Guerra, servicio y privilegio. La participación de la nobleza en la hueste real castellana en tiempos de Enrique IV Trastamara.

June 28, 2017 | Autor: Hernán Garofalo | Categoría: Edad Media, Nobleza castellana
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Descripción

Guerra, servicio y privilegio. La participación de la nobleza en la hueste real castellana en tiempos de Enrique IV Trastamara.

La nobleza castellana del período trastamarino presenta a todos aquellos interesados en su estudio una diversidad muy notable, hija no sólo de la propia movilidad que ofrece ese sector social (sobre todo, a su interior) como también, y fundamentalmente, por la nueva actitud que la monarquía adoptó hacia ellos desde la llegada de Enrique II al trono, a mediados del siglo XIV y que mantuvieron sus sucesores. La relación monarquía-nobleza (ya que la primera era la fuente de riqueza y poder de la segunda, quien a cambio, la sirve) no puede ser soslayada, ya que los reyes efectivizaron su principalis potestas no sólo por si mismos, sino en íntima unión con aquellos que, armas en mano, formaron su comitiva y siguieron su pendón, en tanto miembros del orden de los bellatores.1 Ahora bien, bajo el gobierno de los últimos Trastamara pero especialmente bajo Enrique IV, esa relación entre el rey y sus nobles sufrió una serie de tensiones que desestabilizaron no sólo a la monarquía y su organización política, sino que además plantearon ciertas redefiniciones respecto a la nobleza y su papel como sostenedores, en tanto grupo cerrado, de la Corona. Creemos que atender a la participación (o no) de los nobles en la hueste real y el cumplimiento de su deber y derecho respecto a la función guerrera, pueden darnos algunos indicios interesantes de esas tensiones y redefiniciones, por lo que abordaremos su estudio sobre la base de la Crónica de Enrique IV de Diego Enríquez del Castillo.

El proyecto político trastamarino y la nobleza

La dinastía Trastamara accedió al trono con ideas bastante definidas respecto a qué lugar asignaría a la nobleza en su “programa” de gobierno. Enrique II, el primero de ellos, se mostró dispuesto a “compartir su poder absoluto con la nobleza, pero con una nobleza nueva que era obra suya”2, ligada a la Corona gracias a una amplia concesión de mercedes y el cumplimiento de una serie de servicios “públicos”, si cabe el término. 1

Sobre este punto, véase DUBY, Georges, Los tres “ordines” o lo imaginario del Feudalismo, Barcelona, Petrel, 1980; KEEN, Maurice, La caballería, Barcelona, Ariel, 1986. 2 GERBET, Marie Claude, Las noblezas españolas en la Edad Media. Siglos XI-XV, Madrid, Alianza, p. 160.

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Este proyecto se benefició de la coyuntura, pues gran parte de los linajes de la alta nobleza del período astur-leonés “se extinguieron antes del último tercio del siglo XIV, o bien, permanecieron a través de las ramas laterales o por la vía de los enlaces matrimoniales”3. También es cierto que los Trastamara, a quienes sólo la victoria había salvado de que se les asigne el título de rebeldes feudales, quizá también necesitaran la articulación estrecha con un “nuevo” sector nobiliario, mucho más ligado a su suerte y su destino. Ahora bien, este calificativo de “nueva” usada por los historiadores para hablar de la nobleza trastamarina no debe llevarnos a cometer el error de creer que el sector nobiliario se vió penetrado por sectores de la más baja condición. Por el contrario, los que accedieron a ella y se transformaron en los Grandes o ricos onbres, por regla general, provenían de los grupos que ya ocupaban altas posiciones en la administración ciudadana, o bien, poseían un patrimonio; lo que los convirtió, en una región tan aristocratizada como Castilla, en las “opciones lógicas” para crear una nobleza adicta a la nueva dinastía, en virtud de un proceso de integración basado en “pertenecer al entorno real, la privanza y ser apreciado tanto por la actuación en el campo de batalla como por las competencias intelectuales y la fidelidad política”4, todos estos, mecanismos que llevaban a conseguir una posición preeminente en los cargos de la monarquía y en la consecución de riquezas. ¿Qué situación crearon, pues, los Trastamara? Nos vemos ante una dualidad monarquía-nobleza, en donde la primera actúa como una distribuidora de riquezas y poder para la segunda, que la retribuye asistiéndola efectivamente en el gobierno a través de los altos cargos de la Corte (en especial, formando parte decisiva pero no exclusiva del Consejo Real, establecido por las Cortes de Valladolid de 1385) y con su servicio en la hueste (regulado por el Ordenamiento de lanzas surgido de las Cortes de Guadalajara de 1390). Ya que nuestro principal interés es indagar los detalles del servicio de hueste, diremos unas palabras más respecto al segundo5. Consistió en el reparto de “lanzas” u hombres de armas a caballo entre la nobleza “nueva”, como una forma de organizar el servicio de una hueste leal a la Corona que complementara los contingentes personales de los señores y las milicias urbanas. El Ordenamiento, además, contemplaba las 3

LADERO QUESADA, Miguel Ángel, Los señores de Andalucía: Investigaciones sobre nobles y señoríos en los siglos XIII-XV, Cádiz, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Cádiz, 1998, p. 20. 4 GERBET, Marie Claude, op. cit., p.173. 5 El detalle de este ordenamiento puede encontrarse en Ibid., pp. 190-191.

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obligaciones de servicio de cada noble al que se le había entregado un conjunto de “lanzas”, como así también por qué medios (léase tierras) la Corona lo ayudaría a mantenerlas. Sobre la base de estos recursos, monarquía y nobleza formaban un conjunto que era el encargado del gobierno, poseedor de la riqueza y el poder en la Castilla bajomedieval, pero un conjunto inestable, pues el poder real se materializaba en buena parte a través del conjunto de nobles a su servicio, linajes que cifraban su lealtad en la redistribución de las riquezas y en el acceso y actitudes personales cotidianas producidas en la privanza del seno de la Corte y el Consejo.

El sistema trastamarino bajo Enrique IV

La relación entre los dos términos de la dualidad ya citada se modificó notablemente bajo este rey (en rigor, databa ya de su padre Juan II y su relación con el todopoderoso Álvaro de Luna) con la introducción de nuevos elementos que llevaron a la tensión intranobiliaria y a sus repercusiones en la Corona. Dentro de estos nuevos elementos se destaca la importancia que cobraron los “criados” y, derivados de ellos, los “favoritos” o “validos”. Concomitantemente, este proceso de individualización de los actores nobiliarios trajo aparejada la conformación de “bandos” o agrupaciones de oposición dentro de los linajes, dirigidos contra ellos o contra quien los había elevado, esto es, el rey o señores de alta influencia. En cuanto a los criados o “paniaguados”, resultan bastante difíciles de rastrear, al menos, hasta que alcanzan altas posiciones. Dentro de esta denominación se engloban domésticos de todo tipo, hombres de armas y servidores. Lo destacado de los criados era que cuanto más elevada era la posición de aquel a quién servían, mayor era su posición propia, al tiempo que su servicio tenía por objeto obtener un sueldo, riquezas u otro tipo de beneficios materiales o de promoción social. El servicio real podía, en este caso, resultar especialmente lucrativo6. Analicemos ahora con más cuidado el servicio de los criados al rey. Si decimos que el criado “comparte” la condición de su señor, ser el criado de un rey ofrece amplias posibilidades de acceso a las esferas de decisión o a la riqueza, si el rey así lo deseaba, tal el ejemplo que muestra la Crónica:

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Véase Ibid., p. 278.

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“… el rrey, viendo los mereçimientos de su mayordomo Beltrán de la Cueva y conosçiendo

los servicios que le hazya syn enojo, pareçio ser convenible

sublimar su persona con título de mayor honrra. E azy, avido su acuerdo con aquellos de su alto Consejo, determinó de le hazer merçed de la villa de Ledesma y darle título de conde (…) después de el, nunca ninguno meresçio ser privado del rrey”7 Un antiguo mayordomo, doméstico de la Casa del Rey, asciende así a los más altos honores, con todo lo que ello implica para el ajuste del sistema de gobierno. O quizá debamos decir desajuste. Si tenemos en cuenta lo ya expuesto de la dualidad monarquía-nobleza de “servicio” o “nueva”, el rey esperaba imponer su programa de supremacía de la Corona con la ayuda de los nobles. Pero es notable como los nobles fueron capaces de colaborar respondiendo a su propio programa, según el cual su actuación como servidores reales legitimaba su proceso de constitución en verdadero sector dominante, teniendo en sus manos los resortes de las decisiones (el Consejo Real), la riqueza (los señoríos, los cargos y los sustanciosos ingresos fijados por arancel para ellos) y la fuerza de coacción (el mando efectivo de la hueste y sus comitivas privadas)8. Es decir, los nobles buscaban controlar el reparto y distribución de los elementos de poder, limitando en el proceso la libertad de acción de la monarquía. Pensemos, pues, en el factor disruptor que implica el encumbramiento de un privado, basado en su contacto directo con el rey (quien por lo general, no dudaba en incorporarlo a su Consejo9) en este sistema, que también redunda en independencia del rey frente a sus nobles. Esta disrupción se canalizó, entre otras formas, a través de los bandos y, a partir de ellos, en la violencia militar. Podríamos definir a los bandos como formas de agrupación políticas que pugnaban por conseguir participar decisivamente en el poder monárquico, asegurando para si el ejercicio de los oficios principales10. Eran asociaciones personales entre los nobles y sus clientelas, de carácter temporal y muy variables de acuerdo a la suerte de la puja política, que solían desactivarse al conseguir su objetivo.

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ENRIQUEZ del CASTILLO, Diego, Crónica de Enrique IV, edición crítica de Aureliano SANCHEZ MARTIN, Valladolid, Universidad de Valladolid, 1994, p. 185. 8 Véase, respecto al “programa” nobiliario, GARCIA VERA, María José, “Poder nobiliario y poder político en la Corte de Enrique IV (1454-1474)”, En la España Medieval, Madrid, 16, 1993, p.226 y ss. 9 ENRIQUEZ del CASTILLO, Diego, Crónica…, op.cit., p. 206. 10 Véase LADERO QUESADA, Miguel Ángel, op.cit., p. 18.

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Bajo el gobierno de Enrique IV, los bandos oponían a aquellos que seguían al rey y sus consejeros principales y a los que, desplazados, perseveraban para volver a ocupar sus puestos11. Dentro del primer grupo, don Beltrán de la Cueva, conde de Ledesma y duque de Albuquerque; su hermano, el obispo de Calahorra (puesto conseguido dada la privanza del primero) y los hombres de la Casa Real, que llevaban la voz cantante. Opuestos a ellos, el marqués de Villena, don Juan de Pacheco (antiguo privado); su hermano don Pedro Girón, maestre de Calatrava y el arzobispo de Toledo, nucleaban a los descontentos y organizaban el bando12. La oposición de los bandos bajo Enrique IV tiene una característica distintiva, pues la confrontación armada se produjo efectivamente. Comenzó con la campaña granadina de un recientemente coronado Enrique, quien reunió su hueste en Córdoba, donde los grandes participaron junto a sus comitivas y los peones, a la vez que los “otros cavalleros del estado”13. El servicio de hueste parece cumplido en todas su reglas, reafirmado por la mención de todos los señores que en el participaron, aún los supuestos opositores. Sin embargo, esta operación guerrera, limitada por la voluntad real a la tala y con la prohibición de presentar batallas campales, genera descontento en cierto número de señores agrupados bajo el liderazgo del maestre de Calatrava y los condes de Alba y Paredes, quienes intentan tomar prisionero al rey para influir sus decisiones; acción que no llegan a realizar14 En este estado de cosas, el rey vuelve a llamar a sus nobles a la campaña del año siguiente, pero exceptúa la presencia personal de ellos si, en su lugar, envía cierto número de hombres de armas15. ¿Una forma de compromiso? ¿Una manera de evitar que el descontento de los grandes hacia su mando generara nuevas situaciones de rebeldía o “falsa deslealtad de vasallos”, como lo cataloga la crónica? Nos inclinamos por esto último, dado que, como sigue la Crónica: “Benido el mes de abril (…) convocadas las gentes de sus rreynos, asy de cavallo como de peones, salvo los grandes que no quiso llamarlos”16 Esto nos muestra un rey que quizá, respecto a sus nobles, toma demasiadas decisiones por si mismo e impide, por ejemplo, la captura de un botín cuantioso en una 11

Véase ENRIQUEZ del CASTILLO, Diego, Crónica, op.cit., p. 207 Ibid., p. 210. Por lo demás, es necesario aclarar la movilidad entre los hombres que formaban los bandos. Al ser temporales y coyunturales, muchos hoy estaban a favor para volverse en contra en la siguiente situación. 13 Ibid., p. 150. 14 Ibid., p. 151. 15 Ibid., p. 152. 16 Ibid., p. 153. 12

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campaña más allá de las parias que terminará pagando el reino de Granada. Es esa “independencia” real la que lo lleva a eximir a los grandes de su deber y privilegio, al tiempo que, para complicar la situación, eleva a ciertos criados de su Casa: “…acordó de sublemar algunos de sus criados y hasellos grandes onbres, porque, ansy hechos e puestos en estados, toviese servidores leales”17 Lo destacado de este hecho es que, entre los cargos que a estos criados entrega, está el de Condestable de Castilla, es decir, el supremo jefe militar sólo por debajo del rey, asignado a don Miguel Lucas d´ Iranzo18. Esto no implica que los grandes hayan sido, para siempre, apartados del servicio de las armas. Si, en cambio, muestra una opción real de inclinar la balanza del poder hacia sectores que, por ser “Su hechura”, por citar una frase de la época, pagasen los dones recibidos con un contradon fundamental: la lealtad (por lo demás, siempre bastante relativa). Pero esto no es todo, pues podemos decir más en un contexto diferente. A partir de 1464, el marqués de Villena y el arzobispo de Toledo, apartados de la privanza real por la cercanía de Beltrán de la Cueva (pues la privanza, sin dudas, busca hacerse exclusiva de una persona y su linaje), se inclinan a la oposición “provocando los grandes a rrevelión y desovidençia del rrey (…) con grandes seguridades para ser juntos contra todas las personas del mundo y, sy fuese menester, contra el rrey”19. Este es un bando en toda regla, donde funciona una lógica feudal pero imperfecta: los acuerdos son contra el “señor natural”, es decir, el rey. No entraremos aquí en los detalles completos de este turbulento período, respecto a los cuales la Crónica se explaya largamente. Si diremos que el rey Enrique debió enfrentar con las armas a los rebeldes luego de la proclamación, en Ávila, de su hermano Alfonso como rey. Lo primero a lo que recurrió el soberano, como es lógico, es a un llamado a los grandes que parecían leales, si bien se vió defraudado, pues buena parte de ellos se mostraron abiertamente en su contra20 . En vista de ello: “…mandó despachar sus cartas por todo el rreyno a todos los estados, notificándoles la gran trayción, e alçado rrey a su hermano, para que viniesen a servir e ayudar a destruyr a los traydores, prometiendo mercedes, exenciones, 17

Ibid., p. 158. Sobre la relevancia de este cargo, véase GARCIA VERA, M.J. y CASTRILLO LLAMAS, M.C., “Nobleza y poder militar en Castilla a fines de la Edad Media”, Medievalismo. Boletín de la Sociedad Española de Estudios Medievales, 3, 1993. 19 ENRIQUEZ del CASTILLO, Diego, Crónica…, op.cit., p. 211-212. 20 Ibid., p. 238. 18

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libertades e franquezas, de tal manera que muy grant parte del rreyno se movió e vinieron muy ganosos a lo servir”21 Lo interesante es que, luego de estas consideraciones bastante indicativas por su llamado general y los múltiples beneficios que promete (verdaderamente “nobles”), el cronista sólo cita a un número reducido de grandes, para explayarse, en igual orden de importancia en su narración, en nombres como Juan Fernández Galindo, capitán general de sus guardias; Alvaro de Mendoza, Garçi Méndez de Badajoz; Alonso Arellano, señor de los Cameros, entre otros; quienes, capacitados por sus recursos para tener “onbres de armas, cavalleros y ginetes”, acuden al servicio real sin ser parte de los llamados “grandes”. Luego, si, destaca al condestable d´Iranzo y pocos más como aquellos que “jamás hizieron mudança”22

Consideraciones finales

En conclusión: ¿qué nos ofrece este panorama? Un recurso, quizá desesperado pero en modo alguno posible de ignorar, a los sectores más bajos o medios del estamento nobiliario al servicio de la hueste real (no por casualidad pueden tener hombres de armas y caballeros a su servicio); un modo de contrabalancear el poder de los grandes, en quienes la Corona había descargado hasta el momento su capacidad guerrera. La mecánica del sistema, con todo, sigue como lo había sido desde el inicio del gobierno de los Trastamara: favorecer el ascenso de ciertos sectores de la nobleza a cambio de riquezas o mercedes, perpetuando la idea de la nobleza de “servicio” y la movilidad hacia el interior del sector. ¿Qué podía impedir que esos nuevos allegados al sector más privilegiado, en tanto grandes desde ese momento, se plegaran con el tiempo al “programa” nobiliario? Nada, y aquí se encuentra el non plus ultra del sistema. O probablemente algo: una monarquía fuerte, que lograra transformarse en indiscutida recuperando lo que, hasta entonces, estaba en manos de los señores. Para esto, habría que esperar a la llegada de los Reyes Católicos.

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Ibid., p. 239. Ibid., pp. 239-256.

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