Hadas y Elfos: De Shakespeare a Tolkien

May 24, 2017 | Autor: Jaime Oliveros | Categoría: English Literature, Literature, Shakespeare, J. R. R. Tolkien, Divulgación
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Descripción

Hadas y Elfos: De Shakespeare a Tolkien Quizá sea extraño pensar que un autor como J. R. R. Tolkien despreciara públicamente el trabajo de Shakespeare. El escritor de El Señor de los Anillos afirmaba que se le estaba dando demasiada importancia a dicho autor, y abogaba por una diferenciación entre drama y literatura. Sin embargo Tolkien nunca cuestionó la calidad de obras como Macbeth; su crítica iba más dirigida al género que a las fuentes de las que WS bebía. Hacer aquello habría sido un arma de doble filo, ya que él mismo se nutría de esas raíces. Uno de los elementos en el que podemos encontrar esa confluencia de tradiciones es sin duda el tratamiento de los elfos y de las hadas. Si bien es cierto que la única mención a las hadas en la obra de Tolkien aparece en boca de los medianos, y en referencia al lugar adonde se dirigen Frodo, Bilbo, Gandalf y los elfos al final de la saga (Faerie en el original), esa alusión enlaza directamente a los elfos con la tradición feérica británica. El término Faerie, que proviene del francés antiguo, era, en su origen, el lugar mágico y atemporal en el que criaturas mágicas y humanos (normalmente caballeros) convivían. Ejemplos de ella podemos encontrar en el (incompleto) poema de Edmund Spenser, contemporáneo de Shakespeare, The Faerie Queene. Sería conveniente recordar que durante la Baja Edad Media los franceses y los ingleses estaban en estrecho contacto a causa de la ocupación de éstos últimos durante la guerra de los Cien Años, y, antes de ello, por la invasión normanda de la Perfide Anglaterre. Es tanto así que el propio Oberón, personaje principal en la trama de las hadas de El Sueño de una Noche de Verano – SNV – hace su primera aparición en un romance francés llamado Huon de Bourdeaux. La tradición literaria británica, que entremezcla aspectos germánicos, latinos, y celtas principalmente, define a las hadas (y su contrapartida masculina, los elfos), normalmente, como pequeñas criaturas de las cuales hay que protegerse y cuyas «fechorías» pueden ir desde lo más nimio hasta verdaderas atrocidades. De hecho, tanto es así que etimológicamente, las hadas y el destino están relacionados (la palabra original latina es Fata, de la cual derivan adjetivos tales como Fatal). Ése es el caso de Shakespeare, en el que, en El Sueño vemos a dichas criaturas como las agentes por las cuales se desarrolla toda la trama. Sin embargo, si hay algo notable de las hadas a través de los tiempos es su maleabilidad, y es que pocas criaturas cuentan en su haber con tanta variedad de representaciones como ellas. Desde pequeños demonios hasta altos elfos, han sido sujeto de múltiples cambios a lo largo de su existencia. Un ejemplo de ello es su tamaño, o, mejor dicho, su capacidad para cambiarlo. En SNV vemos que tanto Oberón como Titania varían de tamaño a lo largo de la obra: Titania, hechizada, mantiene escenas amorosas con Fondo, torpe, pero altivo actor y artesano, en las que uno puede asumir que el tamaño de ambos es humano. Sin embargo, Oberón menciona mientras mantiene un diálogo con Robin que, en el lugar en el que descansa Titania, «su piel esmaltada deja [...]la sierpe, / ropaje que a un hada de sobras envuelve», y poco después, Titania ordena a su cohorte que vayan «unas, a matar larvas en los capullos de rosas;/ otras, a quitar a los murciélagos el cuero / de sus alas para hacerles capas a mis elfos». Esta posible contradicción entre un tamaño y otro se explica con facilidad si entendemos que, en la

obra, la naturaleza de las hadas es mágica. No es así en el caso de Tolkien, en el que la magia (entendiendo magia como un acto sobrenatural que tiene una utilidad y una repercusión en el mundo) está reservada para los Istari. Tanto es así que los únicos actos mágicos que encontramos en el libro proceden o bien de uno de ellos o de sus artefactos (el Anillo Único). Aún así, una característica feérica que parece ser común a lo largo de todas las épocas es su, si no inmortalidad, al menos longevidad, y su relación con los humanos. En el caso de Tolkien, por ejemplo, nos encontramos con Elrond, un Peredhil, y en el caso de Shakespeare, nos encontramos con la antigua creencia en los Changelings, término que se utiliza para designar tanto al niño que las hadas roban como al niño-hada que se deja como intercambio, creando así, en el propio término, la misma hibridación que podemos ver en Tolkien. Esta relación nos acerca más a la definición de estos seres como ángeles y como demonios. En este momento, y antes de continuar, sería pertinente hacer un inciso para aclarar que la relación que se ha hecho entre ángeles, demonios y hadas se remonta a la Alta Edad Media. En un intento por mezclar folclore y religión, y por tanto, hacer que el primero perdure y se mantenga, estas criaturas fueron asociadas a dichos sirvientes (o enemigos, según la década) de Dios. Lo mismo se hizo en Islandia, isla en la que más de un ochenta por ciento de la población afirma creer en elfos. Tras la cristianización en el siglo X, en esta isla se propuso mezclar elementos paganos con elementos cristianos para hacer la transición más sencilla. Tanto es así que testimonios de la existencia de elfos y duendes (y de enanos y dragones) perviven hasta nuestros días. Esta doble naturaleza es importante en los trabajos del Bardo, ya que, como hemos dicho, estas criaturas actúan como los agentes por los cuales las historias se desarrollan, siendo en ocasiones seres angelicales y en otros demoníacos. En el caso de La Tempestad, sin embargo, no es tan fácil comprenderlos como tal, ya que no aparecen más que en un monólogo del acto V. En el monólogo, Próspero abjura de sus poderes mágicos haciendo referencia a todas las criaturas que se las ofrecen, incluyendo entre ellos a los «elfos de los montes, [y] arroyos». A su vez, dicho monólogo está relacionado con cierto mito de la historia griega, en el que Medea suplica a los poderes de la noche que salven a Jasón. Tras la cristianización de la historia antigua, ese mito se relaciona directamente con el trato con demonios, mientras que en el soliloquio, estas criaturas han ofrecido a Próspero «música celestial». También en otras obras de Shakespeare aparecen las hadas, pero normalmente de una manera más anecdótica. Tal es el caso de Romeo y Julieta, en el que Mercutio apunta que Romeo no sólo ha «soñado un sueño», sino que «la Reina Mab [l]e ha visitado» (I.IV). La Reina Mab, que aparece originalmente en esta obra es un hada cuyo «carro es una nuez» y «del tamaño de una ágata», entre otras muchas características. Será redescubierta por Ben Jonson y aparecerá en trabajos de figuras tan notables como Percy Shelley (esposo de la autora de Frankenstein y amigo de Lord Byron), Herman Mellvile (Moby Dick) y, más cercano en el tiempo, Jim Butcher (The Dresden Files). Es también importante considerar que, como bien menciona el crítico Thiselton Dyer en el siglo XIX, «En los tiempos de Shakespeare, las hadas tenían una posición mucho más prominente en la literatura inglesa de lo que se puede concluir hoy en día de las obras que nos han llegado» Una de las características que más definen a las hadas y a los elfos es su relación con el mundo de los sueños, y por tanto de la noche. Tanto es así que en SNV, Lisandro,

Hermia, Helena y Demetrio consideran todo lo que han vivido en el bosque «un sueño». Dicha característica aparece en otros muchos textos, incluyendo, entre otros, El Señor de los Anillos, en el que no hay que olvidar que Galadriel, en una de las escenas más importantes del primer libro, le muestra a Frodo mediante su espejo, las «Cosas que fueron, las cosas que son, y cosas que quizá serán». No son premoniciones propiamente dichas, puesto que lo que le muestra es, en definitiva, hipótesis sobre el futuro (que, como bien sabemos, no se cumplen). Esta escena, que se desarrolla de noche, tiene una base fundamentada en esa relación entre estas criaturas y el mundo de los sueños. No podemos terminar el análisis sobre las hadas en la literatura del Bardo sin dedicarle un momento a Puck, o, como él prefiere ser llamado, Robin Goodfellow. Este elfo, tan prominente en SNV, es, de lejos, el más travieso de todos los personajes de la obra. Tanto es así que su nombre deriva de una palabra que se utilizaba para categorizar a todas las hadas, y que tenían la connotación de demoníaco – en el sentido más pagano del término; esto es, espíritus traviesos, pero no enemigos de Dios. Dada su triple naturaleza, no es de extrañar la fascinación que producen estas criaturas en el mundo literario, ni que dos de sus mayores exponentes sean autores de tanta importancia como Shakespeare y Tolkien. Sin embargo, es importante recalcar que aunque se haya estudiado mucho sobre las hadas y los elfos, todavía queda mucho más por explorar. Y, por supuesto, es importante recordar que, con este artículo, «si les hemos ofendido, piensen esto y arreglado: que se han estado durmiendo mientras iba apareciendo y todo lo que han leído no era más que algo soñado»

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