Hacia una teología «planetaria» de la liberación (Revista ALTERNATIVAS 2012)

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Descripción

Hacia una teología «planetaria» de la liberación Revista Alternativas, diciembre 2012, Managua, Nicaragua Este número de ALTERNATIVAS, monográfico sobre la Teología de la Liberación, da cuenta de la misma desde diferentes perspectivas. En esta pequeña reflexión queremos mostrar cómo todas esas perspectivas son olas sucesivas que la van transformando poco a poco hasta hacerla... «planetaria». ¿Qué queremos decir con ello?

Sin que tenga una fecha de «cumpleaños» concreta, la TL (teología de la liberación) ha cumplido ya, festejadamente, sus 40 años. Para una persona... sería una edad de adultez madura, todavía joven. Para una teología, sin embargo, es una edad de verdadera infancia, si comparamos su caso con el de las grandes teologías (cristianas) de todos los tiempos. Muchas teologías han necesitado siglos, no pocos siglos, para desarrollarse. La TL se ha desarrollado en 40 años, de sobra, y en realidad tiene poco margen más para crecer. En cuanto teología se ha desarrollado suficientemente, cubriendo prácticamente todas las ramas que debe cubrir una teología que pretenda ser universa theologia, teología completa —no simple teología regional o sectorial—. Personalmente he solido decir y escribir que a la TL no le falta nada por construir de su estructura básica, su propio edificio teológico. Obviamente, siempre se puede perfilar, detallar, redondear lo que ya se ha hecho, y siempre cabe también «rizar el rizo»; pero aunque no rice sus rizos, la TL está madura y completa para presentarse en público y llevar adelante su servicio teológico liberador. Pero eso no significa, en manera alguna, que la TL no tenga nada más que hacer. Toda teología —no sólo la TL— que quiera estar a la altura de los tiempos ha de vivir en permanente interacción con la evolución del pensamiento, teológico y no teológico. Esto es algo de lo que hoy tenemos fácilmente conciencia clara: que el mundo del pensamiento y del conocimiento, el mundo de la teología como el de la ciencia, está en continuo movimiento. Hace cincuenta años, también se sabía teóricamente, pero el movimiento era mucho más lento, hasta el punto de dar la impresión de una aparente estabilidad. Si ya la Gaudium et Spes pudo hablar de que el mundo de entonces (1965) estaba viviendo cambios rápidos tan acelerados que a veces no era posible darles seguimiento (GS 4), hoy aquella velocidad se ha quedado muy atrás. De hecho desapareció aquella impresión de estabilidad, de perdurabilidad, de permanencia de las cosas y de las teorías. Hoy también el conocimiento está en aceleración; sin duda, mayor que la de entonces. Los que somos adultos mayores, cuando miramos hacia atrás, podemos dar cuenta de las distintas olas de transformación del pensamiento que hemos experimentado en nuestra vida. Sería muy fácil a cada uno de nosotros responder en directo si se nos preguntara qué temas, perspectivas, convicciones teológicas tenemos en nuestro haber que tengan sólo menos de veinte años. Uno se queda admirado cuando toma conciencia de la cantidad de desafíos, perspectivas y elementos nuevos de conocimiento que cada poco tiempo va acumulando. «Aprender a aprender», no quedarse estancado en lo que ya aprendimos, se nos ha convertido en ley de vida y de supervivencia en esta sociedad actual. Si nos pasa a las personas, es porque pasa al conocimiento mismo, a las ciencias, y a la teología entre ellas. Para un observador atento, un texto científico o teológico de hace veinte años, lleva las huellas de su época, y, siempre que se disponga de una extensión suficiente del mismo, podría ser datado con facilidad por un experto. Tanto por lo que dice el texto como por lo que no dice. Tanto por las respuestas que da, como por las preguntas que no hace. En una sociedad como la de hoy, tan fuertemente marcada por la ciencia por una parte, y por las tecnologías de la información por otra, el conocimiento, las ciencias y el pensamiento están en una continua evolución, que puede ser datada y casi cuantificada. Esto se da también con la teología de la liberación. El mundo no se detuvo cuando ella nació y se desarrolló. El mundo ha seguido, sigue caminando, y sólo los desapercibidos pueden pensar que un libro, una teología de los años 70 no se vayan a encontrar desubicados bien entrado el siglo XXI. Ha

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llovido mucho en estos 40 años. Han sobrevenido muchas oleadas de conocimiento, muchos desafíos, muchas nuevas preguntas, no pocos «nuevos paradigmas»... Y ya sabemos que hablar de un nuevo paradigma no es hablar de un tema nuevo que se bastaría adicionar, como un capítulo más al final del libro; incorporar una teología a un nuevo paradigma significa tanto como re-hacer enteramente la «visión» de esa teología, recolocar todos sus datos en otro marco de comprensión, trasladarla a otro horizonte, cambiar sus categorías y replantear sus preguntas y sus respuestas. Esto es lo que nos está aconteciendo en los últimos tiempos. No sólo es que el conocimiento aumenta, crece, cuenta continuamente con nuevos datos que debemos incorporar a nuestro acerbo... Lo realmente grave y desafiador es que estamos asistiendo a un tiempo de profunda transformación , a un tsunami cultural, que no sólo trae datos nuevos sino paradigmas nuevos. «Cambio de paradigma» es lo que Thomas Kuhn dice que es lo que realmente se da bajo las «revoluciones científicas». Las ciencias, que evolucionan desde siempre, pasan muchos períodos de acumulación estable, que Kuhn llama «de ciencia normal», y sólo en determinados momentos entran en períodos de «ciencia extraordinaria», períodos de crisis, en los que todo el conjunto de la ciencia manifiesta signos de agotamiento, y de precisar un nuevo modelo. Ese paso es según Kuhn el cambio de paradigma, la revolución científica. Aunque la teología no sea sin más equiparable a cualquier ciencia, en este aspecto epistemológico se suele reconocer que su proceso de evolución tiene mucho en común con el proceso de las ciencias. También ella va acumulando nuevos conocimientos, unas veces como simples datos a ser adicionados en el capítulo correspondiente, pero otras veces como perspectivas desafiadoras que urgen a un replanteamiento global de todo lo hasta entonces elaborado. Cambiar de paradigma no es una frase bonita, de moda para algunos; cambio de paradigma es lo que se da en las «revoluciones científicas», y en las «revoluciones teológicas», que también las hay. Pues bien, llevamos unos pocos decenios en los que comenzamos a tener conciencia de los varios cambios de paradigma que confluyen simultáneamente en la transformación actual del pensamiento. No es posible poner fecha de aparición a los nuevos paradigmas. Pero sí podemos testimoniar que en estos últimos decenios nos estamos haciendo conscientes de esa aceleración de la historia que nos solicita y nos sacude desde distintos ángulos del conocimiento reclamando cambios de paradigma, esas verdaderas «revoluciones científicas». Si los teólogos/as de la liberación y sus cultivadores y seguidores y practicantes están en el mundo de hoy e interactúan con él, necesitan y no podrán evitar el confrontar su teología con estos desafíos, incesantes y acelerados. Son todos esos recurrentes desafíos los que van transformando la teología de la liberación — como a las demás teologías—. ¿En qué la van transformando? Nuestro título intenta una respuesta: vamos «hacia una teología planetaria de la liberación» (TPL). Pero sólo al final trataremos de justificar —hasta donde sea posible— la elección de esa palabra. Para llegar ahí necesitamos hacer muy brevemente el elenco de esos cambios de paradigma que vienen sucediéndose y acumulándose. Un desarrollo más amplio y detalladamente justificado de esta sucesión de desafíos puede verse en Hacia una teología planetaria, volumen quinto de la serie «Por los muchos caminos de Dios», de la EATWOT o ASETT, con la colaboración de veinte teólogos/as, obra a la que sigo de cerca en este momento (colección «Tiempo axial», tiempoaxial.org). • Partamos de la TL primera, la que pudiéramos considerar inicial, antes de recibir los desafíos externos que pronto sobrevendrían. El nacimiento de la TL no fue una simple reproducción, una copia de alguna teología anterior... Fue —históricamente hablando— un novum, un salto cualitativo evolutivo, la aparición de una especie teológica nueva. Era, efectivamente, el fruto de la asimilación de un paradigma nuevo. Lo que equivale a decir: supuso la realización y la puesta en escena de una verdadera «revolución teológica». El nuevo paradigma era, simplemente, el paradigma que después hemos llamado liberador, que incluye varios ingredientes que eran novedad histórica sobre las perspectivas tradicionales de las teologías anteriores, a saber: una lectura histórica de la realidad (abandonando toda posición ahistórica, desencarnada, estática), una dimensión utópica (centrada en la Utopía del Reino, el reinocentrismo) y la opción por los pobres como una toma de posición históricopolítica frente a la realidad conflictiva de América Latina. Efectivamente, se trataba de una revolución teológica, en medio del panorama teológico general de aquellas calendas. La resistencia a este nuevo paradigma liberador se manifestaría bien pronto, tal como Kuhn dice que ocurre en los casos que se dan en la ciencia. Ahí entró en escena la TL. • La TL primera se centró en la liberación más inmediata: la de la opresión socioeconómica. Era lógico, pues era la que más saltaba a la vista y la que, desde cierta lógica entonces habitual, parecía la más básica, la generadora de todas las demás. Pero muy pronto se dio un primer desafío, el de la

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ampliación y diversificación: aparecieron los que fueron llamados los «nuevos sujetos emergentes»: los negros (raza oprimida), los indios (culturas oprimidas), y la mujer (el género oprimido). Ésta, la mujer, representó, sin duda, el desafío paradigmático de mayor calibre. La llamada «perspectiva de género» presentaba toda una visión alternativa que denunciaba el patriarcalismo inconsciente pero muy activo tanto en las estructuras sociales como en las estructuras religiosas y de conocimiento. Se hacía necesaria una renovación radical de los planteamientos habituales, considerados neutros hasta entonces, pero evidenciados ahora como patriarcales. Esta renovación, este cambio de paradigma no quedó como reservado para una nueva rama de teología, la feminista, sino que supuso un desafío global, a toda la teología, y que vino para quedarse. Desde entonces, y aun no centrándose en temas o perspectivas explícitamente feministas, toda teología de la liberación tiene que asumir una positiva liberación del patriarcalismo. La perspectiva de la igualdad de género ha pasado a formar parte de la óptica propia de la TL; una óptica que no tuvo al principio, hay que reconocerlo. Por su parte, las hermenéuticas especializadas que, a su vez, pusieron en marcha la TL negra y la TL india, dieron carta de ciudadanía en la TL a una nueva conciencia crítica de las relaciones entre fe teología y cultura, a los temas de la pluriculturalidad e interculturalidad, hasta entonces prácticamente desconocidos. Quedó para siempre desafiado el eurocentrismo, todavía remanente en la TL original —a pesar de que ingenuamente había pensado que se trataba ya, desde el primer momento, de una teología genuinamente latinoamericana, genuinamente del tercer mundo—. Desde entonces no ha habido posibilidad de dar marcha atrás: la TL perdió su ingenuidad en los temas culturales, y toda TL ha de ser desde entonces conscientemente crítica respecto a la dimensión cultural. • El desafío ecológico, como cambio de paradigma, viene asomando por el horizonte desde el siglo XIX, pero para la TL latinoamericana sólo se concretó en los años 90 del siglo pasado. Signo emblemático del cambio fue la posición personal de Leonardo Boff, que lo adoptó casi en solitario de un modo pionero. No hace falta que nos detengamos en describirlo, pues es bien conocido. Es importante comprender que la adopción del paradigma ecológico, o ecocéntrico, no consiste —aquí tampoco, como en los demás paradigmas— en incorporar algunos datos o temas nuevos a la teología anterior... Nadie duda ahora de que, efectivamente, también la TL venía siendo demasiado antropocéntrica, demasiado volcada hacia lo sobrenatural, bastante de espaldas a la naturaleza. Con todo, son muchos todavía los que confunden el paradigma ecológica con el ambientalismo. Concretándonos a la TL, el cambio no consiste simplemente en introducir a la Tierra en el conjunto de los pobres por los que la TL estaría preocupada. Es cierto que ella es también una pobre, oprimida y explotada inmisericordemente, que necesita ser liberada de esa opresión; pero si hacemos eso, no por ello hemos adoptado el paradigma ecocéntrico. Cambiar de paradigma es cambiar de horizonte, de esquema de comprensión de la realidad, de categorías con las que categorizar toda nuestro procesamiento de la realidad... Introducir la TL en el paradigma ecológico no es añadir simplemente el «cuidado» de la Tierra a las preocupaciones de nuestro amor-justicia. Es absolutamente mucho más. Es toda una reconversión de la TL, que implica el abandono radical de los modos de pensar preecocéntricos, y que recolocará, y reformulará, sus contenidos, como decimos, en un nuevo marco, en un nuevo modelo de funcionamiento. Lo hemos dicho: no se trata de una TL que continuaría igual, simplemente añadiendo un capítulo ecológico... Se trata de que la TL tiene que reformularse de arriba abajo, dejando de percibir la realidad como el «plan de Dios para salvar la humanidad» de su situación de opresión... porque la nueva cosmología actual nos está diciendo que «no se trata de eso»... El relato cristiano más básico necesita ser reformulado radicalmente desde la nueva visión ecológica. Y la TL también. • La TL original fue tanto católica como protestante, como es sabido. Más, en muchos lugares del continente la practicamos y la elaboramos en una dimensión explícitamente ecuménica. En muchos centros teológicos ecuménicos estuvimos trabajando con ella sin distinción, con un espíritu y una práctica verdaderamente ecuménicos. Además, la TL explicitó pronto su espíritu «macroecuménico»: gracias al reinocentrismo, a la Utopía de Jesús, el Reinado de Dios, nos dábamos muy bien con las otras religiones del Continente, así como con las personas y movimientos que asumían otras opciones espirituales, como el humanismo ateo por ejemplo. Pero, en fin, aun ecuménicos y macroecuménicos como éramos, teníamos un límite que no sobrepasábamos, y que nos venía marcado por la época en que nació la TL: éramos inclusivistas. Aunque entonces, ni conocíamos siquiera la palabra. Fue por los últimos años del siglo XX —al hacerse un poco de calma en América Latina, tras las crisis del socialismo del Este europeo— cuando comenzó a llegarnos noticia de una revolución teológica (un cambio de paradigma) que se estaba dando, o debatiendo, lejos de nosotros, principalmente en el

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ámbito teológico anglosajón y asiático; me refiero al debate sobre la teología del pluralismo religioso. Fue entonces cuando descubrimos que, realmente, un cambio paradigmático venía exigido si queríamos ubicar la TL en un marco más amplio. No sólo había muchos pobres, sino también muchas religiones... ¿Qué significaba esa pluralidad? ¿No hay otro abordaje para entenderla que el «inclusivismo» que hasta entonces había estado marcando nuestras posiciones teológicas latinoamericanas sin nosotros ser conscientes de ello? ¿Era posible una TL que no fuera —como nos dijeron desde Asia— «un lujo exclusivo para una minoría de los pobres, los pobres cristianos», sino una TL que se dirigiera a y dialogara con todos los pobres del mundo, cristianos y no cristianos? ¿Qué transformaciones, qué cambio paradigmático debería hacer la TL para habilitarse para trabajar en esta perspectiva más amplia, plural? El desafío fue recogido. La EATWOT concretamente ideó un programa de «cruzamiento de la TL con la teología del pluralismo religioso» y en la primera década de este siglo fue completado. No podemos decir que toda la TL asuma la misma posición pluralista —lo que tampoco sería bueno—, ni siquiera que toda la TL se haya confrontado con el desafío paradigmático, pero sí se puede decir que la TL latinoamericana tiene ya alguna posición tomada a este respecto, posición bien conocida hoy en el concierto mundial de las voces teológicas. Y más: que ya no cabe seguir haciendo TL como antes de su encuentro con el desafío de la teología del pluralismo religioso; una TL que siguiera como antes, como siempre, en su inclusivismo ingenuo, hoy sería una TL irresponsable. Cada desafío paradigmático venía pues transformando la manera, el rostro, la tarea de la TL. ¿Vamos siguiendo la evolución «hacia una teología planetaria de la liberación»? • De la mano del desafío de pluralismo religioso vienen encadenados varios otros, lógicamente derivados. Porque ya no bastaría que la TL sea una teología no sólo no exclusivista —que nunca lo fue— ni inclusivista, sino pluralista. Haría falta además que la TL se ubique con coherencia en la sociedad actual, que se ha hecho irreversiblemente multi-religiosa. Como hemos recordado más arriba: ¿debe ser la TL un lujo para una minoría cristiana? ¿Debe dirigirse «sólo a los cristianos» en una sociedad multi-religiosa? ¿No es posible una TL multi-religiosa, que ose hablar y pasar su mensaje a la sociedad global actual? Tal vez en ese caso pueda abandonar un tanto su antigua figura de teología «cristiana y sólo cristiana», y asumir (también, no solamente) como parte de su identidad, el rol de una «teología universal de las religiones»? Podría ser una teología mundial, interlocutora potencial de toda la humanidad, sin vinculación «exclusiva» a una única confesión o religión? ¿Por que ese papel o esa tarea iría a desbordar las posibilidades de una TL verdaderamente corajosa y responsable? No es la EATWOT la única, ni mucho menos la primera, que sueña esas posibilidades. Ya Wilfred Cantwell Smith había postulado hace tiempo una world theology, que traduciremos como teología mundial: «Va a llegar pronto el día en el que un teólogo que intente elaborar su teología sin darse cuenta de que lo hace como miembro de una sociedad mundial en la que otros teólogos, también inteligentes, igualmente piadosos, son hindúes, budistas, musulmanes, y sin darse cuenta de que sus lectores probablemente son budistas, o tienen una esposa musulmana o tienen compañeros de trabajo hindúes, tal teólogo estará desactualizado, como quien intenta elaborar su pensamiento sin conocer lo que pensó Aristóteles sobre el mundo, o que los existencialistas han suscitado nuevas cuestiones». Otros muchos soñadores se significaron intuyendo una evolución en esta línea. Obviamente, no se quiere decir que «toda» la teología deba caminar por esa línea y en este sentido, y que toda otra tarea que hasta ahora hemos venido asumiendo deba ser abandonada... No se trata de eliminar nada; se trata sólo de sumar, de abrir horizontes, de asumir tareas nuevas ante las que nos sitúa el dinamismo de la evolución actual del mundo. Si de verdad la TL busca y pretende comprometerse por la liberación del mundo, ¿no deberá considerar la posibilidad de asumir nuevos estadios que ya otras teologías se han propuesto considerar? ¿No podrá asumir planteamientos de multi-religiosidad en una sociedad mundial que es multi-religiosa? ¿No podrá ella misma asumir una múltiple pertenencia, cuando en tantas sociedades religiosas este fenómeno es absolutamente frecuente y normal? Por aquí se dejan ver los desafíos que la TL experimenta con el estímulo de ampliación de su misión en una sociedad mundializada a la que necesita considerar su interlocutor natural. Efectivamente, la TL debe dejar de ser una peculiaridad latinoamericana, confinada en ese Continente, un «lujo de una minoría de pobres cristiana», y debe dirigirse a la sociedad mundial: puede ser, debe ser, una world theology, «teología planetaria». Gordon Kaufman afirma: «Si mi concepto de la teología como enraizada radicalmente en las preocupaciones compartidas de la experiencia humana es correcto, la teología tiene una significación cultural universal, y no hay razón para que quede confinada en los estrechos límites parroquiales de

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una religión, o para que sea mirada como una disciplina esotérica o sub-racional». Una TL simplemente cristiana, confesional, latinoamericana y encerrada continentalmente en sus perspectivas, quizá ya no va a resultar viable para quien tenga una mente abierta a la altura de la sociedad actual. • Hablemos de otro paradigma cuya atención se reclama sólo últimamente, el pos-religional. En realidad sus raíces vienen de lejos. Como todo tema genuinamente teológico, no comienza de cero, tiene sus precedentes, va y viene, es recurrente. Pero cada vez que vuelve lo hace en un nivel más profundo, más desafiante. Es también la Comisión Teológica Internacional de la EATWOT quien ha llamado la atención sobre él, presentándolo en un Congreso Internacional de la P.U.C. de Belo Horizonte, Brasil, y recogiéndolo en la revista VOICES (enero de 2012, públicamente disponible en la red), de la EATWOT. Allí remitimos para una explicación más completa. Pero digamos muy en síntesis lo mínimo necesario para incorporarlo a este relato de la evolución de la TL latinoamericana. Las religiones no son «de siempre», como tradicionalmente habíamos pensado. Son bien recientes, de menos de 4.500 años —como es el caso del hinduismo, la más antigua de las religiones—. Hemos pasado mucho más tiempo siendo religiosos sin religiones que con ellas. Las religiones nos acompañan sólo desde el tiempo de la revolución agraria. Han surgido en esa coyuntura de la humanidad, en el paso del paleolítico al neolítico. Era la transformación de unas tribus de agricultores-recolectores, a una población sedentaria en vida urbana. La humanidad hubo de reinventarse, en este momento que los antropólogos coinciden en catalogar como uno de los más difíciles de su historia. Y fue ahí, precisamente, donde la espiritualidad de siempre del ser humano cristalizó en una serie de realizaciones, las religiones, que sirvieron genialmente para hacer viable al ser humano social. Las religiones tienen unos mecanismos internos que responden a ese su origen y su ambiente de funcionamiento, como son su epistemología mítica, sus creencias, la sumisión exigida, la heteronomía... y estos mecanismos sólo son posibles dentro de esa sociedad agraria en la que surgieron. Ése es el problema: la sociedad agraria está concluyendo, y el nuevo modelo de sociedad que viene —no importa cómo lo llamemos— no ofrece posibilidades de pervivencia para esos mecanismos epistemológicos propios de las religiones (agrarias). Si esta hipótesis se verificara como cierta, las religiones (insistimos «agrarias», y en cuanto tales) tienen ya puesta en marcha la cuenta atrás de su fecha de caducidad. Este desafío tiene una consecuencia positiva, y es que nos obliga a distinguir entre espiritualidad —en el sentido antropológico-cultural— por una parte, y religiones por otra. Hemos sido religiosos (seres dotados de espiritualidad) desde siempre (parece que el homo es religiosus desde que es sapiens). La dimensión espiritual, la «cualidad humana profunda» —al decir de Marià Corbí—, es constitutiva del ser humano, mientras que las religiones son solamente la forma (históricamente coyuntural) que la espiritualidad de siempre del ser humano adoptó en/con la sociedad agraria. Si ahora parece acabarse ésta, probablemente la espiritualidad humana se verá forzada a adoptar otras formas. Podemos estar yendo hacia un futuro «pos-religional» (no pos-religioso o pos-espiritual). ¿Y la TL? No podemos negar que la TL, como el cristianismo mismo, son realidades religiosas «agrarias», que utilizan los mecanismos epistemológicos agrarios típicos: las creencias, los mitos, la sumisión, la epistemología mítica... Cristianismo y TL están desafiados por esta hipótesis antropológico-cultural de que vamos hacia una sociedad post-agraria. En realidad, son muchos los observadores que afirman que en muchos sectores de nuestra sociedad mundial ya estamos en ella (también hay muchos, concretamente en América Latina, que dudan que la hipótesis sea cierta, o al menos que sea generalizable, de modo que —sostienen— no se dará este cambio en nuestro Continente; pero va creciendo también el número de los que está abandonando esta posición). En todo caso, es obvio que si la TL quiere ser capaz de ser interlocutor válido, inteligible, para con aquellos sectores sociales que ya no viven de (que su modo de producción ya no es el de) la sociedad agraria y que ya no se sienten cómodos con los citados métodos epistemológicos agrarios, una TL responsable debe reconfigurarse, reconvertirse, con una epistemología nueva, abandonando/superando los mecanismos epistemológicos agrarios que aún conserva, y rehaciéndose desde unos supuestos pos-religionales, desde el nuevo paradigma pos-religional. Como el lector puede fácilmente suponer, es mucho más largo de exponer este tema, pero baste lo dicho para comprender que se trata de otro «nuevo nacimiento» que la TL debe emprender. ¿Pensaba alguien que la TL podría estar tranquila y vivir de rentas de una jubilación bien merecida a sus jóvenes cuarenta años? El panorama es bien diferente. Esta avalancha de nuevos

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paradigmas, con sus correspondientes reclamos y provocaciones para la realización de unas «revoluciones teológicas» pendientes, demuestra que nada es estático, y que tampoco la TL lo puede ser, si quiere estar al día y responder con responsabilidad a las exigencias de esta historia tan acelerada como la que nos toca vivir. ¿Por qué hablamos entonces de una «teología planetaria de la liberación»? Es sabido que los nombres verdaderamente acertados no surgen por decisión de nadie, sino que son creados por el subconsciente colectivo. Creemos que todavía no ha surgido ese nombre adecuado. «Teología mundial» o «teología global» nos parecen nombres no tan expresivos como el de «teología planetaria». Planetaria ahí quiere significar, concentradamente, muchas cosas a la vez: - planetaria, en cuanto uniendo a la humanidad mundial (mejor que world theology), - planetaria, en cuanto abarcando también a todas las religiones y opciones espirituales que se dan en este planeta (mejor que teología universal), - planetaria, en cuanto reflejando la nueva conciencia mundializada, mejor que llamarla teología global, - planetaria, en cuanto asumiendo el planeta como el hogar cósmico al que la Humanidad vuelve, Gaia, - planetaria, en cuanto el Planeta (más que el mundo, o la Humanidad, o incluso la vida simplemente) se puede considerar como el contexto, el sujeto y el marco de referencia nuevos para una teología responsable y a la altura de esta nueva hora. Pero hemos de reconocer que cabrían otros nombres, y que probablemente algún día surgirá uno más adecuado. Desde ya lo saludamos con alegría. Lo que nosotros queremos proponer no es un nombre concreto, sino una idea fundamental: la evolución obligada, inevitable, de la TL hacia nuevas metas y nuevas cotas, que dejarán pequeña la visión clásica de la TL y su misión. Vamos, no podemos dejar de estar yendo, hacia esa «teología planetaria de la liberación». José María VIGIL

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