Fútbol, Camus y la soledad del portero

July 5, 2017 | Autor: Acácio Augusto | Categoría: Anarchism, Albert Camus, Anarchy, Liberdade, Futebol, Anarquia
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Descripción

Fútbol, Camus

y la soledad del portero Acácio Augusto

F

útbol es pasión. Quien aprecia ese deporte y disfruta verlo, bien jugado, y jugarlo cuando y donde puede, tiene un club de corazón desde que nació. No hay razón posible. Territorio imponderable, él hace y rehace odios, alegrías, tristezas. Provoca fisuras y sorprendentes aproximaciones. Despierta extrañeza, furia, revuelta. Sin embargo, en él, hay un saber que irrumpe de donde menos se espera. Un saber que, en Brasil, fue al poco sofocado y colonizado, lentamente, por comisiones técnicas militarizadas en las décadas de 1960 y 1970, y hoy, en el planeta, se encuentra en las manos de «cartolas»¹, empresarios y dirigentes que aplican al llamado «mundo del fútbol» las teorías del capital humano y las alegrías del marketing transterritorial. Esos empresarios disponen de los cuerpos y de la imagen de ignorantes e inmovilizados jugadores, tan descartables como un vaso plástico. En esa «inhaca»² en que se convirtió el fútbol en Brasil y en el planeta, los hinchas no vibran por sus equipos, hacen del momento magnífico de la partida una oportunidad, como otra cualquiera, para dejar salir su fascismo, escondidos en medio de la cobardía de la masa. Sistematizan la violencia en hordas prontas a dejar escapar el deseo de exterminio, retirando la alegría y la explosión libertaria que se experimenta al ocupar los “tablones”. Mas la pasión es incontenible e irreductible, no se confunde y no se deja llavarr por lo general; es personal. Lo mismo delante de tanta putada, de tanta embustería, de tanto autoritarismo. Lo mismo delante de esquemas tácticos para los cuales el gol es un detalle, de técnicos milicos (Carlos Alberto Parreira, campeón como técnico de la selección brasilera en el Mundial de 1994), admiradores de Pinochet (Luis Felipe Scolari, o «Felipão», campeón en 2002), empresarios comerciantes de personas/jugadores (Vanderlei Luxemburgo), todos llamados profesores por serviciales jugadores y periodistas lameculos³. Lo mismo delante de todo eso, la pasión personal por el fútbol sigue siendo intransferible, no es posible capturarla, es de cada uno. Imposible diluirla en la Página 87

Revista Erosión N°3 , año II, 2013

masa. Sólo un hincha apasionado sabe cuánto de alegría y tristeza su club de corazón es capaz de causarle. Por fútbol entendemos pasión, pero los sesudos intelectuales y los militantes de izquierda lo condenan como mera diversión, opio del pueblo, distracción mediática. Tal vez no saben – o quieren esconder – de las cosas que hacen batir fuerte el corazón. Albert Camus, enemigo de primera hora de esa izquierda enyesada y autoritaria, fue amante del fútbol. Acuñó la bella e incomparable frase sobre el deporte más popular del mundo: «fútbol es inteligencia en movimiento». Camus, chiquillo pobre de Argel, que conoció el libertarismo por las manos y libros de su tío carnicero, antes de convertirse en el autor respetado y leído en todo el mundo, ganador del Nobel y el opositor aguerrido, antes amigo de Jean Paul Sartre – para quien la rebeldía y la perturbación de «El hombre rebelde» fuera insoportable –, se apasionó por el arte del balón. Gustaba de jugar, disfrutaba de hinchar. Fue portero, posición ingrata que defendió cuando niño en Argel y después, ya estudiante, en Francia. Cuando escribió la frase arriba citada, no pensó en porteros. Dudo que haya imaginado las grandes medias que asistió. Sinceramente, eso mismo no corresponde a la verdad, «sé» que él escribió esa frase para Pelé⁴; inventar historias es propio de quien es apasionado por el fútbol. Como un portero que fue, poseía una visión privilegiada del juego y podía decir eso con la autoridad y claridad proporcionadas por esta solitaria posición en el campo de fútbol. Cómo una paradoja proudhoniana, el portero es una especie de anti-jugador, ya que está en el campo para impedir el clímax de la partida, el gol. Al mismo tiempo, es el que mejor presiente el juego y es apuntado, casi siempre, como responsable por las derrotas, y raramente es el héroe de una victoria. Jugar al arco, como guardameta, es entrar en una pelea que ya se sabe derrotada de salida. Existe un bello dicho que dice: portero no puede fallar. Dicen, también, ser una posición tan ingrata que donde pisa no vuelve a crecer el pasto. En tanto, quien fue arquero, sabe que es una posición solitaria, de una soledad compartida con lo múltiple que la posición te proporciona. Al arco, eres medio hincha y medio técnico, orienta la defensa y acompaña el ataque; pero, cuando eres solicitado, el mínimo que se espera de ti es que seas infalible. No hay espacios para retrocesos, dudas o miedos. Una posición de asilamiento y distanciamiento. En la calle, siempre queda al arco el menos habilidoso con la pelota en los pies. En el caso de Camus, autor de celebrados romances y de uno de los más bellos libros del siglo XX, «El hombre rebelde», era una elección para ahorrar zapatos y que evitaba los retos de su abuelo en casa, por haber descuidado de sus calzados que fueran adquiridos a duras penas por una familia de pocos recursos financieros. Página 88

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En el arco es dónde se ve un juego que nadie ve. Espacio del cual se puede ir del heroísmo al fracaso en minutos, tal vez, en segundos. Para Camus, la experiencia como portero le enseñó sobre la vida, aprendió «que la pelota nunca viene a la gente por donde se espera que venga». Como ocurre con las sorpresas que nos acometen en las grandes ciudades, él dirá. Podría agregar: como la muerte delante de la vida, donde no se sabe cómo ella vendrá, pero se tiene la certeza que vendrá. De tren o de auto, partimos solos, como juegan los porteros. En un salto. Como trágicamente ella encontró a Camus en un accidente de automóvil. Debe haber mucho de la experiencia como golero en la noción de «absurdo», acuñada por el escritor y ensayista francés, como Sísifo, el arquero está condenado en un eterno recomienzo, a aceptar integralmente su destino y, a partir de eso, encontrar una libertad posible que lo aparte de la condición de víctima de las circunstancias y rechace la de condenado. Nacemos solos y morimos solos. En ese recorrido, podemos libremente asociarnos, formar un bando, un club, una «malta». Hay quien diga que la soledad es el fin, que ella es negativa. De hecho, ella puede ser así para quien así la encara. Pero para quien fue golero, un solitario entre los diez del campo, no es difícil descubrir que ella es también locura y libertad.

Notas 1. Las palabras resultan de las luchas pasadas y presentes. De esta manera, cada lugar, región o grupo social posee sus palabras, expresiones o giros. Contra una investida conservadora globalizante que estandariza la lengua, utilizo en este texto palabras, giros y expresiones propias del vocabulario futbolístico brasilero, que de cualquier forma son, en algunos casos, derivaciones de palabras venidas del inglés, lengua de quien nos apropiamos también el deporte. En este sentido, uso «cartola», que designa los dirigentes vitalicios que forman la aristocracia de los clubes. Como antes usé «portero» [goleiro], en vez de guarda metas. 2. «Inhaca» es un giro usado para describir un mal juego, mal parado donde nada acontece y donde

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sólo tienen «pierna de palo», además, esta es una expresión peyorativa para llamar a un jugador sin habilidad con la pelota. 3. El autor utiliza el término «puxa-sacos». 4. Un amigo anarquista como yo, palmeirense como yo y loco (también por el fútbol) como yo, recuerda que tal vez Camus al escribir había pensado en Ferenc Puskas, atacante que nació en Budapest y jugó en la Copa del Mundo de 1954 por Hungría y la de 1962 por España. Puede ser. Esa frase se puede aplicar a otros jugadores, pero como dice dudé que ella es de Pelé, tal vez, también, de Mané Garrincha, el «ángel de las piernas torcidas».

Acácio Augusto es miembro del Núcleo de Sociabilidade Libertaria “Nu-Sol”, quienes editan la Revista Libertaria Verve, en São Paulo, Brasil.

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