HISTORIA DEL CONFLICTO SOCIAL EN LA ESPAÑA DE LOS AUSTRIAS (SIGLOS XVI- XVII)

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Madrid, Junio de 2007.

HISTORIA DEL CONFLICTO SOCIAL EN LA ESPAÑA DE LOS AUSTRIAS (SIGLOS XVI-XVII).

Julio Alberto de la Guía Bravo Ldo. Historia Universidad Complutense de Madrid.

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HISTORIA DEL CONFLICTO SOCIAL EN LA ESPAÑA DE LOS AUSTRIAS (SIGLOS XVI-XVII). ÍNDICE 1. INTRODUCCIÓN. 2. CONTEXTO ECONÓMICO. 2.1. EL AUGE ECONÓMICO DEL SIGLO XVI Y LA REVOLUCIÓN DE LOS PRECIOS. 2.2. LA CRISIS DEL SIGLO XVII. 2.3. CONCLUSIONES SOBRE COMO AFECTA A LA POBLACIÓN LA EVOLUCIÓN ECONÓMICA ESPAÑOLA. 3. RASGOS GENERALES DE LA SOCIEDAD ESPAÑOLA EN LA EDAD MODERNA. 3.1. DIVISIÓN ESTAMENTAL. 

NOBLEZA.



CLERO.



ESTADO LLANO O TERCER ESTADO.

3.2. APARICIÓN DE LOS PRIMEROS RASGOS CLASISTAS EN LA SOCIEDAD ESTAMENTAL. 3.3. UNA SOCIEDAD DIVIDIDA EN CASTAS. LOS ESTATUTOS DE LIMPIEZA DE SANGRE. 3.4. LA RELIGIOSIDAD EN LA SOCIEDAD ESPAÑOLA. 3.5. EL CONCEPTO DE HONOR Y HONRA. 4.

MINORÍAS ÉTNICAS Y GRUPOS OPRIMIDOS Y MARGINALES.

4.1. MINORÍAS RELIGIOSAS. 

LOS JUDÍOS.



LOS MUSULMANES.

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4.2. MINORÍAS ÉTNICAS. 

AGOTES.



PASIEGOS.



VAQUEIROS DE ALZADA.



GITANOS.

4.3. GRUPOS MARGINALES URBANOS. 4.4. EL CAMPESINADO AMENAZADO. HAMBRE, GUERRA Y PRESIÓN FISCAL. 5.

CAUSAS Y CARÁCTER DEL CONFLICTO.

5.1.

MIEDO Y MISERIA COMO DESENCADENANTE DEL CONFLICTO SOCIAL.

5.2. CONFLICTOS RELIGIOSOS. LA CUESTIÓN DE LAS CASTAS. 5.3. CONFLICTOS ÉTNICOS. POBLACIÓN SEDENTARIA FRENTE A POBLACIÓN ITINERANTE. 5.4. VIOLENCIA SEÑORIAL Y CONFLICTOS ANTISEÑORIALES. 6.

LA INSTRUMENTALIZACIÓN DEL MIEDO Y LA VIOLENCIA COMO MEDIO DE CONTROL SOCIAL.

7.

CONCLUSIONES FINALES.

8.

BIBLIOGRAFÍA.

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1. INTRODUCCIÓN. Sobre la conflictividad social en España durante la Edad Moderna se ha escrito mucho. Sin embargo, tal vez no se ha escrito un estudio monográfico que aborde de forma global la cuestión de las minorías y los conflictos sociales relacionados con ellas. Existen muchos estudios sobre algunas minorías concretas, como es el caso de moriscos y judíos, tema que ha atraído la atención de muchos historiadores desde hace ya mucho tiempo. Sobre los gitanos se han escrito también algunos estudios monográficos que tratan de forma integral la historia de este pueblo tanto en España, como en el resto de Europa, aunque solo abordan la situación de los gitanos en la Edad Moderna de forma breve y como parte de una historia más general, que suele abarcar hasta el siglo XX. En cambio, la situación de otras comunidades marginales, como agotes o pasiegos, ha sido menos estudiada, sobre todo en cuanto a su pasado histórico. En el transcurso de esta investigación solo he podido localizar algunas obras etnográficas y antropológicas que, afortunadamente, estaban bastante bien documentadas sobre la historia de estos pueblos en la Edad Moderna. Por otro lado, es frecuente en la historiografía reciente tratar la cuestión de la conflictividad social generada en el ámbito rural, como los levantamientos antiseñoriales, o en la ciudad, como el problema de la mendicidad, al margen de la conflictividad relacionada con minorías étnicas. En este estudio trataremos de abordar la conflictividad social de forma global, relacionándola con el contexto social y económico en el que transcurrió el conflicto, y poniéndolo en relación también con el pensamiento religioso e ideológico, que es lo que particulariza el carácter de estas tensiones sociales. Sobre la interpretación de estos enfrentamientos sociales se ha dado muchas veces una visión marxista de los acontecimientos. En concreto se ha hablado de lucha de clases como causa del conflicto. Sin embargo, habría que cuestionarse antes la existencia de clases sociales de tipo capitalista en este momento histórico. Como veremos luego, la sociedad de esta época vivía a caballo entre una estructura social medieval, y las innovaciones sociales propias del capitalismo incipiente de los siglos XV al XVII. La existencia de clases sociales, tal como las entendía K. Marx en su Manifiesto comunista, es descartable en esta época. Más rechazable es aún la posibilidad de una conciencia de clase, que ni la propia burguesía, escasa y débil por otra parte, tenía. Sin embargo, si había una reacción más o menos violenta por el acceso a los recursos y por mejoras en las condiciones de vida, aunque estas reclamaciones de tipo socioeconómico siempre estaban estrechamente vinculadas a un pensamiento tradicionalista y a otros factores como la religión, la identidad colectiva, etc. Nunca se aspiró a lograr un cambio en la estructura social, ni económica, que es el fin que perseguía la lucha de clases de K. Marx.

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El punto débil de la teoría marxista como método de interpretación histórica es, en mi opinión, el menosprecio que se le hace a lo que Marx llamó superestructura, es decir, los aspectos culturales, ideológicos y religiosos de las sociedades. Prescindir de esta superestructura ideológica en el análisis de la conflictividad social supone hacer un análisis superficial e incompleto de los motivos y del carácter de la cuestión. Por esta razón, en nuestra investigación añadiremos al estudio histórico de las minorías y del conflicto social unos presupuestos teóricos tomados de la antropología y la etnología. De este modo abordaremos el problema de las minorías étnicas desde el punto de vista de sus identidades étnicas en confrontación con la identidad de la mayoría dominante, que en este caso era la sociedad cristiana. Con este método se pretende dar un nuevo enfoque a la cuestión de los problemas sociales, penetrando en el sentir colectivo y en los prejuicios que unos y otros se forjaron de su contrario.

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2. CONTEXTO ECONÓMICO. En este primer capítulo de nuestra investigación pasaremos a exponer brevemente los aspectos más generales de la evolución económica y demográfica española durante los siglos XVI y XVII. Esto se hace con la intención de poder encuadrar en su contexto económico los aspectos sociales y el conflicto étnico y religioso, que es el punto central de este tema. Así mismo, dedicaremos un capítulo para analizar las repercusiones directas e indirectas de la situación económica española entre los diferentes grupos sociales. 2.1. EL AUGE ECONÓMICO DEL SIGLO XVI Y LA REVOLUCIÓN DE LOS PRECIOS. La evolución demográfica de España en el siglo XVI se caracteriza por un aumento cuantitativo de la población, motivada fundamentalmente por el incremento de la natalidad y por la disminución de las crisis demográficas, originadas por el hambre, la enfermedad y la guerra. En este aumento demográfico predomina Castilla sobre la Corona de Aragón. Sin embargo, este hecho no debe llevar a error, ya que la demografía en época preindustrial se caracteriza por la alta natalidad, un índice elevado de mortalidad infantil, la amenaza del hambre por las malas cosechas y la enfermedad epidémica por la mala alimentación, lo que genera crisis demográficas de mayor o menor intensidad. Es lo que se denomina ciclo demográfico de tipo antiguo (Vicens Vives, J., 1985: 2223). En cuanto a la economía de este periodo se puede señalar que, según Larraz (ídem: 121), habría dos periodos: el primero comprende los años 1500- 1550, y supone un momento de crecimiento, mientras que la etapa 1550- 1600 muestra síntomas de agotamiento y recesión. El crecimiento de la producción agrícola estaría siempre por debajo de las necesidades que genera la fuerte demanda y sería necesario importar trigo de otras regiones de Europa, lo que generó graves problemas de abastecimiento. Por otro lado, este problema se agravó por la actitud de apoyo de la Corona a la actividad ganadera, que atraía la inversión de capital de la nobleza y de la burguesía enriquecida. La actividad ganadera generaba grandes beneficios, especialmente la ganadería ovina (la Mesta), por la venta de la lana como materia prima a la industria textil extranjera. Esto provocó el debilitamiento de la agricultura y de la industria, que perdió la inversión de un capital importante y también provocó la existencia de un comercio exterior deficitario, ya que se exportaba materia prima y se importaban manufacturas foráneas, afectando aun más a la industria española, que no era competitiva por las limitaciones mencionadas (ídem: 120). En este periodo surge la industria rural o verlag system, que emplea mano de obra rural en trabajos artesanales de poca complejidad y mal remunerados. Destaca en este campo, sobre todo, la industria textil. El comerciante ponía el material y, a veces, los

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medios de trabajo al campesino, y este trabajaba en sus momentos libres (sobre todo en invierno), devolviendo luego la pieza al comerciante, el cual la vendía luego en la ciudad. A pesar de todo, el modelo de trabajo artesanal mayoritario era el taller familiar y el gremio, de herencia medieval (Molas Ribalta, P., 1996: 132- 133). Otra cuestión que ha sido muy debatida es la de la llegada de metales preciosos americanos, que tradicionalmente había sido relacionada con la revolución de los precios, que marcó la coyuntura económica del siglo XVI. La inflación generada en este periodo era relacionada por historiadores como Hamilton, Larraz y Braudel, con la afluencia del oro y la plata de las conquistas en América. La inversión de estas riquezas en la financiación de las guerras de Carlos V (1517-1555) y Felipe II (1555-1598) en Europa imposibilitó la inversión en actividades productivas, tanto en el campo, como en la industria, lo que provocó una subida de los precios, que en el caso de Castilla, con la inflación de 1548- 1558, provocó el inicio de la decadencia posterior. Todo este proceso inflacionista finalizó entre 1600 y 1610, con el inicio de una fuerte depresión económica (ídem: 125- 130). Esta teoría ha sido hoy revisada y se piensa en la revolución de los precios como resultado de factores endógenos, tales como el incremento de la demanda o la especulación, agravados con la llegada de las riquezas americanas. Este aumento de los precios fue anterior e independiente de la llegada de los metales preciosos de América (ídem: 143- 144). La valoración global de este periodo económico se puede calificar como de fracaso por la debilidad industrial, la desviación de Castilla respecto a Europa en cuanto a la subida de los precios, el menor espíritu capitalista de los grupos sociales económicamente poderosos y la política belicista de los Austrias españoles. En la centuria siguiente, España sería reemplazada por otras potencias europeas (Holanda, Francia e Inglaterra) en la vanguardia del nuevo sistema capitalista emergente (Beaud, M., 1986: 33) 2.2. LA CRISIS DEL SIGLO XVII. El siglo XVII se inició con la ruptura del crecimiento demográfico que había caracterizado el siglo anterior. Este descenso demográfico se debió a un recrudecimiento de la mortalidad catastrófica, provocada por las frecuentes hambrunas, las epidemias y las guerras, factores que solían estar relacionados entre si. Así mismo, la expulsión de los moriscos en los años 1609 y 1610 no hará sino agravar el problema. La recuperación de este descenso demográfico no se haría notar hasta mediados del siglo XVII, especialmente en la periferia peninsular, siendo más lenta la recuperación en Castilla (Vicens Vives, J., 1985:216- 222). Respecto a la cuestión de la economía española en el siglo XVII, se puede afirmar que es un periodo de crisis, matizada y con diferentes cronologías según las regiones. Las causas de la crisis económica española en el siglo XVII tienen una base social e ideológica muy clara. Por un lado, la nobleza estuvo prácticamente ausente de cualquier actividad generadora de riqueza y por otro lado, la burguesía en España era un grupo minoritario y débil.

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Esta situación se debía a la consideración moral que se tenía del trabajo y del lucro en los negocios. Se entendía que la nobleza no debía dedicarse a ninguna actividad productiva porque eso perjudicaría su consideración social y estatus. Esta mentalidad de la élite social se extendía a las capas sociales inferiores por imitación de lo que se consideraba prestigioso y digno. Así, la burguesía, tan pronto como lograba beneficios en actividades económicas lucrativas, lo invertía en tierras, convirtiéndose en rentista y retirando capital de la industria y el comercio. Al igual que entre la burguesía, las capas más bajas de la sociedad imitaban, a veces, este comportamiento y ejercían la mendicidad o la delincuencia cuando la subsistencia se hacía muy difícil. El resultado de esta moral del trabajo como algo desprestigioso posibilitó que las actividades relacionadas con el comercio con América recayeran sobre comerciantes de origen extranjero (ídem: 274- 275). Estos comerciantes extranjeros se alojaban en las ciudades portuarias con una importante actividad comercial, y más adelante veremos como era visto este grupo foráneo por los españoles de la época y cuales fueron las reacciones desatadas. La infraestructura económica heredada del siglo XVI era bastante deficiente por el escaso atractivo que ejercían las actividades económicas productivas en los grupos de poder autóctonos. Como ya apuntábamos antes, los productos de la industria extranjera habían irrumpido en España desde el siglo XVI, y durante todo el siglo XVII seguirían siendo comercializados en España y, con el tiempo, acabarían penetrando también en el mercado colonial americano, cuyo monopolio supuestamente pertenecía a la Corona española. Por otro lado, los metales preciosos americanos, ahora sobre todo plata, siguieron siendo invertidos en las guerras de Europa en las que estaba inmersa la Monarquía española. De este modo, siguió la economía española sin inversiones importantes de capital en las actividades económicas que estaban generando riqueza en esta época, la industria y el comercio, lo que gestó la imagen de ficticia riqueza del país (ídem: 274276). Entre 1621 y 1630 todavía se puede constatar un periodo inflacionista, pero ya en 1630 se experimenta un descenso de los precios y también de la llegada de metales preciosos americanos. Entre 1641 y 1650 se observa también una disminución del tráfico comercial (ídem: 277). En este periodo son frecuentes las alteraciones monetarias y las quiebras del Tesoro Real. En el capítulo siguiente veremos cuales son las repercusiones económicas de estas alteraciones monetarias en la sociedad. Entre 1664 y 1680 una fuerte crisis acaba por arruinar definitivamente a Castilla, el motor económico de la Monarquía española. Esta crisis fue más sentida en Castilla que en la Corona de Aragón, que en este momento experimenta una creciente recuperación, motivada por una nueva moral ante el trabajo (ídem: 278). Al analizar los diferentes sectores de la economía, se constata la crisis en ámbitos concretos. El primer de estos ámbitos es la agricultura, que experimenta un proceso de

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productividad decreciente. Se trata de una agricultura tradicional y de subsistencia, mayoritariamente. En este momento se produce el endeudamiento del campesinado y la perdida de sus tierras en favor de los grandes latifundistas terratenientes que concentran en sus manos la mayor parte de las tierras. Hay, por tanto, una descapitalización del campesinado (ídem: 278-279). En cuanto a la ganadería, se puede señalar que, como en el periodo anterior, se le da un trato de favor a las actividades ganaderas sobre las agrícolas, trato de favor que se reconoce legalmente en leyes y privilegios. Esta discriminación de los agricultores frente a los ganaderos generará, como veremos en los próximos capítulos, frecuentes conflictos entre diferentes poblaciones. Además, en este sector, se da un incremento de la ganadería estante (ídem: 280). En el sector de las industrias, o más propiamente el de las artesanías se puede observar un fuerte colapso, superado por Cataluña a mediados del siglo XVII. Al igual que la artesanía, el comercio también se retrajo considerablemente, especialmente el colonial, ya que en 1667, por el tratado hispano- inglés, España perdía el monopolio del comercio con la América colonial, que ahora debía compartir con Inglaterra, aunque ya antes se estaban infiltrando manufacturas europeas de contrabando en las colonias americanas españolas (ídem: 280- 284). Por otro lado, el comercio interior encontraba numerosos obstáculos por el elevado número de aduanas que existían entre los territorios peninsulares de la Corona española (ídem: 285). Esto provocaba, muchas veces, problemas graves de abastecimiento del interior de la península, más incomunicada de los puertos de entrada del trigo importado. Por último, debemos aludir al incremento de la presión fiscal que tiene lugar en este siglo, y ello es el resultado de la demanda de recursos económicos por parte de la Corona, que se encontraba librando importantes guerras en Europa, en las que estaba en juego la lucha por la hegemonía europea (ídem: 286). Esto tenía lugar a la vez que se sucedían las crisis monetarias y las bancarrotas del Tesoro Real, lo que provocó que el coste económico de la política exterior española recayera directamente sobre las maltrechas economías de los pecheros. 2.3. CONCLUSIONES SOBRE COMO AFECTA A LA POBLACIÓN LA EVOLUCIÓN ECONÓMICA ESPAÑOLA. La evolución económica de los siglos XVI y XVII afectaba de diferente modo a la sociedad en función del estamento al que pertenecía el individuo, su actividad profesional, su hábitat urbano o rural y otros muchos factores que determinaban la posición social del individuo en la sociedad. Ya hemos visto la escasa inversión de capital que hubo en la producción agrícola, al contrario de lo que ocurrió con la ganadería. Esto provocó que la mayor parte de la población sobreviviera con una economía de autosubsistencia, en la que el campesino cultivaba aquello que iba a consumir y producía él mismo la mayoría de las herramientas y mobiliario doméstico que necesitaba.

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La economía de los campesinos era completada con caza, pesca y recolección y había un escaso empleo de la moneda, predominando el trueque. Así mismo, la naciente industria rural posibilitó la supervivencia de una parte de la población rural en algunas regiones, que pudo completar su escasa economía (García Martín, P., 1985: 6- 10). Sin embargo, al ser la artesanía una actividad minoritaria dentro de la economía de esta época, es de suponer que serían pocos los que pudieron beneficiarse de estos ingresos extras. En general, el campesinado vivió en la miseria y su mayor preocupación era poder comer cada día (ídem: 20- 22). Por otro lado, tenemos la cuestión de las alteraciones monetarias que se dan a lo largo de la Edad Moderna. Este hecho agravaba las diferencias sociales en algunos casos, pero también compensaba otras desigualdades en otros casos. En general, el debilitamiento de la moneda beneficiaba positivamente al campesinado y a las clases bajas endeudadas, mientras que su fortalecimiento beneficiaba más a las clases rentistas. Las clases bajas urbanas se veían muy afectadas por el fortalecimiento monetario, a lo que solían responder violentamente. Podemos señalar también la mayor preparación de los trabajadores afiliados y agremiados de las ciudades, así como las clases altas con un mayor patrimonio económico, para resistir las fluctuaciones monetarias. Es más, los grupos económicamente poderos, que podían acumular moneda, la guardaban durante cierto tiempo para poder especular con los precios en beneficio propio (García Guerra, E. M., 2000: 54- 58). Esta era una manera de incrementar enormemente el patrimonio de los más poderosos, a costa de la miseria de los más pobres. Todos los problemas derivados de la situación económica y del orden social establecido se manifestaron en forma de conflicto social, provocado muchas veces por la imposibilidad del acceso a los recursos, pero que también presentaba otros muchos aspectos ideológicos, religiosos y culturales. 3. RASGOS GENERALES DE LA SOCIEDAD ESPAÑOLA EN LA EDAD MODERNA. Igual que hiciéramos con la economía, pasaremos a exponer una serie de características generales sobre la sociedad de esta época y algunos aspectos concretos, que son fundamentales a la hora de estudiar las causas y el carácter del los conflictos sociales en la España de los Austrias. En los siguientes apartados trataremos los aspectos generales de la división estamental de la sociedad, para luego tratar de analizar el concepto de casta étnicoreligiosa, los primeros aspectos clasistas que intervienen en las relaciones sociales, el sentimiento religioso en la cosmovisión de la sociedad y finalmente el concepto de honor y honra en la base de las relaciones sociales. El análisis de todos estos elementos que intervienen en la organización social, pretende romper con la rígida clasificación de la sociedad en estamentos y su subdivisión en grupos sociales en función de su situación económica.

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3.1. DIVISIÓN ESTAMENTAL. La división social del Antiguo Régimen estaba basada en la existencia de tres estamentos, originados en la Edad Media, y que se mantienen hasta el siglo XIX, en el caso de España. Estos tres estamentos sociales eran la nobleza, el clero y el estado llano o tercer estado, de los cuales dos de estos estamentos eran privilegiados (nobleza y clero) y uno era no privilegiado (estado llano). La diferencia fundamental entre los estamentos privilegiados y el no privilegiado era la obligación de este último estamento de pagar impuestos directos, mientras que la nobleza y el clero estaban exentos de estas contribuciones. Dentro de este sistema de estamentos, operaban otros dos sistemas de clasificación social, que eran el sistema de castas (particular de la estructura social española) y el sistema de clasificación patrimonial capitalista. El sistema de castas, como veremos después, establecía una división de la población en tres castas religiosas: la cristiana (luego cristianos viejos), la musulmana (luego moriscos conversos) y la judía (posteriormente judíos conversos). En cuanto a la clasificación patrimonial, se insertaba dentro de cada estamento, estableciendo diferencias socio-económicas entre los miembros de cada uno de los tres estamentos (Alvar Ezquerra, A., 1996: 31- 32). Cada uno de los tres estamentos cumplía, teóricamente, una función específica dentro de la pirámide social, y esta división estamental estaba sancionada jurídicamente. La nobleza era el estamento militar, encargado de la defensa del clero y el estado llano, el clero era el que velaba por las almas de la nobleza y el estado llano, y este último era el que, con su trabajo, mantenía a los dos estamentos privilegiados, a través de los impuestos directos que estaba obligado a tributar. La pertenencia a uno u otro estamento se adquiría por nacimiento y en teoría solo el estamento eclesiástico estaba abierto a la nobleza y el estado llano, mientras que supuestamente la nobleza estaba vedada para el estado llano, y el estamento nobiliario difícilmente perdía su condición noble. Sin embargo, el factor económico resquebrajará este sistema rígido de estamentos, permitiendo la promoción social a través del dinero (ídem: 32). 

NOBLEZA.

Como apuntábamos antes, la nobleza era hereditaria y solo el rey podía conceder el título nobiliario como recompensa por los servicios prestados a la Corona. En su origen, estos servios prestados a la Corona eran de tipo militar, sin embargo, a partir del siglo XVI estos servios son económicos (Alvar Ezquerra, A., 1996: 33), por lo que comienzan a acceder a la nobleza individuos que proceden de los sectores más enriquecidos del tercer estado: la burguesía. La Monarquía podía vender hidalguías, títulos nobiliarios y jurisdicciones o vasallos, siendo, de hecho, los títulos nobiliarios los que más se vendieron a lo largo del siglo XVI y XVII, pasando de 50 títulos a comienzos del siglo XVI, a casi 300 a fines del siglo XVII. Por esta razón, existían diferencias de prestigio social entre la vieja nobleza, surgida durante la Reconquista, la nueva nobleza, originada en el siglo XV y la novísima, originada a partir de la compra de títulos desde el siglo XVI (ídem: 33).

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La nobleza, como grupo privilegiado, estaba exenta de pagar tributo y existían diferencias económicas y de prestigio social entre los diferentes títulos nobiliarios. La alta nobleza estaba formada por los Grandes de España, la media nobleza comprendía a duques, marqueses, condes, vizcondes y barones, y en la baja nobleza figuraban caballeros e hidalgos (ídem: 34). El porcentaje de población noble en la España de los Austrias era mayor en el norte de la Península, aunque de menor estatus y patrimonio, mientras que en el centro peninsular el porcentaje de la nobleza sobre la población total disminuía, a la vez que su patrimonio y su estatus eran mayores. Por último, las regiones de Galicia, Extremadura, La Mancha, Murcia y Andalucía, concentraban el menor porcentaje de nobles, que a su vez, eran la nobleza de mayor rango y patrimonio de España (ídem: 35). La nobleza obtenía sus ingresos a partir de diversas rentas y como pago a sus servicios prestados a la Corona. Algunas de estas rentan eran enajenadas a la Corona y cobradas por la nobleza como pago por servicios prestados, rentas señoriales, territoriales, etc., así como monopolios que cobraban a sus vasallos y que fueron objeto de numerosos pleitos antiseñoriales. Además de estos ingresos, la nobleza podía dedicarse al comercio, fundamentalmente de excedentes agrícolas, y al préstamo financiero, y podían aumentar y proteger sus patrimonios a través de alianzas matrimoniales y mayorazgos, que impedían la desvinculación del patrimonio del linaje familiar (ídem: 35- 44). La mayor aspiración nobiliaria era el acceder a una Orden Militar, para la que se exigían pruebas de limpieza de sangre y de hidalguía, lo cual suponía un prestigio social reconocido, sin embargo, a lo largo del siglo XVII se empezó a vender hábitos de Órdenes sin ninguna garantía de pureza de sangre, ni de pertenencia nobiliaria, por lo que estas Órdenes cayeron en el desprestigio. Las cuatro grandes Ordenes Militares eran la de Santiago, Calatrava, Alcántara y Montesa, que poseían una enorme riqueza en rentas y bienes, y cuyo maestrazgo logró acaparar la Corona desde el periodo de los Reyes Católicos (1474- 1516), en un proceso que culminó con Felipe II (1555- 1598). Estos caballeros pertenecientes a las Órdenes Militares debían, teóricamente, guardar voto de pobreza, de castidad y hacer rezos canónicos, que al final se redujo a un mero trámite protocolario y simbólico (ídem: 4445). La nobleza entendía que debía poder gastar su fortuna sin ningún tipo de límite, como símbolo de su prestigio, su poder económico y su rango, pero, aunque estaban exentos de tributo, debían contribuir con sus donativos a las necesidades económicas de la Corona, cuando requería recursos económicos para la política militar de España en el ámbito europeo (ídem: 39). 

CLERO.

Una de las divisiones que se pueden aplicar al clero es la distinción de un clero regular y un clero secular.

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El número de clérigos a finales del siglo XVI era de unos 90.000 religiosos, de una población de 7.500.000 de habitantes (1% de la población total). En el siglo XVII hay un aumento del porcentaje de religiosos dentro de conjunto total de la población, lo que evidencia la falta de vocación y de preparación de muchos clérigos, que ingresaban en este estamento para huir de la miseria (Alvar Ezquerra, A., 1996: 45- 47). Como en el caso de la nobleza, existían fuertes diferencias socio-económicas entre los diferentes rangos eclesiásticos y entre las diferentes parroquias. Los ingresos del estamento eclesiástico provenían de su función como cuidadores de almas (diezmo e ingresos extraordinarios, como el cepillo de la iglesia, donaciones, etc.), y de otras actividades económicas (sobre todo préstamos y alquileres). De este modo, los mayores ingresos se obtenían del diezmo, rentas de fincas rústicas y urbanas y rentas de juros y censos, mientras que los ingresos menores se derivaban de ofrendas, misas, administración de sacramentos, etc. (ídem: 48- 49). Los Arzobispados, Obispados, y Monasterios tenían sus propios señoríos eclesiásticos (tierras de abadengo), de los que se cobraban rentas señoriales, y que funcionaban igual que los señoríos laicos, y al igual que la nobleza, el estamento eclesiástico debía contribuir con sus riquezas a las necesidades de la Corona cuando requería esta ayuda para su lucha por la defensa de la Fe Católica contra los turcos y contra los protestantes (ídem: 49- 52). Por otro lado, a finales del siglo XV era ya evidente el deterioro moral y profesional de muchos clérigos, que no cumplían con sus obligaciones religiosas y que además se encontraban, muchas veces, sin la más mínima formación intelectual, necesaria para el desempeño de sus obligaciones espirituales y pastorales. Algunos clérigos, ya desde principios del siglo XVI entendieron que era necesaria una reforma del clero, para evitar estas corruptelas y la falta de formación del clero. Entre estos clérigos que pretendieron una reforma parcial de la Iglesia de su tiempo destacaba el Cardenal Cisneros. Sin embargo, no sería hasta el Concilio de Trento (1545- 1563) cuando se pusieron las bases definitivas para una renovación espiritual, intelectual y cultural de la Iglesia católica (ídem: 52- 54). 

ESTADO LLANO O TERCER ESTADO.

El denominado tercer estado o estado llano es un heterogéneo estamento del que forman parte los más diversos grupos socio-económicos. Como ya vimos antes, en la parte introductoria de este capítulo sobre la sociedad estamental, el tercer estado es aquel que está obligado al pago de tributo, y que por tanto es el único de los estamentos no privilegiados. Para analizar sus componentes sociales haremos una primera distinción entre aquellos que residen en la ciudad y los que residen en el área rural. Entre los que residen en la ciudad se puede citar, en primer lugar, la burguesía, grupo socio-económico difícilmente definible, pero que se interpreta como una clase media, entre el tercer estado y los estamentos privilegiados. Jurídicamente pertenecen al tercer estado, por lo que no se les reconoce ningún derecho, ni privilegio distinto al resto de los grupos sociales que forman este estamento. Sin embargo, en la práctica,

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poseían un elevado nivel económico, en muchos casos mayor que el de muchos nobles y clérigos. Esta solvente situación económica de la que gozaba la burguesía era el resultado de las inversiones económicas en diversas actividades financieras, comerciales, y artesanales, sin embargo, estas recientes fortunas pronto fueron invertidas en la compra de títulos de nobleza, y en tierra, por lo que las actividades económicas a las que se habían dedicado y con las que se habían enriquecido dejaron de recibir el capital necesario para su mantenimiento. A partir de mediados del siglo XVI hay un descenso de las inversiones en actividades económicas propiamente burguesas, con lo que el proceso de desarrollo económico y social que se dio en otras partes de Europa occidental, aquí fue bruscamente frenado por las aspiraciones nobiliarias de la burguesía, que podía acceder a la compra de los títulos nobiliarios ofrecidos por la Corona, y por el riesgo social que implicaba enriquecerse a través del negocio en la España de la limpieza de sangre y la sospecha sobre posibles falsos conversos enquistados en la sociedad (Alvar Ezquerra, A., 1996: 54- 57). Otro grupo social urbano era el de los trabajadores artesanales, que podían estar agremiados o no, aunque generalmente los trabajos no agremiados padecían una mala reputación social dentro del mundo urbano, ya que solían ser trabajos muy desprestigiados por la sociedad. En el gremio existía una jerarquización de los grados de los artesanos, que eran de mayor a menor rango el maestro, el oficial y el aprendiz. El gremio se regía por unas ordenanzas muy inmovilistas, que les protegían de la competencia, y se agrupaba en torno a una cofradía, para la que se exigían pruebas de limpieza de sangre, y donde se facilitaba socorro mutuo en caso de necesidad. Entre los gremios había una jerarquía de los más prestigiosos a los más humildes y había trabajos mejor considerados que otros, lo que generaba la exclusión social de los trabajadores menos reconocidos socialmente por su oficio. Sin embargo, a lo largo del siglo XVI, surgen individuos que logran crear un sistema de trabajo artesanal al margen de los gremios y de la ciudad, sirviéndose de mano de obra rural para la elaboración de productos que luego comerciaban en la ciudad, en un sistema conocido como verlag system o domestic system (ídem: 57- 58). La ciudad estaba habitada también, además de por burgueses y artesanos, por varios tipos de marginados sociales, como delincuentes, pícaros, prostitutas, mendigos, etc., además de esclavos, aunque estos últimos eran un grupo minoritario por el carácter lujoso del comercio de esclavos en el interior de España (ídem: 61). En el área rural existían también grades diferencias socio-económicas entre los campesinos. Se pueden definir tres tipos de campesinos: los principales, propietarios de tierras y ganado que formarían una especie de burguesía agraria u oligarquía agraria, los labradores y ganaderos, que eran pequeños y medianos propietarios, y , por último, los jornaleros, que eran campesinos sin tierras que ofrecían su fuerza de trabajo a cambio de un salario, y que vivían en una grave miseria, y parece que eran la mayoría del campesinado, tal vez un 75%, (ídem: 58- 60).

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Por otro lado, la situación y condiciones de vida del campesinado variaba en función de la relación que se establecía entre el campesino y el señor, pudiendo ser el campesino libre, como mayoritariamente era en Castilla, o siervo, como era predominante en la Corona de Aragón (ídem: 58 y 60). 3.2. APARICIÓN DE LOS PRIMEROS RASGOS CLASISTAS EN LA SOCIEDAD ESTAMENTAL. En el siglo XVI se inicia el proceso de desarrollo del capitalismo, que en un principio se trataba de capitalismo mercantil. A lo largo de este proceso surge la burguesía mercantil y financiera, se desarrolla la afirmación del hecho nacional, se va formando el Estado moderno, se incrementa el tráfico comercial, que alcanza ahora una escala planetaria, surgen los primeros imperios coloniales, se mejoran las comunicaciones, y también se origina una renovación progresiva de la mentalidad (Beaud, M., 1986: 21). Esta nueva mentalidad que se va gestando, basada en el trabajo como algo honorable y legítimo para el enriquecimiento, pronto estuvo reconocida por la religión protestante, al contrario de lo que se pensaba en el mundo católico, que condenaba la práctica de la usura (ídem: 22). Sobre la rígida estructuración social del sistema de estamentos se irá imponiendo desde el siglo XVI nuevos factores de diferenciación social relacionados con la capacidad adquisitiva. Estos nuevos factores económicos, como criterios de diferenciación social, fueron resquebrajando el sistema estamental heredado de la Edad Media, generando una polarización socio-económica dentro de cada estamento y permitiendo, al la vez, el ascenso social de ciertos individuos del estado llano, que por su capacidad adquisitiva aspiran y logran con frecuencia el acceso al estamento nobiliario (Alvar Ezquerra, A., 1996: 31). De este modo, el estamento daba un estatus social adscrito por nacimiento, mientras que la capacidad individual de obtener beneficios económicos a través del trabajo, cosa desdeñable para los valores ideológicos de la nobleza, aportaba un estatus adquirido (Kottak, C. P., 1996: 60). La existencia predeterminada de un estatus adscrito y la irrupción de un nuevo estatus adquirido entraron en conflicto, generando cierta conflictividad social más o menos intensa, según la época y el caso concreto. Sin embargo, la conciencia burguesa del enriquecimiento a través del negocio no se desarrolló en España, originándose una entrada de estos burgueses en el estamento nobiliario y retirando su capital de los negocios que producían riqueza y que habían sido los propios de la burguesía española de un primer momento, y la de la burguesía europea a lo largo de toda la Edad Moderna. A fines del siglo XVII la burguesía era prácticamente inexistente, ya que los escasos burgueses enriquecidos habían ingresado en la nobleza y abandonado sus negocios, por lo que la sociedad estaba fuertemente polarizada entre la nobleza, con más o menos riqueza, y el tercer estado, que siguieron siendo trabajadores con más o menos recursos. Faltaba una clase media (Alvar Ezquerra, A., 1996: 55).

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Otro factor por el que no llegó a desarrollarse plenamente un sistema capitalista en la España de los Austrias era la existencia del mayorazgo, institución que impedía la desvinculación de los bienes de la familia poseedora, y de la que se benefició buena parte de la nobleza de la época, ya que suponía la base económica de la existencia del estamento nobiliario. Esto provocó que buena parte del capital existente en el país estuviera al margen del mercado, y por este inmovilismo de capital se impidió la inversión en negocios que generasen riqueza. Es decir, que el mayorazgo retiró del libre mercado una muy importante cantidad de capital e impidió que se diese una transición de la sociedad estamental a la sociedad de clases, propiamente capitalista (Clavero, B., 1974: 404411). Al finalizar el siglo XVI, España, que había encabezado el desarrollo capitalista, sobre todo a partir de la conquista de América y el establecimiento de un tráfico comercial intercontinental, perdió la dirección de este proceso en favor de las nuevas potencias europeas emergentes, como Holanda, Inglaterra y Francia, que experimentaron su mayor apogeo a lo largo del siglo XVII (Beaud, M., 1986: 33). A pesar de todo, aunque no se desarrolló una clase media burguesa, si se aceptaron algunos de sus valores morales e ideológicos, y el dinero, como medio de promoción social siguió siendo muy eficaz, como en el caso de la compra de la limpieza de sangre. Esta influencia ideológica del incipiente capitalismo sobre la sociedad estamental se puede observar, por ejemplo, en el cambio de actitud que se tiene hacia la pobreza, donde la mendicidad pasa de ser un derecho cristiano, a la vez que la limosna era una obligación, a ser considerada un problema social de inseguridad e inestabilidad y, sobre todo, un desaprovechamiento de fuerza de trabajo útil, que denota una clara mentalidad capitalista sobre la moral del trabajo (Franco Rubio, G. A., 1998: 93- 94). 3.3. UNA SOCIEDAD DIVIDIDA EN CASTAS. LOS ESTATUTOS DE LIMPIEZA DE SANGRE. A menudo, cuando se estudia la sociedad española de la Edad Moderna, se centra toda la atención en aspectos económicos o se afronta la cuestión sobre la base del análisis de la sociedad estamental, sin embargo rara vez se analizan las peculiaridades de las identidades colectivas que forman esa sociedad. Este es el caso de R. García Cárcel, que en su obra La vida en el Siglo de Oro, 1, nº 129 (1985a: 24- 26), dedica un apartado al estudio de la identidad colectiva de los españoles de esta época, y sin embargo solo se refiere a la identidad en el marco familiar, jurídico-institucional y nacional. Un factor esencial en el marco de las relaciones sociales era, como ya vimos en el capítulo sobre la sociedad estamental, la existencia de la casta como criterio de diferenciación étnica y social. Por esta razón vamos a estudiar aquí cuales eran esas castas y como operaban dentro de la sociedad española de la época. Para este capítulo de nuestra investigación vamos a emplear como fuente principal la obra La realidad histórica de España, de Américo Castro (1971: 28- 67), que se considera un clásico en el estudio de la historia de España y que es posible que halla

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sido ya más o menos superada por otros estudios posteriores, pero que, sin embargo, se puede obtener una información fundamental para la comprensión del sistema de castas en la España de la Edad Moderna, información que, al menos que sepamos, no ha sido rebatida hasta la fecha. Según Américo Castro, la existencia de tres castas étnico- religiosas en España desde la Edad media, como resultado de los avances de la Reconquista cristiana sobre los territorios hispanomusulmanes, condicionó la posterior evolución histórica, social e ideológica española durante los siglos de la Edad Moderna, e incluso se pretende que algo de esto quedase impregnado en el subconsciente colectivo de los españoles en la actualidad. Las tres castas a las que se refiere este autor son la casta cristiana, la judía y la musulmana, con las variantes conversas de estas dos últimas castas mencionadas. Estas tres identidades colectivas se originan y se revitalizan mediante la oposición común entre las tres castas, como afirma Américo Castro (ídem: 28), idea que también la encontramos en A. Maalouf (2005: 22- 23). A la vez que surge una conciencia colectiva de pertenencia a una casta determinada, se origina también una imagen y una opinión arquetípica sobre las castas contrarias a la propia (ídem: 29). Estas castas se identifican por el factor religioso, de modo que es la religión judía, cristiana o musulmana la que se antepone, como criterio de identidad, a otros criterios de identificación grupal. En el caso de la casta cristiana, la filiación al cristianismo suponía una connotación nacional, de pertenencia al pueblo español, cuyo concepto todavía estaba en proceso de formación, ya que hasta el siglo XIX no surge una idea nacionalista de España. Esta identificación de lo cristiano con lo español fue el resultado de la oposición de la identidad propia frente a la identidad musulmana, cosa que ocurría paralelamente a la receptividad de elementos ideológicos y culturales islámicos por parte de la casta cristiana. Por esta razón había un difícil equilibrio entre la oposición y la convivencia de las castas cristiana, judía y musulmana (Castro, A., 1971: 29- 31). En este contexto, se desarrolla el concepto de castizo, que se refiere a la pertenencia a un linaje limpio de sangre, es decir, sin antepasados de ninguna de las dos castas “rivales”. De este modo se pretendía que la convivencia de las tres castas debía basarse en una estricta endogamia, sin mezcla biológica entre las distintas castas. Sin embargo, la aparición de los conversos, a los que se veía como un peligroso intruso en la casta cristiana, generó a corto plazo fuertes tensiones sociales (ídem: 31- 33). La necesidad de la convivencia de las tres castas venía marcada por la complementariedad que existía entre ellas, de modo que ninguna de las castas era prescindible para el conjunto de la sociedad, ya que judíos y, en menor medida, moriscos realizaban las actividades profesionales que la casta cristiana detestaba y que, por su actitud hacia el trabajo, no se podía permitir, ya que estos trabajos eran considerados como impropios de cristianos viejos. Es decir, que las gentes limpias de sangre debían rechazar estas actividades, que eran sobre todo comerciales y financieras

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(las propiamente burguesas), si no querían ser sospechosas de tener un origen morisco o judío (ídem: 36, 43- 48). Para la casta cristiana del siglo XVI y XVII las otras dos castas, la judía y la morisca, tenían un carácter impuro, y esta impureza era transmitida de generación en generación a través de la sangre, concepto este de la transmisión de la impureza por medio de la sangre que se ha observado en numerosos pueblos primitivos (ídem: 45). La casta cristiana, ausente en toda actividad propiamente burguesa, que era la que empezaba a generar riqueza y nuevas formas de prestigio social, se dedicó a la actividad guerrera, expandiéndose su hegemonía por Europa. Para un cristiano la única forma de alcanzar la gloria, el honor y el prestigio social era a través de la guerra, guerra que además era santa, ya fuera contra los turcos o contra los protestantes. Por otro lado, mientras los cristianos se dedicaban a la actividad militar, la casta hebrea se enriquecía y ganaba prestigio a través del comercio y las finanzas, rivalizando en importancia con la casta cristiana (ídem: 42- 43, 47- 48, 54- 60). La sociedad cristiana radicalizaba su sentir religioso a la vez que los antiguos judíos y musulmanes se convertían al cristianismo, originando el problema converso y el endurecimiento de los estatutos de sangre, ya que se temía el contagio de la impureza de los falsos conversos (ídem: 48- 54). Esto hizo que la convivencia ya no fuera posible, porque para los cristianos, los judíos y los musulmanes era ya solo unos peligrosos competidores frente a las ansias de gloria, la conciencia de superioridad y la necesidad de pureza racial y religiosa de un pueblo que se consideraba a si mismo elegido por Dios (ídem: 44- 45). 3.4. EL PENSAMIENTO Y LA RELIGIOSIDAD EN LA SOCIEDAD ESPAÑOLA. Para comprender la mentalidad y la actuación de la sociedad de esta época es fundamental detenernos brevemente en la cuestión de las creencias religiosas, que impregnan todos los aspectos de la vida de cualquier individuo de esta época, independientemente del estamento o la casta a la que pertenece y el estatus social que tenga. En esta época, según R. Shaeffer (Eliade, M., 1996: 517- 531), la línea divisoria entre lo sagrado y lo profano se va desdibujando, dándose una fusión entre ambos aspectos, cuyo resultado se manifiesta tanto en el pensamiento religioso, como en el científico. Debemos tener muy en cuenta la cantidad de población que vivía en el entorno rural en esta época, y por tanto la relación íntima y sacralizada que mantenía la población con el medio natural en el que vivía. Bajo la apariencia de las creencias y la liturgia cristianas se manifestaban multitud de creencias y rituales precristianos, de origen antiguo. Este tipo de rituales y creencias religiosas que podemos denominar paganas son claramente visibles, y con multitud de ejemplos, en la obra de J. G. Frazer, La rama dorada, que testimonia este tipo de prácticas todavía a finales del siglo XIX, y en Julio Caro Baroja, en su obra Los Pueblos de España (segundo volumen de la obra).

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Sin embargo, no podemos pararnos aquí en el estudio pormenorizado de estas prácticas religiosas paganas, debido al carácter introductorio de este apartado, al igual que tampoco podemos detenernos en el análisis de la religión islámica, ni judaica. Por esta razón nos centraremos en el sentir religioso de la sociedad cristiana, porque era la mayoritaria y porque además, es la religión cristiana la que actúa muchas veces como factor de exclusión social de la minorías sociales y como alentadora de revueltas sociales. Jean Delumeau, en su obra El miedo en Occidente, hace una distinción entre las creencias y temores de las clases populares, y una superestructura ideológica y de terror fomentada e impuesta por la élite social. Sin embargo, otros autores defienden un cuerpo de creencias y de prácticas ceremoniales comunes a toda la sociedad, integrado por la doctrina y liturgia oficial y las creencias y rituales paganos (VV. AA., 2000: 208209). La sociedad de esta época mantenía una dialéctica constante con el terror y lo demoníaco, que se convertía en respuesta de aquello en la naturaleza que no era comprensible. Los fenómenos naturales se explicaban desde la cosmovisión de lo sagrado. El terror colectivo tendía a buscar rápidamente un chivo expiatorio que limpiara el pecado de la impureza. La búsqueda de este chivo expiatorio, como veremos después, podía manifestarse en forma de tumulto antisemita, en el aislamiento de los agotes (que eran considerados impuros por naturaleza), o como en el caso de un morisco, que en el momento de ser ajusticiado por salteador se confía a Mahoma, lo que le vale el ser linchado por la multitud que se agolpaba para ver el espectáculo (ídem: 211- 215). El terror colectivo venía alimentado también por la convivencia constante con la muerte, que se presentaba en forma de guerra, de hambruna, de enfermedad, etc. Frente a esta actitud de terror, se va gestando un sentimiento de aprender a vivir preparándose para la muerte y disfrutando la vida (carpe diem). Esta mentalización sobre la muerte se observa en las numerosas obras de arte y en la literatura de la época (ídem: 218- 221). Sin embargo, los temores más frecuentes entre la población se tratan de contrarrestar a través de la magia, es decir, la intervención humana en los designios de Dios (u otros seres espirituales) en beneficio propio. Surgen así, multitud de saludadores, ensalmadores y santiguaderas, además de brujas y otros muchos personajes relacionados con el tema mágico (ídem: 229- 237). En el caso de la brujería, se recurría a ellas (porque eran mayoritariamente mujeres) fundamentalmente con la finalidad de conseguir beneficios personales en los campos de la salud, lo económico, el sexo y el conocimiento del futuro (García Cárcel, R., 1985b: 32- 33). El terror colectivo era alimentado desde el púlpito por el clero, que atemorizaba a los fieles con imágenes dantescas del Infierno. Todo este mensaje amenazador y coercitivo resultaba muy eficaz entre una población muy religiosa y supersticiosa, que no establecía límites claros entre el plano mundano y el divino, confundido por la magia y creencias ancestrales (VV. AA., 2000: 216- 217, 229 y 236). Pero además, la religión podía servir como base ideológica de revueltas populares, que tenían un marcado carácter mesiánico y milenarista, no siendo raro que algunos clérigos fueran los propios incitadores a la subversión (Zagorín, P., 1985a: 182). Como

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ejemplos de este tipo de revueltas con tintes mesiánicos y milenaristas cabe citar la rebelión de la Comunidades y las Germanías, así como la revuelta morisca de la Alpujarras. Este tipo de revueltas milenaristas se basaban en una ideología salvacionista, que pretendía el retorno a un momento primigenio e idealizado en el que había paz, justicia, prosperidad, y donde no cabía ningún tipo de abuso de los grupos poderosos. Eran movimientos que pretendían una regeneración total en todos los aspectos, por los que se expiaba el pecado original y se purificaba el mundo. A veces, se pretendía la segunda venida de Cristo y el Juicio Final, que establecería el reino de Dios en la Tierra (ídem: 198- 203). Estos planteamientos místicos de los rebeldes escondían, tras estas ideas, aspiraciones de mejorar sus precarias condiciones de vida, sacudidas por el hambre, la guerra, la enfermedad, los impuestos, abusos señoriales, etc. (ídem: 201). 3.5. EL CONCEPTO DE HONOR Y HONRA. Otro gran factor que funciona en el marco de las relaciones sociales es el honor personal de cada individuo, honor, que reconocido por el resto de la sociedad se convierte en honra, es decir, la consideración que se tiene del honor personal en el entorno social en el que se desenvuelve el individuo. El honor proporcionaba la estima social al individuo en el marco social en el que vivía, y su valor era equiparable a la de la propia vida, de hecho el deshonor era comparable a una muerte social (Aríes, P. y Duby, G., 1989: 589). En principio, el honor era algo privativo de la nobleza, que obtenía su estima por su pertenencia a dicho estamento, sin embargo, este concepto se extiende a las capas populares de la sociedad, que toman el honor como algo propio, imitando a la nobleza. El honor se fundamenta en la reputación social del individuo y de la familia en el marco de las relaciones sociales de la comunidad, lo que genera una estrecha vigilancia de los comportamientos y actitudes de todos los miembros de la comunidad, en la que los miembros cumplen una función policial sobre el comportamiento del prójimo. En este tipo de sociedad, en la que el honor debe ser mostrado y defendido públicamente, era muy frecuente la injuria, que consistía precisamente en cuestionar el honor del prójimo, lo que generaba constantes tensiones y conflictos sociales entre las familias. Hundir el honor de otro era una manera de reafirmar el honor propio, lo que provocaba una fuerte confrontación entre unos y otros (ídem: 589- 595). La consecuencia del deshonor era la exclusión social, que, a su vez, podía provocar una exclusión laboral, y otro tipo de perjuicios de índole socio-económica. Por esta razón se dan numerosos pleitos y duelos con la intención de recobrar el honor arrebatado. Así, la manera de solucionar un pleito de honor podía variar desde la denuncia judicial, hasta el duelo a muerte, generando frecuentes brotes de violencia (ídem: 595- 596 y García Cárcel, R., 1985b: 14).

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Un caso especial, dentro de los conflictos por cuestiones de honor, fue la guerra privada, que, como tendremos ocasión de ver más adelante, estaba íntimamente relacionada con el bandolerismo aristocrático de la Corona de Aragón, durante los siglos XVI y XVII (Menéndez Pidal, R., 1989b: 397). Cuando una familia se veía salpicada por algún escándalo que atentase contra el honor familiar, relacionado con alguno de sus miembros, la familia procedía a la ocultación de dicho miembro y de su falta, de modo que, de cara a la sociedad, trataba de seguir aparentando el honor que se le había arrebatado (Aríes, P. y Duby, G., 1989: 601). En este caso, la víctima de este ocultamiento social era, frecuentemente, una mujer, ya que eran ellas las que cargaban, en gran medida, con la reputación social de los hombres y de la familia (VV. AA., 2000: 242- 246 y García Cárcel, R., 1985a: 23). La repercusión de la importancia social del honor/ honra fue la de crear una sociedad aparentemente igualitaria, ya que todos los grupos sociales poseían honor, a la vez que sancionaba las desigualdades sociales, al haber diferencias cualitativas entre el honor de unos grupos sociales y otros (Menéndez Pidal, R., 1989b: 397- 398). 4.

MINORÍAS ÉTNICAS Y GRUPOS OPRIMIDOS Y MARGINALES.

En este capítulo vamos a estudiar las principales minorías sociales que existían en la España del siglo XVI y XVII. Estas minorías sociales las hemos dividido en cuatro grupos que engloban diversas identidades étnicas y sociales, que tienen en común un mismo criterio diferenciador. En el primer caso, analizaremos las principales minorías religiosas que existían en la España de la época, que eran judíos y musulmanes. En esta clasificación se ha dado predominio a la cuestión religiosa como criterio diferenciador, sobre otras cuestiones que consideramos secundarias. El segundo grupo lo hemos denominado simplemente como minorías étnicas, ya que su diferenciación se debe a varios criterios, entre los cuales no hay uno predominante. Finalmente, hemos querido hacer una clasificación de los más variados grupos sociales, discriminados o abiertamente marginales, en función de su hábitat, sea en el entorno rural o en el medio urbano. Aquí se incluirá desde campesinos y jornaleros empobrecidos, hasta la burguesía discriminada por la aristocracia nobiliaria, pasando por bandoleros, delincuentes comunes, prostitutas, indigentes, etc. Se quiere dejar claro que esta clasificación de los grupos étnicos y sociales es totalmente artificial y funcional para facilitar el orden de la exposición del tema de forma clara y lógica. De este modo es necesario añadir que tanto los judíos y los musulmanes, como pasiegos, agotes, vaqueiros de alzada y gitanos conforman grupos que pueden ser calificados como minorías étnicas, ya que todos estos grupos presentan criterios de identidad diferenciadores que dan forma a su etnicidad. Sin embargo, como ya adelantábamos antes, judíos y musulmanes, presentan su religión como criterio de identidad principal, por tanto, se pueden calificar como minorías étnico- religiosas.

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Antes de estudiar las diferentes minorías étnicas es necesario definir este concepto. El grupo étnico es aquel formado por una comunidad de individuos que comparten una serie de creencias, valores, hábitos, costumbres, normas de conducta,… Esta comunidad entiende su cultura como diferente por su peculiaridad religiosa, lingüística, histórica, etc. y se puede creer a si misma como racialmente diferente y vinculada, o no, a un territorio determinado. Este grupo mantiene una solidaridad común, se puede autodenominar con un nombre colectivo y pueden mantener la creencia en una filiación común a todos los miembros de la comunidad. Por otro lado, la etnicidad supone la identificación de cada individuo con su grupo étnico, cuya vinculación antepone a su pertenencia a cualquier otro colectivo. Y es importante añadir que cada individuo tiene filiación con más de un grupo, ya que el individuo se identifica, al mismo tiempo, con una creencia, una clase social, una profesión, una religión, etc. Sin embargo, antepone su identidad con un determinado grupo sobre cualquier otro vínculo con otros colectivos. Estos vínculos del individuo con otros criterios de identificación social vienen determinados por el status, que es el lugar que ocupa cada individuo en la jerarquía social, independientemente de su pertenencia a un grupo étnico determinado. El status determina la situación socio- económica de cada individuo en el conjunto de la sociedad, y es por esta razón que dentro de cada grupo étnico existen diferencias de status entre sus miembros. El status era, en principio, adscrito por nacimiento, como era propio de una sociedad estamental, característica del Antiguo Régimen. Sin embargo, existía la posibilidad de adquirir determinado status a través de otros medios, como la promoción social a través del trabajo, el matrimonio, o la compra con dinero de un status superior. Por otro lado, la situación económica hacía variar enormemente la consideración social de un individuo perteneciente a un estamento privilegiado, como era la nobleza o el clero, o perteneciente al pueblo llano. Aquí se aprecia un síntoma de cambio hacia la sociedad capitalista, organizada en base a criterios económicos, y que interviene en la etnicidad de los grupos étnicos. En cuanto al carácter de minoría de estos grupos sociales, esto viene condicionado por su exclusión en el acceso al poder y en el acceso a los recursos, según la definición de C. P. Kottak. Sin embargo, esta situación no se da en todos los casos, y bastaría citar el caso de ciertos judíos, que como veremos, estaban muy vinculados a la Corona y poseían grandes fortunas a través de la actividad comercial y financiera. Por eso, es importante tener en cuenta que no hay una situación arquetípica que se pueda aplicar a todas las minorías étnicas (Kottak, C. P., 1996: 60). 4.1. MINORÍAS RELIGIOSAS. Una vez expuesto los conceptos antropológicos de etnia, status, etnicidad y minoría étnica, pasaremos a aplicar dichos términos a los casos concretos que nos ocupan para ver como se manifiestan en la práctica.

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LOS JUDÍOS.

El antisemitismo en toda Europa se remonta a la Edad Media, y en el caso de España se puede incluso rastrear una legislación antisemita en tiempos de los visigodos, en los siglos VI y VII d. C. La tradición les acusaba de crímenes sacrílegos, de deicidas, de cometer sacrificios humanos en sus rituales, de profanar hostias, de practicar la usura, etc. La comunidad judía era vista por los cristianos como un grupo emprendedor en los negocios, los mismos que condenaba la Iglesia, y con una posición económica superior. (Franco Rubio, G. A., 1998: 79- 80). Por su prosperidad económica eran envidiados por el resto de la sociedad, ajena a los negocios con fines de lucro, como ya se analizó en el capítulo sobre la sociedad española de esta época (Castro, A., 1971: 54- 60). En la hostilidad de los cristianos hacia los judíos y, después hacia los conversos, se mezclaba la cuestión religiosa, con otros aspectos de tipo social, político, económico y también cultural (Pulido Serrano, J. I., 2003: 22). El incidente antisemita más grave en España se dio en el 1391, con la destrucción de todas las juderías del valle del Guadalquivir a manos de “los matadores de judíos” y la extensión de las persecuciones por toda Castilla y la Corona de Aragón. La violencia y el terror extendidos por toda la Península Ibérica forzó a la conversión obligada de miles de judíos. Esto provocó la desaparición total de muchas juderías y la merma de otras muchas. A la vez, la conversión forzosa multitudinaria provocó la aparición del problema converso y las dudas sobre la sinceridad de su conversión, lo que generó nuevas persecuciones contra los conversos (Pulido Serrano, J. I., 2003: 18- 20). El mensaje antisemita fue difundido constantemente por los clérigos desde el púlpito, calando hondamente en el sentir popular. La etnia judía era considerada una raza impura por el pecado de deicidio que arrastraban colectivamente, y se pensaba que esta impureza podía contagiarse a la casta cristiana a través de los conversos, lo que provocó su exclusión y persecución (Franco Rubio, G. A., 1998: 80- 81). Aquí vemos dos cuestiones importantes. Una es que la situación de los judíos como minoría étnica no se corresponde con la definición de C. P. Kottak (1996: 60). Esta minoría gozaba de una particular participación en los negocios, lo que les proporcionaba suculentos ingresos, que eran motivo de envidias entre los cristianos. También disfrutaban del desempeño de importantes cargos públicos en la administración de las ciudades, lo que se contradice también con la definición de C. P. Kottak. Se trata, por tanto, de un caso particular de minoría étnica, ya que a pesar de su capacidad de acceso a los recursos y a su participación en el poder, fueron duramente perseguidos. Las conversiones de judíos aumentaron a lo largo del siglo XV para evitar las persecuciones y las restricciones legales que imponían las leyes antijudías, como las promulgadas por Juan II (1406- 1454) en la corona de Aragón. Muchos de estos conversos fueron luego los más duros perseguidores del judaísmo y de los falsos conversos.

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En 1449, surge en Toledo el primer tumulto anticonverso donde se instituyen por primera vez los estatutos de limpieza de sangre, que serán mantenidos después de que se consiguiera sofocar la revuelta. Hubo algunas voces disidentes contra estos estatutos, como Alonso de Cartagena, Juan de Torquemada, Alonso de Oropesa, y otros, pero no tuvieron repercusión alguna. Triunfaron los puntos de vista más intolerantes de Marcos García de Mora, Alonso de Espina, etc. Los estatutos de limpieza de sangre establecidos prohibían a los conversos y a sus descendientes el desempeño de cargos públicos y eclesiásticos. Quedaban así relegados a un puesto de inferioridad respecto a los cristianos viejos, algo que además era sancionado ahora por las leyes. Durante la segunda mitad del siglo XV se sucedieron los motines anticonversos, donde se asaltaron las viviendas de los conversos incendiando, robando y asesinando sin miramientos. Estos asaltos solían contextualizarse en periodos de crisis alimenticias y epidémicas (Pulido Serrano, J. I., 2003: 20- 27). En el año 1492, bajo el reinado de los Reyes Católicos (1474- 1516), se decreta la expulsión de España de todos los judíos que no optaran por el bautismo y la conversión al cristianismo. Muchos salieron y se asentaron en otros puntos de Europa y el Mediterráneo, y muchos otros aceptaron la conversión. La expulsión de los judíos fue posible por la presión del clero, y contó con un amplio respaldo popular. A partir de 1492, teóricamente ya no quedaban judíos en España, sin embargo, los conversos no iban a ser plenamente admitidos en la sociedad cristiana. Es cierto que los primeros conversos, tras los tumultos de 1391, se fueron adaptando a la nueva situación y lograron posiciones acomodadas entre la aristocracia cristiana a lo largo del siglo XV. Muchos conversos lograron un papel destacado e influyente en la sociedad, acaparando numerosos cargos públicos, pero esto dificultó la aceptación por parte de los denominados cristianos viejos, diferenciándose con esta autodenominación de los nuevos cristianos conversos (ídem 82- 83). Así pués, durante el reinado de los Reyes Católicos, la conversión de los cristianos nuevos no gozaba de credibilidad entre la sociedad y se les veía como una amenaza infiltrada en la comunidad cristiana para socavarla desde dentro, aunque lo cierto es que parece que los había que se habían convertido sinceramente, mientras que otros solo lo hacían para escapar de las represalias y poder promocionarse socialmente entre los cristianos (ídem: 28- 31). En los primeros años del siglo XVI, a los tumultos anticonversos de fines del siglo XV, se le sumó la actuación represiva de la Inquisición, que entre 1483 y 1520 se centró en la persecución y represión del criptojudaísmo que supuestamente seguían practicando los falsos conversos. Fueron frecuentes las incautaciones de bienes de los condenados, y algunas ejecuciones, además del estigma social que suponía el ser condenado por la Inquisición. Muchas de las acusaciones que se hicieron contra estos conversos tenían que ver más con razones políticas y económicas, que religiosas. Después de 1520, la persecución contra los conversos comenzó a remitir (Contreras, J., 1997: 35- 37). Durante todo el siglo XVI y XVII, la discriminación social de los conversos a través de los estatutos de limpieza de sangre continuó, afectando incluso a la

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credibilidad de linajes nobiliarios, lo que motivo que Felipe IV (1621- 1665) reformara los estatutos para aminorar su severidad y tratar de suavizar sus contraproducentes consecuencias sociales (Pulido Serrano, J. I., 2003: 52). A pesar de los estatutos de limpieza de sangre, muchos conversos lograron burlar estas leyes comprando pruebas de su pureza de sangre, lo que parece que se convirtió en un floreciente negocio, surgido de la corrupción de las leyes cristianas (Menéndez Pidal, R., 1989a: 417). Ya en el siglo XVIII, el problema converso parece desaparecer, ya que la presión inquisitorial y social apenas se hace notar. Solo entre 1720 y 1730 se dieron algunos autos de fe contra los conversos. Los estatutos de limpieza de sangre fueron criticados por los ilustrados durante el gobierno de Carlos III. Los conversos fueron finalmente aceptados y su integración se hizo rápidamente cuando dejaron de ser perseguidos (Pulido Serrano, J. I., 2003: 70- 78). 

LOS MUSULMANES.

La otra minoría religiosa que habitaba en territorio español era el grupo conocido como morisco, término que se usa por primera vez en 1521 para designar a la población islámica residente en la España cristiana de la época. Es un término usado especialmente cuando surge algún tipo de conflicto entre esta minoría étnica y los cristianos (Vincent, B., 1985: 10- 11). La presencia de poblaciones islámicas en la Monarquía hispánica fue el resultado de la Reconquista de los territorios islámicos por parte de los reinos cristianos a lo largo del la Edad Media, desde el siglo VIII hasta el año 1492, cuando los Reyes Católicos logran conquistar el reino nazarí de Granada, último reducto musulmán en la Península Ibérica. Tras estas conquistas territoriales, quedaron numerosas poblaciones hispanomusulmanas en territorio de la monarquía católica de los Trastamara primero, y de los Austrias después, sometidas a su dominio. La minoría morisca vive mayoritariamente al margen de la sociedad cristiana. En las ciudades se agrupan en barrios conocidos como morerías, que en realidad son auténticos guettos, mientras que en el ámbito rural viven en pueblos donde la mayoría de los habitantes pertenecen al mismo grupo étnico morisco. Estos grupos moriscos practican su religión abiertamente, así como mantienen sus tradiciones, gastronomía carácterística, indumentaria, lengua, y demás señas de identidad. Los moriscos eran sobre todo campesinos y artesanos, aunque había también algunos mercaderes, médicos, boticarios, etc., herederos de la tradición familiar, y era una población básicamente analfabeta, desvinculada de su esplendoroso pasado cultural. Las tensiones entre los moriscos y la sociedad cristiana se vio agravada por los enfrentamientos entre la Monarquía hispánica y el Imperio turco a lo largo de todo el siglo XVI, existiendo una hostilidad mutua entre cristianos y moriscos, una hostilidad basada en el temor del una al otro, y viceversa (Menéndez Pidal, R. 1989a: 421- 424). A lo largo de todo el siglo XVI, la minoría morisca se resiste a integrarse en la sociedad cristiana por las diferencias religiosas y culturales, aunque hubo algunas

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excepciones, que no dejaron de ser casos aislados que se dieron entre las familias de antiguos linajes importantes y algunos grupos que tenían un trato más cercano con la sociedad cristiana. Ambas comunidades se repelían mutuamente (Menéndez Pidal, R. 1989b: 534). Durante las Germanías (1519- 1523), los moriscos, que disfrutaban de derechos que les permitían mantener su cultura y tradiciones, se mantuvieron leales a sus señores, ya que estos amparaban y protegían estos derechos sobre su identidad. Los agermanados, que radicalizaron su postura hasta planteamientos antiseñoriales, dirigieron sus iras contra esta minoría religiosa, a la que acusaban de traición al movimiento de las Germanías y de entendimiento con los turcos y los piratas berberiscos. De este modo, los moriscos fueron obligados a la conversión forzosa, en un estallido violento claramente antimorisco (García Cárcel, R. y Berenguer, E. , 1985: 30). Durante el reinado de Carlos V (1517- 1555), se hizo un intento por asimilar a la sociedad morisca, basado en la tolerancia de la lengua, las costumbres, y tradiciones de este grupo, a la vez que se pretendía la conversión voluntaria al cristianismo de estas gentes. Sin embargo, con el reinado de Felipe II (1555- 1598), se puso fin a esta política asimilacionista. Se iniciaba así un periodo de persecución de toda disidencia religiosa, en el que se planteó la posibilidad de dispersar a los moriscos entre la sociedad cristiana con la intención de acabar con su cultura, su religión y su lengua, en lo que fue un claro intento de etnocidio. A pesar de todas las prohibiciones, los moriscos se reagruparon en comunidades étnicas allí donde se les asentó, especialmente en las grandes ciudades. Otros en cambio, practicaron cierto nomadismo, con la intención de burlar la vigilancia de sus costumbres, uniéndose, a veces, a otros grupos errantes marginales como bandoleros, vagabundos y gitanos (Menéndez Pidal, R. 1989b: 534- 536). El periodo 1520-1630/ 40 corresponde a la etapa de mayor persecución de los moriscos por parte de la Inquisición, centrada ahora en la captura de los moriscos falsamente convertidos al cristianismo, sin embargo esta persecución se centró en Granada y la Corona de Aragón, donde eran mayoritarios. Estos moriscos se resistían a una verdadera conversión y a la pérdida de su cultura tradicional, por lo que surgieron movimientos mesiánicos de resistencia, que suponían una protesta ritualizada contra esta persecución (Contreras, J., 1997: 39- 41). En cuanto a la posibilidad de integración de los moriscos en la sociedad cristiana, R. Menéndez Pidal defiende que el proceso estaba en marcha, si bien era un proceso lento y difícil, ya que había una actitud reticente por parte de las dos comunidades, y hasta conflictos violentos entre ambos. A pesar de todo, la comunidad morisca también tenía sus defensores entre la sociedad crstiana, básicamente la nobleza (especialmente los señores valencianos) y una parte del clero, que veían los grandes beneficios económicos que generaba una población que aceptaba peores condiciones de trabajo que los cristianos. Por esta razón, la medida de la expulsión como solución al problema morisco no fue apoyada por todos, mientras que las medidas discriminatorias no despertaban ninguna oposición entre estos beneficiarios de la explotación de los moriscos (Menéndez Pidal, R. 1989b: 537).

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En contra de la opinión de R. Menéndez Pidal, A. Castro, piensa que la expulsión de los moriscos fue consecuencia de la imposibilidad de convivir las tres castas existentes en España en esta época (judíos, moriscos y cristianos). Este autor ve en estas tres castas una competitividad entre ellas por imponerse al resto, competencia que venía de la Edad Media. Con el alzamiento de la casta cristiana sobre la casta judía y la casta morisca, y la teocratización del Estado, esta recelaba de las otras dos y optó por su eliminación, aun a costa de perjudicar la economía del país, ya que judíos y moriscos se dedicaban a las actividades económicas que los cristianos desdeñaban, pero que también necesitaban (Castro, A., 1971: 198- 211). Finalmente, los moriscos fueron expulsados entre los años 1609 y 1610, bajo el reinado de Felipe III (1598- 1621). Según G. Colás Latorre (1998: 58), la expulsión de los moriscos supuso el despoblamiento de amplias zonas, especialmente en la Corona de Aragón, una fuerte crisis económica, y una caída de las rentas señoriales. La repoblación de estos territorios se hizo con gentes de los territorios vecinos, pero, a pesar de estos esfuerzos repobladores, se notó un fuerte descenso demográfico, además de un recrudecimiento del régimen señorial, lo que en 1693 provocaría una Segunda Germanía (Beneyto, J., 1973: 197- 199). B. Vincent, sin embargo, ofrece otra valoración de la expulsión de los moriscos. Para este autor, los moriscos fueron un grupo numéricamente insignificante en el conjunto de los territorios de la Península Ibérica (un 4% del total de la población). Sin embargo, en Aragón y valencia si se hizo notar la ausencia de esta minoría. Este autor afirma también que la repoblación posterior con castellanos, aragoneses, mallorquines, genoveses y franceses fue insuficiente para recuperar las pérdidas demográficas de estas dos regiones (Aragón y Valencia). Sin embargo, Vincent afirma que la crisis demográfica de Valencia, la región más afectada por la expulsión, se inició antes de la expulsión del año 1610, concretamente a partir de 1570, y que la crisis de la agricultura valenciana se originó en el periodo 16201640, con una serie de malas cosechas, con lo que la expulsión de los moriscos, lo que hizo fue agravar esta situación, especialmente en lo que se refiere a las rentas señoriales y a la economía urbana (Vincent, B., 1985: 18- 24). 4.2. MINORÍAS ÉTNICAS. Si en el apartado anterior estudiábamos las minorías étnico-religiosas, en este estudiaremos las diferentes minorías étnicas que no se diferenciaban de la cultura dominante cristiana por su religión, en principio, sino por otras cuestiones, como pueden ser su carácter más o menos errante, su dedicación a actividades ganaderas trashumantes, etc. Su diferenciación se debe más a patrones de comportamiento social, que a cuestiones de índole religiosa. Es cierto, como veremos, que a agotes y vaqueiros de alzada se les atribuía, a veces, cierta impureza religiosa, igual que se considerase a los judíos como una raza impura, o que otras veces, se les confundiera con grupos moriscos supervivientes de la persecución religiosa (Tomé, P., 2001: 64- 66), pero estas afirmaciones son más el resultado del desprecio hacia unas gentes en gran medida desconocidas por sus vecinos, que una creencia real de que fueran moriscos.

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Igualmente, los gitanos eran acusados por la sociedad de practicar la magia negra, de realizar rituales satánicos, etc., pero el rechazo hacia los gitanos no venía de estas creencias populares sobre los gitanos, sino, como veremos, de su carácter itinerante e impredecible (ídem: 66). 

AGOTES.

Los agotes eran una comunidad marginada que ha habitado hasta no hace mucho en el valle del Baztán, en Navarra. Las poblaciones que han habitado el valle disfrutaban de la propiedad comunal de la tierra, siendo muy escasa la propiedad privada (un 15 % de la tierra). Estos agotes fueron una comunidad considerada forastera por sus vecinos, y sufrieron la exclusión social, sin que hubiera incidentes violentos entre ambas comunidades, pero también sin que hubiera modificación alguna en el trato hacia ellos. Esta situación se mantuvo así durante siglos (Miner, Otamendi, J. M., 1978: 29- 30). Los agotes penetraron en el valle del Baztán hacia el siglo XI o XII, encontrando la protección de la casa de los Ursúa, linaje nobiliario de la región. Esta protección no fue desinteresada, ya que los agotes dependieron de los Ursúa a través del régimen señorial, y por tanto, fueron explotados por este linaje aristocrático. Al aceptar el régimen servil, se diferenciaron del resto de sus vecinos, que disfrutaban del título de hidalguía. Esta situación marco el hecho diferencial entre agotes y el resto de la comunidad navarra del valle del Baztán (ídem: 30- 31). A través del régimen señorial, los agotes estaban obligados a trabajar gratuitamente para su señor, a cambio de lo cual recibían casa y tierras, de cuya producción debían tributar una parte. Por la situación en la que vivían los agotes, no poseían propiedad alguna, ni derechos, ni mantenían contactos con el resto de la sociedad. Además, al morir no podían ser enterrados en el cementerio donde se enterraban sus vecinos, sino que eran enterrados en un cementerio exclusivo para ellos (ídem: 31). El hecho de que se les obligara a enterrarse en un cementerio a parte, esconde connotaciones de impureza religiosa, ya que el cementerio es considerado un recinto sagrado y puro, y la presencia de algo impuro en dicho cementerio (los agotes) se consideraría contaminante para el resto de los difuntos (Durkheim, E., 1992: 380385). Según parece, el motivo primigenio de exclusión social de los agotes y el factor que les dio cohesión como grupo fue su carácter de leprosos, ya que en origen eran huidos de alguna leprosería de la vecina Francia (Miner, Otamendi, J. M., 1978: 42). De su condición de leprosos les vendría su carácter impuro, y se les consideraría como una raza maldita (ídem: 33). La lepra desapareció, pero la consideración hereditaria de la impureza permaneció durante siglos, trasmitiéndose a través del apellido agote, que se heredó a través de la obligada endogamia (ídem: 39). Algunas veces, sospechando de sus frecuentes baños, se consideró también a los agotes como descendientes de los antiguos moriscos, que evitarían la expulsión de 1609- 1610, refugiándose en el Baztán, y Carlos V, al igual que la Santa Sede, se vieron obligados a declarar a los agotes como libres de pecado para acabar con la

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discriminación de los agotes (Tomé, P., 2001: 64). Sin embargo, este intento por mejorar la condición de los agotes fracasó y la exclusión social continuó durante siglos. Existían varios rituales negativos entre las poblaciones del valle del Baztán para evitar la propagación de la impureza de los agotes durante los mínimos contactos que estos tenían con sus vecinos. El más llamativo de estos rituales para evitar el contacto de lo puro y lo impuro era la obligación de los agotes de ocupar un lugar excluyente en la iglesia durante la celebración de la misa, en la parte trasera del edificio. Así mismo, los agotes eran excluidos de las fiestas, reuniones y celebraciones del pueblo, así como de los cargos públicos de la villa, y de los usos comunales de tierras, pastos y bosques (ídem: 34- 36). Este aislamiento les obligó a la autosuficiencia en todo tipo de oficios como canteros, ebanistas, cordeleros, tejedores, y otras muchas labores. Aunque eran reconocidos como muy hábiles en estos trabajos por los vecinos del Baztán, estos consideraban estos oficios como viles y propios de gente inferior, como era propio en la mentalidad de los hidalgos (ídem: 37). En el siglo XVIII se trató de acabar con esta discriminación de los agotes trasladando esta comunidad a Madrid, fundando cerca de Alcalá de Henares la población de Nuevo Baztán, con población únicamente agote. Sin embargo, esta fundación fue un fracaso y la mayoría regresó al valle navarro del Baztán. No sería hasta 1817, cuando las Cortes de Navarra pusieron fin a la discriminación legal de los agotes (ídem: 46- 51). 

PASIEGOS.

La comunidad de los pasiegos habitaban en la actual provincia de Santander, en la Cordillera Cantábrica, entre los ríos Pas y Miera. La primera noticia que se tiene de ellos es del siglo XI, que se refiere a ellos como gentes ganaderas (Miner Otamendi, J. M., 1978: 65). A los pasiegos se les ha dado, como a los agotes un origen morisco o judío, sin embargo esto es producto más de las investigaciones decimonónicas, cargadas de romanticismo e idealización, que de las creencias tradicionales de las poblaciones del valle del Pas. Sin embargo, no existe ningún indicio de que la cultura pasiega no tenga sus raíces en la propia tierra, y las diferencias con sus vecinos son solo desde el punto de vista de los modos de vida (ídem: 57- 60). Los pasiegos eran rechazados y excluidos por sus vecinos, ocupando, como los agotes un lugar marginal en las iglesias durante la celebración de la misa, y practicaban una fuerte endogamia, lo que les hacía mantener sus costumbres tradicionales de generación en generación. Eran además, comerciantes, contrabandistas, y las mujeres nodrizas, pero sobre todo eran ganaderos, mayoritariamente de vacas (vaca pasiega hasta el siglo XIX), y se dedicaban también a la elaboración y venta de derivados lácteos y leche de gran calidad. Llevaban una forma de vida trashumante, alternando el hábitat en cabaña, en los pueblos, con la braña en la alta montaña, y trasladando sus escasos enseres en caballos y asnos. El poblamiento es, por tanto, ultradisperso (ídem: 61- 67).

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Como ya dijimos, los pasiegos practican una fuerte endogamia, siendo la familia la unidad económica y social básica en la cultura pasiega. Esta familia lleva una vida diaria aislada del resto de la sociedad, incluso de otras familias pasiegas, debido a su peculiar forma de vida. Estas familias suelen tener un número elevado de miembros, por la alta natalidad, formando pequeños clanes con una gran cohesión. Así mismo, los ancianos tenían un papel muy importante en las decisiones de la familia Las relaciones sexuales prematrimoniales eran frecuentes entre los pasiegos, lo que indica un alto nivel de libertad sexual, que sin duda, chocaría con la mentalidad más austera de la sociedad sedentaria no pasiega, imbuida del sentimiento católico de la Contrarreforma (ídem: 69- 71). La alimentación de estas poblaciones se basaba en leche y derivados lácteos, el cerdo (lo que desmiente su origen semítico o musulmán), legumbres y pan. Por otro lado, sus creencias se caracterizan por su primitivismo y por su mentalidad supersticiosa (ídem: 72). Los hábitos pasiegos que más debían chocar con las costumbres de sus vecinos de los pueblos debían ser su estado permanentemente itinerante, su libertad sexual en las relaciones prematrimoniales y el hecho de dedicarse a la ganadería, con el consecuente conflicto con las poblaciones agrícolas por el disfrute de las tierras comunales. 

VAQUEIROS DE ALZADA.

Los vaqueiros de alzada son originarios de Asturias, y son como los pasiegos, pueblos dedicados a la ganadería bovina, aunque también, como complemento, ovina y caballar, de la que se aprovecha la carne, la leche (y sus derivados), y el abono. Estos, como los pasiegos también, practicaban la trashumancia anual desde las brañas bajas a las altas (Miner Otamendi, J. M., 1978: 81- 82, 96). Los vaqueiros de alzada sufrían igualmente la segregación de sus vecinos por sus particulares costumbres y formas de vida. Tenían reservado en la iglesia un lugar marginal, exclusivamente para ellos, al igual que también se les reservaba un lugar marginal y apartado en el cementerio. La vida en las brañas imponía un hábitat disperso, y no solían contar con tierras de cultivo, ni hórreos, ni paneras, sino solamente pastizales para sus ganados, por lo que se imponía una trashumancia limitada (de las brañas altas, a las bajas). Además, los vaqueiros se alimentaban de los productos que generaba su ganadería, como carne, leche, queso, etc. Los vaqueiros de alzada practicaban una fuerte endogamia, y sentían un rechazo hacia el aldeano agrícola y sedentario, rechazo que era mutuo por ambas partes, por lo que las relaciones sociales entre el aldeano y el vaqueiro eran escasas y conflictivas (ídem: 86- 88). El vaqueiro es juzgado por sus vecinos aldeanos como poco religioso por estar siempre lejos de los lugares de culto del pueblo, sin embargo solían acudir a las ermitas situadas en la montaña, donde pasaban una buena parte del año.

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Al igual que a otros pueblos segregados, se les ha querido buscar un origen morisco, mozárabe, celta, suditálico, etc. Sin embargo, no hay ninguna prueba de ninguno de estos orígenes y parece lo más probable que fueran autóctonos de la región. Entre los vaqueiros de alzada y sus vecinos, los aldeanos agricultores, existieron frecuentes pleitos sobre el aprovechamiento de las tierras para la agricultura o como pastizales, lo que generó un conflicto permanente entre ambas comunidades, creó la imagen del vaqueiro como un ser despreciable, incapaz de integrarse en la comunidad aldeana sedentaria (ídem: 91- 93). Sobre el grado de violencia que generaron estos incidentes solo poseemos datos del siglo XX, por lo que no se pueden extrapolar al siglo XVI y XVII, pero si podemos ver que los conflictos seguían siendo por límites de tierras, sobre el aprovechamiento de recursos comunales y por antagonismos intergrupales por los más variados motivos (Cátedra, M., 1988: 251- 257). Esto nos indica la continuidad del conflicto entre vaqueiros y aldeanos hasta tiempos recientes, conflicto mantenido por una incomprensión mutua de las distintas formas de vida y por la competencia por el acceso a los recursos en una economía muy limitada para ambas comunidades, ya que las tierras comunales eran indispensables para la supervivencia de ambas. 

GITANOS.

El origen del pueblo gitano no es nada claro, pero parece que surgen en la India, desde donde comienzan su peregrinación hacia Occidente en el siglo X. El motivo de su marcha hacia Occidente lo justificaban por la supuesta necesidad de peregrinar a Roma para expiar la culpa de haber abjurado del cristianismo, en el año 1417. Esa fue la razón de que, en un principio, los gitanos fueran considerados como peregrinos cristianos, y por eso, fueron bien recibidos durante el siglo XV allí por donde pasaban. Sin embargo, ya en el siglo XVI, su imagen comenzó a deteriorarse y se les consideró como un pueblo peligroso de delincuentes y ladrones (Alcalá- Zamora, J. N., 1993: 134- 135). Se sabe, por los Anales de Cataluña, que los gitanos llegaron a la Península Ibérica en la segunda mitad del siglo XV. Sobre la fecha exacta hay discusiones entre los que defienden la fecha de 1447, y los que retrasan la llegada de los gitanos a 1452 (Clébert, J. P., 1985: 88). Los gitanos llevaban una vida nómada, justificada, como dijimos, como una peregrinación religiosa y su organización social era de tipo tribal, con unos cien miembros, aunque a partir del siglo XVI la gran tribu es sustituida por la familia patriarcal, con un número de miembros más reducido. Por otro lado, su medio de vida era el comercio de ganado, la herrería y la animación de fiestas como músicos y bailarines, aunque también se les atribuye la hechicería y el robo como forma de ganarse la vida (Alcalá- Zamora, J. N., 1993: 135). A lo largo del siglo XV, se habían efectuado varias cartas de protección para los gitanos, fruto de la buena acogida de la que disfrutaron en un primer momento, pero ya desde 1470 las autoridades de las poblaciones sobornaban a las familias gitanas para que no se asentaran en su territorio, indicio de que las relaciones entre españoles y gitanos comenzaban a empeorar (Fraser, A., 2005: 108).

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En 1499, los Reyes Católicos decretan la Pragmática Sanción de Medina del Campo, que obligaba a los gitanos a sedentarizarse y someterse a un señor o, de lo contrario serían expulsados. Este decreto sería renovado por Carlos V, endureciéndolo aun más con nuevas sanciones sobre el nomadismo de los gitanos (ídem: 108-109). Los gitanos eran considerados dentro de las clases socialmente peligrosas fundamentalmente por la incompatibilidad de su nomadismo, por no conocer, y por tanto no respetar, la propiedad privada, por dedicarse al comercio, al robo, al contrabando, y el engaño, y por dedicarse a la hechicería y la adivinación, que era visto por los cristianos como prácticas demoníacas, por lo que se les consideraba falsos cristianos (Clébert, J. P., 1985: 63- 65 y 91). Además, no contemplaban la preocupación por la honra, que tanto obsesionaba al cristiano viejo, ni por el prestigio social, y mantenían una libertad sexual que los cristianos consideraban escandalosa (Menéndez Pidal, R., 1989a: 427). Entre las acusaciones que se les hacía, además de la de robo y brujería, figuraban las de rapto de niños, homicidio, seducción de los hombres por las mujeres gitanas, y el carácter violento del hombre gitano. Los gitanos eran vistos también por el poder político como una amenaza, ya que se mantenían al margen de la vida social, del contexto político y de las leyes del Estado y las normas morales. Su carácter nómada les hace valorar por encima de todo su libertad como pueblo (ídem: 425). En el siglo XVII, los ganaderos de la Mesta se quejaban de que los gitanos les asaltaban y les robaban los ganados, sembrando el terror entre los ganaderos, a lo que los vecinos cristianos de las poblaciones respondían organizándose en cuadrillas armadas que persiguen a los gitanos. Estos asaltos no solo los sufrieron los ganaderos de la Mesta, sino que también afectó a ganaderos pobres (Menéndez Pidal, R., 1989b: 539540). Ya en el siglo XVI se planteaba la desaparición del pueblo gitano, enviándoles a galeras, expulsándoles, acabando con su cultura (etnocidio), o separando a hombres y mujeres para que no se reprodujesen (genocidio). Al mismo tiempo, se siguieron promulgando nuevas leyes antigitanas y contra los vagabundos y desocupados. Incluso se buscó una justificación en la Biblia para exterminarlos físicamente, plan que presentó Sancho de Moncada, de la universidad de Toledo, a Felipe III. Las persecuciones, planes para la deportación, y los debates sobre la posibilidad del extermino continuaron durante el siglo XVIII, sin embargo, a pesar de la presión sufrida, la cultura gitana sobrevivió sin alteraciones (Fraser, A., 2005: 166- 175). 4.3. GRUPOS MARGINALES URBANOS. Antes de pasar a analizar la situación de los grupos urbanos más oprimidos, es necesario ver en que condiciones sociales, económicas y sanitarias se vivía en una ciudad del siglo XVI y XVII, para entender mejor los problemas a los que se enfrentaban estos grupos marginales y donde estaba la raíz del conflicto.

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Las ciudades de este periodo se caracterizaban por el hacinamiento de la población, la falta de higiene pública, elevada a la categoría de seña de identidad cristiana frente al gusto morisco por el baño (no olvidemos que a los agotes se les tachaba de moriscos por su supuesta afición al baño), y la falta de seguridad, especialmente por la noche, debido al elevado número de mendigos, ladrones y demás maleantes que merodeaban por la ciudad (García Cárcel, R., 1985b: 4- 6, y 14 y Delumeau, J., 1989: 150- 154 ). Las dificultades que encontraban los más humildes para ganarse la vida honradamente, la imposibilidad de estos por promocionarse socialmente, y a partir del siglo XVII, la crisis económica, política, social y demográfica de las ciudades, y el rechazo por el trabajo, producto de la ideología imperante y de la propia cultura hispano- cristiana, provocaron un elevado número de mendigos, pícaros y delincuentes que abundaban en las calles de las ciudades (García Cárcel, R., 1985b: 22 y AlcaláZamora, J. N., 1993: 71- 90). A esta situación de pobreza, falta de higiene e inseguridad, se le añadía periódicamente la crisis de abastecimiento de alimentos, especialmente el pan, que era la base alimenticia de las capas sociales inferiores, por lo que se sucedían frecuentes tumultos populares. Este problema se trató de solucionar creando almacenes de pósitos, que se abrían en caso de emergencia, aunque su efectividad fue limitada (AlcaláZamora, J. N., 1993: 88- 89). El otro gran problema que tenían que afrontar las ciudades eran las enfermedades epidémicas, denominadas genéricamente como peste, pero que englobaba diversos tipos de enfermedades infecciosas. La extensión de estas enfermedades infecciosas era facilitada por las condiciones de insalubridad y hacinamiento en que se vivía en las ciudades de esta época. Además, a la propagación de la enfermedad entre regiones y ciudades contribuía la corrupción de las autoridades administrativas de las ciudades, ya que burlaban las medidas de seguridad de la cuarentena, a la que estaban obligados, para no perjudicar las actividades comerciales de las ciudades afectadas (ídem: 85- 88). Entre las clases sociales inferiores que residían en las ciudades se encontraban primeramente el servicio doméstico, esclavos y bufones que vivían y trabajaban en las casas de los aristócratas urbanos y de los burgueses enriquecidos. Entre la servidumbre de los burgueses y aristócratas madrileños figuraban, sobre todo, gallegos y asturianos emigrados en buscas de un futuro mejor. Entre esta servidumbre se encontraban los pícaros, que eran sirvientes y también ladrones, y eran considerados como vagos asociales, amorales y vinculados a la prostitución, el alcoholismo y entornos de miseria y del hampa. El pícaro, sobre todo, era una persona que voluntariamente había renunciado al honor. Junto a estos grupos marginales, se encontraban los trabajadores de profesiones consideradas viles, como porquerizo, cerrajero, tabernero, mesonero, herrador, etc. (Menéndez Pidal, R., 1989b: 504- 506). Otro grupo marginal era el de la prostitutas, sujeta a unas normativas legales reguladas por las autoridades. Las prostitutas solían concentrarse en barrios especiales, donde recibían a sus clientes, y sobre ellas existía una doble moral, ya que por un lado se las amenazaba con el Infierno por sus actividades amorales y se las excluía, mientras

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que por otro lado era el patriciado urbano, e incluso algunos clérigos acaudalados, los que dirigían los prostíbulos, obteniendo suculentos beneficios económicos. Las prostitutas disfrutaban de un control médico, no tanto por el interés en su estado de salud, sino para asegurarse de que no contagiaban enfermedades venéreas a sus clientes, y eran vigiladas por los encargados del prostíbulo, un padre y una madre, como eran denominados, y además, cada prostituta solía tener un rufián, mitad compañero sexual y amoroso, mitad proxeneta, a través del cual mantenían contactos con el mundo de la delincuencia (Menéndez Pidal, R., 1989a: 387- 389). Otro tipo de prácticas sexuales, como la sodomía, el bestialismo y la pederastia eran requeridas por los dos extremos de la pirámide social: las clases sociales más ricas y elevadas y por los grupos sociales más bajos y miserables. Entre las clases altas, esta experimentación sexual tenía un carácter de amor loco y desenfrenado y se practicaba en burdeles de este tipo, como el burdel infantil para homosexuales que organizó un soldado napolitano destinado en Valencia (Hale, J. R., 1990: 211), y también se practicaba en el ámbito privado, con la servidumbre domestica. El bestialismo, en cambio, era más propio de individuos pertenecientes a grupos sociales muy marginales (García Cárcel, R., 1985a: 19- 20). La amenaza de la pérdida del honor femenino por la pérdida de la virginidad antes del matrimonio y la precariedad económica de muchas familias, provocó la aparición de un gran número de expósitos, los hijos nacidos de estas relaciones, que debían esconderse de cara a la opinión pública. Para la atención de estos niños abandonados se crearon numerosas cofradías, donde muchos de ellos morían antes de alcanzar cierta edad. Los que sobrevivían podían ser adoptados por familias acomodadas, ingresar en el clero o servir como criados. Sin embargo, también existía una trata de niños, que eran reclutados por mendigos para ejercer con ellos la mendicidad y otro de los destinos posibles de esta trata de niños, tal vez pueda relacionarse con la prostitución infantil, como veíamos unas líneas más arriba en el caso del prostíbulo montado en Valencia por el soldado napolitano (Menéndez Pidal, R., 1989a: 387- 393). En cuanto a los mendigos, debemos señalar que, si en la Edad Media existía cierta actitud caritativa hacia ellos, en la Edad Moderna se les ve como un problema social, fuente de delincuencia y carentes de cualquier utilidad productiva. El aumento de la mendicidad en esta época se corresponde con un incremento general de la pobreza, lo que provoca un éxodo rural a las ciudades, donde tampoco existen medios para ganarse la vida. Los campesinos y artesanos empobrecidos pasaron a engrosar las filas de la mendicidad, siendo las viudas, los viejos, los inválidos y los jornaleros y pequeños artesanos los más perjudicados (Franco Rubio, G. A., 1998: 91 y León, P., 1980: 324). Se aplicaron leyes represivas hacia ellos, mientras hordas de mendigos se dirigían de una ciudad a otra en busca de algo con lo que poder sobrevivir, en unos casos, o en busca de nuevos negocios ilegales en otros casos (Franco Rubio, G. A., 1998: 91- 92). Al mendigo se le ve como un vago, ladrón, portador de enfermedades y asesino, se le acusa de provocar motines y de alterar el orden público y se le desprecia y se le teme por igual. Sin embargo se distinguía entre el pobre verdadero y el fingido y se debate sobre la necesidad de la caridad y la posibilidad de su reclusión en centros de trabajos forzados para hacerles productivos, claro síntoma de un cambio de mentalidad hacia

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nuevos valores capitalistas, que van surgiendo en los albores de la Edad Moderna (ídem: 92- 94 y Hale, J. R., 1990: 123). Por último, tenemos al grupo de los extranjeros. Este sector de la población era vista como potencialmente peligrosa por las autoridades políticas, ya que podían ser portadoras de las nuevas herejías protestantes de Europa. A genoveses, alemanes, florentinos y flamencos se les veía como usureros, a los franceses como enemigos declarados de España, después los ingleses también sería mal vistos, en tiempos de Felipe II. Estos extranjeros solían instalarse en las grandes ciudades comerciales y en la Corte de Madrid (Menéndez Pidal, R., 1989a: 430-431). No debemos olvidar tampoco la repoblación de Valencia con población francesa y genovesa, entre otros, tras la expulsión de los moriscos en el año 1610, inmigración que era de carácter rural (Vincent, B., 1985: 18 y Menéndez Pidal, R., 1989b: 506). En cuanto a sus ocupaciones, los genoveses y alemanes se dedicaban a las finanzas, los florentinos y flamencos eran comerciantes, los franceses eran gentes humildes que practicaban un migración temporal para completar sus economías domesticas, aunque también había importantes hombres de negocios, los portugueses eran minoritarios, pero eran gente notoria, perteneciente a las clases altas y los ingleses eran mayoritariamente mercaderes y marineros y algunos católicos perseguidos en su país por Isabel I (ídem: 431). Además de estas profesiones, los extranjeros también eran mendigos, caballeros, artistas, técnicos, mercenarios y soldados, como los traídos de Nápoles y Módena a Cataluña, por cuyos excesos se produjo la revuelta de los campesinos catalanes (Menéndez Pidal, R., 1989b: 507- 508). Esta inmigración fomentó cierta xenofobia entre la población española, que veía en ellos a herejes que trataban de infiltrarse en la sociedad católica española para destruirla desde dentro. Estos extranjeros eran vistos por la gente autóctona como seres diferentes y hasta demoníacos, en un principio, pero con el tiempo, se fueron integrando en la sociedad hasta mezclarse con los españoles (ídem: 508). Esta xenofobia fue motivada en gran medida por las tensiones políticas de la época y por la prosperidad económica de muchos de estos inmigrantes que venían como hombres de negocios (ídem: 430- 432). Se conocen algunas revueltas xenófobas constatadas históricamente, como la revuelta contra los genoveses en la ciudad de Barcelona, en el año 1623 (Delumeau, J., 1989: 73). Toda esta situación de pobreza, marginalidad y delincuencia generaba frecuentes disturbios y revueltas populares, que amenazaban el funcionamiento político, económico e institucional de la ciudad, poniendo en grave peligro el dominio que los poderosos tenían sobre la gente humilde. Para evitar estos desordenes públicos se adoptaron diversas medidas, como el internamiento de pobres, la prohibición del acceso a la ciudad a extranjeros y vagabundos, la creación de pósitos de grano como reserva para época de crisis de abastecimiento, y la creación de patrullas policiales encargadas de velar por el orden interno y la seguridad (León, P., 1980: 322).

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La política destinada a atender el problema de la miseria entre los más pobres de las clases inferiores urbanas se manifestó tanto en medidas de asistencia, como en medidas de castigo y represión. Las instituciones eclesiásticas organizaron, ya desde la Edad Media, una serie de comedores de pobres y cofradías de ayuda a los más necesitados, sin embargo siempre fueron insuficientes ante la magnitud del problema. La otra medida que se tomó tenía un carácter represivo y surge en el siglo XVI: los encierros de pobres, aunque en España se aplicó con menor rigor y tuvo menos vigencia que en Inglaterra (ídem: 323). Los motines y revueltas populares urbanas fueron frecuentes a lo largo del siglo XVI y XVII. Las causas de estos tumultos fueron las carestías de alimentos, las crisis monetarias, los efectos de las guerras sobre la población y las aspiraciones regionalistas y tradicionalistas. En cuanto a la composición social de los grupos rebeldes se ha discutido mucho el papel que jugaba la multitud popular en estos tumultos. Parece que el descontento de las capas más bajas de la sociedad era manipulado por la aristocracia, y los burgueses en beneficio propio. Es por esto que los levantamientos populares tenían un carácter conservador (ídem: 324- 325). Algunos historiadores marxistas han querido ver en las revueltas urbanas una lucha de clases entre proletarios, por un lado, y burgueses y aristócratas, por otro. Sin embargo, estos levantamientos, como ya decíamos, tenían un carácter básicamente tradicionalista y no pretendían ningún cambio de tipo social, económico o político, y casi siempre se mantenían fieles al rey y se guiaban por la fe religiosa, hasta el punto de que muchas veces había algunos clérigos guiando a los fieles hacia la subversión (ídem: 325). Algunas revueltas urbanas respondían a aspiraciones regionalistas, o autonomistas, frente al creciente poder centralizador de la Corona, en proceso de formación de un poder político absoluto (Zagorín, P., 1985a: 275). Entre 1648 y 1652 se produjeron motines urbanos en Granada, Sevilla y Córdoba, siendo frecuentemente atacados los recaudadores de impuestos, incendiadas y saqueadas las casas de los más ricos y produciéndose todo tipo de robos y pillajes (ídem: 346347). La mayor revuelta urbana en España en toda la Edad Moderna fue la de las Comunidades de Castilla (1520- 1521). Esta revuelta debe ser contextualizada en un periodo de malas cosechas, hambrunas, fuerte presión fiscal, tensiones sociales, e inestabilidad política. La revuelta puede definirse como una revuelta señorial antiabsolutista, contra un rey considerado extranjero (Carlos V), y fomentada por los descontentos de la nobleza y el clero (Díaz Medina, A., 2006: 94). Los saqueos, incendios y persecuciones se sucedieron, hasta el punto de que la rebelión se radicalizó, tomando un carácter antiseñorial (ídem: 98- 100). Esta radicalización del movimiento de la Comunidades iba claramente en contra de los intereses de los líderes de la revuelta, que pretendían únicamente mantener sus privilegios y tener una mayor representatividad en el gobierno, a la vez que la nobleza de bajo rango pretendía títulos de mayor nivel nobiliario (Beneyto, J., 1973: 195- 196).

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En cuanto a la composición social de las Comunidades debemos señalar su heterogeneidad social y profesional. Había un reducido grupo de hidalgos y caballeros, algunos grandes aristócratas y un gran número de aristócratas urbanos, como alcaldes, jurados y síndicos. Además, había entre los sublevados varios eclesiásticos de diferentes niveles de rango, algunos humanistas y sobre todo, un gran número de artesanos de los más variados oficios. Por otro lado, sobre el papel que cada grupo social desempeñó en la rebelión, podemos decir que, si en los tumultos de la revuelta predominaban los artesanos y clases bajas, en la dirección política y militar de la Junta destacaban la burguesía y profesionales cultos (Maravall, J. A., 1984: 180- 181). En general, la masa popular de las clases más bajas de las Comunidades estaban guiadas por un sentimiento milenarista que arrastraba a la turba hacia la violencia y los excesos, dirigiendo sus iras, en determinados, momentos contra los señores de la nobleza, todo ello imbuido de mesianismo y de mística revolucionaria, en lo que influyó el mensaje de los clérigos más exaltados (ídem: 183). También se ha dicho mucho sobre el papel de los conversos como impulsores de la rebelión comunera, sin embargo, esto ha sido desmentido recientemente por la investigación sobre el hecho. Parece que si bien si participaron algunos conversos en las Comunidades, fue un grupo minoritario dentro de la composición social del movimiento (ídem: 187- 192). Para finalizar el tema de las Comunidades dentro de las revueltas urbanas, señalaremos la confluencia de varios elementos e intereses en la rebelión de los comuneros, en función de los grupos sociales que participaron. Junto con las aspiraciones antiabsolutistas de la nobleza y la burguesía, figuraban las pretensiones antiseñoriales de las capas más bajas de la sociedad, que además manifestaron, a veces, reacciones anticonversas. A estas pretensiones, se le sumaba un general rechazo hacia la Inquisición, de la que se denuncian sus abusos y violencias y hubo aspiraciones de acabar con el Santo Oficio, mientras que los extranjeros de las ciudades protestaron por las condiciones de miseria en las que vivían y a menudo sus protestas tomaron un cariz anticonverso (ídem: 195- 197). La otra gran revuelta urbana del siglo XVI en España fueron las Germanías (1519- 1523), revuelta que nace en la ciudad, pero que luego se extendió y se radicalizó por el ámbito rural. 4.4. EL CAMPESINADO AMENAZADO. HAMBRE, GUERRA Y PRESIÓN FISCAL. En este capítulo vamos a tratar las condiciones de vida del campesino y sus problemas para, más adelante, estudiar la conflictividad social que se desarrolla en el medio rural, atendiendo a sus diversas manifestaciones, sus causas y sus consecuencias y repercusiones en el orden socio-económico establecido. Dentro de las numerosas villas que existían en la España del siglo XVI y XVII, unas tenían una orientación más artesana y comercial, mientras que otras, las que predominaban, eran exclusivamente rurales. Además de estas villas rurales más o menos

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grandes existía un número mucho mayor de aldeas con un escaso número de habitantes. (Alcalá- Zamora, J. N., 1993: 43). La variedad de situaciones respecto a la situación del campesino iba en función de la situación geográfica (con condicionantes climáticas diferentes) y la situación jurídica de la comunidad rural, que podía ser de realengo o señorial. En principio, las tierras de realengo eran más beneficiosas para el campesino durante gran parte del siglo XVI, pero a fines de este siglo, el aumento de la fiscalidad empeora la situación del campesino sujeto a este tipo de régimen (Menéndez Pidal, R., 1989a: 402- 403). Las villas y aldeas rurales formaban un microcosmos desde el punto de vista de las relaciones sociales y su funcionamiento estaba regulado por las diversas ordenanzas emanadas de los Consejos y de los señores locales. Los personajes más destacados política y socialmente dentro de la villa o aldea eran el alcalde, el médico, el maestro, el cura, algunos artesanos y comerciantes y villanos ricos e hidalgos (Alcalá- Zamora, J. N., 1993: 48-50 y Menéndez Pidal, R., 1989a: 404). Por otro lado, es importante mencionar que, normalmente, la comunidad campesina mantenía una sólida cohesión social ante el régimen señorial, lo que por otro lado significaba la desconfianza de todo aquello ajeno a la comunidad y foráneo (Alcalá- Zamora, J. N., 1993: 50, y Delumeau, J., 1989: 72). Durante el siglo XVI hay un aumento de la población rural, mientras que a finales del siglo XVI se da un proceso inverso, aumentando la población urbana y decreciendo la población del entorno rural, aunque la crisis urbana del siglo XVII generó otro éxodo de la ciudad al campo, sin que se pudiera evitar la desaparición de numerosos pueblos rurales, especialmente las aldeas, muchas de las cuales desaparecen por la emigración de sus habitantes ante la miseria y la guerra o la represión tras alguna revuelta. Resumiendo, se puede afirmar que hacia el 1600, la población rural sería el 90 % del total (Alcalá- Zamora, J. N., 1993: 43 y León, P., 1980: 480-482). Durante el siglo XVI, las crisis demográficas por mortalidad catastrófica habían remitido y el campesinado experimenta un periodo de bonanza económica. En este siglo se da otro proceso importante respecto al medio rural. Se trata del interés de la burguesía financiera y comercial por el campo como medio de obtener beneficios. Esto sucede de dos modos, a través del préstamo crediticio al campesinado, que irá progresivamente endeudándose, y a través de la instalación artesanal en el medio rural, con el denominado verlag system o domestic system (García Martín, P., 1985: 8-10 y Colás Latorre, G., 1998: 20). La economía campesina era fundamentalmente de subsistencia, completada con el uso de tierras y bosques comunales, caza, pesca, silvicultura y los ingresos obtenidos por el empleo en el domestic system. El campesino era autosuficiente en el abastecimiento de la mayoría de los útiles de labranza, utensilios domésticos, la ropa, el calzado y otros productos que el campesino no se podía permitir comprar a los comerciantes. Algunos productos que necesitaban ser comprados eran adquiridos en mercados y ferias locales. A pesar de todo, el campesino veía peligrar frecuentemente su supervivencia por la escasez de alimentos, lo que hacía de su vida una lucha diaria por la subsistencia, siempre con un futuro incierto (García Martín, P., 1985: 10 y 20 y Alcalá- Zamora, J. N., 1993: 56).

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El campesino se caracterizaba por tener una dieta pobre y monótona, por ir mal vestido y mal calzado, o descalzo, por vivir junto con los animales que cría y de los que vive, por el poco disfrute del ocio, por su analfabetismo y por vivir entre suciedad (Menéndez Pidal, R., 1989a: 409 y García Cárcel, R., 1985b: 22). En el mundo rural había una distinción clara entre los campesinos agricultores y los ganaderos, dentro de los cuales, a su vez, se distinguían los pastores sedentarios de los nómadas, grupos frecuentemente enfrentados entre si (Menéndez Pidal, R., 1989a: 403). La ganadería era fuente de riqueza en la economía campesina y su empleo solía tener fines comerciales, abasteciendo la demanda de carne, lana, leche, derivados lácteos, y otros productos de importante valor económico. Sin embargo, los campesinos más modestos podían tener algo de ganado para el autoabastecimiento, la venta de los productos derivados, para complementar ingresos, y sobre todo como fuerza de tiro y abono para la agricultura (García Martín, P., 1985: 10- 11 y Alcalá- Zamora, J. N., 1993: 58). La disputa entre agricultores y ganaderos por el uso de las tierras comunales fue frecuente y ocasionó numerosos pleitos y disputas, que deterioraron la convivencia entre la comunidad agricultora y la ganadera en el ámbito rural (Alcalá- Zamora, J. N., 1993: 48). En cuanto a la relación del campesino con los medios de producción, podemos señalar que muy pocos eran propietarios de la tierra que trabajaban. Sin embargo, existían diferencias socio-económicas entre el campesinado en función del tipo de contrato que establecía el campesino con el propietario. Había contratos de larga duración, como los censos enfitéuticos, foros vitalicios, etc., mientras que otros contratos más modernos, como el arrendamiento y la aparcería, eran de menor duración, lo que generaba peores condiciones de vida en el campesino (García Martín, P., 1985: 18). La familia campesina tradicional era la unidad social y económica de la sociedad del Antiguo Régimen. Cada miembro desempeñaba un papel económico fundamental dentro de la familia, habiendo una clara división sexual del trabajo. En este modelo familiar, el matrimonio funcionaba como un contrato que tenía como fin permitir la subsistencia de la familia, estableciéndose las propiedades que cada cónyuge debía aportar a la casa familiar (ídem: 19- 20). En cuanto a la herencia, primaba el derecho del primogénito para salvaguardar el linaje y el patrimonio familiar y existía una fuerte endogamia, que se entiende en un contexto de desconfianza hacia lo desconocido y lo venido de fuera (ídem: 19 y Delumeau, J., 1989: 69- 80). Para la familia campesina, la vivienda era fundamental para poder vivir en unas condiciones dignas, pero además tenía un valor simbólico, como conservación y transmisión del linaje y la tradición familiar, y su carencia significaba la exclusión social del individuo o de la familia (García Martín, P., 1985: 22- 24). De aquí se deriva una de las causas de la mala reputación de las comunidades más o menos itinerantes y sin residencia fija.

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En cuanto a la vida cotidiana del campesino, es importante reseñar que el mundo rural se regía a través del ciclo agrario, que se correspondía con el calendario religioso (ídem: 24-26) y solo se veía alterada su rutina en situaciones inusuales, como era el caso del alojamiento de soldados en misión militar entre la población rural, acontecimiento que solía tener nefastas consecuencias entre los campesinos por los abusos que se cometían (Alcalá- Zamora, J. N., 1993: 68- 70). A finales del siglo XVI se inicia un periodo de crisis agraria, que se manifiesta abiertamente durante el siglo XVII. Es un periodo en el que la explotación agrícola experimenta las consecuencias económicas de los rendimientos decrecientes, que provoca la desaparición de gran parte de la pequeña y mediana propiedad y el reforzamiento de la gran propiedad privada, con la consecuencia de la proletarización campesina (ídem: 45- 46). A la crisis económica del campesinado, con el consecuente agravamiento de las hambrunas, se suma una reaparición de la peste con una enorme virulencia y un aumento de la fiscalidad de guerra, lo que provoca el empobrecimiento general del campesinado medio y el retorno a un sistema de intercambio basado en el trueque (ídem: 46- 47). En esta situación en la que se encontraba el campesino medio, su vida se debatía constantemente entre la mera subsistencia y el riesgo de la miseria amenazante. Este precario equilibrio se rompía violentamente por tres factores: la amenaza del hambre, los efectos de la guerra y el aumento de la presión fiscal. Los documentos de la época, frecuentemente, dan testimonio del miedo de las clases más desfavorecidas a morir literalmente de hambre, aunque, si bien las crisis de subsistencia solían ser periódicas, la muerte provocada por inanición no era lo usual, excepto en momentos muy críticos. La realidad parece ser la de una población que estaba crónicamente subalimentada, y que por esta razón, era muy vulnerable a la enfermedad y la muerte (Franco Rubio, G. A., 1998: 17- 18). El hambre, además de causa más o menos indirecta de mortalidad, era frecuentemente, motivo de levantamiento popular, como ya vimos en el caso de las revueltas populares urbanas. Un ejemplo más del hambre como desencadenante de tumultos, lo tenemos en la rebelión de las Germanías, en las que la falta de abastecimiento en la ciudad, ocasionó la adhesión de las capas populares al alzamiento, extendiéndose al ámbito rural (García Cárcel, R. y Berenguer, E. , 1985: 14-16). El otro factor que podía alterar la rutinaria vida campesina era la guerra, que amenazaba con la desestabilización del orden socio-económico en el ámbito rural afectado por la guerra, el paso de tropas o el acantonamiento de tropas. Una de las razones por las que el campesino sufría el contacto con las tropas era la obligatoriedad de los campesinos de abastecer y alojar a las tropas, ya que no existía ningún tipo de sistema logístico (León, P., 1980: 384-385). Las tropas se alimentaban sobre el terreno, a costa de la cosecha y los ganados del campesinado, que quedaba en grave riesgo de padecer una miseria irreversible, y además se suceden todo tipo de abusos sobre la población, con robos, violaciones y asesinatos. Las tropas, además, portaban y transmitían todo tipo de enfermedades

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infecciosas, con la amenaza que esto suponía para las poblaciones que entraban en contacto con los soldados. Las consecuencias, muchas veces, eran la despoblación del área rural afectada, tanto por los asesinatos, como por la huída de los campesinos, que pasaban a ser, en ocasiones, los vagabundos que acudían a las ciudades (ídem: 385- 386 y Hale, J. R., 1990: 201- 231). En ocasiones, los ejércitos aplicaban deliberadamente políticas de tierra quemada sobre las poblaciones rurales para debilitar al enemigo, como la realizada en 1483 por Castilla sobre las tierras de Granada con el objetivo de poner fin a la guerra. Otra posibilidad era el cobro de sobornos a los campesinos, por parte de los ejércitos, para poder preservar sus bienes, ya que, de lo contrario, la población podía ser saqueada y arrasada (Hale, J. R., 1990: 206- 207). Había un desprecio mutuo entre la población rural y los soldados, lo que generaba frecuentes conflictos, a los que los campesinos no siempre respondían sumisamente, sino que a veces organizaban partidas armadas que se dedicaban a atacar grupos de soldados extraviados de la tropa (ídem: 213). Por último, los impuestos suponían el otro gran temor de los campesinos, que podían ver comprometida su precaria economía por un aumento de la fiscalidad, cosa que solía producirse por la demanda de la Hacienda Real o por las necesidades económicas de la guerra (García Cárcel, R., 1985a: 29- 30 y Hale, J. R., 1990: 203). Ante el endeudamiento, la creciente miseria, el hambre, la pérdida de derechos, los abusos señoriales, especialmente durante el siglo XVII, con el avance de los derechos nobiliarios sobre el la autoridad de la Corona, el campesino podía rebelarse contra determinados abusos señoriales o fiscales o contra su señor o autoridades determinadas, como los recaudadores de impuestos, aunque también cabían posturas resignadas y sumisas (León, P., 1980: 391- 392, 433- 436, 482- 490). El carácter de estas resistencias lo veremos después, en el capítulo sobre violencia señorial y antiseñorial. 5. CAUSAS Y CARÁCTER DEL CONFLICTO. Hasta ahora hemos visto los aspectos más generales de la economía y la sociedad españolas de los siglos XVI y XVII y se han descrito y analizado los grupos sociales marginales más representativos de la España del momento. En este otro capítulo vamos a tratar de desentrañar las causas y características de la conflictividad social existente entre los distintos grupos sociales. R. Barkai, en su obra Cristianos y musulmanes en la España medieval. El enemigo en el espejo (1991: 11- 14), trata una cuestión poco investigada en la historiografía anterior sobre la cuestión del conflicto entre moros y cristianos en la España medieval. Esta cuestión es la de la imagen que unos y otros se habían formado del grupo étnico contrario, del “otro”. Esta cuestión es fundamental para entender los recelos y los odios que existían entre ambas comunidades, recelos alimentados por los prejuicios que ambos se habían forjado de la comunidad opuesta, y que eran aplicados de forma global al conjunto de la colectividad étnica.

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La aplicación de prejuicios sobre una comunidad dada se basa en minusvalorar ciertos comportamientos, prácticas, creencias y costumbres de dicha comunidad étnica, de modo que se estereotipa despectivamente la identidad de ese grupo y se aplica a todos los individuos del grupo indistintamente. Este comportamiento despectivo hacia la minoría étnica resulta en la discriminación del grupo, que puede ser una discriminación de facto, es decir, practicada de forma espontánea por la sociedad, o de iure, sancionada por el derecho. Por tanto, esta discriminación puede ser actitudinal, ejercida en el marco de las relaciones sociales cotidianas, o institucional, ejercida desde las instituciones de poder (Kottak, C. P., 1996: 69- 70). La base psicológica de la discriminación y la violencia contra estos grupos minoritarios es su comprensión deshumanizada por parte de la comunidad rival. Son considerados inferiores, lo que justifica cualquier violencia contra ellos y además estos grupos son demonizados por la sociedad, entroncando con la tradicional idea maniquea de la contraposición del “bien” y el “mal”, y dando un carácter sagrado a la discriminación y a la persecución. De este modo se hace una división tajante entre fieles y herejes, de lo que resulta una divinización de la violencia (Rojas Marcos, L. ,2005: 227- 229, 232). En el caso del racismo en la España de esta época, la discriminación atiende a motivos biológicos, culturales y religiosos, que en los grupos minoritarios se englobarían en el concepto del pecado original, de fundamento religioso, transmitido a través de la sangre, en base a la raza (Tomé, P., 2001: 62). Estos grupos minoritarios son a menudo convertidos en chivos expiatorios de todo tipo de males sociales, económicos, políticos, etc., situación aprovechada y fomentada muchas veces por las instituciones de poder y ciertos líderes, que ven en estos grupos minoritarios una alternativa para canalizar la agresividad social contra estos y no contra la estructura social, económica y política que genera las desigualdades y las injusticias, y que mantiene en el poder a las élites (Rojas Marcos, L. ,2005: 228- 231). Según L. Rojas Marcos (2005: 233- 234), la conflictividad social y la violencia alcanzan mayor magnitud en el ámbito urbano. Esto es así por el desequilibrio entre las aspiraciones sociales y las posibilidades reales de los individuos, y por el hacinamiento, relacionado, según A. Storr (2004: 58), con la idea del ser humano como un animal territorial y competitivo. La respuesta del grupo étnico que se considera atacado, ante la persecución, es frecuentemente la de la reafirmación de su identidad étnica como arma contra la mayoría dominante. Esta minoría reaviva y realimenta su postura defensiva y beligerante frente a los “otros” recordando los agravios y abusos sufridos. Se considera a la mayoría dominante como una amenaza contra la identidad de la comunidad. Esto genera un sentimiento de miedo e inseguridad obsesivos, que a la larga, posibilitará reacciones violentas de la minoría contra la comunidad que se considera agresora (Maalouf, A., 2005: 34- 47). Por otro lado, estos grupos minoritarios suelen estar marginados en el acceso a los recursos económicos y/ o políticos, aunque no siempre, ya que algunas minorías poseían altas cotas de poder económico y político, como era el caso de los judíos. En este caso, actuaba la idea de la “limitación de lo bueno”, es decir, la creencia de que los recursos

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económicos eran limitados, por lo que al ser acaparados por un grupo minoritario, como los judíos, se impedía el acceso a los recursos necesarios al resto de la población (Kottak, C. P., 1996: 69 y 74). En esta situación en la que tenemos dos grupos étnicos enfrentados, y cuya convivencia pacífica puede resultar difícil, la actuación de la cultura dominante puede pretender la asimilación cultural forzosa o la destrucción de la cultura minoritaria (etnocidio), lo que en caso de fracasar estas expectativas, puede incentivar la expulsión de estos grupos, considerados inadaptables (Kottak, C. P., 1996: 74). A continuación, vamos a pasar a analizar cuatro tipos de conflictos, diferentes en cuanto a sus causas y motivaciones. Estos cuatros grupos de causas del conflicto social que se dio en la España de los Austrias son: el miedo y la pobreza, la cuestión religiosa, el antagonismo entre población sedentaria e itinerante y la violencia resultante de los abusos del régimen señorial. 5.1.

MIEDO Y MISERIA COMO DESENCADENANTE DEL CONFLICTO SOCIAL.

Uno de los factores del estallido del conflicto social era el miedo y la miseria en la que vivía la sociedad de esta época. J. Delumeau, en El miedo en Occidente (1989: 53307), retrata algunos de estos temores colectivos. Entre el listado de temores sociales figuran el miedo a los espíritus, a los maleficios y lo demoníaco, a la peste y el hambre, al fisco, etc. Todo lo diferente y lo desconocido, por impredecible, producía temor entre la sociedad. Esto, en el plano social, se refleja en el miedo al “otro”, que como vimos, mantiene una identidad distinta y diferente al resto. Esta diferencia puede manifestarse en lo religioso, en las costumbres, formas de vida, etc. Ya hemos visto, por otro lado, la precariedad en la que vivía la mayor parte de la población urbana y rural en este momento. La lucha por la vida era diaria, y en cualquier momento finalizada por el hambre, la guerra o la enfermedad. Esta situación de miseria avivaba las envidias y los odios hacia los sectores más prósperos de la sociedad, como en el caso de algunos judíos y moriscos, que eran prósperos comerciantes, contra los que actuaba la idea, anteriormente mencionada de la “limitación de lo bueno”, por la que se pensaba que al acaparar estos individuos cierto grado de riqueza, el resto de la población veía mermado su poder adquisitivo. Desde luego, este problema socio-económico iba acompañado de todo tipo de prejuicios raciales y religiosos, que además eran fomentados por la Iglesia, como veremos más adelante. Las frustraciones colectivas de los grupos sociales, originadas por la injusticia social y el desigual reparto de la riqueza, iban aumentando en el seno de la comunidad, hasta que en un momento de crisis aguda, que actuaba como detonante, se producía la respuesta violenta, que encontraba en determinado colectivo su chivo expiatorio (Delumeau, J, 1989: 36- 37, 206). Los abusos cometidos contra la población eran también el detonante del conflicto. En el caso de la violencia desatada entre campesinos y soldados, vemos como existían también ciertos prejuicios, por los que los soldados consideraban a la población civil,

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especialmente la campesina, como seres inferiores. De este modo, nos encontramos con que también en este caso existían prejuicios que funcionaban como canalizadores del conflicto (Hale, J. R., 1990: 201- 220). Por otro lado, los campesinos respondían a estos abusos e injusticias con cierto grado de resistencia, que podía ser pasiva o activa. El tipo de resistencia pasiva más frecuente era la huida, mientras que, en ocasiones, se respondía con violencia a los excesos de los soldados, organizándose en grupos armados y atacando a grupos aislados de soldados. Sin embargo, otro tipo de actitud muy frecuente entre la población más vulnerable solía ser la resignación, entendiendo que todos los padecimientos tendrían recompensa ante Dios (León, P., 1980: 487- 489). En el caso de que se diera una rebelión agraria en respuesta a los abusos sufridos, esta solía tener un carácter radical y mesiánico. A pesar de todo, la rebelión agraria a gran escala no se dio en España, sino que lo más usual eran pequeños disturbios localizados en una zona concreta., o apoyos campesinos a rebeliones urbanas, como la de las Comunidades (1520- 1521), las Germanías (1519- 1523), o la revuelta de Cataluña (1640). Estas revueltas se justificaban ideológicamente por la tradición y la religión, y en ningún caso pretendían un cambio en la estructura socio-económica, sino solo un retorno a un momento pasado idílico, en el que reinaba la justicia y la prosperidad (Zagorín, P., 1985a.: 211- 215). En el caso de la revuelta urbana, al igual que en la agraria, y junto con otras causas de tipo político- económico, también se veían promovidas por la miseria y el hambre, provocado por las frecuentes faltas en el sistema de abastecimiento. De este modo, el hambre fue una de las causas de la rebelión de las Germanías (Zagorín, P., 1985b: 275 y García Cárcel, R. y Berenguer, E., 1985: 14- 16). Para tratar de paliar la pobreza en las ciudades existían algunas políticas preventivas y otras represivas. Las ciudades procuraban mantener unos graneros de emergencia, para los periodos de carestía grave, y existían también algunas instituciones de beneficencia para los pobres. Sin embargo, estas medidas no solucionaron los problemas, y la mayor preocupación de las autoridades siguió siendo la estrecha relación entre pobreza y delincuencia. Para frenar este problema se recurrió al encierro de pobres y se establecieron patrullas urbanas para impedir la actuación de mendigos, ladrones y pícaros (León, P., 1980: 322- 324). 5.2. CONFLICTOS RELIGIOSOS. LA CUESTIÓN DE LAS CASTAS. Ya hemos visto la importancia que tenía la cuestión religiosa en la sociedad española de la época. Este factor sería el motivo principal o aglutinador de la conflictividad social entre la comunidad cristiana y las otras dos minorías étnicoreligiosas, la judía y la morisca. Tal vez halla sido Américo Castro quien, en sus obras La realidad histórica de España y Los españoles. Cómo llegaron a serlo, analizase de forma más profunda el carácter del antagonismo entre las tres castas religiosas. Vimos también como se formaron estas tres castas en la España medieval y cual fue su destino a lo largo del siglo XVI y XVII. La casta cristiana hizo de la Monarquía

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española un Estado teocrático cristiano, por influencia de la concepción de Estado que habían tenido los musulmanes en España. Por otro lado, la idea de casta religiosa fue una influencia de la cultura hebrea sobre la cultura cristiana, que asumió el carácter sagrado de la casta para diferenciarse de moros y judíos, con los que convivía en el mismo espacio. Esto llevó a la reafirmación de la identidad de cada casta frente a sus contrarios (Castro, A, 1971: 28- 42). Las tres castas vivían en un equilibrio basado en la pertenencia de las tres religiones al tronco común de “las religiones del Libro”, es decir, que el Talmud, el Corán y la Biblia tenían un origen común. Por otro lado, las tres castas se complementaban entre si en cuanto a los aspectos económicos, como ya vimos anteriormente, lo que hacía necesaria la convivencia, aunque esta no siempre fuera pacífica (ídem: 40- 43). Sin embargo, la casta cristiana, al finalizar la Reconquista con la toma de Granada (1492), se convirtió en la casta dominante, lo que unido a la concepción teocrática del Estado y a la rivalidad entre castas por hacerse imprescindibles y someter a sus contrarias, imposibilitó el precario equilibrio de convivencia que se había venido manteniendo durante siglos (ídem: 44- 60). La presión de la casta cristiana sobre las castas judía y morisca acabó provocando la reafirmación de la identidad de estas dos minorías, lo que a corto plazo generó un conflicto manifiestamente violento entre los dominantes y los dominados (Maalouf, A., 2005: 22- 23). El resultado de este conflicto fue, como sabemos, la conversión forzosa y la expulsión. 5.3. CONFLICTOS ÉTNICOS. POBLACIÓN SEDENTARIA FRENTE A POBLACIÓN ITINERANTE. Otro de los factores del conflicto social es el enfrentamiento y la desconfianza mutua entre la población sedentaria y la población itinerante. Las poblaciones sedentarias, en general, veían con desconfianza y recelo a la población más o menos nómada, de la que se tenía una imagen estereotipada y cargada de prejuicios, que podía tener, o no, una base más o menos real. Los grupos sociales que de este modo se vieron discriminados fueron, de los estudiados en esta investigación, los gitanos, los vaqueiros de alzada y los pasiegos, cuyo rasgo común es, como vimos, la ausencia de una residencia fija. Por esta circunstancia, y al no estar establecidos dentro de una comunidad sedentaria, eran en gran medida desconocidos por sus vecinos, y por lo tanto sentían hacia estos la tradicional desconfianza y temor hacia el “otro”, del que nada se sabía, y que por tanto era impredecible. Quedaban, por tanto, marginados de los vínculos sociales de la población de su entorno. En el caso de los gitanos, la desconfianza venía por la creencia, en cierta medida real, de que se dedicaban al robo, lo que en ocasiones provocó la reacción violenta y la persecución de esta minoría por los vecinos de la zona (Clebert, J. P., 1985: 59- 60). De hecho, la legislación real constantemente insistió en la obligatoriedad de los gitanos de

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establecerse en pueblos sedentarios e insertarse en la sociedad, algo que fracasó por las reticencias tanto de los gitanos, como de sus vecinos. En el caso de los vaqueiros de alzada y los pasiegos, el enfrentamiento con sus vecinos venía dado por su dedicación a la ganadería y su movilidad estacional con los rebaños. Al igual que los gitanos, la movilidad de estas dos comunidades impidió que se establecieran vínculos sociales sólidos entre estas minorías y sus vecinos de los pueblos. Pero además, su dedicación a actividades ganaderas provocó numerosos pleitos y disputas entre estos y sus vecinos, que se dedicaban a la agricultura, por el aprovechamiento de las tierras comunales, enfrentamientos muy frecuentes entre los agricultores y los ganaderos de la época (Miner Otamendi, J. M., 1978: 93 y Cátedra, M., 1988: 251). 5.4. VIOLENCIA SEÑORIAL Y CONFLICTOS ANTISEÑORIALES. A lo largo del siglo XVI, la Monarquía había ido acaparando y centralizando el poder del Estado, en detrimento de los derechos jurisdiccionales de la nobleza. Sin embargo, en el siglo XVII la Monarquía va perdiendo poder en beneficio de una nobleza que se refuerza, asumiendo el control de los resortes del Estado, y recuperando la potestad sobre nuevos señoríos enajenados por la Corona. Este proceso se conoce como la reacción señorial, por la que el campesinado pasa a vivir una nueva servidumbre, reforzándose los lazos de dependencia entre el señor y los siervos. El campesinado, por medio del endeudamiento ya desde el siglo XVI, irá perdiendo la propiedad de la tierra, que se concentra en manos de la nobleza, a la vez que empeoran las condiciones de arrendamiento de las propiedades (León, P., 1980: 433). Este empeoramiento de las condiciones de vida del campesinado, que como dijimos se inicia en el siglo XVI, se manifestará a través del conflicto antiseñorial y la violencia que los señores ejercen contra sus siervos. La lucha antiseñorial podía encauzarse a través de los pleitos judiciales, o a través de levantamientos violentos localizados, que eran rápida y brutalmente sofocados por las armas. Como ejemplo, tenemos los disturbios andaluces de 1647- 1652, aunque en España este tipo de revueltas fue poco frecuente (ídem: 214- 215). Además de los disturbios andaluces referidos, se dieron otros en la Corona de Aragón como la Guerra dels Segadors (1640) y la revuelta de los Gorretes o barretines (1688). Sin embargo, existía otro modo de rebelión contra el régimen señorial, e incluso contra el orden social, que era el bandolerismo (Colás Latorre, G., 1998: 23- 28). El bandolerismo fue especialmente problemático en la Corona de Aragón, aunque también se dio en otras regiones de España, como el bandolerismo morisco granadino. Por otro lado, se desarrollaron diversos tipos de bandolerismo en la Corona de Aragón. Allí operaba un bandolerismo popular, de carácter marginal, un bandolerismo morisco, resultado de las duras condiciones de vida de los moriscos de esta zona y un bandolerismo aristocrático, practicado por la nobleza como medio de aumentar sus ingresos y de intervenir violentamente en la política local (VV. AA., 1997: 25- 49).

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Para finalizar, añadiremos una observación sobre la conflictiva situación que se vivía en Mallorca, donde el enfrentamiento entre las distintas facciones aristocráticas, que encabezaban grupos armados de bandoleros con el fin de dominar la vida política de la isla, alcanzó el grado de guerra civil total (1590- 1666), afectando e involucrando a la mayor parte de la población civil. Solo la violenta campaña represiva de 1666, la ocupación militar de la isla, y el posterior desarme de la población lograron poner fin a esta guerra endémica (ídem: 50- 55). 6. LA INSTRUMENTALIZACIÓN DEL MIEDO Y LA VIOLENCIA COMO MEDIO DE CONTROL SOCIAL. Ya hemos visto como la aristocracia aragonesa se beneficiaba directamente de la violencia social que afectaba a la región, con el objetivo de lograr mejorar sus ingresos económicos y, sobre todo, de fortalecer su influencia política. Otro grupo privilegiado era la Iglesia, que como la aristocracia logrará canalizar e instrumentalizar las frustraciones y las iras populares contra determinados grupos minoritarios en beneficio propio y del Estado. La Iglesia, desde que se uniera al Estado como grupo de poder, con el Edicto de Tesalónica hacia el 381, se convirtió en una institución conservadora e intransigente, dedicada, conjuntamente con el Estado, a la persecución de toda herejía o disidencia. La unidad religiosa de la sociedad significaba desde el punto de vista de los grupos de poder, la seguridad y el mantenimiento del orden social. De aquí que se persiguiera todo aquello contrario a la doctrina católica. (Kamen, H., 1987: 14- 18). Para el mantenimiento de la fe católica, el orden social y la uniformidad ideológica se creó en España, en el año 1480, el Tribunal de la Santa Inquisición, al servicio de la Iglesia y el Estado. La historia de la Inquisición española se puede dividir en varias etapas cronológicas, fundamentadas en el objeto de su persecución. La primera etapa (14831520) fue la de mayor actividad de su historia. La represión se ejerció sobre el criptojudaísmo, es decir, aquellos judíos conversos acusados de seguir practicando el judaísmo. La magnitud de la persecución fomentó una enorme tensión social, que contó con la colaboración de la Corona, la Iglesia y las principales familias urbanas. En cuanto a las penas impuestas debemos decir que las condenas a muerte fueron minoritarias, si bien las hubo, y lo que si fue frecuente fue la confiscación de bienes. Los motivos reales de la persecución se relacionaban más con las tensiones sociales, políticas y económicas urbanas, que con cuestiones de herejía verdadera. Hacia 1520, la persecución contra los falsos conversos remitió (Contreras, J., 1997: 35- 37). La segunda etapa (1520- 1630/40) estuvo dirigida a la persecución de la reforma protestante y de las conductas amorales de los cristianos, sobre todo del área urbana. Por otro lado, los moriscos, falsamente convertidos, fueron también objeto de persecución inquisitorial, lo que fomentó la aparición de movimientos mesiánicos entre la población morisca. A pesar de todo, la minoría morisca logró resistir y mantener sus peculiaridades culturales (ídem: 39- 41).

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A partir de 1630, y hasta su desaparición en 1834, su actividad fue muy minoritaria, y solo hacia 1627 hubo un rebrote de persecución contra el criptojudaísmo, a raíz de la llegada de conversos portugueses. Por lo demás, su función quedó limitada a la censura de libros y corrientes de pensamiento consideradas por la Iglesia como herejes, más por su contenido político e ideológico, que por su doctrina religiosa (ídem: 41- 52). La Inquisición logró un fuerte control social a través de la manipulación del terror colectivo, que fomentaba con ideas sobre la intrusión de lo demoníaco e impuro entre la sociedad cristiana. El Santo Oficio de la Inquisición se presentaba a si misma como la única salvación posible para la sociedad cristiana, escenificando esta idea a través del auto de fe. En estos autos de fe se presentaba públicamente a los herejes, a los que se culpaba de todos los males sociales y económicos, controlando los inquisidores las reacciones de descontento social que se originaban entre la sociedad. El recuerdo del temor y la angustia que provocaba el auto de fe entre la población quedaban grabados en la memoria colectiva, posibilitando un mayor control social. Otra forma de control social del que se servía la Iglesia a través de la Inquisición era la lectura pública de las sentencias del Tribunal sobre los acusados, lo que provocaba la pérdida inmediata de la honra, y por tanto la exclusión social del individuo y de la familia, incluidos los descendientes. Esto fue motivo del aumento de la conflictividad social, ya que la culpa del acusado se recordaba colectivamente. Es importante finalizar nuestro estudio sobre la Inquisición recordando que era la Monarquía la que ejercía un control directo de esta institución eclesiástica, por lo que se servía de ella para mantener una sociedad más sumisa a las autoridades y al orden social, que no olvidemos, se pensaba establecido por Dios (ídem: 53- 62).

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7. CONCLUSIONES FINALES. A lo largo de este trabajo de investigación hemos señalado y analizado una serie de aspectos que hemos creído fundamentales para entender las causas y naturaleza de los conflictos sociales que se dieron en España durante los siglos XVI y XVII. Todos estos aspectos los hemos estudiado en este ensayo en base a la siguiente estructura de los contenidos: contexto económico, rasgos definitorios de la sociedad, grupos sociales marginados, naturaleza del conflicto social, instrumentalización del miedo y la violencia por grupos sociales poderosos, y finalmente la conclusión final sobre la que estamos tratando. En primer lugar, se ha estudiado la historia económica de España durante los siglos XVI y XVII, prestando especial atención a aquellos aspectos que indican las repercusiones que sobre la sociedad tuvo la evolución de la economía, distinguiendo la incidencia que tuvo en unos grupos sociales y en otros. Así vemos como los distintos colectivos sociales se veían beneficiados o perjudicados por la situación de la economía en función de su lugar en la escala social. De este modo, un periodo de bonanza económica podía beneficiar a unos grupos, pero perjudicar a otros, y viceversa. Este estudio de la historia económica nos ha servido también para establecer ciertos criterios socio-económicos que estarán presentes como causa de las tensiones sociales en buena parte de los casos estudiados. Sobre los rasgos que definen la sociedad de este periodo, hemos elaborado una lista con aquellos que caracterizan y encuadran al individuo dentro de un grupo social determinado. Estos elementos analizados hemos visto como actúan también como factores de discriminación social y como causantes de tensiones sociales entre diferentes grupos. Estos elementos a los que nos referimos son conceptos como el de honor/ honra, la religión y las castas étnico- religiosas, la moral, formas de vida, el poder adquisitivo, etc. De este modo, veíamos como todos estos elementos de distinción social rompen con el rígido esquema tripartito de división social, basado en los estamentos de la nobleza, el clero y el pueblo llano, aunque ciertamente, el estamento actuaría como otro elemento de distinción social, de tipo tradicional, que tendría un papel hegemónico en la configuración de la sociedad española de este momento. En definitiva, vimos como rasgos sociales propios del Antiguo Régimen entrarían en contacto con otros rasgos de signo capitalista, propiciando el cambio social, aunque matizado y nunca de tan hondo alcance como se produjo en otras naciones europeas como Inglaterra, u Holanda. Este cambio social no sería aceptado sin fuertes resistencias e influiría sin duda en el estado de conflictividad social que se vivía en este momento en España, una España poco proclive a incorporar cambios que alterasen los valores tradicionales. En cuanto a los grupos sociales marginados a los que se ha hecho referencia en este estudio, establecimos una clasificación en base al elemento más definitorio de estos colectivos. Para musulmanes y judíos, el elementos clave es la religión, para gitanos, pasiegos, vaqueiros, etc., el rasgo distintivo era su forma de vida errante o más o menos nómada, para otros colectivos como los mendigos o las prostitutas, la distinción venía por su marginación socio- económica en el contexto urbano.

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Igualmente, la situación del campesino venía fuertemente condicionada por su hábitat rural y su pertenencia al tercer estado. Así podríamos seguir con cada uno de los grupos sociales estudiados en esta investigación. Sin embargo, la elección de un criterio de distinción social como clave de caracterización de un grupo no significa que otros criterios no influyeran en el estatus social del individuo dentro de este grupo. Así veíamos como el poder adquisitivo podía variar la situación de un individuo, como en el caso de la pequeña burguesía rural o campesinado acomodado, o incluso de todo un colectivo, como en el caso de los judíos, que dado su importante poder adquisitivo se hicieron imprescindibles para la Corona y otras empresas como banqueros privados. Sobre la naturaleza del conflicto social, tratábamos de analizar sus verdaderas causas y sus características. De este modo, concluimos que en la base de los conflictos sociales de esta época no están únicamente factores de índole económica, como la historiografía marxista tradicionalmente había venido defendiendo, sino que, sin restar importancia a la lucha entre los grupos sociales por el acceso a los recursos, junto a estas tensiones de índole económica coexistían otras tensiones determinadas por la diferencia cultural, el miedo a lo diferente, el integrismo religioso, el racismo, la xenofobia, el desprecio de la élite hacia los grupos sometidos, etc. De este modo, en este ensayo rescatamos como método de trabajo el análisis de aquello que el marxismo califica de superestructura, y que engloba los aspectos culturales, ideológicos, religiosos y artísticos, y que había sido desechada por la historiografía marxista de los trabajos de investigación sobre la conflictividad social de este periodo. En este trabajo se sostiene la idea de que no se puede entender la conflictividad social como una lucha de clases, ya que en este momento no había todavía una conciencia de clase bien definida, y las revueltas generalmente buscaban una vuelta a lo que se entendía como orden natural y tradicional de las cosas, y nunca un cambio radical en el sistema social, político o económico. Para entender las causas del conflicto debemos tener en cuenta, por un lado, la lucha por el acceso a los recursos (no una lucha de clases), y por otro las tensiones culturales, religiosas, e ideológicas existentes entre los diversos grupos sociales. Finalmente, y para terminar esta breve conclusión, remitimos al capítulo sobre la instrumentalización de la violencia y el miedo por parte de los grupos hegemónicos dominantes, como los clérigos, la nobleza o la burguesía, que lograban arrastrar a las masas a la violencia con mensajes populistas o mesiánicos, y que perseguían unos intereses propios, no vinculados a los de la población a la que alzaban, a veces contra un chivo expiatorio al que se culpaba de todos los males y generalmente se revestía de una aureola maléfica y de impureza.

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