Geografía, tecnología y estrategia naval británica en la era del Dreadnought

July 8, 2017 | Autor: Hector Arestegui | Categoría: Naval Warfare, First World War, Royal Navy, 1889-1919
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Descripción

Geografía, tecnología y estrategia naval británica en la era del
Dreadnought
Jon Tetsuro Sumida


En su obra "La Influencia del Poder Naval en la Historia, 1660 –
1783", Alfred Thayer Mahan señalaba que el desplazamiento efectivo de
una fuerza naval había determinado el resultado de los conflictos
bélicos en la Europa del siglo XVIII. Muchos de los primeros lectores
de Mahan creían que las tesis de este detallado estudio histórico eran
igualmente validas a finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX. La
primera de ellas señalaba que la supremacía naval era el requisito de
la prosperidad económica y la preeminencia en el concierto político
internacional. La segunda tesis postulaba que sólo la posesión de una
gran flota de acorazados posibilitaba la supremacía naval y que ésta
sólo podía sostenerse en base al principio de la concentración de
fuerzas, es decir, la unidad de las fuerzas a fin de contener o
destruir la flota enemiga. La idea de la supremacía naval de un Estado
en función de la cantidad de acorazados en su flota estaba en
concordancia con el principio de concentración de fuerzas, al cual se
le identificó como la esencia del pensamiento estratégico de Mahan.
Así, pues, las líneas argumentativas del pensamiento geopolítico y de
estrategia naval operativa confluyeron en un apotegma que resumía las
ideas de Mahan sobre el poder naval.


Sin embargo, esta síntesis del pensamiento de Mahan era equívoca
por dos razones: en primer lugar, Mahan creía que la supremacía naval
en su época y en el futuro sólo se alcanzaría mediante la creación de
coaliciones o consorcios de las principales potenciales navales en
defensa de un sistema global de libre comercio y de beneficio mutuo
para todas las partes involucradas; en segundo lugar, el tratamiento
que dio Mahan al Principio de Concentración de Fuerza se circunscribía
a las particulares condiciones geográficas de Gran Bretaña y su extenso
imperio colonial. Así, la primera tesis de Mahan estaba dirigida a la
cuestión de la naturaleza del orden internacional, mientras que la
segunda se ocupaba principalmente del carácter del problema de la
seguridad naval para un Estado en particular. En ese sentido cabe
anotar que en la época que Mahan escribió su famoso ensayo, la relación
entre las dos situaciones acotadas era doctrinariamente muy débil. Como
principio general, la Concentración de Fuerza era un tema relevante
para el sostenimiento de la supremacía naval de un Estado o de una
coalición de éstos. No obstante el sujeto de estudio de Mahan siempre
fue el factor geográfico en la estrategia naval del Imperio Británico.


No nos ocuparemos en este ensayo sobre las razones que llevaron a
Mahan a considerar la supremacía naval como un fenómeno transnacional.
Cabe también recordar que muchos han pasado por alto que Mahan
recomendaba utilizar un número limitado de buques para defender los
intereses nacionales en todos los mares. En este texto sólo
analizaremos la argumentación histórica del último capítulo de "La
Influencia del Poder Naval en el Historia", estableciendo la relevancia
de las circunstancias que determinaban la política naval británica a
fines del siglo XIX y comienzos del XX. Nos ocuparemos también del
pensamiento estratégico del almirante sir John Fisher, quien
desempañaba el puesto de Primer Lord del Almirantazgo en la época y, en
consecuencia, fue el responsable de formular la política de defensa
naval imperial entre 1904 y 1910 y, posteriormente, desde fines de 1914
hasta mediados de 1915. Mahan y Fisher discrepaban en el área del
diseño de las principales unidades de la flota y sobre la utilidad de
la Historia como guía práctica para la elaboración de una política
naval. Por otra parte, Mahan y Fisher compartían la idea que la
concentración del grueso de la flota británica en sus aguas
territoriales era el mejor método para la defensa del Imperio. Este
ensayo busca demostrar que el concepto de Fisher de la aplicación
debida de la Concentración de Fuerzas a fines del siglo XIX y comienzos
del XX era diametralmente opuesto a lo que Mahan enunciaba en su obra,
a pesar de sus aparentes semejanzas. Nuestra tesis es que Fisher
pensaba que los avances en el campo de la tecnología naval habían
alterado radicalmente el efecto del factor geográfico en la estrategia
naval.


La circunstancia histórica en la que se centra la obra de Mahan es
la Guerra de Independencia de los Estados Unidos. Mahan consideraba que
este conflicto fue netamente marítimo, es decir una guerra entre dos
bandos equivalente en un territorio alejado del continente europeo.
Así, Mahan estudió un conflicto único en su época, que se caracterizó
por sus aspectos militares más que navales pues el resultado de las
batallas de las campañas terrestres de la Revolución Americana dependió
del control del litoral contiguo y del control de las líneas oceánicas
de comunicación. Estas circunstancias hacían semejante este conflicto
de fines de la época de la Ilustración a los grandes conflictos bélicos
de fines del siglo XIX, en los que estaban en juego la rivalidad
colonial y el comercio marítimo.


En el relato de Mahan de los hechos de la Revolución Americana
señala tres grandes potencias beligerantes: Inglaterra, Francia y
España. Los colonos americanos y Holanda tenían intereses en juego pero
carecían del poder naval que desplegaron las grandes potencias
mencionadas. Inglaterra buscaba conservar la unidad de su imperio
colonial, mientras que Francia y España querían debilitar a su rival
apoyando el deseo de independencia de los colonos americanos, además de
adquirir nuevos territorios para sí mismos. En consecuencia, Inglaterra
encaró el conflicto utilizando una estrategia defensiva en todos los
teatros de operaciones del conflicto, que incluían las costas europeas
y las de la India y Norteamérica. Inglaterra dividió su flota en dos
fuerzas, una en el área metropolitana y otra allende las costas
europeas. En ambos teatros de operaciones se encontraba en desventaja
numérica frente a sus adversarios. La derrota en la batalla de Yorktown
fue el puntillazo al esfuerzo militar británico y el comienzo de las
negociaciones de paz que condujeron al Tratado de Paris en 1783.
Entretanto, los éxitos tácticos galos fueron insuficientes para
alcanzar la victoria sobre Inglaterra, pero fueron suficientes para
demostrar la eficacia que puede tener una fuerza naval desplegada con
inteligente agresividad. El resultado final del conflicto para las tres
potencias involucradas fue, para Inglaterra, una perdida parcial, como
también para España y Francia la victoria fue pasajera. No hubo un
resultado decisivo pues Inglaterra conservó su supremacía naval y
mercantil. La Revolución Americana no cambió el equilibrio de poder en
Europa, pero ofreció a Mahan el ámbito estratégico adecuado para la
aplicación del Principio de Concentración de Fuerza a un caso
importante y difícil de estudiar.


Mahan concluyó que la estrategia británica había sido errada. Al
enviar grandes contigentes de buques fuera de las aguas metropolitanas
mientras mantenía un núcleo básico de unidades para defender sus costas
y proteger su comercio marítimo, Inglaterra había quedado expuesta en
todos los frentes. La política escogida, decía Mahan, "sólo podía ser
efectiva acudiendo a la superioridad numérica de unidades, pues las
divisiones establecidas estaban cada una lejos de la otra para apoyarse
mutuamente. Así, pues, cada división debía contar con el número de
unidades suficientes para combatir cualquier combinación de las flotas
enemigas, lo que implica necesariamente superioridad sobre la fuerza
enemiga, en tanto ésta pueda reforzarse en cualquier momento. Cuanto
imposibilidad y peligro trae una estrategia de carácter defensivo,
cuando no hay superioridad de fuerzas, tal y como queda demostrado en
el despliegue británico en el exterior, así como en aguas europeas, a
pesar del esfuerzo por lograr la paridad".


Mahan creía que Inglaterra debía haber buscado la paridad de
fuerzas en todos los frentes, desplegando una división principal en
Europa cuya tarea debía ser la contención o destrucción de las fuerzas
navales española y francesa. Esta meta debía haberse observado "en
todas las dificultades de la situación, no con la vana esperanza de
evitar una incursión o la interceptación de un convoy, sino con la
expectativa de frustrar las grandes combinaciones y la persecución
constante y tenaz de cualquier flota enemiga que pueda haber escapado".
Mahan añadía: "las líneas de comunicación exteriores no deben ser
innecesariamente extendidas, pues su incremento más allá de la más
estricta necesidad afecta los despliegues que implican su protección".
En otras palabras, Mahan señalaba que Inglaterra enfrentaba una
coalición naval europea hostil mientras que, al mismo tiempo, tenía el
peso de la defensa de sus intereses vitales en aguas metropolitanas y
en sus posesiones coloniales y que, para enfrentar este desafío, debió
maximizar la fuerza en su centro y minimizarla en su periferia.


Mahan veía que, al contrarrestar desafíos exteriores con la
esperanza de lograr un éxito decisivo en aguas metropolitanas, es decir
lo contrario a diluir una gran fuerza alrededor del planeta, Inglaterra
tuvo pérdidas en territorio colonial y comercio. "Se ha intentado
demostrar la debilidad de una política mientras se admite las
dificultades y peligros de otra". De esta forma Mahan resumía el
problema de defender un imperio global y proteger las aguas
metropolitanas. Enunciar el Principio de Concentración de Fuerzas era
el paso teórico, su aplicación a la estrategia naval británica de fines
del siglo XIX y comienzo del XX era un reto mayor, en el cual estaban
en juego el destino de territorios tan dispares como Egipto, África del
Sur, India y Australia, además del fin del lucrativo tráfico marítimo
con China. La hipótesis de conflicto del Almirantazgo preveía un
conflicto bélico con Francia y Rusia coaligadas. Ante este desafío
Inglaterra respondió enérgicamente con un extenso programa de
construcción naval que tenía como finalidad lograr la superioridad en
todos los teatros de operaciones. Este fue el imperativo estratégico
que condujo a la firma del Tratado de Alianza Anglo – Japonés de 1902,
pues tanto Rusia como Francia desplegaban importantes fuerzas en
Extremo Oriente. La tensión disminuyó al establecerse mejores
relaciones diplomática entre Francia e Inglaterra y la destrucción de
la Flota Rusa por parte de los japoneses en 1904. Esta coyuntura
favorable permitió a Inglaterra reducir su fuerza naval fuera de las
aguas metropolitanas sin comprometer la seguridad naval de las
posesiones imperiales. El paso siguiente fue las reformas emprendidas
en el entrenamiento de las dotaciones y el mantenimiento de las
unidades, con el fin de ahorrar una parte de los fondos públicos
otorgados para la defensa. El resultado de estos hechos fue la
concentración de una gran fuerza en aguas metropolitanas, lo que fue
conveniente frente al creciente poderío naval alemán.


La concentración del poderío naval británico en aguas
territoriales mediante el retiro de unidades capitales en aguas
distantes parecía dar la razón a las conclusiones del último capítulo
de la obra de Mahan. El almirante sir John Fisher, Primer Lord del Mar
entre 1904 y 1910 y, posteriormente, de fines de 1914 a mediados de
1915, fue el responsable de este reposicionamiento de la Marina Real.
Una característica de su mandato fue su desconfianza hacia el estudio
de la historia naval como referente estratégico. Esta actitud queda
reflejada en las anotaciones del diario del capitán Herbert Richmond,
quien escribió, en junio de 1909, que Fisher declaró que "la enseñanza
del pasado es el registro de las ideas ya exploradas….el presente no
necesita guía, es autosuficiente". La única excepción que hacía Fisher
era la obra de Mahan, a quién había conocido personalmente cuando ambos
personajes fueron enviados como delegados de sus países a la
Conferencia de Paz de La Haya, en 1889. Todo indica que Mahan le causó
una buena impresión a Fisher, pues las primeras referencia que éste
hace de la obra de Mahan datan de pocos meses después de realizado el
conclave internacional mencionado. En una carta dirigida al político
Joseph Chamberlain, Fisher escribió: "Las lecciones de la historia no
tienen ningún valor para nosotros….con la sola gran excepción tan
elocuentemente descrita por el capitán Mahan que el poder naval
gobierna el mundo: las distantes y trajinadas naves de Nelson, las
cuales fueron desdeñadas por la Grande Armée fueron el muro entre él
[Napoleón] y el dominio del mundo". Fisher conocía en profundidad la
obra de Mahan pues citaba las observaciones del autor sobre el elemento
humano en la guerra, la disposición de las marinas y gran parte del
texto que antecede al párrafo citado en esta carta a Chamberlain, así
como citas puntuales en los memorándums que escribió cuando estuvo al
mando de la Flota del Mediterráneo entre 1899 y 1902.


A su vez, Mahan criticaba y elogiaba las acciones de Fisher como
Primer Lord del Mar. Así, pues, Mahan condenaba la argumentación
táctica, financiera y económica que apoyaban la decisión del
Almirantazgo de construir los acorazados de la clase Dreadnought, un
nuevo buque que superaba en tamaño, velocidad y artillería a todos los
buques en servicio en aquella época. De igual forma Mahan advertía en
1907 que Inglaterra estaba dando los primeros pasos hacia la
concentración de cerca de nueve decimos de sus acorazados en servicio
en aguas metropolitanas. Esta declaración de Mahan causó malestar en
Fisher y dio argumentos a los críticos de sus políticas de diseño de
las grandes unidades de la flota. Poco tiempo después Fisher agradeció
a Mahan pues ese mismo comentario lo protegió de quienes le acusaban de
estar de acuerdo con la reducción de unidades de la flota ordenada por
el gobierno liberal. Vemos, pues, que las ideas de Mahan jugaron muchas
veces en favor y en contra de Fisher en el ámbito político. Aún así
Fisher siempre citaba ejemplos de la obra de Mahan pese a su desacuerdo
en el diseño de los buques insignia de la flota.


No obstante los cambios en el despliegue de la Marina Real fueron
respuestas de corto plazo a circunstancias fortuitas y a incentivos
fiscales inmediatos y no un realineamiento del poderío naval de acuerdo
a la teoría clásica de estrategia naval. El Almirantazgo no descartaba
la posibilidad de una coalición hostil a los intereses británicos
formada por Francia, Alemania y Rusia, tanto en aguas europeas como
fuera de ellas. Este fue el primer desafío que enfrentó Fisher en su
primer año como Primer Lord del Mar. El contexto internacional
favorecía esta hipótesis pues Rusia y Alemania habían mejorado
dramáticamente sus relaciones diplomáticas y se temía que Inglaterra
fuera a declarar la guerra a Rusia en apoyo del Japón. Los analistas de
la época pensaban que en esta coyuntura Francia se aliaría con Rusia, a
pesar de la recién establecida Entente Cordiale. Justo en ese momento,
octubre de 1904, la Flota Rusa del Báltico atacó varios arrastreros
británicos pensando que eran lanchas torpederas japonesas. Las
relaciones diplomáticas ruso – británicas estuvieron en su momento más
peligroso, razón por la cual se temía el estallido de una guerra
europea en que el único aliado de Inglaterra hubiera sido el Japón.
Frente a aquel escenario la Marina Real se habría visto superada en
número de unidades frente a la coalición naval franco – ruso – alemana
y hubiera tenido que defender sus costas y las rutas marítimas entre la
metrópoli y las colonias. Fisher, quien asumió el cargo de Primer Lord
del Almirantazgo pocos días después de producido el incidente ya
mencionado, pensaba que la Marina Real era capaz de realizar ambas
misiones. Cuatro años después, la combinación de recortes del
presupuesto de defensa por parte del gobierno liberal, con el fin de
sustentar sus programas de reforma social y económica, además del
considerable aumento en la construcción naval alemana y el rápido
renacimiento de la Marina Rusa, hizo que Fisher acogiera dudas sobre la
capacidad de la Marina Real de defender su centro político y su amplia
y extensa periferia contra una coalición de flotas europeas.


No obstante la situación fiscal y la incierta situación
internacional Fisher creía que la opción estratégica vendría de un
cambio tecnológico radical. En 1908 los primeros cruceros de batalla -
naves con el armamento pesado de un acorazado y la velocidad y
resistencia de un crucero – demostraron que podían cubrir grandes
distancias a altas velocidades sin contratiempos. Ese mismo año se
incorporó a la Marina Real el primer submarino capaz de operar
efectivamente por largo periodos. Estas incorporaciones fueron
sumamente significativas para Fisher porque preveía que los cruceros de
batalla y los submarinos iban a ser la base de un cambio fundamental en
la aproximación británica al problema de la defensa del imperio. Fisher
estaba convencido que la flota submarina sería una barrera
infranqueable a cualquier intento de invasión pues harían mucho daños a
los buques de transporte de tropas. A esta clase de operaciones se les
denomina "flotilla defensiva". En aquellas áreas donde no podía
concentrarse una gran cantidad de submarinos, Fisher contaba con los
cruceros de batalla desplegados en todo el mundo, bajo las órdenes del
Almirantazgo y en comunicación directa con éste por medio de la
telegrafía inalámbrica.


La efectividad de este sistema central de comando y control
dependía de la información recolectada y analizada por una sofisticada
organización de inteligencia y comunicaciones conocida como el "War
Room System". Los cruceros de batalla británicos tenían la capacidad de
derrotar a cualquier flota enemiga porque contaban con el más avanzado
sistema de control de tiro que les permitía destruir al enemigo antes
que éste pudiera devolver el fuego. El Almirantazgo británico estaba
convencido que esta ventaja hacia innecesario el blindaje. La política
de Fisher de pasar de la idea del control total del mar al control
local de un área determinada a través de submarinos y cruceros de
batalla contradecía el pensamiento de Mahan sobre la concentración de
fuerzas en la periferia más que en aguas metropolitanas.


En teoría la naciente fuerza de submarinos tenía la capacidad de
prevenir cualquier intento de invasión a las Islas Británicas, además
del hecho que costaría al erario nacional mucho menos que una gran
flota de acorazados y buques de apoyo capaces de cumplir dicha misión.
En otras palabras, Fisher proponía una visión alternativa tanto a las
estrategias de posicionamiento de las flotas enemigas en coalición en
todos los teatros de operaciones, un imposible en términos fiscales,
así como ante las estrategias de concentración de fuerzas en aguas
metropolitanas, ante la eventualidad que peligraran las rutas de
comunicación entre las colonias y la metrópoli. Fisher creía firmemente
en los efectos potenciales de la tecnología. No obstante la concreción
de sus proyectos dependía de las necesidades fiscales y estratégicas
con las que se trabajaba la política naval británica. Las hipótesis de
conflicto de Fisher no se concretaron como lo había planeado. Así,
pues, en 1909 el gran temor que causó la expansión naval alemana hizo
que el Parlamento aprobara un gran presupuesto destinado a la
construcción naval. A este amplio programa de construcción naval hubo
que añadirle las órdenes de construcción de buques en los dominios del
Océano Pacífico. En conjunto los requerimientos británicos y los de sus
dominios quintuplicaban el gasto en construcción naval del año
anterior. Inglaterra quería una gran Armada y un ambicioso programa de
reformas sociales al mismo tiempo, por lo cual se tuvo que introducir
cambios en el régimen fiscal los cuales incrementaron los ingresos
fiscales substancialmente. Tres años después, en 1913, los programas de
construcción naval eran más pequeños que los de 1909, pero aún así eran
el doble de lo invertido en 1908. Este incremento en la construcción
naval dio credibilidad a los planes de mantener una gran flota en aguas
metropolitanas y extra – europeas en caso de producirse un conflicto
bélico.


La viabilidad fiscal de los programas navales requirió la
implementación de una estrategia de superioridad numérica global,
debilitando así los argumentos de Fisher a favor del reemplazo de los
acorazados con cruceros de batalla y submarinos. Por otra parte, los
retrasos en el desarrollo de las herramientas de precisión de tiro –
las cuales iban a dar a la Marina Real la victoria en combates a
grandes distancias – hizo que se debilitara el argumento a favor de los
cruceros de batalla. Este factor puede haber sido el más importante
para que el Almirantazgo negara a Fisher su pedido que las nuevas
unidades ordenadas en el programa naval de 1909 fueran cruceros de
batalla. Así, tan solo cuatro de las unidades construidas fueron
cruceros de batalla frente a seis nuevos acorazados. En ese momento la
credibilidad y efectividad política de Fisher estaban marcadas por
intereses políticos y controversias. Fisher renunció al cargo de Primer
Lord del Mar a principios de 1910. Los programas navales de ese año y
del siguiente sólo incluían un crucero de batalla frente a cuatro
acorazados. La suerte de Fisher cambió en octubre de 1911, cuando
Winston Churchill fue Primer Lord del Almirantazgo, es decir, el
superior jerárquico civil del Primer Lord del Mar, un marino de
carrera. Fisher habría expuesto sus ideas sobre el factor tecnológico
en la guerra naval a Churchill en 1907 y éste quedó sumamente
impresionado. Así, al asumir el mando del Almirantazgo, Churchill
inició una larga correspondencia con Fisher para que volviera a
comandar la Marina Real. Así, durante muchos meses, Fisher creyó que su
visión tecnológica de la guerra en el mar iba a hacerse realidad. A
fines de 1911 Fisher creía que Churchill ya estaba convencido y
suspendería la construcción de acorazados en el programa naval de 1912
y en su lugar se construirían cruceros de batalla y una gran cantidad
de submarinos.


Aparentemente Fisher había ganado la adhesión de Churchill y, como
consecuencia de ello, el pensamiento de Mahan iba a perder terreno en
la estrategia naval británica. Fisher escribía sobre este tema al
periodista Gerald Fiennes el 8 de febrero de 1912: " Estoy en continua
correspondencia con Winston, evitando decirle todo lo que desearía
comentarle, pero cada paso que contempla es bueno….El es valiente, ¡eso
lo define de cuerpo entero! Napoleónico por su audacia, Cromwelliano
por su determinación". Aunque Churchill estaba limitado por la férrea
oposición de sus asesores del Almirantazgo, Fisher creía que los
submarinos iban a asegurar la superioridad naval británica para
siempre. En este sentido la visión de Fisher iba más allá del rol
defensivo del submarino. En 1912 los submarinos más modernos de la
Armada tenían un rango de acción mucho mayor que el de sus
predecesores, razón por la cual Fisher consideraba que se les podía
enviar a proteger las colonias o los territorios estratégicamente
importantes. En su carta a Fiennes, Fisher decía que Mahan era un
volcán extinto porque los submarinos existentes tenían un rango de
acción de 6,000 millas náuticas y permitían patrullas de dos meses, con
total autonomía, así como sus torpedos Whitehead eran armas
contundentes. Este panorama, en la opinión de Fisher, abría vastas
posibilidades estratégicas. Fisher dejó de lado el tema sobre la
capacidad de la fuerza submarina de repeler una invasión a las Islas
Británicas, el tema que más discutió con Churchill.


Empero las expectativas de Fisher se vieron frustradas porque el
Almirantazgo se demoró en decidir las especificaciones técnicas y de
construcción de los submarinos. Por otra parte Churchill tuvo que
reconsiderar su promesa de construir solamente cruceros de batalla y al
final llegó a un compromiso construyéndose acorazados de alta
velocidad, los cuales fueron mucho más lentos que los cruceros que
prevía Fisher. Además el programa de diseño y desarrollo del sistema de
tiro fracasó en 1912, por lo cual una de las premisas técnicas de la
concepción táctica de Fisher fue frustrada. A largo plazo Fisher fue
compensado en cierta forma porque el Almirantazgo adoptó parcialmente
las ideas de Fisher a causa de dos factores. El primero fue la
construcción de dreadnoughts en los países de la cuenca del
Mediterráneo, lo cual obligaba a la Marina Real a retirar sus viejos
acorazados de dicha área. Su reemplazo con nuevas unidades significaba
aumentar el presupuesto en construcción naval y entrenamiento de
dotaciones, además de los costos de mantenimiento, una inversión que ya
no podía permitirse el erario nacional. Además los submarinos probaron
su valor militar y confiabilidad en numerosas maniobras, un argumento
que convenció al Almirantazgo que la flotilla de defensa de las aguas
territoriales era una idea práctica y que dejaría disponible a la flota
de superficie para despliegues en el exterior. Así, pues, las
recomendaciones de Fisher fueron utilizadas para reducir la inversión
pública en el programa naval de acuerdo a lo estipulado por el
gobierno. Fisher volvió al Almirantazgo en octubre de 1914, apenas a
dos meses del estallido de la Primera Guerra Mundial. Su primera orden
fue mandar a construir submarinos y cruceros de batalla, logrando el
respaldo del Gabinete que aprobó la orden de cinco de estas últimas
unidades de gran velocidad y potencia de fuego.


Así, pues, la Primera Guerra Mundial dio la oportunidad a Fisher
de poner sus ideas en práctica, algo que no pudo conseguir en tiempos
de paz. Sin embargo las circunstancias estratégicas de las hostilidades
no eran las que había planeado. Su gran preocupación fue la misma que
expresó Mahan en el capítulo final de "La Influencia del Poder Naval en
la Historia": una guerra naval en la cual Inglaterra estaba
relativamente aislada y enfrentando una coalición de potencias navales
continentales numéricamente iguales o superiores a las de la Gran
Bretaña. No obstante el teatro principal de operaciones estaba en el
continente e Inglaterra contaba con el apoyo naval francés, ruso y
japonés, mientras que la coalición enemiga formada por Alemania y
Austria – Hungría eran potencias básicamente militares. La Marina Real
no contaba con el número suficiente de submarinos requeridos para
implementar la estrategia de bloqueo a las naves enemigas en sus aguas
territoriales, a causa de las disputas, retrasos e interrupciones en el
diseño y construcción de dichas unidades. Felizmente los submarinos no
eran necesarios porque la superioridad aliada en unidades de superficie
permitían a las marinas aliadas un control absoluto de mares distantes
con mínimo apoyo de los recursos navales británicos. El Almirantazgo
sabía que los recursos con los que contaba la Marina Real eran
inadecuados e insuficientes, pero esta circunstancial ventaja
estratégica le permitía concentrar sus fuerzas para enfrentar el
eventual desafío alemán con un gran margen de seguridad.


El asunto que preocupaba a Fisher en la primavera de 1915 era el
despliegue de parte de las fuerza naval reunida para apoyar las
operaciones de desembarco en el Mediterráneo Oriental, en el Estrecho
de Dardanelos. En abril de 1915 Fisher informaba al almirante sir John
Jellicoe, comandante en jefe de la flota de batalla del Mar del Norte,
que pronto le enviaría "algunas proposiciones de Mahan" sobre el tema
que inquietaba a ambos: el debilitamiento de las fuerzas navales
reunidas en aguas territoriales para apoyar operaciones fuera de las
costas británicas a frentes distantes y secundarios. No hay registro de
las comunicaciones recibidas por Jellicoe, pero no es coincidencia que
Jellicoe hubiera leído por primera vez la obra de Mahan.


Mahan murió pocos meses después del estallido de la Primera Guerra
Mundial. Entretanto Fisher dejó el Almirantazgo a mediados de 1915 en
protesta por la operación de desembarco en los Dardanelos. Lo irónico
de su breve ejercicio como Primer Lord del Mar fue que creó los medios
materiales para ejecutar una estrategia que concentraba unidades de
gran desplazamiento en aguas distantes e hizo lo imposible para
mantener un mínimo de concentración de fuerzas en aguas territoriales.
Además, su visión del submarino como el arma ideal para la defensa de
los intereses imperiales fue concretada por Alemania, lo cual significó
una crisis muy seria en la Marina Real. Para Mahan el impacto táctico y
estratégico del submarino implicó la invalidez de su idea que la guerra
de corso no podía conducir a la victoria decisiva. Así, pues, las ideas
del teórico y las estrategias del práctico se mezclaron en el curso de
la contienda naval durante la Gran Guerra.


Mahan y Fisher nunca estuvieron de acuerdo acerca del diseño de
grandes unidades ni de la utilidad de la historia como guía en la
formulación de una política naval, pero las diferencia entre su forma
de pensar terminaban en su total acuerdo que la mejor defensa del
Imperio Británico era la guerra naval. Ambos se ocuparon del mismo
problema: la necesidad de dominar las aguas territoriales y
extraterritoriales con una marina que no fuera lo suficientemente
fuerte en ambos teatros de operaciones. Mahan creía que el elemento
geográfico en la era industrial jugaba un rol similar que en la era de
los buques a vela, es decir, que la distancia era un factor que había
que tomar en cuenta en el despliegue de las flotas fuera de las aguas
territoriales y de la posibilidad de brindarse apoyo mutuo. Así, pues,
Mahan pensaba que Inglaterra no tenía otra opción que concentrar sus
fuerzas navales en casa y minimizar el despliegue de éstas en aguas
internacionales. Por lo contrario Fisher pensaba que el factor
tecnología abría a Inglaterra la posibilidad de superar el elemento
geográfico, es decir, que la Marina Real podía desplegar sus fuerzas en
el exterior pues la costas británicas iban a ser defendidas por su
fuerza submarina, la cual se encontraría pre- posicionada y comunicada
en todo momento gracias al "War Room System". En resumen Mahan apoyaba
la concentración de fuerzas en aguas territoriales mientras que Fisher
decía que debía hacerse en la periferia.


Esta diferencia fundamental en su pensamiento estratégico nunca se
debatió en público porque la información tecnológica para apoyar ambos
puntos de vista era secreta. Además la carrera naval anglo – alemana
durante los últimos años de la Belle Époque y el resultado del combate
de Jutlandia, tan controvertido, que fue fácil suponer que Fisher
privilegiaba el balance de poder en las aguas territoriales. Solo hasta
el momento en que se pudo estudiar la documentación del Almirantazgo
los especialistas descubrieron la importancia que tuvo la discusión
sobre las consideraciones del último capítulo de la obra de Mahan. Por
otra parte hay que tomar en cuenta que Mahan trató el tema de la
concentración de fuerzas solo como un enunciado de un principio general
cuya validez debía probarse en un caso extremo. El mismo Mahan advertía
que su obra era un estudio en base a especulaciones fácticas, no un
relato de reglas validamente probadas y, por lo tanto, era pertinente
convocar la discusión estratégica. El poder que tuvieron sus
conclusiones en su época se debe al hecho que las características
esenciales de la situación histórica evaluada podía transponerse al
desafío que enfrentaba los Estados Unidos para la defensa de sus costas
en ambos lados del continente americano. Otro elemento a considerar es
que la comprensión de las ideas de Mahan dependía del contexto
histórico en que se fundaba el libro.
Las recomendaciones de Mahan para la estrategia naval británica
deben ser entendidas en el contexto de la teoría operacional, dejando
de lado las consideraciones políticas y económicas. Las consecuencias
negativas de la exposición de valiosos intereses periféricos al enemigo
eran tan grandes que Fisher recurrió a la alternativa tecnológica de
forma radical, que en teoría resolvía el problema sin poner en peligro
los intereses propios en aguas metropolitanas. Sin embargo las ideas de
Fisher enfrentaron las dificultades técnicas y la oposición de los
oficiales del Almirantazgo y, finalmente, por el curso que tomaron los
acontecimientos. Así, por ejemplo, el submarino se convirtió en la
principal amenaza de las rutas comerciales británicas.


Los lectores interesados en los temas de la seguridad nacional en
nuestros días podrán observar y descartar ciertos elementos en la
elaboración de una estrategia. Por eso concluimos que la aplicación de
teoría estratégica clásica a temas actuales debe hacerse en
concordancia con el contexto histórico y clarificar la intención del
autor, especialmente cuando se trata de suposiciones contingentes. La
validez y la aplicabilidad de los principios inmutables de la
estrategia pueden ser afectadas por la tecnología. La complejidad,
dificultad e inconsistencia de los problemas estratégicos hacen que los
planes más elaborados en base a principios inmutables fracasen.
Finalmente, está en la propia naturaleza de las cosas que los más
grandes emprendimientos jamás lleguen a concretarse.
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