HAY QUE CONTENER LA EXPANSIÓN DEL FASCISMO (I)

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HAY QUE CONTENER LA EXPANSIÓN DEL FASCISMO (I)



He elegido para este y los próximos posts un título deliberadamente
ambiguo. No me refiero a la actualidad. Tampoco deseo entrar si hay hoy
fascismo o alguna extraña mutación de esta fracasada ideología. Me refiero
al de los años treinta del pasado siglo. Aunque está estudiado
exhaustivamente, con cierta periodicidad salen libros y artículos que
abordan nuevas facetas, reelaboran los conocimientos adquiridos y
escudriñan rincones todavía oscuros. La contención del imperialismo
fascista planteó grandes interrogantes en aquel período y enormes desafíos
a las políticas de las democracias occidentales pero también a las de la
Unión Soviética. Las primeras han sido investigadas pormenorizamente, si
bien no de manera exenta de evidentes sesgos. Las segundas lo han sido
mucho menos. La interacción entre ambas siempre se ha resentido del acceso
libre a los antiguos archivos soviéticos pero también del enfoque
ideológico de numerosos historiadores occidentales. En el caso de España no
hay sino que remitirse a Bolloten, Payne y a su escuela.

Afortunadamente hace unos meses se ha publicado en el mundo anglosajón por
Yale University Press (YUP) un libro excepcional. Extraordinario. YUP ha
dado a conocer numerosas obras documentales que han aclarado aspectos
esenciales de la política soviética, interna y externa. Pinchó de forma
estrepitosa con el libro dedicado a la guerra civil española, dejado en
manos de unos cuantos autores liderados por el profesor Ronald Radosh,
excomunista o casi y posteriormente renegado activista. El pinchazo no fue
tanto por los documentos mismos, que no fueron numerosos, sino por la
interpretación, los comentarios y el hilo argumental que intentó trabarlos.
Incidentalmente, en los países de habla inglesa consiguió numerosas y
gratificantes reseñas, académicas y periodísticas. En España, muy pocas y
de fuentes de probadas anteojeras ideológicas. Una casualidad.

Hablamos de hace unos quince años. Ahora YUP se ha redimido con la
publicación de la versión abreviada de los diarios de Ivan Maiski,
embajador en el Reino Unido entre 1932 y 1943. Lo ha hecho en una edición
sumamente cuidada a cargo del profesor Gabriel Gorodetsky de la Universidad
de Oxford. Se trata de un sovietólogo eminente, de trayectoria académica
brillante y que ha dedicado años a la tarea de comentar, situar y elucidar
el contenido de dichos diarios.

La versión abreviada no es corta. Tiene casi 600 páginas que son, en
general, oro puro. Está prevista la publicación en tres volúmenes de los
diarios completos con el necesario aparato crítico que en el libro que aquí
se comenta está reducido al mínimo necesario para que no se pierdan sus, es
de esperar, numerosos lectores que ni son especialistas ni están decididos
a invertir la suma que presumiblemente necesitarían para adquirirlos.

La contraportada del libro lleva comentarios firmados por Paul Kennedy,
Niall Ferguson, Antony Beevor y Richard Overy. Todos reconocen el gran
valor de esta edición abreviada. En dos de ellas se ha deslizado alguna
pequeña puya (no en vano, afirmaba un dicho muy querido del corresponsal de
Le Monde en Moscú en los años setenta, Michel Tatu, nunca se era
suficientemente antisoviético). Yo me quedo con la de Kennedy: "¡Asombroso!
... Quizá el mejor diario político del siglo XX". No estoy en condiciones
de aceptar sin más tal afirmación. Hay muchos otros diarios que podrían
también optar a tal calificativo, pero en cualquier caso es significativa.

Maiski no es un desconocido para los historiadores de la guerra civil
española. En su condición de embajador en Londres fue el representante
soviético en el Comité de No Intervención y publicó en ruso una pequeña
monografía que se tradujo al inglés con el título de Spanish Notebooks y
también al español (Cuadernos españoles). Esta última, y supongo que
también la primera, por la editorial Progreso en Moscú. También publicó
unas memorias, muy adaptadas a las exigencias de la censura soviética, que
se tradujeron inmediatamente al alemán y al inglés. En este caso creo que
solo para el período de la segunda guerra mundial. Tras dejar el servicio
diplomático al final de la contienda pasó a la Academia de Ciencias.
Dedicado a la historia impulsó, entre otros aspectos, el interés por
España. Una de sus discípulas fue la conocida hispanista Svetlana
Pozhárskaya. Casi al final de la dictadura estalinista fue condenado a seis
años de prisión "por espionaje". Se le rehabilitó totalmente en 1955.

Gorodetsky ha tenido la fortuna de trabajar sobre los diarios originales de
Maiski, conservados en el archivo del Ministerio ruso de Relaciones
Exteriores, y con el permiso de los herederos. Ha invertido más de diez
años. No es de extrañar que haya levantado un monumento a Maiski pero, si
se me permite la expresión, también a sí mismo y al valor de la
investigación académica, más necesaria que nunca en temas que siguen siendo
altamente sensibles. Tras haber editado quien esto escribe las memorias de
la posguerra civil de Pablo de Azcárate y las de los comienzos de la guerra
misma de Francisco Serrat, no tengo inconveniente alguno en postrarme
simbólicamente ante Gorodetsky. Solo quien ha editado memorias complicadas
tiene idea del inmenso trabajo que conllevan.

Me apresuro a señalar que ni España ni la guerra civil figuran en lugar
prominente en esta versión abreviada. No sé si aparecerán, al menos en lo
que se refiere a la segunda, en la versión completa. La edición de YUP está
pensada, esencialmente, para el mundo de habla inglesa.

Así, por ejemplo, se explica que el lector anglosajón no identifique con
facilidad el significado de las idas y venidas de Maiski durante los años
de la segunda guerra mundial a Bovingdon, un pueblo al noroeste a unos 60
kms de Londres y en el que residió Juan Negrín. Maiski solía ir a verle los
domingos y fue tras hablar largo y tendido con Juan Negrin cuando
prácticamente le cogió la noticia del ataque nazi a la Unión Soviética el
22 de junio de 1941. Le llegó a las 8 de la mañana el día siguiente. Por
cierto que, como muestra de una cierta insularidad, las páginas dedicadas a
Bovingdon, que es fácil localizar en la red, no indican nunca, entre los
residentes famosos del pueblo, al expresidente del gobierno republicano.

Maiski tuvo ocasión en los años de su larguísima embajada en Londres de
penetrar profundamente en la vida política, diplomática, cultural y social
inglesa. Su relación con los políticos, periodistas, intelectuales y medios
económicos más influyentes fue intensísima. En una ocasión, cuando las
purgas soviéticas se cebaron en los cuadros del Ministerio de Asuntos
Exteriores y el servicio diplomático quedó prácticamente descabezado, una
de las nuevas estrellas ascendentes en la central moscovita (y luego, en
1943, su sucesor en Londres), criticó severamente los métodos de trabajo de
Maiski. Era el director general para Europa Occidental, nada menos. Ordenó
a principios de 1940, ¡pásmese el lector!, que restringiera sus contactos
a los funcionarios británicos de más alto nivel y que obtuviera sus
informaciones de la prensa y de la radio. Como suena. Gorodetsky reproduce
algunos extractos de la "pequeña" lección sobre diplomacia en el Reino
Unido que le impartió Maiski. Para poder hacer algo, era preciso, indicó,
conocer bien por lo menos a un centenar de diputados de los distintos
partidos. A ellos habría que añadir otros cuatrocientos más de diversos
ámbitos de la vida política, diplomática, mediática, económica, militar,
etc.

Y todo ¿para qué? Para suministrar a los servicios centrales el mínimo de
información necesario para que juzgasen la situación y perspectivas de la
política británica. Algo que solo podía hacer un embajador muy bien
enterado y apoyado por los diversos miembros de su misión.

¿Y cuál fue el objetivo de Maiski? Mejorar las relaciones bilaterales,
influir lo más posible en la política británica, evitar que los servicios
centrales cometieran pifias y limar las inmensas dificultades que se
interponían en tal tarea.

El resultado es un libro esencial para conocer ciertas interioridades de la
política exterior soviética en la época de Stalin y las percepciones que un
analista inteligente pudo extraer de sus contactos íntimos con una muestra
amplia de la élite británica en aquellos años de expansión, aparentemente
imparable, del fascismo.

Seguirá.
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