Henao, Juan Carlos. Arte y lenguaje

September 5, 2017 | Autor: Juan C Henao | Categoría: Literatura Latinoamericana, Arte Y Lenguaje
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Descripción

Arte y lenguaje Juan C. Henao No existe, realmente, el Arte. Tan sólo hay artistas. Éstos eran en otros tiempos hombres que cogían tierra coloreada y dibujaban toscamente las formas de un bisonte sobre las paredes de una cueva; hoy, compran sus colores y trazan carteles para las estaciones del metro. E.H. Gombrich. El arte y los artistas

El arte, sin comenzar todavía discusión alguna sobre ello, es un activo de la especie humana. Su origen, como el de casi toda –o toda– actividad que tenga que ver con el modo de lidiar con la experiencia de estar vivo y ser capaz de la autorreflexión, se desconoce. Toda propuesta al respecto permanece como una tesis bien formulada. La sensación, la emoción, la palabra, el número, la imagen, el saber –no precisamente en ese orden y quién sabe cuántos objetos íntimos más de cualquiera de sus individuos hace falta mentar–, vienen a encontrarse con el arte en una enorme grieta oscura y profunda de la historia de nuestra especie, en la cual nos atrevemos a incursionar sin más recurso que la imaginación, en muchos casos bien educada, que se basa en una colección abundante de presuntas evidencias, supuestos, teorías, etcétera1 . Desde la acción y el pensamiento más primitivos hasta los más sofisticados que se pudieran suponer, uno procura, todavía y desde casi la emergencia de esas cosas inquietantes y trascendentales mentadas arriba, exponer el modo en que se presenta eso que ya se asume como percepción de lo que, también, se asume como mundo. Así, sin más, y esto sucede todos los días –quizá la evidencia más asequible de la que disponemos para especular sobre el modo en que tiene emergencia el arte– uno comienza a hacer garabatos, después, claro, del llanto, la risa, el ceño fruncido, el manoteo, la pataleta, en fin, que se dirigen a nadie y al mismo tiempo a quienes lo rodean, que son los primeros que reciben la atención, el cariño, el reconocimiento… Nada más así, y sin darse cuenta, siente, dice, dibuja (y pinta), lee, escribe, recrea, crea, debate y dispone de todos los recursos posibles para continuar haciendo eso de exponer y exponerse la propia comprensión o incomprensión del mundo, el modo en que lo sueña, lo padece, lo ambiciona. Incluso llega uno a usar términos como “activo”, que no parece ser adecuado, pero encaja con bastante precisión para el tema presente, mejor que “bien”, “rendimiento”, u otro semejante que, al fin de cuentas, apuntan en la misma dirección.

1 Para acentuar el punto de una problemática del inicio u origen : “¿Cuándo se inicia la historia de los presocráticos?, ¿con Tales, como nos indica Aristóteles? (…) Aristóteles también nombra a los primeros autores, los «teologizantes» Homero y Hesíodo, y quizá sea cierto que la gran tradición épica representa ya una etapa del camin o hacia la explicación racional de la vida y del mundo que luego se inicia plenamente con los presocráticos.

Pero, además, también existe otro precursor, mucho más oscuro, que se encuentra antes de toda tradición escrita, previo a la literatura épica y a los presocráticos, a saber: la lengua que hablaban los griegos. La lengua es uno de los más grandes enigmas de la historia humana. ¿Cómo se llega a la formación de la lengua? Recuerdo muy bien cierto día, en Marburgo, cuando yo era aún muy joven, en el que Heidegger habló del instante en el que el hombre levantó la cabeza por primera vez y se hizo una pregunta. Del instante en el que algo, por primera vez, ocupó al entendimiento humano: ¿Cuándo fue eso? Nosotros nos enfrascamos en una viva discusión. ¿Cuál fue el primer hombre que levantó la cabeza? ¿Adán? ¿O Tales? Hoy en día, todo esto nos puede parecer ridículo y, de hecho, nosotros éramos muy jóvenes por aquel entonces. No obstante, puede que aquella discusión apuntara a algo muy serio, algo que tiene qu e ver con el gran enigma del lenguaje. El lenguaje es –de acuerdo con una máxima que me parece que proviene de Nietzsche— una invención de Dios.” (Gadamer, H.G. El inicio de la filosofía occidental. España. Editorial Paidós. 1995, pág. 17)

Un activo presente en la historia humana: desde la caverna hasta el último dispositivo de alta tecnología, en la forma de pintura, diseño, poema, señal. Por supuesto: cada cual hace con éste lo que mejor le parezca y en ese hacer, inevitablemente, le otorga unos sentidos, le añade o le quita significados. Por eso es complicado debatir sobre el arte y de todo lo que viene con él. Tolstoi lo expone ya para su tiempo en ¿Qué es el arte?: cuando hablamos de arte no podemos encargarnos sólo de la belleza, el placer, lo moral, lo social, lo epistemológico, lo historicista. Sin embargo, en el mismo texto recurre al tratamie nto del problema desde lo que sucede con sus productos: “Desde que los espectadores o los oyentes experimenten los sentimientos que el autor expresa, hay obra de arte”. Más adelante precisa: “De ahí resulta que el arte es una cosa de las más importantes, tan importante como el mismo lenguaje”. En suma, considera al arte como un recurso en el proceso de la comunicación humana. Creo que este sería uno de los puntos más fuertes cuando se trata de debatir sobre el arte como actividad humana, no porque esté del todo de acuerdo con Tolstoi, sino porque creo que el arte mismo constituye una suerte de génesis de lenguaje, cuando concebimos que éste no es solamente territorio de la palabra. Quizá debido a ello, el arte, como todo discurso, es capaz de involucrarse en todos, o casi todos los campos de acción humana y que sin remedio padece de todos los problemas que se generan al interior mismo de éstos. En el caso de la comunicación, el cuestionable éxito de la transmisión del mensaje incluso en las situaciones más simples: la multivocidad de un término, el tono de la voz, el escenario, las actitudes, hasta los antecedentes experienciales de los interlocutores, todo viene a complicar esta función del lenguaje. No creo en la realización absolutamente eficiente de la comunicación verbal, aunque sí en el valor de su esfuerzo y la posibilidad del ejercicio de la interpretación. Entonces, en relación con el arte, vengo a sumarme, en parte, a algunos de los planteamientos de Gombrich en El Arte y los artistas. En particular, en los que tienen que ver con la expectativa con la que nos aproximamos a una obra: “hay quien prefiere a las personas que emplean ademanes y palabras breves, en los que queda algo siempre por adivinar, también hay quien se apasiona por cuadros o esculturas en los que queda algo por descubrir. En los períodos más primitivos, cuando los artistas no eran tan hábiles en representar rostros y actitudes humanas como lo son ahora, lo que con frecuencia resulta más impresionante es ver cómo, a pesar de todo, se esfuerzan en plasmar los sentimientos que quieren transmitir”2 , o, “pensemos como queramos de los artistas modernos, pero podemos estar seguros de que poseen conocimientos suficientes para dibujar con corrección”3 . El arte vendría en auxilio del discurso humano allí donde otros lenguajes se agotan, porque, a todas luces, parece serle esencial la inagotabilidad. Este trabajo del arte, a su vez, posibilita la emergencia de nuevos lenguajes que vienen a nutrir el discurso, participando, entonces, en la construcción de mundos, realidades, o como quiera uno llamarlos, algunos de ellos de importancia trascendental para la historia y para uno. Las relaciones artista/arte, espectador/arte, realidades/arte y arte/arte padecen esa complejidad. Las preguntas que aparecen son tremendas en cantidad y en lugares desde y hacia los cuales se dirigen. Ya lo hemos experimentado en las sesiones del seminario. Se diría que ninguna de ellas viene a ocupar un sitio privilegiado respecto a las otras. Sin embargo, preguntas que comparten cierta naturaleza pueden inquietar más que otras. Las que nos hacemos cuando una tendencia del arte traspasa los límites, no de la creación ni de las técnicas, de los materiales o el discurso mismo, sino de lo que con dificultad se ha construido a lo largo de nuestra historia como humano, sobre todo desde la experiencia íntima de cada individuo. Así como en las cosas de la política, de la economía, lo social, etc., podemos identificar en aquellas relaciones componentes aplastantes, terribles, confusos, en fin.

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Gombrich, Ernst. Historia del arte. Introducción. El arte y los artistas. México, Editorial Diana. 1993, pág. 24. Op. Cit., pág. 25.

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Creo que una muy buena parte de Aquiles y la tortuga (2008) se dedica a la denuncia de esos componentes, lo que no sería extraño, en tanto que, como lo declara el propio Kitano, corresponde a una trilogía, no autobiográfica, sino auto-reflexiva sobre la relación que ha tenido con el arte. Esta trilogía comienza con el film Takeshis’ (2005)4 , originalmente concebido como Fractal, y madurado por casi 10 años, del cual dice haberlo realizado procurando seguir cierta disciplina de planificación, pero lo espontáneo y la improvisación aparecieron una y otra vez durante toda la producción, hasta el punto que declara: “cada vez que veo el film completo, me encuentro a mí mismo sorprendido por el extraño universo que creé en la gran pantalla y cómo resultó ser, por mucho, más raro de lo que yo esperaba, a pesar del hecho que hice el film yo mismo./ Para aquellos que está a punto de ver Takeshis’, les pido el favor de detener todas sus actividades cerebrales y ‘sentir’ y ‘experimentar’ la película. Después que hayan hecho eso, apreciaría que la vieran de nuevo antes de comenzar a analizarla.”5 Después de ver Takeshis’ y Aquiles y la tortuga, me queda la impresión de que se trata de partes de un manifiesto estético íntimo, de cuya realización o toma de conciencia, resultan ser productos (aunque puede decirse que todo producto del arte lo es). Al poner Hana-bi (1997) y Dolls (2002), en la misma habitación de aquéllos, casi se podría afirmar que la violencia, la belleza, la comicidad, el cariño, por no decir el amor, la muerte, son componentes de la estética de Kitano. Pero, en los que señala como parte de su auto-reflexión, se hace más evidente que se trata de una persecución que a lo mejor llega a su fin en Aquiles y la tortuga, cuando el texto final en pantalla desmiente la paradoja lógica de Zenón, que viene a ser una ilusión intelectual. Una fantasía del lenguaje erudito que infecta permanentemente el discurso vital de realidades que están por descubrirse, quizá no por toda la humanidad, pero sí por el individuo. La paradoja de Zenón paraliza al escucha, porque es irrefutable en su propio universo lógico. Hay que abandonar éste para caer en la cuenta que sólo es valiosa en él. Cuando aparece “Y entonces Aquiles alcanzó a la tortuga”, no existe una redención para Machisu, que se ha desempeñado como una marioneta de unas ansias que a lo mejor no le han pertenecido. El Machisu que va tras el arte como el objetivo supremo en toda su vida ha muerto incinerado en la cabaña, irredento. El hombre vendado y convaleciente acogido por su mujer es un nuevo Machisu, al que le vale poco o nada el ansia del artista que acaba de morir. Quizá no era suya el ansia, porque su sueño le fue puesto en la cabeza por el pintor protegido por su padre. Porque persiguió un arte aéreo, que lo convierte en un personaje igualmente aéreo –además, un objeto que en cierta forma se porta cruel con él y lo transforma en un individuo cruel–, despojándolo de una humanidad inexplorada y truncándole una persecución más auténtica: la de un sí mismo posible. Algo a lo que Gombrich parece apuntar6 .

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Para material bibliográfico de Takeshi Kitano: www.kitanotakeshi.com “…every time I saw the completed film, finding myself surprised by the strange universe I created on the big screen and how it turned out to be way weirder than I had expected, despite of the fact, that I made the film myself./ For those who are about to watch Takeshis', please stop all your cerebral activities and "feel" and "experience" the movie. And after you have done that, I would appreciate if you would watch it again before you start analyzing it.” T. Kitano (París, 31 de agosto de 2005) 6 “Hablar diestramente acerca del arte no es muy difícil, porque las palabras que emplean los críticos han sido usadas en tantos sentidos que ya han perdido toda precisión. Pero mirar un cuadro con ojos limpios y aventurarse en un viaje de descubrimiento es una tarea mucho más difícil, aunque también mucho mejor recompensada. Es difícil precisar cuánto podemos traer con nosotros al regreso.” (Gombrich. Op. Cit., pág. 37) 5

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