GRACIAS O A PESAR DE LA ESCUELA: Sobre la Identidad, la Ideología y el Buen Ciudadano

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Descripción


GRACIAS O A PESAR DE LA ESCUELA:
Identidad y Escuela, sobre la Ideología y el Buen ciudadano

Quiero comenzar este escrito con una pregunta clásica, histórica de por sí, tan antigua como el mismo origen del ser humano, fundamental y corriente al mismo tiempo, tan corriente que ha llevado a que el sentido complejo de la misma haya quedado relegada por su repetición. Pregunta en un primer momento sencilla, pero si nos detuviéramos a reflexionar un poco más, su respuesta o respuestas podrían ser inabarcables…
Yo le pregunto a la persona que lee esto ¿Quién es usted?... la respuesta podría ser, en la mayoría de las veces, la predecible lista de descripciones que como sociedad tenemos internalizada. Solo basta preguntarle a un pequeño niño para comprobarlo; te responderá con una retahíla de nombres y apellidos aprendidos sin error y en el mejor de los casos, te mostrará con los dedos cuántos años tiene. En efecto, lo que mucha gente se le pasa por la mente es "Mi nombre es… me llamo… tengo ___ años, mi nacionalidad,.. soy hombre, soy mujer" y si retiráramos en busca de más repuestas podrían hablar del signo zodiacal, el tipo de sangre, la orientación sexual, las características físicas, psicológicas, etc, etc… los "soy" darían cuenta de un sinfín de adjetivos.
¿Quién es usted?.. y para hacerla un poco más íntima la pasaríamos a primera persona del singular "¿Quién soy yo? Las respuestas sin duda alguna, son un cúmulo de sentires, percepciones, ideas transmitidas, ideas compartidas, quizás ideas rebatidas, incluso ideas cuestionadas, que podrían llevar al individuo a lo que conocemos como "crisis de identidad" o "crisis existencial"… el no hallarse, el no saber a ciencia cierta quién se es.
Ahora, cabría la pregunta ¿Quién quisieras ser? La pregunta peca por su caprichosa formulación. ¿Lo que quisiéramos ser es producto de nuestra Unidad o Unicidad? ¿Producto de mis experiencias propias o de la influencia del entorno, de ambas o ninguna?
Vamos más allá, y nos encontramos frente a la mirada del otro, de la sociedad que la llevamos en la cabeza y de la nuestra por supuesto, y preguntamos ¿Quién deberíamos ser?
Para no seguir ahondando, en lo que podríamos llamar "responsabilidades en la construcción de identidad", después de la familia, el aparato social a quién se le atribuye dicho rol viene siendo la Escuela, lo que para nadie es un secreto.
Entonces surge la predecible cuestión, ¿Qué es la escuela?
La Escuela es percibida desde los imaginarios colectivos como un "Lugar a donde vamos a aprender", es determinante en varios ámbito de la vida del ser humano, en el –ámbito afectivo, el ámbito cognitivo, social, personal-…sin lugar a dudas, la Escuela es ese espacio, microcosmos social, a donde vienen a interactuar un número determinado de sujetos con un número indeterminado de experiencias propias, producto de la familia, el entorno y la genético. Lo cual contribuye para bien o para mal en la identidad del sujeto.
Podríamos aquí hablar extensamente sobre el origen mismo de la Escuela, remitirnos a las intenciones ideológicas de quiénes la ayudaron a crear, de la sociedad prusiana, de las similitudes que se le atribuyeron, y siguen atribuyendo, a la producción en masa de sujetos obedientes, con las mismas características de una fábrica; sin embargo, solo basta echar un vistazo al estado actual del sistema educativo para comprobar qué tanto ha cambiado desde sus orígenes.
Y cómo ha venido siendo evidente, o si el lector no ha caído en cuenta, este escrito parece ser más una lista de preguntas que de respuestas, y cómo no, pues bien es sabido por todos que verdades absolutas y finitas no existen, pues al igual que la noción de identidad, ésta es inacabable, siempre mutable y al parecer, siempre relativa, pero "gracias" o "a pesar de"… podríamos llegar a una aproximación, a un consenso entre el lector, la historia, y el autor.
Dicho esto, surgen muchas más preguntas:
¿Podría hablarse una taxonomía de ser humano? ¿Qué tipo de ser humano debería ayudar a construir la escuela? ¿Cómo sería en todas sus dimensiones? ¿Para qué debería ser como debiera ser?
Lo que llevaría a su vez, a preguntarse ¿Quién es el qué enseña? Y ¿Quién es el que aprende? La respuesta aunque predecible, habría que llevarla más allá de lo evidente. ¿Qué tipo de SER HUMANO es el docente? ¿Qué tipo de SER HUMANO es el estudiante, o mejor, el estudioso, el aprehendiente?
El uso de las mayúscula sostenida, tiene por supuesto, una clara intención, no podemos ser ajenos al componente humanístico, pues aquí, la palabra humano no refiere a la condición ontológica del ser humano, más a lo humanista, que es lo que debe imperar antes que el conocimiento, la techné, la autoridad del sujeto que enseña y aprende, sin caer en el debate dialéctico de los dos verbos. ¿Qué tipo de mentalidad, de "humanidad" está detrás del que imparte, instruye, orienta, comparte? Y por ende ¿Qué tipo de mentalidad y de humanidad está detrás del qué escucha, memoriza, estudia, participa, debate, obedece o se rebela?
Qué ideas, qué experiencias, qué traumas, qué emociones, qué ideales, qué posiciones políticas, ideológicas, religiosas, sexuales están detrás de esos ojos, de esos oídos de quién enseña y de quien aprende.
Sin duda alguna, la Escuela no ha sido indiferente para nadie que haya pasado por ella. Como se diría coloquialmente, para bien o para mal, el ser humano y en su conjunto la sociedad, se ha transformado gracias o a pesar de la Escuela.
En ese sentido, hay dos aspectos hasta aquí que hay que articular y tener presente de ahora en adelante: Identidad y Escuela. ¿Cómo afecta la escuela al sujeto en la manera de percibirse a sí mismo y al otro? ¿De qué manera la escuela contribuye a la construcción del ser? ¿Qué tipo de ser humano está creando, reproduciendo la escuela de hoy, de la postmodernidad? Y finalmente y quizás sorpresiva pregunta ¿Es necesaria la Escuela para la construcción del sujeto?
A partir de aquí, empiezan a emerger distintos conceptos que atraviesan lo que llamaría este proceso de construcción del sujeto desde la escuela, conceptos como: la ideología, Nación-Estado, ciudadanía, la moral, lo corporeidad, la política, las relaciones de poder, la historia, las relaciones interpersonales, las mismas emociones.
De todas las anteriores, la ideología es la que podría resumir la mayoría de las mismas. La ideología como sustrato natural y como instrumento eficaz del poder imperante de un momento de la historia en particular, ya sea que se exprese de manera explícita, o implícita, intencionada o no intencionada, siempre está presente en la sociedad y por ende, pesa en la psiquis del sujeto como pesa el mismo cuerpo. Se dice pues, qué no hay cosa más peligrosa y difícil de erradicar que una idea enraizada. Para entender mucho mejor este aspecto, volvemos a la génesis de la escuela. ¿Cómo y porqué se originó la escuela?
Qué intereses existían (o siguen existiendo) en la creación y reproducción de la escuela. Quiénes la conformaron, qué ideales tenían, qué IDEO-LOGÍA le imprimieron.
Sebastián Giménez, en su texto EL QUIEBRE DE LA ESCUELA MODERNA. De la promesa de futuro a la contención social esboza un origen de la escuela ligado al capitalismo:

Es imposible concebir a la escuela sin el capitalismo. La escuela nace para formar a la mano de obra. Su mismo modo de funcionamiento lo atestigua: momentos de trabajo y ocio claramente pautados; acceso al conocimiento graduado; organización rígida del horario escolar. De hecho, una de las funciones de la escuela moderna es el disciplinamiento. (…)La escuela ejercita la disciplina y un principio básico que sostiene es la jerarquía. El docente, el directivo ordena y el alumno obedece, se somete a esa autoridad.

En este extracto, se ve claramente la intención primigenia de la Escuela "Formar a la mano de obra", la ideología estrechamente ligada al sistema económico capitalista, ve al sujeto como un individuo que además de contribuir a la producción en masa del sistema, es un sujeto apaciguado, dominado, obediente, o eufemísticamente "disciplinado". Existe pues una relación de poder de jerarquías, en donde el docente es quien ordena, ostenta la verdad, y el alumno, desprovisto de capacidad de análisis, de rebeldía, y como nos remitiría la misma etimología de la palabra "alumno" desprovisto de toda luz y verdad. Hay entonces un sometimiento total al patrón, en este caso, al docente sin oportunidad alguna a la objeción, al debate. ¿Qué tanto de este modelo sigue existiendo hoy en día en nuestras aulas?


De aquí nos quedaría la sensación, si hemos sido escolarizados, de cuestionarnos en torno a si la Escuela nos ayudó o nos perjudicó. Para comprobarlo, cabría preguntarnos: ¿Qué reacciones le despierta al lector la palabra Escuela?
La Escuela como aparato que sirve al Estado, produce en masa sujetos obedientes, sujetos que le sirven al sistema sin objeción alguna, que ayuda a formar ciudadanos políticamente correctos según la ideología que subyace en dicho Estado. Entonces, existe claramente un vínculo entre dos instituciones rectoras, la Escuela y el Estado. La Escuela como ese filtro que recibe a los ciudadanos en formación, que alimentará los intereses del Estado, el orden y el funcionamiento de las cosas, a imagen y semejanza de los ideales, que pueden ir desde los sociales hasta los económicos. Qué costo ha tenido que pagar el individuo para continuar el sistema imperante. Qué creatividad tuvo que sacrificar, qué ideas tuvieron que ser reprimidas, qué emociones tuvieron que ser deformadas, qué propósitos tuvieron que ser inseminados en la mente de los niños, dentro de las cuatro paredes. A quién le entregarían su vida, a nombre de Jesús, de Mahoma, del presidente, del sistema capitalista, comunista, a los ancestros, a la historia, a los héroes, a los mitos y supersticiones. ¿Qué sería del niño que no fuera escolarizado? ¿Se convertiría en un salvaje? ¿Un indomable, un rebelde? ¿Un estorbo y un inútil bajo la mirada de la sociedad?
¿Contribuye al Escuela a formar seres humanos felices? La respuesta en la mayoría de los casos es no. Sin pensarlo dos veces, hay una ideología que de la mano con una ética, una moral y una relación de poderes en aras a un propósito o propósitos específicos, busca un ideal de hombre, de mujer, de sujeto que se adapte a los intereses del Estado. Entonces en una época, y en una geografía determinada, el sujeto ideal era el devoto, el católico, el converso; en otra era el laico, el ateo, el sujeto producto de la ciencia y no de la superstición. Luego llegó la revolución francesa, y trajo consigo la democracia. Entonces el hombre era un ciudadano con unos derechos y unos deberes. Y ahí el ideal de hombre formado en las Escuelas, era el amor a la patria, a la bandera. Tiempo después, la identidad estaría ligada al sistema económico, a un orden de las cosas, una sociedad. Últimamente el ideal, es un ciudadano del mundo, capaz de hacer frente a los desafíos de la globalización, de la tecnología, en aras del progreso de la Nación. Y en todos los casos anteriores, la sociedad y la ideología siempre ha estado inmiscuida en la manera de concebir y de vivir la realidad de los sujetos. Vuelve de nuevo la pregunta, ¿Qué sería del sujeto sin la Escuela? En realidad ¿Sería un salvaje? Aquel que no se adapte, el desobediente, el rebelde, el incapaz, el retrasado, el diferente, el inválido, el desviado, el iletrado, el analfabeta, el revolucionario, sería marginado, excluido. ¿A qué le teme la ideología? ¿A qué le teme la sociedad?
Surge entonces, aquello que con sangre, sudor y lágrimas se ha ido recuperando poco a poco, la libertad. La libertad del sujeto para pensar por sí mismo como diría Kant. La libertad del sujeto para vivir la vida que quiere vivir, sin condicionamientos de ningún tipo, ni presiones de ninguna comunidad, familia, Escuela, Nación o Iglesia. Un ser emancipado en búsqueda de su propio identidad. La Escuela entonces es un instrumento para la dominación… o podría ser un instrumento para la emancipación, pero, de qué manera?
¿Cómo podría el ser humano emanciparse? El primer paso, casi como si se tratara de un ritual de paso, sería la auto-observación libre de todo prejuicio, de todo condicionamiento y de todo miedo también, ¡menuda tarea! Cuantas creencias, cuantos mitos, cuantos pensamientos, cuantas ideas se han inseminado en la psiquis del individuo, al punto que éstos vienen a dominar al individuo para convertirlo en su súbdito. El individuo no ve más allá, hay una barrera que le ha impuesto la sociedad de la mano de la Escuela, y aún sabiendo el origen de la desgracia y al insatisfacción humana, el miedo radica en perderlo todo, renunciar a todo, y verse perdido, cuando todo se ha echado por la borda. Si dejo de creer en Dios, si dejo de llamarme como me llamo, si dejo de amar a mi país, si dejo de creer en esto y en lo otro, entonces ¿Qué tipo de ser humano sería?
La sociedad se ha inmiscuido a tal grado, que la llevamos a todas parte, como una sombra. Está en la mente misma. Y entonces, la luz podría venir del niño, de la niña. Llevamos a los niños a la Escuela para que maten su felicidad y su creatividad. Los niños, esos seres aún sin doblegar, sin moldear, llevan la divinidad y la claridad en sus ojos. Tendremos que volver a conectarnos con la realidad, con la mente de un niño que todo lo pregunta, todo lo cuestiona y que no deja de asombrarse. Un niño que aún no se identifica con un partido político, con un equipo de fútbol, con una religión, con un país del cual sentirse orgulloso, con una orientación sexual del cual sentirse avergonzado o presumido, si es feo o si es bonito, si es inteligente o es bruto. El niño y la niña es la representación misma de la naturaleza que aún no ha sido encauzada para que sirvan a los intereses de la ideología del momento… hasta que son llevados a la Escuela. Pero entonces, ¿Habríamos de prescindir de la Escuela para los niños? Sin duda alguna, la realidad y la sociedad actual es una, y no puede ser modificada a criterio de un solo individuo. El niño necesita pues, defenderse, saber moverse dentro del sistema, saber decodificar letras, saber sumar, saber hablar, saber comportarse, amar o al menos pretender amar a su país. Pero por otro lado, los adultos, la Escuela, los docentes, deberían ayudar al niño y a la niña a descubrir su propia y verdadera humanidad, a rehacer su vínculo con el universo, con la esencia que se olvidó a tal punto que aún dudamos y nos reírnos de que dicho vinculo exista o haya existido y lo vemos como cosa de hippies o simplemente como una inoficiosa labor.
El niño debe ver la gama de posibilidades que le ofrece la vida, y el padre, la madre y el maestro deben estar ahí para proporcionárselas sin ningún tipo de chantaje emocional, ni de presión o condicionamiento social, ni llevado por el miedo ni por el ego. El niño debe florecer como lo que realmente es. Las generaciones vienen transmitiendo a sus descendientes no solo su genética, si no todos sus problemas y frustraciones también, el padre desea entonces que su hijo sea el médico que él no pudo ser, la madre desea que se case con un ciudadano que le dé buena reputación y que sea estudiado. La sociedad, al igual que la familia, ha engendrado a sus ciudadanos gracias a la ideología, la procreación biológica llevada al plano de las ideas.
Debe haber un quiebre, una ruptura entre lo viejo y lo nuevo.
Sí, ciertamente alguien podría decir que la Ciencia, que se llevó a las aulas, hizo progresar y mejoró las condiciones de vida de las personas. Sí. Pero mejores condiciones de vida son una cosa, y la felicidad es otra. La identidad social es una cosa, y la verdadera esencia humana es otra. El primer viaje a la luna hecha por el hombre, la bombilla eléctrica, el computador, la televisión, el carro, el avión, la imprenta, al parecer no han hecho un hombre más feliz ni le han ayudado a encontrase a sí mismo.
También podría decirse que la moral y la ética, que se llevó a las aulas también, han hecho un hombre correcto, libre de vicios y adicciones, procurando llevar una vida políticamente "normal" y "correcta" en nombre de Dios, del presidente, del pastor, de la madre o del padre, del círculo de amigos, o de quien sea. Pero la bomba atómica en Hiroshima, las dos guerras mundiales, que no fueron dos sino que han sido miles a través de los siglos, y ni siquiera el siglo de las luces, han dado un hombre que viviendo su libertad plenamente sepa respetar la libertad del otro. Parece que todo se tratase más bien de una lucha constante para la represión de la biología siempre latente, ya sea por medio de la religión o de la política, con miedos infundados.
Entonces, nos regalan una idea de cómo es el estudiante ideal y el maestro ideal, y por ende, de una sociedad ideal. Pero este "ideal" no es más que una ilusión. No se requiere lo ideal, se requiere lo real. La auténtica verdad del ser humano. Y la Escuela ciertamente no ha logrado ni lo uno ni lo otro. ¿Por qué?
El nacimiento del Nuevo Hombre, como siempre se ha vaticinado al igual que el regreso del mesías, no ha sucedido aún. Sociólogos, antropólogos, psicólogos, políticos, maestros, siguen apostándole a un cambio social, en colectivo para una transformación de la situación actual, que ha hecho que recalentemos el planeta, asesinemos animales, produzcamos desechos, provoquemos guerras, a la final, que suframos.
El cambio debe comenzar por lo contrario, desde el mismo individuo. Así como la familia es el núcleo de la sociedad, el individuo es el núcleo de la familia y por ende, de la misma sociedad. La auto-observación y el auto-reconocimiento deben ayudar a limpiar el polvo de nuestros ojos, a sacar la basura ideológica de nuestras mentes, a callar la voz de los prejuicios y creencias hábilmente sembradas en nuestros espíritus. El sujeto-observador, deberá descubrir el momento previo en el que el niño lo hicieron convertirse en un ciudadano útil para la sociedad. Deberá descubrir sin arrepentimiento, miedo o asco alguno, el preciso momento en el que le asesinaron su felicidad, y junto con ella, toda su creatividad y asombro por la vida. En el que le asesinaron su verdadera identidad, para suplantarle, para prestarle una identidad deformada de manera sutil y sin que se diera cuenta.
El sujeto-observador deberá volver a sus raíces y, qué bueno que la Escuela sirviera para tal propósito. Pero de nada sirve las intenciones, si no son los mismos maestros los que se observaran a sí mismos. Quienes entre todos los profesionales, de todas las esferas de la sociedad, son los que más responsabilidad y más poder tienen en sus manos.
Pero nuestros maestros han estado aletargados, y al mismo tiempo, han sido aleccionados y su identidad ha sido suplantada. Son seres tristes, grises, histéricos, repetitivos e incluso esquizofrénicos, que cobran un sueldo, que no aman lo que hacen, que tuvieron que memorizas, repetir, obedecer, respetar y nunca cuestionar.
El maestro tiene tanto que aprender de sus más jóvenes estudiantes… Los niños son una fuente inagotable de verdades re-descubiertas, su identidad aún no se ha atado lo suficiente a un interés colectivo. Ni siquiera sienten vergüenza de la desnudez de sus cuerpos. Y todo esto porque el ego, lo que subyace a toda ideología, sociedad, partido político y religión no se ha florecido del todo. El sujeto entonces es un sujeto-observador-testigo, se valora no desde su ego ni la mirada ajena, sino desde su auto-estima y su vínculo con el universo y con la vida, su autenticidad no tendría porqué tener un valor monetario, una utilidad técnica o industrial, ni servir a una Nación.
Las Escuelas no se interesan en la vida auténtica de sus estudiantes, pero decir Escuela, es decir todo y nada, Qué es la Escuela, sino es la misma sociedad, empezando por los maestros. Entonces, no ha habido docentes lo suficientemente valientes para recabar en la historia auténtica de sus niños, hacen caso omiso a sus experiencias cotidianas, descubrimientos empíricos, castiga severamente el error, la desobediencia. Ni los intereses, ni los gustos, de los niños han sido importantes. El profesor parece no interesarle la opinión o la manera de razonar del infante. Los docentes no solo carecen de valor, sino que viven como zombis, siento idiotas útiles al sistema que a su vez también los reprimió, los utilizó y los sigue utilizando ahora desde la otra orilla.
El maestro no del mañana sino del ahora, será quien deba tomar las riendas de su vida, eliminar los prejuicios y condicionamientos con los que eufemísticamente fue educado, cuando en realidad fue alineado, y auto-observarse, para así liberarse de las mentiras que lo han tenido sometido y lo han vuelto un ser inconsciente frente a la vida y frente al asombro de los niños, y lo han vuelto útiles a un sistema que degrada al individuo.
Dejar ser, debe ser la consigna en las Escuelas. Pero no un dejar ser en donde el docente no encuentre su lugar, su rol, y naturalmente la Escuela. Ciertamente un niño desconoce cómo vivir en un mundo lleno de leyes, el intercambio monetario y los progresos. El niño deberá aprender lo que siempre han aprendido los niños hace siglos, para poder sobrevivir en esta sociedad. Pero también le deben devolver lo que también hace siglos le han quitado y ha perdido, su libertad, su rebeldía, su propia manera de pensar. La Escuela debería no solo enseñar las matemáticas, la gramática, si no lo más importante, debería "enseñar" a vivir mejor, a aceptar la diferencia, a no dejar morir, si no por lo contrario, a potenciar su asombro y su enamoramiento por el descubrimiento. Le debería enseñar a meditar y a no tenerle miedo a la muerte, a saber que la vida es finita y que cada paso debe ir hacia la búsqueda de sí mismo.
Las respuestas, al igual que la identidad, fluyen y están en constante cambio. Las repuestas por lo tanto obedecerán por un lado, a un momento y tiempo específico de los estudiantes y del docente; y por el otro, al igual que pasa con la identidad, de la interacción de nuestras propias experiencias con los documentos, que a larga son las experiencias de "unos muchos otros" que se han preguntado lo mismo. La interacción no solo de experiencias y documentos, vídeos, etc.. si no del mismo entorno, de la misma realidad, del contacto con la misma sociedad inmediata.
En vista del deteriorado y degrado sistema educativo actual, se hace necesario pues, cambiar las estructuras mentales del individuo, para cambiar las estructuras sociales. ¿Cómo se realiza esto? Antes que nada, con un trabajo juicioso de AUTO-Observación.
Auto-observación, auto-percepción, auto-aceptación, auto-estima, auto-biografía, son escalones obligatorios en el proceso de desaprender para re-aprender, bajo la luz de la Auto-nomía del pensamiento y limpio de todo prejuicio o condicionamiento.
Sin lugar a dudas, como se querido evidenciar, la ideología es la suplantación de toda identidad en el individuo escolarizado, que obedeciendo a unos intereses políticos, religiosos, económicos del poder imperante del momento, es el que perpetúa ese sistema de valores y creencias que ha sido nociva para el nacimiento del muchas veces llamado "Hombre nuevo". Se hace necesario entonces, seguir ahondando en el complejo e interesante proceso del auto-reconocimiento como ser humano, el cual debería incluirse en todo currículo y ser parte integral, no solo de todo maestro, sino también de todo sujeto aprehendiente.
Sebastián Leal

BIBLIOGRAFÍA

GIMÉNEZ, Sebastián (2012). El quiebre de la escuela moderna. De la promesa de futuro a la contención social. Margen Nº 65.

OSHO (1999). El libro del niño: Una visión revolucionario de la Educación Infantil. Editorial Debates, Madrid.

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