Georges Valois: fascistización, larga duración, cambio generacional y táctica coyuntural.docx

June 1, 2017 | Autor: Joan Pubill | Categoría: Fascism, Counterrevolution, Georges Valois, French Fascism, Action Française, Fascistization
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Esta comunicación está vinculada al proyecto de investigación, "Culturas políticas, movilización y violencia en España, 1930-1950" (Ministerio de Economía y Competitividad, HAR2014-53498-P), forma parte del proyecto de tesis doctoral del autor y está financiada por el programa de becas FI-DGR del Departament d'Ensenyament de la Generalitat de Cataluña.
Philippe BURRIN (1986): 11-25.
Steven FORTI (2014).
Zeev STERNHELL (1995): 20.
Zeev STERNHELL (1983): 20-21.
Christophe PROCHASSON (1994): 60.
Georges VALOIS (1924): 80.
Georges-Henri SOUTOU (2000): 846-850 y Zeev STERNHELL (1978): 402.
Michel WINOCK (1989): 24.
George L. MOSSE (1999).
Betrand TAITHE (2001): 97.
Ernst NOLTE (1971).
Karl MANHEIM (1952) [1927/28]: 292.
José ORTEGA GASSET (1966) [1923]:7.
Claude DIGEON (1992) [1957]: 6.
Édouard BERTH (1924): 243.
Victor NGUYEN (1991): 839.
Robert WOHL (1979): 5.
Ver: Charles PÉGUY (1910): 172-173 y Georges SOREL (1911): 15 y 18. Para un mayor conocimiento sobre la evolución del proceso en el caso, el afer, la mística y los desengaños, ver: Ivan STRENSKI (2002): 95-131.
Georges VALOIS (1921): 145.
«Liberté intégrale, donc l'anarchie, afin que les biens de l'esprit ne soient pas monopolisés par ceux qui en font un instrument de richesse et de domination». En Georges VALOIS (1921): 100-101.
Georges VALOIS (1921): 149.
Como diría: «Je connus que, si j'avais désappris ma nationalité, je portais dans ma chair mon nom de Français». En Georges VALOIS (1921): 186.
«En face de ce socialisme bruyant, bavard et menteur qui est exploité par les ambitieux de tout calibre, qui amuse quelques farceurs et qu'admirent les décadents, se dresse le syndicalisme révolutionnaire qui s'efforce, au contraire, de ne rien laisser dans l'indécision». En Georges SOREL (1910): 160.
Georges VALOIS (1921): 206.
Georges VALOIS (1921): 238.
Georges VALOIS (1921): 217. Pese a lo que cuenta en sus memorias, un informe policial elaborado en 1897 lo calificaba de ferviente anticlerical. Apunte en Robert SOUCY (1989): 195.
Georges VALOIS (1927): xvi-xvii. Esta explicación ve dada tras la ruptura con Maurras y la fundación de Le Faisceau, y contrasta con la versión del ingreso que da en D'un siècle à l'autre.
Richard GRIFFITH (1966): 123 y 225. Estudios más recientes han seguido esta línea de investigación: Fréderic GUGELOT (1998).
Ver: Hervé SERRY (2004).
Henri MASSIS y Alfred de TARDE [Agathon] (1913) [1912]: 31-32.
Georges VALOIS (1906): 101-102.
Georges VALOIS (1906): 60.
Allen DOUGLAS (1992): 12-13.
Georges VALOIS (1921): 198-200.
Georges VALOIS (1913): 11-14.
Jacques PRÉVOTAT (2001): 124-125.
Michel PRAT (1992): 25.
Jean-Marie MAYEUR (1984): 216.
Thomas ROMAN (2002): 177.
George VALOIS (1921): 273.
Georges VALOIS (1919): 114.
Henri MASSIS (1937): 182.
Georges VALOIS (1924): 297.
Yves GUCHET (1965): 1127-1128.
Robert SOUCY (1989): 226.
Allen DOUGLAS (1992): 55.
Georges VALOIS (1927): 197.
Georges VALOIS (1922): 33.
Georges VALOIS (1922): 68-69 y 70-71.
Olivier DARD (2008): 149.
Eugen WEBER (1962): 207.
«On ne trouverait personne pour abattre un adversaire à coup de revolver par surprise». En Georges VALOIS (1928): 99.
Georges VALOIS (1928): 57.
Citado en Yves GUCHET (2001): 185.
Georges VALOIS (1928): 158 y 143.
Georges VALOIS (1922): 10.
Georges VALOIS (1919): 35.
Jules LEVEY (1973): 283.
Georges VALOIS (1924): 151-152.
Georges VALOIS (1924): 177.
Georges VALOIS (1926): 17.
Eugen WEBER (1962): 209.
Yves GUCHET (1965):1131.
Zeev STERNHELL (1976): 9-10.
Allen DOUGLAS (1992): 77 y 88.
Paul SÉRANT (1978): 26-27.
Georges VALOIS (1928): 182.
Allen DOUGLAS (1992): 84-86.
Zeev STERNHELL (1976): 8.
Michel WINOCK (2004): 19.
Zeev STERNHELL (1978): 406.
Georges VALOIS (1927): 6.
Jean-Claude DROUIN (1995): 121.
Georges VALOIS (1909): 311-312.
Georges VALOIS (1924): 51.
Pierre CITTI (1987): 94.
Sergio ROMANO (1981): 97.
Raoul GIRARDET (1955): 530.
Ernst NOLTE (1969): 82 y Robert SOUCY(1989): 16.
René REMOND (1963): 177 y 224.
Jules LEVEY (1973): 279 y 303.
Robert SOUCY (1995).
Para una mayor comprensión de la tesis de la fascistización, ver el primer capítulo de Ferran GALLEGO MARGALEF (2014): 39-41, quién radiografía los procesos de fascistización y la emergencia del fascismo en España, Francia, Italia y Alemania de una forma panorámica y comparada.
Larga duración, cambios generacionales y tácticas coyunturales en el proceso de fascistización. El caso de Georges Valois.

Joan Pubill Brugués
Universitat Autònoma de Barcelona

La singularidad de la trayectoria política de Georges-Alfred Gressent (1878 – 1945), fundador de Le Faisceau, puede resultar poco singular después de conocer su formación política y su posterior maduración intelectual. Porque las trayectorias de los inconformistas, como es su caso, si bien tienden a virar, a dar vueltas, siempre lo hacen sobre un mismo polo, sin llegar nunca a abandonarlo. Esto les diferencia de los simples tránsfugas. Tomando en cuenta la coherencia existente en el pensamiento de los inconformistas, examinaremos el hilo conductor la trayectoria intelectual de este político francés, más conocido por su seudónimo Georges Valois, que podríamos dividir en cuatro grandes etapas:
La militancia inicial: su formación primigenia a la luz del republicanismo oportunista de su abuelo y el paso hacia un anarquismo ecléctico y meritocrático.
El traspaso al campo de la extrema derecha tras el ingreso en Action Française y la adopción del pseudónimo Georges Valois en una explícita referencia a la dinastía francesa.
La ruptura con Maurras y la fundación de Le Faisceau.
El posterior giro radical que le llevaría de nuevo hasta posturas del sindicalismo revolucionario próximos a los del comunismo.
En la presente comunicación, se abordarán las tres primeras fases en la politización de Gressent, las cuales abarcan su viraje de la izquierda a la derecha, tomando como fechas clave 1906 y 1925. Sin embargo, nuestro análisis va a diferir los planteamientos propuestos por Philippe Burrin, quien postula que este giro intelectual se debe a la existencia de unas pasarelas a través de las cuales trayectorias políticas socialistas, republicanas y comunistas pueden desembocar en un campo magnético entendido como fascismo. Un filón que recientemente ha proseguido Steven Forti al estudiar el transfuguismo de la izquierda hacia el fascismo. Pese a la existencia, en algunos casos, de estos vasos comunicantes entre izquierda y derecha, advertidos acertadamente por estos historiadores, el caso de Georges Valois sugiere todo lo contrario: su maduración intelectual y, por tanto, su proceso de fascistización, se produjo durante su militancia activa dentro de una formación de extrema derecha, nacionalista integral y contrarrevolucionaria, después de su conversión a la derecha radical.
Propuesta metodológica. Una mirada panorámica a un fenómeno histórico
El objetivo de nuestro análisis será subrayar la importancia del tiempo en la formación de los fenómenos históricos, haciendo especial hincapié en la elaboración de la cultura política fascista francesa como alternativa al sistema liberal y parlamentario de la Tercera República. Porque los procesos llevan su tiempo. Se forjan y se fraguan a fuego lento, galvanizándose en circunstancias concretas, y esto a veces sucede abruptamente. Por esta razón, analizaremos la formación de la experiencia fascista teniendo en cuenta que se trató de un proceso de larga duración, cuyos orígenes se pueden remontar a la primera crisis del liberalismo en 1870-1880 y cuyo final no llegaría hasta la derrota militar de 1945. De este modo, como defendió Sternhell, el fascismo sería la expresión de esa búsqueda para configurar una tercera vía entre liberalismo y revolución marxista: «Le fait que l'idée de la troisième voie englobe le fascisme montre bien que loin d'être une aberration, ou un accident comme le voulait Croce, le fascisme fait partie intégrale de l'histoire européenne». Si la década de 1880 resultó capital porque «sans laquelle le fascisme n'aurait jamais été capable de prendre corps», no es menos cierto que desde la crisis del liberalismo clásico en 1870 las sociedades europeas experimentaron un proceso de larga duración para adecuarse a la modernidad. El «il nous semble que nous sommes exilés chez nos contemporains» de los hermanos Goncourt ilustra bien esa incomodidad de muchos sectores pertenecientes a culturas políticas de la derecha que comenzaron a sentirse superados por los cambios y transformaciones acarreadas por el proceso de modernización. En medio de este espíritu de decadencia del estado burgués, Valois ofreció una alternativa a las diferentes burguesías: un proyecto obrero que dinamizase la nación.
Este continuum en el análisis no implica asumir una visión teleológica de los sucesos históricos, ni mucho menos. Es importante abordar las coyunturas, el contexto próximo, comprender los procesos como si de un cardiograma con sus fluctuaciones se tratara. Algunas discusiones acerca de la naturaleza de la conflagración de 1914-1918 pueden arrojar nueva luz a la problemática de los orígenes del fascismo. Por un lado, cabría mencionar el debate acerca de la idoneidad de comprender la Gran Guerra como una ruptura con el mundo decimonónico. Frente a opiniones como las de Georges-Henri Soutou, para quien la conflagración fue una cesura con el orden europeo anterior, Sternhell advirtió que la guerra no dinamitó la herencia ideológica que le precedía. En medio de estas dos posturas, la propuesta de Michel Winock se erige en aras a un consenso que se amolda a los planteamientos del presente trabajo: la generación que sufrió la mortalidad hizo examen de consciencia tras las masacres inauditas. Sin embargo, ni tras los armisticios ni el Tratado de Versalles la sensación de decadencia que se arrastraba tras la crisis finisecular se diluyó. Más bien, todo lo contrario: la impresión de vivir en un mundo caduco perduraría hasta los años 30.
Otro hilo que nos proponemos revisar es la teoría de la brutalización propugnada por George L. Mosse. Estudios recientas han sacado a relucir que la crisis del liberalismo, así como las duras represiones, la violencia cotidiana y la inseguridad social, se remontan en el mismo siglo XIX. Betrand Taithe ha puesto de relieve que la brutalidad ya estaba presente en la mismísima fundación de la Tercera República tras el aniquilamiento de los communards. De hecho, la violencia cristalizaría en un discurso antiliberal y de agitación antiparlamentaria mucho antes de la fundación de los fasci de combattimento y de la debacle en el seno del mundo liberal que Ernst Nolte examinó como consecuencia de la Gran Guerra.
En consecuencia, la pregunta que se deduce es la siguiente: ¿Cómo poner en práctica una visión de larga duración que se adapte a las sinuosidades de las coyunturas y tenga en consideración los puntos anteriormente mencionados? Para ello, resulta muy útil el trabajo teorético y metodológico de Karl Manheim acerca de los cambios generacionales. El sociólogo húngaro propuso abordar el cambio generacional como una herramienta interpretativa que sirviesen de contrapunto a los análisis de clase marxistas. Mediante esta nueva forma de abordar los procesos sociales desde una perspectiva generacional, Manheim dedujo unos puntos que sirven de guía para comprender la interrelación generacional y así examinar mejor su encaje en los fenómenos sociales, culturales o políticos: entender la emergencia de nuevos actores; la desaparición de otros integrantes; el hecho que los miembros de una generación solo pueden participar en un proceso por un período limitado de tiempo por lo que, a raíz de ello, es necesario transmitir el legado cultural acumulado; y que la transmisión generacional no cesa nunca. Esas premisas que sustentan su teoría del análisis generacional resultan especialmente atractivas cuando se quiere diseccionar transformaciones de largo plazo sin caer en paradigmas que simplifiquen u omitan los matices de perspectiva intergeneracionales. Esto significa comprender las discrepancias dentro de una misma generación como algo natural e inocuo. Ortega y Gasset ya advirtió que «dentro de ese marco de identidad pueden ser los individuos del más diverso temple, hasta el punto de que, habiendo de vivir los unos junto a los otros, a fuer de contemporáneos, se sienten a veces como antagonismos».
Los trabajos historiográficos que han incorporado esta visión generacional no son pocos y han dado muestras de obtener unos resultados, como mínimo, reveladores. Por ejemplo, la magnífica radiografía de Claude Digeon acerca de la pervivencia del trauma de Sedan en la memoria colectiva francesa es una excelente muestra de la aplicación del estudio generacional a un proceso histórico de difícil delimitación: el de las narrativas nacionalistas surgidas tras 1870. En el campo de la biografía, rastreando genealógicamente las ideas de Charles Maurras antes de convertirse en el «dictateur spirituel» de Action Française (AF), tal y como lo llegaría a definir Édouard Berth en 1923, Victor Nguyen puso en relieve las divergencias en la atribución de significado a conceptos como descentralización, fruto precisamente del cambio generacional. Otro estudio ilustrativo es la titánica obra de Robert Wohl sobre la generación de 1914, elaborada desde una perspectiva transnacional y con una clara voluntad holística. En ese vasto compendio de ideas, valores e interconexiones, Wohl mostró que una generación histórica no nace, sino que se crea.
Con todas estas referencias y presupuestos metodológicos y teóricos en mente, trataremos de aplicar el doble enfoque temporal (larga durada y cambio generacional) a la trayectoria de Valois para ver cómo la experiencia individual, incardinada en su contexto sociopolítico, cultural y económico, puede servir de herramienta para deshacer los nudos históricos relativos a la formación del formación.
La fascistización de Valois. ¿Dos rupturas, dos coyunturas?
El giro radical de Georges Valois, por así decirlo, vino marcado por dos decisiones: su conversión al catolicismo y al monarquismo de la mano de Action Française y la posterior ruptura con la formación nacionalista. Su entrega a la causa maurrassiana no fue una desviación fortuita, un accidente, sino una experiencia que discurrió en paralelo junto con la de otros antiguos dreyfusards como Charles Péguy o Georges Sorel. Tal y como él mismo dejó por escrito en D'un siècle à l'autre (1921), la razón tras el viraje fue el desengaño que sufrió tras del desenlace del caso Dreyfus: quedó desalentado en ver cómo líderes exaltados y revolucionarios, una vez en la poltrona institucional, metían la revolución en el congelador. Además, en su crisis política afloraron los viejos fantasmas de la infancia, aquellos que le hicieron ver que el sistema escolar republicano solamente abría las puertas a una burguesía que amaba las ciencias con el fin último de ganar dinero, mientras se llenaba la boca de una libertad de oportunidades que estaba limitada a sus intereses. Al darse cuenta entre el abisal sendero que separaba discurso y realidad, volteó los principios sobre libertad e igualdad y pasó a contemplar el anarquismo como el verdadero garante de los valores que decían defender los republicanos oportunistas.
El punto de inflexión en la reconsideración de su identidad política vino tras ser llamado para el servicio militar en el 46 regimiento de infantería en la caserna de Fontainebleau en 1900. Allí descubrió que, frente a sus viejas creencias antimilitaristas, «[La discipline militaire] laisse un home maître de soi absolument libre de son esprit». La culminación del viraje tuvo lugar fuera de Francia. Por un lado, en Suiza, donde pasó el Año Nuevo de 1901, unos relojeros y un inspector agrario helvéticos le hicieron darse cuenta que, a diferencia de su país alpino, Francia no necesitaba una república porque era una potencia con enemigos que le disputaban la hegemonía. Además, le hicieron notar que el caso Dreyfus dejó la nación francesa herida de gravedad. Por el otro lado, fue en su estancia en el país de los zares como preceptor donde se percató de su condición de francés tras el impacto que le causó esa tierra revolucionaria, a medio camino entre Occidente y Asia. Las lecturas asiduas de la obra barressiana ahondaron su sensación de desarrelamiento y de alteridad en una tierra que le era desconocida.
De vuelta a París en 1903, empezó a trabajar en Armand Colin. Un año después, se encargó de organizar su primera experiencia sindical en la misma maison d'édition, la cual encontró decepcionante. Sus referentes organizativos fueron Pierre-Joseph Proudhon y Georges Sorel. Pese a sentir preferencia por aquél entonces por Proudhon, ya consideraba las propuestas vitalistas de Sorel un modelo de referencia contra el aburguesamiento del socialismo parlamentario y la decadencia republicana hasta el punto que compartiría las inquietudes que el sindicalista revolucionario expondría años más tarde en las Réflexions sur la violence (1908). Las conclusiones a las que llegó después de la experiencia sindical fueron que su jefe, Max Leclerc, pese a ser un republicano arquetípico, no era un capitalista reaccionario, sino alguien cuya función era estar al frente de una empresa para evitar la lucha de todos contra todos. Gressent traspasaría en el plano económico la formación adquirida en Fontainebleau de disciplina, orden, jerarquía, repudiando incluso la igualdad democrática defendida por los sindicatos como consecuencia de su militancia en el dreyfusismo.
Con veinticinco años, Gressent culminó el proceso reflexión que emprendió en las estepas rusas abrazando abiertamente la religión y la monarquía como opciones verdaderamente alternativas a la Tercera República. La publicación de L'homme qui vient: philosophie de l'autorité (1906), que sería publicado con la ayuda de Charles Maurras por recomendación de Paul Bourget, representa el paso definitivo hacia un nuevo ángulo desde donde atacar la decadencia y la holgazanería: Action Française. Su alineamiento con la liga nacionalista se produjo en concordancia con el acercamiento con el catolicismo, el cual describió como un reencuentro, ya que «je n'ai jamais été anticlérical» y «je n'ai été antireligieux», una aseveración que parece dudosa. En 1927, escribió que entró en la AF accidentalmente tras ver representada la Tête d'or (1889, 1894) de Paul Claudel porque quedó impresionado del valor prefascista de la pieza.
El encuentro de Valois con lo trascendental no fue una flor en un desierto. Richard Griffith demostró cómo la generación del cambio de siglo buscó en la religiosidad elementos explicativos alejados del materialismo, el laicismo y el republicanismo. Un revival que también se comprende como un fenómeno estructural con diferentes brotes coyunturales, desde la construcción del Sacré Coeur después de la toma de París por los prusianos hasta la creación de la revista Esprit. Recientemente, Hervé Serry ha demostrado cómo el intelectual católico se fue forjando a lo largo de la década de 1910, en concomitancia con el debate que hubo entre la relación entre moral y arte, y con unos precedentes claros como la figura del anti-intelectual encarnado por Barrès y los anti-dreyfusards. El mismo Valois sería un ejemplo de la influencia que tuvo el revival finisecular en el pensamiento de alguien que se consideraba anarquista seis años antes que Henri Massis y Alfred de Tarde publicasen en Les jeunes gens d'aujourd'hui (1912), con una clara intención incendiaria, que la juventud dejó de tener como referente el republicano Anatole France para sentirse atraídos por los católicos Charles Maurras y Charles Péguy.
Es en esta coyuntura donde las diferentes vivencias de Valois toman forma y se materializan en L'homme qui vient. Valois se esforzó en dar coherencia a un régimen que tuviese como valor más preciado el esfuerzo. Partiendo de esta premisa, criticó sistemáticamente la democracia por asfixiar bajo el yugo del igualitarismo las capacidades innatas de los individuos. A su turno, se mostró igual de feroz con el socialismo porque ablandaba la clase obrera y la convertía en una turba de holgazanes. Sin embargo, sus críticas no se hicieron extensibles ni al anarquismo ni al socialismo revolucionario porque, a su modo de entender, el «anarchiste devient un homme d'ordre et cherche à pénétrer dans le monde des affaires». En definitiva, el anarquista era un individuo que luchaba para uno mismo y entendía la emancipación del trabajador no como una cuestión de clase, sino como un objetivo personal. Cuando los esclavos se rebelan, escribió Valois, es porque los aristócratas han fracasado en su tarea de guiarlos. La revolución se convierte en «la carrière ouverte aux talents», ya que tiene como objetivo buscar nuevos líderes que sepan explotar las aptitudes del trabajador. Es en estas páginas cuando Valois manifiesta su atracción hacia la figura del jefe, la cual, junto con el valor del esfuerzo individual, es indispensable para el buen funcionamiento de una sociedad que funcione en harmonía. De resultas de este régimen flagelocrático, Allen Douglas dedució que Valois mistificaba el sistema capitalista.
Además, su condición de padre de familia tuvo unos efectos decisivos en la forma de afrontar las relaciones humanas. A nivel personal, se aisló de sus antiguas amistades obreristas. Buscó el afecto en la familia, acordándose de las palabras de su abuela: «démocratie, socialisme, anarchisme ne valent que dans la mesure où ils sont favorables à la famille et au travail». En Le Père: une philosophie de la famille (1913), corroboraría la importancia que imputaba a la familia, a la nación y a la vida humana: «toutes les institutions doivent être construites sur la Famille». Es en estos años donde ensayó diferentes tentativas para unir un proyecto obrero con los dogmas del nacionalismo integral, gracias al coyuntural matrimonio de Sorel con Maurras. De esa unión surgieron los efímeros La Cité Française (1910), L'Indépendance (1911 - 1913) y los Cahiers del Cercle Proudhon (1911 - 1914).
Para entender la voluntad de confluencia entre el sindicalismo revolucionario y el monarquismo nacionalista se tienen que rastrear los acontecimientos que afectaron a ambas culturas políticas en 1908. Entre 1908 y 1911, Maurras consiguió que Action Française ganase la hegemonía del espacio católico tras la condena papal de la otra plataforma rival, Le Sillon. En cuanto a Sorel, en esos años puso todo su empeño en atraer a antiguos dreyfusistas descontentos, como él, del cariz que tomó el caos con la politización y acomodación a la vida pública. Michel Prat definió el viraje emprendido por Sorel de paroxismo porque, como su judeofobia de por entonces, no fue el resultado de un análisis o de una radicalización coherente de sus posturas, sino más bien el fruto de una frustración y una desilusión. En medio de las nuevas prácticas políticas y del nuevo lenguaje, la République des camarades, cómo se conoció durante esos años la vida parlamentaria, caracterizada por el aumento de dietas, el tuteo entre políticos o la pérdida de independencia en nombre de los partidos, los cuales pasaron a regir la política, exacerbó el sentimiento de descrédito hacia el parlamentarismo y el régimen republicano. El desengaño de Sorel culminaría con los intereses cruzados –que no sobrepuestos ni mezclados- con Maurras: el primero pretendía resquebrajar el sistema político republicano, mientras que el segundo buscaba ganarse el soporte de los obreros.
Con la llegada de la guerra, Valois vivió en carne propia lo que en Fontainebleau había intuido. Por un lado, que la guerra permitía medrar socialmente mediante el mérito. En segundo lugar, que la propiedad privada aprecía como una verdad incuestionable en el campo de batalla porque «sur les positions, chaque escouade eut sa tranchée; au cantonnement, sa maison ou son abri; et enfin, chaque soldat posséda, à la tranchée, son gourbis, au cantonnement, sa place dans l'abri, ou dans la grange, ou dans la maison». Una vez volvió del frente, sistematizó las consideraciones socioeconómicas que maduró durante la guerra en L'économie nouvelle (1919). Allí atacaba duramente a la economía del laissez-faire y al marxismo: «Marx, croyant que la plus-value représente du travail impayé, admet, sans tenter une démonstration, d'ailleurs, que le travail de l'ouvrier est seul créateur de valeur», porqué «C'est admettre également que, en dehors de toute considération technique, il est indiffèrent, pour le rendement, que l'ouvrier soit contrôlé, surveillé, commandé».
Es en esta coyuntura de posguerra donde, tras el paréntesis de la Unión Sacrée que permitió la unidad nacional frente al enemigo exterior, volvieron a abrirse las antiguas heridas. Después de 1919, la reflexión de Massis de crear un parti de l'intelligence por «servir pour l'opposer à ce bolchevisme» y por «la reconstitution nationale et le rélevement du genre humain», encuentra sus orígenes en la llamada de Valois de «rendre à la bourgeoisie sa mission historique», lanzada diez años antes en La Monarchie et la classe ouvrière.
En los subsiguientes a la paz, la relación entre Valois y sus compañeros se fue tensando. Es muy difícil reducir la ruptura de 1925 con la creación de Le Faisceau a unas causas mecánicas. De hecho, se pueden rastrear tiranteces en la relación desde 1916, cuando el Maître pasó por alto la sugerencia de Valois de hacer un programa para rehabilitar socialmente los excombatientes que como él volvían de las trincheras. No obstante, por aquel entonces, la ruptura no estaba, ni de lejos, predeterminada. Tras su reingreso, quiso poner en práctica lo que escribió en L'économie Nouvelle. Para ello, se puso en contacto con el industrial del textil Eugène Mathon, quién admiraba su crítica al marxismo y compartía su parecer acerca de la eficacia del taylorismo para eliminar la conflictividad laboral. En una coyuntura donde se monetizaba el crédito y no la deuda, el excombatiente de Verdún desarrolló sus argumentos anti-inflacionistas y su defensa del patrón oro en los coloquios de la Semaine de la monnaie que organizó. Allí, propuso a Maurras de promover una campaña a favor de la recuperación de los Estados Generales. Lo que para Valois era una oportunidad de ganar ascendente e influjo, para el viejo felibre era una buena maniobra, pese a no tomarse demasiado en serio la propuesta.
Fue en medio de ese proyecto cuando la relación entre Valois y sus homónimos entró en un estado de descomposición. Sin embargo, cabe especificar que a campaña para el retorno de los Estado Generales enlazaba con las demandas maurrasianas de acabar con el jacobinismo. El plan de Valois pasaba por que los Estados Generales, «une institution organique où la représentation par corps sera substituée à la représentation individuelle», relevasen la Chambre después que el gobierno colapsase. Frente a dicha crisis, Valois consideraba que el gobierno no sería capaz de adoptar las medidas pertinentes debido al coste de las decisiones y, por lo tanto, «il lui faudrait employer des moyens dictatoriaux qu'il n'ose même pas envisager». Durante la campaña, se explotaron los tópicos y las acusaciones que desarrolló en L'État et la production (1922), señalando que frente a la inflación, el parlamento era el más grave de los peligros que Francia tenía que afrontar. Culpabilizó de la situación inflacionista y de no haber cobrado las compensaciones alemanas a «la démocratie, le parlementarisme universels». Por eso concluyó que «il faut sauter le parlementarisme». Sin embargo, la campaña fracasó. Olivier Dard ha señalado que las disensiones entre Etienen Bernard-Précy, director de la revista de negocios Journée industrielle (1918 - 1938), y los resultados electorales, nada favorables a Action Française, fueron las causas principales. Tal y como Eugen Weber extrapoló, cada vez que Valois perfilaba sus ideas y pulía sus proyectos, cuando más claro resultaba su hoja de ruta, más enemistades despertaba.
A parte del fracaso de la campaña, el asesinato de Marius Plateau, artífice de los Camelots du Roi, las juventudes de la AF, a manos de la anarquista Germaine Berton en 1923 desató la ira de Valois porque no se vengó. Frente a los discursos de Maurras, se planteó si la liga no había perdido el ímpetu y la vigorosidad de antaño. En el período de mayor apogeo de Action Française, Valois se preguntaba si sus compañeros estaban capacitados «pour comprendre le réel, l'analyser, découvrir le sens des mouvements que le parcourent, en prendre le commandement et agir». Además, no entendía el tacticismo electoral de una plataforma que se oponía al parlamentarismo. Maurras respondería las acusaciones en Action Française el 17 de enero de 1926 de forma contundente: «Si cette façon d'entendre l'élection, commune à Mussolini, à Boulanger, à Paul Déroulède, et à Maurice Barrès, est, comme le dit assez naïvement Georges Valois, une "ornière", ce n'est pas en 1924, ni en 1919, que l'Action Française u est tombée, c'est en 1909, même en 1908. "Par tous les moyens légaux", disais-je à cette place, et c'est de pur bon sens». Pese a las reticencias, participó en los comicios de 1924 debido a la amenaza que suponía una victoria del Cartel des gauches.
Para entonces, Valois ya había hecho pública su admiración por Il Duce. En enero, cuatro meses antes de las elecciones, había emprendido un viaje a Italia junto con Mathon y Bernard-Précy, entre otros, para informarse acerca de la Italia fascista. Antes de ir a Roma, era consciente de los aires caldeados en la liga y de las voces que promovían calumnias contra su persona. La entrevista con Mussolini sería el detonante más tarde de su ruptura con Mathon. Las razones de su ruptura con el industrial se explican por la influencia que ejerció Désiré Ley, quién le contagió su rechazo a los sindicatos cristianos y por el hecho de que Mathon se amoldaba a «l'esprit de l'homme qui paie». Es decir, pertenecía a ese «péril ploutocratique». Mathon encarnaba el espíritu burgués por excelencia de esos 
groupes de financiers et groupes de partis politiques, alliés ou ennemis, se faisant chanter les uns les autres, toujours unis par piper les voix du peuple, sous le couvert d'une doctrine, quelle qu'elle soit, pourvu qu'elle assure la majorité, et pour rafler l'épargne du peuple et les capitaux de la petite, de la moyenne et de l'haute bourgeoisie.
La decepción de Valois con sus compañeros se hizo más patente cuando su propuesta de promover un golpe de estado simulando la experiencia italiana no obtuvo el apoyo del líder ni del pretendiente. En La révolution nationale. Philosophie de la victoire (1924), expuso su teoría acerca de la necesidad de una revolución en Francia similar a la que se hizo en el Fiume. Si el bolchevismo era una revolución hecha en nombre del internacionalismo, el fascismo tenía que hacerse en nombre de la nación. Esa revolución tenía que servir para poner «les banquiers en présence des producteurs et des épargnants afin que les uns et les autres organisent».
Posteriormente recogería las críticas que le hicieron sus antiguos compañeros en Contre le mensonge et la calomnie (1926), los cuales le recriminaron que concibiese el monarca como una figura accesoria y accidental: «nous restons fidèles à la doctrine de Dictateur et Roi, mais la première de ces idées et toujours conditionnée par la seconde». Llanamente, es muy difícil establecer cuáles fueron los detonantes últimos que propiciaron la ruptura sin entrar en disquisiciones historiográficas que caigan en el mero positivismo. A grandes rasgos, los dos motivos que se han esgrimido para explicar la ruptura vienen dados por razones económicas y/o discrepancias doctrinales. Weber opinó que las fricciones entre Maurras y Valois se produjeron por cuestiones estrictamente económicas debido a la publicación diaria o semanal de Le Nouevau Siècle (1925 - 1928), el cual tenía que sustituir los Cahiers des États Généreaux (1923 - 1925). A su vez, Yves Guchet se preguntó si no hubo un roce doctrinal, cómo relataría Valois en L'homme contre l'argent. En este aspecto, Zeev Sternhell optó para entender la creación de la nueva revista como una herramienta para conquistar la opinión pública. Con ella, la AF buscaba granjearse a los excombatientes, siguiendo la misma estrategia que empró con Sorel una década atrás con el fin de atraerse al proletariado. De ahí que Maurras no hubiese puesto pega alguna a la creación de la Légion en 1925, porque tanto el órgano de propaganda como la plataforma les permitirían aumentar la influencia y la clientela. Sin embargo, la voluntad movilizadora de Valois y Antoine Rédier exprimía la diferente visión entre los sectores más dinámicos de la liga y la cúpula. La formación de la Légion y de Le Nouveau Siècle era el síntoma de una escisión que ninguno de los dos pudo disimular y que respondía al rechazo de la generación más joven al inmovilismo de los veteranos.
En cambio, Douglas mantiene una postura similar a la que propuso en su momento Yves Guchet: Maurras temió que una publicación semanal pudiese competir con el órgano oficial, Action Française, y así amenazar la autoridad doctrinal. De hecho, lo que resulta más curioso para Douglas es que, más allá de la visión táctica, lo que convirtió en incómoda la escisión de Valois fue que compartía todos los puntos doctrinarios de la liga: antiliberalismo, democracia y reacción. De este modo, la ruptura podría comprenderse en parámetros no ideológicos pero sí de afinidad personal. Paul Sérant puso en relieve que dentro de la cúpula hubo presiones para persuadir al Maître de que el antiguo héroe de Verdún se movía por intereses propios. En sus memorias, Valois acusó Maurice Pujo de ser la mano negra tras las acusaciones de heterodoxia. Además, con la muerte de Philippe, hijo de León Daudet, los recelos empezaron a enturbiar un ambiente ya cargado: Pujo y Pierre Lecoeur mantuvieron Valois en el más absoluto de los silencios mientras se investigaban los hechos, ya que tanto su hijo Bernard como él estaban en el punto de mira por sus viejas amistades y filias con el mundo anarquista. Como colofón, las suspicacias hacia su persona aparecieron cuando ponía en marcha la campaña antiparlamentaria para la reinstauración de los États Géneraux, la cual acarreó notables divergencias tácticas. Por un lado, Valois no encontraba sentido alguna a volcar esfuerzos en unos comicios siendo Action Française antiparlamentaria, mientras que Daudet pugnaba para ser reelegido como diputado. Un choque de intereses que, sumado al hecho de las suspicacias y de las habladurías, degradó la amistad y azuzó la animadversión de una relación hasta el momento cordial.
La creación el 11 de noviembre de 1925 de Le Faisceau fue la plasmación de la ruptura que concluiría con una secesión-expulsión. Para Sternhell, los propósitos de la nueva plataforma eran terminar con el ensimismamiento de las familias antiliberales tras la guerra y recuperar las ideas ensayadas en el Cercle Proudhon. El impacto que tuvo Le Faisceau fue similar al que tuvo la AF cinco décadas atrás: la reacción de los más jóvenes frente a un nacionalismo burgués e inmovilista. Así, la liga realista sufrió en sus carnes la medicina que había recetado a otras ligas conservadoras como Ligue de la Patrie Française de Jules Lemaître, la cual, pese a ser representativa del nationalisme fermé definido por Michel Winock, fue atacada por ser demasiado mundana y conservadora para representar una auténtica alternativa al sistema republicano vigente.

Conclusiones
En el caso de Valois, pese a existir variantes en su pragmatismo político, la incoherencia que se atribuye a su viraje respondió al acomodamiento coyuntural a una nueva posición que le sirviese para propósito que nunca varió: construir una alternativa al sistema político republicano con el fin de salvaguardar los valores que la Tercera República no garantizaba. Las malas experiencias laborales, junto con la actitud de algunos compañeros de su misma clase social, le hicieron ver que se tenía que proseguir en el empeño, en el esfuerzo individual, porque era lo que dictaminaba el triunfo y el fracaso. Pese a su inconformismo coherente, Georges Valois no era un individuo puro. No lo es en tanto que no existe la pureza en la ideología. Más bien, sucede todo lo contrario: es un ejemplo de la porosidad de las culturas políticas, entendidas más allá de conceptualizaciones abstractas y de un corpus de ideas. Los condicionantes de la relación del hombre y de la coyuntura, junto con la defensa de unos valores, explican el comportamiento a primera luz errante del personaje.
La pregunta del millón es saber cuándo se hace Valois fascista. Responderla significaría disponer de la llave para desentrañar uno de los grandes misterios de la historia contemporánea: saber cómo y cuándo nace el fascismo. En sus tan conocidas como controvertidas tesis, Sternhell planteó que 

le fascisme français, héritier direct de Barrès et de Drumont, de Sorel et de Janvion, de Berth et de Biétry, se distingue aussi par la richesse de ses variantes et de ses courants. C'est en France, plus encore qu'en Italie, que le fascisme présente une diversité qui permet mieux qu'ailleurs d'en dégager un paradigme, un "type idéal".

En Le fascisme (1927), el mismo Valois afirmaría que la paternidad del fascismo la ostentaba Georges Sorel: «Les véritables origines intellectuels et sentimentales du fascisme sont le socialisme sorélien, auquel le sens de la victoire, les sentiments engendrés par la guerre, par la victoire sont venus donner un sens national».
Aunque para Drouin, «le Valoisisme, même s'il est à l'origine du premier faisceau français, n'a rien du fascisme pris dans le sens européen. Il n'a jamais proposé une révolution violente et brutale», Valois proporciona interesantes materiales para la reflexión transnacional del fenomeno fascista. En primer lugar, en el punto de mira de su proyecto se encontraba combatir la decadencia, la cual servía como cajón de sastre para referirse a los efectos provocados por la democracia, el parlamentarismo, el laicismo o la judeización de la sociedad y las finanzas. Frente a esto, Valois luchó para establecer un sistema político que permitiese integrar harmónicamente el individuo dentro de una sociedad organizada jerárquica y funcionalmente. Primero con su idea de monarquía, donde la suerte del monarca, como «Maître de la paix», era indisoluble de la nación: «l'intérêt du Roi et l'intérêt du peuple se confondent». Después, con su concepción de la nación entendida de un modo tecnocrático, como «une hiérarchie des chefs». El miedo a la pérdida de identidad individual por el advenimiento de las masas, el temor al ocaso de la civilización y la falta de recursos para ascender socialmente eran temas recurrentes, originados durante la crisis finisecular como respuesta a la incomodidad que suscitaba la modernidad liberal. Unos recelos que el fascismo aglutinó porque quería dar respuesta a todos ellos, pero cuyos orígenes deben rastrearse en la consolidación del estado liberal. Como advirtió Pierre Citti, la trilogía Le Culte du Moi (1888, 1889, 1891) de Maurice Barrès se hacía eco de buena parte de ellos.
La segunda reflexión que nos gustaría señalar gira en torno a la naturaleza del fascismo. A raíz de las disputas entre Valois y la directiva de la AF, proponemos observar el fascismo como un espacio que va más allá de la existencia de un partido. Dicha propuesta interpretativa explica, por un lado, que sea tan difícil esclarecer las razones tras la ruptura de Valois solamente tomando en cuenta las discrepancias o disidencias ideológicas. Por otro lado, ayuda a entender los obstáculos que tuvo que afrontar Le Faisceau a la hora de hacerse con una clientela debido a la competencia con las Jeunesses Patriotes (1924) de Pierre Taittinger o Les Croix-de-Feu (1927) del coronel François de La Rocque. De este modo, más allá de analizar el fascismo como un monolito que tiene que cumplir con unas características pétreas fijadas a-priori, como toda cultura política, se comprende mejor a través del análisis individual de los miembros la que integran. Porque el individuo, cómo expuso Sergio Romano, es «un luogo storico in cui si diano convegno, al di là d'ogni schematismo storiografico, tutte le forze – economiche e morali – che concorrono a fare la storia».
Entre la tesis tan repetida de Raoul Girardet de la «imprégnation fasciste» en la sociedad francesa de entreguerras, y la presentación de la AF como un partido fascista por Ernst Nolte o Robert Soucy, existe un extenso campo de matices. René Rémond, pese a desarrollar la procedencia extranjera del fascismo en Francia, no pudo dejar de admitir que la liga de Maurras abonó el terreno para que eclosionase. Es en esta brecha donde se tienen que buscar los procesos de gestación de un fascista. Si bien es cierto que Valois participó, en su juventud, de un anarquismo sui-generis y bebió tanto de tradiciones socialistas no marxistas como del sindicalismo revolucionario, culturas políticas comúnmente clasificadas en la izquierda política, su maduración tuvo lugar en la derecha radical.
Por último, el fascismo francés, en este caso el de corte valoisiano, no debe juzgarse a posteriori, supeditando el análisis a su (in)capacidad por asaltar el poder. Si algo pone de manifiesto la suerte de Le Faisceau es que el momento de auge del fascismo ocurrió en los años 30 tras el crack bursátil, cuando consiguió establecerse como movimiento de masas. Antes de esa segunda ola, parafraseando a Robert Soucy, cuando el fascismo se convirtió en un casus-belli de alcance mundial, existieron fascistas como Georges Valois, análogos a la experiencia italiana por lo que atañe a la cronología, pero cuyo tempo político diverge completamente de sus homólogos italianos. Así, la experiencia fascista italiana se convierte en la excepción y no en la norma precisamente por su temprana captura del poder. Desde esta perspectiva, entendiendo el fascismo como un proceso de gestación dilatado, el fascista aparece como el resultado y no la causa de la fascistización, como ha puesto de relieve Ferran Gallego. Con esta lógica, se puede hablar de oleadas en el proceso de fascistización de la sociedad, vinculadas a la búsqueda de una alternativa a la crisis de la modernidad.

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