Hacia un Modelo General del Altepetl Mesoamericano

June 23, 2017 | Autor: Gerardo Gutierrez | Categoría: Mesoamerican Archaeology
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Descripción

El poder compartido Ensayos sobre la arqueología de organizaciones políticas segmentarias y oligárquicas Annick Daneels y Gerardo Gutiérrez Mendoza (editores)

Corrección: Herlinda Contreras Maya Tipografía y formación: Herlinda Contreras Maya Diseño de portada: Cuidado de edición: Coordinación de Publicaciones del ciesas

Primera edición: 2012 D. R. © Centro de Investigaciones   y Estudios Superiores en Antropología Social   Juárez 87, Col. Tlalpan, C. P. 14000,   México, D. F.  [email protected]

ISBN Impreso y hecho en México

D. R. © El Colegio de Michoacán, A. C.   Martínez de Navarrete 505   Fraccionamiento Las Fuentes   C. P. 59690, Zamora, Michoacán  www.colmich.edu.mx

Capítulo 1 Hacia un modelo general para entender la estructura políticoterritorial del Estado nativo mesoamericano (altepetl) Gerardo Gutiérrez Mendoza Universidad de Colorado en Boulder

Las unidades políticas mesoamericanas vistas como behetrías o Estados gobernados por consejos Nos narra el jesuita Joseph de Acosta en su Historia natural y moral de las Indias, que el rey Felipe II ordenó averiguar acerca del origen, ritos y fueros de los indios (De Acosta, 1976: 304). Con base en dicha averiguación, el mismo De Acosta nos proporciona una síntesis de tres tipos de gobierno y formas de vida que los españoles encontraron en América al momento de la conquista, en específico: 1) la monarquía; 2) la behetría; y 3) el bárbaro. De acuerdo con esta clasificación, el reino de Moctezuma fue el ejemplo más claro de un gobierno monárquico, si bien del tipo “tiránico”. De Acosta utiliza tal término en referencia a los tiranos griegos, los cuales se entronizaban ilegítimamente sobre formas de gobierno democráticas. De hecho, el autor especula que antes del surgimiento de dicha “monarquía” azteca, la forma de gobierno predominante de las Indias Occidentales (América) habían sido las “behetrías”; un tipo de gobierno basado en el “consejo de muchos”. Finalmente De Acosta asienta que el tercer género de gobierno que se encontró entre los indios fue el “bárbaro”, el cual se define como gentes que viven sin rey, sin asentamientos permanentes y sin leyes. Los letrados hispanos extendieron este sistema de clasificación al resto de sus dominios americanos, en un esfuerzo por simplificar la gran diversidad de formas de gobierno indígenas que se encontraron a su paso. De Acosta nos proporciona por escrito un sencillo mapa mental con la distribución geográfica de los tres sistemas de gobierno indios a nivel continental (véase la figura 1.1), y a su vez propone una seriación del sistema, tanto en su aspecto temporal como en el evolutivo. En su entendimiento, el gobierno bárbaro había sido la forma de vida original de los primeros habitantes de las Indias Occidentales, y cuyas características todavía se conservaban en Brasil y Norte América. Para los ojos españoles todos los chichimecas de la Nueva España tenían dicha clase de gobierno. Por su parte, en algunas regiones específicas (como el gran círculo del Caribe, Mesoamérica, las costas de Perú y Chile, y otros puntos aislados de Norteamérica), 27

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ciertos gobiernos bárbaros habían evolucionado en “behetrías”, con base en la industria y agencia de algunos hombres principales. En este esquema “evolutivo” propuesto por De Acosta, sólo dos behetrías: 1) la azteca, en el centro de México; y 2) la inca, en Cuzco, alcanzaron la forma de gobierno monárquico en una etapa tardía de su desarrollo. Tanto incas como aztecas habrían, entonces, extendido esa forma de gobierno monárquico a otras regiones adyacentes a través de la guerra y la conquista. Lo arriba expuesto representa un esfuerzo sintético de los académicos, teólogos y demás funcionarios hispanos para entender y administrar las poblaciones nativas de sus territorios coloniales. A pesar de cualquier error conceptual o interpretativo que nuestras metodologías histórica y antropológica actuales pudieran imputarle a este modelo de gobiernos indios, debemos reconocer que dicha clasificación se basó en la observación de cientos de sociedades nativas al momento mismo del primer contacto, así como en una intensa reflexión de casi un siglo sobre la naturaleza de América y sus habitantes.1 Por lo tanto, dejando a un lado el estribillo fácil de que los españoles no entendieron en nada a los indígenas, en este trabajo queremos explorar, ¿cómo era esa forma de vida basada en el gobierno de muchos, que los españoles decidieron equiparar con la institución castellana medieval de la behetría? Las behetrías o benefactorías castellanas hacían referencia al derecho que tenían los habitantes de ciertos pueblos para elegir a sus gobernantes, negociando las condiciones de vasallaje y de servicios entre los súbditos y el señor electo. Había dos tipos dominantes: 1) las behetrías de mar a mar, que permitían que los electores votaran a su señor entre candidatos de cualquier procedencia y 2) las behetrías de linaje, las cuales reducían el universo de candidatos únicamente a los nobles locales. Para el caso de los sistemas políticos indios, De Acosta no aclara qué tipo de behetría se aplicaba, si la de mar a mar o la de linaje; sin embargo, decide darnos más detalles de cómo eran las behetrías indias. En primer lugar, De Acosta no pone mucho énfasis en la característica casi democrática de elegir al señor que tenían las behetrías peninsulares, y prefiere destacar el hecho que las behetrías americanas se estructuraban en torno a consejos de gobierno. Explica que en tiempo de paz cada pueblo o congregación se gobernaba por sí y tenía algunos principales a quienes respetaba la gente común. Dichos principales se reunían de tiempo en tiempo para tratar negocios de importancia y decidir qué les convenía. En tiempos de guerra, por otro lado, elegían un capitán de entre los principales, a quien toda la nación o provincia obedecía (De Acosta, 1976: 305). Por desgracia, De Acosta nos abandona en este punto y no profundiza en la manera en cómo se estructuraban política y territorialmente las behetrías 1

Tal discusión comenzó a raíz del descubrimiento mismo de las Antillas en 1492, y seguía aún en la época en que De Acosta publicó su obra en 1590.

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FIGURA 1.1 Distribución geográfica

Distribución geográfica de los tres géneros de gobierno y vida de los indios, de acuerdo con el sistema español de finales del siglo xvi.

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indias, en especial aquellas de la Nueva España. Sigamos, sin embargo, la última pista que nos proporciona cuando hace mención a que algunos otomíes conservaban dicho tipo de gobierno a finales del siglo xvi (De Acosta, 1976: 305). En su monografía global de los otomíes, Pedro Carrasco Pizana rescata varias referencias que indican que las unidades políticas otomíes y otros grupos asociados estaban organizados en parcialidades o segmentos, cada uno de los cuales propor­cionaba un cogobernante al sistema político (Carrasco Pizana, 1950). El caso más llamativo es el que describe Zorita acerca de Matlatzinco, donde se asegura que antes de que los matlatzincas fueran conquistados por los mexicas, contaban con tres señores naturales organizados en torno a un interesante sistema de jerarquías (Carrasco Pizana, 1950: 107-108; Zorita, 1941: 148-149). Se nos dice que uno de tales señores era considerado el mayor, el cual era seguido en importancia por un segundo de menor jerarquía y por un tercero, con un estatus un poco menor al del segundo señor. En caso de muerte del primer señor, era reemplazado en su puesto por el segundo señor y, a su vez, el tercer señor saltaba a la posición dejada por el segundo. La tercera posición era ocupada por el hijo o el hermano del primer señor fallecido, según quién tuviera mayor dignidad, y así se perpetuaba el sistema, cuidando que nadie sucediera inmediatamente al padre o al hermano, sino que debían ir subiendo de grado en grado, y la tercera posición era tomada siempre por aquel que era electo de entre los miembros más propincuos de la casa de señor muerto. Zorita abunda y explica que cada uno de esos señores tenía sus pueblos y barrios conocidos, sobre los que ejercían su jurisdicción, pero que cuando se llevaban a cabo negocios de poca importancia, lo resolvía el tercer o segundo señor, o bien juntos; y cuando el negocio era de gravedad, se juntaban los tres señores, y entre los tres determinaban lo que procedía. Dadas las características de elección del señor, de acuerdo con su linaje, y a que las decisiones de gobierno trascendentales se tomaban con base en consejos de múltiples principales, resulta fehaciente por qué los españoles llamaron “behetrías” a tales sistemas políticos. Como es obvio que los posibles candidatos a ocupar el cargo de señor se reservaban únicamente al hijo o al hermano de los gobernantes fallecidos, tales behetrías serían de linaje. La propuesta de este estudio es que, con variantes particulares y regionales, tal sistema político no se restringía al caso otomí, sino que fue el sistema dominante de Mesoamérica, al menos durante el periodo Postclásico, pero con raíces más profundas que quizá se hayan originado desde el periodo Formativo. De la misma forma intentaré proporcionar un modelo que trate de capturar los rasgos esenciales del sistema político mesoamericano y su operación en la esfera territorial. Planteo como supuesto central que el altepetl o Estado nativo, en lengua náhuatl, debe analizarse como un sistema político basado en el gobierno de muchos segmentos (poliarquía), y no como una monarquía con tintes absolutistas. Supondré que tales

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poliarquías se gobernaban a través de consejos políticos formados por al menos dos, tres, cuatro o más gobernantes, según los segmentos o parcialidades del altepetl o número de tlayacatl que compusieran una unidad política mayor. Los acercamientos postestructuralistas en boga nos obligan a historiar las grandes abstracciones en las que usualmente hemos basado nuestras reconstrucciones del pasado, al tiempo que la teoría social nos encomienda la búsqueda del actor por encima de su estructura social. No obstante, contrario a las recomendaciones postestructurales, aquí pretendo esbozar un “modelo general” de la unidad política mesoamericana. Sin duda habrá colegas que piensen que este trabajo no es más que un ejercicio tipológico, estructuralista, con sesgo elitista, con una agenda evolucionista unilineal, y un tanto desfasado, pues pretende buscar generalizaciones en un campo en el que lo que se pretende ahora es el entendimiento histórico particular que cada entidad nativa debería dominar. En efecto, reconozco que este trabajo tendrá un sesgo formalista y que presentará una generalización destinada a fallar, en especial si se pretende aplicar al estudio de casos particulares. A pesar de este pronóstico fatal, soy de la opinión que la abstracción ideal nos auxiliará a observar con mayor claridad la unicidad de los casos particulares. Propongo la construcción de este modelo general con el objetivo de proporcionar una herramienta heurística en el estudio de los Estados nativos meso­ americanos. Pues, a pesar de todas sus particularidades, es innegable que todos ellos comparten muchas similitudes. Dejo que cada lector decida qué le interesa más: la unicidad de cada grupo social que alguna vez habitó Mesoamérica, o bien los puntos de encuentro y las coincidencias de las estructuras políticas indígenas. Me excuso de antemano con todos mis colegas por utilizar únicamente los conceptos políticos nahuas del centro de México. Pido que cada uno de ustedes se encargue de corregir esta situación, rescatando las categorías nativas regionales y de cada una de las lenguas de Mesoamérica. Dado que esto es un esfuerzo que supera el conocimiento de un solo investigador, me veo obligado a acotarme a los conceptos nahuas que han sido ya bastante discutidos por varias generaciones de investigadores.

Antecedentes en la búsqueda del altepetl Fue Charles Gibson, en su célebre obra The Aztec Under Spanish Rule (1964), quien trajo a la mesa de discusión el término “altepetl”, que había permanecido a la vista de todos en las obras de los cronistas e historiadores coloniales del siglo xvi, sin que nadie se ocupara de analizarlo. Gibson entiende que el altepetl hace referencia a lo que los españoles llamaron “pueblo”, el cual era un ente social y territorial compuesto de

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múltiples elementos; básicamente una cabecera que estaba formada por múltiples barrios, en torno a la cual giraban un número de asentamientos llamados “estancias” (véase la figura 1.2). La cabecera de este sistema estaba habitada por uno o más señores principales. Tanto en los barrios como en las estancias vivían algunos pipiltin (nobles de menor jerarquía), así como macehualtin organizados en calpultin, posiblemente grupos corporativos organizados en torno a una lista tributaria. Es de notar que Gibson no clarifica en su modelo ¿qué hay en el espacio intersticio que separa la cabecera de sus estancias? Dado que Gibson utilizó la palabra “town” para traducir la palabra española “pueblo,” pienso que, en su modelo, él consideraba que tanto los barrios como las estancias eran espacios construidos, es decir, asen­ tamientos compactos con presencia de tejido urbano, calles, casas y edificaciones públicas. Por lo que se puede suponer que en el intersticio se encontraban los campos de cultivo asignados a los barrios y estancias2. En inglés se entiende que town es un asentamiento urbano más grande que una villa, pero más pequeño que una ciudad. Por desgracia, dicha traducción introdujo un elemento de confusión, pues ésa no era la acepción original de la palabra “pueblo” en el siglo xvi, creándose una falsa dicotomía entre lo rural y lo urbano en su análisis (Gutiérrez Mendoza, 2003; Hirth, en este volumen). Otro problema de este modelo es haber asentado la idea de que el altepetl presenta un territorio discontinuo, con entreverado de tierras (véase la figura 1.3). Inesperadamente esta última premisa ha evolucionado recientemente en modelos que niegan los valores territoriales indígenas, e intentan explicar la estructura del Estado nativo mesoamericano únicamente con base en un sistema de asociaciones personales. A lo largo de este trabajo sostendré como falacia teórica y metodológica todo intento de crear una dicotomía entre los vínculos territoriales y personales de las unidades políticas nativas. Los resultados obtenidos con la metodología de Gibson proporcionan una primera escala de análisis en la que se descubre solamente la organización funcional de la unidad política, es decir, las ligaduras sociales y tributarias entre macehualtin y pipiltin, y su distribución espacial. En efecto, tales vínculos personales pueden ser discontinuos en el espacio, pero de ninguna manera hay en este modelo una explicación del porqué de ese entreverado, ni un tratamiento comprensivo de la estructura político-territorial del altepetl. Querer entender el altepetl únicamente con base en el mero análisis de asociaciones personales, Personenverband3 (Slicher, 1989: 125), entre un señor y la distribución espacial de sus vasallos, equivale a tratar de entender, digamos, por ­ejemplo, 2 3

Otra opción sería que en el intersticio podría también haber estancias subordinadas a otros caciques.. Categorías propuestas para el caso peruano por Bernard Slicher van Bath (1989). Su aplicación en Mesoamérica se debe a Arij Ouweneel (1990) y a Rik Hoekstra (1990).

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FIGURA 1.2 Estructura de altepetl, según Gibson

Gibson (1964) había propuesto una estructura de altepetl con base en el modelo de: Cabecera-Sujeto.

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FIGURA 1.3 Distribución de las estancias de los pueblos

Gibson (1994) establece que la distribución de las estancias de los pueblos cabecera estaban entreveradas. Esto ha creado la idea de que los territorios indígenas eran discontinuos.

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FIGURA 1.4 Modelo de altepetl modular

Lockhardt (1992) propone su modelo de altepetl como un ente modular.

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el reino de Aragón a finales del siglo xv, únicamente con base en los juros y heredades de su rey Fernando. Equivocación de la que ya nos prevenía Torquemada en su Monarquía Indiana hace cuatrocientos años, al aconsejarnos que jamás se confundiesen las propiedades y renteros del rey con el reino y sus súbditos (Torquemada, 1975: 276). Después de Gibson, un trío de investigadores nos abrieron el camino, para profundizar en el estudio del altepetl. Me refiero a Bernardo García Martínez (1987), Pedro Carrasco Pizana (1982 y 1999) y James Lockhart (1992). El primero nos advierten que el altepetl no es town, es decir, no es el espacio construido, compacto y urbanizado, sino la unidad política misma, es el Estado indígena (véase también Hirth en este volumen). El segundo, junto con sus discípulos nos explican en una gran cantidad de trabajos seminales los vericuetos de la estratificación social mesoamericana y la turbulenta relación entre pipiltin y macehualtin. Por su parte, el último autor, Lockhart, nos obsequia un elegante modelo que intenta capturar tanto la estructura modular del altepetl como el patrón de tandas o rotación de los tributos y servicios de trabajo debidos a los señores. Gráficamente, el modelo modular de Lockhart comienza a partir de un rectángulo que representa el territorio del altepetl, el cual está dividido entre distintos calpultin (véase la figura 1.4). En cada división del calpulli se establece al menos un asentamiento, representado por un cuadrado sólido. Se nota que los asentamientos de los calpultin 1, 4, 5 y 8 están muy cerca uno de otro. Esta vecindad podía reflejar el punto donde originalmente se dio la fundación del altepetl y la primera repartición de las tierras entre linajes. Lockhart decide, a propósito, representar esta vecindad para hacer notar que tal conglomeración de espacios construidos podría ser malinterpretada como si fuera una ciudad, cuando en realidad son cuatro asentamientos con jurisdicciones distintas en una aparente conurbación,4 por eso cada uno de ellos fue llamado “barrio” por los españoles. Los asentamientos en las cuatro divisiones remanentes parecerían estar aislados de los primeros y por eso fueron considerados estancias o arrabales por los españoles. Para la operación del altepetl, en lo referente a cargas tributarias y de servicios al tecpan (palacio), las ocho divisiones tenían que contribuir equitativamente por medio de un sistema de número y tanda, es decir, una vez que comienza el calpulli número uno a dar su tributo y servicio, en un lugar y día específico, lo seguirá el calpulli número dos (quizá en el mismo lugar pero en diferente tiempo), posteriormente seguirá el calpulli tres y así hasta que se cumpla toda una vuelta. Al terminar el calpulli ocho será de nuevo el turno del calpulli uno, con lo que comenzará de nuevo la tanda y 4

Para aplicaciones del modelo de Lockhart al patrón de asentamientos arqueológico, consúltense Hirth (2003) y Gutiérrez Mendoza (2003).

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FIGURA 1.5 Territorio funcional

Territorio funcional: relación entre nodos (asentamientos, personas), así como ligaduras y vínculos personales.

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rueda. La fortaleza del modelo radica en su sencillez y claridad pero, por desgracia, también deja sin analizar dos factores relevantes: 1) la creación de vínculos de tierra entre los tlatoque con sus tlazopipiltin;5 y 2) el entreverado de las parcialidades entre distintas casas señoriales y otros altepetl.

Un modelo geográfico del altepetl A partir de este punto, en el que nos han dejado los pioneros del altepetl, nosotros tenemos que dar origen a una tercera generación de modelos que tengan la posibilidad de tejer más fino para descubrir, tanto el territorio funcional del altepetl —aquel basado en nodos (asentamientos o personas)— así como las ligaduras —canales por donde fluye la información o los vínculos personales que mantienen unido el aparato económico y político (véase la figura 1.5)—. Al mismo tiempo es necesario descubrir el territorio estructural del altepetl, que es el que contiene física y espacialmente el cuerpo social y le permite su reproducción (véase la figura 1.6). Lo anterior implica la capacidad de representar gráficamente todas las tierras, montes y aguas del altepetl, junto con su uso de suelo, tenencia de la tierra, usufructo, rentas y lealtades políticas. Si fuéramos capaces de recrear este tipo de información, podríamos realmente entender la estructura político-territorial del altepetl, su administración, sus juros, heredades y el funcionamiento de las tandas y rueda de trabajo indígena, tequitl (Rojas Rabiela, 1979), que se debía a los señores. Aquí lamentamos que no haya sobrevivido ninguno de aquellos fabulosos lienzos temáticos que describe Torquemada en su Monarquía indiana, los cuales tenían pintado el altepetl, de acuerdo con sus divisiones de tlaxilacalli, cada parcela representada por un código de colores, según fueran tierras del tlatoani (en rojo muy obscuro) o asignadas en vínculo a los nobles (en rojo claro) o asignadas en usufructo a los calpultin (en amarillo) (Torquemada, 1975: 545-546). Cualquiera de ellos nos permitiría avanzar sobre un terreno más firme para entender la repartición del territorio del altepetl a través de vínculos entre los tlatoque y los tlazopipiltin, lo cual también ayudaría a explicar el entreverado de las tierras señoriales. Para abordar estos problemas y proponer un nuevo modelo, partiremos nuevamente de la propuesta modular de Lockhart (véase la figura 1.4), pero con algunas modificaciones basadas en algunos supuestos geográficos básicos. En primer lugar vamos a considerar que la figura geométrica que tendería a tomar un altepetl recién 5

Hijos preciosos, nobles nacidos de madres del más alto rango, cihuapipiltin, mujeres destinadas a ser las esposas de tlatoque y tetecuhtin. (Carrasco Pizana, 1984: 44).

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FIGURA 1.6 Territorio estructural

Territorio estructural: espacio continente donde se reproduce biológica y socialmente la unidad política y sus habitantes.

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fundado, en una planicie isotrópica6 y sin competidores políticos, sería un círculo y no un rectángulo. Supondremos, sin embargo, que ese círculo no tendría límites cerrados, porque, en teoría, podría seguir creciendo hasta donde los costos de desplazamiento del centro a la periferia de la unidad política no fueran mayores a los beneficios de tener que desplazarse a tal periferia. Es por eso que en la figura 1.7 el círculo, que representa los límites externos del altepetl teórico, está abierto y no cerrado. Con base en dos particularidades míticas de los relatos de fundación de Meso­ américa,7 proponemos que en el centro del altepetl se localice el templo de la deidad principal de la unidad política y que, además, los edificios públicos estén orientados con respecto a un par de ejes cósmicos, cualquiera que éstos hayan sido en distintos tiempos y regiones de Mesoamérica (véase la figura 1.8). A partir de este centro FIGURA 1.7 Morfología teórica del territorio de un altepetl en una planicie isotrópica

FIGURA 1.8 Fundación original del altepetl

y ejes primarios se extenderían y distribuirían las primeras cuatro divisiones del altepetl, cada una con al menos un asentamiento. En cada una de esas parcialidades residirán los principales linajes gobernantes del altepetl. 6

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Una planicie isotrópica es una superficie teórica en la cual el costo de desplazamiento de un cuerpo en cualquier dirección sólo depende de la distancia en que se desplaza el cuerpo, desde el punto de partida, sin considerarse más variables. En geografía humana, esto sólo se podría presentar en un terreno sin relieve, y sin obstáculos, ya sean naturales (como la vegetación o hidrología) o culturales (como aduanas, murallas u otros elementos construido) (Haggett y Frey, 1977). El relato de fundación más conocido es el mexica, que además puede observarse gráficamente en el folio 2r del Códice Mendoza (Berdan y Anawalt, 1992: 11).

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En su modelo, Lockhart supuso que el altepetl estaba segmentado en calpultin; por nuestra parte vamos a suponer que, una vez que se ha dado la fundación del altepetl, las primeras parcialidades (en este caso, numeradas 1, 2, 3 y 4) serán consideradas tecaltin, es decir, casas señoriales; cada una con un tecuhtli, el cual se auxiliará de sus parientes más cercanos para dirigir cada nuevo tecalli.8 Los parientes genealógicamente más lejanos, así como los no parientes y otros grupos llegados después de la fundación, serán los primeros macehualtin de nuestro hipotético altepetl. Los primeros cuatro tetecuhtin elegirían de entre ellos al primer tlatoani del altepetl, el cual serviría como líder de toda la unidad política, sin perder por esto sus responsabilidades como tecuhtli de su propio tecalli9 (véase la figura 1.9). Después de esta elección, cada tecuhtli mantendría una gran autonomía en su parcialidad; sin embargo, tendrían que aportar servicios al tecpan del señor electo, siendo su misión principal proporcionar guerreros y servir de capitanes en las guerras del altepetl. Además, todos los tecaltin tendrían que contribuir al mantenimiento de la superestructura política del tecpan, y al título de tlatoani. Para cumplir estos requerimientos tributarios se realizaba una primera subdivisión del espacio que le correspondió en suerte a cada tecalli. Todas las tierras obtenidas de esta subdivisión se ponían bajo el cuidado de un tecpantlaca (hombre de palacio) y servían para cubrir todos los gastos del tecpan.10 Los costos de mantener el altepetl 8

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“Las casas de estos se llamaban teccalli que quiere decir casa de palacio […] [este] señor tenía dominio y mando sobre cierta gente anexa aquel teccalli y unos eran de más gente y otros de menos. El provecho que estos señores tenían era que les daban servicio para su casa y leña y agua repartidos por su orden y le labraban unas sementeras según era la gente y por esto eran relevados del servicio del señor supremo y de ir a sus labranzas y no tenían más obligación de acudir a le servir en las guerras porque entonces ninguno había excusado demás de este provecho el señor supremo les daba sueldo y ración y asistían continuamente en su casa”. (Zorita, 1963: 334) Figurativamente, considérese que el presidente de México, además de ostentar el título y función de presidente, fuera a su vez gobernador de alguno de los estados de la República. Para completar la alegoría, considérese que en tal sistema todos los gobernadores tuvieran algún tipo de parentesco y que solamente ellos fueran elegibles para el cargo de presidente, y que además tales gobernadores fueran los únicos electores. Así, el conjunto de gobernadores elegiría entre ellos a un presidente, el cual estaría en el cargo de forma vitalicia. “Había otra suerte de tierras, que eran de la recámara del señor, que se llamaban los que vivían en ellas, y las cultivaban, Tecpanpouhqui, o Tecpantlaca, que quiere decir: gente del palacio, y recámara del rey; y estos tenían obligación a reparar las casas reales, limpiar los jardines, y tener cuenta, con todas las cosas tocantes a la policía, y limpieza del palacio real; y esta era la gente más estimada, y más arrimada, y conjunta a las casas del rey, y a quien más respetaba el común; y cuando el señor salía fuera, estos le acompañaban, y no pagaban ningún género de tributo, si no eran ramilletes, y pájaros de todo género, con que saludaban al rey; las tierras de estos sucedían de padres a hijos; pero no podían venderlas, ni disponer de ellas en ninguna manera; y si alguno moría sin heredero, o se iba a otra parte, quedaba su

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FIGURA 1.9 Elección del tlatoani del altepetl

podían ser altos, ya que el tlatoani estaba obligado a agasajar a los pipiltin de alta jerarquía, que fungían como cortesanos y administradores, además debía absorber una parte importante de los gastos de las guerras que el altepetl tenía con otras unidades políticas. Así, en este modelo hipotético he sustraído de cada uno de los tecalli un pedazo considerable de tierra destinado para el mantenimiento del tecpan. He supuesto que los tetecuhtin eligieron como tlatoani al señor del tecalli número 1, por lo que todas las tierras asignadas al tecpan tienen la etiqueta “1T”, la cual es seguida por un segundo número (1, 2, 3 y 4) para identificar el tecalli de donde se tomaron las tierras para el tecpan, por ejemplo: 1T3 representa las tierras que el tecalli número 3 dio al tecpan que se ubica en lo que originalmente fue el tecalli 1 (véase la figura 1.10). Ya con este ejercicio tan básico podemos ver que las tierras asignadas al mantenimiento del título de tlatoani comienzan a tener un patrón disperso, separadas del espacio del tecalli número1. Recordemos que el tecalli número 1 aloja el tecpan, por haber ­ ltimo sido elegido su tecuhtli como tlatoani del altepetl. Las consecuencias de este ú punto serán obvias durante la época colonial cuando, alrededor de 1554, algunas de estas tierras pasarán a formar parte del patrimonio del cacicazgo indio, y por las características mencionadas arriba van a presentarse como un grupo de predios discontinuos. casa, y tierras, para que con orden del rey, o el señor, los demás de la parcialidad pudiesen poner otro en su lugar. Había otras suertes de tierra, que el nombre, y significación de él, decía ser aplicadas al sustento de las guerras, y las que servían para bizcocho, se llamaban Milchimalli, y las que servían para grano tostado, con que hacían cierto género de bebida, y servían de lo que las habas, en las guerras en España, se llamaban Cacalomilpan […]” (Torquemada, 1975: 545-546).

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FIGURA 1.10 Asignación de las tierras para el sostenimiento del palacio

Estas tierras estaban controladas por los tecpantlaca.

Ahora bien, ¿cómo se mantenía y organizaba cada tecalli? Como hemos dicho, los parientes lejanos al tecuhtli podían haber formado los primeros calpultin de cada parcialidad; no obstante, es también probable que los tetecuhtin se hayan visto en la necesidad de atraer más macehualtin para que labrasen la tierra y dieran servicio.11 Hay que considerar que las afiliaciones de un calpulli hacia un linaje gobernante no se daban en un vacío espacial y que tampoco la lealtad de los macehualtin se otorgaba a los pipiltin sin recibir nada a cambio. Con base en lo que se conoce acerca de la organización social indígena, es posible sugerir que en Mesoamérica el conjunto de linajes gobenan-

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“[…] que porque en cada parcialidad por sí hay tierras baldías hechas herbazales donde se pueden poblar y asentar casas de maceguales, quieren que cada parcialidad en sus mismas tierras e cada principal pueda poblar e pueble e asiente en las dichas tierras las casas de maceguales que quisiesen e por bien tuvieren con que no sean de la parcialidad contraria […]” (Martínez, 1984: 114). Martínez piensa que el término “calpulli” no es más que un sinónimo para referirse a otro tipo de casa señorial (comunicación personal, enero de 2009). Si Martínez está en lo correcto, entonces dichos calpultin podrán considerarse una especie de señoríos sin tierra que, por lo tanto, deben subordinarse a un tecalli que sí tenía derecho a la tierra.

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tes habría sido el que más ejerció el sentido de territorialidad12 e identidad sobre el espacio del altepetl, adjudicándose el dominio exclusivo de las tierras, montes y aguas.13 Estos linajes otorgarían en usufructo tales recursos (tierras, monte y agua) a los macehualtin, organizados en calpultin, a cambio de tributos y servicios personales.14 Por lo tanto, si los pipiltin no tuvieran tierra que ofrecer, no podrían retener a los macehualtin; y sin macehualtin la tierra no produce riqueza alguna, ni en tributos ni en servicios personales.15 Entonces, la tierra sin macehualtin que la trabaje, no es gran cosa pero, al parecer, en el periodo Postclásico había una gran cantidad de calpultin sin tierras vagando por el centro y sur de México, por lo que siempre había forma de afiliarlos a una casa señorial, ofreciéndoles un pedazo de tierra en usufructo.16 La tierra y los recursos contenidos en el territorio de la unidad política (montes y agua) eran el activo principal de los señores del altepetl para hacerse de mano de obra. A cambio del usufructo

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Siguiendo a Sack (1986), considero que la territorialidad es el intento de un individuo, o grupo, de afectar, influir o controlar gente, elementos y sus relaciones, delimitando y ejerciendo un control sobre un área geográfica. “Cualquier capitán, o Tecuhtli, que fundaba una Casa Solariega, o Vinculo de Mayorazgo (que es Teccalli dicho, o Pilcalli por otro nombre) tomaba para la Casa Principal, donde este dicho Mayorazgo se fundaba, todas aquellas tierras, que le caían en Suerte, o por Repartimiento, con Montes, Fuentes, Ríos y Lagunas: tomando (como decimos) para la Casa Principal, la mayor, y mejor Suerte, o Pagos de Tierra, que en su contorno había: y luego las demás que quedaban, se partían por las gentes, que eran de su servicio y vasallaje (conviene a saber) sus soldados, amigos y parientes […]” (Torquemada, 1975: 277). “La orden general es […] que en todas las tierras donde los vecinos de los pueblos tienen sus labranzas y heredades, están antiguamente repartidas entre ellos, con cargo de cierto tributo que por ellas dan al señor […]” Palabras de Hernán Cortés, en Martínez (1984: 97). “[…] la existencia de los tlahtoque-pipiltin […] está condicionada a la existencia de sus macehualli. La ‘riqueza’, el poder y el prestigio de los primeros depende tanto de la cantidad de tierra poseída como del número de tributarios dependientes. La posesión de la tierra sin terrazgueros que la cultiven carece de sentido.” (Martínez, 1984:16). La oración final de Martínez puede parafrasearse como: los pipiltin, sin tierra que ofrecer a los macehualtin, carecen de sentido. Con base en Zorita, Úrsula Dyckerhoff (1990: 41) piensa que en cada altepetl había dos tipos de asentamientos, o barrios: tipos A y B. El asentamiento tipo A sería lo que tradicionalmente se ha llamado calpulli, el cual estaba compuesto de macehualtin que poseían su propia tierra de forma comunal. El asentamiento tipo B estaría compuesto de terrazgueros, es decir, indios que no tenían tierra propia y que vivían en las tierras de los pipiltin, a los cuales pagaban arrendamiento a través de servicios personales y otros artículos. Ya hemos mencionado que Hoekstra (1990) cuestiona este acercamiento tradicional y propone que el calpulli no es otra cosa que una lista de tributarios sin tierras propias, por lo que no habría una diferencia sólida entre los polémicos “mayeques” de Zorita y el resto de los macehualtin.

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de la tierra, los macehualtin organizados en calpultin tenían que acudir a dar servicio a la casa señorial del tecuhtli y proporcionarle otros artículos a manera de renta.17 Vamos a suponer en nuestro modelo que cada tecuhtli daría tierras en usufructo a cuatro calpultin. Así, otra porción grande de tierra de cada tecalli vuelve a subdividirse en cuatro pedazos más, que hemos rotulado con un número (véase la figura 1.11). Por ejemplo, el número “4” distingue cuál es el tecalli que está otorgando la tierra, la letra “C” mayúscula identifica que la subdivisión se realizó para albergar un calpulli, y las letras “a”, “b”, “c” y “d” minúsculas se usan para identificar a cada calpulli dentro de un tecalli dado. Así, la etiqueta “4Cd” nos indica que estamos hablando del calpulli “d” que está vinculado con el tecalli número “4”. FIGURA 1.11 Creación de los vínculos que cada tecalli realiza con sus calpultin, que son grupos sin tierra

Sabemos que los gobernantes nativos practicaban la poliginia y podían tener múltiple esposas y concubinas con las que tenían docenas de hijos. Algunos hijos podían 17

“La más ordinaria contribución que tienen que es dar cada casado una pierna de manta de algodón de ochenta en ochenta días […] así que cada año da una manta el pechero, allende del servicio y pecho personal […]” Carta al Emperador del 3 de noviembre de 1532, escrita por Ramírez de Fuenleal, presidente de la Segunda Audiencia de México, citado en Miguel León Portilla (1969: 32-33).

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ser tlazopilli y otros calpanpilli. Los primeros habidos con mujeres nobles; y los segundos hijos, con concubinas, mujeres tomadas de los calpultin.18 Cada tecuhtli tenía la obligación de procurar el bienestar de sus tlazopipiltin, así como de ciertos hermanos, hermanas y tíos. A los parientes de más alta jerarquía se les podía hacer una donación de tierra en vínculo, la cual podían heredarla sus hijos y tener sus propios terrazgueros. Con tal vínculo se creaba una “casa noble” que, en términos genéricos, llamaremos pilcalli, aunque hay otras formas de referirse a ellas.19 En el modelo hipotético supondremos que cada uno de los cuatro tecaltin tendría que subdividir un segmento importante de su espacio disponible para que, por medio de vínculos, se crearan cuatro casas de nobles. Al igual que como se hizo con los calpultin, identificaremos cada pilcalli con una etiqueta numérica que revele el tecalli con el que está vinculado; usaremos la letra “P” para significar que es un vínculo de pilcalli, y utilizaremos nuevamente un número para diferenciar ese pilcalli de otras casas de nobles que existan en el mismo tecalli. Por ejemplo, la etiqueta “3P1” hace referencia al primer pilcalli del tecalli 3 (véase la figura 1.12). FIGURA 1.12 Creación de los vínculos que cada tecalli realiza con sus pilcaltin

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Cuando un calpulli se separaba de un altepetl y continuaba su migración en busca de su propia tierra, estos calpanpilli podrían llegar a ser los forjadores de nuevos linajes nobles (Carrasco Pizana, 1984: 44). Tales como huehuecalli y tequihuacacalli, consúltese Carrasco Pizana (1984: 24).

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Por supuesto que la elección de considerar únicamente cuatro vínculos de pilcalli por cada casa señorial es algo completamente arbitrario y que sirve únicamente para los propósitos de este modelo. Tal elección es, de hecho, simplista, ya que existen referencias documentales que indican que las subdivisiones eran bastante más numerosas y complejas: “[la] casa y mayorazgo que se dice Ayapango tecpan [que está] en la parte de Ocoteculco […] la cual dicha casa de tecpan que es nuestro mayorazgo tenía por sujetos otras ocho casas de mayorazgos y estas ocho casas tenían treinta casas de principales que cada una de ellas era un barrio […]” (Carrasco Pizana, 1982: 24). Con esta referencia de Ayapango es posible inferir que el pilcalli ocupa el tercer nivel de control territorial del altepetl, y que por subsecuentes divisiones podría, incluso, haber casas de mayorazgo, pilcaltin, en un cuarto o quinto nivel de jerarquía con respecto al tlatoani principal del altepetl. Una casa de nobles recreaba funciones similares a las que debía tener el tecalli con respecto al altepetl; es decir que los pipiltin debían lealtad y servicios específicos al tecuhtli, así como este último tenía la obligación de atenderlos en su casa señorial. A la muerte del tecuhtli, los pipiltin debían escoger a un sucesor de entre ellos, y el elegido tenía que ser confirmado por el tlatoani y su consejo de gobierno, este último formado por el conjunto de tetecuhtin de cada tecalli que formaba el altepetl. Hasta aquí he intentado recrear la organización de un altepetl hipotético. Pero tales estructuras político-territoriales no eran estables y estaban sujetas a conflictos internos que podían llevar a desgarrarlas. ¿Cómo evitar esto? Principalmente, ¿cómo evitar el riesgo de que un tecuhtli se rebelara en contra del tlatoani y se independizara? Bueno, al parecer, el entreverado de tierras y dependientes fue la solución que encontraron los mesoamericanos para minimizar el peligro de escisión. Este arreglo espacial es, quizá, lo que más desconcertó a los españoles, quienes manifestaban con cierta extrañeza que: “las dichas casas e tierras de ellas están entretejidas y entremetidas unas entre otras y no pueden estar las casas y tierras de cada principal por sí, ni se pueden señalar las tierras [de cada uno de] ellos […]” (Martínez, 1984: 114). Por desgracia, dicha peculiaridad del sistema indígena ha causado una gran confusión y discusión en varias generaciones de investigadores. Pienso que este rasgo característico de la estructura político-territorial del altepetl no debe interpretarse como prueba de falta de territorio ni de territorialidad. Por el contrario, tal fenómeno es la manifestación más palpable de un intento consciente, por parte de los líderes indios, en especial los que llevan el título de tlatoani, de mantener la cohesión de la unidad política. Torquemada entendió la complejidad del arreglo y procuró averiguar cuál era la explicación indígena del mismo, llegando a la conclusión de que se trataba de un mecanismo de control político. Así, los nativos del centro de México sostenían que fue el gobernante Techotlalatzin, descendiente del chichimeca Xolotl, quien diseño el sistema de discontinuidad espacial:

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Y para asegurar su monarquía, uso [Techotlalatzin] de otra, no menos sabia que prudente astucia, y fue, que repartió el suelo de toda la tierra por parcialidades; de tal manera, que en cada pueblo, conforme la cantidad, y numero de gente que tenia, asi hacía la reparticion de las gentes; de tal manera que si en un pueblo tepaneca habia seis mil vecinos, sacaba los dos mil de alli, y pasabalos a otro pueblo metzoteca, o chichimeca, y de aquel dicho pueblo metzoteca, sacaba aquellos dos mil vecinos, que habia traído, y los pasaba al pueblo tepaneco, de donde los otros dos mil había sacado […] y el señor tepaneco, que lo era de aquel pueblo, donde habian sacado aquellos dos mil vecinos, aunque no los tenia en el mismo pueblo, donde era señor reconocíanlos por suyos en la otra parte donde estaban, y lo mismo hacia el […] metzoteca […] de manera que aunque tenian el numero de su gente, señalado, no los tenian todos en las partes de su señorio, sino mezclados, unos, con otros; porque si se quisiesen rebelar los de una familia, no hallasen parcialidades y propicios a los de la otra […] (Torquemada, 1975: 188)

Es muy probable que ésta sea una explicación mítica de un sistema tradicional propio de las sociedades mesoamericanas, pero lo relevante aquí es entender la existencia de tal costumbre y mecanismo. La regla de Techotlalatzin es reminiscente del sistema de mitma peruano, que también obligaba al reasentamiento forzoso de los grupos étnicos en regiones distantes para garantizar la lealtad política al Estado Inca. Aplicaré la regla de Techotlalatzin al pequeño altepetl hipotético que he venido construyendo. Así, de cada tecalli se tomará el calpulli más cercano al núcleo político, en el que confluyen los cuatro palacios de cada casa señorial, y se transportará a la periferia de otro tecalli. En este caso, a la periferia del tecalli vecino inmediato, siguiendo el sentido contrario a las manecillas del reloj. De la misma forma se tomará el calpulli que estaba en esa posición periférica para llevarlo a la posición de donde se tomó el primero, que estaba en la zona nuclear del altepetl (véase la figura 1.13). Se repetirá el mismo ejercicio con los pilcaltin de cada tecalli; para variar, en este caso iremos en contra de las manecillas del reloj. De esta forma “1P1” (el primer pilcalli del tecalli 1) pasó al lugar que ocupaba “2P4” (el cuarto pilcalli del tecalli 2), y viceversa, “2P4” tomó el lugar de “1P1”. A su vez, “2P1” (primer pilcalli del tecalli 2) tomó el lugar de “3P4” (cuarto pilcalli del tecalli 3); y “3P4”, el lugar de “2P1”. Cuando se termina de dar la vuelta, dos calpultin y dos pilcaltin de cada tecalli han cambiando de lugar, y ahora se encuentran en el territorio de dos parcialidades distintas a las suyas, pero continúan conservando la afiliación con su tecuhtli original (véase la figura 1.14). Pienso que este modelo explica el entreverado de las tierras y terrazgueros dentro del altepetl, sin tener que recurrir a propuestas que nieguen la existencia de una territorialidad fuerte de las unidades políticas nativas (véase la figura 1.15). Esto nos

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FIGURA 1.13 Entreverado de tierras asignadas en usufructo a los calpultin, de acuerdo con la regla de Techotlalatzin

FIGURA 1.14 Entreerado de tierras asignadas en vínculo a los pilcaltin, de acuerdo con la regla de Techotlalatzin

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­ roporciona un modelo ideal del territorio estructural del altepetl, el cual de ninguna p manera estuvo fijo para siempre, pues se sometió a procesos dinámicos relacionados con: 1) nuevas subdivisiones; 2) llegada de nuevos calpultin; 3) emigración de macehualtin; 4) disolución de vínculos de pilcaltin por la violación de leyes nativas; 5) extinción de linajes; y 6) traspaso frecuente de las cihuatlalli (tierra de las mujeres) que se daban en dote durante el casamiento de las tlazocihuapipiltin, que eran las mujeres de la más alta estirpe, quienes estaban destinadas a casarse con los tlatoque y tetecuhtin (Carrasco Pizana, 1984: 47).20 Suponemos que si el proceso de traslado de calpultin, e incluso de pilcaltin, se repetía constantemente cada vez que había una reorganización política por cambios dinásticos, entonces el entreverado de las tierras se acentuaba más dentro de los límites del altepetl. Además, en ciertos casos relacionados con conquistas o matrimonios interdinásticos, tal entreverado podía rebasar los límites propios de la unidad política hacia otros altepetl.21 FIGURA 1.15 Dispersión espacial de las tierras, terrazgueros, calpultin y pilcaltin del tecalli 3, dentro de los límites del altepetl, después de aplicarse la regla de Techotlalatzin

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Para el caso mixteco, consúltese a Ronald Spores (1997). En este último punto no tenemos elementos para saber si tales tierras y macehualtin poseídos en los territorios de otros altepetl se consideraban como una especie de heredad personal o bien como un enclave jurisdiccional del tlatoani foráneo. Opinamos, sin embargo, que se encontrará mucha variabilidad de un caso a otro, que dependen de si tales tierras y macehualtin se hubieran obtenido por guerra o bien por herencia de parte de la madre (una dote de cihuatlalli).

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Por desgracia, la documentación histórica con la que contamos rara vez nos revela el territorio estructural tan nítidamente como se ha graficado en el modelo. Lo más común es encontrar únicamente referencias a la ubicación de las cabeceras y estancias sujetas que, como ya hemos mencionado, indican en general la distribución de los vínculos personales en el espacio, pero no nos dicen mucho sobre el territorio que los contenía. Por ejemplo, véase la descripción de Chiautla de la Sal (Puebla), en 1571, la cual sólo nos indica los vínculos de los barrios que otrora hubieran sido calpultin y pilcaltin con los asentamientos donde en el pasado habría habido tetecuhtin, y todos éstos con el asentamiento donde en la etapa prehispánica se hubiera hallado el tecpan del tlatoani: Tiene este pueblo de Chiautlan [hace referencia a toda la unidad política, altepetl, y quizá donde se encontraba el tecpan] diez y seis estancias [quizá antiguos tecaltin] y estas tienen en sí e incorporadas en sí otras estancias chicas o barrios o caseríos a sí sujetos [tanto calpultin como pilcaltin], y todas las más tienen iglesias, aunque chicas; y por chica que sea la estancia, aunque sea de diez casas o vecinos, como las hay, tiene su iglesia, mandón o principal, justicia y alguacil, y hacen cada una por sí cabeza en todo. Lleva cada estancia en el proceder el modo y manera de la cabecera para mayor claridad […] Primera estancia sujeta a Chiautlan se dice Huehuetlan […] está dos leguas de la cabecera: tiene en sí cuatro barrios […] Segunda estancia subjecta a Chiauhtlan se dice Patoalan […] está cinco leguas de la cabecera, tiene en sí y se cuentan con ella dos estancillas […] (García Pimentel, 1904: 110-111).

Si del modelo desarrollado hasta ahora eliminamos los límites entre las tierras asignadas a las casas de nobles y las tierras asignadas a los calpultin, y supiéramos únicamente las afiliaciones que tenía cada asentamiento con su casa señorial, como en el caso de Chiautla, entonces sólo tendríamos un mapa como el representado en la ­figura 1.16, que revela el territorio funcional del altepetl, con sus nodos y ligaduras. Cuando analizamos el territorio funcional del modelo, se observa que la distribución entreverada, interpenetrante, de las parcialidades de los tetecuhtin debió haber generado una dinámica muy activa entre los distintos sectores del altepetl, ya que los calpultin y el pilcaltin, trasladados a nuevas posiciones, tenían que seguir viajando para dar tributo y prestar servicios a su tecalli de origen. Además, cada tecalli tenía que enviar gente para cubrir los servicios que se le debían al tecpan del tlatoani. Por lo tanto, el número de viajes y movimientos en el interior del altepetl era muy alto, lo que habría fomentado un mayor contacto entre todos sus componentes y parcialidades. De acuerdo con su posición espacial relativa dentro del altepetl, algunos asentamientos podrían haberse beneficiado más que otros de esta situación, por encontrarse en puntos donde convergían más

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c­ aminos, lo que pudo haber motivado el desarrollo de grandes tianquiztli,22 o mercados nativos en esos puntos y, por lo tanto, haber fomentado también el incremento de tamaño e importancia. En un contexto geográfico montañoso, como es el caso del centro y sur de México, el entreverado de las parcialidades también pudo servir para dar acceso a distintos pisos ecológicos y sus productos específicos, como serían los bosques de pinoencino de las partes altas de las montañas; y los terrenos de tierra caliente, en el fondo de las cañadas, que eran perfectos para el cultivo de árboles frutales y otras plantas valiosas, como el algodón y los cacaotales. En este punto alguien podría preguntarse, ¿por qué el tecuhtli del tecalli 1, que además es el tlatoani de todo el altepetl, tendría que desplazar también parte de sus pilcaltin y calpultin fuera de su parcialidad? Una respuesta podría encontrarse en las ventajas económicas que acabamos de mencionar, especialmente la de aprovechar los recursos de los pisos ecológicos, y también habría un valor estratégico, pues sus pipiltin y macehuales distribuidos en las tierras de otros tetecuhtin podrían realizar una labor de vigilancia, sin mencionar que podrían cumplir con funciones administrativas, relacionadas con el control del sistema tributario y de los servicios personales que todos debían al tecpan. FIGURA 1.16 Distribución espacial de los vínculos, de acuerdo a la ubicación de las cabeceras y de los sujetos, según se recupera de la información histórica

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“Para haber este tributo y la comida y su vestir, tienen muchos por costumbre que sus mujeres vengan al tianguis o mercado a vender, y de lo que ella o él allí tratan, ganan; otros traen agua, leña, carbón, y sirven y mercadean […]” (León Portilla, 1969: 35).

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FIGURA 1.17 ¿Cómo reconstruir las relaciones funciones y estructurales de la unidad política y sus múltiples segmentos desde la arqueología?

En general, la arqueología ha utilizado modelos gráficos inadecuados, como la teoría del lugar central, que no toman en cuenta la diversidad de vínculos del Tlatoca Tlatomecayotl.

FIGURA 1.18 Mesoamérica entendida como una red de unidades políticas poliárquicas de tamaños diversos

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Cuando por razones de mala conservación de la documentación colonial no hubiera sobrevivido información sobre los vínculos funcionales que existieron entre los distintos nodos de una unidad política, entonces nos estaríamos enfrentando a un escenario similar al que se presenta regularmente al arqueólogo que realiza estudios de patrón de asentamiento. Es decir, que sólo se tendría información, más de las veces incompleta, sobre la posición y el tamaño de los asentamientos arqueológicos y, a partir de esa información, se intentaría reconstruir los territorios funcionales y estructurales (véase la figura 1.17). Tal tarea es harto difícil, y los modelos geográficos que hasta el momento ha utilizado la arqueología mesoamericana no han sido los más adecuados para ese objetivo.23 Es posible asegurar que la mayoría de las reconstrucciones hipotéticas de la estructura de las unidades políticas mesoamericanas, y la jerarquía de su patrón de asentamiento, que hasta el momento se han realizado con tan sólo información arqueológica, son deficientes. Lo último, no por las técnicas y métodos de campo, que pueden ser correctos, sino por la aplicación mecánica de modelos erróneos. Aunque no es posible asegurar que el mecanismo descrito aquí, con base en el principio de Techotlalatzin, haya sido utilizado por todos los grupos mesoamericanos para trasladar segmentos de nobles y comuneros de una parcialidad a otra. Pienso que nos proporciona una herramienta para contrastar casos particulares y estudiar las desviaciones con este modelo ideal. La bondad del modelo nos permite también reinterpretar con otra mentalidad la evidencia tanto arqueológica como etnohistórica, sin estar atados a la idea de un gobernante absoluto. En este punto sí se da el caso de que Zorita tuviera razón cuando afirmaba que: “Entre estos naturales había e hay comúnmente (donde no los han desecho) tres señores supremos en cada provincia, y en algunas cuatro […]” (Zorita, 1963: 53). Entonces sería posible repensar Mesoamérica como una red de unidades políticas poliárquicas (véase la figura 1.18). Hay que anotar que el modelo presentado aquí no agota todas las posibles escalas de organización político-territorial que podían presentarse empíricamente en Mesoamérica. Está basado en un altepetl sencillo que aún no ha tenido la habilidad de anexar otros altepeme a su dominio político, ni tampoco ha sido anexado a otro altepetl mayor. Situación que potenciaría la complejidad del modelo.

Las relaciones de parentesco en la conformación del altepetl Se podría pensar que el sistema político-territorial presentado arriba tiene ciertas semejanzas con el modelo de linajes segmentarios desarrollado por Evans-Pritchard 23

Para el uso simplista de la teoría de lugar central, véanse Marcus (1976) y Smith (1979).

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para explicar el sistema político nilótico de los nuer. En el sentido de que dicha sociedad nuer estaba compuesta por múltiples segmentos políticos que controlaban territorios específicos, los que se unían y se dividían para defenderse de otros segmentos, o bien para atacar a sus vecinos dinka (Evans-Pritchard, 1940). De la misma manera, cada uno de los segmentos menores de la sociedad nuer poseía el aparato político necesario para gobernarse independientemente de otros segmentos. En tiempos de conflicto, las uniones de segmentos se realizaban de acuerdo a una compleja serie de reglas basadas en la relaciones entre los linajes y sus distintas áreas de control territorial. No obstante, con base en lo que hemos presentado arriba, creemos que todos los segmentos o parcialidades del altepetl mesoamericano estaban más fuertemente consolidados en torno a un tlatoca tlatomecayotl (genealogía de grandes señores) de lo que lo estuvieron los linajes segmentarios nuer. La tradición nativa de tomar decisiones políticas de gran envergadura por medio de un consejo de parientes gobernantes servía para aliviar la tensión política interna del sistema y reducir la probabilidad de escisiones. De la misma forma, la escasez de tierras cultivables y la circunscripción social que se vivía en Mesoamérica, al menos en vísperas de la conquista española, nos hace pensar que las ligaduras de las unidades políticas con sus espacios político-territoriales fueron mucho mayores de las que se presentaban entre los grupos nuer, cuya economía estaba basada en la ganadería. El punto pivote en torno al cual gira el tlatoca tlatomecayotl indígena es la relación de parentesco estrecha entre el tlatoani electo con sus tetecuhtin, situación que también se proyecta en las relaciones con otros altepeme. El cementante del altepetl radica en los lazos matrimoniales entre las familias nobles de cada parcialidad. Carrasco Pizana analizó este punto, demostrando la gran complejidad que rebasa un análisis dicotómico simplista (endogamia versus exogamia) en los patrones matrimoniales del altepetl y sus parcialidades. Carrasco Pizana propone seis posibles combinaciones en el tipo de matrimonios, que dependen de si fueron interdinásticos o intradinásticos, y de si el tlatoani se enlazó con una cihuapilli de menor, igual o mayor rango que él (Carrasco Pizana, 1984: 46). Nos parece que de las categorías matrimoniales que analiza Carrasco Pizana, la hipergamia era de capital importancia en la consolidación de las parcialidades de un altepetl simple. El matrimonio hipergámico se presenta cuando un gobernante de alto estatus toma como esposa a una mujer de menor jerarquía. Este tipo de matrimonio es significativo durante el comienzo de una dinastía al momento de la fundación de un nuevo altepetl. El caso más conocido es el de Tenochtitlan, cuando Acamapichtli, su primer tlatoani, tomó esposas de todas las familias más importantes de los barrios de Tenochtitlan, de donde se conformó la nobleza mexica-tenochca. En la variante hipergámica intradinástica, el hijo producto de este tipo de enlace sucede la posición de líder, sólo en la parcialidad de donde viene la madre. En

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este caso, los hijos del tlatoani, producto de los enlaces con las hijas de los tetecuhtin de cada casa señorial, serán tetecuhtin de su propio tecalli. Una vez que ha comenzado una dinastía, es más probable que se den otro tipo de casamientos, en especial el hipogámico interdinástico, en el que un tlatoani de menor jerarquía toma como esposa a una cihuapilli de mayor jerarquía, traída de otro altepetl específicamente para ese propósito (Carrasco Pizana, 1984: 46). Al hijo de tal matrimonio le corresponderá la posición de tlatoani en el altepetl del padre. El ejemplo clásico lo podemos observar en el matrimonio entre Huitzilihuitl, segundo tlatoani mexica, con Ayahuacihuatl, hija del señor tepaneca Tezozomoc, cuyo producto, Chimalpopoca, se convirtió en el tercer tlatoani mexica, pero sin derechos de sucesión sobre Azcapotzalco. Este tipo de enlaces habría sido común cuando, por conquista o confederación, un altepetl menor caía bajo la influencia de otro más poderoso. Una variante importante en los patrones matrimoniales es el hipogámico intradinástico, el cual genera una sucesión agnaticia, en la que los hermanos o los sobrinos son los únicos sucesores del tlatoani (Carrasco Pizana, 1984: 46). Éste fue el caso de los mexicas posteriores a Itzcoatl, los cuales restringieron el casamiento de su más alta nobleza (tlazopipiltin) con dinastías exógenas. En el caso de unidades políticas con una jerarquía similar, se podían negociar arreglos matrimoniales estratégicos llamados isogámicos interdinásticos (Carrasco Pizana, 1984: 46), en los que cada casa señorial nego­ciaba cuáles infantes tendrían derecho a suceder el señorío del padre y cuáles el de la madre. Quizá los mixtecos podrían haber practicado con cierta frecuencia este tipo de ­enlaces.24

Tipología del altepetl El modelo presentado aquí tampoco agota todas las posibles variantes de organización político-territorial que podían presentarse empíricamente en Mesoamérica. En la primera relación de la Nueva España que el presidente de la Segunda Audiencia de México, Ramírez de Fuenleal, recopiló para la Corona española se mencionan cinco tipos político-territoriales con base en el tipo de sujeción que un tlatoani tenía sobre su población (León Portilla, 1969: 31-32). Desglosaré cada uno de estos tipos con base en dos variables que tienen que ver con el grado de afectación que sufrió la estructura político-territorial del altepetl durante el proceso de expansión mexica:

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Véanse las descripciones de enlaces matrimoniales mixtecos en Spores (1984).

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Tipo 1 (preexpansión mexica o con poca afectación después de la expansión mexica) […] un señor tiene el pueblo y cabecera donde reside y tiene su casa, y tiene otros pueblos que tienen señores sujetos a este señor y le sirven y contribuyen, pero tienen sus términos distintos del pueblo principal del señor, y hacen sus repartimientos por sí y tienen oficiales por sí, aunque son sujetos al señor que está en la cabecera. (León Portilla, 1969: 31-32) Aquí se está describiendo un altepetl que ha tenido la capacidad de anexar a su estructura político-territorial, por medios no especificados, otros altepeme menores o iguales a él. Este modelo corresponde cercanamente a lo que Lockhart llamó “altepetl complejo”, es decir, una especie de confederación forzada, o negociada, con múltiples altepeme, en los que cada tlatoani continúa ejerciendo su soberanía de manera autonómica sobre sus parcialidades pero que, a su vez, reconoce el predominio de un tlatoani y tecpan específicos, que los aglutina y organiza (Lockhart, 1992: 36-37). El altepetl complejo se recrea a través de un proceso perpetuo de fusión, en el que los casamientos interdinásticos y el mecanismo de entreverado de tierras juegan un papel crucial. “Tlayacatl altepetl” es un término valioso que Lockhart recupera de Chimalpahin para referirse a cada altepetl miembro de la confederación o altepetl complejo (Lockhart, 1992: 37). Se desconoce cuál es el origen de este término, y si era común o no; lo interesante es que su etimología podría relacionarse con el concepto “primogenitura”, o algo que guía, que sobresale del resto, que termina en punta, como una nariz (Siméon, 1997: 585). Quizá este concepto esté reconociendo que cada miembro del altepetl complejo poseía su propia casa señorial fundada en su propio tlatomecayotl (linaje de señores). Xochimilco, Amecameca, Cuauhnahuac y otros Estados similares serían los ejemplos arquetípicos de este tipo de altepetl complejo.

Tipo 2 (preexpansión mexica o con poca afectación después de la expansión mexica) Hay otra manera de sujetos, que el pueblo principal donde está el señor tiene pueblos sujetos a sí, y son en términos y repartimientos comunes, y este pueblo o cabecera tiene algunas cabeceras que tienen así mismo pueblos y sujetos, y reparten sus tributos entre sí, y estas cabeceras con los pueblos que cada una tiene por sujeto reconocen al pueblo principal donde el señor está y tiene su casa, y se llama aquélla, cabecera, y las otras cabeceras con sus pueblos se dicen sujetos. (León Portilla, 1969: 32)

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De primera lectura, esta descripción del altepetl tipo 2 da la impresión de ser muy parecida a la del altepetl tipo 1; sin embargo, hay algunas diferencias de grado que permiten inferir que el altepetl tipo 2 representa una entidad política más sencilla y pequeña de lo que fue una entidad tipo 1. En primer lugar, la cita que describe el altepetl tipo 2 dice que tal entidad tiene sus pueblos sujetos en “términos y repartimientos comunes”, es decir, que todas las tierras y los vínculos están contenidos en el territorio de un altepetl simple. Por su parte, la cita que hace referencia al altepetl tipo 1; claramente menciona que los términos de los señores sujetos son “distintos del pueblo principal del señor”, es decir, que es un ente formado por la aglutinación de múltiples territorios. En segundo lugar se dice que en el altepetl tipo 2 los pueblos y cabeceras sujetas “reparten sus tributos entre sí”, es decir, que participan en la misma tanda y rueda de tributación y servicios personales. En contraste se dice que los altepetl tipo 1, “hacen su repartimiento por sí y tienen sus oficiales por sí”, lo que significa que cada tlayacatl altepetl está encargado de crear sus propios vínculos y burocracia, lo que, en la práctica, nos habla de la existencia de múltiples tandas y ruedas de servicios personales y obligaciones tributarias que corren cada una por su cuenta en los distintos módulos del altepetl complejo. El modelo hipotético de altepetl que he desarrollado páginas arriba, en este capítulo, estaría basado precisamente en un altepetl tipo 2, el cual posee algunos vínculos de tecalli y pilcalli, pero fuertemente atados a un único tecpan por medio del uso común del territorio y una tanda única de trabajo y tributación. A continuación reescribo la descripción del altepetl tipo 2, pero reemplazo los conceptos españoles del siglo xvi con la terminología náhuatl que vengo utilizando a lo largo del trabajo, esto con la finalidad de ligar más la estructura político-territorial del altepetl tipo 2 con el modelo hipotético. Hay otra manera de unidad política: en el cual el altepetl principal donde está el tlatoani tiene sujetos a sí pilcaltin [casas de nobles], y éstas están en términos y repartimientos comunes, y este altepetl tiene algunos teccaltin [casas de señores] que tienen asimismo pilcaltin y calpultin, que reparten sus tributos entre sí. Y estos teccaltin con sus pilcaltin y calpultin que cada uno tiene por sujeto reconocen al altepetl principal donde el tlatoani está y tiene su tecpan, y se llama cabecera [refiriéndose al asiento del tlatoani], y los otros teccaltin con sus pilcaltin y calpultin se dicen sujetos [vinculados al tecalli que ostenta el título de tlatoani del altepetl]. (Compárese con la cita anterior de León Portilla)

Se hablaría aquí de una unidad política que no ha sido conquistada por otra, pero que tampoco ha conquistado a nadie, ni se ha confederado con otros altepeme. Se

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e­ ntiende que los tetecuhtin, a pesar de gozar de cierta autonomía cada quien en su tecalli, tienen reconocimiento y están obligados con el señor electo del altepetl y su tecpan.

Tipo 3. (Preexpansión mexica o con poca afectación después de la expansión mexica) Otra manera de sujetos hay, que la cabecera tiene algunos barrios o estancias cerca de sí o lejos, y como están derramados o en una parte más ayuntados que en otra, pero están en un término y los repartimientos son comunes, y algunos los hacen por sí, según están ayuntados, y tiene un señor y unos mandones y estos se pueden decir sujetos o lo deben ser […] (León Portilla, 1969: 32)

Éste parece ser el altepetl más sencillo de todos los descritos en el informe de Ramírez de Fuenleal. Bien podría clasificarse únicamente como un módulo aislado (tecalli o pilcalli) de un altepetl tipo 2, pero en realidad podría estar describiendo la fundación reciente de un altepetl sencillo, en el cual no se ha consolidado ninguna parcialidad, ni otra casa de nobles. La génesis del altepetl tipo 3 debe buscarse en las fundaciones hechas por grupos migrantes quienes han logrado reclamar, por algún medio, un pedazo de territorio que trataran de preservar. Otra posibilidad es la rebelión de un módulo y su separación temporal o definitiva de un altepetl complejo.

Tipos derivados de la expansión mexica Tipo A (provincia tributaria mexica) Hay otra manera de sujeto, y decíanse en tiempo de Moctezuma calpixcazgo, y era que en una provincia ponía un calpixque, a que decimos mayordomo, para que cobrase todos los tributos, y éste residía en el más principal pueblo, y los otros traían allí sus tributos, y éstos no son sujetos, más de en esto, al pueblo que lo traía, antes eran cabeceras y pueblos por sí y tenían sus señores por sí. (León Portilla, 1969: 31)

Este caso responde a la descripción típica de un gran altepetl tipo 1, conquistado por la Triple Alianza, al que se le impone un recolector de tributos que tiene la función de modificar el sistema económico del conquistado en favor del dominador. En sentido estricto, esto sería una dominación hegemónica de parte de la entidad imperial, ya que

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sólo se ve afectado el sistema tributario del dominado sin inmiscuirse en su política interna. No obstante, el calpixque mexica sí podría intervenir en los asuntos del altepetl conquistado, en caso de percibir que algún evento local o regional tuviera la capacidad de afectar el pago del tributo.25 Si bien este caso ayuda a entender la organización de una súper entidad mesoamericana, como lo fue la Triple Alianza, y su actitud hacia las unidades políticas sometidas, no nos dice mucho acerca de la estructura político-territorial de los altepeme conquistados, ni de sus propias estrategias geopolíticas en los niveles local y regional.

Tipo B (con afectación profunda provocada por la expansión mexica) Hay otra manera de subjeto, y es que ahora ha cincuenta años, lo más o menos, fueron algunos pueblos sujetos a algún señor o cabecera, y después los mexicanos los ganaron y repartieron entre sí, y ahora están en libertad, quieren algunos decir que estos son sujetos porque lo fueron antiguamente. (León Portilla, 1969: 32)

Éste es un caso interesante que muestra cómo la Triple Alianza disolvió algunos altepeme complejos para poner a los tlayacatl altepeme constituyentes directamente bajo la esfera de control imperial. Acción que debilitaría las alianzas y ligas de algunos altepeme tipo 1, que hubieran alcanzado gran poder regional y del cual los mexicas temieran alguna rebelión mayor. Es interesante que Cortés, en la reunión de Coyoacán (circa 1522) con los tlatoque de la cuenca de México, tomó exactamente la misma acción y liberó a todos los altepeme de las obligaciones que anteriormente tenían con la Triple Alianza y que, a partir de ese momento, cada pueblo (altepetl) había de ser por sí y acudir con sus tributos sólo al rey de España y a los conquistadores en su nombre (Zorita, 1963: 405). Tipo altepetl imperial Cabría proponer un tipo más que no está descrito en el informe de Ramírez de Fuenleal, que sería el “altepetl imperial”. Este tipo se reservaría para unos cuantos Estados nativos que lograron dominar una gran cantidad de altepetleme complejos tipo 1 y que además pudieron mantener esa dominación por más de una década. Para el caso 25

“Cualquier caballero, o cacique que impedía, que los macehuales y vasallos pagasen los tributos, y ren­tas debidos al rey, moría con la pena del conspirador […] “ (Torquemada, 1975, volumen 32: 386)

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mesoamericano del siglo xv, únicamente la Triple Alianza y el Estado tarasco clasificarían en este rubro, si bien algunos colegas podrían reclamar que algunas entidades, como Tlaxcala, Tututepec o el Reino quiché, entre otros parecidos, podrían considerarse también en esta categoría. No obstante, en mi opinión, los tres últimos casos son simplemente grandes altepeme complejos tipo 1. En este punto se debe advertir que los observadores españoles del tiempo de la Segunda Audiencia (1531-1535) no establecen límites cuantitativos para su descripción de los distintos altepeme, y en su lugar reportan una clasificación cualitativa de ellos. Sería bueno seguir con este proceder y evitar discusiones fútiles en cuanto a puntos máximos y mínimos para la clasificación de un altepetl en una u otra categoría.

Competencia geopolítica entre distintos tipos de altepetl La pregunta obvia en este punto es: ¿cómo era la competencia político-territorial entre los distintos tipos de altepetl mesoamericanos? Para contestarla comenzaré por suponer que durante el periodo Postclásico tardío, Mesoamérica fue un mosaico compuesto por un par de millares de unidades político-territoriales, con una estructura muy similar a la que he modelado anteriormente. Así, a lo largo de todo Mesoamérica habrían existido Estados nativos parecidos al altepetl, pero con variantes regionales en estructura, dimensiones y complejidad (Aguirre Beltrán, 1981: 19-66). Antes de la formación de la Triple Alianza y el Estado tarasco que, como casos excepcionales, lograron el dominio de varias centenas de unidades políticas complejas (con otros altepeme simples sujetos a ellas), la mayoría de los altepeme del centro y sur de México habrían sido de los tipos 1, 2 y 3, de acuerdo con la tipología extraída de Ramírez de Fuenleal (León Portilla, 1969). El altepetl tipo 3 parece ser el más simple de todos, y habría sido una unidad política tan básica que es probable que la mayoría de tales entidades soberanas hubieran desaparecido ya del mapa político mesoamericano aun antes de la llegada de los españoles. Es posible que los pocos altepeme de este tipo, que todavía hubieran existido en Mesoamérica a finales del siglo xv, se hubieran localizado en las áreas más remotas y montañosas del país. Otra posibilidad es que su existencia y permanencia hubiera estado garantizada por acuerdos diplomáticos entre unidades mayores (altepetl tipo 1 y 2), para que los altepeme tipo 3 sirvieran como zonas de amortiguamiento entre ellas. A principios del siglo xv, el altepetl tipo 2 sería el más común y es probable que hubiera sido el predador perfecto de los minúsculos altepeme tipo 3. Además de poseer una mayor capacidad militar, los altepeme tipo 2 podrían absorber fácilmente los diminutos linajes gobernantes pertenecientes al tipo 3 dentro de su red dinástica mayor,

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más estable y mejor organizada. En un entorno político de grandulones en expansión, más les valía a los pequeños altepeme tipo 3 afiliarse con otra unidad política mayor en términos favorables, como sería a través de un matrimonio hipogámico interdinástico,26 que arriesgarse a sufrir las consecuencias de una conquista militar, en la que no sólo se perdería el territorio, sino que también correrían el riesgo de que se los rebajase a servidumbre. Un altepetl tipo 2 podría tener mejores posibilidades de enfrentarse a uno del tipo 1 y permanecer independiente. No obstante, hay evidencias de que, a mediados del siglo xv, los altepeme tipo 1 comenzaron a emerger como Estados dominantes. Tututepec sería un buen ejemplo, pues su exitoso programa de conquista lo habría llevado a dominar casi toda la costa del Pacífico oaxaqueño (Spores, 1993: 167-174; Joyce et al., 2008), hasta que se encontró con otros vecinos igualmente agresivos y expansivos: Tehuantepec al oriente, y Tlapa-Tlachinollan al poniente. Los altepeme tipo 1 habrían anexado otros altepeme, principalmente mediante la conquista, pero también por alianzas matrimoniales, en especial a través de los enlaces isogámicos interdinásticos (Carrasco Pizana, 1984: 68), así como enlaces hipergámicos interdinásticos. En el último tipo de enlace, el tlatoani de un altepetl tipo 1 tomaría por esposa a una mujer de un altepetl tipo 2 y, aunque el hijo de ambos no sucedería al gobierno de ninguno de las dos unidades políticas, serviría como punto de partida para comenzar un patrón hipergámico intradinástico, en el que los nietos de tal matrimonio podían regresar a casarse con una tlazocihuapilli del altepetl de la abuela (el altepetl tipo 2, de menor jerarquía) y ser nombrado tlatoani. Estas combinaciones matrimoniales son importantes, ya que promueven la integración entre los altepeme de una región, además de provocar que ciertos gobernantes, por herencia de su madre, puedan tener acceso a tierras y tributarios en otras unidades políticas, como ya he mencionado arriba. Los enlaces dinásticos pueden ser también el pretexto perfecto para que ciertos altepeme puedan aventurarse en un proceso de expansión; especialmente aquellos casos en que se cuestiona una sucesión, pues es probable que un altepetl tipo 1 tenga mucho interés en promover a sus propios candidatos a la sucesión de un altepetl tipo 2, con el que se tenga una alianza matrimonial interdinástica. En este sentido, un altepetl tipo 1 podría presionar, incluso militarmente, para que se eligiera a un tlazopilli con derechos de sucesión, que se hubiera criado en el tecpan del altepetl tipo 1, por encima de candidatos locales con menores credenciales. Un patrón mesoamericano interesante es que, durante una conquista, un tlatoani agresivo puede absorber todo el espacio político de otro altepetl, con el simple hecho de que el gobernante derrotado acepte el dominio del vencedor. Lo último puede ser 26

Es decir que el tlatoani menor toma a una esposa de un altepetl de mayor jerarquía, y que un hijo de ambos sería el sucesor al tlatocayotl (señorío) del padre.

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motivado, ya sea por una amenaza creíble de invasión por parte de la unidad política agresiva, o bien por la derrota en batalla del gobernante débil (Zorita, 1963: 355).27 Esto nos indica que con la sujeción del tlatoani principal del altepetl perdedor, todos los demás tetecuhtin que componían dicho altepetl reconocían obediencia al conquistador, al menos por algún tiempo. Esta característica permitía expansiones meteóricas, con la consecuente formación de enormes altepeme tipo 1 en vastos contextos regionales. Llevado al contexto geopolítico de toda Mesoamérica, el mismo mecanismo operó para la formación de un ente tan colosal como lo fue el imperio de la Triple Alianza (Cortés, 1998: 66).28 No obstante, en este punto es más factible que los altepeme tipo 1 hubieran tenido la oportunidad de implementar un proceso de integración territorial y dinástica más consistente que aquel que alguna vez hubiera podido aplicar la Triple Alianza. Los altepeme tipo 1, una vez consolidados mediante intercambios matrimoniales y habiendo logrado los traslados espaciales de sus parcialidades: “podían mantenerse unidos durante siglos y relacionarse tan profundamente entre sí […] que después de la conquista ya no se les podía separar” (Lockhart, 1992: 36). Por su parte, la Triple Alianza, como gran altepetl del tipo imperial, se disolvió fácilmente en el corto plazo.

Conclusiones En este trabajo he intentado construir un altepetl ideal a manera de herramienta heurística que nos permita el descubrimiento de las características únicas de los cientos de Estados nativos independientes que existieron en Mesoamérica al iniciodel siglo xv. En cierta forma, el modelo general está basado en la conjugación de muchos casos particulares. Al poner juntas tantas observaciones inductivas y generalizarlas en el caso de Mesoamérica, se corre el riesgo de crear un altepetl del tipo “Frankenstein”. Acepto dicho riesgo bajo la condición de que la generalización propuesta nos permita entender la naturaleza de los Estados nativos mesoamericanos sin tener que recurrir a 27

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“[…] conociendo los vencidos su flaqueza muchas veces se sujetaban y se daban por vasallos del señor que los llevaba de vencida y si el señor no quería darle la obediencia sus mismos vasallos le requerían que se diese para que él y ellos no perecieren ni les asolasen sus pueblos y sus casas, y si porfiaba a no se dar pareciendo que era soberbia sus mismos vasallos lo mataban y trataban paces con el otro señor[…]” (Zorita, 1999: 355) “El señorío de tierras que este Moctezuma tenía no se ha podido alcanzar cuánto era, porque a ninguna parte, doscientas leguas de un cabo y de otro de aquella su gran ciudad, enviaba sus mensajeros, que no fuese cumplido su mandato […] Pero de lo que se alcanzó, y yo de él pude comprender, era su señorío tanto casi como España”. (Cortés, 1998: 66)

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modelos etnográficos foráneos, o bien a abstracciones basadas en el modelo europeo del Estado absolutista de los siglos xvii y xviii. Opino que el modelo expuesto aquí puede explicar mejor que otros la naturaleza del entreverado de las tierras de los señores dentro de los antiguos altepeme, situación que no es clara en trabajos previos y que ha causado gran confusión entre los académicos de las últimas cuatro décadas. La fuente de confusión es resultado de la fragmentación de los Estados nativos después de la conquista española, en principio incitada por los conquistadores mismos para repartir en encomienda las parcialidades indias, pero después promovida por los indios de las parcialidades mismas para escapar las cargas tributarias y de servicios debidas a los pueblos que fueron seleccionados como cabeceras del sistema de república indiana. Por su parte, en la época prehispánica, la regla de Techotlalatzin nos informa de la existencia de mecanismos del traslado espacial de las parcialidades dentro de las distintas casas señoriales (tecalli) del altepetl. Esta situación nos hace recordar el caso de la mitma en Perú, y es interesante que dicho proceso se mencione en el caso de Mesoamérica, y que de momento nadie haya explorado su funcionamiento de una forma sistemática. El desplazamiento forzado o negociado de distintas parcialidades de acuerdo a la regla de Techotlalatzin nos ayuda a comprender la discontinuidad espacial en la distribución de las tierras señoriales y de los habitantes asociadas a ellas. Los distintos tipos cualitativos, más que cuantitativos, que he extraído del informe de la Segunda Audiencia en torno a la naturaleza de los Estados indígenas, nos permiten entender los juegos de alianzas y competencias entre los diferentes altepeme en el contexto geopolítico de Mesoamérica. Tales tipos deben tomarse con cuidado, y remarco que son más cualitativos que cuantitativos. No obstante, en su aplicación arqueológica, espero que puedan reemplazar el anticuado y erróneo sistema de “tiers” o estratos jerarquizados que nos legó la arqueología procesual de la década de 1970 (Flannery, 1976). Por más de cuarenta años, los arqueólogos han generando límites artificiales entre los asentamientos regionales, con base en el área de superficie, pero sin preguntarse nunca, o sin resolver el dilema, sobre los vínculos políticos que existieron entre dichos asentamientos con base en los sistemas nativos mismos. Debemos entender que el tamaño físico del asentamiento no se correlaciona uno a uno con su importancia política e ideológica dentro del altepetl. Admito que este ensayo presenta muchas debilidades que deberán corregirse en investigaciones posteriores. Primeramente habrá que analizar el papel de los agentes sociales dentro del sistema de cada altepetl, ya que, por motivos de espacio, aquí he enfocado más la estructura que a los actores políticos. La ideología del altepetl también ha quedado relegada en favor de un acercamiento económico formalista. De la misma forma, el modelo que propongo está sesgado hacia el papel de las élites y no pone mucha atención en la función de los macehuales, lo que deberá corregirse. Habrá que

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profundizar más en el papel del los consejos de gobierno en torno de los cuales giraba la elección del tlatoani, la behetría indígena que nos menciona el padre De Acosta. En fin, hay mucho por avanzar, pero espero que otros tomen este sendero y ayuden con la carga. En su defecto, si algunos colegas se horrorizan ante la presencia de mi altepetl tipo “Frankenstein”, espero que por lo menos me marquen los errores y nos indiquen a todos un camino mejor pavimentado.

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