GARRIGUET MATA, J.A. (2014): “Imágenes sin poder. Destrucción, reutilización y abandono de estatuas romanas en la Corduba tardoantigua. Algunos ejemplos” en Ciudad y territorio: transformaciones materiales e ideológicas entre época clásica y el altomedioevo. MgAC 20, Córdoba, 85-104

August 21, 2017 | Autor: G. Universidad de... | Categoría: Spolia, Roman Sculpture, Roman cities of Baetica (Hispania), Escultura Romana, Reuse of Ancient Sculptures Rome
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Descripción

monografías de arqueología Vaquerizo, D.; Garriguet, J. A.; León, A. (Eds.)

Ciudad y territorio: transformaciones materiales e ideológicas entre la época clásica y el Altomedioevo

20 [ 2014 ]

cordobesa

NÚMERO

20

2014

[ NUEVA ÉPOCA ]

Ciudad y territorio: transformaciones materiales e ideológicas entre la época clásica y el Altomedioevo Vaquerizo D.; Garriguet, J. A.; León, A. (Eds.)

Córdoba, 2014

NÚMERO

20

2014

[ NUEVA ÉPOCA ] Serie monográfica publicada por el Grupo de Investigación Sísifo (P.A.I., HUM-236), de la Universidad de Córdoba, en colaboración, en este caso, con su Servicio de Publicaciones.

DIRECTORES DE LA SERIE

Desiderio VAQUERIZO GIL Juan Fco. MURILLO REDONDO SECRETARIOS

José A. GARRIGUET MATA Alberto LEÓN MUÑOZ © De los Autores. © Edita: Servicio de Publicaciones, Universidad de Córdoba, 2014 Campus de Rabanales, Ctra. Nacional IV, Km. 396 14071 Córdoba www.uco.es/publicaciones [email protected] Montaje portada: Eduardo CERRATO CASADO. D. L. CO: 1.860/2014 I.S.B.N.: 978-84-9927-163-7 CONFECCIÓN E IMPRESIÓN:

Imprenta Luque, S. L. - Córdoba www.imprentaluque.es

La dirección de MgAC no se hace responsable de las opiniones o contenidos recogidos en los textos, que competen en todo caso a sus autores «Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)»

Esta monografía recoge los resultados obtenidos en el marco del Proyecto de Investigación "De la urbs a la civitas: transformaciones materiales e ideológicas en suelo urbano desde la etapa clásica al Altomedioevo. Córdoba como laboratorio", financiado por la Dirección General de Investigación y Gestión del Plan Nacional I+D+I. Ministerio de Ciencia e Innovación. Gobierno de España), en su convocatoria de 2010 (Ref. HAR2010-16651; Subprograma HIST).

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ÍNDICE Córdoba, como laboratorio Pág. 11 / 40 Vaquerizo Gil, D., “Ciudad y territorio en el Valle Medio del Betis: apuntes al hilo de una realidad dual, pero esquiva” Pág. 41 / 54 Ruiz Bueno, M. D., “El entorno del decumanus maximus de Colonia Patricia Corduba: ¿evidencias de una remodelación urbanística hacia época severiana?” Pág. 55 / 68 Ruiz Osuna, A., “Monumentalización funeraria en ámbito urbano: vías de interpretación aplicadas a la Córdoba romana” Pág. 69 / 84 Delgado Torres, M.; Jaén Cubero, D., “Territorio y ciudad. El yacimiento arqueológico de Fuente Álamo, Puente Genil (Córdoba). Una reflexión” Pág. 85 / 104 Garriguet Mata, J. A., “Imágenes sin poder. Destrucción, reutilización y abandono de estatuas romanas en la Corduba tardoantigua. Algunos ejemplos” Pág. 105 / 120 Cerrato Casado, E., “El epígrafe funerario de Cermatius: ¿un testimonio arqueológico del primer cristianismo cordobés?” Pág. 121 / 136 Vázquez Navajas, B., “Algunas consideraciones acerca del abastecimiento y la evacuación de agua en la Corduba tardoantigua” Pág. 137 / 184 León Muñoz, A.; Murillo Redondo J. F.; Vargas, S., “Patrones de continuidad en la ocupación periurbana de Córdoba entre la Antigüedad y la Edad Media: 1. Los sistemas hidráulicos” Pág. 185 / 200 Blanco Guzmán, R., “Una ciudad en transición: el inicio de la Córdoba Islámica” Pág. 201 / 214 González Gutiérrez, C., “Hacia la ciudad islámica: de la percepción tradicional a la conceptualización arqueológica”

Varia Pág. 217 / 234 Romero Vera, D., “Dinámicas urbanas en el siglo II d.C.: el caso de Colonia Augusta Firma Astigi (Écija, Sevilla)”

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Pág. 235 / 250 Martín-Bueno, M.; Sáenz Preciado, J. C., “Valdeherrera, Bilbilis, Caesaraugusta: actualización de su conocimiento” Pág. 251 / 264 Andreu Pintado, J., “Rationes rei publicae uexatae y oppida labentia. La crisis urbana de los siglos II y III d.C. a la luz del caso del municipio de Los Bañales de Uncastillo (Zaragoza, España)” Pág. 265 / 282 Jiménez Salvador, J. L.; Ribera i Lacomba, A. V.; Rosselló Mesquida, M., “Valentia y su territorium desde época romana imperial a la antigüedad tardía: una síntesis” Pág. 283 / 292 Bermejo Meléndez, J.; Campos Carrasco, J. M., “El mundo tardoantiguo al occidente del conventus Hispalensis. La trasformación y ruptura del modelo clásico” Pág. 293 / 308 Schattner, Th. G., “Breve descripción de la evolución urbanística de Munigua desde sus comienzos hasta la época tardoantigua” Pág. 309 / 324 Rascón Marqués, S.; Sánchez Montes, A. L., “Complutum: de la ciudad clásica a la deconstruida a través de 700 años de historia” Pág. 325 / 338 Beltrán de Heredia Bercero, J., “Barcelona, colonia en la Hispania romana y sede regia en la Hispania visigoda” Pág. 339 / 354 Costantini, A., “Pisa. L’evoluzione della citta' e del suburbio tra Antichita' e Altomedioevo” Pág. 355 / 366 Bernardes, J. P., “Ossonoba e o seu território: as transformações de uma cidade portuária do sul da Lusitânia” Pág. 367 / 382 Lopes, V., “Mértola na Antiguidade Tardia” Pág. 383 / 414 Alba, M., “Mérida visigoda: construcción y deconstrucción de una idea preconcebida”

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Universidad de Córdoba ✉ [email protected]

RESUMEN: Se analizan en este trabajo varios casos de esculturas de colonia Patricia-Corduba (Córdoba) que fueron objeto de expolio, destrucción y/o reaprovechamiento en distintos momentos de la Antigüedad Tardía. Constituyen, por tanto, evidencias de las transformaciones urbanísticas experimentadas por la capital de la Bética durante dicho periodo, así como de la pérdida de la función original con la que fue concebida la plástica romana en los siglos precedentes. Palabras clave: Reaprovechamiento, escultura romana, colonia Patricia-Corduba, Antigüedad tardía.

ABSTRACT: This paper analyzes several cases of sculptures from colonia Patricia Corduba (Córdoba) that were plundered, destroyed or reused in different moments of the Late Antiquity. Therefore, they have become evidences of the urban transformations experienced by the capital of the Baetica during this period, as well as of the loss of their original function, which was conceived in the precedent centuries. Key words: Reuse, Roman Sculpture, colonia Patricia-Corduba, Late Antiquity.

ISBN 978-84-9927-163-7

Grupo de Investigación Sísifo (PAIDI HUM-236)

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José Antonio GARRIGUET MATA

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IMÁGENES SIN PODER. DESTRUCCIÓN, REUTILIZACIÓN Y ABANDONO DE ESTATUAS ROMANAS EN LA CORDUBA TARDOANTIGUA. ALGUNOS EJEMPLOS1

INTRODUCCIÓN Como ponen de manifiesto las fuentes escritas grecolatinas (especialmente las de carácter jurídico) y evidencia a menudo en nuestros días la documentación arqueológica, uno de los fenómenos que mejor definen el tránsito de la ciudad clásica a la tardoantigua es el reaprovechamiento para nuevos fines –tras su abandono, ruina o destrucción– de buena parte de los otrora majestuosos espacios y edificios públicos urbanos, así como de sus correspondientes materiales arquitectónicos, escultóricos y epigráficos; lo cual contribuyó enormemente a modificar, al cabo de unos cientos de años, la fisonomía de las viejas urbes romanas, su Stadtbild 2.

1

Quiero mostrar mi más sincero agradecimiento a todas las personas que, de una manera u otra, me han prestado su

ayuda o colaboración durante la realización de este trabajo. Especialmente, a amigos y compañeros del Grupo de Investigación Sísifo. En concreto, el Prof. Dr. Alberto León Muñoz, el Dr. Juan Francisco Murillo Redondo, D. Manuel D. Ruiz Bueno y Dña. Carmen González Gutiérrez. Y, cómo no, también al Prof. Dr. Desiderio Vaquerizo Gil. 2 Para las interesantes transformaciones urbanas acaecidas en el conjunto del Imperio y en las provincias hispanas durante las etapas bajoimperial y tardoantigua, vid., por ejemplo, Ripoll-Gurt, 2000; García et alii, 2010; y Brogiolo, 2011. Con respecto al caso concreto de Córdoba, destacan trabajos como los de R. Hidalgo (2005), I. Sánchez Ramos (2009;

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Si bien cuenta con no pocos ejemplos en periodos anteriores, fue a partir de las últimas décadas del siglo III d.C. y sobre todo del gobierno de Constantino cuando dicho fenómeno, conocido en la actualidad con el término genérico de spolia3, comenzó a hacerse cada vez más frecuente y generalizado en las ciudades del Imperio (incluida la propia Roma); para reproducirse de forma ya bastante más nítida y sistemática, a una escala todavía mayor, a lo largo de la Antigüedad Tardía. Y ello pese a las sucesivas medidas legales establecidas por el poder imperial durante los siglos IV y V para intentar evitarlo o al menos controlarlo (De Lachenal, 1995: 24-26, 41-44). Las razones de este proceso fueron en gran medida de índole práctica y económica, así como político-ideológica. No obstante, detrás del mismo se encuentran también los importantes cambios que la sociedad romana en su conjunto fue experimentando en el terreno de los gustos, las mentalidades y las creencias desde las últimas décadas del siglo II d.C. En lo que respecta en concreto a la decoración escultórica, durante la etapa bajoimperial su reaprovechamiento se halla relacionado, en primer lugar, con la damnatio memoriae (Stewart, 2003: 267 ss.)4 que sufrieron a menudo las imágenes imperiales como consecuencia de las luchas intestinas por el poder; pero aún más con el notable descenso general de la producción ex novo de esculturas (sobre todo retratos y estatuas honoríficas) atestiguado de forma progresiva e imparable en el mundo romano, y en especial en su mitad occidental, a partir de momentos avanzados del siglo III d.C. (Stewart, 2007: 27; Bauer-Witschel, 2007: 2)5; hechos ambos que, aunque por causas muy distintas, condujeron a la reelaboración y reutilización de muchas esculturas con el fin de obtener nuevas obras y ornamentar otras edificaciones6.

2010a y 2010b; 2011) y J. Sánchez Velasco (2006; 2011), centrados en gran medida, cuando no preferentemente, en la cristianización de su topografía urbana tanto dentro como fuera del recinto amurallado; o el de A. León y J. F. Murillo (2009), que ha incidido en la evolución urbanística del sector suroccidental de la ciudad entre el siglo III y la etapa islámica; sin olvidar los múltiples estudios a los que ha dado lugar el controvertido complejo arqueológico de Cercadilla, entre los que me limito a citar aquí algunos de los más recientes (Arce, 2010; Fuertes, 2011; Hidalgo, 2013; Marfil, 2010-2011; Vaquerizo-Murillo, 2010: 493-506). El análisis global de los cambios experimentados por la ciudad intramuros entre los siglos bajoimperiales y la Antigüedad Tardía está siendo analizado de manera minuciosa y pormenorizada por Manuel D. Ruiz Bueno en el marco de su Tesis Doctoral, titulada “Corduba en la Antigüedad Tardía: transformaciones topográficas en el espacio in urbe”, y dirigida por el Prof. Dr. Desiderio Vaquerizo. 3 Acerca del origen y de los diferentes significados del termino spolia y de sus derivados desde la Antigüedad hasta nuestros días, vid. Kinney, 1997: 117-122. La bibliografía internacional sobre el reaprovechamiento de elementos arquitec-

tónicos y escultóricos romanos se ha incrementado enormemente de unas cuantas décadas para acá. Para su conocimiento remito aquí a la clara y útil síntesis historiográfica elaborada por A. Peña (2010: 17-39), donde se recogen además las diferentes categorías o clases de reaprovechamiento del material marmóreo antiguo. Por lo que respecta en concreto a las distintas formas de expolio que conocieron las esculturas en época tardoantigua, así como al sentido con el que sus contemporáneos las llevaron a cabo, véase el interesante texto de Kristensen, 2013. 4 Para el tema de la damnatio memoriae (y su repercusión en el ámbito de la plástica oficial desde comienzos de época imperial hasta el siglo IV), vid., entre otros muchos textos, los artículos de M. Bergmann, P. Zanker (1981) y H. Jucker (1981), así como la monografía más reciente de E. R. Varner (2004). Un fenómeno conceptualmente muy diferente, designado como translatio memoriae, fue el que afectó por ejemplo a los relieves históricos con representaciones imperiales del siglo II d.C. reutilizados en el arco de Constantino (Kinney, 1997: 146). 5 La producción de nuevas estatuas ideales o mitológicas, muchas de ellas de pequeño formato y destinadas sobre todo a decorar ricas viviendas urbanas o rurales, se mantuvo en cambio durante la mayor parte del siglo IV (Bauer-Witschel, 2007: 4, 10-12). 6 Lo cual es buena muestra de que en la etapa bajoimperial, como también en la tardoantigua, las estatuas continuaban desempeñando en general un papel muy importante para el conjunto de la sociedad (Bauer-Witschel, 2007: 1; Caseau, 2011: 479-480; Kristensen, 2013: 29-30). Sobre el fenómeno de la reutilización y reelaboración de esculturas en el mundo antiguo, véase el trabajo clásico de H. Blanck (1969). Entre los numerosísimos casos de esculturas reelaboradas en época bajoimperial para dotarlas de una nueva finalidad pueden traerse aquí a colación, por ejemplo, las dos estatuas-fuente de ninfas recuperadas en la orchestra del teatro de Italica, obtenidas en el siglo III d.C. a partir de sendos togados posiblemente julio-claudios (León, 1995: 166-169, nºs 56 y 57). Los procesos de reelaboración y reutilización de esculturas alcanzaron aún mayor significación en época tardoantigua (Bauer-Witschel, 2007: 2).

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Junto a estas prácticas, que conllevaban lógicamente la alteración tipológica e iconográfica de las esculturas afectadas (e incluso solían suponer su traslado a otros contextos espaciales para cumplir funciones distintas), pero a su vez, paradójicamente, prolongaban su vida (Pekáry, 1985, 29 ss.), se constata ya entonces otra forma de expolio de los elementos escultóricos de consecuencias mucho más radicales que cobrará todavía mayor protagonismo desde finales del siglo IV y durante las centurias siguientes7. Me refiero a la destrucción total o parcial de aquéllos, bien con el mero propósito de su reciclaje como material constructivo (en el caso fundamentalmente de los realizados en piedra, reducidos a cal o insertos como meros bloques en fachadas, muros o cimentaciones de nuevas edificaciones: vid. Todisco, 1994: 301-321; Coates-Stephens, 2007); bien por motivos religiosos, derivados del definitivo triunfo del Cristianismo y de su pugna contra el paganismo residual (Gramaccini, 1996: 17 ss.; Stewart, 1999; Trombley, 2008; Caseau, 2011; Kristensen, 2012)8. Con independencia de la razón última por la que se produjera, además de cerrar definitivamente el “ciclo vital” de la escultura9 –iniciado en el momento de su elaboración en un taller y continuado con su exposición en un lugar público o privado–, tal procedimiento constituye, quizás, el mejor indicador de la pérdida de valor, de la razón de ser o, si se quiere, del “poder” de una parte considerable de la plástica romana durante la Antigüedad Tardía10. En él me centraré en este trabajo. Hasta la fecha, el estudio del reaprovechamiento o expolio de materiales antiguos en Córdoba ha sido abordado sólo en muy contadas ocasiones. Para los elementos de decoración arquitectónica, y al margen de la escueta pero interesante aportación que C. Márquez realizó al tema (Márquez, 1998: 207-209), destaca sobre todo la excelente monografía (derivada de su tesis doctoral) que A. Peña publicó hace unos años sobre los cimacios, capiteles, fustes y basas de épocas romana y visigoda empleados en la fase emiral de la Mezquita Aljama (Peña, 2010). Asimismo, cabe mencionar algunos trabajos anteriores, como los dedicados específicamente al reciclaje, ya desde la etapa bajoimperial, de material constructivo y arquitectónico procedente de la zona del teatro (Sánchez Velasco, 2000; Monterroso, 2002) y de otros viejos edificios altoimperiales: el complejo de culto imperial de las calles Claudio Marcelo-Capitulares o los monumentos funerarios de Puerta de Gallegos (Moreno-Gutiérrez, 2008); o el que dio a conocer un vertedero de piezas arquitectónicas de cronología altoimperial cons-

7 Aunque también contaba con precedentes, algunos incluso de plena época altoimperial. Recuérdese, por ejemplo, el caso del retrato del emperador Tiberio que apareció empotrado en la cimentación de un muro perteneciente a la fase de remodelación, en el siglo II d.C., del templo forense de Bilbilis (Martín Bueno-Sáenz, 2004: 261-262, Lám. 6). 8 Una alternativa a la destrucción completa o a la mutilación –sobre todo de narices y genitales (Trombley, 2008; Hannestad, 2001)– a la que los cristianos recurrieron a veces, sobre todo en la zona oriental del Imperio, fue la de la “purificación” de retratos y estatuas y antiguos mediante la representación en ellos de una o varias cruces en partes visibles del rostro o del cuerpo (Trombley, 2008: 152-153, 157 ss.; Jacobs, 2010: 279-282; Kristensen, 2012). Por su parte, la castración de estatuas desnudas no conllevó siempre necesaria e inmediatamente su desecho, pues se conocen ejemplos de esculturas “castradas” que continuaron expuestas en termas durante bastante tiempo, hasta el mismo momento del abandono de éstas (Stirling, 2012: 72). 9 Idea que planteo en la línea de la “life history” de los artefactos sobre la que teorizó M. Schiffer en los años 70 del siglo pasado. Para la aplicación de dicho concepto al estudio de los spolia tardoantiguos, vid. Kristensen, 2013; especialmente páginas 24-29. 10 No obstante, entre los siglos IV y VI no todas las esculturas “paganas” (categoría en la que entrarían especialmente las representaciones de divinidades y héroes clásicos) fueron en absoluto destruidas o mutiladas por el fanatismo cristiano. Además de numerosos episodios de violencia contra ellas –suscitados, de manera más o menos directa o explícita, por escritores cristianos, predicadores, santos, obispos y otros cargos eclesiásticos–, se documentan también actitudes positivas diversas, tendentes a la preservación activa de muchas estatuas, o cuando menos “neutrales” (vid. Jacobs, 2010, en especial para Asia Menor). En cuanto a la legislación imperial de la segunda mitad del siglo IV y las primeras décadas del V, en ningún caso promovió la destrucción de estatuas paganas, solamente ordenó el traslado de aquellas que habían recibido (o aún recibían) culto en templos a termas y otros espacios públicos (plazas, calles) desacralizados, como atestiguan también inscripciones de Italia y del Norte de África (vid. Lepelley, 1994; Trombley, 2008: 153-154; Caseau, 2011: 485-486; Stirling, 2012: 68-69); Muchas de aquellas estatuas paganas (incluidas las imperiales) trasladadas a calles y plazas en los siglos IV y V se preservaron allí hasta bien entrado el siglo VI gracias a su significación política (Lavan, 2011).

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Lám. 1. Lugares de hallazgo de las esculturas analizadas en el texto en relación al parcelario actual de Córdoba y a su recinto amurallado romano. Elaboración propia a partir de un plano del Convenio GMU-UCO.

tituido hacia finales del siglo III d.C. al noroeste de la ciudad (Torreras, 2009). A ellos debe sumarse, finalmente, una nueva aportación de A. Peña en la que dicho autor realiza un recorrido evolutivo del reaprovechamiento de materiales arquitectónicos en la Córdoba de los siglos III al VIII (Peña, 2011). En lo que atañe a la decoración escultórica, la atención se ha dirigido casi únicamente hacia determinadas piezas romanas –en su mayoría sarcófagos paganos o cristianos de los siglos III y IV d.C.–, reutilizadas en época medieval islámica, y de manera predominante en la ciudad califal de Madinat al-Zahra (Beltrán, 1988-1990; 1999: 33-37, 112-166, nºs 4-10; Beltrán-García-Rodríguez, 2007; García, 2004; Calvo, 2012). Excepción reciente a dicha regla constituye un breve texto de J. Sánchez (Sánchez Velasco, 2013: 45-47), aunque el mismo se ocupa parcialmente de Córdoba capital, abordando sólo la problemática de las esculturas halladas en C/ Duque de Hornachuelos, 8 (vid. infra). Por tal motivo, y en el marco del Proyecto de Investigación “De la urbs a la civitas. Transformaciones materiales e ideológicas en medio urbano desde la etapa clásica al Alto Medievo. Córdoba como laboratorio”, he considerado de todo punto necesario realizar una primera aproximación general al tema de la destrucción y del reaprovechamiento de esculturas de colonia Patricia Corduba durante la Antigüedad Tardía a través de unos cuantos ejemplos significativos (Lám. 1)11. Busco

11 No he pretendido resultar exhaustivo con mi análisis, razón por la cual han quedado fuera de este trabajo restos escultóricos cordobeses cuyo reaprovechamiento en época bajoimperial o tardoantigua es asimismo bien conocido, como el fragmento de escultura vestida descubierto en la cimentación del criptopórtico de Cercadilla (López, 1996: 111, nº 1); o la figura de grifo reutilizada en una estructura hidráulica del siglo III d.C. hallada en la villa “periurbana” de Rabanales, que estudié hace unos años (Garriguet, 2010).

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con ello, sólo y fundamentalmente, sentar las bases de una línea de trabajo sobre el expolio de la ornamentación escultórica romana de dicha ciudad entre, grosso modo, los siglos III-IV y VIII, que, al hilo de nuevos descubrimientos y reflexiones, y en estrecha conexión con los avances que paulatinamente se vienen produciendo en el conocimiento de la topografía urbana de la Córdoba tardoantigua, pueda desarrollarse con mayor detalle y profundidad en el futuro.

LOS TOGADOS DE RONDA DE LOS TEJARES Además de “restos de casas romanas con dos mosaicos recuperados”12, las obras de edificación acometidas en 1979 en un extenso solar situado entre la antigua Avda. del Generalísimo (hoy Ronda de los Tejares) y la Avda. de Cervantes –extramuros por tanto de la Córdoba romana, pero sólo a unos metros del lienzo septentrional de la muralla (Lám. 1, nº 1)– sacaron a la luz doce estatuas romanas correspondientes a otros tantos individuos masculinos ataviados con toga13, algunas de las cuales hubieron de ser recuperadas por la policía para su traslado y depósito en el Museo Arqueológico de Córdoba, donde todas se conservan desde entonces14 (Marcos-Vicent, 1985: 244 y 251). De los doce togados, once fueron elaborados en mármol blanco, probablemente de las canteras italianas de Luni-Carrara, y manifiestan entre sí con gran claridad características tipológicas, estilísticas y técnicas comunes (dimensiones algo mayores que el natural, tratamiento muy semejante de los pliegues, idénticas huellas de herramientas, etc.), lo que ha permitido plantear su datación en un mismo momento (la época julio-claudia avanzada) e incluso su procedencia de un buen taller patriciense (López, 1998a: 44 ss.; 163 ss.; 1998b). Asimismo, esas once piezas muestran un parecido estado de conservación, presentando roturas casi “estandarizadas”, como si se hubiese pretendido conferir a todas una forma y un tamaño homogéneos (Lám. 2); de ahí que pueda afirmarse que su destrucción (parcial) se llevó a cabo de manera intencionada (López, 1998a: 186; 1998b: 140). A esta circunstancia debemos unir el dato del lugar donde fueron descubiertas las citadas esculturas. En efecto, aunque la remoción de tierras en el citado solar de Ronda de los Tejares se produjo en un primer instante sin control arqueológico alguno –hasta que A. Mª Vicent y A. Marcos consiguieron realizar una pequeña intervención de salvamento (Marcos-Vicent, 1985: 244; López, 1998a: 186, nota 47; 1998b: 139, nota 5), a raíz de la cual recuperaron los dos

Lám. 2. Togados de Ronda de los Tejares (antigua Avda. del Generalísimo) recuperados por la policía en 1979 y depositados en el Museo Arqueológico de Córdoba. Foto: Marcos-Vicent, 1985.

12 Al parecer, los dos pavimentos musivos eran de tema báquico y se fecharían entre el siglo II y principios del siglo III d.C. (vid. López, 1998a: 186, nota 47; 1998b: 139, nota 5). 13 Es posible que una de esas doce estatuas togadas, la que difiere notoriamente del resto por estilo y cronología –se ha fechado en el siglo II d.C. (López, 1998a: 63-64, nº 35, lám. XXXIII)– , no formara parte en realidad del lote de piezas hallado en esta zona (López 1998a: 185, nota 46). 14

Con los números de inventario siguientes: 29.104 a 29.109, 29.046 a 29.049 y 29.051.

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mosaicos aludidos, así como elementos arquitectónicos y gran cantidad de cerámicas romanas y medievales– y el contexto de hallazgo de las estatuas resulta, por consiguiente, totalmente desconocido, es seguro que nos encontramos fuera del recinto amurallado de la Córdoba romana. No se trata en principio, pues, de un emplazamiento muy apropiado para que en los años centrales del siglo I d.C. se expusiera una serie tan numerosa de efigies togadas y de tanta calidad –no sólo de material, sino también de ejecución (Lám. 3)–, que encajarían mejor lógicamente en un espacio o edificio público de dimensiones monumentales e intramuros. En suma, todo parece indicar que al menos los once togados con características similares fueron trasladados (¿en época bajoimperial, tardoantigua, altomedieval?)15 desde su desconocida ubicación original dentro de la ciudad16 al punto antes aludido, con el fin de reaprovecharlos como material constructivo (López, 1998a, 185186; 1998b: 140)17. En cualquier caso, es obvio que, pese al notable esfuerzo realizado para ello (transporte de las piezas y fragmentación de las mismas, tal vez para su posterior conversión en cal), dicho proceso no llegó nunca a culminarse.

Lám. 3. Estatua togada descubierta en Ronda de los Tejares (Museo Arqueológico y Etnológico de Córdoba, nº inv. 29.109). Foto: A. Montejo.

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15 Lamentablemente, ello resulta imposible de determinar, aunque no parece probable que su desmantelamiento se hubiese producido antes de mediados del siglo III d.C., debido a su posible exposición en alguno de los espacios públicos de la Córdoba romana (vid. nota siguiente); pues está constatado que todos los conocidos arqueológicamente hoy día (foro colonial, forum novum, teatro, templo de C/ Claudio Marcelo y su entorno) mantuvieron su función, aparentemente sin problemas, al menos hasta ese momento (vid. Peña, 2011). 16 I. López (1998a: 185-186; 1998b: 140 y 155) plantea la posibilidad de que la estatuas se ubicasen en el foro de la colonia y representasen a miembros de la dinastía julio-claudia o a “varones ilustres”, a imitación de los summi viri que ornamentaron el Forum Augustum de Roma. Si estuvieron expuestas en el foro colonial, el forum novum o en cualquier otro espacio o recinto público de colonia Patricia es algo que muy difícilmente puede discernirse. Pero en lo que respecta a la interpretación de las piezas, me decanto por la hipótesis de que fuesen, quizá, representaciones de summi viri, pues en un ciclo estatuario de la familia julio-claudia tan amplio y de mediados del siglo I d.C. no habrían podido faltar estatuas masculinas ideales o con atuendo militar, así como tampoco femeninas (por tanto, habría que atribuir totalmente al azar que sólo se hubieran escogido para su reaprovechamiento y/o sólo se hubieran descubierto muchas centurias después las estatuas togadas del supuesto grupo estatuario imperial, algo que en principio me parece muy poco probable). 17 Desde hace décadas circula entre los arqueólogos cordobeses el rumor de que en el solar donde aparecieron los togados se encontró también un horno de cal, lo cual reforzaría la idea del traslado allí de las esculturas marmóreas para ser reutilizadas como material de construcción. Sin embargo, ni los responsables del Museo Arqueológico a finales de los años 70 del siglo pasado ni tampoco I. López comentan nada sobre la existencia del citado horno en sus respectivas publicaciones. Donde sí se documentó una estructura de estas características (un “calerín”), fechada al parecer entre finales del siglo V y principios del VI, fue en la zona baja del teatro (Monterroso, 2002: 158-159).

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FRAGMENTO DE ESTATUA VESTIDA (C/ MARÍA CRISTINA, S/N, TRAS EL TEMPLO DE C/ CLAUDIO MARCELO) Sí se completó éste, en cambio, en el caso que expongo a continuación. Se trata de un fragmento de estatua marmórea descubierto en 1994 en el transcurso de la primera de las dos campañas de excavaciones dirigidas por J. L. Jiménez y Mª D. Ruiz Lara en el solar de C/ María Cristina, situado justo a espaldas del templo romano de la calle Claudio Marcelo (Lám. 1, nº 2). La citada pieza18 apareció, en efecto, reutilizada en un muro (Lám. 4) perteneciente a una construcción de funcionalidad imprecisa que, a partir del material cerámico asociado, pudo fecharse hacia la segunda mitad del siglo IV d.C. (Jiménez, 1996: 50; JiménezRuiz, 1994: 129-130). Cierto tiempo antes, posiblemente a comienzos de esa misma centuria, ya había comenzado a producirse el desmantelamiento del pórtico occidental que cerraba el recinto del templo, como demuestra la construcción, a base de materiales arquitectónicos reaprovechados (entre ellos un fragmento de fuste estriado) de una cloaca que atravesaba de oeste a este la cimentación de aquél (Jiménez, 1996, 50; Jiménez-Ruiz, 1994: 129-131; Jiménez-RuizMoreno, 1996: 124-125). 18

Lám. 4. Fragmento de escultura marmórea reaprovechado en un muro descubierto en C/ María Cristina, s/n, detrás del templo romano de C/ Claudio Marcelo. Foto: Jiménez-Ruiz, 1994.

Elaborada en mármol blanco de grano fino, mide en la actualidad 1.02 m de altura, 0.62

m de anchura y 0.51 m de grosor. Tiene forma casi paralelepipédica como consecuencia de su transformación en bloque constructivo. La parte conservada corresponde tan sólo a la cadera y al muslo izquierdos, cubiertos ambos con restos de paños. Ello da buena idea de las enormes dimensiones que en su día habría alcanzado la estatua (cerca de 3 m de altura), que tal vez se realizase mediante el ensamblaje de diferentes piezas (Jiménez, 1996: 50-51). Se conserva en el Museo Arqueológico y Etnológico de Córdoba, n.º de inv.: 30.315.

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Lám. 5. El fragmento escultórico anterior (¿perteneciente a una estatua masculina ideal del tipo Hüftmantel?) una vez extraído de la estructura en la que se encontró y depositado en el Museo Arqueológico y Etnológico de Córdoba. Foto: autor.

Dado el lugar de su hallazgo, es muy probable que la estatua recuperada en C/ María Cristina se hubiese ubicado en su día bien en el mencionado pórtico, bien en alguna otra edificación monumental próxima y vinculada al templo, o incluso dentro del mismo. Pero ello no pasa de ser una lógica suposición, o mejor, una hipótesis bastante plausible. Pues a la hora de defender cualquier interpretación arqueológica o histórica en relación a la plástica antigua, y antes de emitir cualquier aseveración categórica, no debe olvidarse nunca que las esculturas –al igual que sucede con los elementos de decoración arquitectónica o las inscripciones– son elementos muebles, es decir, susceptibles de ser transportados19. Por consiguiente, no siempre se encuentran in situ o ni siquiera in loco. Es decir, a menudo los sitios donde se descubren pueden no tener absolutamente nada que ver con (y estar muy distantes de) los espacios o edificios en los que se emplazaron originalmente. Volveré sobre este asunto más abajo. Aunque en un primer instante se planteó la posible pertenencia de este fragmento a un togado (Jiménez-Ruiz, 1994, 129-130), el posterior análisis exhaustivo de los pliegues del vestido conservados (Lám. 5) llevó a J. L. Jiménez a sugerir que aquél pudo formar parte más bien de una estatua masculina ideal del tipo Hüftmantel, de cronología claudio-neroniana en atención a su estilo (Jiménez, 1996: 52-54); propuesta tipológica y cronológica muy interesante que, sin embargo, debe aceptarse con toda cautela, habida cuenta del estado tan sumamente mutilado de la pieza20. No obstante, ésta y el contexto arqueológico del que procede condensan o sintetizan la evolución urbana de Córdoba durante los cuatro primeros siglos de nuestra Era. Así, por un lado, las proporciones notablemente mayores que el natural de la escultura y la calidad que manifiestan tanto su labra como el material empleado constituyen buena muestra del elevado nivel que alcanzó el proceso de monumentalización y ornamentación urbana en la capital de la Bética durante la etapa altoimperial y, en concreto, en los comedios del siglo I d.C. Por otro, su hallazgo en un muro de la segunda mitad del siglo IV d.C. construido en la zona del antiguo pórtico occidental que rodeaba al templo de la calle Claudio Marcelo es un claro indicio de las importantes transformaciones urbanísticas experimentadas por la ciudad y sus principales monumentos (en esta ocasión el entorno del citado templo) en los primeros momentos de la Antigüedad Tardía.

19

Tal y como le habría sucedido a los togados descubiertos en Ronda de los Tejares, vid.

supra. 20 Así, I. López (1998a: 183) ha planteado la posibilidad de que la estatua hubiese sido, realmente, una figura femenina vestida.

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FRAGMENTO DE ESTATUA VESTIDA (PASEO DE LA RIBERA, SOLAR PRÓXIMO A LA PUERTA DEL PUENTE) Entre los años 2003 y 2004 un equipo del hoy extinto convenio GMU-UCO21 procedió a la excavación de una amplia parcela situada junto a la Puerta del Puente y muy cerca del muro meridional de la MezquitaCatedral22; esto es, justo sólo unos metros al interior del antiguo recinto amurallado de Córdoba (Lam. 1, nº 3). Dicha intervención arqueológica de urgencia documentó una larga secuencia de ocupación que abarcaba, de manera ininterrumpida, desde el siglo II a.C. hasta nuestros días, destacando especialmente los restos de un notable edificio tardoantiguo o “visigodo” de carácter a todas luces público (Casal-Salinas, 2010). Para completar el conocimiento histórico-arqueológico de esta importante zona de la ciudad, en 2007 se acometió una nueva actuación preventiva (desafortunadamente todavía inédita) en el solar mencionado. En el transcurso de tales trabajos, y en un contexto de reutilización constructiva datado en torno al siglo VI, apareció un fragmento escultórico romano elaborado en mármol blanco (Lám. 6), correspondiente, grosso modo, a parte del torso y al arranque de las piernas –especialmente la derecha– de una figura vestida de tamaño aproximadamente natural (Garriguet, 2013b: 353-354)23. Habida cuenta de su pésimo estado de conservación, resulta extremadamente complicado determinar si se trató de una estatua masculina togada o de alguna de las numerosas variantes de representaciones femeninas ataviadas con stola, túnica y palla. En el trabajo donde recientemente he dado a conocer esta

Lám. 6. Fragmento de escultura vestida (posiblemente femenina) hallado cerca de la Puerta del Puente. Foto: autor.

21 Con esas siglas se conoció el acuerdo de colaboración establecido entre la Gerencia Municipal de Urbanismo de Córdoba y la Universidad de Córdoba, representada por el Grupo de Investigación Sísifo (HUM-236 del PAIDI), para la realización de actividades arqueológicas en parcelas y obras de titularidad municipal (vid. León, 2008; León-Vaquerizo, 2012). Su funcionamiento durante una

década (entre 2001 y 2011) no fue desde luego perfecto –hubo, como en toda iniciativa humana, luces y sombras–, aunque tampoco constituyó en absoluto el cúmulo de carencias científicas y “precariedades” laborales que algunos, cómodamente amparados en el anonimato de unas siglas y con intenciones claramente destructivas, han querido transmitir. Pero esas son cuestiones que deberán abordarse con detenimiento en otro momento y lugar. 22 Los trabajos arqueológicos vinieron motivados por la construcción del denominado “Centro de Recepción de visitantes y de Interpretación del Conjunto Histórico, y de Restauración de la Puerta del Puente”. 23 Lo conservado mide 0.50 m de altura y 0.45 m. de anchura. Agradezco sinceramente a D. Sebastián Sánchez Madrid el haberme dado a conocer en su día la existencia de este fragmento escultórico, que pude analizar y fotografiar cuando todavía no habían terminado las obras del citado edificio. Desconozco dónde se conserva la pieza en la actualidad.

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pieza me he decantado por la segunda opción en función de la disposición del plegado tanto en la zona delantera como en la trasera, sugiriendo asimismo, con toda la prudencia posible, que tal vez pudo pertenecer al llamado “tipo Artemisia” y fecharse a comienzos de época imperial (Garriguet, 2013b: 354). Sea como fuere, que las importantísimas pérdidas anatómicas sufridas por la escultura fueron realizadas adrede parece un hecho más que evidente a tenor de las líneas de corte o fractura –que otorgan una forma casi cúbica al fragmento resultante– y la pérdida masiva de la superficie del mármol en su cara anterior. Casi con toda seguridad ello se debió al deseo de utilizar la pieza como material constructivo, y más concretamente para insertarla en alguna estructura, ya fuese cimentación o alzado. Poco más puedo indicar a este respecto. Por último, nada seguro cabe apuntar hoy día acerca del lugar donde esta escultura habría estado expuesta antes de su reutilización en el periodo tardoantiguo. Puede plantearse, a modo de hipótesis razonable, que tal vez se situase en origen en algún punto de la plaza comercial existente desde comienzos de la etapa imperial, y al menos hasta los siglos IV o V, junto a la Puerta del Puente (Vaquerizo-Murillo, 2010: 474-476 y 489-490); en el entorno más próximo por tanto de la zona donde fue hallada. Pero, como he señalado más arriba, y a falta de datos precisos sobre su contexto o relación con otros materiales, nada impide tampoco en teoría que se hubiese ubicado en un sector diferente de la ciudad, o incluso en algún monumento funerario o espacio extramuros, y que desde allí hubiese sido trasladada hasta su último emplazamiento.

LAS ESTATUAS IDEALES DE C/ DUQUE DE HORNACHUELOS, 8 La Intervención Arqueológica de Urgencia llevada a cabo entre los años 2002 y 2003 por E. Ruiz Nieto24 en el solar número 8 de la calle Duque de Hornachuelos (Ruiz, 2003; 2006) –sito en pleno centro de la Córdoba romana y también de la actual (Lám. 1, nº 4)– sacó a la luz, además de restos constructivos de casi todas las etapas históricas por las que ha discurrido la ciudad, un interesante conjunto de estatuas ideales de tamaño natural realizadas en mármol blanco que he publicado prácticamente en primicia en fechas recientes (Garriguet, 2013b: 354-365)25. No me detendré aquí, por consiguiente, en los aspectos tipológicos, iconográficos y estilísticos de tales esculturas –para las que he propuesto una posible cronología adrianea–, ya que estas cuestiones han sido abordadas con detalle en el trabajo citado26. Baste con señalar que entre las mismas pueden identificarse, al menos, una estatua infantil de Eros que conserva la cabeza (y que debió de componer un grupo con una imagen, actualmente perdida, de su madre, Afrodita-Venus), un torso masculino completamente desnudo y otro ataviado sólo con una clámide que le cubre parte del pecho y la espalda; estas dos últimas estatuas, acéfalas, fueron probablemente representaciones de jóvenes atletas (Lám. 7). Se trata, pues, de un repertorio escultórico muy adecuado para decorar termas (vid. Manderscheid, 1981; Koppel, 2004), tal y como parece ser sucedió precisamente en este caso. En efecto, las piezas fueron descubiertas en el fondo de la piscina (perteneciente quizás al frigidarium) de unos baños27 erigidos junto a un decumano en época altoimperial que, según E. Ruiz, conocieron un impor24

A quien doy muy sinceramente las gracias por las facilidades que siempre ha concedido a los miembros del Área de

Arqueología de la Universidad de Córdoba para acceder a los resultados de sus excavaciones. 25 Las primeras noticias sobre las mismas pueden encontrarse en Sánchez Velasco 2013: 46-47, Lám. 1; y Garriguet 2013a: 264-265, figs. 8 y 9. 26 Las esculturas se conservan en el Museo Arqueológico y Etnológico de Córdoba (números de inventario DJ 033181/1 a DJ033181/5), a cuyo personal, y muy especialmente a Dª Mª Dolores Baena (directora), Dª Mª Jesús Moreno (conservadora) y D. Carlos Costa (restaurador), quiero agradecer su buena disposición y su ayuda, tanto para el estudio de estas piezas como en cualquier otra de mis investigaciones. 27 ¿Públicos o privados? (Ruiz, 2003: 80; 2006: 262); ¿privados de uso público? (Sánchez Velasco, 2006: 197; 2013: 46). Es prácticamente imposible decantarse por cualquiera de las opciones sobre su titularidad, ya que la superficie aparentemente no demasiado amplia de las termas (aunque en realidad se desconoce cuál fue en total) y la “pobreza” que

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tante proceso de remodelación constructiva y ornamental hacia finales del siglo IV d.C. (Ruiz, 2003: 80-81; 2006: 262-263)28. El director de la excavación no comenta nada, sin embargo, acerca de cómo aparecieron las estatuas29, limitándose a señalar que en época “tardorromana”30, coincidiendo con el abandono muestran sus pavimentos musivos apuntarían a su carácter privado; pero la decoración escultórica que las ornamentó parece encajar mejor en principio, por sus dimensiones “naturales” y su notable calidad, en un establecimiento público. 28 Según J. Sánchez, esta fase de importantes reformas en las termas habría acontecido “a finales del siglo III o inicios del IV d.C.” (Sánchez Velasco, 2006: 197; 2013: 46). Qué ha llevado a este autor a modificar tan sustancialmente la cronología propuesta por E. Ruiz Nieto (finales del siglo IV, como he indicado) es algo que ignoro por completo, pues sorprendentemente nada explica al respecto.

Lám. 7. Estatuas ideales descubiertas en C/ Duque de Hornachuelos, 8 (Museo Arqueológico y Etnológico de Córdoba: Eros, torso masculino desnudo y torso masculino con clámide. Fotos: autor.

29 ¿Depositadas cuidadosamente o de forma descuidada; juntas y amontonadas o distanciadas unas de otras; siguiendo algún orden o de manera totalmente desordenada? En su informe E. Ruiz

sólo apunta que los restos escultóricos se hallaron concentrados en el sector occidental de la piscina (¿porque el resto de dicha estructura se vio tal vez afectado en época medieval islámica por una fosa de la que la U. E. 38 –un estrato “muy orgánico y fangoso mezclado con abundantes cantos rodados de mediano y gran tamaño” (Ruiz, 2003: 48-49, 65, 76; 2006: 261)–, habría sido su relleno?). Asimismo, inserta únicamente una fotografía del momento del descubrimiento (Lám. 8) en la que se observa sólo el torso masculino totalmente desnudo, que aparece perfectamente tumbado sobre su espalda en el suelo de la piscina (Ruiz, 2003: lám. 63); ¿de lo que cabría deducir, quizá, que al menos esta escultura se dejó allí con cierto cuidado? 30

Ruiz no concreta a qué siglo o siglos corresponde dicha etapa. Ahora bien, ésta podría

situarse hacia el siglo V, habida cuenta de las cerámicas recuperadas en el potente estrato de relleno (U.E. 141) “que contiene y cubre los fragmentos del conjunto escultórico extraído del interior de la piscina” (Ruiz, 2003: 65, 76; 2006: 261). Así, según se recoge en el Inventario de Materiales del Informe presentado a la administración por E. Ruiz, en la Bolsa 45, que corresponde a la mencionada U.E. 141, se incluyen 4 fragmentos de TSH, 2 de Africana A, 3 de Africana C, otros tres de Africana

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Lám. 8. Torso masculino desnudo de C/ Duque de Hornachuelos, 8 en el momento de su hallazgo en la piscina de las termas. Foto: Ruiz, 2003.

de las termas y su reconversión en un “espacio doméstico”, se procedió a la “eliminación y destrucción de la decoración escultórica (…) y su ocultamiento en la piscina” (Ruiz, 2003: 82; 2006: 263). Que las mencionadas esculturas fueran rotas adrede puede aceptarse a tenor, por ejemplo, del tipo de fracturas que presentan en sus extremidades o en los genitales31. Este hecho, unido a su deposición en el fondo de una estructura hidráulica bajo un potente paquete estratigráfico, ha llevado a J. Sánchez a concluir que aquéllas fueron destruidas y sepultadas con seguridad por motivos religiosos, y más concretamente en estrecha relación con la construcción de un edificio cristiano (una basílica o una iglesia) directamente sobre los restos de las antiguas termas paganas (Sánchez Velasco, 2006: 199; 2011: 209; 2013: 47). No es mi intención llevar a cabo aquí una crítica exhaustiva de las propuestas del citado investigador, que ya han sido cuestionadas en alguna ocasión (Sánchez Ramos, 2009: 126; 2010b: 43). Ahora bien, creo importante realizar, cuando menos, una serie de puntualizaciones acerca de las mismas, así como sobre los presupuestos metodológicos en los que se basan. Debo comenzar afirmando que, al igual que aconteció con la decoración escultórica de muchos

D y 1 de TSHTM. Agradezco a Dª Liliana Hernández sus interesantes comentarios en relación a la posible cronología de este contexto cerámico. 31 Así lo apreció ya el restaurador del Museo Arqueológico de Córdoba, D. Carlos Costa Palacios, cuando procedió a la limpieza y primer tratamiento de las piezas (vid. Sánchez Velasco, 2013: 47). No deja de llamar la atención, en este sentido, que no haya llegado hasta nuestros días la estatua de Venus que habría acompañado a la de su hijo, Eros. Lamentablemente, no puede determinarse si ello responde sólo al azar o es fruto también de un comportamiento intencional. Apuntaré tan sólo que existen interesantes ejemplos arqueológicos y literarios de efigies desnudas de Afrodita-Venus que ornamentaron establecimientos termales (como los de Cherchel, Cartago o Éfeso) y acabaron destruidas o desechadas entre finales del siglo IV y principios del V (Stirling, 2012).

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complejos termales, es probable que las estatuas ideales de la calle Duque de Hornachuelos fuesen destrozadas como consecuencia del celo religioso y moralista de los cristianos. Los argumentos esgrimidos para ello por J. Sánchez son dignos de consideración (Sánchez Velasco, 2013: 50-51). No obstante, como ha puesto de manifiesto B. Caseau (2011), conviene también ser cautos a la hora de adscribir a la intolerancia del Cristianismo triunfante de finales del siglo IV, principios del siglo V o momentos posteriores cualquier signo de destrucción o enterramiento intencionado de esculturas romanas que encontremos en el registro arqueológico; máxime cuando los datos no son todo lo claros y precisos que cabría desear, como ocurre en esta ocasión. Además, no debe perderse de vista que en distintas partes del Imperio, incluida Hispania, muchas termas no sólo no fueron reconvertidas en iglesias a partir de época teodosiana, sino que mantuvieron su función, y también su correspondiente ornamentación escultórica de ambiente pagano, durante el siglo V32 e incluso hasta finales del siglo VI, como aconteció en las termas adrianeas de Aphrodisias (Smith, 2007), o mediados del VII: caso de las de Salamis, en Chipre (Stirling, 2012: 71-72). La documentación arqueológica evidencia, pues, situaciones muy dispares en lo que respecta a la suerte que corrieron tanto los edificios de baños como sus respectivos conjuntos escultóricos durante la Antigüedad Tardía (vid. Stirling, 2012). Por otro lado, la información de la que se sirve J. Sánchez para defender su interpretación –esto es, el arrasamiento y la amortización de unas termas paganas (y de las esculturas que las ornamentaron) para levantar seguidamente un edificio de culto cristiano, hecho que cuenta con algunos paralelos en las provincias hispanas (vid. Fuentes, 2000: 142; Jiménez-Sales, 2004)– no corresponde en absoluto, sin embargo, con la que ofrece el director de la intervención arqueológica. Así, como he señalado más arriba, éste atribuye la destrucción de las estatuas ideales de las termas (y la amortización de éstas) a una fase “tardorromana” (al parecer del siglo V, vid. nota 30) en la que se habría procedido a levantar estructuras de carácter posiblemente doméstico, “de gran pobreza constructiva desde el punto de vista estructural y compositivo, en las que predomina la reutilización de material, el módulo inferior y su escasa elaboración” (Ruiz, 2003: 81; 2006: 263). Siempre según Ruiz Nieto, sería ya en un momento posterior, en la etapa “tardoantigua”33, cuando se habría erigido en este lugar un gran edificio público –a su juicio de funcionalidad imprecisa34– documentado a través de “estructuras murarias de gran potencia y envergadura (…), aunque carentes del más mínimo tratamiento en las solerías y con un desarrollo hacia el Este (…)” (Ruiz, 2003: 71; 2006: 259). Por su parte, J. Sánchez obvia en sus trabajos cualquier alusión a la fase “tardorromana” establecida por Ruiz Nieto y reinterpreta, sin explicar en ningún instante las razones que le mueven a ello, las estructuras asociadas a la misma35, considerándolas restos –“realizados de forma un tanto tosca y masiva” (Sánchez Velasco, 2013: 47)– de una iglesia del siglo V d.C., cuya construcción habría supuesto la amortización de unas termas privadas y del decumano existente junto a ellas36. Ese supuesto edificio religioso cristiano habría sido profundamente remodelado más adelante, en el siglo VII (Sánchez Velasco, 2006: 199 y 202; 2011: 209-210; 2013: 47). En apoyo de dicha reforma

32 Un ejemplo de ello lo constituyen las termas suburbanas recientemente descubiertas en Baelo Claudia, donde se ha recuperado una estatua masculina ideal de notable calidad, copia de un original griego, que fue intencionadamente mutilada, arrojada a la piscina del frigidarium y sepultada en la segunda mitad del siglo V (Bernal et alii, 2013: 137-142). 33 Que también podría denominarse “visigoda”, según se desprende de determinados materiales arquitectónicos supuestamente de ese periodo reaprovechados en una atarjea de época medieval islámica (Ruiz, 2003: 83-84; 2006: 264-

265). Ello nos llevaría, pues, a los siglos VI-VII. 34 No obstante, tanto en su Informe como en la publicación derivada del mismo el propio E. Ruiz plantea inicialmente una función religiosa para esta edificación (Ruiz, 2003: 71; 2006: 259). 35 Que habían sido definidas por aquél, conviene recordarlo, como de carácter doméstico residencial, de escasa entidad y en general mala factura (Ruiz, 2003: 71 y 81; 2006: 257 y 259). 36 Uno de los testimonios materiales más interesantes de los que se asignan a la llamada fase “tardorromana” es una “gradilla sobre mármol” con doble quicialera inserta en el muro U. E. 23 (Ruiz, 2003: 72; 2006: 259), que define una zona de tránsito entre dos ámbitos o espacios, interpretados por J. Sánchez como uno de los ingresos (¿desde una calle?) a la iglesia del siglo V (Sánchez Velasco, 2006: 199; 2013: 47).

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visigoda Sánchez Velasco plantea la vinculación de los potentes muros “tardoantiguos” de mampostería con refuerzo de sillares documentados en C/ Duque de Hornachuelos, 8 con diversos elementos de decoración arquitectónica hallados en su “entorno”37; destacando entre ellos una columna con inscripción cristiana alusiva a la renovación de un templo a mediados del siglo VII (CIL II²/7, 640), que fue descubierta en 1942, junto a otras columnas, al realizarse obras en un solar situado a unos 30-40 m más o menos frente a aquél. Los restantes elementos arquitectónicos a los que alude J. Sánchez –siete en total, datados por éste entre los siglos VI y VII sólo por criterios estilísticos– son un posible cimacio o imposta de piedra de mina, una ventana de arcos geminados de caliza, un fragmento de placa decorada de mármol blanco, tres capiteles de caliza y un fragmento de columna del mismo material (Sánchez Velasco, 2006: 42, nº 25; 45, nº 31; 63, nº 64; 74, nº 87; 78, nº 95; 84, nº 107; 87, nº 113). En general, se trata de una colección heterogénea de piezas pequeñas y/o sumamente fragmentadas –que pudieron transportarse por consiguiente de aquí para allá con facilidad, recuérdese lo que comenté más arriba–; de diferente cronología y material, y no necesariamente de carácter litúrgico en todos los casos; sin ninguna conexión entre sí y carentes por completo de contexto arqueológico o halladas en circunstancias como poco confusas. Algunas proceden ciertamente de la calle Duque de Hornachuelos (la placa marmórea, del número 5; del resto J. Sánchez no especifica la parcela, aunque el posible cimacio se localizó en el propio solar nº 8) o de sus proximidades (las inmediaciones de la Plaza de las Tendillas); pero otras –en concreto, dos de los capiteles y el fragmento de columna– se hallaron en cambio en solares relativamente alejados del aquí analizado: los números 10 y 16 de la C/ Cruz Conde38; por lo que su vinculación con las estructuras exhumadas por Ruiz Nieto no puede pasar de considerarse, en el mejor de los casos, como meramente hipotética39. En suma, de todo lo anterior cabe concluir lo siguiente: 1º) Las roturas intencionales que muestran las estatuas ideales de C/ Duque de Hornachuelos, 8, la aparición de las mismas en el fondo de una estructura hidráulica perteneciente a las termas que presumiblemente ornamentaron y su cubrición por un potente estrato de relleno parecen responder, como ha defendido J. Sánchez, a un episodio de intolerancia o violencia religiosa protagonizado por cristianos exaltados, posiblemente en algún momento del siglo V d.C. Ahora bien, la ausencia de información precisa sobre la disposición de las piezas en el momento de su hallazgo aconseja mantener cierta cautela a la hora de interpretar los hechos. Pues, por ejemplo, ¿fueron las esculturas arrojadas a la piscina sin ningún miramiento ni orden por los que las destruyeron, o fueron ocultadas y sepultadas allí de manera cuidadosa tras haber sufrido su mutilación? 2º) Para sostener que ya en el siglo V d.C. se construyó en C/ Duque de Hornachuelos, 8 un edificio de culto cristiano, y que el mismo supuso la destrucción y amortización de unas termas (así como de su correspondiente decoración escultórica)40, J. Sánchez lleva a cabo una reinterpretación

37 Un “entorno” que, según su publicación de 2006, es de unos 100 m lineales (Sánchez Velasco, 2006: 199), mientras que en su trabajo de 2013 se ha reducido a sólo 50 m (Sánchez Velasco, 2013: 46), ¡¡¡aun cuando las piezas que pone en (supuesta) relación con la parcela excavada por Ruiz Nieto son, curiosamente, las mismas!!! 38

Sitos, al menos, a unos 200 m en línea recta. Pruébese a realizar una simple medición a través, por ejemplo, del

programa Google Earth. 39 Téngase en cuenta, además, que en los solares 10 a 16 de la C/ Cruz Conde también se recuperaron en los años 40 del siglo pasado, y sin control arqueológico alguno, numerosos fragmentos de decoración arquitectónica de época romana, in-

terpretados en su día por S. de los Santos Gener como restos de una termas romanas y en fechas más recientes como material de expolio llevado hasta allí desde otras zonas de la ciudad, posiblemente próximas en la mayor parte de los casos, para su reaprovechamiento (vid. Márquez, 1998; 208-209). Dadas las circunstancias, determinar dónde se ubicaron originalmente o a qué edificio pertenecieron las piezas estudiadas por J. Sánchez me parece tarea casi imposible. 40 Hecho que, en palabras de Sánchez, no sería sino la “demostración palpable [el subrayado es mío] de la conversión de un espacio pagano en otro cristiano, después de una intensa acción de destrucción y ocultamiento intencionado de la arquitectura y la escultura pagana precedente” (Sánchez Velasco, 2006: 199). Contrapóngase esta tajante afirmación con la sabia prudencia que manifiesta el siguiente texto de los investigadores que han dado a conocer las termas suburbanas halladas

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personal de la información proporcionada por el arqueólogo que excavó el citado solar, para quien los muros pertenecientes a ese momento o “fase tardorromana” –estructuras que a veces “cortan y cierran espacios [de las anteriores termas], reduciendo sus dimensiones originales” y en otros casos “apoyan sobre pavimentos y estructuras ya existentes, recreciéndolas”–, habrían formado parte tal vez de una vivienda. Por supuesto, no encuentro en absoluto censurable que se reinterpreten los datos de una excavación arqueológica, antes al contrario, este hecho resulta conveniente con objeto de avanzar en el conocimiento histórico y arqueológico de una ciudad tan compleja como Córdoba. Pero ello debe hacerse siempre, necesariamente, de manera explícita, justificada y razonada, ofreciendo argumentos convincentes derivados del análisis pormenorizado de la secuencia estratigráfica, de la planimetría (para determinar cotas, alineaciones y orientaciones de estructuras, posible plantas de edificios) y de la documentación fotográfica disponible, así como del examen de la “cultura material” vinculada a cada etapa, etc.41. Otra manera de actuar no resulta a mi juicio científica. Por consiguiente, la existencia de una iglesia cristiana del siglo V en el solar número 8 de C/ Duque de Hornachuelos debe considerarse por ahora sólo y exclusivamente una interesante hipótesis de trabajo, en absoluto una certeza42. 3º) Aun cuando los muros de la denominada “fase tardoantigua” localizados en dicho solar poseen una entidad constructiva considerable (pudiendo haber pertenecido por tanto a un edificio público), nada demuestra fehacientemente, sin embargo, que tales vestigios formasen parte de una iglesia de los siglos VI-VII. De hecho, para defender esta interpretación J. Sánchez apenas recurre a ellos, por lo que tiene que basarse fundamentalmente en una serie de elementos de decoración arquitectónica muy fragmentados (fechados por él en las citadas centurias) procedentes de diferentes parcelas, algunas próximas a la excavada por Ruiz Nieto y otras no tanto, cuando no ya algo distantes43. Pero no existe, o al menos Sánchez no lo ofrece, ningún dato arqueológico objetivo (hallazgo conjunto, idénticas dimensiones, decoración, técnica de elaboración, materiales similares…) que permita vincular con seguridad todos esos elementos muebles entre sí, ni tampoco con las estructuras “tardoantiguas” descubiertas en C/ Duque de Hornachuelos, 8. Sólo las columnas (ocho al parecer) en Baelo Claudia: “[La] eliminación ritualizada de las esculturas paganas no tuvo por qué llevar aparejada la conversión del recinto en un ambiente cristiano de tipo funerario y/o litúrgico, o al menos carecemos de evidencias arqueológicas por el momento que lo demuestren” (Bernal et alii, 2013: 148). 41 Llama la atención que J. Sánchez no haya hecho ningún comentario acerca de las diversas “fosas simples sin encañar” que rompían estructuras de las termas, atribuidas por Ruiz Nieto a la fase tardorromana (Ruiz, 2003: 36 y 72; 2006: 257 y 259). ¿Qué interpretación cabría hacer de tales “fosas” en el marco de una iglesia del siglo V? Por otro lado, y a partir de una fotografía general de la excavación, el citado investigador ofrece en sus trabajos (Sánchez Velasco, 2006: 201, Lám.

83; 2013: 46, Lám. 1) un esbozo de planta de la supuesta iglesia (¿de la del siglo V, de la de los siglos VI-VII, de ambas? No se especifica), rodeada de imágenes de las piezas de decoración arquitectónica antes mencionadas. En dicha “planta” se hacen pertenecer al mismo edificio estructuras que E. Ruiz fecha en momentos distintos, aunque en ningún caso en la etapa “tardoantigua”. En efecto, una simple revisión del listado de Unidades Estratigráficas y de la planimetría del informe de Ruiz pone de manifiesto que las líneas trazadas por Sánchez unen al menos las UU. EE. 36 (“tardorromana”), 147 (“altoimperial”) y 23 (“tardorromana”) del Corte II de E. Ruiz con las UU.EE. 110 (“tardorromana”) y 41 (“bajoimperial”) del Corte I (Ruiz, 2003: 16-17, 28-29, 44, 47, 66). 42 Recientemente, D. Bernal et alii (2013: 141) han aceptado la propuesta de Sánchez sobre la transformación en el siglo V de las termas cordobesas de C/ Duque de Hornachuelos en una iglesia, vinculándola a la destrucción de sus esculturas

por lo cristianos. Es un ejemplo claro de cómo una propuesta hipotética, cuya validez no ha sido pues demostrada, acaba convirtiéndose en una interpretación validada, en un hecho que puede citarse incluso como posible paralelo. 43

Recurrir a piezas arquitectónicas, escultóricas o epigráficas aisladas y dispersas por el parcelario de una ciudad

para plantear hipótesis de carácter histórico-arqueológico constituye una metodología de trabajo perfectamente válida, dada la categoría de objetos muebles que aquéllas poseen (vid. supra). Ahora bien, aunque tales hipótesis tienen a veces la fortuna de terminar corroborándose gracias a nuevos hallazgos, dicho método no debe considerarse ni mucho menos infalible ni incontestable. Es más, puede llegar a “pervertirse”, perdiendo por completo su validez, cuando un investigador “fuerza” al máximo la vinculación de uno o más testimonios materiales procedentes de una zona de la ciudad con restos emplazados en otro lugar de la misma (en ocasiones, a distancia muy considerable) con el fin no meramente de plantear una propuesta hipotética, sino de “demostrar” aquello que se propone.

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halladas en 1942 en el solar de la citada calle que hace esquina con la Plaza de las Tendillas, una de las cuales porta una inscripción que conmemora la refacción de una iglesia en torno al año 657 (CIL II²/7, 640), podrían utilizarse a favor de la ubicación de un edificio de culto cristiano en esta zona de Corduba. No obstante, su descubrimiento durante unas obras carentes de control arqueológico impide conocer el contexto en el que las mencionadas columnas se hallaron, por lo que su valor argumental debe matizarse44. Con todo esto sólo quiero apuntar, en definitiva, que, aunque no deba descartarse por completo como hipótesis, la presencia en C/ Duque de Hornachuelos, 8 de una iglesia visigoda no es en la actualidad de ningún modo segura ni tampoco está demostrada45. Conviene tener muy presente esta circunstancia para evitar que un planteamiento completamente hipotético comience poco a poco a ser considerado en el ámbito científico nacional e internacional una realidad o evidencia incuestionable.

CONCLUSIONES Los ejemplos de spolia de elementos escultóricos documentados en Córdoba que he expuesto en las páginas precedentes constituyen una muy reducida pero, hasta cierto punto, representativa muestra del destino que una gran mayoría de las esculturas romanas elaboradas en los primeros siglos de nuestra Era conoció en el conjunto del Imperio a partir de un momento avanzado del siglo III, y, sobre todo, de época constantiniana. En efecto, aun cuando muchas obras de momentos anteriores fueron reelaboradas y reaprovechadas entonces, ampliando así al menos por un tiempo su “historia” o “ciclo vital”46, una cantidad considerablemente superior acabó siendo destruida y despedazada para siempre. Las causas de este fenómeno fueron en buena medida económicas y prácticas: en una época en la que la obtención de piedra (y muy especialmente mármol) de las canteras resultaba en general bastante más cara y complicada que en la etapa altoimperial, y ante la necesidad de disponer de material constructivo suficiente para ejecutar nuevas obras, a veces con bastante celeridad, el reaprovechamiento de piezas escultóricas (y arquitectónicas) se convirtió en la solución más rápida, fácil y menos costosa. Por consiguiente, un gran número de esculturas sirvió para alimentar los insaciables hornos de cal47, como tal vez podría haberle ocurrido a los togados de Ronda de los Tejares; o bien se insertó en cimentaciones o muros de nuevas edificaciones, a manera de simples bloques pétreos;

44 Sánchez indica que, al haberse hallado juntas en batería, esas ocho columnas se habrían desmontado de su correspondiente edificio, “seguramente” en época islámica (Sánchez Velasco, 2006: 199). De haber sido así estaríamos por tanto

ante un contexto de reutilización o reaprovechamiento de material arquitectónico que no necesariamente hubo de proceder del número 8 de C/ Duque de Hornachuelos. Por otro lado, Sánchez relaciona desde el punto de vista cronológico dos columnas descubiertas “en el ángulo este de la excavación” (la de Ruiz Nieto, cabe suponer) con las documentadas en época de Santos Gener, pero la única razón que aduce para ello es que, como aquéllas, ¡aparecieron caídas! (Sánchez Velasco, 2006: 202 y 204). 45 Qué funcionalidad tuvo el edificio “tardoantiguo” cuyos muros documentó allí Ruiz Nieto es algo hoy día, en mi opinión, muy difícil –si no imposible– de determinar. Ahora bien, si fue realmente una construcción de carácter “público”, ¿hubo de tener la misma forzosamente una función religiosa? ¿No existieron en la etapa tardoantigua edificios monumentales –públicos o privados– con fines diferentes a los cultuales? 46 Las esculturas que tuvieron esa fortuna fueron por lo general reutilizadas en la ornamentación de edificios públicos a instancias del poder y desde una perspectiva político-ideológica que pretendía la perfecta contemplación (y comprensión) de tales spolia –para lo cual se colocaron en zonas visibles de las citadas construcciones– por parte de sus contemporáneos. En la ciudad de Córdoba no parecen haberse constatado hasta la fecha desde el punto de vista arqueológico ejemplos de esta variante de expolio de material escultórico romano durante la etapa tardoantigua. Sí se han documentado, en cambio, en relación al material arquitectónico; y, durante el periodo islámico, en la urbe califal de Madinat al-Zahra, donde se dieron nuevos usos a sarcófagos paganos y cristianos. 47

Lógicamente, me refiero a las piezas realizadas en marmora, pues las metálicas fueron consumidas en hornos de

fundición.

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hecho evidenciado en los casos de los fragmentos de estatuas descubiertos a espaldas del templo romano de C/ Claudio Marcelo y junto a la Puerta del Puente, respectivamente. No obstante, el final de las esculturas romanas tuvo que ver también, en determinadas ocasiones, con motivos religiosos. Así, es bien sabido que a lo largo del siglo IV d.C. y muy especialmente a partir de época teodosiana el fanatismo y la intolerancia de algunos cristianos condujeron a la destrucción, mutilación o “purificación” de numerosas estatuas; fundamentalmente –pero no sólo– las que representaban a dioses y héroes, hubiesen recibido o no culto por los paganos. La desnudez que mostraba buena parte de dichas figuras resultaba además muy irritante y molesta para los moralistas más radicales del Cristianismo. Es bastante probable que las estatuas ideales halladas en C/ Duque de Hornachuelos, 8 fuesen parcialmente destruidas, arrojadas a la piscina de las termas que antaño habían decorado y abandonadas por esas razones. De cualquier manera, tanto ellas como las otras piezas incluidas en este estudio ponen en evidencia la pérdida absoluta del papel que un día cumplieron y para el que habían sido creadas, así como de su mensaje y todo su "poder". Por otro lado, el breve análisis sobre el expolio de esculturas romanas en la Córdoba tardoantigua que he llevado a cabo aquí me ha permitido plantear también una serie de reflexiones acerca de la metodología de trabajo empleada a menudo en la investigación arqueológica. En este sentido, cuando entran en juego objetos muebles como las esculturas, los elementos de decoración arquitectónica o las inscripciones hay que contemplar a menudo la posibilidad de que los mismos no hayan aparecido in situ ni tampoco in loco, sino en contextos distintos y distantes de los originales, debido con suma frecuencia, precisamente, a su expolio. Por eso, vincular de manera directa y tajante, sin contar con información precisa de la excavación, un retrato, una estatua, un capitel, un fuste o un epígrafe a los restos de un edificio hallados en el mismo lugar puede conducir a veces a importantes errores de interpretación arqueológica e histórica; máxime cuando aquéllos se encuentran muy fragmentados y su tamaño es reducido. Pero, obviamente, ello no significa tampoco, ni mucho menos, que para interpretar o darle sentido a una construcción localizada en un sector concreto de una ciudad deba actuarse de manera pendular; esto es, recurriendo a materiales “desplazados”, procedentes de zonas próximas o lejanas a dicha edificación, sin disponer de datos objetivos y contrastables que hagan posible afirmar tal conexión. No se trata, en absoluto, de cuestionar o poner en duda todo, ni tampoco de dejar de plantear hipótesis o propuestas interpretativas de carácter científico porque el registro arqueológico muestre limitaciones. Pero hay que ser conscientes, por un lado, de que las hipótesis que planteemos, por muy ingeniosas y atractivas que puedan resultar, han de basarse siempre en los argumentos más sólidos y objetivos que sea posible, sin pretender acomodar los datos y contextos arqueológicos a una idea preconcebida; y, por otro, que en Arqueología la mayoría de las veces no se puede pasar, desafortunadamente, del plano hipotético a la realidad o “verdad” incontestable48. Son recomendables, pues, actitudes cautas, prudentes y humildes.

48

“Quid est veritas?”, preguntó al parecer Poncio Pilato a Jesús, cuestión a la que éste no llegó a responder (Juan,

18, 38).

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