Giros, rupturas y reorientaciones en la filosofía contemporánea

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Descripción

El siglo XX comenzó con una dispersión de problemáticas y corrientes filosóficas que ya no podían ser encauzadas en torno de una disputa entre sistemas sucesivos como en la modernidad. Los tres maestros de la sospecha –Marx, Nietzsche y Freud– habían introducido, hacia fines del siglo precedente, cesuras que ya no podían suturarse en relación con el papel fundante del sujeto y la transparencia de la conciencia. Sin embargo, la filosofía contemporánea no es pura diseminación, en la medida en que se produjeron “giros” que aunque se originaron en determinados enfoques alcanzaron e impactaron en las más diversas perspectivas filosóficas en la segunda mitad del siglo pasado. De este modo, el giro lingüístico y el giro hermenéutico se volvieron puntos de referencia insoslayables del filosofar contemporáneo. Estos giros conllevaron a su vez a un descentramiento del sujeto que empezó a ser abordado en su inmersión en el mundo y en la historicidad –Heidegger– así como en las tramas de poder y dominación que lo constituyen –Benjamin y la tradición crítica en sentido amplio–. La Segunda Guerra Mundial y los campos de concentración y exterminio llevaron a una radicalización de la crítica a la tradición filosófica respecto de sus omisiones y posibles contribuciones al nefasto derrotero del siglo XX. Se produjo de este modo una ruptura de la tradición que se mostraba impotente para comprender los terribles acontecimientos. Así por ejemplo, Arendt advierte que la dominación totalitaria no podía reducirse a las formas de dominación precedentes y que los crímenes cometidos en los campos no podían ser concebidos con la tipificación de delitos existentes hasta ese entonces. Por su parte, Horkheimer y Adorno sitúan a la Ilustración en el banquillo de los acusados e indagan las implicancias de la lógica totalizadora del conocimiento en el advenimiento del nazismo. Este cuestionamiento de la modernidad marca las limitaciones de un horizonte filosófico que requiere ser rebasado.  Este movimiento se produce hacia fines de los años setenta y comienzo de los ochenta, con la irrupción de la denominada posmodernidad y la reorientación de las problemáticas filosóficas que ella trae consigo. Así, Foucault nos muestra que las instituciones modernas –escuelas, hospitales, fábricas, prisiones– en lugar de conducir a la emancipación de los individuos, resultan disciplinadoras y constitutivas del tipo de subjetividad requerido por la sociedad y por la forma de producción capitalista. En tanto que Lyotard proclama la caída de los grandes relatos legitimatorios de la modernidad –relato emancipador y relato especulativo–, para dar lugar a una pluralidad agonística de juegos de lenguaje que ponen de manifiesto el carácter dinámico y voluble de los lazos sociales. Frente a estas posiciones, Habermas advierte que la modernidad constituye un proyecto inacabado, que resulta en cierta medida necesario recuperar. De este modo, frente a la colonización del mundo de la vida, sería preciso afianzar la racionalidad comunicativa y ponerle coto al avance de la racionalidad instrumental. En cualquier caso, clausurado o no el ciclo de la modernidad, el derrotero de la filosofía nos enfrenta en la actualidad a formas más complejas de concebirnos a nosotros mismos –discursivamente y en situación– en un mundo compartido signado por el conflicto. Esta conflictividad social irreductible no constituye, no obstante, una limitación a ser superada –como en la filosofía política moderna– sino, por el contrario, una fuerza dinamizadora que asegura la innovación e impide la clausura de las instituciones estabilizadora del mundo común. De este modo, se ha desplazado el problema de la fundación/fundamentación desde la dicotomía que oponía los fundamentos absolutos y la carencia absoluta de fundamentos, hacia un horizonte posfundacional, en donde se asume la tematización de los fundamentos pero en su provisionalidad y contingencia.
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