Génesis y desarrollo de la industria textil valenciana

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GÉNESIS Y DESARROLLO DE LA INDÚSTRIA TEXTIL VALENCIANA. UN ESQUEMA Lluís Torró Gil Universitat d’Alacant No cabe ninguna duda de la propiedad del apelativo “tradicional” aplicado al sector textil moderno de nuestro país: nos hallamos ante una actividad tan antigua como los propios valencianos. Y no me refiero solo a las actividades dispersas y poco o nada especializadas cuya finalidad era el autoabastecimiento o, a lo sumo, el mercado local. Desde que la conquista cristiana añadió el territorio valenciano al espacio feudal europeo, la manufactura textil (asentada, aunque no exclusivamente, en la ciudad de València) se desarrolló con alguna de las características propias con las que hoy distinguimos las actividades artesanales de las propiamente industriales: una organización orientada hacia el mercado que trascendía al pequeño productor individual. Sus rasgos distaban aún mucho de la industria capitalista moderna, sin embargo, es necesario tener en cuenta estas actividades si queremos comprender la evolución del sector y su configuración geográfica y sectorial. La mayor parte del textil valenciano actual hunde sus raíces en estas actividades manufactureras preindustriales. Aunque no en exclusiva, la pañería y la sedería configurarán los sectores textiles básicos hasta finales del siglo XIX. Producciones de carácter esencialmente urbano (centradas, por lo tanto, en la capital), sin embargo, desde muy pronto se extenderán por la geografía valenciana en función de diferentes factores. Destacan, en orden de importancia, la disponibilidad de materia prima, mano de obra y energía. Así, mientras que la pañería se difundió por algunas comarcas de interior con abundante ganadería lanar y cursos de agua capaces de mover artefactos (batanes hidráulicos) o suministrar insumos para procesos químicos (tintes), la sedería se instaló preferentemente en aquellas comarcas mejor dotadas para el cultivo de la morera, cuya hoja constituye el alimento del gusano de seda (bombix mori). La sedería surgió en el primer tercio del s. XV por la iniciativa de artesanos y comerciantes genoveses que se instalaron en València. No parece, pues, que la tradición sedera musulmana sea la clave para el desarrollo de esta manufactura. Probablemente el sector se consolidó a lo largo de los siglos XV y XVI, gracias a la facilidad con que la agricultura de las llanuras irrigadas del país adoptó el cultivo de la morera y la cría del gusano. Los velluts (terciopelos) valencianos contaron con una oferta de materia prima autóctona que, muy pronto, superó la demanda interna y se orientó a la exportación a Castilla. La complejidad del proceso de producción, intensivo en trabajo aplicado y en habilidades técnicas, provocó su organización en gremios, por un lado, y la absorción de una ingente cantidad de mano de obra urbana. Los tejidos elaborados por los velluters (tejedores) valencianos relegaron a la pañería a un papel secundario a fines del s. XVI. La crisis del s. XVII fue especialmente severa con el sector textil de la capital. La sedería, se vio gravemente afectada aunque consiguió finalmente adaptarse. A finales del siglo renacerá de la mano del Col·legi de l’Art Major de la Seda (1686), institución gremial que agrupaba a los velluters, y, ayudada por la crisis de los centros castellanos (Toledo y Granada), inició una conquista de los mercados peninsulares que culminó en el s. XVIII. La sedería valenciana, sin embargo, será presa de una serie de problemas estructurales que marcarán decisivamente su destino final. Quizás el más notable sea su atraso técnico, especialmente en el ramo de la hilatura. Mientras que, desde el siglo XV, los italianos utilizaban ingenios hidráulicos que unificaban y automatizaban (parcialmente, al menos) las tareas de devanado, encarretado y torcido, en València estas actividades siguieron realizándose manualmente y por separado. El devanado en manos de los productores rurales de seda, el encarretado como una actividad

femenina urbana dispersa y el torcido con tornos movidos por caballerías dentro de la propia ciudad y controlado por un gremio independiente, los torcedores. La principal damnificada fue la calidad del hilo, hasta el punto que a pesar de encontrarse dentro de una de las principales áreas europeas de producción y exportación de seda en bruto, los terciopeleros valencianos llegaron a importar cantidades muy significativas y crecientes de hilo torcido. La burguesía sedera tuvo que superar, asimismo, la barrera que representaba el control que el gremio de torcedores realizaba sobre su propia actividad. La creación de la Junta Particular de Comercio en 1762, en la que se agruparon los mayores artesanos-comerciantes sederos, debe ponerse en relación con ello. La disolución del gremio de torcedores en 1793, representa una solución institucional que no resolvió, sin embargo, los problemas de la hilatura. Los sederos valencianos adoptaron precozmente los nuevos métodos franceses. La iniciativa pionera de José Lapayese que introdujo los tornos Vaucanson movidos por energía hidráulica en su taller Vinalesa en 1769 (probablemente la primera instalación fabril textil de España), no fue un hecho aislado. Sin embargo, la mecanización tropezó con tres obstáculos: (1) la rigidez del sistema hidráulico de la huerta de València, al interferir los ingenios las tandas de riego; (2) el sistema fiscal de la ciudad que encarecía las mercancías que se introducían en ella y que hizo fracasar los proyectos de deslocalizar el hilado hacia las comarcas de interior; y (3), la más que probable resistencia de los trabajadores urbanos. La problemática del hilado no se superó hasta la introducción del vapor, en la segunda mitad de la década de 1830. La manufactura sedera entró en un fuerte declive hacia 1800. A los problemas de la hilatura (que la situaban en una débil posición competitiva frente a la sedería lionesa) se añadió la pérdida del mercado americano. Primero las sucesivas guerras con Francia y/o Inglaterra que obstaculizaron el comercio atlántico entre 1790 y 1814, y, posteriormente, la emancipación de las colonias, privaron a los tejidos de seda valencianos de su principal destino. El hecho de que las relaciones comerciales con América fuesen de carácter indirecto (a través de Cádiz) a pesar de la liberalización parcial del comercio ultramarino, provocó el hundimiento de la industria y, además, su incapacidad para restaurar posteriormente los canales comerciales. Para la fuerte competencia francesa, que marcaba las pautas de la moda y que estaba mucho más avanzada técnicamente, la política arancelaria que protegía la manufactura autóctona no fue un obstáculo infranqueable. La producción de tejidos de seda recibió un golpe que no llegó nunca a superar. Tras la pérdida de estos mercados exteriores y su relegación en el mercado interno, la tejeduría de seda tendió a especializarse en telas ornamentales, pesadas y caras que utilizaban seda e hilos de oro y plata (este es el origen, en 1820, de una de las empresas textiles valencianas más destacadas, Garin). No obstante, la abundancia de materia prima confería aún una ventaja comparativa importante al sector sedero. Por ello, a lo largo de la década de 1830, aparecieron algunas fábricas de hilatura. Los problemas energéticos fueron parcialmente resueltos con la adopción del motor de vapor, introducido por primera vez por Santiago Dupuy en su fábrica La Batifora, en Patraix (1837). La década de 1840 asistió, pues, a una importante recuperación de la hilatura, lastrada, sin embargo, por la importación de carbón, lo cual suponía soportar altos costes de producción. En este contexto la aparición de la pebrina (una epizootia que afectaba al gusano de seda) provocó daños irreparables. El hecho decisivo fue, con toda probabilidad, la reconversión de la agricultura valenciana hacia otros cultivos más rentables como la naranja. El proteccionismo de Francia (principal destino del hilo de seda valenciano) puso la puntilla definitiva en la década de 1880. Perdido su principal factor competitivo, la sedería se vio arrastrada a una irremisible decadencia; si en 1856 se contabilizan aún 1.773 telares en todo el país, en 1900 esta cantidad

se había reducido prácticamente a la mitad (904, de los cuales sólo 33 eran mecánicos). La especialización en tejidos ornamentales se acentuó y el sector se redujo a la mínima expresión. La industria sedera, con todo, legó para el futuro tradición fabril, así como prácticas e instituciones empresariales, financieras y comerciales que se reorientaron hacia otras actividades. Y no sólo en la ciudad de València sino en otras comarcas, como la Ribera o la Plana de Uriel-Requena, por citar dos de las más destacadas. A diferencia del sector sedero, la pañería de València capital no resistió la crisis del s. XVII. Los apreciados paños valencianos, de alta calidad, perdieron sus mercados desde finales del s. XVI y la estructura productiva e institucional de esta manufactura no fue capaz de adaptarse a las nuevas circunstancias. En este caso, no obstante, alguien tomó el relevo. Desde el siglo XIV (de 1316 data el primer gremio conocido, el de los paraires de Alcoi) en las serranías del interior se desarrolló una pañería de baja calidad. Esta actividad se concentró en pequeños núcleos semiurbanos que orientaron su producción a mercados cada vez más lejanos y aumentaron su especialización y la calidad de sus productos. Entre 1460 y 1580, estas localidades conocieron un importante incremento de su producción y la progresiva institucionalización de la manufactura. Dirigida por los paraires (que preparaban la lana y cardaban el paño una vez acabado), la pañería se desarrolló siguiendo un esquema protocapitalista: un reducido grupo de artesanos concentraban la mayor parte de las ventas y dirigían el proceso de producción. Su mayor flexibilidad y la adopción de las nuevas pañerías, les permitió adaptarse y sobrevivir en la difícil coyuntura del s. XVII. A finales del Seiscientos se observa una franca recuperación basada en la conquista del mercado castellano, el crecimiento de la producción y una elevación de la calidad de la misma. Tras la Guerra de Sucesión todas estas tendencias se acentuarán y el País Valenciano se convertirá en una de las principales regiones productoras con sus principales centros en Morella, Enguera, Ontinyent, Bocairent y, muy especialmente, Alcoi. Esta última ciudad conoció un crecimiento espectacular desde 1715, multiplicando por cuatro su población y por doce la producción de tejidos, con lo que alcanzó en la primera década del s. XIX los 13.500 habitantes y cerca de 600.000 varas valencianas de paños, convirtiéndose en el principal centro pañero de la península. Este crecimiento (que en menor medida se dio también en otras localidades) se logró gracias a un entramado institucional que canalizó los conflictos derivados del sistema de producción a domicilio a favor de un grupo de artesanos, miembros del Gremio de Pelaires, que se denominaron progresivamente fabricantes. Destaca en este sentido, la concesión del título la Real Fábrica en 1731 y la concesión de privilegios fiscales que, aunque generales, beneficiaron particularmente a los alcoyanos. Las formas de comercialización permitieron mantener un estrecho contacto con el mercado y minimizar el capital circulante invertido. Ello les facilitó la adaptación a los cambios en la orientación de la demanda, gracias a la adopción de nuevas técnicas (en tintes, particularmente) y al incremento cualitativo. Los fabricantes valencianos, en general, y los alcoyanos particularmente, fueron conquistando los mercados de Madrid, La Mancha, Murcia, Andalucía y, más adelante, el mercado americano. Estas fueron las claves, junto a la demanda del Estado (ropa para el ejército) que explican el éxito alcanzado. El tránsito hacia la mecanización se da a partir de 1791. Las razones son similares a las de la sedería: el crecimiento, dada la base técnica en que se apoyaba (tornos para hilar manejados manualmente por mujeres), supuso una enorme dispersión de los trabajos de hilado y cardado. En el caso alcoyano llegó a implicar a 42 localidades diferentes. Todo esto iba en perjuicio de la calidad del hilo y generaba una elevación de costes. Para poder controlar mejor el proceso los fabricantes encargaron una adaptación de una spinning jenny hidráulica para hilar algodón que habían visto en funcionamiento en Cádiz. Aunque la empresa se vio coronada por el éxito, la

limitada variedad de hilos que producía y las resistencias de los trabajadores retrasaron la adopción de esta tecnología hasta 1819. En esta fecha, la Real Fábrica (ya una asociación patronal desde la disolución del Gremio de Tejedores en 1798) adquirió un juego de carda e hilado belga. A pesar de los acontecimientos luditas de 1821, las máquinas (aún spinning jennys, aunque mayores) se difundieron rápidamente y significaron la aparición del sistema fabril en este ramo. Junto a la resistencia obrera, los fabricantes hubieron de hacer frente también al problema energético, a pesar de la temprana introducción del vapor (en 1832, para unos tintes) no se utilizó como fuerza motriz hasta mediados de siglo y siempre como complemento de la energía hidráulica. Desde 1853 se introdujeron las mules y, a partir de la década de 1880, las selfactinas. La industria alcoyana fue la única manufactura pañera del país que consiguió adaptarse a la nueva coyuntura decimonónica. Otras localidades como Bocairent, Enguera, Ontinyent o Morella, vieron muy reducidas sus actividades textiles con una débil mecanización. La primacía del textil alcoyano se asentó en un entramado institucional excepcionalmente favorable. La Real Fábrica, además de defender los intereses patronales frente a un combativo proletariado, se preocupó de estimular la mecanización y la transmisión de conocimientos. Destaca, en este sentido, la creación del llamado Establecimiento Científico-Artístico (1828), embrión de la Escuela Industrial de peritos (desde 1901), actualmente integrada en la Universidad Politécnica de Valencia. De este modo, la concentración que se había dado en torno al núcleo alcoyano se acentuó y, en la práctica, muchas de las localidades que desarrollaron el textil lanero, lo hicieron dependiendo de Alcoi. Las razones se han de buscar también en la pérdida de los mercados de ultramar y el debilitamiento del mercado andaluz. Ello obligó a una reducción importante de la calidad de los tejidos fabricados. Por las mismas fechas la pañería catalana se especializaba en los géneros de novedades y conquistaba definitivamente el mercado castellano, alcanzando la primacía en España. Así pues, si las condiciones técnicas de la pañería dificultaban su mecanización y promovían el mantenimiento de una estructura empresarial atomizada, dominada por las industrias de fase, en el caso valenciano esta característica se vio agudizada por las condiciones del mercado. El fuerte predominio de la empresa familiar, independiente y casi autosuficiente financieramente encuentra aquí su principal explicación. La mejor muestra de ello es el mantenimiento de la tejeduría como una actividad dispersa y no mecanizada hasta finales del siglo. Sin embargo, tras la aguda crisis de la década de 1880, se producirán una serie de cambios acelerados y generalizados. Por un lado, la demanda se diversificará y la producción derivará hacia las fibras regeneradas. Por otro, se va a dar una clara tendencia a la concentración, con la aparición de grandes factorías de ciclo completo, y a la mecanización (telares mecánicos, selfactinas, batanes de cilindros,…). Junto con el viraje proteccionista de la política arancelaria (que, paradójicamente, se acompaña del inicio de una tímida actividad exportadora), la llegada del ferrocarril a la ciudad en 1893, permite un incremento del consumo de carbón y, con él, de la electricidad. Esta fuente de energía (que ya se venía utilizando en algunas industrias del país desde principios de la década de 1880) se irá extendiendo desde 1894, con un uso preferentemente fabril, y permitió la generalización de la concentración productiva. Estos cambios van a promover el desarrollo de la industria en otros centros, en parte compitiendo con el centro alcoyano y en parte adquiriendo nuevas especializaciones; la fabricación de mantas (que pronto contará con Ontinyent como núcleo destacado), el género de punto o la fabricación de alfombras de lana (centrada en Crevillent, a partir de la tradicional producción de esteras de esparto), son algunas de ellas. Todo este desarrollo alcanzará su punto culminante en la favorable coyuntura de la Gran Guerra de 191418. El mantenimiento de las actividades textiles tradicionales constituye un factor clave de localización, como ejemplifica magistralmente el nacimiento en 1907 de la empresa que iba a

convertirse en el eje del grupo Marie Claire, ubicada en Vilafranca del Cid y que surgió a partir de la fabricación artesanal de las calces de lana. Aunque los conocimientos sobre la historia del textil valenciano durante el siglo XX son particularmente pobres, podemos trazar las líneas básicas de su evolución. Las décadas de 1920 y 1930 constituyen un período de dificultades para la industria textil, especialmente la alcoyana. Las difíciles circunstancias coyunturales, con una depresión permanente de los mercados, facilitaron, no obstante, el crecimiento de los centros secundarios. No es casual, por ejemplo, que algunas de las mayores empresas textiles valencianas daten de estas fechas. Casos como el de Paduana, S.A. (Ontinyent, 1919), Alfombras Imperial (Crevillent, 1923) o Ferry’s (Canals, 1928) resultan especialmente relevantes. Producciones dirigidas a una demanda cada vez más diversificada, también se beneficiaban de la tendencia de la industria a desplazarse desde los centros más maduros (Alcoi, particularmente) en busca de localizaciones más ventajosas, bien por la disponibilidad de fuentes de energía, o bien (y sobre todo) menores costes en la mano de obra. Tecnológicamente, el cambio más significativo del período fue la introducción (débil aún) de las fibras sintéticas. La Guerra Civil interrumpirá este desarrollo cuando la industria sea socializada y se vuelque ampliamente a la producción bélica. De nuevo, el caso alcoyano representa la experiencia más relevante por sus orígenes (sindicales), sus dimensiones y su excepcional organización empresarial. La derrota republicana acabará definitivamente con esta experiencia. La posguerra conocerá un largo período de depresión. La política económica, aislacionista y fuertemente intervencionista, y la fuerte represión tendrán importantes consecuencias, suponiendo, a la vez, el languidecimiento de la industria y la consecución de elevados beneficios empresariales. Las dificultades vinieron de la mano de la escasez de materias primas, energía e insumos tecnológicos, por un lado, y, por otro, de la débil capacidad adquisitiva del mercado. El factor que provocaba ésta última (los misérrimos salarios), ayudó, no obstante a las empresas a mantener unos resultados positivos en sus cuentas de explotación. La capacidad de acumulación empresarial contrastaba, pues, con las dificultades para reinvertir el capital acumulado; sin embargo, esta situación empezó a cambiar a partir de la liberalización (tímida aún) de principios de la década de 1950. La entrada de capital norteamericano supuso una recuperación del crecimiento y, tras la crisis de 1958 y la adopción del Plan de Estabilización en 1959, la emigración masiva, el crecimiento del turismo y la importación de capitales pusieron las bases del llamado “milagro español”. Todos estos cambios repercutieron decisivamente en el textil valenciano. El notable incremento de la demanda (tanto en cantidad como en calidad y diversidad) provocaron la crisis de las viejas especializaciones y la aparición de otras nuevas. La pañería tradicional fue languideciendo hasta convertirse en una actividad residual, especialmente tras la crisis de los setenta. La versatilidad del entramado de pequeñas y medianas empresas en el distrito industrial de Alcoi-Ontinyent, permitió una reconversión hacia el textil-hogar, con una clara vocación exportadora, basada en los bajos costes de la mano de obra. La clave se encuentra en las innovaciones tecnológicas en la hilatura (especialmente las máquinas open-end y el empleo de las nuevas fibras sintéticas) y en el tejido (telares sin lanzadera y tejidos no-tejidos). Estos cambios también afectaron a otras actividades ya arraigadas como la fabricación de medias, alfombras, mantas o géneros de punto. Además, facilitaron la aparición de nuevas industrias, en algún caso desvinculadas de tradiciones fabriles previas. El caso más destacado lo representa el grupo Sáez Merino, que desde la pequeña localidad de Millares iniciaron una manufactura de confección que desde 1960 se especializó en la fabricación de prendas tejanas (utilizando tejido denim) y que se convirtió en una de las principales productoras mundiales con su emblemática marca Lois. Estas nuevas

actividades, además, obligaron al desarrollo de la moda y el diseño, especialmente importantes en el sector de la confección, donde destacan otras iniciativas como ejemplifica la producción de bañadores en Vila-real desde 1957. A pesar de estos cambios y del notable éxito de algunas iniciativas individuales, el textil valenciano adoleció de serios problemas estructurales. En términos muy amplios, los más destacados fueron la baja productividad del trabajo (debido a una insuficiente modernización), una escasa capacidad de innovación y el insuficiente desarrollo de medios eficientes de comercialización y financiación. Estos problemas se agravaron durante la crisis de las décadas de 1970 y 1980 que provocó una fuerte reconversión y una importante reducción de las dimensiones del sector. El reducido tamaño de las empresas, sin embargo, ha sido un arma de doble filo, puesto que aunque dificulta alcanzar una escala suficiente y una adecuada organización, permite, como contrapartida, una enorme flexibilidad, como ha demostrado la evolución del sector durante los años 90. Las economías externas que se generan en los distritos industriales y las redes de empresas e instituciones patronales, sindicales y públicas permiten una gran adaptabilidad. El incierto futuro del sector dependerá fundamentalmente de ello. SELECCIÓN BIBLIOGRÁFICA ARACIL, Rafael y GARCIA BONAFÉ, Màrius (1974): Industrialització al País Valencià (el cas d’Alcoi), València, Eliseu Climent editor. CERDÀ, Manuel (1980): Lucha de clases e industrialización. La formación de una conciencia de clase en una ciudad obrera del País Valencià, 1820-1873, València, Ed. Almudín. CERDÀ, Manuel y GARCIA BONAFÉ, Màrius (dirs.) (1995): Enciclopedia valenciana de Arqueología Industrial, València, Alfons el Magnànim CUEVAS, Joaquim (1999): “Innovación técnica y estructura empresarial en la industria textil de Alcoi, 1820-1913”, Revista de Historia Industrial, nº 17, pp. 75-106. –––– (2002): “Banking Growth and Industry Financing in Spain during the Nineteenth Century”, Business History, Vol. 44, nº 1, pp. 61-94. CUEVAS, Joaquim; y, TORRÓ, Lluís (2002): “Pels camins de la ‘via valenciana’: la indústria en el segle de la revolució”, Recerques, nº 44, pp. 21-60. FRANCH, Ricardo (2000): La sedería valenciana y el reformismo borbónico, València, Alfons el Magnànim. GARRIGÓS, Lluís y BLANES, Georgina (2001): 150 anys de la consolidació de l’ensenyament industrial a Alcoi. Cicle de conferències (2001), Alacant, Universitat Politècnica de València. HÉRNANDEZ MARCO, José Luis (1987): ALa pañería como alternativa económica de las serranías del interior valenciano (siglos XVIII y XIX)@, Saitabi, vól. XXXVII, pp. 209-223. MARTÍNEZ GALLEGO, Francesc-Andreu (1995): Desarrollo y crecimiento. La industrialización valenciana, 1813-1914, València, Conselleria d’Indústria, Comerç i Turisme.

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