Hacerse Iglesia-Pueblo en la profecía de Monseñor Romero

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Hacerse Iglesia-Pueblo, en la profecía de Monseñor Romero

Hacerse Iglesia-Pueblo, en la profecía de Monseñor Romero Ezequiel Fernández 2014

“…porque sé que ustedes y yo, el pueblo de Dios formamos el pueblo profético…” Mons. Óscar Romero La eclesiología desde América Latina supone un recorrido de vitalidad, un itinerario de testigos que, en siglos y sobre todo en los últimos años postconciliares, supieron dilucidar los signos de los tiempos y lugares tomándole el pulso al pueblo que comparte la fe. Este trabajo se propone entrelazar los contenidos dados en la cátedra, leídos dese el testimonio de la reflexión latinoamericana. Un referente recurrente será la figura emblemática de Mons. Óscar Romero, pastor y mártir nuestro, que, desde su quehacer pastoral, ha sabido plasmar los deseos más hondos del Concilio Vaticano II en torno a la reflexión eclesiológica. En el obispo Romero descubrimos líneas concretas de pensamiento que le otorgaron pertenencia, que le posibilitaron un discernimiento cierto en “la hora” de El Salvador en una comunión de sentido y sentimiento. Sobre la obra de Romero, basta y extensa en cuanto propio y reflexionado en torno a él, nos detendremos en sólo algunos contenidos de las homilías y de las cartas pastorales de donde extraeremos elementos para la reflexión. Creemos que hacer una reflexión eclesiológica latinoamericana desde la figura de Romero nos posibilitará tener un pie de apoyo en este camino eclesial-pastoral. Un riesgo puede ser que nos detengamos mucho en su persona o que supongamos que su persona es algo anclado en los ´70, pero a esto respondemos desde una certeza: en él descubrimos un “sensu populi”, un sentir del pueblo que clama, celebra, lucha y resiste en el sentirse pueblo, donde la Iglesia es “signo e instrumento de la Pascua”1.

Unos planteos situacionales Nos sirve para hacer un primer acercamiento tener unos planteo situacionales claros, aunque tal vez no resulten del todo originales. Comenzamos dando algunos planteos que corresponden a la vivencia misma de la eclesiología de la liberación en Latinoamérica: “¿Qué significa ser Iglesia en medio de la emergencia popular? ¿Cómo ser Iglesia en medio de las luchas revolucionarias? ¿Cómo serlo en la transformación histórica, ante el freno que los poderosos quieren poner al avance de los pobres?”2; a lo dicho le sumamos algunos 1

ROMERO, OSCAR A. Iglesia de la pascua, primera carta pastoral. (Nota: a la hora del trabajo no contamos con una edición formal de las cartas pastorales, motivo por el cual se torna difícil referiremos a ellas con especificidad de cita, pero consideramos que siendo una carencia no resulta un impedimento para el trabajo). 2 QUIROZ MAGAÑA, ÁLVARO. “Eclesiología en la teología de la iberación” en ELLACURÍA, IGNACIO – SOBRINO, JON (Eds) Misterium liberationis I Trotta. Madrid 19942 p. 261.

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interrogantes más, aquellos que aquejan un ser Iglesia en situaciones de vulnerabilidad económica, en la carencia de posibilidad y oportunidades para jóvenes en los estudios, en barrios donde la niñez se ve robada. La pregunta de fondo, la situacional en cualquier lugar, será aquella que lleve a la comunidad eclesial a preguntarse ¿Qué dices de ti misma en un determinado lugar con signos y síntomas tan diversos? Un supuesto primero, que también hace parte de lo situacional, es aquel que nos posiciona como Iglesia en relación a la diversidad, donde no es plausible pensar en la capacidad de responder a todo y en todos los modos. La Iglesia se posiciona como agente del diálogo, como partícipe de una conversación humanitaria global. Para Mons. Romero fue una necesidad constante el discernimiento de la realidad, porque la vida le reclamaba una mirada aguda, que en términos de espiritualidad encarnada se transformó en una sintonía profética con su pueblo. Ser Iglesia en su quehacer pastoral supuso ir acompasando las “alegrías y tristezas” de su tiempo. Vivir la sintonía con el pueblo supone creer en él como agente de transformación, y esto ya deja entrever la gran categoría que concatena los planteos situacionales: la Iglesia es Pueblo de Dios. Para Romero fue vital responder a esta categoría eclesial del Concilio, y supo darle un giro crucial para el diálogo con las situaciones del mundo en El Salvador, pues se comprende a la Iglesia en acción, en un “vivir en la historia y el hacer historia supone todo un conjunto de condicionamientos: debilidad, pecado, cansancio, error, esperanza, fidelidad a la promesa, crisis, descubrimientos nuevos, crecimiento en la verdad”3. El registro de esto queda sobre todo en la segunda carta pastoral, de 1977, donde define a la Iglesia como “cuerpo de Cristo en la historia”.

Iglesia, sacramento en la historia Unas de las primeras afirmaciones sobre la vida de la Iglesia será definir que ella misma es sacramento de salvación en la historia. Como tal, se entiende su visibilidad y en esta visibilidad se comprometen mucho más que ideas, y si se desea se pone en vista la corporalidad de la Iglesia en la historia. Al respecto Ignacio Ellacuría dirá: “la “incorporación” es como la activación del “tomar cuerpo” […] es condición indispensable para la efectividad en la historia, y con ello para la realización plena de aquello que se incorpora”4. Como apreciamos, la posibilidad de tomar cuerpo en la historia es lo que define la visibilidad de la Iglesia. Desde este tomar cuerpo, desde esta capacidad de integrar y sentir el paso de la historia, se entiende que la Iglesia puede hacer opciones de integración y penetración liberándose de una cierta asepsia estéril. Monseñor Romero, en su segunda carta pastoral, supo darle hondura a esta opción de encarnación. La definición de esta segunda misiva es clara: La Iglesia es cuerpo de Cristo en la historia y como tal define su misión como auténtica “si es la misión de Jesús en las nuevas situaciones y circunstancias de la historia del mundo”5. Con esta definición, propia de Romero y que los teólogos de la liberación profundizan, no se hace más que transitar las líneas del Concilio que supo definir a la Iglesia como peregrinante en el mundo que “debiendo

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PÉREZ DE GUEREÑU, GREGORIO. La Iglesia nuevo Pueblo de Dios. CEP. Perú 1996 p. 64. ELLACURÍA, IGNACIO. “La Iglesia de los pobres, sacramento histórico de salvación” en ELLACURÍA, IGNACIO – SOBRINO, JON (Eds) Misterium liberationis II Trotta. Madrid 19942 p. 130. 5 ROMERO, OSCAR A. La Iglesia, cuerpo de Cristo en la historia. 4

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difundirse en todo el mundo, entra, por consiguiente, en la historia de la humanidad, si bien trasciende los tiempos y las fronteras” (LG 9). En este ser parte de la historia del mundo, la sacramentalidad de la Iglesia despierta modos concretos de actuar desde la profecía, por ejemplo, el mantener en vilo la mirada y agudo el oído a “los clamores” de la creación, nos posibilita hacer parte de la proclamación de Reino. Al respecto, dirá Gustavo Gutiérrez: “estar vigilante frente a estos alcances del momento actual y saber discernir en él […] para dar testimonio del Reino de Dios, de la solidaridad con los pobres y de la liberación de los que ven violados sus más elementales derechos”6 nos hace entrar en una dinámica profética que reclama acciones concretas, y desde ahí se comprende una diaconía, una sacramentalidad, una ministerialidad arraigada en la historia. Ahora bien, si seguimos un hilo en Romero apreciamos que todavía perviven algunos rastros de una comprensión de la Iglesia como “cuerpo místico de Cristo”, pero a la vez podemos animar una superación de esta arista porque para él, el ser cuerpo supone encarnación y esto a la vez toma de la mano la historia. El teólogo Congar nos puede ayudar a ver esto con más claridad definiendo que “los conceptos de Pueblo de Dios y de Sacramento de salvación son el punto de partida de lo se busca: una Iglesia desacralizada, una Iglesia para el mundo”7. En la vida pastoral de Monseñor Romero, la acción sacramental, la visibilidad de la Iglesia tuvo su mayor asiento desde el momento en que la muerte toca a la puerta en su pueblo que sufre. El momento de la “evolución”, porque Romero no dice conversión, de su mirada pastoral lleva de fondo un modo de ser Iglesia. La sacramentalidad fue el modo de encarnar el mensaje desde lo que el pueblo sentía en la historia, ante esto dirá: “La Iglesia no puede ser sorda ni muda ante el clamor de millones de hombres que gritan liberación, oprimidos de mil esclavitudes. Pero les dice cuál es la verdadera libertad que debe buscarse: la que Cristo ya inauguró en esta tierra al resucitar y romper las cadenas del pecado, de la muerte y del infierno”8. Estas palabras precedentes nos dejan en claro que la sacramentalidad, para la salvación, nos lleva a confirmar que en Romero hay una referencialidad de soteriología encarnada y por tanto esperanzadora. Con lo dicho hasta ahora se nos abrieron caminos con categorías de peso en temas eclesiológicos: la sacramentalidad y la necesidad de ser pueblo, un Pueblo de Dios en la historia. Sobre esto último hablaremos a continuación, sabiendo que no es posible desmembrar sin más la organicidad de la Iglesia, y de hacerlo sólo es con fines de comprensión en el trabajo.

Iglesia, pueblo en el pueblo Entre las categorías más decisivas del Concilio Vaticano II está la definición de la Iglesia como Pueblo de Dios. La afirmación es honda e identitaria, ya que la Iglesia no se define como, utilizando una metáfora, sino que se define en esencia como pueblo: la Iglesia es el Pueblo de Dios. Todos, somos convocados y congregados por la llamada de Dios, “convocación y

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GUTIÉRREZ, GUSTAVO. ¿Dónde dormirán los pobres? Perú 1999. CONGAR, YVES. Eclesiología, desde San Agustín hasta nuestros días. Citado en PÉREZ DE GUEREÑU, GREGORIO. La Iglesia nuevo Pueblo de Dios. CEP. Perú 1996 p. 58. 8 ROMERO, ÓSCAR. Homilía del 26 de marzo de 1978. 7

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congregación son simultáneas, en cuanto que Dios toma la iniciativa de entablar una relación con el hombre […] integrando a éste en una comunidad salvífica”9. Esta definición de la Iglesia, trae en sí la posibilidad de hacer un enlace con toda la historia de la salvación. Monseñor Romero, retomando la intuición conciliar dirá: “Quiere Dios salvarnos en pueblo. No quiere una salvación aislada. De ahí que la Iglesia de hoy, más que nunca, está acentuando el sentido de pueblo. Y por eso la Iglesia sufre conflictos. Porque la Iglesia no quiere masa, quiere pueblo. Masa es el montón de gente cuanto más adormecidos, mejor; cuanto más conformistas, mejor. La Iglesia quiere despertar en las personas el sentido de pueblo”10. Romero sabe hondamente el peso que compromete la definición del Pueblo de Dios, muy emparentado con lo dicho en el apartado anterior sobre la encarnación… esta Iglesia que toma cuerpo en la historia. Ser Pueblo de Dios, congregado y en diálogo continuo de vocaciónprovocación del Reino, supone una disponibilidad al discernimiento de los signos de los tiempos. Ser Pueblo en los pueblos supone que la Iglesia “no disminuye el bien temporal de ningún pueblo; antes, al contrario, fomenta y asume […] fortalece y eleva todas las capacidades y riquezas y costumbres de los pueblos en lo que tienen de bueno” (LG 13). Esta definición conciliar suena a deseo, pero es posible apreciar esto en las vanguardias eclesiales que supieron encarnar el evangelio, el kerigma en la historia real de cada cultura. Ahora bien, el compromiso histórico de la Iglesia supone un trabajo en la construcción de la dignidad de todos, y para esto nos vale remitirnos siempre a la práctica de Jesús que fue un campesino de su pueblo. La Buena Noticia llegó por la fascinante sensibilidad que hacía cercano al Hijo con las miserias de su tiempo en gestos dignificantes. Jesús supo tomarle el pulso a su Pueblo, por eso se dice que “pasó haciendo el bien y sanando a los poseídos del Diablo, porque Dios estaba con él” (Hech. 10, 38). Con monseñor Romero sucedió algo similar pues su entrega fue hacerse “real e incondicionalmente encarnado en el pueblo, encarnación que significó, por un lado dar al pueblo todo lo que él era y tenía y, por otro, recibir del pueblo lo mejor que éste tenía”11. Para Romero hacerse pueblo significó hacerse Iglesia y viceversa. En este hacerse Iglesia-pueblo, se descubre que “este pueblo de Dios, que es una comunidad orgánica, reconoce el “sentido de la fe” que en el reside y que hace que, por la unción del Santo, no falle en sus creencias”12. Este sensu fidei que hace parte de un sensu fidelium le devuelve peso a la esperanza en la vida histórica de la gente. Con esto se comprometen otras dimensiones de la Iglesia, tales como la ministerialidad y el deseo de que todos puedan tener parte desde el bautismo en el quehacer Iglesia. Reflejo de esto serán las comunidades de base que pueden devolver un sensu histórico con respuestas más eficaces. Ahora bien, tomarle el pulso a la historia, hacer del sensu fidelium un camino para definir el pueblo de Dios que es la Iglesia, nos lleva a tomar acciones concretas. El pueblo vive de gestualidades que, a la vez, le otorgan identidad; retomar, potenciar y avivar estas gestualidades exige un saber descubrir a Dios en medio de su pueblo, por tanto, se hace necesaria una vertiente mística. La mística a la cual nos referimos nada tiene que ver con aquello que se separa de un mundo sensorial, sino más bien aquella experiencia de lo divino, del Misterio que lo abraza todo, en situaciones sensibles que comprometen el cuerpo y su 9

ESTRADA, JUAN A. Del misterio de la Iglesia al Pueblo de Dios. Sígueme. Salamanca 1988 p. 193. ROMERO, ÓSCAR. Homilía del 5 de enero de 1978. 11 SOBRINO, JON. Fuera de los pobres no hay salvación. Trotta. Madrid 20072 p. 144. 12 PÉREZ DE GUEREÑU, GREGORIO. La Iglesia nuevo Pueblo de Dios. CEP. Perú 1996 p. 66. 10

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obrar. Esta mística será una posibilidad eclesial para creer y hacer efectiva las palabras del profeta: “practicar la justicia, amar la fidelidad y caminar humildemente con tu Dios” (Miq. 6,8). Resulta entonces necesario hacer referencia a una vida que supone ejercicios de diaconía y profecía, donde la diaconía eclesial supone un ejercicio de ésta dimensión entre los pobres, es decir, los márgenes y sus habitantes viven “la diaconía de los marginados [que] es crucial para que la iglesia participe en hacer realidad la oikoumene de Dios, la visión alternativa del mundo”13. La diaconía, así entendida, no es entonces sólo ejercicio benéfico, sino más bien colegiado en un sensu populi. Para Romero, sentirse parte de un pueblo, de la Iglesia toda, le llevará a identificarse y definirse desde esta realidad en frases tales como “El pueblo es mi profeta”, “Yo tengo que escuchar qué dice el Espíritu por medio de su pueblo”, “El obispo siempre tiene mucho que aprender de su pueblo” “Con este pueblo no cuesta ser buen pastor. Es un pueblo que empuja a su servicio a quienes hemos sido llamados para defender sus derechos y para ser su voz”14. Conociendo al pueblo es que Romero supo definirse como pastor, como compañero de la Vida amenazada. La alegría de ser pueblo Vale ahora hacer una aproximación al magisterio actual del papa Francisco, para quien la posibilidad de sentirse pueblo, como Pueblo de Dios, posibilita líneas claras para el discernimiento del quehacer eclesial, de la “nueva evangelización”. Una primera definición va en línea de encarnación: “Este Pueblo de Dios se encarna en los pueblos de la tierra, cada uno de los cuales tiene su propia cultura. La noción de cultura es una valiosa herramienta para entender las diversas expresiones de la vida cristiana que se dan el Pueblo de Dios”15. La encarnación supone una valoración de la cultura, como lo dijo la Lumen Gentium 13 arriba citada. Encarnación que a la vez es hacer parte de las búsquedas y el respeto de las culturas, no avasallar sino dialogar. Construir el Pueblo de Dios supone una dinámica dialogal, y en esto se ponen en juego los modelos eclesiales que se formulan en las distintas latitudes del globo. En líneas con Romero, podemos tomar de Francisco que la consecuencia de hacerse pueblo es que “la vida se nos complica maravillosamente y vivimos la intensa experiencia de ser pueblo, la experiencia de pertenecer a un pueblo”16 porque Dios no nos salva sueltos, no en “masa” sino en pueblo. La clave está en definir que, para una Iglesia latinoamericana, hacerse pueblo supone echar raíces muchas veces en el dolor pero también tantas otras en el gozo. El Papa define entonces la importancia de ser Pueblo, de hacer parte de una cultura y de saber dimensionar la evangelización desde la aristas de la inculturación en dinámicas dialogantes se permite un reflejo de dinámicas trinitarias.

Iglesia en salida En líneas actuales, este título responde a una mirada sobre la Iglesia que le lleva a responder a una dimensión propia e identitaria con el proyecto del Reino: la misión. Esta 13

CONSEJO MUNDIAL DE IGLESIAS. Perspectivas teológicas sobre la diakonia en el siglo XXI. Sri Lanka 2012. MAIER, MARTIN. Óscar Romero, mística y lucha por la justicia. Herder. España 2005 p. 124. 15 FRANCISCO. Evangelii Gaudium. 115. 16 Ídem. 270. 14

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dimensión entendida y vivida nos lleva a afirmar el quehacer misionero como “una labor salvífica, es decir, dirigida a la salvación del hombre, pero en esta labor salvífica, a la tareas tradicionales siempre válidas se añadirían varias dimensiones”17 entre las que encontramos la lucha por la justicia y las distintas explotaciones de los pueblos, la búsqueda de una dignidad en contra de la opresión, las acciones solidarias y dialogantes de las culturas y “la razón de la esperanza” en medio de los distintos movimientos históricos de las comunidades. La definición “Iglesia en salida” nos remite a la exhortación apostólica de Francisco: “Hoy, en este “vayan” de Jesús, están presentes los escenarios y los desafíos siempre nuevos de la misión evangelizadora de la Iglesia, y todos somos llamados a esta nueva “salida” misionera. Cada cristiano y cada comunidad discernirá cuál es el camino que el Señor le pide, pero todos somos invitados a aceptar este llamado: salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio”18. En salida supone la misión, el envío de Jesús a la comunidad discipular que leeremos ahora desde el evangelio de Mateo (28, 16-20) donde se nos pude iluminar bien esta dimensión. El imperativo de ir “a todas las naciones” es actual en el sentido de universalidad y ampliación de horizontes que llevan a mirar más allá de la comunidad cristiana; salir, estar en salida, es un modo de expandir fronteras formales, intelectuales, sociales que no considere la diferencia como amenaza sino más bien como oportunidad. Es la clave de acceso para una evangelización de frontera, tan mencionada y deseada en la vida eclesial. Resulta clara la pedagogía evangelizadora que propone Jesús en el envío: “Hacer discípulos” es animarse a salir, a buscar y generar el deseo de una experiencia de encuentro con Jesús; “bauticen” resuena todavía como el modo de incorporar a la vida comunitaria a aquellos nuevos cristianos que desean vivir la fe como experiencia celebrativa; “enseñen” es el modo de conocer a Jesús, de adherir a los valores y a la propuesta del Reino. Es ciertamente un desafío para la nueva evangelización la formación y animación de nuevas comunidades, hacer eco de este pasaje mateano puede otorgar claves para interactuar con las diferencias haciendo de las comunidades espacios de celebración y animación de la vida. La promesa de Jesús, de “estar con nosotros” toma forma cuando se convierte en principio de fe, en certeza de la compañía divina. Es a la vez una garantía de comunión por medio del Espíritu que vive en las Iglesias locales que realizan plenamente la Iglesia toda. Una Iglesia en salida supondrá una confianza en la acción del Espíritu que se “derrama” (Joel 2,28) en medio de los pueblos, una confianza en la acción profética que suscita el sensu populi. Toda esta experiencia misionera para Romero significó una salida, de un aventurarse, primero que nada rompiendo con los propios esquemas mentales. Su visión sobre la evangelización nos los dice: “Si nuestra arquidiócesis se ha convertido en una diócesis conflictiva, no les quepa duda, es por su deseo de fidelidad a esta evangelización nueva, que del Concilio Vaticano II para acá y en las reuniones de obispos latinoamericanos, están exigiendo que tiene que ser una evangelización muy comprometida, sin miedo. Evangelización exigente que señala peligros y que renuncia a privilegios, y que no le tiene miedo al conflicto cuando ese conflicto lo provoca nada más que la fidelidad al Señor”19.

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PÉREZ DE GUEREÑU, GREGORIO. La Iglesia nuevo Pueblo de Dios. CEP. Perú 1996 p. 257. FRANCISCO. Evangelii Gaudium. 20. 19 ROMERO, ÓSCAR. Homilía del 22 de abril de 1979. 18

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Ser Iglesia en salida, para Romero, significó estar con las luchas del pueblo, saber que no era pautar privilegios, sino más bien animar la esperanza desde la profecía de la cercanía. Este modo de estar en medio del pueblo “evangelizando” llevo a Ignacio Ellacuría a formular: “con monseñor, Dios pasó por El Salvador”, y este “pasar” es movilidad, es visita de las comunidades en sus esperanzas, en sus luchas, en sus festejos y en lo que magistralmente se define como acción liberadora de Dios en la historia. Estar en salida, siendo pueblo supuso “escuchar sus clamores, interiorizarlos y dejarse afectar por ellos, de modo que no nos dejen en paz, sino que tengamos que reaccionar, vivir y desvivirnos por las víctimas. Es el ejercicio de la misericordia, afectiva y efectiva, consecuente hasta el final”20 Para nuestra Iglesia latinoamericana bien suenan algunas líneas sobre esta Iglesia que tiene que estar en salida. En el documento de Aparecida encontramos una afirmación más que oportuna para arraigar la promesa y el pedido de Jesús que antes leíamos en el evangelio de Mateo; dice el documento: “la fe nos enseña que Dios vive en la ciudad, en medio de sus alegrías, anhelos y esperanzas, como también en sus dolores y sufrimientos”21. Es una afirmación clave, “Dios vive en la ciudad” y es una verdad de fe que comprende un lugar teológico para quienes deseamos anunciar y compartir al Resucitado desde la acción misionera de la Iglesia. El documento anima a una “pastoral urbana” que incluya la dinámica de las ciudades, lo cual es necesario para constatar la presencia de Jesús que llama, anima y libera. Consideremos entonces que, siguiendo las líneas de Aparecida y el deseo de una evangelización encarnada, la perícopa final del Evangelio de Mateo es una invitación a la aceptación de la diversidad de donde surgen los nuevos discípulos-misioneros; es especialmente en la ciudad, en la cotidianidad de los pueblos, donde el mensaje de Jesús necesita resonar con más fuerza como el pan de la Palabra que ofrece la Iglesia porque si “no toca las realidades políticas, sociales, económicas de nuestro pueblo, será un pan guardado, y el pan que se guarda no alimenta”22.

Conclusión Para animar una conclusión es necesario hilvanar algunas ideas. Dijimos que la acción histórica de la Iglesia es el modo en que se toma cuerpo, tomar cuerpo es encarnar y esta acción maravillosa se produce en una realidad real, valga la redundancia, que es la vida del pueblo que se hace “Pueblo de Dios” en la marcha de la historia. La Iglesia es el Pueblo de Dios, y siendo Pueblo es que puede hacer un anuncio en salida. Ahora bien, ha sido orientativito en este trabajo la imagen y la palabra de monseñor Romero, para quien encarnar las mociones y orientaciones del Concilio, y el magisterio latinoamericano, le permitió ejercer la profecía y la martiria en una Iglesia salvadoreña que sufría como pueblo todo. Sirven para esta conclusión unas palabras más: “El Reino de Dios está más afuera de las fronteras de la Iglesia y, por lo tanto, la Iglesia aprecia todo aquello que sintoniza con su lucha por implantar el Reino de Dios. Una Iglesia que trata solamente de conservarse pura, incontaminada, eso no sería Iglesia de servicio de Dios a los hombres”23. Estas palabras sirven para dimensionar la vida de la Iglesia como necesariamente en salida, en diálogo y sin “patronato” sobre la vida de los pueblos. Ser una Iglesia de frontera, una posibilidad siempre abierta al diálogo libre y liberador es la respuesta a un mundo de silencios. 20

SOBRINO, JON. Monseñor Romero, testigo de la verdad. Ciudad Nueva. Buenos Aires 2012 p. 31. DA 514. 22 ROMERO, ÓSCAR. Homilía del 19 de agosto de 1979. 23 ROMERO, ÓSCAR. Homilía del 3 de diciembre de 1978. 21

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Romero se hizo Iglesia estando con el pueblo, el pueblo de Romero se hizo Iglesia estando en las luchas. Para nosotros esta es una idea válida y real porque permite formular la fe desde el testimonio genuino y no sólo desde elucubraciones vacías. Reconocer un martirologio propio en las comunidades permite descubrir que la Iglesia se hizo pueblo y pueblo libre desde la valentía de sus miembros. Romero, mártir, nos posibilita vislumbrar que sentir la Iglesia como tarea y misión supone riesgos: hacia fuera, donde las amenazas llueven, y hacia dentro mismo, donde la colegialidad con otros miembros eclesiales le supuso más de un conflicto. Testimonio y libertad como necesario ejercicio de colegialidad, es la palabra que deviene de un sensu populi que transita la historia.

Bibliografía          

CONSEJO MUNDIAL DE IGLESIAS. Perspectivas teológicas sobre la diakonia en el siglo XXI. Sri Lanka 2012. ELLACURÍA, IGNACIO. “La Iglesia de los pobres, sacramento histórico de salvación” en ELLACURÍA, IGNACIO – SOBRINO, JON (Eds) Misterium liberationis II Trotta. Madrid 19942. ESTRADA, JUAN A. Del misterio de la Iglesia al Pueblo de Dios. Sígueme. Salamanca 1988. GUTIÉRREZ, GUSTAVO. ¿Dónde dormirán los pobres? Perú 1999. MAIER, MARTIN. Óscar Romero, mística y lucha por la justicia. Herder. España 2005. PÉREZ DE GUEREÑU, GREGORIO. La Iglesia nuevo Pueblo de Dios. CEP. Perú 1996. QUIROZ MAGAÑA, ÁLVARO. “Eclesiología en la teología de la iberación” en ELLACURÍA, IGNACIO – SOBRINO, JON (Eds) Misterium liberationis I Trotta. Madrid 19942. ROMERO, ÓSCAR. Homilías y Cartas pastorales en http://www.romeroes.com/monsenor-romero-su-pensamiento y en http://servicioskoinonia.org/romero/ SOBRINO, JON. Fuera de los pobres no hay salvación. Trotta. Madrid 20072. SOBRINO, JON. Monseñor Romero, testigo de la verdad. Ciudad Nueva. Buenos Aires 2012.

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