Hambre y justicia en el Madrid de la Guerra Civil

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Descripción

Vivir y sobrevivir en una ciudad asediada: la justicia republicana y el abastecimiento en Madrid durante la Guerra Civil Ainhoa Campos Posada Universidad Complutense de Madrid Resumen: En una guerra como la civil española, en la que la retaguardia se convirtió en una suerte de segundo frente de batalla, mantener el control de la misma resultó primordial en términos estratégicos. El grave problema del desabastecimiento que afectó a la retaguardia republicana en general, pero de forma especial a Madrid, ciudad sitiada durante la práctica totalidad del conflicto, puso en entredicho este objetivo. Conocedoras del impacto que podía tener la privación de todo tipo de bienes de primera necesidad en la moral de los madrileños, las autoridades republicanas intentaron poner solución a los problemas de abastecimiento de la ciudad de muy diversas formas. Una de ellas fue la persecución de todos aquellos delitos relacionados con las subsistencias; pero también lo fueron los intentos de contener las críticas hacia la situación de escasez. A través del estudio de la represión del mercado negro y de otras prácticas delictivas como el derrotismo se pueden desvelar importantes claves del funcionamiento de la retaguardia y del comportamiento tanto de las autoridades como de otros tipos de centros de poder, así como de los ciudadanos, durante la guerra civil.

Palabras Clave: Guerra Civil, Madrid, Vida Cotidiana, Abastecimiento, Mercado Negro, Tribunales Populares

Introducción Las primeras noticias sobre la sublevación del Ejército en Marruecos llegaron a oídos de los madrileños la calurosa noche del 17 de julio de 1936. La mayor parte de ellos continuaron con sus vidas, algunos yendo al cine la noche del 18, o a pasar la tarde a la sierra el día 191. Los periódicos ocultaron la gravedad de la situación para la República, una situación que sin embargo fue controlada en Madrid prácticamente desde el principio: el día 20 de julio, tras un duro asedio, caía

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Pedro Montoliu, Madrid en la Guerra Civil. (Madrid: Silex, 1990), 36. Arturo Barea cuenta cómo pasó la tarde del día 19 en la Sierra, a pesar de haber estado la noche anterior en el reparto de armas del Circulo Socialista en La llama. (Madrid: DeBolsillo, 2012), 131-133.

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el cuartel de la Montaña, único enclave golpista de la ciudad. El golpe de Estado no consiguió triunfar en la capital de la República. El fracaso los rebeldes tanto en Madrid como en aproximadamente la mitad del territorio español les forzó a cambiar de planes y optar por el enfrentamiento armado contra las fuerzas leales. Comenzaba así la larga y cruenta Guerra Civil española.

Dado que por razones tanto simbólicas como estratégicas, un objetivo fundamental de los sublevados era la toma de Madrid, su ejército comenzó el avance desde el sur hacia la capital desde el primer momento2. Aquella amenaza proferida por Mola sobre disfrutar de un café en la Puerta del Sol 3 se tornaba cada vez más probable: para septiembre, caía Toledo y un mes más tarde, los cinturones defensivos de pueblos que rodeaban Madrid caían uno tras otro. El 4 de noviembre, los sublevados se hallaban a escasos kilómetros de la ciudad y el 6, habían penetrado en su periferia, por Carabanchel y Villaverde. Mientras los madrileños, mujeres y niños entre ellos, eran llamados apresuradamente a erigir defensas, el mundo entero se preparaba para la caída inminente de la capital de la República4.

La noche del 6 de noviembre, refugiándose en la oscuridad, un vehículo oficial de color negro salía del Palacio de Buenavista, sede del ministerio de Guerra, con el presidente del Gobierno en su interior. Largo Caballero y el resto de su gabinete habían decidido enfilar la carretera de Tarancón, camino de Valencia, y abandonar Madrid, dejándola en manos de una Junta de Defensa en la que no se tenía ninguna fe. El 7 de noviembre, los corresponsales extranjeros que cubrían la guerra de España se apresuraron a redactar la crónica de la entrada de las tropas de Franco en la capital, dejando oportunos huecos en blanco para añadir detalles5. Parecía que la suerte de la ciudad estaba echada; pero, como afirmó el escritor Eduardo Zamacois poco después, Madrid era un pueblo capaz de cansar al mismo destino 6 . Y no cayó en manos de los rebeldes ese día, ni el siguiente. Madrid resistió el envite frontal del enemigo durante todo el largo mes de noviembre. En diciembre, los nacionales iniciaron el primero de los intentos de tomar la ciudad con una maniobra envolvente desde la carretera de la Coruña, que acabaría fracasando. Lo mismo ocurrió con las siguientes dos tentativas, desde el Jarama en enero y desde Guadalajara en marzo. Las derrotas nacionales llevaron a Franco a cambiar de estrategia y centrar sus esfuerzos en el frente norte, 2

Julio Aróstegui y Jesús Martínez Martín, La Junta de Defensa de Madrid. (Madrid: Comunidad de Madrid, 1984) En La Libertad, el día 26 de agosto de 1936 aparece una viñeta en la que un camarero afirma: “Se le está quedando helao el café a Mola”. En el ejemplar de El Sol del 13 de octubre de 1936 el periódico lamenta de forma jocosa el hecho de que Mola haya faltado a su cita. 4 Encontramos una completa descripción del establecimiento y caída de los círculos exteriores defensivos de Madrid en Aróstegui y Martínez, La Junta de Defensa. 5 Paul Preston, We Saw Spain Die. Foreign Correspondants in the Spanish Civil War (London: Constable, 2008), 38 6 Eduardo Zamacois, El asedio de Madrid (Barcelona: AHR, 1976), 195 3

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abandonando la idea de la toma de la capital en el mes de abril.7 El café que fanfarronamente se había dejado preparado para Mola en “El Molinero” se enfriaba en una ciudad que parecía burlarse del impotente ejército enemigo apostado a sus puertas.

Pero desde entonces, y hasta el final del conflicto, Madrid quedó cercada por las tropas franquistas. Y la guerra impactó de lleno en las vidas de los habitantes de una ciudad que era a la vez frente y retaguardia. Estos tuvieron que acostumbrarse a los constantes bombardeos, a la oscuridad forzada todas las noches, al ruido infernal del frente; a la cotidiana compañía de la muerte.

Pero lo que es más importante: los habitantes de la ciudad que habría de ser “la tumba del fascismo” tuvieron que hacer frente al problema de la escasez de todo tipo de bienes. Un problema que dejó al descubierto las disensiones dentro del bando republicano, que afectó profundamente a la moral de su población y que, en última instancia, acabó con la capacidad de resistencia de los hambrientos madrileños en 1939. Un problema de cuya gravedad eran plenamente conscientes las autoridades del momento, y a cuya resolución dedicaron innumerables desvelos, sin conseguir nunca su objetivo. Un problema que, a pesar de su importancia para el desarrollo y desenlace de la guerra, no ha atraído la atención de la historiografía. Este trabajo pretende poner las bases para el estudio de las causas y consecuencias del desabastecimiento de un elemento central de la retaguardia republicana, la ciudad resistente, así como las respuestas que dieron los poderes públicos a esta situación, tanto para intentar resolverla como para evitar que los ciudadanos cuestionaran su labor. También comienza a retratar las estrategias de las que echaron mano los madrileños para sobrevivir en un contexto hostil o para aprovechar las oportunidades que ofrecía la economía de escasez. Bienvenidos a la vida en el Madrid de la guerra civil.

Vida cotidiana en guerra: el fantasma del hambre en la ciudad sitiada

“El abastecimiento de Madrid es perfecto”. Así aseguraba a sus lectores El Sol que en los mercados de la ciudad no faltaba de nada a finales de agosto de 1936,8 aunque la realidad era bien distinta. Los madrileños empezaban a notar los primeros síntomas de la escasez, y a formar aquellas largas y tediosas colas que se acabarían convirtiendo en una imagen característica del Madrid de la guerra. Que el tema del abastecimiento centrara la atención de la prensa es una señal de que las 7 8

Aróstegui y Martínez, La Junta de Defensa, “El abastecimiento de Madrid es perfecto”, El Sol, 26 de agosto de 1936

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cosas no marchaban tan bien. Como también lo es que se llegara a despedir con la actuación de una banda de música en Valencia al convoy repleto de víveres rumbo a la capital heroica9.

La situación empeoró con rapidez y en septiembre las tiendas madrileñas se vaciaron de carne, pescado, patatas y huevos. 10 Aunque Pedro Rico llamaba a la calma afirmando que el abastecimiento de la ciudad estaba asegurado,11 su Ayuntamiento decidía atajar un problema cada vez más visible prohibiendo formar cola antes de que abrieran los comercios: una medida que no tuvo ninguna repercusión en la práctica.12

Tampoco la tuvieron aquellas encaminadas a centralizar y racionalizar la gestión del abastecimiento. El 20 de julio, el Ayuntamiento de Madrid, que debía asegurar la entrada de víveres, constituyó una Comisión de Abastos encargada de repartir raciones de comida a las familias de los milicianos. Con el mismo objetivo, miembros de todas las formaciones del Frente Popular crearon en el Círculo de Bellas Artes un Comité Popular de Abastos, que también rivalizaría en competencias con otros comités y gestoras surgidos espontáneamente de la mano de diferentes partidos y sindicatos. El choque de competencias llegó al extremo de que, en octubre, la Comisión y el Comité habían decidido establecer el racionamiento cada una por su cuenta, por lo que los confusos ciudadanos madrileños tuvieron que rellenar dos padrones distintos.13 Simultáneamente, el Gobierno trató de poner orden en todo el territorio y creó una Comisión Nacional de Abastecimientos, de la que dependerían a su vez Comisiones Provinciales.14 La correspondiente a Madrid, constituida a finales de mes no tuvo apenas tiempo de actuar. Llegaba el largo noviembre de la batalla de Madrid, y con él, la Junta de Defensa (JDM)..

Hasta el momento, el abastecimiento de Madrid se había visto dificultado por la necesidad de buscar nuevas fuentes de aprovisionamiento al haberse cortado las comunicaciones con las que servían a la ciudad hasta entonces; la falta de previsión por parte de las autoridades, que optaron por consumir las existencias en lugar de almacenarlas al creer que se enfrentaban a una guerra corta; o las requisas, acaparamiento y ocultación de bienes por parte de esas gestoras y comités populares de diverso signo político, que desobedecían la legislación establecida.15 Tampoco ayudó la dificultad 9

Just Casas, Manuel Santirso y Joan Serrallonga. Vivir en guerra. La zona leal a la República, (Bellaterra: UAB, 2013), 63. 10 Javier Valero y Matilde Vázquez, La guerra civil en Madrid, (Madrid: Tebas, 1978), 161 11 “Hemos hablado con el Alcalde”, ABC, 15 de septiembre de 1936 12 Matilde Valero y Vázquez, La guerra civil en Madrid, 161 13 Aróstegui y Martínez Martín, La Junta de Defensa.,159-162 14 Jesús Martínez Martín, “Sobrevivir en Madrid”, en Manuel Tuñón de Lara, La guerra civil española. Vol.9. La Batalla de Madrid (Barcelona: Folio, 1996), 74. 15 Ángel Bahamonde y Javier Cervera, Así terminó la guerra de España (Madrid: Marcial Pons, 2000), 239-240

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de distraer vehículos del transporte militar para usarlos en el de mercancías, o el aumento de los habitantes de la ciudad debido al constante goteo de refugiados procedentes de las zonas conquistadas por los rebeldes. Pero a partir de noviembre de 1936, a todos estos problemas, se unió la situación de asedio. La única vía de comunicación de la otrora capital de España con el resto del territorio leal era la carretera de Valencia; además, la actividad militar en la zona centro obligó a dedicar más recursos al ejército que a la población civil. La JDM trató de enfrentarse a estas dificultades entre noviembre y diciembre de 1936 y estableció el sistema de racionamiento al que tendrían que acostumbrarse los madrileños durante el resto de la guerra.16

Pero la labor de la JDM no duraría tanto. En diciembre de 1936, en un nuevo intento de centralización, el Gobierno volvió a poner en manos de la Comisión Provincial todos los asuntos relativos al abastecimiento. Sin embargo, ambas instituciones rivalizarían por el control de tan importante materia hasta marzo de 1937, momento en el que se reconstituyó el Ayuntamiento de la ciudad y volvió a recaer en éste la gestión del aprovisionamiento de Madrid.

Ninguna de las instituciones consiguió atajar el problema del abastecimiento de la ciudad sitiada, que no haría sino empeorar a lo largo de los duros años de conflicto. Especialmente difíciles fueron aquellos momentos en los que las batallas en la zona centro obligaban a desplazar víveres destinados a la población civil para aquellos que combatían por la República, como en marzo de 1937, en plena batalla de Guadalajara, o en julio de 1937, con la ofensiva de Brunete.17 Pero la situación seguía siendo sumamente grave aún cuando no había actividad militar cercana.

Apenas superada la fase de ataque frontal, en enero de 1937, empezó a faltar en la ciudad el pan, alimento básico en la dieta de los madrileños. Las mujeres protagonizaron manifestaciones en frente del cuartel de Miaja, al grito de "¡Pan y carbón, o si no la rendición!". Y aunque se consiguió recuperar momentáneamente la producción de pan, en marzo de 1937 este producto también se sometió a la rigidez del racionamiento18. El resto de alimentos eran aún más escurridizos para los madrileños. Según cálculos de la JDM, en febrero de 1937 entraban a la ciudad 518 toneladas de víveres diarias, cuando se necesitaban 2.000 para una población que se resistía a evacuar Madrid.19 En mayo cundió el pánico porque el pan faltó dos días en los hogares madrileños y a partir de junio, cada ciudadano obtendría solo 150 gramos de tan preciado alimento. 20 La llegada de aún más

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Valero y Vázquez, La guerra civil en Madrid, 208 Valero y Vázquez, La guerra civil en Madrid, 294 y 320 18 Aróstegui y Martínez Martín, La junta de Defensa, 155-157. 19 Valero y Vázquez, La guerra civil en Madrid , 294 y 320 20 Ibid., 320-322, 450 y 410. 17

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refugiados mantuvo en 950.000 los habitantes de una ciudad situada en pleno frente de guerra, y contribuyó a que en septiembre de 1937 sólo se repartieran 100 gramos de pan por persona, y a que sólo se cataran la carne y el pescado una vez cada quince días. El tabaco se vendía sólo una vez por semana, la tarde de los jueves, y las existencias se agotaban antes de cubrir la demanda.21 En estas circunstancias, el huevo con el cada ciudadano celebró la entrada del nuevo año parecía un verdadero artículo de lujo. Pero la escasez no se redujo a los productos de consumo, sobre todo a partir de 1938. La leña y el carbón, especialmente necesarios en invierno, eran productos caros y difíciles de encontrar. Lo mismo ocurrió con los artículos de vestido y calzado, con precios entre 4 y 7 veces superiores a los normales.22 En verano de 1938 los cortes en el suministro de agua y de electricidad se convirtieron en algo cotidiano: y las enfermedades hicieron presa de una población que vivía hacinada y que tenía que soportar los frecuentes paros del servicio de metro y tranvía. La prensa madrileña, pujante antes de la guerra, ahora pendía de un hilo tanto por la huida de los anunciantes como por la escasez de papel: los periódicos supervivientes quedaron reducidos a dos páginas y dejaron de publicarse a diario.23 Tras la caída de Cataluña, los madrileños se sostenían con las “píldoras de Negrín”, unas negras lentejas pequeñas y secas, frecuentemente condimentadas con gusanos. La ración de pan no superaba los cien gramos diarios, y en conjunto, el racionamiento sólo aportaba unas 852 kilocalorías de las 2.100 necesarias. Cientos de madrileños perecían por desnutrición cada semana de febrero de 1939. Madrid se moría de hambre24.

Ante esta situación, los madrileños desarrollaron toda una serie de tácticas de supervivencia. Los distintos miembros de la familia elaboraban estrategias para distribuirse por las serpenteantes colas que llenaban la ciudad, ya que resultaba imposible acudir a todas. Llegaron a formarse incluso delante del matadero, donde se podía obtener hueso para cocido. Siempre había gente delante del matadero para conseguir un poco de sangre, o en frente de los cuarteles, porque de vez en cuando se repartía lo que sobraba del rancho. Incluso era frecuente ver largas colas detrás de los carros que introducían víveres en la ciudad, por si en algún momento caía algo de su contenido. Las amas de casa enriquecieron sus recetarios con elaboraciones como la tortilla de patatas sin huevo y sin patatas, o los chorizos elaborados sólo con harina y pimentón. Las chirlas, único pescado disponible, 21

Ibid., 540 y 560 Ibid., 655-695 23 Juan Carlos Mateo Fernández, “Bajo el control obrero. La prensa diaria en Madrid durante la guerra civil, 19361939”. (Tesis doctoral, Universidad Complutense de Madrid, 1996), 388. 24 Casas, Santirso y Serrallonga, Vivir en guerra, 217; y Federico Grande Covián. “Deficiencias vitamínicas en el Madrid de la Guerra Civil, una reminiscencia”, en VV. AA. Los médicos y la medicina en la guerra civil española. (Madrid: Saned, 1986) 22

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se convirtieron en inseparables compañeras del arroz: los madrileños cambiaron el oficial "Salud y República" por un jocoso "Salud y Chirlas". Los fumadores recurrieron a la recogida de colillas, o a la elaboración propia de cigarrillos: los periódicos ponían el grito en el cielo por el olor que desprendían estas mezclas caseras. Hombres y mujeres protagonizaron peligrosos viajes a pueblos cercanos atravesando zonas en poder del enemigo, con la esperanza de encontrar aquello que faltaba en Madrid25

Y como no podía ser de otra manera, también surgió la estafa. Circulaban por todo Madrid cartillas de personas evacuadas, movilizadas o fallecidas. También era frecuente la falsificación de cartillas o de las recetas que permitían acceder a la leche, reservada a niños, embarazadas y enfermos26. Paralelamente, surgió un pujante mercado negro en el que, a precios exorbitantes, se podían encontrar aquellos productos que escaseaban en las tiendas y comercios madrileños.

¿Cuáles fueron las causas de tan grave problema? Ya en la época se daban apasionadas discusiones sobre quiénes eran los culpables de una situación que comprometía la estabilidad de la retaguardia republicana. Cada partido político, cada sindicato, cada organización tenía su propia idea sobre cómo debía gestionarse el abastecimiento. Y cada uno culpaba al otro de la situación: los comunistas a los comités sindicales, a los que creían acaparadores e ineficientes, los sindicatos a la política de libre comercio del Gobierno, apoyada por los comunistas; los comerciantes a los productores e intermediarios, a los que culpaban de encarecer los bienes; y los republicanos, a los entes que competían con los organismos oficiales y desobedecían las leyes.27 Mientras, la prensa fue obligada a silenciar estos encontronazos y a centrar las críticas en la figura del especulador y el acaparador.

La polémica se reproduce en la historiografía que ha tratado el tema. Tradicionalmente se ha atribuido un mayor peso al caos y desorganización administrativa que conllevó la “revolución” desatada en la zona republicana. La resistencia de partidos, sindicatos, y organismos dependientes de estos a cumplir las órdenes dadas por el Gobierno y las autoridades locales, así como las tensiones y roces entre las distintas afinidades políticas de las que se componían los poderes públicos complicaron la puesta en marcha soluciones. 28 Sin embargo, esta cuestión no puede 25

Laura Gutierrez Rueda y Carmen Gutierrez Rueda, El hambre en el Madrid de la guerra civil (1936-1939) (Madrid: La Librería, 2013) 26 Valero y Vázquez, Madrid en la guerra civil, 320-322. 27 Agustín Safón Supervía y José Simón Riera, Valencia 1936-1937. Una ciudad en guerra (Valencia: Ayuntamiento de Valencia, 1986), 105. 28 Jordi Palafox Gamir. “La economía”, en Stanley Payne y Javier Tussel, La Guerra Civil. Una nueva visión del conflicto que dividió España. (Madrid: Temas de Hoy, 1996), 195-265. Jose Ángel Sánchez Asiaín, Economía y

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explicar por si sola un problema de tal magnitud, más aún cuando ni siquiera la centralización y reorganización contribuyeron a la resolución de la escasez. De hecho algunas medidas centralizadoras imprimieron una rigidez perjudicial para las condiciones de vida de los madrileños.29 Hemos de tener en cuenta el factor de la guerra, al que se está dando más importancia en la historiografía reciente. El conjunto de la economía republicana quedó fuertemente afectada por el conflicto, por la pérdida de territorios productores y por tanto, de materias primas, por la destrucción de cosechas y por la desarticulación del mercado nacional consecuencia de la ruptura de España en dos, así como por el aislamiento internacional. La falta de transporte y la constante corriente de refugiados que aumentaba las bocas a alimentar contribuyeron a agravar la situación, como también lo hizo la inflación galopante que se desató en todo el territorio leal. 30 A ello hay que unir la negativa de los productores a vender sus mercancías al precio establecido por el Gobierno.31

Tenga mayor peso una cosa o la otra, lo cierto es que el problema del desabastecimiento tenía raíces diversas y profundas. Sin embargo, la actuación de las autoridades se centró principalmente en atacar aquello que podemos considerar más consecuencia que causa del problema: el auge de la especulación y la aparición del mercado negro

En busca de soluciones: la persecución del mercado negro En agosto de 1937, el periódico El Sol lanzaba un dedo acusador hacia “el mayor enemigo del abastecimiento normal de nuestras poblaciones civiles, [...] los individuos dedicados a la especulación”, en un artículo que llamaba a la ofensiva sin clemencia contra estos “agentes del fascismo”. 32 Así, el diario, recientemente situado bajo la órbita comunista 33 , difundía una afirmación común en la prensa madrileña, compartida por los poderes públicos: los principales culpables de la situación de escasez y encarecimiento de los bienes de primera necesidad eran aquellas personas sin escrúpulos que acaparaban y ocultaban mercancías vitales para venderlas a precios de escándalo en el pujante mercado negro.

finanzas en la Guerra Civil española. (Madrid: Real Academia de la Historia, 1991) 29 Francisco Alia Miranda, La Guerra Civil en retaguardia: conflicto y revolución en la provincia de Ciudad Real (1936-1939) (Ciudad Real: Diputación Provincial, 1994), 304; Valero y Vázquez, La guerra civil en Madrid, 484-485, María Valls Gómez, “El abastecimiento en la retaguardia republicana. El caso de Granada, 1936-1939”, en Revista del Centro de Estudios de Granada, 25 (2013), 222. 30 Elena Martínez Ruiz. “El campo en guerra: organización y producción agraria”, y “Las relaciones económicas internacionales: guerra, política y negocios”, en Pablo Martín Aceña y Elena Martínez Ruiz, La economía de la guerra civil. (Madrid: Marcial Pons, 2006); CATALÁN, Jordi Catalán, “Guerra e industria en las dos Españas”, en ibid. 31 Michael Seidman, A ras de suelo. Historia social de la República en guerra. (Madrid: Alianza Editorial, 2003), 149. 32 “Los que quieren comerciar con el hambre del pueblo”, El Sol, 27 de agosto de 1937 33 Mateo Fernández, Bajo el control obrero, 241.

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Y es que ya desde los inicios del conflicto se puso un especial hincapié en la persecución de este tipo de comportamientos, que ponían en riesgo el orden público y la estabilidad en la retaguardia. En un primer momento se utilizó la legislación existente en materia de subsistencias, que estipulaba que las fuerzas del orden podían imponer multas a aquellas personas que incurrieran en delitos tipificados en esta materia, y que aquellos casos de más importancia serían tratados en los juzgados municipales. Los decretos gubernamentales y bandos de esta primera fase tan sólo profundizaron en dichas medidas: en agosto de 1936, el Ministerio de Justicia estableció por decreto que el acaparamiento sería castigado con multas de hasta 100 veces el valor de la mercancía, y que la ocultación de género conllevaría multas de entre 5.000 y 10.000 pesetas, la requisa de los bienes y la clausura del establecimiento infractor.34 Pero el agravamiento de la escasez en toda la zona republicana convenció a las autoridades de la necesidad de tomar medidas de excepción, y el 10 de octubre de 1936 el Ministerio de Justicia creó los Jurados de Urgencia, que en adelante se encargarían de la instrucción de hechos que no estuvieran incluidos en el Código Penal de preguerra pero que plantearan problemas a las autoridades en tiempo de guerra.

A partir de entonces,

dificultar el cumplimiento de las órdenes en materia de abastecimiento podría ser considerado un delito de desafección.35 Y para completar el cuadro, otro decreto de diciembre de 1936 estipulaba que las infracciones en materia de subsistencias serían perseguidas como actos de hostilidad al régimen.36 Como ya se ha comentado, la persecución de este tipo de delitos no solucionó la grave situación de escasez, al centrarse la estrategia de actuación en atacar las consecuencias de un problema que tenía unas raíces profundas y prácticamente intactas. Ante el empeoramiento de la situación, los poderes públicos optaron por redoblar la táctica en lugar de cambiarla: a lo largo de la guerra, se insistiría continuamente en la equiparación entre el acaparamiento, la ocultación de bienes y su venta en el mercado negro con la hostilidad al régimen republicano. En febrero de 1937 se endurecieron las penas que castigaban estos delitos, estableciendo el internamiento en un campo de trabajo como la principal.37

Para evitar que aquellos delitos en materia de subsistencias que no pudieran ser considerados motivo de desafección quedaran sin castigo, en septiembre de 1937 se estableció que los juzgados de primera instancia funcionaran como tribunales de subsistencias y precios indebidos. En el decreto que creaba los tribunales de subsistencias, se establecía que sus fallos serían publicados por

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Valero y Vázquez, La guerra civil en Madrid, 123. Gaceta de la República, 22 de octubre de 1936. 36 Gaceta de la República, 12 de diciembre de 1936. 37 Javier Cervera Gil. Madrid en guerra: la ciudad clandestina.(Madrid: Alianza Editorial, 2006), 143 35

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prensa y difundidos por la radio38. A la evidente intención ejemplarizante de estos juicios,39 puede que se uniera la de mostrar a los ciudadanos que los poderes públicos no estaban de brazos cruzados ante un problema que afectaba por completo a sus vidas.

Sin embargo, todavía se daría un paso más para mejorar la persecución y castigo de estos delitos. En marzo de 1938 el conocimiento de las causas en materia de subsistencias, incluso de aquellas que ya estaban siendo instruidas, pasó a ser competencia de los Tribunales Especiales de Guardia (TEG) creados cuatro meses antes.40 Los miembros de los tres TEG madrileños eran muy conscientes de la importancia que se concedía a su labor; de hecho, es frecuente encontrarse con alegatos como el siguiente: “Si en todos los tiempos y lugares han perseguido los Poderes Públicos los actos de acaparamiento y ocultación de mercancías, está más en razón aún que en las circunstancias actuales de guerra, el Estado, en su función tutelar del ciudadano, castigue con mayor severidad a los logreros que trafican con la guerra, atentando contra la vida de la población civil y favoreciendo así los designios del enemigo de los que son colaboradores encubiertos y por tanto, hostiles y desafectos al régimen”41

Los cambios en la legislación ya resultaban confusos para los propios jueces y siguen siéndolo actualmente para los historiadores. Hoy por hoy resulta imposible calibrar cuantas causas judiciales fueron incoadas por los Juzgados de Urgencia y Guardia de Madrid en materia de subsistencias: al coincidir su labor con gran parte del tiempo que estos delitos fueron perseguidos como desafección, la documentación que generaron se encuentra catalogada bajo dicho término, y es necesario consultar cada expediente de los 12.000 que se custodian en el Archivo Histórico Nacional para saber cual estaba relacionado con las subsistencias. Para la documentación generada en los últimos momentos de funcionamiento de los Jurados de Urgencia y Guardia y para la relativa a los TEG la situación es mucho más sencilla: al perseguirse en esta etapa las infracciones en materia de subsistencias como tales, y archivarse bajo la misma categoría, conocemos el número exacto de causas incoadas: 373. Todas ellas se han digitalizado y se puede acceder fácilmente a su consulta a través de PARES.42

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Gaceta de la República, 19 de septiembre de 1937 Glicerio Sánchez Recio, “El control político de la retaguardia republicana durante la Guerra Civil. Los tribunales populares de justicia” en Espacio, Trabajo y Forma, 7, (1994), 597. 40 Gaceta de la República, 25 de marzo de 1938, y 7 de mayo de 1938. 41 AHN, CG,157, Exp.15 42 PARES, Portal de Archivos Españoles, disponible en http://pares.mcu.es/ 39

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Hemos consultado 163 causas de las 373 totales, todas ellas correspondientes a los TEG.43 La información que proporcionan estos documentos es muy abundante y valiosa, no sólo para estudiar el mercado negro madrileño y su persecución, también para retratar las dinámicas sociales y políticas de la ciudad sitiada.

De esos 163 expedientes estudiados, 147 corresponden al año 1938 y 16 a los tres primeros meses de 1939. Los primeros se reparten de la siguiente forma: 64 en abril, 44 en mayo, 8 en junio, 2 en julio, 12 en agosto, 3 en septiembre, 4 en octubre, 9 en noviembre y 1 en diciembre. De los correspondientes a 1939, 9 se incoan en enero, 5 en febrero y 2 en marzo.

La concentración de causas en los meses de abril y mayo de 1938 se asocia a la entrada en funcionamiento de los TEG, cuando se derivaron a estos tribunales todos los casos en materia de subsistencias. El pico de actividad de agosto de 1938 coincide con la puesta en marcha de la Junta Reguladora del Comercio de Uso y Vestido, que impuso precios máximos en dichos productos y tenía la capacidad de iniciar investigaciones para comprobar que se cumplieran sus disposiciones. La creación e inicial ímpetu de la Junta Reguladora de Abastcimientos puede explicar la fase de mayor actividad de noviembre de 1938, mientras que la de enero de 1939 quizá tenga que ver con el empeoramiento generalizado del desabastecimiento de la zona republicana, especialmente de en Madrid, y el último esfuerzo por parte de las autoridades para controlar el extendido mercado negro.

Un alto porcentaje de los motivos que inician el proceso judicial acaban siendo considerados no constitutivos de delito: de las 163 causas estudiadas, 63 acaban de este modo. Lo cual desmiente en parte la imagen de los TEG como “tribunales de hierro” dedicados al control de la población 43

Hemos consultado también 18 causas incoadas por los Jurados de Urgencia; pero al ser un número tan pequeño, no podemos asegurar que las conclusiones extraídas de su estudio sean representativas

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civil que han defendido autores como Sánchez Recio.44 Por otro lado, este fenómeno podría estar explicado por un exceso de celo de las autoridades en la persecución de estos delitos: en muchos casos, las acusaciones aportadas por éstas eran nimias, y no eran corroboradas en última instancia por los Tribunales. Esto es más evidente aún en el caso de las causas que habían empezado a tramitarse tras una investigación encargada por el Gobierno Civil de Madrid para detectar subidas de precio y ocultación de género en las tiendas y comercios de la ciudad. La mayor parte de ellas fueron desestimadas, en algunos casos, después de que los TEG hubieran detectado errores por parte de los inspectores en el cálculo de los márgenes de beneficio legales.45

Para poder clasificar los delitos hemos establecido tres categorías, según magnitud. Consideramos pequeño delito aquel que se sitúa a nivel de subsistencia, como el intercambio de una pequeña cantidad de alimento por otra o la venta ocasional de un artículo de poco valor. En la de mediano delito englobamos aquellos en los que aparece el mercado negro: la ocultación y acaparamiento de productos. Y hablamos de grandes delitos cuando implican una red de intercambios y ventas ilegales, las estafas y corruptelas insertas en los organismos dedicados al abastecimiento u otras instituciones gubernamentales o alcanzan cifras millonarias. Dos ejemplos de este último tipo serían la distracción de grandes cantidades de jabón de la fábrica “La Madrileña” y su reparto entre los empleados de la misma para que realizaran intercambios con ellos, o la ocultación de género por valor de más de un millón de pesetas en los Almacenes G. Marín.46

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Glicerio Sánchez Recio, Justicia y guerra en España, p. 166. AHN, CG,156,Exp.2. 46 AHN, CG,153,Exp.46 y AHN, CG,156,Exp.45 45

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La categoría que predomina es la del mediano delito; protagoniza 64 casos, frente a los 15 pequeños delitos y 10 que pueden ser considerados grandes. No se deben malinterpretar estos resultados: la preponderancia de estos delitos podría llevarnos a pensar que eran los más frecuentes. Sin embargo, muy probablemente los más abundantes fueran los pequeños delitos, más difícilmente detectables, o aquellos que sólo constituían falta y no llegaban a los TEG. Por otro lado, puede que tampoco los grandes delitos están bien representados por los resultados: si bien al tener una mayor envergadura podían ser más fácilmente detectables, la corrupción de aquellos encargados de su persecución pudo contribuir a que éstos permanecieran ocultos.

Para poder establecer una tipología delictiva más concreta, hemos tenido en cuenta la clasificación realizada en la época, que distinguía entre el acaparamiento, la ocultación de género, el intercambio ilegal, la venta ilegal y el alza de precios, y hemos añadido una más, el desvío de productos de los organismos oficiales al mercado negro o a particulares, para poder calibrar la importancia de la corrupción en la sociedad madrileña de la guerra.

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El delito que tiene un mayor protagonismo es el alza de precios, con 29 casos, probablemente debido a que, en primer lugar, tanto el Consejo Municipal como el Gobierno Civil hicieron especial hincapié en la persecución del especulador, figura que acabó tornándose en una suerte de chivo expiatorio. Y es que si bien muchos comerciantes y vendedores ambulantes se aprovecharon de la situación para hacer mayores beneficios, es cierto que la inflación y la escasez de moneda fraccionaria también estaban detrás del alza de precios. La pretensión de mantener los precios de los artículos en los niveles de preguerra era difícilmente alcanzable en la práctica; habría condenado a la ruina a no pocos comerciantes. Una prueba de que detrás de este delito no siempre estaba el simple afán de enriquecimiento es que gran parte de los condenados por este motivo no pudieron hacer frente a las multas con las que fueron castigados y tuvieron que solicitar su pago a plazos o trabajar para el Estado para saldar su deuda. La persecución afectaba a negocios de todos los tamaños, desde el pequeño comercio de ultramarinos a los grandes almacenes situados en la Avenida de Rusia (antes Gran Vía). De hecho, tanto los Almacenes Rodríguez, como SEPU, entonces una sociedad colectivizada, fueron procesados y condenados por este delito.47 El segundo puesto lo ocupa el acaparamiento particular, con 18 casos, que, como la ocultación de género por parte de los comerciantes y restauradores, con 12 casos, estaba estrechamente relacionado con otros dos delitos: la venta y el intercambio ilegal, de los que hemos encontrado 15 y 14 casos. Y es que aquel que mantenía ocultos en su casa o negocio una gran cantidad de producto lo hacía con vistas a su venta o intercambio, por lo que podemos considerarlos parte del mismo delito. La mayor parte de los inculpados por estas causas intentaban demostrar que no pretendían comerciar con ello en el mercado negro. Solían alegar que eran envíos de allegados que vivían en el campo, o que guardaban tal cantidad de producto para repartirlo entre sus amistades. Si se les sorprendía tras haber efectuado el intercambio o venta, era muy frecuente que culparan al cliente de insistir en adquirir la mercancía, o que su único propósito era alimentar a su familia, en la que habitualmente uno o varios de sus miembros estaban enfermos. Entre los comerciantes, lo más usual era afirmar que los artículos ocultos estaban reservados para su clientela habitual.

A pesar de no constituir la mayoría, una nada desdeñable cantidad de procesos se iniciaron debido a la denuncia del supuesto comportamiento ilegal por parte de terceros. 48 causas comienzan de este modo, mientras que 102 lo hacen de oficio.

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AHN, CG,145,Exp.12, y AHN, CG, 150,Exp.30.

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Este importante porcentaje de procesos iniciados por denuncia puede explicarse por la movilización de los ciudadanos frente a una situación que dificultaba gravemente su día a día y que ponía en peligro su supervivencia. Indignados frente al enriquecimiento de unos pocos al socaire del sufrimiento de la mayoría, decidieron denunciar los comportamientos que consideraban delictivos. Aunque no hay que dejar pasar la existencia de denuncias falsas, motivadas por rencillas y odios personales que encontraban una oportunidad de venganza en el contexto de guerra. En solo dos de los casos estudiados el tribunal llegaba a la conclusión de que la denuncia que los había iniciado era falsa, lo que llevaba al denunciante a cambiar su lugar de testigo por el banquillo de los acusados en un nuevo proceso.

En total, las causas implicaron el procesamiento de 5 instituciones y 249 personas; de ellas, 221 eran hombres y 28 mujeres. Esta participación femenina tan reducida no se corresponde con el papel que las otras fuentes atribuyen a las mujeres. Tanto los testimonios de la época como la historiografía subrayan su importante labor en la provisión de alimentos al núcleo familiar, que en el contexto de escasez del Madrid de la guerra no en pocas ocasiones implicaba actividades ilegales. Las investigaciones sobre el fenómeno del estraperlo en la posguerra han mostrado como eran fundamentalmente las mujeres las que participaron en mayor medida esta esfera del mercado negro 48 . Tanto por su papel como proveedoras como por su protagonismo en el espacio de la retaguardia, debido a la movilización de los hombres, las mujeres no pudieron permanecer ajenas a estos delitos, como podría parecer en un primer momento a la vista de los resultados. Por lo tanto, hay que preguntarse qué es lo que hay detrás de ellos. Puede que las autoridades republicanas no atribuyeran a las mujeres la misma capacidad de delinquir que a los hombres, por lo que

Óscar Rodríguez Barreira, “Cambalaches: hambre, moralidad popular y mercados negros de guerra y postguerra”, en Historia social, 77, (2013) 149-174; Miguel Ángel del Arco Blanco “Hunger and the consolidation of the Francoist Regime (1939-1951)”, en European History Quarterly, 40, (2010) , 458-483. 48

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persiguieron más a éstos que a aquellas. También puede que la escasa representación del trapicheo cotidiano en la documentación de los TEG, aquel en el que las mujeres eran las protagonistas, oculte la verdadera dimensión de la actividad femenina en este ámbito.

De los 254 procesados totales, 146 fueron encontrados culpables y condenados y 95 absueltos; no contamos con datos para 13 procesados por distintas razones. A pesar de que puede parecer que los TEG tenían una actitud benevolente, hay que tener en cuenta que en numerosas ocasiones se procesaba a varias personas por un delito del que al final se culpaba sólo a una parte de ellas.

El abanico de penas impuestas por los TEG comprendía el internamiento en campos de trabajo, el ingreso en la cárcel, la prestación de trabajos forzados en beneficio del Estado o municipio, el pago de multas, que se ingresaban en la cuenta de gastos de guerra de la República y, para los militares, el ingreso en un batallón disciplinario. El protagonismo de los campos de trabajo es evidente: 56 inculpados fueron condenados a esta pena. Le sigue en importancia la multa, 16

reservada en general a pequeños delitos y a aquellos medianos que no eran demasiado graves, impuesta a 43 procesados. En total, 16 inculpados fueron condenados a trabajar forzosamente para el Estado o el municipio; 1 de ellos además debió satisfacer una multa. Fueron enviados a la cárcel 25 procesados, y 6 debieron cumplir un tiempo en un batallón disciplinario, pagando también una multa.

Esta documentación ofrece mucha más información que no puede ser estadísticamente tratada, en la que se retrata la sociedad en guerra. A través de ella

vemos una economía

diferenciada de la del periodo anterior, en la que son comunes las empresas colectivizadas, y una ciudadanía vigilada y controlada de múltiples formas: las inspecciones de delegados del Gobierno Civil, de agentes ligados al ayuntamiento o a la DGS, y la vigilancia de los Comités de Vecinos y de porteros de casas, que tienen una importancia fundamental tanto en la detección del delito como en la recogida de pruebas. También podemos constatar la idea de caos administrativo y judicial de la zona republicana: ni las propias autoridades, ni siquiera los miembros de los distintos tribunales se salvan de la confusión generada por la profusión de legislación en materia de subsistencias y la coincidencia en el tiempo de diversas instituciones encargadas de perseguir las infracciones. Eran frecuentes los roces entre distintas autoridades y sensibilidades políticas, así como entre los poderes públicos y aquellos de tinte revolucionario. Sin embargo, esta documentación pone en cuestión la imagen de la justicia republicana como una justicia política, en la que la adhesión o no al régimen republicano marcaba la diferencia entre la absolución o la condena: ni ser un probado antifascista era garantía de lo primero, ni simpatizar con las derechas conllevaba lo segundo.

Aparte de comprobar o refutar las ideas existentes sobre la retaguardia republicana durante la guerra, la consulta de los expedientes en materia de subsistencias saca a la luz fenómenos hasta 17

ahora poco tratados. Es lo que ocurre con la corrupción en todos los niveles de la administración pública: tanto la de aquellos que, aprovechándose de su puesto, trataban de hacer negocios a pequeña escala, como la de los que se integraban de tal forma en las redes del mercado negro que se convertían en grandes proveedores del mismo. Como el caso de los encargados del abastecimiento del 162 Batallón del Ejército de Centro en 1938, que extrajeron reses destinadas a los soldados para venderlas a importantes hoteles y restaurantes, como el Maison Doree, el Freixennet, el Hotel Nacional, el Café Lyon o el Hotel Inglés49.

Parece que los delitos que implicaban a personas de la administración fueron frecuentes, y por tanto, tuvieron un papel importante en el desarrollo del mercado negro y en la creación de un circuito de distribución privilegiado para aquellos bien situados a nivel político y administrativo, que despertaba los recelos del grueso de la población y que contribuyó a aumentar su descontento. Un descontento peligroso en una guerra en la que mantener el control de la retaguardia era un objetivo estratégico a la altura de cualquier avance militar. Las autoridades, incapaces de resolver el problema de las subsistencias o de desbaratar el mercado negro, trataron de evitar que cundiera el desánimo y se extendiera la protesta a través de la persecución del derrotismo. Mantener la moral alta: la persecución del derrotismo “Silenciar un problema no es lo mismo que resolverlo”. Con este consejo se ponía fin a una columna de opinión en La Voz, el 30 de abril de 1937. Dos días antes, el diario se había quejado de que la censura acostumbraba a tachar todo lo que éste se preguntaba sobre la escasez. Y es que aunque los poderes públicos permitían cierto espacio para la queja en esta materia, eran menos indulgentes cuando trataban con críticas hacia su labor en la gestión del abastecimiento.

Este régimen de censura, que nos ha dejado numerosos y llamativos huecos en blanco en las publicaciones de la época, continuó a lo largo de toda la guerra. Sin embargo, como bien había expuesto el diario, ocultar las críticas no iba a contribuir a solucionar el problema. Al fin y al cabo, lo que hacían los periódicos era “recoger una vigésima parte de lo que se dice en las colas”, transmitiendo la existencia de “un mal humor colectivo perfectamente justificado”.

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Las

autoridades eran perfectamente conscientes de este mal humor colectivo. Y pretendían evitar que fuera a más, controlando en parte las quejas aparecidas en la prensa, anunciando la pronta mejora de la situación un día sí y otro también, y procesando a aquellos ciudadanos particulares que se 49 50

AHN, CG,157,Exp.20 La Voz, 27 de abril de 1937, 30 de abril de 1937 y 27 de enero de 1937

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excedieran en la expresión de su descontento.

Así, el derrotismo apareció como delito en junio de 1937, en un momento de empeoramiento general del panorama para el bando republicano y por tanto, de aumento de la preocupación hacia estas actitudes. De hecho, a principios de 1939, cuando ya estaba cercana la derrota, la DGS estableció un servicio especial de escuchas en bares y otros lugares públicos para erradicar el derrotismo51.

Cualquier queja relativa a la escasez de comida era susceptible de ser entendida como derrotismo. Leoncia García Vázquez pasó por los tribunales en octubre de 1938, acusada de derrotismo por haber afirmado que “en el ejército están todos muertos de hambre, y en la ciudad también”; fue condenada a 6 años y un día en campo de trabajo, si bien recibió el indulto el 16 de octubre de 1938.52 Alfredo Enguix Escribá se quejó de la situación en una carta que escribió en noviembre de 1938 a su primo, soldado del ejército de Levante, ignorando que no serían solo los ojos de su familiar los que leyeran afirmaciones como la siguiente: “el vino es articulo de gran lujo, solo está al alcance de los altos enchufados que fueron los que predicaban la igualdad, para la población civil no reparten más que lo que se va a estropear”. Un atrevimiento por el que sería castigado a 12 años de internamiento en campo de trabajo.53 El Tribunal Especial de Guardia nº1 consideró que Mercedes Franco Franco, un ama de casa de 36 años, había pretendido engendrar resentimiento entre la población en base a “una desigualdad a todas luces inexistente” cuando proclamó en la calle que el rancho de los soldados rasos era una miseria en comparación con la comida servida a los altos mandos. Procesada en diciembre de 1938, fue condenada a 6 años de internamiento en un campo de trabajo.54 La misma observación llevó al soldado Félix Garrote Arcas al banquillo de los acusados; nunca fue sentenciado al comenzar el proceso en su contra a mediados de marzo de 1939.55 Y es que las autoridades madrileñas parecían estar especialmente interesadas en evitar que la idea de que existían sectores privilegiados

También se ponía especial en evitar la acción coordinada de las madrileñas, que en su papel de proveedoras de alimentos y otros productos de primera necesidad a las familias, eran las más proclives a organizar y participar en protestas por la situación de carestía. En junio de 1938, Ángela Giménez Ríos fue sorprendida haciendo intentando convencer a compañeras de recolección de parar

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Javier Cervera, Madrid en guerra, 145 y 208 AHN, GC, 147, Exp. 42 53 AHN, GC, 147,Exp.31. 54 AHN, GC, 147,Exp.29 55 AHN, GC, 258,Exp.21 52

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el trabajo hasta que mejoraran las raciones de comida que les entregaban; su intento de huída frustrado no hizo sino empeorar la situación, y fue condenada a 6 años de internamiento 56. En las manifestaciones que se produjeron entre el 22 y el 25 de diciembre de 1938, reivindicando pan y paz, fueron detenidas 130 personas bajo la acusación de derrotismo (en su mayoría mujeres). 57 Concepción Benítez Flores y María de Juana Sánchez fueron detenidas en enero de 1939 por comentar a otras mujeres en el tren de Canillejas que debían manifestarse por la falta de víveres.58

Por supuesto, también era considerado derrotismo declarar que en el bando enemigo no había escasez: Constantina Collado Cortina fue juzgada en octubre de 1938 por expresar su deseo de “marcharse con los fascistas para no pasar hambre”, y Emiliano Arroyo González lo fue por contestar afirmativamente a la pregunta de si era cierto que los fascistas comían mejor, planteada por un alumno de su escuela en Vallecas en noviembre de 1938.59 Ambos fueron absueltos, al igual que Concepción Benítez Flores y María de Juana Sánchez, puede que por la razón que defiende Cervera: las autoridades, viendo cercana la derrota, relajaron la presión en este tipo de causas y favorecieron las absoluciones.60

Conclusiones

El problema del desabastecimiento desangró la retaguardia republicana, especialmente a Madrid, ciudad convertida en frente de guerra desde los primeros meses del conflicto. Las autoridades, gubernamentales y locales, eran conscientes de la necesidad de resolverlo, ya que, en la guerra a la que se enfrentaban, mantener una retaguardia ordenada y en buen estado de moral constituía un objetivo estratégico prioritario. Sin embargo, las raíces del problema eran profundas, y los poderes públicos fueron incapaces de cortarlas en todo el conflicto, en parte debido a la resistencia de partidos, sindicatos y otros organismos a cumplir las medidas establecidas en materia de subsistencias. Por tanto, las autoridades se centraron en atacar las consecuencias del mismo: la aparición del mercado negro y la extensión del derrotismo entre la población.

Las medidas tomadas para erradicar el mercado negro no fueron exitosas. Este siguió siendo un protagonista fundamental de la guerra en Madrid. Las características del mismo, así como las de la actuación de las autoridades en su persecución, deben ser estudiadas con mayor profundidad. 56

AHN, GC, 146,Exp.26 Milagrosa Romero Samper, “Hambre y retaguardia. Protesta social en el Madrid de la guerra civil”, en ESD: Estudios de Seguridad y Defensa, 2, (2013) 159-190. 58 AHN, GC, 258,Exp.25 59 AHN, GC, 5, Exp. 54 y AHN, GC, 147, Exp. 35. 60 Javier CERVERA: Madrid en guerra…, p. 212 57

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También la cuestión del derrotismo merece un mayor detenimiento. Por ahora, se puede adelantar que la actuación de los poderes públicos en este ámbito tampoco triunfó, y que muy probablemente el hecho de que la mayor parte de los madrileños estuvieran mal alimentados en 1939 contribuyó a las tensiones internas que favorecieron la caída de la ciudad y del resto del territorio republicano. Puede que la idea de que existía una vergonzosa desigualdad en el reparto de bienes entre los circuitos privilegiados y los no privilegiados contribuyera en gran parte a alimentar el descontento.

A través del estudio de la cuestión del abastecimiento quedan al descubierto otros temas fundamentales para la comprensión del funcionamiento de la retaguardia republicana en general y la ciudad de Madrid en particular. El papel de la corrupción de la administración en el funcionamiento del mercado negro, la función de las mujeres en la economía de la escasez, o los instrumentos de control y vigilancia de la población son algunos de ellos. Hasta ahora, los historiadores han preferido centrarse en la historia militar o la de la represión, prestando poca atención a fenómenos de la vida cotidiana que, sin embargo, tiene una importancia fundamental en el desarrollo del conflicto. Ha llegado el momento de estudiar en profundidad todos estos temas, que no sólo son interesantes por sí mismos, sino que además aportan información relevante para la comprensión de todos los demás fenómenos asociados a la guerra. Y que siendo tan importantes como lo fueron para la vida de la gente de la época, deben serlo para nosotros, los historiadores.

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