Henao, Juan Carlos. Entre la piedra sagrada y la vida que te muerde

September 5, 2017 | Autor: Juan C Henao | Categoría: Literatura Latinoamericana, Literatura, Artes, Arte Y Lenguaje, Literatura y estética
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Descripción

Entre la piedra sagrada y la vida que te muerde Juan Carlos Henao

I S. ABRIÓ EL LIBRO Y ENCONTRÓ SU MARCA, su letra pequeña pero temible en el margen de aquel libro de ocultismo: "Perforar el muro!", le advierte. Tendría que liberarlo, aunque saltara sobre su cara como un bicho negro y enloquecido, desde el vientre de aquella momia. Pero liberarlo para qué? No lo sabía. Quería calmar a R.? Era como una divinidad terrible, a quien debía hacerse sacrificios. Era insaciable, siempre acechándolos desde las tinieblas. Trataba de olvidarlo, pero sabía que allí estaba. Combinación de poeta, filósofo y terrorista. Esos conocimientos entreverados, qué sentido tenían? Un anarquista aristocrático o reaccionario que odiaba esta civilización, una civilización que inventa la aspirina, "porque ni siquiera es capaz de soportar un dolor de cabeza". No le daba descanso. No podía abrir un libro sin encontrarse con su letrita odiosa. Un día en que añoraba los tiempos de la matemática abrió el libro de Weyl, sobre relatividad; al margen de uno de los teoremas capitales estaba su comentario: IDIOTAS! Tampoco le interesaba la política ni la revolución social, que consideraba como subrealidades, realidades de segundo orden, esas que mantienen al periodismo. Lo "real!", escribía entre comillas, con sarcástico signo de admiración. Lo real no eran los paraguas, la lucha de clases, la albañilería, ni siquiera la Cordillera de los Andes. Todo eso eran formas de la fantasía, ilusiones de delirantes mediocres. Lo único real era la relación entre el hombre y sus dioses, entre el hombre y sus demonios. Lo verdadero era siempre simbólico, y el realismo de la poesía era lo único valedero, aunque fuese ambiguo o por eso mismo: las relaciones entre los hombres y los dioses eran siempre equívocas. La prosa sólo servía para hacer una guía de teléfonos, un prospecto sobre el funcionamiento de una lavadora o la crónica de una reunión de directorio. Este mundo se venía ahora abajo, y los enanos corrían despavoridos, entre ratas y profesores, llevándose por delante tachos de plástico llenos de basuras de plásticos.

Ernesto Sábato, Abaddón el exterminador1

Sostengo que, en estos términos casi furiosos, Sábato acerca su posición a la de varios autores abordados a lo largo del seminario. Rulfo, por ejemplo2 , pero, por supuesto, sus palabras con cálidas y hasta tienen ese tono aleccionador que termina por confortar. Puede que crea uno distinguir un problema en lo relacionado con la prosa. Pero el problema no señalaría necesariamente una confrontación entre Sábato y Rulfo, como tampoco respecto a los otros autores –entre ellos Caillois, Ángel González, incluso el mismo Borges–. Ni siquiera supondría una confrontación entre los diversos modos en que por ellos es concebida la palabra “prosa” , porque, por además del concepto existe el uso y es éste el que da emergencia al sentido. Rulfo termina, intencionalmente o no, admitiendo la influencia de la inspiración en su obra, cuando afirma que el escritor llega a convertirse en médium de cosas que desconoce. Sábato es reconocido por ser ensayista y novelista, y muchas de sus opiniones como ensayista han hallado lugar en la voz de algunos de sus personajes. Entonces no saldría bien librado de la estela crítica que deja el texto de Rulfo, cuando deja sentada su posición frente al asunto de la presencia o 1

Sábato Ernesto. Abaddón el exterminador. España, Seix Barral, S.A. 1992, pág. 234. “Cuando yo empiezo a escribir no creo en la inspiración, jamás he creído en la inspiración, el asunto de escribir es un asunto de trabajo; ponerse a escribir a ver qué sale y llenar páginas y páginas, para que de pronto aparezca una palabra que nos dé la clave de lo que hay que hacer, de lo que va a ser aquello. A veces resulta que escribo cinco, seis o diez páginas y no aparece el personaje que yo quería que apareciera, aquél personaje vivo que tiene que moverse por sí mismo. De pronto, aparece y surge, uno lo va siguiendo, uno va tras él. En la medida en que el personaje adquiere vida, uno puede, entonces, ver hacia dónde va; siguiéndolo lo lleva a uno por caminos que uno desconoce pero que, estando vivo, lo conducen a uno a una realidad, o a una irrealidad, si se quiere. Al mismo tiempo, se logra crear lo que se puede decir, lo que, al final, parece que sucedió, o pudo haber sucedido, o pudo suceder pero nunca ha sucedido. Entonces, creo yo que en esta cuestión de la creación es fundamental pensar qué sabe uno, qué mentiras va a decir; pensar que si uno entra en la verdad, en la realidad de las cosas conocidas, en lo que uno ha visto o ha oído, está haciendo historia, reportaje.” Rulfo, J. El desafío de la creación, 1980. 2

ausencia del autor en su obra. Sin embargo, no es una regla que la opinión del autor sea prescindible, mucho menos cuando se trata de una opinión trabajada, elaborada, forjada en el diálogo entre un sí mismo del que medianamente tiene consciencia y la multiplicidad de personajes han sabido encontrar el camino a lo que quiera que sea el alma. El mismo Rulfo puede padecer estas confrontaciones íntimas y no percatarse. Sin acercarnos mucho al tema espinoso que se deja atisbar en su Pedro Páramo –los eventos sobrenaturales–, uno tiene que lidiar con todas las voces que claman desde sus páginas, ya no como fantasmas de las creencias de los pueblos, sino como parlamentos posibles de personajes posibles, y alguno, desafortunadamente, podría coincidir con él mismo. Porque dentro de lo posible todos cabemos. Tienen en común eso el poema, el cuento y la novela. La posibilidad. La prosa –musical o no–, el verso –musical o no– no es problema. R. en Sábato tiene un papel definitivo: es su otro, que le reclama escribirlo, casi hacerlo real. Como los personajes que Rulfo afirma que emergen después de su veintena de páginas escritas sin ton ni son. Sí son experiencias de creación diferentes, pero no opuestas. A Sábato pareciera que le atormentaran –a Rulfo lo encantan–. Acaso por eso escribió El túnel tan corto, gemelo raro de El pozo de Onetti, pero también escribió Sobre héroes y tumbas, que tiene pinta de Eneida, Divina Comedia, Vorágine, y quién sabe qué otras cosas más. Y después vino a dar, casi de espaldas o de narices, con Abaddón el exterminador. Para Rulfo sería lo que jamás debió escribirse, pues es una colección de Sábatos posibles. Donde R. aparece borroso, pero aparece. ¿La prosa, entonces, funciona en Sábato de manera diferente a como funciona en Rulfo? No estaría tan seguro. Eso simbólico se hace patente incluso desde El túnel –para que sea coherente la mención, también en El pozo–. Elegí justo el apartado que abre este texto porque hace manifiesta en un solo autor la disputa entre el uso de la palabra partiendo de cierta pasión, que no conforta, del autor. Existen, menos mal, otras experiencias de creación literaria, por lo menos: Calvino, el propio Onetti, Carlos Fuentes… García Márquez, Mutis, Faulkner… No me voy muy lejos porque no soy un buen lector3 . Una declaración que viene muy al tema es la de Borges –y el mismo Borges–, cuando le pregunta no sabemos quién por qué no ha escrito una novela en su vida: “Continuamente me preguntan que cuándo voy a escribir una novela, pero me consuelo pensando que alguna vez le preguntaban a los escritores: «¿Y usted, cuándo va a escribir una epopeya?» o «¿Cuándo va a escribir un drama de cinco actos?» , y actualmente esa pregunta no se usa.”4 No creo en eso de que el escritor de cuento esté más cercano al escritor de poesía y distanciado del que escribe novelas. Creo que hay buenos escritores que lidian con una experiencia de creación difícil. Rayuela, por ejemplo5 , que tiene lo de Calvino de El Castillo de los destinos cruzados, que tienen los dos lo de Macedonio Fernández y la propuesta descabellada de El museo de la novela de la eterna. Y el otro: Lezama Lima. En fin. Seguro que no se trató de un mero decir y decir cosas. Sin embargo, estoy de acuerdo que entre los escritores, quien escribe poesía es extraordinario. Y eso también aparece en el apartado inicial de este apartado.

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Leo y hasta creo en esos decálogos y consejos de cómo es que escriben quienes escriben bien. Pero, cuando leo lo que escriben, a veces no me cuadra uno que otro punto o asunto tratado en esos decálogos y consejos. 4 ¿Por qué no escribe novelas? Jorge Luis Borges, en http://www.ciudadseva.com/textos/teoria/opin/borges5.htm 5 Recurro a casos bastante populares por el asunto este de mantener pie en tierra.

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II …Luis Cernuda había advertido que “en la morada de la poesía hay muchas mansiones”. Así es, por fortuna; porque en esa multiplicidad de “mansiones” consiste la grandeza y el esplendor de la poesía. Lo que ocurre es que un poeta no puede ocuparlas todas, está obligado a elegir su propio espacio, por fuerza limitado, y desde él piensa, opina y escribe.

Ángel González. Sobre la poesía. Nuevo México, 2002 Con justa razón Gombrich suelta a la primera la sentencia: “No existe, realmente, el Arte. Tan sólo hay artistas”. Existen tantas posibilidades de definición de arte como artistas. Hacer el ejercicio de pensar el concepto “Arte”, como lo experimentamos en el seminario que importa en este texto, podría considerarse pretencioso, a menos que realice un ejercicio platónico auténtico, como sería dejar el concepto pensado pero no definido definitivamente. “Arte” permanecería como esa noción que algunos autores usan, sobre todo Gadamer, de “horizonte”: inalcanzable pero realizable a cada instante. No existiría “Arte” como concepto perfectamente delimitado, identificable, listo para ser editado y publicado, sino el rastro dejado por los artistas, y es ese rastro sobre el pensamos la cosa y no tenemos idea sobre el curso que pueda llegar a tomar en el futuro, porque de éste no hay rastro todavía. Justamente de eso se nos damos cuenta cuando echamos un vistazo al evento vanguardias, y casi podemos decir que no hubo un fracaso de verdad, pues para fracasar hay que tener una meta a la que llegar, una finalidad y, casi todas las tendencias vanguardistas adoptaron como objeto o finalidad no tener algo semejante. Consiguieron, con precisión casi de francotirador (como soñó Marinetti) hacer estallar el concepto fósil de “Arte” (el del salón, museo, concepto definitivo) y devolverle algo de la naturaleza realizadora de realidad que desde sus orígenes le corresponde. Al afirmar Gombrich que hay artistas por encima de un Arte con mayúscula, afirma que son los artistas los que vienen a nutrir eso que será pensado como arte en el futuro, sin embargo no se trata de una perspectiva completamente historicista o materialista. El arte como todos los resultados posibles de un particular ejercicio humano que, de alguna manera, hereda la complejidad de lo humano. Encuentro en el texto Ángel González Sobre la poesía esa misma dirección: “la palabra poética perdura en el tiempo, se salva de sus acechanzas en el poema, pervive en él; es –gran paradoja– temporal y a la vez «esencial». Y, según se desprende de otros comentarios de Machado (de Juan de Mairena), esa palabra salvada en el tiempo es asimismo salvadora del tiempo, concebido ahora en su dimensión histórica: «lo que el poeta pretende eternizar –dice Mairena– es el diálogo del hombre con su tiempo»”. Uno podría añadir: y todo tiempo trae consigo no sólo sus temas, sino también, o más bien, modos particulares del ser humano, el artista, encargarse de los temas de siempre. Y el artista puede ser pintor, dramaturgo, poeta, cuentista, novelista, músico. Pero para desempeñarse en alguno de esos roles primero se hay que tener, o descubrir que se tiene algo qué decir, manifestar, señalar, en fin, y, además, emprender la búsqueda del modo en que hay que encargarse de ello. Retomando la respuesta de Borges a la pregunta ¿por qué no escribe novelas?: “Yo creo que hay dos razones específicas: una, mi incorregible holgazanería, y la otra, el hecho de que como no me tengo mucha confianza, me gusta vigilar lo que escribo y, desde luego, es más fácil vigilar un cuento, en razón de su brevedad, que vigilar una novela./ Es decir, la novela uno la escribe sucesivamente, luego esas sucesiones se organizan en la mente del lector o en la mente del autor, en cambio uno puede vigilar un cuento casi con la misma precisión con que uno puede vigilar un soneto: uno puede verlo como un todo.” Esta última parte comulga con esa idea de Rulfo de que el cuentista está más cerca del poeta que del novelista. En las siguientes líneas defiende al cuento como “un género más antiguo que la novela y quizás pueda out-live: quizás pueda vivir más allá de la novela”. Pero no se trata aquí de un debate sobre la antigüedad de uno u otro género, o de una u otra forma de hacer arte. Sino de comprender o asumir, que esa multiplicidad de modos de hacer arte, entraña una multiplicidad de modos de lidiar los artistas con su experiencia extraordinaria de estar vivo, que es lo que lo que les hace participar de la vida del arte. Dice Faulkner en una entrevista: “Un artista es una criatura impulsada por demonios. No sabe por qué ellos lo escogen y generalmente está demasiado ocupado para preguntárselo”6 . 6

En http://ciudadseva.com/textos/teoria/opin/faulkner.htm.

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No creo que en las grandes novelas los autores hayan pensado en escribir páginas y páginas sólo para darle la apariencia de novela a una obra que podría presentarse como un cuento. Tampoco creo si se les antojara a los cuentistas o a los poetas llenar páginas y páginas conseguirían fácilmente una gran novela. Escribe Sábato en otro episodio de Abaddón: “Qué sentido tenía escribir una ficción más? Las había hecho en dos momentos cruciales, o por lo menos eran las dos únicas que se había decidido a publicar, sin saber por qué. Pero ahora sentía que necesitaba algo distinto, algo que era como una ficción a la segunda potencia. Sí, algo lo presionaba. Pero qué era? Volvía entonces con descontento a esas páginas contradictorias, que no conformaban, que parecían no ser lo que necesitaba.”7 Describe las dificultades que padece el personaje Sábato, pero, también, intencionalmente o no, las que todo artista, que definitivamente no es un malabarista, padece en procura de un resultado que pueda llamar por lo menos obra.

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Sábato Ernesto. Abaddón el exterminador. España, Seix Barral, S.A. 1992, pág. 37.

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