ni comeré, ni siquiera cogeré uno de los frutos, para no ser ocasión de ofensa contra mi hermano, esto es, el alma187. Pues escrito está: No sólo 185 Cf. Rufinus, H.Mon. 11; Soz., HE 6.28; Nicephorus, Chron.syn. 11.34; Cassiod., Hist. 1. 186 Cf. Gá 5,16. 187 La adscripción del alma como hermano del individuo humano es un topos bien atestiguado en la literatura apócrifa. El ejemplo, quizá, más insigne por su belleza sea el llamado ‘Himno de la perla’ inserto en ATh. cc. 108-113. Éste, tomado sin su valor metafórico de claro contenido gnóstico-valentiniano, resulta un relato mitológicolegendario con tintes iniciáticos –sirva de ejemplo la obra de Apolonio Rodio, Argonaúticas–, cuya acción principal se centra en la figura de un joven príncipe que, aleccionado por sus padres, soberanos de una región siríaca, realiza un viaje cuya finalidad es encontrar una mítica perla custodiada por una serpiente. El final del trayecto es su regreso a la tierra natal y la recuperación de su lugar en palacio. Tanto la partida, como el regreso al palacio del joven, están marcados por un

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de pan vivirá el hombre188. 3. Ayunando incluso otra semana más, al final se durmió189. Y un ángel que vino en sueños le ordenó: «Levanta, toma las cosas que encuentres y come». Él se levantó, miró en derredor suyo y vio un manantial que había nacido alrededor de una planta delicada. Una vez que hubo bebido y comido, afirmó que nunca había probado nada más dulce que eso. 4. Como encontró una pequeña cueva en el lugar, permaneció allí unos días en ayunas. Luego, cuando tuvo necesidad de alimento, arrodillado, oró y, de repente, tuvo a su alcance todo tipo de alimento: panes calientes, miel y diferentes clases de fruta. 5. Un día visitó a sus hermanos. Después de adoctrinarles durante mucho tiempo, hizo acopio de algunas cosas apropiadas para sus necesidades, a fin de llevárselas al desierto. Al ver unas burras salvajes paciendo, les mandó: «En el nombre de Cristo, que una de vosotras venga y reciba mi carga». Y ella, al instante, avanzó hacia él. Una vez que Hele le puso encima los aparejos y se sentó, llegó a la cueva despojamiento y posterior investidura de unas prendas llenas de joyas que el autor asimila al hermano que deja en palacio –cf. ATh., cc. 14-15. Ambos símbolos apuntan a la parte superior del alma, aquella que crece merced a las experiencias del joven en su viaje a Egipto y que espera a su dueño. El final llega con la definitiva unión del jovenalma terrenal con su hermano-alma celestial –cf. ATh., cc. 88-95-, descrita en contexto nupcial, gracias a la cual alcanza un estado superior de existencia, en la ‘región de la paz y la veneración’ –cf. ATh., c. 98–; cf. Muñoz Gallarte, I., «Apátheia/Metriopátheia in Early Christianity: the Acts of the Apostles» (en prensa). 188 Cf. Mt 4,4; Lc 4,4. 189 Coincidimos con Russell, N.-Ward, B., 27, al afirmar que las prácticas ascéticas más extremas, como las referidas en el texto, no se exponían para ser imitadas por el resto de creyentes, sino, más bien, para ser admiradas. Son las virtudes las que deben servir de inspiración para los cristianos alejados del monacato.

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en un día190. Cuando el padre colocó sus panes y sus frutos al sol, los animales se acercaron a ellos, porque tenían la costumbre de ir a la fuente. Y sólo con tocar los panes, se murieron». 6. «Cuando un día se dirigió a algunos monjes en domingo, les preguntó: «¿Por qué pues no celebrasteis hoy la synaxis191?». Como ellos le respondieron que porque el presbítero no había venido de la otra orilla, les dijo: «En cuanto me vaya, lo llamaré». Pero ellos le decían que nadie podía atravesar el río, no sólo por su profundidad, sino también porque había una enorme bestia en el lugar, un cierto cocodrilo que había devorado a muchos hombres. 7. Sin embargo, Hele, sin tardar, se levantó al instante y se marchó al río. Al momento, después de subirlo la bestia sobre su lomo, lo

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Milagros en los que animales, especialmente burros o asnos, obedecen o, incluso, hablan con la persona que posee poderes divinos no son extraños en la literatura cristiana primitiva. De hecho, en nuestra opinión, seguramente, el anónimo autor de H.Mon. haya tomado en cuenta estos relatos a la hora de escribir el pasaje. Por ejemplo, Tomás, no sólo hace que le obedezca un burro para que le acerque a la ciudad, sino que incluso consigue obrar milagros a través de él –cf. ATh. cc. 39-41; 68-81-; las chinches que molestan al apóstol Juan se marchan de su colchón ante una palabra suya –cf. AJ. cc. 60-61-; y Pedro utiliza a un perro parlante para que éste rete en combate a Simón Mago –cf. APr. cc. 9-10. Todos estos relatos parecen retrotraerse al relato de la asna de Balaán –cf. Nm 22,28. 191 En la synaxis los monjes escuchaban y recitaban la Escritura según un orden que dependía de cada congregación. Cuando ésta finalizaba, cada monje volvía a su celda para continuar con su vida en solitario; cf. Burton-Christie, D., La palabra en el desierto. La Escritura y la búsqueda de santidad en en el antiguo monaquismo cristiano, Madrid 2007, 114. Sobre la Eucaristía y la synaxis de los monjes en sábado y domingo; cf. Cassian., Constitutiones III, 2.

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transportó a la orilla opuesta. En cuanto encontró al sacerdote en el lugar, le aleccionó a que no se olvidara de su comunidad. Al ver [el presbítero] que Hele estaba vestido con un harapo recosido, le preguntó de dónde había sacado el harapo, diciéndole: «Tienes el vestido más hermoso del alma, hermano»192, 8. asombrado de su humildad y su sencillez.

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Y éste le siguió de vuelta al río. Pero, como no encontraron una barca, el abba Hele levantó la voz llamando al cocodrilo. Y, al instante, el animal obedeció y llegó ofreciendo su lomo. 9. Hele invitó al anciano a que se subiera con él sobre el cocodrilo. Pero el presbítero, asustado al haber visto a la bestia, se echó hacia atrás. Así, un estupor se apoderó de él y de los hermanos que vivían a la otra orilla, al ver cómo Hele cruzaba el río sobre la bestia. Después de llegar a tierra firme, el padre se quedó parado junto a la bestia diciéndole que era mejor que muriera, para que así se ahorrara el castigo por las almas que había arrebatado. El cocodrilo se desvaneció de repente y se murió193. 10. Durante tres días Hele se quedó ocupándose sin descanso de los hermanos, enseñándoles los mandamientos y revelando 192 Se creía que la vestidura reflejaba la naturaleza de cada ser humano. Así, el alto grado de virtud de Hele quedaba de manifiesto por su «harapo recosido»; cf. Krawiec, R., «‘Garments of Salvation’: Representations of Monastic Clothing in Late Antiquity», Journal of Early Christian Studies 17.1 (2009), 143-144. 193 Resulta curiosa la descripción del historiador griego Heródoto sobre la figura del cocodrilo egipcio. Éste, aunque no refiere ningún milagro como en H.Mon., sí menciona que en la región que circunda el lago Meris era costumbre criar y amaestrar a los cocodrilos, hasta «volverlos mansos»; cf. Hdt., 2.68-69.

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claramente los deseos ocultos de cada uno: a uno le decía que la lujuria le perturbaba, a otro la vanagloria, a otro la molicie y a otro la ira. También declaró a uno que era manso y a otro pacífico, sacando a la luz los males de unos y las virtudes de otros. 11. Éstos, al escuchar sus palabras, se maravillaban y confirmaban que esto era verdaderamente así. En otro momento les anunció: «Preparad verduras, pues hoy van a venir muchos hermanos a nosotros». Y cuando ellos ya las tenían preparadas, los hermanos se presentaron y se saludaron unos a otros. 12. Uno de los hermanos le pedía pasar la vida con él en el desierto, porque quería salvarse. Y, como Hele le respondió que no estaba capacitado para soportar las tentaciones de los demonios, aquel hermano decidió ser su mayor rival y le prometió soportar todo. Así pues, lo aceptó y le exhortó a vivir en la otra cueva. 13. Acercándosele de noche los demonios, trataron de estrangularle, después de inquietarle primero con pensamientos impuros. El hermano salió a la carrera y le contó a abba Hele lo sucedido. Él, habiendo trazado un círculo alrededor del lugar, le ordenó que permaneciera con confianza el resto del tiempo. 14. En otra ocasión, como les faltaba pan, un ángel se les presentó en la cueva con la figura de un hermano y les llevó el alimento. Otra vez, fueron a buscarle diez hermanos, pero se extraviaron del camino correcto al desierto, pasando siete días sin comida. Hele, en cuanto los encontró, les invitó a descansar en la cueva. 15. Cuando ellos se acordaron de la comida, aquél, que no tenía nada para ofrecerles, les afirmó:

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«Dios es poderoso para poner mesa en el desierto194». Mientras ellos estaban orando, un joven y hermoso siervo, de repente, esperaba llamando a la puerta. Al abrir, vieron que el joven tenía una gran cesta llena de panes y aceitunas. Tras aceptarlas y dar gracias al Señor por ellas, se las comieron. En ese momento el siervo desapareció». 16. Una vez que el padre Copres nos enseñó estos y otros milagros mayores y nos dio pruebas de su amistad de esta manera, nos llevó a su huerto para mostrarnos unos dátiles y otras frutas que él había cultivado en el desierto. Al acordarse de la fe de los campesinos, les dijo que también el desierto es capaz de producir frutos para aquéllos que tienen fe en Dios. «Pues, según vi», explicó, «sembraron en arena y en sus campos los produjeron. Y yo, que intenté hacer lo mismo también, lo conseguí».

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Cf. Sal 78,19.

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13. SOBRE APELES

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1. Conocimos también a otro presbítero en las comarcas de Acoris195, de nombre Apeles196, un hombre justo que, en un principio, había sido herrero y, desde ese trabajo, cambió su interés a favor de la ascesis. Un día el diablo se le presentó en forma de mujer, mientras él estaba forjando precisamente las herramientas de los monjes. Apeles sacó con ímpetu del fuego un hierro ardiente con su mano y, por la rapidez, le quemó al diablo todo su rostro y el cuerpo. 2. Los hermanos le oían aullando de dolor en la celda.197 En fin, a partir de ese momento, Apeles siempre conservó en su mano el hierro que había ardido sin que le quemara. Aquél, que nos acogió cariñosamente enseñaba sobre los hombres dignos de Dios que estuvieron con él y, aún hoy, siguen vivos198.

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Ciudad en la orilla oriental del Nilo, cerca de la actual Tihna elJebel, a unos 10 km. al norte de El-Minya. 196 Cf. Rufinus, H.Mon. 15; Soz., HE 6.28; Nicephorus, Chron.syn. 11.33. 197 La celda es tradicionalmente considerada, por oposición a la vida urbana de las ciudades, un lugar de tranquilidad y descanso para el monje; cf. Brakke, D., «The Making of Monastic Demonology, Three Ascetic Teachers on Withdrawal and Resistance Author(s)», Church History 70.1 (2001), 47, lo cual no obsta a que, como las pasiones son elementos que el ser humano acarrea por naturaleza, sean susceptibles de convertirse en lugares para ataques demoníacos, como en el caso presente. 198 A partir de la p. 130 hasta la p. 133 sucede lo mismo que encontramos en H.Mon. 10; cf. esta misma obra, n. 165.

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SOBRE JUAN

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3. «Hay pues», comenzó diciendo Apeles, «un hermano nuestro en este desierto, de nombre Juan, vestigio de otra época y que sobrepasaba en virtudes a todos los monjes de ahora. Nadie le puede encontrar con rapidez, porque él siempre está cambiando de un lugar a otro por los desiertos. 4. Éste, en un principio, vivió durante tres años bajo una roca, adorando constantemente, sin sentarse del todo y sin dormir, sino que, según estaba, aprovechaba para dormir un poco199 y sólo participaba en domingo de la Eucaristía, cuando el presbítero se la llevaba. No comía nada más. 5. Así, un día Satanás, que había transformado su figura en la del presbítero, se dirigió a él con prontitud, a fin de simular que le iba a dar la comunión. No obstante, al reconocerle el bienaventurado Juan, le espetó: «Padre de todo engaño y toda maldad, enemigo de toda justicia200, ¿no dejarás en paz las almas de los cristianos, sino que te atreves incluso a atacar estos misterios?». 6. Y el diablo le respondió: «A punto he estado de ganar, si te llego a abatir. Pues, así también hice errar a alguno de tus hermanos y, una vez ya fuera de sus cabales, lo llevé a la locura. Muchos justos, a pesar de

199 Los monjes que se presentaban realizando estos «histriónicos actos de automortificación» fueron considerados como sucesores de los profetas bíblicos que, para marcar su mensaje, se sirvieron de otros gestos: Jeremías llevó un yugo sobre el cuello (Jer 27), Oseas se casó con una prostituta (Os 1); cf. Cox Miller, P., «Desert Asceticism and «The Body from Nowhere»», Journal of Early Christian Studies 2.2 (1994), 146. 200 Cf. Hch 13,10.

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suplicar por él, apenas pudieron devolverle la cordura». Tras haberle contado esto, el demonio se fue. 7. Como los pies de Juan estaban llagados por no moverse durante mucho tiempo, le salió un pus que incluso produjo putrefacción. Un ángel se le presentó y le tocó la boca, diciendo: «Cristo será para ti el verdadero alimento y el Espíritu Santo la verdadera bebida. Mientras tanto, te basta el alimento espiritual para que no vomites, aunque estés lleno». 8. Y después de curarlo, se marchó a otro lugar. Por lo demás, pasó la vida vagando por el desierto y comiendo plantas. Los domingos era posible encontrarlo en aquel lugar, participando de la comunión. 9. Cuando pedía al obispo unas pocas hojas de palmera, fabricaba cinchas para los animales. Un cojo, deseoso de conocerle para que le curara, iba montado en el burro y, con tan sólo tocar con los pies la cincha hecha por Juan, al momento se curó. También envió otras bendiciones a los enfermos y, súbitamente, se vieron libres de su enfermedad. 10. En otra ocasión, le fue revelado acerca de sus monasterios que algunos de ellos no seguían una correcta conducta. Juan escribió cartas a todos a través del presbítero, diciendo que aquéllos se portaban de modo negligente, mientras que éstos avanzaban con rapidez hacia la virtud. Y se descubrió que la verdad era así. También escribió a los padres de los monasterios diciendo que algunos de ellos se preocupaban poco de la salvación de sus hermanos, mientras que otros exhortaban según convenía en cada ocasión, y revelaba las recompensas y los castigos de cada uno. 11. Cuando exhortó

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una vez más a llevar el modo de vida más perfecto, les recordó que se retiraran de lo sensible a lo inteligible. «Pues es adecuado sacar a la luz tal conducta en el futuro, porque no debemos seguir siendo niños e infantiles todo el tiempo», continuó Apeles, «sino que debemos aprehender ya los pensamientos más perfectos, alcanzar la madurez y ascender a las supremas virtudes».» 12. Y Apeles nos explicó estas y otras cosas más importantes sobre Juan, las cuales no escribimos para evitar un absoluto exceso de asombro, no porque no fueran verdad, sino por la poca fe de algunos; pues nosotros estábamos suficientemente convencidos por muchos e importantes monjes que nos explicaron esto, quienes, en efecto, lo habían visto con sus propios ojos.

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14. SOBRE PAFNUCIO 1. También visitamos el lugar donde estaba Pafnucio ‘el anacoreta’201, hombre importante y virtuoso, que, hace poco tiempo, murió en la región que rodea Heracleópolis en la Tebaida. Muchos contaron numerosas anécdotas sobre él. 5

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2. Éste, después de practicar mucho la ascesis, pidió a Dios que le hiciera saber a cuál de los santos que actuaron correctamente se parecía202. Un ángel, visto por él, le respondió: «Eres semejante al flautista que vive en esta ciudad». Pafnucio se dirigió a él a toda prisa, le preguntó sobre su modo de vida y le inquirió con interés sobre todas sus acciones. 3. El flautista le respondió, lo que también era verdad, que fue pecador, borracho y prostituto, y que fue transformado no hacía mucho tiempo de su vida corsaria en esto. 4. Y como Pafnucio le preguntó minuciosamente qué virtud conservó recta, le contestó que no se cuidó de ninguna otra acción buena, excepto de que, cuando estaba en el lugar de los corsarios, arrebató a una virgen de Dios a la que éstos iban a violar y por la noche la devolvió a su aldea. 5. En otra ocasión, encontró de nuevo a una mujer hermosa que andaba errante por el desierto, porque había sido desterrada por la policía del magistrado y los consejeros, a causa de una deuda pública de su marido. Como ésta se 201

Cf. Rufinus, H.Mon. 14; Pall., H.Laus. 47. Esta historia es un tema común en la literatura cristiana (Casiano, Collationes 14.7; Apoph. Patr., Eucaristo 1), al tener un transfondo moral: Hay cristianos en el mundo que, por sí mismos, consiguen más méritos ante Dios que el monje con toda su ascesis; cf. Festugière (1960), 142-143. 202

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lamentaba del error, el flautista le preguntó la razón de su lamento. 6. Ella le respondió: «No me preguntes nada, señor, ni me interrogues, desgraciada de mí, y en lugar de eso, llévame como tu sirvienta donde quieras. Pues, después de que durante dos años mi marido fuera flagelado por una deuda pública de trescientas monedas de oro, de ser encerrado en la cárcel y de ser vendidos mis tres queridísimos hijos, yo estoy huyendo, cambiando de un lugar a otro. Y ahora, errante por el desierto, tras ser encontrada muchas veces y azotada sin cesar, llevo además tres días en el desierto sin comer». 7. «Yo tuve piedad de ella», continuó el ladrón, «y, después de llevarla a la cueva para darle las trescientas monedas de oro, le mostré el camino hasta la ciudad, liberándola a ella junto con sus hijos y marido». 8. Pafnucio le dijo al flautista: «Yo no tengo conciencia de haber hecho ninguna buena acción de ese estilo. Pero has escuchado que en la ascesis yo soy absolutamente conocido. Pues no he conducido mi vida con indiferencia. En efecto, Dios me reveló sobre ti que en nada eres inferior a mí en las buenas acciones. Por tanto, si la divinidad no te tiene en poca estima, hermano, no descuides tu alma de cualquier manera». 9. Y tras dejar caer al instante las flautas según las tenía en las manos –es decir, cambió la canción mundana por la espiritual–, acompañó al hombre al desierto. Después de ejercitarse con fuerza en la ascesis durante tres años y pasar el tiempo de su vida entre himnos y oraciones, estuvo preparado para el camino celeste y, de manera que, una vez que fue contado dentro de los coros de santos y las legiones de justos, descansó.

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10. Tan pronto como aquél, gracias a ejercitarse correctamente en las virtudes, partió [para estar] ante Dios, Pafnucio, imponiéndose a sí mismo una conducta más dura que la anterior, pidió a Dios que otra vez le mostrase a qué santo entonces se parecía. Y, de nuevo, una voz divina le vino a decir: «Te pareces al protokometes203 de la aldea cercana». 11. Pafnucio se dirigió a él lo más rápido posible. En el momento en el que él llamó a la puerta, aquél salió a recibirlo como si fuera extranjero, según su costumbre. Tras lavarle los pies y ponerle la mesa, le persuadió para compartir su comida. Cuando Pafnucio le inquirió sobre sus acciones, preguntándole: «Hombre, háblame acerca de tu conducta. Pues, según Dios me mostró, has superado con tu modo de vida a muchos monjes», 12. el protokometes le respondió que era pecador e indigno del nombre de monje. Como Pafnucio continuaba preguntándole, el hombre le contestó: «Yo no tenía necesidad de revelar mis acciones. Pero, puesto que dices que vienes de parte de Dios, te explicaré mis cualidades. 13. Éste es mi trigésimo año desde que me vi separado de mi esposa, después de mantener relación con ella durante sólo tres años y de tener tres hijos, quienes, en efecto, me ayudan en mi trabajo. Durante este tiempo, no he dejado de agasajar a mis huéspedes hasta hoy. Ninguno de los aldeanos se ufana de acoger a un extranjero más que yo. No salió pobre o extranjero con las manos vacías de mi patio, sin haber recibido antes provisiones, según es mi costumbre. No he despreciado a ningún pobre desdichado, sin haberle

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El título protokometes aparece en inscripciones y papiros del s. II a.C. y se mantuvo en Egipto hasta el s. V. El protokometes formaba parte de una especie de consejo municipal presidido por el principal de la aldea o komárkhai; cf. Festugière (1961), 93.

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proporcionado un consuelo apropiado. 14. No desatendí en litigio la causa de mi hijo. No entraron en mi casa frutos que no me pertenecieran. No hubo enfrentamiento que no pacificara. Nadie censuró a mis criados por una acción fuera de lugar. No tocaron mis rebaños los frutos ajenos. No sembré el primero en mis tierras, sino que, después de ofrecerlas a todos como terrenos comunales, recolecté las que quedaban. No consentí que el pobre fuera oprimido por el rico. No afligí a nadie en mi vida. Jamás he ganado un juicio injusto contra nadie. Tengo conciencia de haber hecho esto según la voluntad de Dios». 15. En cuanto Pafnucio terminó de oir las virtudes del protokometes, le besó su cabeza diciendo: «Que el Señor te bendiga desde Sión y ojalá puedas ver las maravillas de Jerusalén204. Pero te falta una sola virtud, la capital: el todo sabio conocimiento de Dios, el cual no podrás adquirirlo sin esfuerzo, si no sigues al Salvador, renunciando a ti mismo en el mundo y aceptando tu cruz205». Y cuando él escuchó esto, sin recoger sus pertenencias siquiera, al momento siguió a Pafnucio al monte. 16. Luego, cuando llegaron al río, como no aparecía ninguna barca, Pafnucio aconsejó atravesar a pie aquel caudal que nadie había cruzado jamás a esa altura debido a su profundidad. Una vez que los dos lo atravesaron, incluso con el agua llegándoles hasta la cintura, Pafnucio lo dejó en aquel lugar. Mientras se separaba del protokometes, el anacoreta pidió a Dios que designara quién era mejor de los dos. 17. Después

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Cf. Sal 128,5. Cf. Mt 16,24; Mc 8,34.

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de no mucho tiempo, vio el alma del hombre que era tomada por unos ángeles que cantaban a Dios y decían: «Bienaventurado el que elegiste y atrajiste, habitará en tus moradas206». A su vez, los justos en respuesta decían: «Mucha paz hay para los que aman tu nombre207». Y supo que el hombre había muerto. 18. Después de que Pafnucio siguiera suplicando con insistencia a Dios en sus oraciones y prolongando el ayuno, otra vez pidió que le mostrase a quién se parecería. De nuevo, la voz divina le respondió: «Te pareces al mercader que busca perlas preciosas208. Pero levántate de aquí en adelante y no dudes, pues te saldrá a tu encuentro el hombre al que te pareces». 19. Pafnucio, al bajar, vio a un cierto comerciante de Alejandría, temeroso y que amaba a Dios, que negociaba con unas veinte mil monedas de oro. Éste bajó con cien naves desde el norte de la Tebaida para repartir toda su riqueza y mercancía entre los pobres y los monjes. 20. El comerciante, con sus siervos, les traía diez sacos de legumbres. «¿Qué provecho tiene esto?», le preguntó Pafnucio. El comerciante le contestó: «Mira, son los frutos de mi negocio, que se ofrecen a Dios para el descanso de justos». Pafnucio volvió a preguntarle: «Entonces, ¿por qué no disfrutas tú también de nuestro apelativo de monje?». 21. Y, como él confesó que estaba de acuerdo en esforzarse por ello, le replicó

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Cf. Sal 65,4. Cf. Sal 119,165. 208 Cf. Mt 13,45-46; Lc 15,12-32. La perla siempre es considerada en la literatura cristiana como un elemento muy preciado, en ocasiones, la parte suprema del alma –cf. n. 187–, o lo más preciado de las virtudes humanas, como en el primer encuentro de Pedro y Litargoel en AP. 4-7 y en Ev.Th. logion 76. 207

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Pafnucio: «¿Hasta cuándo, entonces, trabajarás en lo terrenal sin alcanzar las ganancias celestes? En lugar de eso, debes entregar estas cosas a otros y tú, conservando las más favorables, marcha en pos del Salvador, pues dentro de poco te reunirás con Él»209. 22. El comerciante, sin retrasarse, ordenó a sus sirvientes repartir el resto entre los pobres, subió al monte y se recluyó en aquel lugar donde los dos de antes210 habían muerto. Perseveraba incansablemente en orar a Dios. Y tras pasar algún tiempo, en cuanto abandonó el cuerpo, se convirtió en ciudadano del cielo. 23. Cuando Pafnucio hubo enviado también a éste al cielo antes de tiempo, finalmente, rechazó la vida al no poder ejercitarse en la ascesis ya más. Un ángel se le presentó y le dijo: «¡Vamos ya! De ahora en adelante, bienaventurado, tú también te vendrás a las moradas eternas de Dios. Pues los profetas llegan para acogerte en sus coros. No se te mostró esto antes para que no sufrieras la pérdida de tu recompensa, al no mantenerte firme». 24. Y vivió un solo día después de que unos ancianos fueran a él por una revelación y, después de aconsejarles en todo, entregó el alma. Los ancianos claramente le vieron ascendiendo con coros de justos y ángeles que alababan con himnos a Dios.

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La enseñanza del relato, con semejante significado simbólico, es recogido también por la literatura gnóstica; cf. Ev.Th. logion 76: «La realeza del padre es como un mercader que tuvo mercancía y encontró una perla. Ese mercader fue prudente, pues vendió la mercancía y se quedó sólo con la perla para él». También, cf. Er. Th., logion 93; Ev. Ph., logion 52; NT Mt 13, 45-46. 210 Es decir, el flautista (§ 2-9) y el protokometes (§ 10-17).

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15. SOBRE PITIRIÓN

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1. Vimos en la Tebaida un monte elevado que estaba próximo al río, bastante temible y escarpado, y a unos monjes que vivían allí en sus cuevas. Allí se encontraba el padre de ellos, de nombre Pitirión211, quien llegó a ser uno de los discípulos de Antonio212 y su tercer sucesor en aquel lugar. Pitirión, aunque realizaba también otros muchos milagros, de manera manifiesta expulsaba a los espíritus. 2. En este sentido, sucedió a Antonio y a su discípulo Ammonio, pues también recibió a las claras la herencia de sus dones divinos. Pitirión nos habló de muchas cosas diferentes y, sobre todo, trató extensamente el tema relacionado con la separación de los espíritus, diciendo que algunos demonios son los que

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Cf. Rufinus, H.Mon. 13; Nicephorus, Chron.syn. 9.14. Antonio (250-356) abandonó la comodidad de las riquezas que poseía cuando un día oyó en la iglesia Mt 19,2: Si quieres ser perfecto, vete, y vende todas tus propiedades, y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo; luego ven y sígueme. Una vez que vendió sus propiedades y dejó a su hermana al cuidado de una mujer, se retiró a unas ruinas, donde vivió en soledad durante veinte años. Su austeridad, sus tentaciones y su vida piadosa pronto se hicieron notorias en Egipto, lo que propició que los devotos fueran a visitarle. Debido a la molestia que le provocaban estas visitas, se apartó a lugares aún más remotos. Una vez más, debido a la afluencia de personas, se alejó del lugar para asentarse definitivamente en una cueva en la montaña. No obstante, allí los monjes continuaron visitándole para pedirle consejo. Antonio, sólo en ocasiones, salía de su retiro para supervisar los monasterios cercanos. Murió a los ciento cinco años. Aunque Antonio no fue el fundador de la vida anacorética, se convirtió en el símbolo del anacoretismo por la popularidad que tuvo la biografía que Atanasio le dedicó y por su longevidad; cf. Teja Casuso (1999) 152. 212

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acompañan a las pasiones y que, en muchas ocasiones, vuelven nuestros sentimientos hacia el mal213. «Así pues, hijos», continuó explicándonos, «quien quiera expulsar a los demonios, someta primero las pasiones. 3. Pues, al expulsar aquella pasión que se haya apoderado de uno, también se expulsará a su demonio. Es necesario que vosotros venzáis las pasiones poco a poco, para que expulséis sus demonios. Un demonio acompaña a la glotonería, por lo que, si domináis la glotonería, expulsaréis al demonio de ésta214». 4. El hombre comía dos veces por semana, en domingo y en jueves, cuando probaba un poco de caldo de harina. Dado que ha moldeado así sus costumbres, no puede comer nada más.

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La demonología, como H.Mon. atestigua, es uno de los temas centrales del pensamiento de Antonio, el cual puede ser reconstruido a través de V.Anton., Cartas de Ammonio y las obras de Evagrio. La conclusión que se obtiene de estas obras es que Antonio –al igual que sus discípulos Ammonio y Pablo- conciben una gran diversidad de seres intermediarios –demonios, ángeles y arcángeles- que intervienen para inducir las pasiones en el ser humano, causar la dispersión del alma atándola a lo terrenal. Frente a ellos, el monje debe ser capaz de, en virtud de su conocimiento, discernir lo verdadero de lo falso y, en lo ético, llevar una vida íntegra. Las raíces de este pensamiento se encuentran claramente en las obras de una generación anterior, a saber, Clemente de Alejandría, Valentín, Orígenes y Ario; cf. Brakke, D., 19-32. 214 La imagen de los demonios como causantes de las pasiones e, incluso, como intérpretes de las pasiones mismas es un tema extensamente tratado; cf. Czachesz, I., «The Bride of the Demon. Narrative Strategies of Self-Definition in the Acts of Thomas», en Bremmer, J. N., (ed.), The Apocryphal Acts of Thomas, Leuven 2001, 36-52, donde el autor repasa este tipo de pasajes en los ATh. a la luz de Jüng y Freud. También cf. Russell, N.-Ward, B., 32.

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16. SOBRE EULOGIO

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1. También vimos a otro presbítero, de nombre Eulogio215. Él, cuando presentaba las ofrendas a Dios, recibió un don tan grande de conocimiento que sabía los pensamientos de cada uno de los monjes que se le acercaban. Eulogio, al observar unos monjes que muchas veces se acercaban al altar, les retuvo diciendo: «¿Cómo os atrevéis a acercaros a los santos misterios teniendo pensamientos malignos? Esta noche tú has tenido en mente el indecente pensamiento de la lujuria. 2. Otro [de vosotros] concluyó en su pensamiento que no existía diferencia alguna entre un pecador y un justo para acercarse a la gracia de Dios. El tercero tuvo la siguiente duda acerca de la gracia: «¿Me santificará cuando me acerque al altar?». Así pues, apartaos durante un tiempo de los santos misterios y arrepentíos de corazón, para que obtengáis la absolución de vuestros pecados y seáis dignos de la comunión de Cristo. Pues, si desde el principio no purificáis vuestros pensamientos, sin duda, no podréis acercaros a la gracia de Dios».

215 Cf. Rufinus, H.Mon. 14; Pall., H.Laus. 21; Soz., HE 6.28; Nicephorus, Chron.syn. 2.34; Cassiod., Hist. 8.1.

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17. SOBRE ISIDORO

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1. Vimos también en la Tebaida un monasterio de un tal Isidoro216, que estaba fortificado por una gran muralla de ladrillo y que albergaba mil monjes. También contaba dentro con pozos, jardines y cuantas cosas son precisas dependiendo de la necesidad, sin que ninguno de los monjes tuviera que salir fuera jamás. Para esto había un anciano, el guardián de la puerta, que no permitía salir a nadie, ni a otros entrar, excepto si alguien quería quedarse allí, sin salir a ninguna parte, hasta la muerte. 2. También él lavaba a los que llegaban a una pequeña posada delante de la puerta y los enviaba en paz al alba, después de bendecirlos. Sólo dos de los presbíteros, que atendían los trabajos de los hermanos, salían y transportaban dentro los aparejos necesarios para ellos. El anciano que se ocupaba de la puerta nos dijo que los de dentro eran tan santos que podían realizar todos los milagros y que ninguno de ellos caía enfermo hasta la muerte, sino que, cuando a cada uno le llegaba el tránsito, tras comunicárselo de antemano a todos, después de acostarse, expiraba.

216 Cf. Rufinus, H.Mon. 17; Pall., H.Laus. 1; Soz., HE 6.28, 8.12-13; Socr.Sch., HE 6.9; Nicephorus, Chron.syn. 8.34; Cassiod., Hist. 8.1.

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18. SOBRE SARAPIÓN

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1. También vimos en las regiones de Arsínoe a un cierto presbítero de nombre Sarapión217, padre de muchos monasterios y guía de una gran comunidad de hermanos – con un total como de diez mil. Éste, gracias a la comunidad, llevaba una importante administración económica: todos juntos, durante el período estival, recolectaban para él sus frutos, de los cuales cada uno tomaba, como salario de verano, unas doce artabas cada año –que nosotros llamaríamos unos cuarenta modios218– y los ofrecían como limosna para los pobres a través de él. De este modo, de ahí en adelante nadie pasaba necesidad en el territorio colindante e incluso también distribuían a los pobres de Alejandría. 2. En verdad, los padres citados antes no descuidaron en ningún momento esta administración por todo Egipto, sino que, gracias a los esfuerzos de la comunidad, enviaban naves llenas de trigo y vestidos a Alejandría, por lo que eran escasos los que, estando cerca de ellos, pasaban necesidad. 3. También conocí en la región vecina de Babilonia y Menfis a muchos e importantes padres y a una muchedumbre infinita de monjes adornados con toda clase de virtudes. Incluso vi los silos de José, donde había reunido el trigo durante aquel tiempo219.

217

Cf. Rufinus, H.Mon. 18; Soz., HE 8.28; Nicephorus, Chron.syn. 11.34; Cassiod., Hist. 8.1. 218 El modius era una medida romana equivalente a 8’75 l. Por su parte, la artaba era una medida egipcia cuya capacidad oscilaba entre 25 y 45 litros. Aquí, la artaba equivale a 29 l. para poder obtener la misma cantidad en ambos sistemas; cf. Festugière (1961), 104. 219 Cf. Gn 41,57.

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19. SOBRE APOLONIO EL MÁRTIR

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1. Hubo un monje en la Tebaida de nombre Apolonio220. Éste hizo ver muchísimos milagros por su conducta. También fue honrado con el título de la diaconía, porque superaba en todas las virtudes incluso a los mejor considerados de todos los tiempos. 2. Éste, durante el período de la persecución221, animando a los seguidores de la fe de Cristo, consiguió que muchos fueran nombrados mártires. A él mismo, tras ser apresado, lo metieron en prisión. Los más malvados de los gentiles que llegaban ante él, le dirigían palabras que le irritaban y blasfemias. 3. Había entre ellos un flautista, un hombre famoso por sus acciones fuera de lo normal, el cual, después de acercarse, le injurió diciéndole impío, impostor, mentiroso, odioso para todos los hombres y que debía morir lo más pronto posible. Apolonio le contestó: «Que el Señor se apiade de ti y que nada de lo que tú has dicho te sea contado como pecado». Al oír esto, aquel flautista, de nombre Filemón, fue tocado en el corazón, compungido por las palabras de Apolonio. 4. Entonces, tras dirigirse al instante al tribunal, se presentó ante el juez y le dijo delante del pueblo: «Haces cosas injustas, juez, castigando a hombres amigos de Dios e inocentes. Pues los cristianos ni hacen, ni dicen nada malvado, sino que incluso bendicen a sus enemigos». 5. Al decirle esto el flautista, [el juez] creyó primero que estaba ironizando y burlándose. Pero como vio que permanecía firme, le dijo: «Estás loco, hombre, y en un segundo te has salido de tus cabales». El flautista le 220

Cf. Rufinus, H.Mon. 19. Persecución de Maximiano (293-310). Tras el edicto de 303 de Diocleciano, en el que se promulgó destruir todos los edificios cristianos, encarcelar a los obispos y torturar a todos los cristianos. 221

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contestó: «No estoy loco, juez injustísimo, sino que soy cristiano». El juez, junto con el pueblo, trató de persuadirlo con lisonjas, pero, como lo veía inmutable, le procuró toda clase de torturas. 6. Después de hacer que arrastraran a Apolonio y lo cubrieran con todo tipo de ultrajes, lo torturaron por impostor. Y Apolonio le dijo: «Pediré que tanto tú, juez, como todos los presentes me acompañéis en este extravío mío». 7. En cuanto dijo esto, el juez ordenó que ambos, Apolonio y el flautista, fueran entregados al fuego a la vista de la muchedumbre. Pero, cuando [ambos] estaban en el fuego ante aquél, el bienaventurado Apolonio elevó su voz a Dios para que le pudiera oír todo el pueblo y el juez: «No entregues, Señor, a las fieras el alma que te da gracias222, sino muéstrate tú mismo ante nosotros con claridad». 8. En ese momento una nube que llegó luminosa y parecida al rocío, ocultó a los hombres apagando el fuego. Y las gentes se quedaron maravilladas mientras el juez gritaba: «¡Hay un único Dios, el de los cristianos!». 9. Un malvado comunicó esto al prefecto de Alejandría. Éste, después de escoger unos guardias personales, crueles y salvajes, y a unos soldados del presidio, los envió a que se llevasen presos a todos los que estaban alrededor del juez y a Filemón. De este modo, también se llevaron a Apolonio y a algunos otros confesores. 10. Mientras todos fueron por el camino, un don le llegó a Apolonio y comenzó a adoctrinar a los soldados. Y como ellos, compungidos también, creyeron en el Salvador, todos de común acuerdo iban encadenados al tribunal. El gobernador, después de ver a todos éstos

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Cf. Sal 74,19.

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inmutables en la fe, mandó enviarlos al fondo del mar lo más rápido posible. Esto fue para ellos como un símbolo del bautismo. 11. Los familiares, después de encontrarlos lanzados más allá de la orilla, los enterraron a todos juntos. Allí dentro, [enterrados], hicieron muchos milagros, los cuales, incluso, también ahora, continúan cumpliéndose, pues el don de Apolonio había sido tan grande que, aquellas cosas que se le pedían, al instante eran oídas por el Salvador, quien lo honraba de esta manera [concediéndoselas]. Después de orar, también nosotros lo vimos en su tumba junto a sus compañeros de martirio. Y, tras arrodillarnos ante Dios, veneramos sus restos en la Tebaida.

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20. SOBRE DIÓSCORO

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1. Y conocimos a otro anciano en la Tebaida, Dióscoro223 de nombre, padre de cien monjes. Éste les decía a quienes querían acercarse a la gracia de Dios: «Cuidaos de que nadie con apariencia femenina se atreva a acercarse por la noche a los santos misterios y de que ninguno de vosotros, fantaseando con una mujer, tenga ensueños. 2. Pues las eyaculaciones involuntarias se producen automáticamente, sin mediación de las fantasías, no dependiendo de la decisión de cada uno, pues también salen por naturaleza y se segregan por excedente de materia. De este modo, no son causa del pecado. Pero estas fantasías provienen de la voluntad y son señal de mal pensamiento. 3. Debe, pues, el monje», continuó, «superar también la ley de la naturaleza y no ser encontrado con una mínima mancha carnal, sino evaporar eso carnal y no ceder a que lo material sobreabunde en su cuerpo224. Así pues, se ha de intentar quedar vacío de la

223 Cf. Rufinus, H.Mon. 20; Pall., H.Laus. 10,12; Soz., HE 6.28; Nicephorus, Chron.syn. 11.34; Cassiod., Hist. 8.1. 224 Por tanto, según la descripción en clave fisiológica del texto, el monje que se encuentra apegado a la vida terrenal puede sufrir en su organismo un exceso de materia o de lo carnal, esto es, un desajuste en el alma causado por un exceso de pasiones. Este exceso se materializa en visiones de orden sexual en la mente del monje, lo que, a la postre, genera las eyaculaciones nocturnas de manera automática. Mismo esquema es rastreable en Pl., Tim. 86a-87a, quien concibe que el desenfreno sexual es un problema físico, pero relacionado con el alma y sus pasiones: «posee el esperma abundante que fluye libremente alrededor de la médula […]. Como su alma es insensata y está enferma a causa de su cuerpo, parece malo, no como si estuviera enfermo, sino como si lo fuera voluntariamente. Pero, en realidad, el desenfreno sexual es una

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materia mediante la prolongación del ayuno. Si no, también incitan en nosotros los deseos. 4. No debe el monje en absoluto entrar en contacto con las pasiones, porque ¿en qué se diferenciará el monje de los hombres del mundo, a quienes vemos también absteniéndose de los goces con frecuencia, para cuidar del cuerpo o por algunos otros deseos racionales?225 ¡Cuánto más debería preocuparse el monje por cuidar de su alma, de su mente y de su espíritu!», concluyó.

enfermedad del alma, en gran parte porque una única sustancia se encuentra en estado de gran fluidez en el cuerpo y lo irriga a causa de la porosidad de sus huesos». Otra reformulación de la misma teoría en contexto cristiano puede consultarse en ATh., c. 28. 225 Creemos que esta referencia a los deseos racionales -álogoi epithymíai- remite a la teoría aristotélica referente a las pasiones humanas y a su concepción antropológica. El Filósofo, como es sabido, sólo aceptó los puntos principales de la teoría de Platón e intentó clarificarlos -cf. Arist., De An. 403a16-19; Rhet. 1382b29-34 y 1389b29-32. Al igual que en el fragmento de H.Mon., Aristóteles concibe sentimientos como el hambre, la sed o el deseo sexual dentro como apetitos no racionales, causados por cambios fisiológicos, de modo que, por tanto, pueden ser controlados por la persuasión. En efecto, es al principio del capítulo segundo de su Ética Nicomaquea, donde Aristóteles expone cómo la hexis, o hábito permanente, es entrenado y gobernado por la práxis, imponiendo una correcta medida sobre las pasiones, las cuales, sin la función controladora del logos, o Razón, tiende hacia el exceso irracional -cf. Arist., EN 1105b19; cf. Dillon, J., «Metriopatheia and Apatheia: Some Reflections on a Controversy in Later Greek Ethics», en The Golden Chain. Studies in the Development of Platonism and Christianity, Hampshire 1990, 508.

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SOBRE LOS QUE ESTABAN EN NITRIA

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5. Desembarcamos también en Nitria226, donde vimos a numerosos e importantes anacoretas, unos autóctonos y otros foráneos, superándose unos a otros en virtudes con una disposición muy competidora en relación a la ascesis, sacando a la luz toda virtud y enfrentándose entre ellos por superarse en la conducta227. 6. Unos andaban ocupados en la contemplación, mientras otros, en la práctica. Así, cuando algunos de ellos nos vieron llegando desde lejos a través del desierto, unos vinieron a nuestro encuentro con agua, otros lavaron nuestros pies, otros limpiaron nuestros vestidos, otros nos convidaron a comer, otros a aprender sobre las virtudes y otros sobre la contemplación y el conocimiento de Dios. En efecto, cada uno nos exhortaba a que nos beneficiásemos de aquello que podían ofrecer. Y ¿cómo podría alguien hablar sobre todas sus virtudes cuando resulta imposible describirlas según se merecen? 7. Viven en un lugar desierto y tienen las celdas separadas unas de otras a cierta distancia, de modo que ninguno reconoce a otro desde la lejanía, ni lo ve enseguida, ni oye su voz, sino que cada cual pasa el tiempo en un profundo silencio,

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Cf. Rufinus, H.Mon. 21; Pall., H.Laus. 7; Soz., HE 6.36. J. N. Bremmer (1992) 211, observa que existe un elemento agonístico respecto a la ascética, lo que podría explicar también las abstinencias de alimento. Junto a esto, además, destaca el investigador un sentimiento de ‘vergüenza’ por aceptar cualquier elemento terrenal. Esta cuestión está bien ejemplificada en la figura de San Antonio, según relata V.Anton. 45, donde se describe al santo avergonzado por necesitar comer, dormir y otras necesidades corporales. 227

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encerrado en sí mismo. Sólo los sábados y domingos se reunían en las iglesias y se relacionaban unos con otros. Muchos de ellos, a menudo, incluso eran encontrados muertos en las celdas desde hacía cuatro días, porque no se veían entre ellos, excepto en las synaxis228. 8. Los monjes recorrían incluso tres o cuatro millas de distancia para asistir a la synaxis. A tal distancia estaban distribuidos unos de otros. Se tenían tal amor entre ellos y tal fraternidad para con el resto, que, como frecuentemente muchos querían salvarse con ellos, cada uno de los monjes se apresuraba a ceder su propia celda para que los nuevos descansaran. 9. También conocí a un padre de los de allí, de nombre Amonio229, que tenía unas celdas apartadas, un patio, un pozo y las demás cosas necesarias. En una ocasión, cuando un hermano fue a él, buscando con interés la salvación, y le pidió a Amonio que pensara en una celda para que fuera su hogar, al instante, éste salió y le recomendó que no se alejara de las celdas hasta que le encontrara un alojamiento adecuado. Luego, acabó dejándole todo cuanto tenía, junto con sus celdas, y Amonio acabó recluyéndose en otra pequeña lejos de allí. 10. Si, en efecto, eran muchos los que coincidían en su llegada con la intención de salvarse, Amonio reunía a toda la comunidad y, dando ladrillos a uno y agua a otro, en un solo día acababan las celdas. 11. A los que iban a vivir en las celdas, los invitaba a un banquete en la iglesia. Mientras los nuevos estaban disfrutando

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Cf. esta misma obra, n. 191. Cf. Rufinus, H.Mon. 23; Pall., H.Laus. 10; Soz., HE 6.30; Nicephorus, Chron.syn. 11.37; Cassiod., Hist. 10.7. 229

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del banquete, cada uno de los hermanos cargaba desde su propia celda la piel de oveja, la cesta de pan o alguna otra cosa necesaria y se la llevaba a las nuevas celdas, para que el regalo de cada cual no fuera conocido por nadie. Al atardecer, cuando llegaban los que iban a habitar las celdas, encontraban por sorpresa todo lo imprescindible. 12. Y vimos allí a un hombre de nombre Dídimo230, anciano en edad, agradable de ver, que mataba los escorpiones, cerastas y áspides con sus propios pies, mientras que nadie más se atrevía a hacer esto. Pues, en efecto, a muchos otros que creían [poder hacerlo] también, los mataron esos mismos animales con sólo tocarlos. 13. También conocimos a otro padre de monjes, de nombre Crónides231, que contaba una buena y avanzada vejez, pues tenía 110 años, y había sido uno de los antiguos hombres junto con Antonio. Él, después de animarnos y amonestarnos mucho, se despreciaba a sí mismo, ya que había conservado tanta humildad hasta la vejez. 14. Y también vimos a unos tres hermanos muy hermosos232. Éstos, llevados por su abundante piedad, se cortaron las orejas, porque fueron obligados a convertirse en obispos. Así, aunque actuaron con osadía, sin embargo, lo hicieron

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Cf. Rufinus, H.Mon. 24. Cf. Rufinus, H.Mon. 25; Pall., H.Laus. 47; Soz., HE 6.30. 232 Hermosos en sentido moral, Cf. esta misma obra n. 115. 231

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por un fin razonable: para que nadie les perturbarse en el futuro233.

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15. Conocimos también a Evagrio234, un hombre sabio, elocuente y bastante hábil en discernir entre diversos pensamientos, pues había conseguido tal habilidad mediante la experiencia235. Éste, que había bajado en múltiples ocasiones a Alejandría, dejaba mudos a los filósofos paganos. 16. Evagrio aconsejaba a los hermanos que estaban con nosotros que no se saciasen de agua. «Pues los demonios», explicaba, «entran sin parar en los lugares llenos de agua»236.

233 Según Paladio nos transmite en la H.Laus. 11.2-3, estos jóvenes no fueron los únicos, pues, cuando el arzobispo de Alejandría, Timoteo, envió a Amonio de Nitria una embajada con la intención de ordenarlo obispo, éste se cortó la oreja izquierda –el AT (Lv 21,17) prohibía ser sacerdote a un hombre sin oreja– e, incluso, amenazó con cortarse la lengua a fin de no abandonar el desierto en el que habitaba. Sobre Amonio; cf. H. Mon. 20.9. 234 Evagrio del Ponto (346-399) se refugia en Nitria en 382, a los 36 años; cf. Rufinus, H.Mon. 27; Pall., H.Laus. 38. 235 Cf. esta misma obra, n. 88. 236 No es casual que Evagrio relacione agua y demonios, pues existía una creencia en Grecia y Egipto, cuya pervivencia puede rastrearse hasta época medieval, según la cual estos lugares eran propicios para experimentar el encantamiento, quizá por su relación a través del agua con las diversas entidades semidivinas que los gobiernan; cf. Bonner, C., «Demons of the Baths», en Glanville, S.R.K. (ed.), Studies presented to F.L.I. Griffith, 1932, London 1983, 203, 207-208; Muñoz Gallarte, I., «Ciencia y religión en conflicto: Fantasmas y sucesos paranormales en Plutarco», en van der Stockt, L.- Titchner, F. – Ingenkamp, H. G.- Pérez Jiménez, A. (eds.), Gods, Daimones, Rituals, Myths and History of Religions in Plutarch’s Works. Studies Devoted to Professor Frederick E. Brenk by the International Plutarch Society, Utah 2010, 234.

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Nos expuso muchas otras palabras sobre la ascesis para fortalecer nuestras almas. 17. Y la mayoría de ellos no comían ni pan ni fruta, sino sólo endivias. Algunos no dormían en toda la noche, sino que, sentados o en pie, se mantenían firmes orando hasta el amanecer.

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21. SOBRE MACARIO

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1. Muchos de los padres de allí nos contaban la vida de Macario237, el discípulo de Antonio, que había muerto hacía poco tiempo. Él, como Antonio, realizó milagros, curaciones y señales tan numerosas que nadie alcanzaría a relatar todas. Por tanto, haciendo memoria, sacaremos a la luz con moderación algunas pocas de sus buenas acciones. 2. Una vez que Macario estaba con el gran hombre, el padre Antonio, como le vio trabajando con unas hojas de palmera que había cogido, le pidió un manojo. Y Antonio le contestó: «Escrito está: No desearás las cosas de tu prójimo238». Y con sólo hablar, todas las hojas se quemaron al momento como por fuego. Sin embargo, después de ver esto, Antonio le dijo a Macario: «He aquí que mi espíritu confía en ti y al final serás heredero de mis virtudes». 3. Poco después, el diablo, a su vez, encontró a Macario en el desierto con el cuerpo bastante cansado y le dijo: «He aquí que has recibido la gracia de Antonio, con lo que ¿por qué no haces uso de su dignidad y pides a Dios alimentos y fuerza para tu viaje?». Y él le respondió: «Mi fuerza y mi canto son el Señor 239. Tú no tentarás al siervo de Dios». 4. Después, el diablo le envió una visión de un camello de carga andando errante por el desierto con todas las provisiones necesarias. El camello, en cuanto vio a Macario, se sentó delante de él. Pero éste, al haber comprendido que era una

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Cf. Rufinus, H.Mon. 28; Pall., H.Laus. 17; Soz., HE 3.13. Cf. Ex 20,17; Dt 5,21. 239 Cf. Sal 118,14. 238

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visión, como efectivamente era, se puso a orar. Y al momento el camello fue tragado por la tierra. 5. En otra ocasión, durante la cual había ayunado y orado mucho, pidió a Dios que le fuera mostrado el paraíso que Yanes y Yambres240 plantaron en el desierto de Egipto con la intención de crear una reproducción del verdadero paraíso241. 6. Así pues, cuando él llevaba tres semanas vagando por el 240

Yanes y Yambres constan como unos magos del entorno del Faraón que se opusieron a Moisés. «No obstante, cuando el AT refiere los nombres de los magos del Faraón (Ex 7,11-12,22), no los nombra. Según el pasaje, éstos habrían imitado los milagros de Aarón para anular su influencia sobre el Faraón. Si no se tiene en cuenta la supuesta referencia a los hermanos en el Documento de Damasco (CD 5.17b-19) –del que se han encontrado fragmentos en Qumrán (6Q15 3; s. I d.C.)–, la primera referencia a los magos aparece en Eusebio (Praep. Ev. 9.8), que atribuye a Numenio de Apamea la opinión de que Yambres y Yanes habrían conseguido neutralizar los peores desastres que Moisés había preparado contra Egipto (cf. Orígenes, Cels. 4.51). Plinio el Viejo (HN 30.2.11) y Apuleyo (Apol. 2.90), por su parte sólo nombran a Yanes (Johannes en Apuleyo). Con el paso del tiempo, la tradición, tomando como punto de partida el pasaje de 2Tim 3,8, fue ampliando la historia y añadiendo detalles nuevos. Incluso, parece haber existido un apócrifo con el título de Yanes y Yambres citado por la traducción latina del comentario de Orígenes a Mateo (comm. in Matt. GCS 11,250) y por el Decretum Gelasianum. En el siglo III sus tumbas seguían mostrándose en Egipto, que se conocían como un lugar donde los démones podían ser consultados con fines mágicos (Pall., H.Laus. 17; Fabricius, Codex Pseudepigraphus Vet. Test. 1.181, 2.106-111)»; cf. Roig Lanzillotta, L., Diccionario de nombres propios del NT, Córdoba 2011 (en prensa), s. v. Iambres y Iánnes. 241 Es bien conocido, desde época helenística especialmente, los intentos por cultivar nuevos productos en los campos egipcios, en respuesta a los gustos de los nuevos habitantes helenos. Para esto se trajeron semillas de otras regiones del Mediterráneo, se utilizaron los injertos, etc., a fin de aclimatar productos extranjeros, como el

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desierto, cumpliendo con el ayuno y ya desvaneciéndose, un ángel se le apareció en el lugar. Había demonios por todas partes que guardaban las entradas al paraíso y que no le permitían entrar. El lugar era enorme y ocupaba una gran superficie. 7. Cuando, después de pedirlo, se atrevió a entrar, Macario encontró dentro dos hombres santos, quienes también habían llegado allí de la misma manera, hacía ya bastante tiempo. Después de orar los unos por los otros, se saludaron mutuamente muy alegres y, en cuanto le lavaron los pies, le ofrecieron unos frutos del paraíso. Y Macario, al término de su comida, dio gracias a Dios, maravillándose por el gran tamaño y variedad de los frutos. Se decían entre ellos: «Sería bueno que de esta manera vivieran todos los monjes». 8. «En medio del paraíso», recordó Macario, «había tres manantiales grandes que manaban de las profundidades y lo regaban, árboles enormes y fructíferos que producían toda clase de frutos [que crecen] bajo el cielo». 9. Tras permanecer siete días con ellos, Macario pidió volver al mundo y regresar trayendo a los monjes con él. Pero los santos le explicaron que no le era posible hacer esto, pues el desierto era grande y extenso y, a lo largo del mismo, había muchos demonios que extraviaban a los monjes y los asesinaban, como también asesinaron a muchos otros que a menudo quisieron ir. 10. Pero Macario, que ya no se

melocotón o los viñedos, a las áridas tierras desérticas. Una buena visión de esto nos la transmiten los llamados «papiros de Zenón» – sirvan de ejemplo, P. Cair. Zen. 59815, P. Cair. Zen. 59834 (ed. Edgar). Zenón (ca. s. III a.C.) fue un griego nativo, procedente de Caunos – Asia Menor– que se estableció en la zona de Filadelfia en Egipto, llegando a ser secretario privado de Apolonio, ministro de finanzas de Tolomeo II ‘Filadelfo’ y Tolomeo III ‘Evergeta’.

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contentaba con permanecer allí, sin embargo, dijo: «Debo traerlos aquí para que disfruten de este lujo» y partió al mundo, llevándose consigo algunos frutos para mostrarlos. Después de reunir y portar un montón de hojas de palmera desde el paraíso, las iba colocando como señales a lo largo del desierto para no perderse en caso de que volviera. 11. Pero, después de quedarse dormido en alguna parte del desierto, justo al despertarse, descubrió junto a su cabeza todas las hojas amontonadas por los demonios, a los que dijo puesto en pie: «Si es la voluntad de Dios, no podréis impedirnos la entrada al paraíso». 12. Tras llegar al mundo, enseñaba los frutos a los monjes animándoles a ir al paraíso. Pero muchos padres se reunieron y le dijeron: «¿No fue aquel paraíso causa de ruina para las vidas de los nuestros? Pues si ahora disfrutásemos de ese [lugar], perderíamos nuestras bendiciones sobre la tierra. ¿Qué recompensa tendremos después, una vez que vayamos ante Dios? ¿Por qué clase de virtud seremos honrados?». Así convencieron a Macario de que nunca regresara. 13. En otra ocasión, después de que se le enviaron unos racimos de uvas frescas, aunque deseaba tomarlas, en una demostración de autodominio, las envió a un hermano enfermo, que también deseaba uvas. Éste, tras aceptarlas, a pesar de que le habían alegrado mucho, como quería mantener oculto su autocontrol, se las envió a otro hermano, como si él no tuviera apetito. El hermano que aceptó el alimento hizo, a su vez, lo mismo, aunque deseaba mucho comérselas. 14. Como al final las uvas llegaron a muchos hermanos, aunque ninguno de ellos quiso comérselas, el último en recibirlas se las volvió a enviar a Macario, con la intención de complacerle con un gran regalo. Cuando Macario las reconoció, después

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de estar preguntando con insistencia sobre lo ocurrido, se maravilló dando gracias al Señor por tan buen autodominio de ellos. Pero al final no se las comió.242 90

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15. Se dice que en otra ocasión Macario, cuando vivía en una cueva en el desierto, se puso a orar. Casualmente había cerca otra cueva en la que habitaba una hiena. Mientras él estaba orando, la hiena se le presentó y le tocaba los pies. Cogiendo suavemente el borde [de su túnica], lo arrastró a su cueva. Él, por detrás, se preguntaba: «¿Por qué quiere ahora este animal hacer esto?». 16. Y cuando lo llevó hasta su cueva, después de entrar, lo condujo a sus cachorros, que habían nacido ciegos. Él, mediante una oración, le devolvió a la hiena los cachorros con vista. Ella le llevó a Macario como regalo de agradecimiento una enorme piel de un gran carnero y se la dejó a sus pies. Y él, sonriéndole como a una persona generosa y con raciocinio, después de aceptarla, la extendió debajo de él243. Esta piel se ha conservado hasta ahora en poder de algún hermano.244

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También esta historia tiene un eco perteneciente a la tradición clásica griega, concretamente a la leyenda del trípode dorado de los Siete Sabios. Alguien preguntó al oráculo de Delfos a quién se debía regalar un trípode de oro que había sido encontrado. El oráculo contestó que al ser más sabio, por lo que se dio primero a Tales de Mileto, quien se lo cedió a Bias, el cual, a su vez, se lo pasó a otro, hasta que, de nuevo, volvió a Tales; cf. Plu., Sol. 4.1-3; cf. Festugière (1960), 144-145. También ecos mitológicos: la manzana del jardín de las Hespérides. 243 La relación de los ascetas con los animales se presenta como una recuperación del Paraíso y la intimidad entre Adán y los animales, en opinión de Burton-Christie, D., 221. 244 Esta anécdota también puede leerse en Pall., H.Laus.18.27. La misma historia con Melania pero con dos túnicas.

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17. Un cierto malhechor había transformado en yegua a una muchacha que se conservaba virgen con ciertos conjuros. Sus padres se la llevaron a él y le pidieron que, por favor, la volviera a transformar en mujer con sus rezos. Entonces Macario la encerró durante siete días separada de todo, con los padres permaneciendo cerca, mientras él se dedicaba en otra celda a rogar. Al séptimo día, entró con los padres y, la ungió toda con aceite y, puesto de rodillas, oró con ellos. En cuanto se levantaron, la encontraron transformada en muchacha.

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22. SOBRE AMÓN

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1. Antes de Macario, había uno en Nitria de nombre Amón245, cuya alma Antonio vio cómo se elevaba246. Éste fue el primero de los monjes en ocupar Nitria. Era noble de nacimiento y con padres ricos, los cuales le llegaron a obligar a casarse por la fuerza, a pesar de que no quería. Pero, como le convencieron, Amón persuadió a la muchacha de que llevara con él una vida virginal en secreto dentro de su dormitorio247. 2. Después de no muchos días, Amón partió a Nitria y ella exhortó a todos los de la casa a llevar una vida casta e incluso organizó su casa como un monasterio.

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Cf. Rufinus, H.Mon. 30; Pall., H.Laus. 8. Cf. Ath.Al., V.Anton. 60. 247 El tema del sexo, incluso circunscrito al matrimonio, ha sido tratado extensamente en AAA. Como generalidad se observa el rechazo a tres pasiones principales, la lujuria, la envidia y la gula; cf., por ejemplo, ATh. c. 28. La inconveniencia que se veía en estas y otras pasiones era que apegaban al ser humano a lo terrenal, de modo que obstaculizaban al alma en su camino de perfección hacia el regreso a Dios. Ejemplos notables, por tanto, de esta abstinencia, aún en parejas casadas, son los jóvenes aconsejados por Tomás en las bodas de Andrápolis en ATh. c. 5; la pareja formada por el personaje de Mygdonia en ATh. cc. 82-118; de Maximila en AA. cc. 6-64; y de Drusiana en AJ. 62-115. Además del apego a lo mundano que implican las pasiones mencionadas, también existía la creencia de que no era positivo tener hijos en este mundo, sino que era preferible llegar con el alma pura a Dios y, entonces, engendrar ‘hijos verdaderos’, como fruto del ‘matrimonio verdadero’ con el Creador; cf. ATh, c. 12; Valantasis, R., «The Nuptial Chamber Revisited: The Acts of Thomas and Cultural Intertextuality», Semeia 80 (1997 [1999]), 267-268. La inspiración de este motivo, creemos, debería de buscarse en el discurso socrático sobre Diotima; cf. Pl., Sym. 207C-212A. 246

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3. Después, cuando Amón estaba ya en Nitria, le llevaron a un niño que estaba rabioso, atado con una cadena. Un perro rabioso que le había mordido le contagió la rabia. Por eso, se atormentaba con un sufrimiento del todo insoportable. 4. Entonces, cuando vio que los padres se acercaban para suplicarle, Amón les dijo: «¿Por qué me molestáis, hombres, tratando de conseguir aquello que sobrepasa mi categoría, cuando tenéis el remedio en vuestras manos? Devolved, pues, a la viuda el buey que le matasteis en secreto y vuestro hijo os será devuelto sano». Y éstos, a pesar de quedar en evidencia, hicieron agradecidos lo ordenado, de modo que, después de una oración de Amón, su hijo se curó al instante. 5. En otro momento se le presentaron unos para visitarle. Amón, con la intención de probar el ánimo de ellos, les ordenó: «Traedme una tinaja a fin de que tenga agua suficiente para recibir a los que vienen». Aunque ellos prometieron que la iban a traer, uno se arrepintió y, cuando estaban cerca de la aldea, le dijo al otro: «No voy a matar a mi camella, ni le voy a poner encima la tinaja para que no muera». 6. Sin embargo, el otro, tras escucharle, después de uncir sus burras, transportó la tinaja con mucho esfuerzo. Cuando Amón la recibió, le preguntó: «¿Cómo es que la camella de tu compañero ha muerto mientras tú estabas aquí?». Cuando éste volvió, la encontró devorada por lobos. 7. Amón mostró también otras muchas maravillas. En una ocasión, ciertos monjes vinieron a él enviados por Antonio para comunicarle que éste, en efecto, estaba en lo más profundo del desierto. Cuando regresaron con él, se encontraron un pozo en medio del Nilo. Los hermanos, de repente, vieron que Amón había cruzado a la otra orilla,

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mientras que ellos hacían la travesía en bote. 8. Una vez que se presentaron ante Antonio, éste le dijo primero a Amón: «Dado que Dios me reveló muchas cosas sobre ti y me mostró tu regreso a Él, te hice llamar con la intención de que vinieras a mí por necesidad, para que, después de sacar provecho uno del otro, nos cuidemos también el uno al otro». 9. Y, después de asignarle un lugar bastante apartado, le persuadió de que no se alejase de allí hasta su tránsito. Cuando Amón murió en soledad, Antonio vio el alma de Amón elevada por los ángeles hacia el cielo.

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23. SOBRE MACARIO EL ALEJANDRINO

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1. Se dice que había otro Macario248, que fue el primero en erigir un monasterio en Escete249. El lugar es un desierto, alejado de Nitria a una distancia de un día y una noche por el desierto, con un gran peligro para los que van: cualquiera que se extravíe un poco, anda errante corriendo mucho riesgo a lo largo del desierto. Allí todos los hombres son perfectos, pues nadie imperfecto puede permanecer en aquel lugar, por lo salvaje y carente de comodidad en cuanto a todo lo necesario. 2. Así pues, ese Macario antes mencionado, que era ciudadano de Alejandría, se unió un día al gran Macario. Y, como querían cruzar el Nilo, sucedió que embarcaron en un gran bote, en el que dos tribunos habían embarcado con mucha pompa: un carro todo de bronce, caballos con bridas de oro, algunos lanceros y sirvientes con collares de bronce y cinturones de oro. 3. Así pues, cuando los tribunos vieron a los monjes vestidos con unos harapos viejos y sentados en el rincón, estimaron dichosa su sencillez. Uno de los tribunos les dijo: «Dichosos (Macarioi) sois vosotros porque engañasteis al mundo». 4. Y Macario el alejandrino les respondió: «Nosotros engañamos al mundo, pero el mundo os engaña a vosotros. Date cuenta de que nos has dicho esto no por tu voluntad, sino a modo de predicción, pues

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Cf. Rufinus, H.Mon. 29; Pall., H.Laus. 18. Escete era una de las colonias de monjes, junto con Nitria y las Celdas. Su organización estaba basada en la concepción anacorética, ya que su origen se remonta a Macario el Grande. Las virtudes de este solitario monje pronto empezaron a atraer a otros anacoretas, por lo que decidió organizar esas gentes a la manera de un monasterio; cf. Colombás, G. M., 70-71. 249

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ambos nos llamamos Macario»250. Él, compungido por sus palabras, en cuanto llegó a su casa, se quitó los vestidos y eligió la vida monástica, después de hacer generosas limosnas.

250 «Macario» significa en griego «dichoso», de ahí el doble juego con el nombre de ellos y las palabras del tribuno. Tanto la alabanza del tribuno como la réplica de Macario se entienden mucho mejor cuando esta anécdota se lee en Paladio, H.Laus. 18. Los tribunos comentan en voz alta que ambos monjes debían ser muy felices, a juzgar por la alegría de sus rostros y a pesar de su pobreza. Macario, entonces, les responde afirmativamente: son muy felices despreciando el mundo, mientras ellos son infelices sirviéndolo. Esta respuesta provoca que uno de los tribunos deje todo en ese momento y abrace la vida monástica.

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24. SOBRE PABLO

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1. Había un discípulo de Antonio, de nombre Pablo, llamado ‘el Sencillo’251. Éste, al sorprender a su esposa en delito flagrante cometiendo adulterio, sin decir nada a nadie, se fue al desierto al encuentro de Antonio. Después de abrazar sus rodillas, le pidió que le dejara vivir con él, pues quería salvarse. Antonio le dijo: «Puedes salvarte si eres obediente y obedeces a cualquier cosa que me oigas». Y Pablo le contestó: «Haré, en efecto, todo cuanto me ordenes»252. 2. Para probar Antonio su ánimo, le mandó: «Levántate y ora en ese lugar hasta que entre y te mande el trabajo que has de hacer». Una vez que Pablo entró en la cueva, Antonio le vigilaba a través de la ventana. Mientras, aquél permaneció inmóvil en el lugar durante toda la semana, a pesar de estar asado de calor. 3. Cuando Pablo salió a la semana, Antonio le dijo: «Ahora come». Una vez que le sirvió la mesa y la comida, le dijo: «Siéntate y no comas hasta la tarde, pero pon tu atención sólo en los alimentos». 4. Como llegó la tarde y Pablo no

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Cf. Rufinus, H.Mon. 31; Pall., H.Laus. 22. Pall., H.Laus. 22.7-8, cuando relata la historia de Pablo y Antonio, aunque conserva ciertos elementos comunes, como el deseo de Pablo para convertirse en monje, otros, relacionados con la relación maestro-alumno, se ven dulcificados. Por ejemplo, en cuanto a la comida relata: «Después de doce rezos se sentaron a comer, aunque era bastante tarde. Antonio se comió uno de los panes, pero no probó un segundo. Mientras el viejo hombre [Pablo ‘el Sencillo’] estaba comiéndose un pequeño pan despacio, Antonio espero hasta que acabara y, entonces, le dijo: . Pablo le replicó: . Antonio apuntó: . Pablo le respondió: ». 252

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había comido, Antonio le mandó: «Levántate, ora y duerme». Éste, levantándose de la mesa, lo hizo así. No obstante, a media noche, Antonio lo despertó para la oración, prologando las oraciones hasta la novena hora de la mañana siguiente. Tras ponerle de nuevo la mesa, le ordenó que comiera. 5. Pero, cuando se llevó sólo el pan a la boca por tercera vez, Antonio le ordenó levantarse y que no tocara el agua. Le envió al desierto conminándole a que diera vueltas. También le mandó: «Vuelve aquí en tres días». 6. Transcurrido el tiempo, unos hermanos visitaron a Antonio y Pablo le preguntó a Antonio qué le ordenaba hacer. Antonio le contestó: «Servirás en silencio a los hermanos y no probarás nada hasta que los hermanos se vayan de viaje». 7. Como, por lo demás, se cumplió la tercera semana sin que Pablo hubiera comido nada, los hermanos le preguntaron por qué guardaba silencio. Y, como él no respondía, Antonio le dijo: «¿Por qué callas? Conversa con los hermanos». Y él se puso a conversar. 8. En otra ocasión, cuando le llevó un cántaro de miel, Antonio le ordenó: «Rompe el recipiente y que se derrame la miel». Pablo lo hizo así. YAntonio volvió a decirle: «Vuelve a recoger otra vez la miel con una cuchara, para que con ella no recojas suciedad alguna». 9. También le ordenó sacar agua durante todo el día. Tras enseñarle a trenzar cestas durante algunos días, le ordenó deshacer todas. Después de descoser su manto, le ordenó que lo cosiera y, de nuevo, lo descosió y, otra vez, aquél lo cosió. 10. Pablo adquirió tal obediencia que le fue concedido por Dios el don de la expulsión de demonios. Pues aquellos demonios que el bienaventurado Antonio no podía sacar, se los mandaba a Pablo y él los exorcizaba en ese momento. 166

25. SOBRE PIAMÓN 1. También hay otro desierto, el más inhóspito de todos, situado junto al mar en Egipto, cerca de Diolcos, donde muchos e importantes anacoretas viven.

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2. Vimos allí a un presbítero, santo y muy humilde, que, sin cesar, veía visiones, de nombre Piamón253. Él, una vez que estaba rindiendo culto a Dios, vio a un ángel de pie a la derecha del altar. Éste examinaba a los hermanos que se acercaban a la Eucaristía, escribía sus nombres en un libro y borraba los nombres de los que no habían estado presentes en la synaxis254. Los que faltaron murieron a los trece días. 3. Como los demonios lo atormentaron en muchas ocasiones, le acabaron cubriendo de debilidad, por lo que no podía presentarse en el altar, ni rendir culto. Pero un ángel fue a él, le cogió de la mano, lo fortaleció al instante y lo acercó sano al altar. Los hermanos, que vieron sus pruebas, se quedaron anonadados.

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Cf. Rufinus, H.Mon. 32. Cf. esta misma obra, n. 191.

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26. SOBRE JUAN

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1. Vimos también a otro Juan255 en Diolcos, padre de monasterios y que poseía abundante gracia en ese momento: la apariencia de Abraham y la barba de Aarón256. También realizó milagros y curaciones, sanando, especialmente, a muchos paralíticos y enfermos de gota.

255

Cf. Rufinus, H.Mon. 33; Soz., HE 6.28. Aarón, hermano mayor de Moisés fue designado por Yahvé para ser sumo sacerdote. Es el fundador de la clase sacerdotal de los Aaronitas; cf. Roig Lanzillota, L. (2009) s.v. Aaron. La expresión «barba de Aarón» significa que la barba de este eremita era larga, pues era proverbial que la de Aarón era así. 256

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27. EPÍLOGO

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1. Y conocimos también a otros muchos monjes y padres por todo Egipto, que realizaban numerosos milagros y señales, de los que, por la cantidad, no hemos hecho mención, sino que hemos expuesto unos pocos a pesar de los muchos que había. Pues, ¿qué podría alguien decir sobre la Tebaida superior, la que está en Siena, en la que también se encuentran los hombres más admirables y una muchedumbre tan numerosa de monjes, que nadie podría creer que su modo de vida es superior al modo de vida humano? 2. Ellos también resucitan muertos y andan sobre las aguas hasta el día de hoy, como Pedro257. Y todo lo que el Salvador realizó a través de los santos, también ahora lo sigue realizando a través de ellos. 3. Pero, puesto que para nosotros era un gran peligro ir más allá de Licópolis a través de un camino lleno de ladrones, no nos atrevimos a conocer a aquellos santos. Pues, no sin sufrimiento ni fatiga vimos lo que hemos contado. Al contrario, a pesar de muchas penalidades y peligros, consideramos necesario contemplar esto, aunque durante siete días estuvimos sometidos a la muerte y al octavo no nos tocó ningún mal258.

257 Cf. Mt 14,22-36; Hch 9,36-43. También cf. APr. cc. 19-21, 23-29, donde se relatan múltiples resucitaciones practicadas por el apóstol. 258 Cf. Job 5,19.

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4. Así pues, cuando anduvimos errantes por el desierto con hambre y sed durante cinco días y cinco noches, estuvimos a punto de morir. 25

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5. En una segunda ocasión, al caer por terrenos pantanosos, afilados y salvajes, teníamos los pies tan heridos que el dolor era insoportable y estuvimos a punto de morir. 6. En una tercera, nos hundimos en lodo hasta la cadera, no había quien nos salvase 259 y dimos los gritos del bienaventurado David: «Sálvame, Señor, porque las aguas han entrado hasta mi alma, estoy hundido en el limo del abismo y no hay donde apoyarse260» y «Sálvame del lodo para no quedar sumergido261». 7. En una cuarta, un torrente de agua que procedía de la crecida del Nilo, se nos vino encima, por lo que durante tres días caminamos por el agua y estuvimos a punto de hundirnos en los agujeros. Entonces gritábamos: «No me anegue la corriente de las aguas, ni me trague el abismo, ni el pozo cierre sobre mí su boca262». 8. En una quinta, de camino a Diolcos, nos tropezamos con unos piratas en la costa del mar. Éstos nos persiguieron con la intención de capturarnos durante tanto tiempo que nos quedamos sin aliento en los pulmones. Fuimos perseguidos hasta diez millas.

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Cf. Jue 18,28. Cf. Sal 69,1-2. 261 Cf. Sal 69,14. 262 Cf. Sal 69,15. 260

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9. En una sexta, navegando por el Nilo, casi nos hundimos al volcar. 10. En una séptima, cuando íbamos por el lago Mareotis, donde nace la planta de papiro, fuimos arrojados a una pequeña isla desierta y permanecimos a cielo raso durante tres días y tres noches, hostigados por un intenso frío y lluvia, pues era la época de la Navidad. 11. En la octava ocasión, la descripción es extraordinaria al tiempo que beneficiosa. Cuando pasamos por un cierto lugar camino de Nitria, había por la región una cavidad llena de agua, en la que numerosos cocodrilos estaban esperando a que el agua se retirara de la tierra. 12. Tres grandes cocodrilos estaban tumbados en la orilla del lago y nosotros nos acercamos para ver a las bestias, creyendo que estaban muertas. 13. Pero éstas, al momento, se lanzaron contra nosotros. En alta voz nombramos a Cristo clamando: «¡Cristo, ayúdanos!». Y las bestias, como retrocediendo ante un ángel, se tiraron ellas mismas al agua. Nosotros corríamos sin parar, con la mente ocupada en aquellas palabras de Job, que dicen así: Siete veces te destruí por necesidades, y en la octava no te tocará mal 263. 14. Por todo, damos gracias al Señor que nos libró de tales peligros y nos mostró grandes espectáculos. A Él sea la gloria por los siglos. Amén. Fin de la Historia de los monjes egipcios.

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Job 5,19.

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ÍNDICE DE AUTORES Ammonas, S.: 61, 62 Ananisho de Hedhaiyabh: 35, 36 Antonio el Grande: 62, 87, 112, 139-140, 149, 151, 154, 160162, 165-166 Apolonio de Rodas: 123 Apuleyo, Lucio: 155 Ario Dídimo: 140 Aristón de Quíos: 58 Aristóteles de Estagira: 55, 148 Atanasio de Alejandría: 26, 87, 139 Casiano, Juan: 25, 133 Cicerón, Marco Tulio: 55 Claudiano, Claudio: 48 Clemente de Alejandría (Clemens Alexandrinus): 72, 140 Demócrito de Abdera: 55 Dióscoro de Alejandría: 27 Eliano, Claudio: 93 Estobeo, Ioannes (Stobaeus): 58 Eudoxo de Cnidos: 93 Euquerio, S.: 116 Eusebio de Alejandría: 23, 34, 155 Eutimio, S.: 23 Fabricio (Fabricius): 155 Heródoto de Halicarnaso: 118, 126 Hipólito de Roma (Hippolytus): 72

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Jámblico de Calcis: 112 Jerónimo, S.: 23, 25, 28-29, 36 Josefo, Flavio: 93 Juan de Jerusalén: 25 Juan el Bautista: 51 Leucipo de Abdera: 55 Lucrecio Caro, Tito: 55 Numenio de Apamea: 155 Orígenes de Alejandría (Origen): 27, 60, 72, 93, 140, 155 Pablo de Tama: 61-63 Pacomio, S.: 76 Paladio (Paladius): 28, 47-48, 72, 76, 83, 141-142, 147, 149152, 154-155, 158, 160, 163-165 Platón: 90, 148, 160 Plinio Cecilio Segundo, Cayo: 48, 155 Plotino de Licópolis: 53, 73, 113 Plutarco de Queronea: 55, 93, 152 Porfirio de Batanea (o Tiro): 72 Proclo de Constantinopla: 112 Rufino de Aquilea: 23, 25-26, 28-29, 31-32, 34-35, 41, 47-48, 72, 76, 78-79, 81, 83-84, 107, 109, 121, 123, 129, 133, 139144, 147, 149-152, 154, 160, 163, 165, 167-168 Sexto Empírico: 93 Sócrates escolástico: 27, 142

180

Sozómeno de Salamina: 26-27, 31, 72, 78, 81, 83-84, 109, 123, 129, 141-143, 147, 149-151, 154, 168 Sulpicio Severo: 25 Tales de Mileto: 158 Teodoreto de Cirro: 54 Teófilo de Alejandría: 27 Timoteo de Alejandría: 26-29, 152 Valentín: 140 Zenón de Citio: 58

ÍNDICE GEOGRÁFICO Acoris: 30-31, 129 Adrianópolis: 47 Alejandría: 26-27, 32, 71, 137, 143, 145, 152, 163 Andrápolis: 54, 160 Antinoe: 83 Arsinoe: 143 Babilonia: 44, 85, 143 Belén: 59 Diolcos: 167-168, 170 Egipto: 23-26, 36-37, 41, 44-45, 52, 61, 71, 75-76, 84, 92-93, 99, 118-119, 124, 135, 139, 143, 152, 155-156, 167, 169 Escete: 27, 163

181

Etiopía: 97 Heracleópolis: 133 Hermópolis: 84 Israel: 54, 59, 74, 93 Jerusalén: 25, 29, 54, 59, 101, 105, 163 Mareotis (lago): 171 Menfis: 143 Nilo: 44, 47, 51, 92, 115, 129, 161, 163, 170-171 Nitria: 27, 35, 149, 152, 160-161, 163, 171 Oxirrinco: 79, 81 Siena: 48-49, 169 Sodoma: 103 Tabennesi (Tabennesiotas): 76 Tebaida: 45, 47-48, 72, 76, 79, 83-85, 99, 133, 137, 139, 142, 144, 146-147, 169

ÍNDICE ONOMÁSTICO Aarón: 155, 168 Abraham: 103, 168 Adán: 72, 149 Alejandro Magno: 71 Amón: 76, 106-108, 160-162

182

Amonio: 23, 140, 150, 152 Ana: 51 Antonio: 61-62, 87, 112, 139-140, 149, 151, 154, 160-162, 165-166 Anuf: 121-122 Apeles: 30-31, 129-130, 132 Apolo: 26, 84-89, 91-102, 105 Apolonio (mártir): 32, 144-146 Arán: 103 Astarté: 93 Augusto: 48 Bes: 78 Bías: 158 Buda: 119 Copres: 29-30, 109, 116-117, 121, 128 Cristo (Jesucristo): 42-44, 52, 58, 74-75, 78, 98, 102-103, 108, 112-115, 119, 124, 131, 141, 144, 171 Salvador: 42-43, 46, 52, 69, 75, 84, 91, 94-96, 98, 103104, 113, 120, 122, 136, 138, 145-146, 169 Señor: 43, 45-46, 56, 69, 84-85, 95-96,100, 103, 105, 113, 128, 136, 144-145, 154, 158, 170-171 Espíritu Santo: 87, 100, 121, 123, 131 Daniel: 120 David: 54, 59, 170 Dídimo: 151 Dióscoro: 27, 147 Diotima: 160 Drusiana: 49,160

183

Elí: 51 Elías (monje): 83 Elías (profeta): 74, 83, 98, 100, 120 Elpidio: 83 Eugenio: 27, 48, 71 Eulogio: 141 Evagrio: 23, 27, 35, 140, 152 Faraón: 93, 116, 155 Filemón: 144-145 Graciano: 47-48 Hele: 123-127 Horus: 93 Isaías (abba): 121-122 Isaías (profeta): 84-97 Isidoro: 23, 142 Jeremías: 130 Jezabel: 98 Job: 60, 64, 171 José: 84, 143 Josué: 113 Juan (hijo): 51 Juan: 130-132, 168 Juan de Licópolis: 32, 47, 49-55, 57, 62, 71 Juliano, Flavio Claudio, el Apóstata: 48, 86, 88 Julio César: 71 Litargoel: 137

184

Lot: 103 Macario (alejandrino): 26-27, 35-36, 163-164 Macario (Grande): 26-27, 34-36, 154, 156-160, 163 Mani: 119 María: 84 Maximila: 49, 160 Maximiliano: 144 Máximo: 48 Melania: 25, 41, 158 Migdonia: 49 Moisés: 155, 168 Or: 23, 34, 72-75 Oseas: 130 Osiris: 93 Pablo (abba): 121-122 Pablo (el Sencillo): 35-36, 112, 140, 165-166 Pafnucio: 133-138 Patermucio: 110-117 Piamón: 167 Pitirión: 139 Pedro, S.: 121, 125, 137, 169 Sarapión: 30, 143 Satanas: 122, 130 Malo: 53 Maligno: 62 Satán: 100, 119 Enemigo: 106 Set: 93

185

Sócrates: 90 Surus:121-122 Teodosio: 27, 47-49, 71 Teón: 81 Tolomeo II Filadelfo: 156 Tolomeo III Evergetes: 156 Valentiniano II Arbogasto: 47-48 Yambres: 155 Yanes: 155

CITAS BÍBLICAS Gn 1,3: 86 3,5: 89 3,10: 72 19,1-3: 103 41,57: 143 46,3: 73 Ex 20,17: 154 Nm 22,28: 125 Dt 5,21.: 154 Jos 10,12-14.: 113 Jue

186

18,28.: 170 1S 1-2: 51 1R 17,14: 100 18: 120 19,2,: 98 21,23.: 98 Job 2,9.: 64 5,19.: 169, 171 Sal 45,11 (46,10): 57 65,4.: 137 68,31 (67,32): 97 69,1-2.: 170 69,14.: 170 69,15: 170 74,19.: 145 78,19.: 128 93,12.: 41 93,17.: 69 118,14.: 154 118,87.: 69 119,165.: 43, 137 128,5.: 105, 136 Pr 5,14: 69 18,19.: 69 Is 19,1.: 84 29,14: 85

187

35,1.: 31, 93 54,1.: 31, 92 65,25.: 97 Jer 27: 130 Dn 6.: 120 Os 1: 130 Mt 4,4: 124 4,7.: 70 5,3.: 69 5,15: 30 5,37: 53 7,13: 59 7,14.: 59 7,23.: 70 9,29.: 50 13,45.: 137 14,22-36: 169 16,24: 136 17,20: 113 22,23–33: 43 27,24.: 114 Mc 2,18–27: 43 8,34.: 136 Lc 1: 51 1,37.: 100 4,4.: 124

188

10,19.: 106 11,33: 30 14,11: 61, 64 14,12-31:137 17,28-19.32: 103 18,14.: 61, 64 20,27–40.: 43 Jn 2,4.: 50 4,10.: 51 6,56.: 103 8,44.: 53 11,9.: 113 12,35.: 113 14,12.: 113 Hch 4,32.: 89 8,20.: 116 9,36-43: 169 13,10.: 130 14,14: 50 14,22.: 59 Rom 5,20.: 92 1Co 1,19.: 85 12,6.: 46 2Co 4,7.: 42 6,14-15.: 96 Gá 2,4.: 56

189

5,16.: 123 Flp 1,23: 114 3,20.: 43 1Ts 5,5: 86 5,16-18.: 103 1Ti 2,4: 41 6,12: 65 Tit 2,14.: 85 He 11,1.: 65 11,38.: 117 13,8.: 46 Stg 5,17.: 50

190

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