Historia de la colonización de la Amazonia

July 30, 2017 | Autor: Yuri Leveratto | Categoría: Amazonia, Historia
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Descripción

Historia de la colonización de la Amazonia El primer europeo que navegó cerca al estuario del Río Amazonas fue el florentino Américo Vespucci. En 1499, el navegante toscano, quien se había separado de los barcos liderados por Alonso de Ojeda en del Río Damerara, en Guayana, se dirigió hacia el sur y exploró la actual costa brasileña hasta el Cabo de San Agustín. Vespucci escribió, en sus cartas al florentino Lorenzo di Pier Francesco de Medici, que dos ríos enormes desaguan en el océano (las dos bocas principales del Río Amazonas). Describió además los indígenas que allí habitaban. Vespucci fue entonces el primer narrador de la geografía, de las etnias y de la fauna amazónica. Según él, los indígenas eran muy numerosos y vivían en armonía y en paz con la naturaleza. A continuación se adjunta un fragmento de una de sus cartas: Creo que estos dos ríos son la causa del agua dulce en el mar. Acordamos entrar en uno de estos grandes ríos y navegar a través de él hasta encontrar la ocasión de visitar aquellas tierras y sus poblados; preparados nuestros barcos y las provisiones para cuatro días, con veinte hombres bien armados nos adentramos en el río y navegamos a fuerza de remos durante dos días recorriendo la corriente por aproximadamente dieciocho leguas, avistando muchas tierras. Navegando así por el río, vimos signos muy evidentes de que el interior de aquellas tierras estaba habitado. Entonces decidimos volver a las carabelas que habíamos dejado en un lugar inseguro y así procedimos. La sucesiva expedición para explorar las costas brasileras y el estuario del Río Amazonas fue dirigida por el español Vicente Yánez Pinzón, que había sido el comandante de la Niña en el viaje de Colón en 1492. Partió de Palos el 19 de noviembre de 1499 al mando de cuatro pequeñas carabelas. El 26 de enero de 1500, mientras que la flota navegaba a doscientos kilómetros de la costra brasilera, se dio cuenta de que estaba rodeado de agua dulce. Pensó que debía ser un enorme curso de agua que entraba prepotentemente en el océano. Reconoció el estuario pocos días después y bautizó a aquel río Santa María de la Mar Dulce. El viaje de Pinzón fue relatado por el historiador milanés Pedro Mártir de Anglería, en su obra en latín, Décadas de orbe novo. He aquí un fragmento: Descubrieron que de grandes montañas fluía con enorme ímpetu un inmenso río de corriente muy fuerte. Dijeron que dentro de aquel piélago hay numerosas islas selváticas, pero riquísimas y con numerosas poblaciones. Contaron que los indígenas de estas regiones son pacíficos y sociales, pero poco útiles para nuestros propósitos, tanto que no obtuvieron de ellos ninguna ganancia suficiente, como oro o piedras preciosas. Para compensar la falta de ganancias, los españoles se llevaron consigo treinta esclavos indígenas. Los indígenas llaman a esta región Mariatambal, mientras que aquella situada al Oriente del río se llama Camamoro y a aquella situada al Occidente se le dice Paricora. Los indígenas indicaron que en las regiones internas del río se encontraban grandes cantidades de oro. Después de aproximadamente un mes, otro español, Diego de Lepe, se adentró en el estuario por sesenta leguas. Tuvo contacto con numerosos indígenas y fue el primero en llamar Marañón al gran río, probablemente utilizando un nombre indígena. En 1500, un gran cartógrafo y piloto, el cantábrico Juan de la Cosa, diseñó el primer mapa del Nuevo Mundo. En él se nota la enorme masa del continente americano y el estuario del Río Amazonas, tal como fue descrito por los primeros navegantes. El portugués Cabral tomó posesión oficial de Brasil en 1500, pero su colonización inició sólo en 1532, cuando Martin Alonso da Souza fundó la ciudad de San Vicente y construyó algunos puestos militares en las cercanías de las actuales ciudades de Salvador y Río de Janeiro. En 1494, el tratado de Tordesillas había dividido el mundo en dos esferas de dominio, una española y otra portuguesa. Una línea imaginaria dividía al Nuevo Mundo en dos partes: las tierras al occidente de esa línea (situada a 370 leguas al occidente de las islas de Cabo Verde) eran de posesión española, mientras que las tierras al oriente de la misma eran de posesión portuguesa (Brasil). Teóricamente, el estuario del Río Amazonas, así como toda su enorme cuenca, cayeron bajo la influencia española. Sin embargo, los españoles, durante los primeros treinta años del siglo XVI, no estuvieron interesados en aquel vasto territorio, por varios motivos.

Antes que nada, porque se trataba de una tierra incógnita, aparentemente sin riquezas, pero principalmente porque estaban obsesionados por encontrar un camino que les permitiera llegar hasta las “Islas de las Especias”, situadas en Asia, para poder contrastar, de este modo, con el predominio portugués. El proceso de exploración que llevó a los españoles a arribar hasta las Molucas, islas rebosantes en especias, se concluyó en 1521, cuando Magallanes, después de haber encontrado el camino, situado al sur del continente, que permitía llegar hasta el “Mar del Sur” (Océano Pacifico), llegó, después de otros meses de navegación, a las famosas islas. Mientras tanto, los españoles habían consolidado su dominio en el istmo de Panamá y se apuraban en conquistar el fabuloso reino de “Birú”, donde se decía que había enormes riquezas. En aquella época, los conocimientos geográficos del Nuevo Continente eran aún muy aproximativos. A partir de 1530, luego de la expedición del español Diego de Ordaz, quien recorrió el río Orinoco y transmitió noticias de enormes tesoros escondidos en la selva impenetrable, comenzaron a difundirse varias leyendas, como la de una ciudad de oro ocultada en la jungla. En aquellos años, Francisco Pizarro estaba conquistando Perú y gran parte de sus tropas estaba ocupada en los enfrentamientos con los indígenas Incas y con el ejército de Diego de Almagro, su rival. En los años siguientes a la conquista del Perú, la leyenda de colosales tesoros fue ulteriormente revivida cuando el español Sebastián de Belalcázar, en marcha hacia el norte del Perú, se encontró con un nativo, que le contó que uno de los caciques de una tierra situada más al norte, solía sumergirse en un lago con el cuerpo cubierto de polvo de oro, lanzando varias joyas de oro al espejo de agua, para complacer a la Divinidad. El territorio del que hablaba aquel indígena era una meseta situada en el centro del actual territorio colombiano, tierra de los Muiscas, que fue conquistada por el español Gonzalo Jiménez de Quesada en 1537. La laguna, llamada Guatavita, fue explorada a fondo pero, aparte de algunos pedazos de oro, no se localizó ninguna ciudad escondida. Sin embargo, la leyenda de El Dorado estaría viva desde entonces, e impulsó a otros aventureros a buscar más allá del altiplano de los Muiscas, explorando los valles de los ríos Caquetá y Putumayo, afluentes del Río Amazonas. En aquellos años, Carlos V, para desadeudarse con los banqueros alemanes Wesler, de los cuales había recibido préstamos, les había concedido aprovechar económicamente el interior de Venezuela. Los primeros mercenarios teutónicos que se adentraron en la actual Amazonía colombiana fueron Jorge Espira y Felipe de Utre. Los alemanes exploraron vastos territorios correspondientes a los actuales departamentos colombianos de Meta, Guaviare y Caquetá, pero se vieron obligados a devolverse hacia el norte puesto que varios ataques de los indígenas les obstruían el paso hacia las profundidades de la selva. El primer aventurero que se adentró en la cuenca del río Madre de Dios, uno de los afluentes del Beni, en la cuenca del Madeira, fue Pedro de Candia, lugarteniente de Francisco Pizarro. Estaba en búsqueda de la legendaria ciudad de Paititi, lugar mítico donde los Incas habrían acumulado sus tesoros después de la conquista española del Perú. Después de los testimonios de algunas de sus concubinas indígenas, quienes le describieron una provincia opulenta llamada Ambaya, se convenció de que era posible encontrar inmensos tesoros. Partió a principios del 1538 del pueblo de Paucartambo, al mando de aproximadamente 600 hombres. Avanzaron a través de la selva por unas 30 leguas hacia el oriente hasta un pueblo llamado Abiseo, donde fueron atacados por feroces nativos y donde sufrieron muchísimas pérdidas. De este modo, decidieron retirarse y regresar al Cusco. En 1541, a una distancia de 49 años de la primera expedición de Cristóbal Colón, la cuenca amazónica era aún un territorio virgen e inexplorado, si se excluyen las expediciones hasta ahora mencionadas, las cuales, no obstante, no dejaron noticias geográficas claras, sino sólo confusas descripciones de reinos riquísimos y de indígenas belicosos que practicaban el canibalismo. En ese momento, el hermano de Francisco Pizarro, Gonzalo, recién nombrado gobernador de Quito, decidió emprender una expedición hacia el oriente, en busca del país de la canela y de El Dorado. El extremeño Francisco de Orellana se unió al viaje.

Prontamente se separaron en dos grupos, puesto que Gonzalo Pizarro regresó a Quito, mientras que Francisco de Orellana continuó, con sus hombres, la exploración de la cuenca fluvial, navegando en embarcaciones rústicas construidas por él mismo. Fue la primera exploración del gran río que fue bautizado “Río Amazonas”, después de haber visto una tribu de mujeres guerreras, como las Amazonas de la mitología griega. El capellán de la expedición, Gaspar de Carvajal, dejó una preciosa crónica de la exploración, que fue transmitida por el historiador español Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés en su Historia General de las Indias. Carvajal describió numerosos pueblos indígenas y recurrentes aldeas con extensos campos cultivados, como si en la Amazonía hubieran vivido muchos cientos de miles de personas, antes de la llegada de los europeos. Francisco de Orellana logró llegar al océano, llevando a cabo el más grande viaje de exploración fluvial de todos los tiempos. Dándose cuenta de la importancia de su descubrimiento, viajó rápidamente a la corte del rey Carlos V, pidiendo permiso para poder regresar a la Amazonía con una verdadera flota para poder fundar ciudades e iniciar la conquista y colonización de aquellas tierras. No obstante, en su segunda expedición, no tuvo fortuna y murió víctima de una enfermedad. Los sobrevivientes abandonaron la Amazonía, que en los años siguientes volvió a ser un territorio inexplorado y sin conquistar, aunque estaba, teóricamente, bajo la influencia española. La siguiente exploración de europeos en la Amazonía tuvo lugar en 1560, cuando Pedro de Ursúa emprendió una expedición desde la cuenca del Río Huallaga en busca de El Dorado. La exploración se transformó rápidamente en un íncubo, cuando uno de sus hombres, el feroz Lope de Aguirre, tomó el mando de la expedición luego de haber asesinado a su comandante. Lope de Aguirre, quien él mismo se nombró “rey de la Amazonía”, continuó su loca marcha en búsqueda del riquísimo reino perdido en la selva, y fue después juzgado en Venezuela, por haber intentado convencer a sus hombres del propósito de independizar el Perú de España. Después de su captura y ejecución, efectuada en 1561, la Corona española prohibió otros viajes más allá de los Andes, probablemente para no difundir falsos mitos entre la gente y para no incentivar la despoblación del Perú, el cual, a fines del siglo XVI, comenzaba a proporcionar plata y otros minerales. De cualquier modo, en 1561, el español Nuflo de Chávez fundó, en las cercanías del Mamoré, el pueblo de Santa Cruz de la Sierra, en la actual Bolivia. De este lugar, situado en la cuenca amazónica pero a una altura de cuatrocientos metros sobre el nivel del mar, partieron en los años siguientes importantes misiones de jesuitas, que exploraron el alto curso del Madeira, uno de los más grandes afluentes del Río Amazonas. En efecto, a partir de 1570, la Corona española autorizó un lento pero constante flujo de jesuitas en los territorios del Virreinato del Perú. La meta principal del envío de jesuitas era la de evangelizar a los nativos y la de transmitir informaciones importantes al gobierno español. Mientras tanto la exploración de la Amazonía seguía. En 1566, el español Juan Álvarez Maldonado recorrió el curso del Río Madre de Dios en búsqueda de Paititi. El viaje fue un fracaso, pero Maldonado contribuyó, con sus exploraciones, al conocimiento de esa parte de la selva amazónica considerada inaccesible hasta entonces. Mientras tanto, a fines del siglo XVI, las crónicas de los aventureros habían aumentado considerablemente los conocimientos geográficos del continente suramericano. Algunos de ellos, después de haber escuchado lo que algunos nativos habían descrito sobre una ciudad de oro situada en las cercanías de un gran lago, se dirigieron a la zona del norte de la Amazonía, correspondiente al actual estado brasilero de Roraima. La fantástica ciudad, llamada Manoa, habría sido construida en las cercanías del lago denominado Parime. Antonio de Berrío fue el primer explorador que buscó a Manoa, a partir de 1583, pero sin éxito. Después, fue el turno del inglés Walter Raleigh y de algunos de sus lugartenientes, quienes llegaron hasta la actual frontera de Venezuela y Brasil, donde grupos de hostiles nativos les obstaculizaron el paso. El último viajero que partió en busca de Manoa fue el inglés Thomas Roe, quien recorrió el curso del Río Negro en 1611. Luego, nada más, a Manoa se la tragó su propio mito y fue olvidada por más de tres siglos.

Sin embargo, en los últimos años del siglo XX, algunos geólogos que hacían parte del equipo de Roland Stevenson, explorador chileno, demostraron que el lago Parime existió realmente y que se secó a partir del 1300 de nuestra era. En la adyacente isla Maracá se encontraron muchas tumbas cuyos esqueletos estuvieron adornados en oro. ¿Fue ese el lugar de donde provenían las Amazonas? Si así hubiera sido, la zona de la isla de Maracá, que aún existe en el curso del río Uraricoera, en el Roraima brasilero, habría sido el verdadero Dorado. Cuando, en 1578, el rey de España Felipe II fue reconocido también rey de Portugal, toda América del Sur recayó bajo un único dominio. Sin embargo, los portugueses, quienes veían la Amazonía como un territorio desaprovechado, iniciaron una lenta penetración en el interior y ocuparon el estuario del Río Amazonas fundando, en 1615, un fuerte, en un brazo del Río Amazonas (bahía de Guajarà), llamado Presepio de Castel Branco (posteriormente conocido como Belem do Pará). El adelantado fue Francisco Caldeira Castelo Branco, que se las ingenió para expulsar las naves francesas y holandesas del estuario del gran río. En efecto, los franceses eran muy activos en Brasil en aquellos años, puesto que habían establecido varias sedes comerciales en el actual estado de Maranhao, como por ejemplo el pueblo de San Luis, construido en 1612 en honor al rey Luis IX. Mientras tanto, continuaba la lenta expansión de los jesuitas en la actual Amazonía ecuatoriana y peruana. El primer religioso que se adentró en la zona fue el fraile Rafael Ferrer, en 1604. En 1619, el capitán Diego Vaca de la Vega, fundó el pueblo de San Francisco de Borja. En 1636, fue organizada una expedición del capitán español Palacios, que partió del actual Ecuador, acompañado por un discreto número de religiosos. El objetivo de la empresa era implantar misiones de jesuitas y verificar la real extensión de los territorios aptos para la colonización. En la confluencia entre el Aguarico y el Napo, fue construido un pueblo que se llamó Anta. Cuando los autóctonos se dieron cuenta de que los extranjeros estaban apoderándose de sus tierras, atacaron, y muchos españoles, entre los cuales estaba Palacios, fueron asesinados. Algunos regresaron a Quito en un increíble viaje, mientras que seis soldados y dos religiosos navegaron, con muchos contratiempos, a lo largo de todo el curso del Río Amazonas, para llegar, a mitad del 1637, a las colonias portuguesas del Pará. El gobernador Raymundo de Noronha se interesó en la posibilidad de hacer el viaje de regreso y encomendó la empresa al cartógrafo Pedro Texeira, quien partió al mando de 70 soldados y 2080 indígenas a bordo de 47 embarcaciones. El capitán recorrió el Río Amazonas desde el estuario hasta los ríos Napo y Aguarico, donde Orellana había iniciado su aventura noventa y seis años antes. Luego de este viaje, el piloto de Texeira, el fraile Lauretano de la Cruz, produjo un mapa detallado de la Amazonía, hoy perdido. En esta carta había minuciosas descripciones de la profundidad del río y de su navegabilidad. Entonces Texeira, en diciembre del 1638, llegó a Quito, donde conoció al padre Cristóbal de Acuña. En 1639, Texeira y el religioso Acuña emprendieron un nuevo viaje. Navegaron por el Río Amazonas siguiendo el curso de la corriente, llegando luego al Pará. Este viaje fue relatado por el jesuita español Cristóbal de Acuña en su Nuevo descubrimiento del Gran Río de Amazonas, publicado en 1641. Otros jesuitas que se establecieron en la actual Amazonía peruana fueron los Padres Gaspar Cujia y Lucas de la Cueva, quienes en 1638 fundaron el pueblo llamado Limpia Concepción de Jeberos. Desde entonces se incrementó la lenta expansión de religiosos a lo largo de los ríos Ucayali, Huallaga, Napo y Juruá. A partir de 1640, los portugueses aumentaron la penetración al interior de la Amazonía y en el mismo año Portugal obtuvo nuevamente la independencia de España. Brasil recayó de nuevo bajo la Corona portuguesa, mientras que la Amazonía, teóricamente bajo el dominio español, en realidad estaba colonizada cada vez más por los portugueses, quienes incrementaron el comercio y fundaron otras sedes militares y comerciales, sobretodo en la zona del estuario del gran río. En aquel período no fueron raros los enfrentamientos con los indígenas, especialmente en la confluencia entre el Río Negro y el Solimoes (parece que este nombre, utilizado por los brasileros para

indicar el Río Amazonas desde Tabatinga hasta su confluencia con el Río Negro, tiene que ver con los indígenas Tupí Guaraní que allí vivían, aunque otras versiones sostienen que deriva de las palabras portuguesas sò limões, solo limones, probablemente porque los terrenos circundantes fueron utilizados para extensas plantaciones de limones en los siglos pasados). Ajuricaba, un cacique de los indígenas Manaus, estuvo al mando de una tentativa de revuelta indígena, rápidamente sofocada con sangre. En 1648 se inició la expansión de los bandeirantes, grupos de colonos que partían desde zonas deprimidas del Brasil y que se adentraban en el interior en busca de riquezas minerarias. Estos aventureros, que se orientaban con la brújula y las constelaciones, como si estuvieran navegando en un océano, construían fortalezas, embriones de futuros pueblos y luchaban con los indígenas, intentando imponer su dominio. Inicialmente partieron de la ciudad de San Paolo y siguieron el curso de los ríos Tiete y Paraná. El primero de ellos que llegó a los territorios amazónicos fue Antonio Raposo Tabares, que partió al mando de una expedición en 1648. Se adentró en el territorio del Mato Grosso y recorrió los ríos Paraguay y Mamoré. Entonces siguió el curso del Madeira para llegar finalmente, en 1651, a las orillas del Río Amazonas. En su viaje recorrió más de diez mil kilómetros y los relatos de sus cronistas llegaron hasta Europa, estimulando nuevas empresas. Mientras tanto, con los testimonios de los primeros religiosos presentes en la Amazonía, los conocimientos geográficos de toda la cuenca fluvial aumentaron considerablemente. En 1661, el padre jesuita João Felipe Bettendorf fundó el pueblo de Santarém, situado en la confluencia del Río Amazonas y del Tapajos. En 1669, el capitán portugués Francisco da Mota Falcao construyó, en la confluencia entre el Río Negro y el Río Amazonas, el fuerte San José de Río Negro. El puesto militar asumió una importancia relevante en las décadas sucesivas y luego fue llamado Manaus, nombre de una etnia indígena. Prácticamente, desde entonces, los portugueses habían atravesado la famosa “línea de Tordesillas”, la cual desde 1494 dividía el continente suramericano en dos zonas de influencia, y habían colonizado gran parte de la cuenca fluvial. Mientras tanto, los jesuitas estaban creando nuevas misiones, especialmente en la confluencia del Juruá con el Solimoes. Uno de ellos era el Padre Samuel Fritz, nacido en Bohemia en 1650, quien llegó a Quito en 1682 y posteriormente viajó al Amazonas. Vivió varios años en las tierras de los Omagua, en la actual selva peruana. Luego de un viaje al Pará, comenzó a recoger varias informaciones sobre la geografía del gran río y de sus afluentes y decidió diseñar su famoso mapa de la Amazonía, en 1707. Entre 1691 y 1697, los portugueses Inácio Correia de Oliveira, Antônio de Miranda e José Antunes da Fonseca se apropiaron de los enormes territorios del Solimoes. Los portugueses introdujeron en la Amazonía nuevas culturas, como por ejemplo la del café. Esta planta, que fue inicialmente difundida en Suramérica por los holandeses, fue importada por Francisco de Melo Palheta, quien viajó por la Guyana francesa y exploró la parte norte del territorio amazónico. Francisco de Melo Palheta recorrió en 1723 el curso del Madeira, llegando a la actual región boliviana del Beni y proporcionando importantes datos sobre una zona de selva completamente inexplorada hasta entonces. En 1726, Francisco Javier Morales exploró el Río Negro proporcionando informaciones geográficas y científicas. En 1735, el francés Charles Marie de la Condamine, geógrafo y matemático, llevó a cabo la primera expedición científica en Amazonía, que terminó en 1744 en la Guyana francesa. Fue uno de los primeros exploradores que describió el canal Casiquiare, que pone en comunicación al Río Negro con el Orinoco, uniendo, en efecto, las dos enormes cuencas fluviales. La descripción de su viaje en Suramérica fue publicada en París en 1751. Entre 1742 y 1749, los aventureros portugueses Manuel Félix de Lima y José Leme do Prado navegaron el alto curso del Madeira y algunos de sus afluentes, en particular modo el Mamoré. Estaban en busca de especias y establecieron lucrosos comercios entre el área del Cuiabá y la ciudad de Belem do Pará. En 1747, otro expedicionario, el portugués João da Sousa Acevedo, recorrió el curso del Tapajos.

En 1750, los jesuitas españoles, quienes estaban particularmente activos desde el alto curso del Río Amazonas hasta sus confluencias con los afluentes Juruá, Putumayo, Napo y Marañón, fundaron un pueblo, llamado Iquitos, más abajo de la confluencia entre el Ucayali (brazo principal del Río Amazonas) y el Marañón. Desde entonces, sin embargo, gran parte de la cuenca amazónica estaba controlada y colonizada por los portugueses y por lo tanto en 1750, los españoles, con el tratado de Madrid, renunciaron a la soberanía en gran parte de ella, estableciendo nuevos confines entre la colonia portuguesa y aquella sometida a España. La influencia de los jesuitas españoles empezó a ser vista con desconfianza por los portugueses, que empezaron a expulsarlos con las incursiones de Belchior Mendes de Morais, en el valle del río Napo, y a sustituirlos con misiones de religiosos portugueses carmelitanos y del orden de Nossa Señora da Merced. En 1755, los portugueses crearon la Capitanía de San José de Río Negro, que tenía como capital al pueblo de Mariuá, la actual ciudad de Barcelos, en el Río Negro. La creación de la Capitanía tenía como meta administrar los grandes territorios que, en parte, estaban aún inexplorados, e impedirles a las naves extranjeras navegar por el Río Amazonas sin autorización portuguesa. En 1759, todos los jesuitas españoles fueron expulsados de la Amazonía, puesto que fueron acusados de sacar enormes provechos de sus intercambios comerciales con los indígenas. Al final del siglo XVIII, productos como café, cacao, algodón y tabaco comenzaron a ser exportados, dando una cierta vitalidad a la región. En 1761 los portugueses fundaron el fuerte São Josè de Macapà, en el estuario del Río Amazonas, para expulsar las naves inglesas y francesas de esas costas. En 1774, el portugués Ribeiro de Sampaio exploró las bocas del Caquetá (Japurá para los brasileros), un gran afluente del Río Amazonas, cuyas fuentes se encuentran en los Andes colombianos y lo recorrió explorando su cuenca. En 1799, el barón Alexander Von Humboldt, naturalista prusiano, viajó a Suramérica junto con su amigo Aimé Bonpland, botánico francés. Los dos científicos definieron la exacta ubicación del canal natural Casiquiare, y llevaron a cabo interesantes estudios sobre la fauna amazónica. Fueron los primeros en describir al electrophorus electricus, pez que puede emitir descargas eléctricas de hasta seiscientos voltios. Otra célebre expedición en la Amazonía fue emprendida en 1817 por el naturalista alemán Johann Baptiste Von Spix junto con el médico y antropólogo alemán Karl Friedrich Philipp Von Martius. Los dos investigadores estudiaron a fondo la enorme biodiversidad de la cuenca fluvial. En aquel período, mientras que los naturalistas exploraban la selva, el movimiento independentista brasilero tomaba cada vez un mayor poder. En 1822, cuando Brasil proclamó su independencia de Portugal, la Amazonía brasilera fue administrada con el nombre de Grao Pará. En 1832, los pueblos que allí vivían intentaron independizarse del recién constituido imperio de Brasil, que tenía como líder a Don Pedro I. Esta revuelta, llamada Cabanagem, del nombre de las casas pobres situadas sobre las orillas del Río Amazonas, tuvo como inspirador al activista político João Batista Gonçalves Campos, quien luchó contra el gobernador del Grao Pará, Bernando Lobo de Souza. La tentativa de independencia fue sofocada con sangre, aunque la provincia brasileña “Amazonas” obtuvo en 1850 el estatus de autonomía. Al mismo tiempo, también otras posesiones españolas, declararon su independencia. En 1819, Simón Bolívar fue nombrado presidente de la “Gran Colombia”, enorme región que comprendía a los actuales estados de Colombia, Panamá, Venezuela, Ecuador y parte de la actual Amazonía peruana y brasileña. Cuando, en 1831, la “Gran Colombia” se disolvió, los estados que la formaban declararon su independencia y empezaron a administrar las respectivas provincias amazónicas. El Perú, que declaró su soberanía de España en 1819, administró su región amazónica desde el puerto de Iquitos, que en 1864 obtuvo oficialmente el estatus de capital del departamento de Loreto. Bolivia se declaró estado soberano en 1842 y administró sus territorios del Beni y de Santa Cruz, donde surge la actual ciudad de Santa Cruz de la Sierra.

En 1852, el emperador de Brasil, Don Pedro II, autorizó la constitución de la “Compañía de navegación y de comercio de la Amazonía”, con el objetivo de incrementar los flujos comerciales. Posteriormente, en 1866, para ampliar los negocios, el Río Amazonas se abrió al tráfico marítimo internacional. También en la segunda parte del siglo XIX, la Amazonía fue objeto de estudio por parte de numerosos científicos. A partir de 1860, el británico William Chandless emprendió varios viajes recorriendo el curso del río Purús, uno de los afluentes del Río Amazonas. Tuvo contacto con un grupo de autóctonos y estudió su lengua, el Arua, hoy extinguida. Por los mismos años, el francés Jules Crevaux recorrió el curso del Putumayo, proporcionando importantes informaciones sobre los pueblos y la geografía de su cuenca. En 1879, llegó a la Amazonía el geógrafo y fotógrafo italiano Ermanno Stradelli. En los años siguientes, se interesó en el estudio de las lenguas indígenas de la zona del Río Vaupés, afluente del Río Negro. En 1881, se ocupó en recopilar el libro del indígena Maximiliano José Roberto La leyenda de Yurupary, publicado después en el Boletín de la Sociedad Geográfica Italiana en 1890. Del 1882 al 1884, participó en varias exploraciones en el Vaupés y en la zona fronteriza de Brasil y Venezuela. Luego de un viaje por Italia, regresó a la Amazonía, donde murió en 1926. En 1883, el profesor Barbosa Rodríguez fundó el jardín botánico de Manaus y tuvo el mérito de catalogar y estudiar una vastísima variedad de plantas. En 1884, el etnólogo alemán Karl Von den Steinen exploró el alto curso del Xingú y posteriormente ofreció importantes datos sobre los pueblos indígenas y la flora y fauna de estos territorios. A finales del siglo XIX, empezó a adquirir importancia la explotación del árbol de goma (hevea brasiliensis o seringueiras), del cual se obtenía caucho apto para numerosos usos industriales. Luego de la prosperidad económica derivada de la exportación de caucho, del cual la Amazonía tenía virtualmente el monopolio mundial, Manaus se convirtió en un centro importante y su población comenzó a crecer. En 1884, fue construido el Teatro Amazonas y otros importantes edificios. La población de la Amazonía se quintuplicó del 1870 al 1900, pasando de cincuenta mil a doscientos cincuenta mil personas. En la provincia imperial amazónica fue proclamado el fin de la esclavitud en 1884. Cinco años después en Brasil se abolió el imperio y se formó una república. En aquellos años, la expansión económica derivada del aprovechamiento de la goma reclamaba inmigrantes de todas partes del Brasil que esperaban un futuro mejor. Sin embargo, el ciclo de la goma no duró mucho, puesto que algunas semillas de hevea brasiliensis fueron sembradas con éxito en el sur oriente asiático. La economía amazónica entró en una profunda crisis en 1913, ya que el precio de la goma cayó después de su explotación a gran escala en Malaysia. Mientras tanto, desde principios del siglo XX, la Amazonía volvió a fascinar a arqueólogos y a aventureros, cuyo interés ya no radicaba en buscar una ciudad de oro (El Dorado de los Incas, Paititi), sino en demostrar que en la Amazonía prosperó una cultura primigenia en épocas antiguas, de la cual se desarrollaron todas las demás. El explorador más importante del siglo XX fue el inglés Percy Harrison Fawcett, quien se adentró varias veces en la selva del alto Xingú (afluente del Río Amazonas), donde, según él, estaba escondida una mítica ciudad antediluviana llamada Z. Fawcett no regresó jamás de su última expedición, en 1925. A raíz de su desaparición se crearon varios mitos, como el que cuenta que él se quedó en una tribu de indígenas blancos, en los alrededores de la Serra do Roncador. La Amazonía seguía encantando a los exploradores y a los investigadores, pero comenzaba también a llamar la atención de las grandes multinacionales mineras, las cuales, a partir del 1930, intentaron obtener lucrosos contratos con el gobierno brasilero. En la posguerra, con la intención de revitalizar a la región, el gobierno brasileño incentivó la construcción de carreteras, como la Manaus-Boa Vista o la Manaus-Porto Velho. En 1966, se decidió la construcción de la vía transamazónica, que conectaría el estado de Amazonas con el de Pará. La vía, con una longitud de aproximadamente dos mil trescientos kilómetros, se terminó

en 1972, pero no fue nunca plenamente utilizada puesto que no estaba asfaltada y era por tanto totalmente inutilizable durante la estación de lluvias. Desgraciadamente, a partir de la segunda mitad del siglo XX, en la Amazonía se incrementó el proceso de deforestación. Hay que distinguir entre los pequeños propietarios de tierras, que a veces talan árboles para vender la leña, con el fin de afrontar persistentes problemas de miseria, y las grandes multinacionales, que lo hacen con métodos mecanizados, para después cultivar soya o maíz, empobreciendo los suelos. Los primeros deberían ser subsidiados, tanto para que no deforesten, como para que cultiven las plantas más adecuadas a los diferentes tipos de suelos. Los efectos de las talas de bosques efectuadas a gran escala son catastróficos. Primero que todo, grandes áreas forestales son destruidas por medio de incendios, con una consiguiente emisión en la atmósfera de enormes cantidades de óxido de carbono, el principal responsable del efecto invernadero. Como las selvas contribuyen a regular la cantidad de anhídrido carbónico presente en la atmósfera, cuando se destruyen, se disminuye la capacidad del planeta de absorber este gas. Además, la deforestación favorece a la erosión de los suelos con consiguientes formaciones de derrumbes. Otro de sus efectos devastadores es la pérdida de la biodiversidad. Mientras que la vegetación es destruida, los animales pierden su hábitat, sucumben y se extinguen para siempre. Además se disminuye la evapotranspiración, que a su vez reduce la humedad en la atmósfera, con la consiguiente desertificación de vastas áreas. Otra consecuencia es el declive y a veces la extinción de algunos grupos indígenas que desde milenios vivían en armonía y simbiosis con la naturaleza. En la mayoría de los casos, los propietarios de tierras talan bosques para vender la enorme cantidad de leña que obtienen, o para explotar los terrenos para los cultivos o la ganadería. Actualmente, en Brasil, en la mayoría de los nuevos terrenos deforestados se cultiva soya. Se calculó que la deforestación causó, del 1970 al 2005, la pérdida del 20% de toda la selva tropical (un área casi tan grande como dos veces España). Por consiguiente, la destrucción anual fue, en este periodo, de aproximadamente veinte mil kilómetros cuadrados. Si este ritmo continuara, en menos de dos décadas se podría perder otro quinto de ese ecosistema, un enorme desastre ambiental. La última amenaza a la integridad de la selva es la biopiratería: el acceso ilegal a recursos biológicos y genéticos con el fin de explotarlos económicamente. Cada vez más, científicos sin escrúpulos del norte del mundo se introducen en los territorios indígenas y, después de haber obtenido su confianza, se apropian de conocimientos antiguos, relacionados con el uso de las plantas medicinales o de sustancias contenidas en el cuerpo de animales (anfibios, reptiles, insectos). El uso de estos principios activos es después registrado en el exterior sin autorizaciones del gobierno, infringiendo la soberanía territorial. Las sustancias obtenidas ilegalmente son después usadas para la producción de medicamentos cosméticos, a veces después de someterlas a modificaciones genéticas. Los bio-piratas no sólo causan la destrucción de especies animales, que son después explotadas desconsideradamente, sino que con su presencia no autorizada en los territorios indígenas, causan frecuentemente shocks culturales y sociales, además de la difusión de enfermedades contra las cuales los nativos no tienen suficientes anticuerpos. Como se ve, el destino del hombre está estrechamente conectado al futuro de la Amazonía, que todavía hoy es la selva tropical más grande del mundo. En mi opinión la selva amazónica debería ser declarada patrimonio de la humanidad, y los países del mundo deberían financiar su sustenibilidad. Solo en esta manera este paraíso será preservado para las generaciones futuras.

YURI LEVERATTO Copyright 2007

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