Hacia una interpretación del rol de la dualidad en el Egipto Antiguo

August 30, 2017 | Autor: Nicolas Ventieri | Categoría: Ancient Egyptian Religion, Ancient History, Cultural Studies, Egiptology
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Descripción

Introducción
Los diversos estudios realizados del Estado antiguo egipcio han sido
bastante integrales aunque, a nuestro parecer, pocos se han centrado en un
aspecto que es fundamental: la dualidad. Por eso, nuestro artículo tiene
como objeto de estudio presentar evidencia de que la dualidad ha sido un
elemento ideológico central dentro del mundo de los egipcios en el momento
del surgimiento de la institución estatal. Además, también será intención
de este artículo comprender qué representó la dualidad y cuál era su
función, es decir lograr una interpretación del rol de la dualidad.
Creemos que es necesario comentar brevemente qué entendemos por
"dualidad". Las definiciones formales como las que establece la Real
Academia Española, señalan que "dualidad" es la existencia de dos
caracteres o fenómenos diferentes que confluyen en un mismo estado de
cosas. Consideramos acertada esta definición, pero le agregaremos un
elemento significativo que es fundamental tener en cuenta: en la sociedad
estatal que trataremos, aquellos caracteres que cita esta definición actúan
en un sentido de complementariedad y no únicamente de antagonismo como
muchas veces se supone. Para ser más precisos, comprendemos a la dualidad
en el sentido de Cervelló, es decir como "doctrinas según las cuales el
universo es el resultado del contraste entre dos fuerzas opuestas y
complementarias, que pueden comportar –pero no es condición necesaria– una
dimensión moral: bien/mal"[1].

El surgimiento del Estado
Egipto se caracterizó, durante el Tercer Milenio, por un desarrollo social
y político muy particular. Los asentamientos jerarquizados, las estructuras
funerarias diferenciadas, la instalación de una ideología, son evidencias
que marcan el paso de una sociedad igualitaria a una estratificada y por lo
tanto el desarrollo de una complejidad política y social que indica la
aparición de una institución estatal.
El surgimiento del Estado es un tema que ha atrapado la atención de
muchos investigadores. Las hipótesis son numerosas, tanto así como sus
interpretaciones. No estamos interesados en la discusión de estas ideas en
sí mismas; no obstante, debemos tener en cuenta alguna de ellas en la
medida que nos permitan comprender que "la ideología aparece con el
Estado"[2]. Sostenemos que para comprender la formación del Estado en
Egipto es necesario interpretarla a la manera de Godelier, es decir, en
términos de consenso y de violencia. De acuerdo a su análisis ambos
factores no son excluyentes, sino que es necesario de los dos para que un
poder de dominación pueda ser ejercido. Entiéndase bien que el proceso en
el que surge el Estado es uno en el que debe ejercerse la violencia, pues
implica la imposición de un grupo sobre el otro; a su vez, también es
fundamental el consenso para la formulación de modos de representación de
la emergente práctica estatal. Como afirma Campagno: "ningún nuevo
ordenamiento social podría sostenerse a largo plazo si no genera una
representación de los nuevos lazos sociales, que los haga admisibles para
el conjunto de la sociedad"[3]. En definitiva, partimos del supuesto –y
esto no implica novedad alguna– de que la ideología es la que permite el
sostenimiento del Estado, es la que complementa a dicha entidad política.
Retomando a Kemp, la ideología se fundó sobre tres bases: la
prolongación con el pasado, la defensa de la unión territorial por encima
de divisiones tanto geográficas como políticas y la estabilidad generada a
partir del gobierno de reyes prudentes. A estos tres puntos, nosotros
consideramos necesario agregarle un cuarto: el discurso mítico.
La ideología necesitó de un pasado sobre el cual asentarse, que
sirviera de modelo en el presente. Ese pasado era modelo de orden, paz y
estabilidad, supuso la sucesión continua y pacífica de los reinados de los
faraones. En ese sentido, las listas de reyes fallecidos que los egipcios
compilaron servían a la legitimación del faraón quien veneraba e intentaba
reproducir ese pasado en el presente. Los reyes ejercían el poder absoluto
en un territorio que había sido unificado. Desde las primeras dinastías la
titulatura real reflejaba la esencia divina del faraón: los primeros
protocolos reales muestran como el rey llevaba el título de "Horus", al que
se le sumó en la IV Dinastía el de "Hijo de Ra" y posteriormente el de
"Horus de Oro". Más allá de esto, un título que todos los reyes
compartieron fue el de "Faraón del Alto y Bajo Egipto", lo cual indicaba el
importante rol del monarca como único agente unificador. Esta división
simbólica en dos fue central en la ideología que se estableció. Fue lo que
posibilitaba la vida sobre la tierra, lo que permitía que el cosmos se
mantuviera en funcionamiento. Desde el surgimiento del Estado, Egipto
estuvo marcado por ese pensamiento dual: Alto y Bajo Egipto, desierto y
valle, poniente y saliente del sol, crecimiento y decrecimiento del río
Nilo. En definitiva, la dualidad fue un concepto plagado en diversos
órdenes y con el que la realeza cimentaba su poder.
Como adelantamos previamente, la ideología tenía un arraigo muy
fuerte en el discurso mítico, pues como afirma Cervelló "consiste en la
transposición lingüístico-narrativa de verdades de orden esencialmente
cósmico"[4]. Es decir, que es una forma de percibir los procesos y
realidades del cosmos, pertenece a lo trascendente y no a lo inmanente, es
un hecho religioso e histórico-religioso. Lo sagrado es determinante en el
universo del discurso mítico de los pueblos. Egipto fue un mundo donde lo
sagrado lo permeaba todo, lo definía todo, aunque era necesaria una
integración para la comprensión de la vida ritual y religiosa: "la
interacción entre el hombre y la naturaleza para la vida y buena marcha de
uno y otra"[5].

La dualidad
Como hemos adelantado en la introducción, la dualidad alude a la lucha
cósmica entre dos fuerzas opuestas: el orden y el caos. Estos polos
opuestos tenían su representación en diversos ámbitos. Nosotros centraremos
la atención en tres elementos que nos parecen fundamentales: la mitología,
los protocolos reales, y la iconografía. El análisis de estos tres nos
permitirá comprender más profundamente de qué manera se representaba el
dualismo, de qué forma era entendido y de qué manera funcionaba.

Los mitos
El orden cósmico era representado por el dios halcón Horus –elemento
integrador– y el caos cósmico era representado por el dios monstruo Set
–elemento desestabilizador. De acuerdo a la cosmovisión egipcia, ambos son
necesario pese a ser opuestos, ambos conforman las fuerzas necesarias para
la existencia del universo: "la lucha cósmica es eterna, nunca tiene
vencedor ni vencido, porque esto hace que la dinámica del universo sea
estable, inmutable"[6].
Al respecto, la Teología menfita narra un episodio que proporciona una
información importante para elucidar la estructura del pensamiento dual
egipcio. Existen en dicho texto dos tipos de discurso diferenciados. El
primero de ellos es una narración mítica –en el que centraremos nuestra
atención– que explica el fin de la querella entre Horus y Set, la fundación
de Menfis y la creación mítica de la monarquía y del Estado unificado.
Básicamente, el conflicto entre Horus y Set se desarrolla de esta manera:
el último le quita al primero un ojo; dado que Horus es identificado con el
universo ordenado en su totalidad, su mutilación ocular provoca el caos en
el mundo. Sin embargo, Horus logra recuperar su ojo logrando que el
universo vuelva a estar en orden, convirtiéndose dicho ojo en principio de
recreación y de resurrección. Por su parte, en el mencionado combate Horus
le arranca a Set los testículos, lo cual tiene que ver con su carácter de
dios de la esterilidad, una de las formas tangibles del caos.
A su vez, la Teología menfita narra lo siguiente:

"Gueb separó a Horus y Set; impidió que lucharan y colocó a Set como
rey del Alto Egipto [...]. Gueb colocó a Horus como rey del Bajo
Egipto [...]. Así Horus quedó en una parte y Set quedó en la otra. »
« [...] Colocaron las Dos Magias sobre su cabeza. Sucedió, pues, que
Horus apareció como rey del Alto y Bajo Egipto, como Aquel que ha
reunido las Dos Tierras en la provincia de Menfis, en el lugar donde
las Dos Tierras fueron unidas."[7]


Es evidente lo que esta cita refleja: la manera mítica en la cual los
egipcios explicaban dos fenómenos esenciales, la división entre el Alto y
el Bajo Egipto y la esencia dual del faraón. Esto nos permite comprobar que
la dualidad territorial es un reflejo de la dualidad cósmica y no al revés.
La armonía del universo, por lo tanto, depende de la complementariedad
entre dos fuerzas opuestas.

El protocolo real
La realeza faraónica fue concebida como uno de los elementos esenciales y
necesarios en la integración del orden universal. El faraón tenía un
objetivo principal que era el mantenimiento del Maat[8]. Así se lograba la
armonía entre lo divino y lo terrenal. El monarca era un ser sobrenatural;
más precisamente era la personificación de una divinidad suprema en la
Tierra. El Estado sostenía al cosmos y a los seres humanos. Sin este,
probablemente los egipcios pensaban que la sociedad humana quedaría
desintegrada. La naturaleza y la humanidad por sí solas no podían
garantizar la continuidad y el florecimiento del orden divino. Por lo
tanto, fue el Estado que se convirtió en la institución que mantenía todo
el sistema y el rey el elemento principal que sustentaba a dicha
institución. Es por eso que era necesario exaltar estos rasgos y ponerlos
de manifiesto en la denominación real. Los títulos oficiales del rey de
Egipto variaron de acuerdo al período y al faraón. Incluso, como hemos
dicho previamente se fueron sumando otros tantos. No es de nuestro interés
analizar a cada título en particular, pero sí a los efectos del trabajo
tendremos que tener uno en cuenta. Nos referimos al título de "Nbty" que
refleja la dualidad de la monarquía y del estado. Su significado es "las
dos diosas o señoras", es decir la diosa buitre Nekhbet y la diosa cobra. A
través de este título, el faraón se ponía en relación directa con las
diosas del predinástico tardío. Ambas eran consideradas divinidades
protectoras de las partes que componían al estado y tenían sendos centros
de culto en Nekhen y Dep, lugares sagrados que la tradición conservó como
expresión del dualismo del mundo. Su rol debe entonces haber sido simbólico
y relativo a la naturaleza del Estado, por lo cual el norte y el sur
estuvieron representados a lo largo de su historia antigua por las
divinidades a ellos vinculadas[9].

La iconografía
La representación ideológica de la institución faraónica y del poder real
en textos e imágenes –objeto principal de este apartado– era fundamental
puesto que su objetivo era legitimar la autoridad que el rey ejercía sobre
el mundo tal como es concebido por los egipcios y expresaba, a su vez, la
naturaleza de su autoridad.
La Paleta de Narmer, de acuerdo a diversos estudios, parece
conmemorar la unificación de Egipto y muestra por primera vez al rey como
gobernante de todo el país[10]. Es, sin dudarlo, un elemento con un valor
histórico muy importante.

La paleta de Narmer


En el anverso, el rey aparece en proporciones mayores que el resto de
los personajes representados ciñendo la Corona Blanca del Alto Egipto y
golpeando a un individuo –quien pareciera ser, de acuerdo a los
jeroglíficos a su costado un gobernante llamado Huash– siendo evidente la
superioridad del rey ante el otro. En el reverso se narra la conquista del
Bajo Egipto, y es notorio como el rey –una vez más en proporciones mayores–
tiene puesta la Corona Roja del Bajo Egipto. Esto simboliza la
subordinación del norte y la consecuente unificación. En líneas generales,
la Paleta intenta reflejar al gobernante como conquistador y como rey
victorioso y reconocido de una tierra unificada. En particular, a los
efectos de la investigación, nos concentraremos en el reverso pues ahí
encontramos una imagen que es central y contrarresta las imágenes de
conquista de los registros superior e inferior. En esa escena hay dos
animales que entrelazan sus cuellos. Esto expresa claramente la dualidad en
sí misma: hay una armonía que es central, hay dos partes que se
complementan, que no pueden disociarse.
El episodio mítico que hemos contado previamente tiene su
representación iconográfica en el llamado "sema Tawy", lo que literalmente
significa "la unidad de las Dos Tierras".

Sema Tawy
En esta escena, Horus y Seth aparecen simétricamente enfrentados. En
el medio nos encontramos con un jeroglífico cuya transcripción es "sema",
es decir "unidad", atando alrededor de este la caña de papiro y la flor de
loto, las plantas heráldicas del Bajo y Alto Egipto. Aquí, al igual que en
la Paleta de Narmer, la dualidad está claramente expresada. Una dualidad
que es opuesta, ya que parece que ambos personajes están enfrentados como
en un espejo. Pero a su vez esa misma dualidad se complementa a través de
la conexión entre las plantas heráldicas.
Esto es más claro aún al analizar una de las imágenes en una de las
paredes de la TT100 de Hierakómpolis, un asentamiento en la región más
meridional del Alto Egipto.


Tumba 100 de Hierakómpolis

Esta tumba nos muestra distintos elementos que nos hacen reafirmar la
idea de una dualidad que servía para crear y no para destruir. Una de las
imágenes en dicha tumba –debajo de la primera barca– nos muestra una
persona, quien separa a dos animales encarados. Estamos en presencia de la
demostración del logro de detención de una lucha, en la cual dicha persona
–tal vez un rey– se encuentra en el medio de los animales mencionados y
logra conseguir un equilibrio, logrando que el orden reine por sobre el
caos.

Conclusión

El análisis que hemos llevado adelante del caso egipcio nos permite
corroborar la centralidad de la dualidad en la sociedad. Tanto los
protocolos reales, como la iconografía tratada y el Mito de la Creación
indican elementos duales cuyos polos hacen referencia a un caos y un orden.
Como evidentemente ninguno de los dos puede eliminarse –como perfectamente
está plasmado en la TT100– era necesario de alguien lo suficientemente
poderoso como para que el caos no reinara por sobre el orden. Era este ser
supremo que mantenía el orden en la sociedad para que el cosmos continuara
en perfecto funcionamiento. Era este supremo que encauzaba la reproducción
social oponiendo ambos polos de la dualidad, es decir haciéndolos
complementarios. Era este ser supremo que se ponía en el medio de estos dos
elementos –orden y caos–, complementándolos y logrando la armonía en la
sociedad.
Los egipcios creían que todo acto humano era la repetición del acto
creador. ¿Cómo era explicada la creación? A partir de la existencia de un
caos dada por una oposición. La dualidad complementaria permitía, por lo
tanto, el enfrentamiento de estos opuestos para equiparar las fuerzas y
lograr, entonces, un cierto orden a partir de la intervención de alguien lo
suficientemente poderoso como para mantener el orden cósmico.

Nicolás Ventieri
Buenos Aires, Julio de 2010










































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[1] Piera, E. y Cabrillana, G. Antropología de la religión (Barcelona: UOC,
2003), 115.
[2] Kemp, B. El Antiguo Egipto. Anatomía de una Civilización. (Barcelona:
1992), 43.
[3] Campagno, M. "El surgimiento del Estado y la violencia. Observaciones
sobre Egipto y Tiwanaku". En: Murphy, S. (ed.), Repensando a Marc Bloch,
(Luján: UNLU, 2004), 62.
[4] Cervelló, J. Egipto y África. Origen de la civilización y la monarquía
faraónicas en su contexto africano (Sabadell: Ausa, 1996), 2.
[5] Cervelló. 4.
[6] Piera, E. y Cabrillana, G., op. cit., p. 116.
[7] Lichtheim, M. Ancient Egyptian literature: a book of readings.
(Berkeley-California-Londres: 1973), 14.
[8] Entendemos al Maat, a la manera de Moreno García, esto es, un concepto
personificado en la diosa del mismo nombre que posee los elementos de la
justicia, de la armonía cósmica, del equilibrio, de la paz y el orden.
Moreno García, J. C. Egipto en el Imperio Antiguo. (Barcelona: 2004), 154.
[9] También existió el título de « Rey del Alto y Bajo Egipto » que
literalmente significa « el que pertenece al junco y a la abeja », aunque
este se empezó a utilizar desde el Reino Medio y por lo tanto excede
nuestro marco temporal. Para un análisis de esta cuestión, ver: Pereyra, V.
"La realeza egipcia. Su origen y fundamentación temprana". En: Revista de
Estudios de Egiptología. (Buenos Aires: CONICET, 1990), 74 – 85.
[10] Ver Rosalie, D. Religión y magia en el Antiguo Egipto. (Barcelona:
Crítica, 2002), 50 – 74.
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