Fundamentación de la fe Católica

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FUNDAMENTACIÓN DE LA FE CATÓLICA

Título original: Rationale fidei Catholicae contra omnis generis sectas Fecha: 1685(?) Manuscrito: LH I 20 Hoja 168-169. 1 Bog. 2º. 2 1/3 S; LH I 3, 7c Hoja 1-2. 1 Bog. 2º. 4 S; LH I 3, 7c Hoja 1a-2a. 1 Bog. 2º. 3 1/2 S Edición utilizada: A VI, 4B, 2302-2323 Otras ediciones: Grua, Textes, 1948, 24-26 (edición parcial) Ediciones anteriores en castellano: no hay Traducción, introducción y notas de la presente edición: Rubén Pereda Contexto y relevancia del texto: Se recogen bajo el título Fundamentación de la fe Católica tres manuscritos de Leibniz que, con toda probabilidad, están estrechamente relacionados. El primero de ellos (Fundamentación de la fe Católica contra las sectas de todo género) alude a un manuscrito que, al parecer, pasó de mano en mano, en el que Leibniz presentó una defensa de la Iglesia Católica. El texto que se presenta sería una suerte de prólogo en el que Leibniz presenta los motivos que le llevaron a elaborar esa defensa. Los otros dos textos son dos borradores -que se encuentran en el mismo manuscrito- de una defensa de las principales tesis católicas: no sabemos si es el texto al que se refiere Leibniz, o una reelaboración de las ideas que en él se contenían. En cualquier caso, el vínculo entre el “prólogo” y los borradores ofrece una interesante síntesis de la actitud y el modo de razonar leibnizianos. 2302

Fundamentación de la fe Católica contra las sectas de todo género

Veo por todas partes a varones ilustres proclamar la felicidad de nuestros tiempos, en los que parece renacer y obtener mejores resultados todo lo que de egregio tuvo la antigüedad; no sólo han brillado la luz pura de la historia y los mejores conocimientos, sino que también todos los arcanos de las ciencias se hacen más y más evidentes. Pero no ignoro yo la magnitud de la bondad Divina sino que cada día considero nuestra ingratitud y la levedad de las almas, avergonzándome con frecuencia, no sea que por el abuso de tantos beneficios seamos llevados a un juicio pesadísimo para nosotros. Puesto que, sin duda, la mayor utilidad de la Historia es ilustrar e gobierno Divino, y el objetivo de la verdadera filosofía es proporcionar los más firmes y poderosos testimonios de la verdad de nuestra religión, para que nos conduzca al conocimiento de la sustancia perfectísima, veo que muchos que valen más por su doctrina, son los que tienen menos piedad; y otros, esclarecidos con más ciencia, se les atribuye menos fe. Los eruditos eliminan con presteza de su amplia enseñanza únicamente aquellas cosas que parecen hechas para aumentar la autoridad de nuestro acervo 2303 sagrado, y nos muestran los lugares difíciles de las sagradas escrituras, las manchas de los santos padres, la confusión de los concilios, la ignorancia de los siglos devotos, los piadosos fraudes del clero, por cuyos actos alguna vez piden su misma religión. Pero ellos mismos disimulan con simplicidad la admirable majestad que hay en nuestros escritos, los santísimos preceptos, la divina providencia hacia los gentiles que se han de convertir, y que en medio de la barbarie permanecen siempre las más elevadas e intactas de las cosas católicas. Por otra parte ciertos filósofos célebres suprimen la consideración de las causas finales y los consejos divinos de la investigación de la naturaleza, defienden que todas las cosas se hacen por cierta necesidad mecánica de la materia, y en lugar de Dios nos dejan cierta fuerza inmensa privada de intelecto y voluntad y que produce todo lo que puede, la cual es cierto Dios en el que tanto creas como lo rechaces en nada va a afectar para regir la vida humana. Estos mismos en verdad no consideran lo suficiente que toda la naturaleza es cierta máquina, mejor dicho, un incomparable artefacto, en el cual hay un indicio del sapientísimo autor, a poco que lo tuviesen presente. El estudio de la naturaleza no debería dirigirse tanto a la elevación de la vida corpórea como mucho más a conocer y amar al Creador. Y podría suceder que nunca encontrásemos la verdadera estructura de las cosas, pero lo que no podría suceder es que ignoremos su utilidad y efecto. También estaría permitido al temerario querer todos los fines de

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Dios reunidos en el espíritu, pues es necesario y pío conocer a aquel por cuya bondad tantas cosas se nos ofrecen. Del mismo modo a menudo me duelo cada vez que veo a hombres apartados de Dios por sus mismos estudios, los cuales en nada me parecen eficaces para encender la verdadera piedad: ¿dónde han ido ahora a parar desde los misterios de la fe, ante la cual muchos tuercen el gesto?, y algunos otros artificiosamente aseguran que para creer lo que han recibido es conveniente que antes se les muestre suficientemente que no hay nada que les parezca absurdo, otros -sobre todo en regiones donde la disciplina es más laxa- a menudo se ríen y enfrentan. E incluso estos que prefieren como 2304 un espíritu de juego están en medio del seno de la Iglesia Católica; sin embargo aquellos con espíritu serio prefieren los trabajos encomendados, en los cuales o bien la infelicidad de nacer, o bien la propia levedad de la secta les ha envuelto. Les puedes ver por todas partes insultar a los Católicos, como si fuese algo absurdísimo y que tragan por costumbre, y aplaudirse sobre la luz, la recta razón, la destrucción del reino de las tinieblas. El siguiente texto está escrito por Leibniz en un tamaño menor: Yo que he me he dedicado con gran esfuerzo y no sin algún éxito tanto a las letras mayores como a la filosofía depurada, no me alegro por otra razón más que por la divina bondad hacia mí ni obtuve mayores frutos de mis trabajos que haber sido confirmado en la fe Católica por todas las razones señaladas. Como en efecto viese a tantos preclaros ingenios adherirse a la angustia del futuro, y no tenían qué decir o dejar de decir sobre Dios o sobre el alma, y se hacían violencia para ahora creer y ahora no creer; ¿acaso no daré gracias a Dios, quien compuso en mí una tranquilidad gozosísima entre tanta tempestad de espíritu? Que elevó mi espíritu con la esperanza constante de la vida futura sobre las cosas caducas de los mortales, que me enseñó el admirable consenso y belleza de su divina filosofía, así como la armonía de la gracia y la naturaleza reunidas. Pues aunque no estoy menos persuadido por los principios de mi hogar de la fe, sin ningún miramiento a la razón, sin embargo carecería de gran parte de su increíble gozo que ahora inmediatamente percibo, si me fuese retirado el consenso de la fe y la razón. Esto provocó tal estado de mi espíritu que a menudo elegiría poder difundir estas sensaciones entre los restantes mortales. Pero estoy seguro, en primer lugar, de que no se me ha otorgado esta profesión suprema. Por tanto considero que hay que advertir [se interrumpe]

Yo que me he dedicado con gran esfuerzo a las letras mayores y a la filosofía depurada, no me alegro por otra razón más que por la divina bondad hacia mí ni obtuve mayores frutos de mis trabajos que haber sido confirmado en la fe católica por las razones señaladas, y aprehendí todas sus 2305 partes y fui ilustrado sobre como concuerdan egregiamente entre sí por una recta razón. Y como no pudiese dudar de aquellas mismas y muy preclaras cosas que habían sido dadas a conocer por muchos Varones grandes por la doctrina y la piedad, a menudo opté por avanzar con algún Apologista de la divina verdad, que mediante la belleza de sus expresiones felizmente encendiese con un santo ardor las almas de los hombres. Y ojalá S. Agustín se hubiese encontrado en nuestros tiempos, o hubiese podido anticipar el progreso de nuestro siglo: pero mejor que ojalá los varones insignes, animados por idéntico espíritu, se acercasen a tal tarea. Ahora diré una parte exigua y más fácil de lo que concluyó que me está permitido alcanzar a mí, dispar. Me llegó la noticia de que cuando hombres de gran ingenio, pero cuya juventud había estado imbuida de peligrosísimos dogmas, estos, cuando me vieron que asentía poco a sus más libres discursos, primero se apiadaron de mi simplicidad y después, cuando advirtieron que yo tampoco ignoraba esta filosofía nueva, y que destacaba algo en las más sublimes doctrinas con las cuales avanza nuestro siglo, comenzaron a preguntarse por qué me alimentaba de bellotas como de fruto casual, pues estos mismos creían que la luz de la filosofía estaba agotada, nadie más de sana mente podía adherirse a los dogmas cuya absurdidad, como ellos mismos afirmaban, la Iglesia Romana o, mejor, cristiana había velado con la apelación al misterio. Y como yo me enfrentase agriamente, me tenían por sospechoso de simulación, que me parecía una acusación mucho más grave que el mérito de la ignorancia. De este modo ya sea para reclamar mi sinceridad, ya sea para ayudar a la salvación de los amigos, comencé a ensayar el esbozo de cierta Fundamentación de la fe Católica. El trabajito fue leído, ¿qué diré? Impacté los ánimos, que no esperaban nada así, hice que respetasen a uno que no estaría diciendo la

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verdad. Hubo quien se confesó vencido, quien admitió deberme la salvación tras esto. Estos mismos me urgían insistentemente a publicar, esperando que lo que les influyó a ellos lo pudiese a muchos otros. Yo discutía lo dañino [se interrumpe]

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Fundamentación de la Fe Católica, donde se muestra con breves indicios que los dogmas católicos concuerdan más con la razón que los de cualquier secta1. Sobre Dios Uno La Iglesia Católica enseña que Dios es Substancia perfectísima.

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Esta misma fue opinión de Filósofos que son reconocidos por sus sublimes pensamientos, a saber, de los Pitagóricos y de los Platónicos2. Por Perfectísimo se entiende aquello donde se dan todas las Perfecciones, y que no implica ninguna imperfección. Perfección a su vez es todo concepto puro positivo que no implican nada de negación, por eso también es absoluto, es decir, no implica ninguna limitación, pues toda limitación es negación de algo de los posteriores en el mismo género. Así ser, actuar, vivir, saber, poder, son perfecciones, o conceptos que se pueden predicar de Dios, pues su naturaleza no implica límite, como harían ser destruido, padecer, tener una figura, que no caen bajo la naturaleza divina. Pero aquellas perfecciones pueden tener un límite sin que lo impliquen, sino que lo reciben como, a saber, los que se atribuyen a las criaturas, pues en toda criatura se da alguna perfección a su medida, pero mezclada con imperfección o limitación. Pero en Dios se entienden absolutamente, así como su esencia es máximamente independiente, su acción tan universal que todo depende de él mismo, su vida es eternidad, su conocimiento omnisciencia, su fuerza omnipotencia.

De aquí se sigue que Dios no es corpóreo, pues la naturaleza del cuerpo es limitada, ya que se entiende circunscrito por la figura. Así se expulsan las necedades de los paganos, quienes adoraban al sol y las estrellas, y algunos han tenido con frecuencia al sol por el sumo Dios, y Macrobio mostró que a él se dirige la Teología mística de los paganos, lo que es un error consolidado por la 2308 ignorancia del verdadero sistema del Mundo, ya que considera todo el Mundo a semejanza de una pelota que incluye en sí algunas esferas, cuya superficie más alejada contiene las estrellas a semejanza de un orbe cristalino adornado con clavos de oro, más fácilmente se persuadió de que el sol cuya belleza y potencia aparecen como máximas es o bien Dios o bien el cuerpo de Dios o por lo menos la sede, a no ser que prefiera con Aristóteles que Dios esté ligado a la última esfera. Por el contrario, quien sabe que las estrellas fijas son otros tantos soles, y que no hay ningún cuerpo

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Nota de Leibniz al margen: Han de traerse los autores de las Heresiologías S. Agustín, S. Epifanio, Alfonso de Castro, Schlüsselburg, para que se demuestre que los dogmas de los herejes concuerdan poco con la razón. [Epifanio de Salamina (310/320-403), obispo bizantino y Padre de la Iglesia. Escribió el Panarion (o Adversus Haereses), entre 374 y 377]. [Alfonso de Castro (1495-1558), teólogo, jurista, consejero real y sacerdote franciscano español. Compuso Adversus omnes haereses, París 1534]. [Konrad Schlüsselburg (1543-1616), teólogo luterano alemán. Es autor de un Haereticorum Catalogus, -en varios volúmenes-, Fráncfort, 1597-1599]. Nota de Leibniz al margen: véase el Poimandres, algunos antiguos (entre los cuales Ficino y Patrizi), Plotino, Dionisio Areopagita, Gubino perenn. philos., de Mornay de ver. relig. Christ. [Marsilio Ficino (1433-1499), sacerdote católico, filólogo, médico y filósofo renacentista italiano, impulsó el renacimiento del neoplatonismo] [Francesco Patrizi (1529-1597), filósofo italiano de orientación platónica] [Agostino Steuco Gubino (1497-1548), agustino italiano, humanista y escritor. Compuso De perenni philosophia libri X, Lyon 1540] [Philippe de Mornay (1549-1623), escritor protestante francés, autor de De veritate religionies christianae liber, Amberes 1583]

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primario en el Mundo, conoce que Dios es la inteligencia tal como Marciano Capela 3 dice, ultramundana, cuya sede está por todos los lugares y cuyo límite no se encuentra en ninguno. Pero así como los atributos del cuerpo están en Dios sólo de modo eminente, pues aun cuando no esté presente en un lugar, y aunque carezca de movimiento, sin embargo mueve; así los atributos de la Mente están en Dios formalmente; así como digo Mente, así podría decirse Dios. Pues ha de saberse que unas nociones admiten el infinito, otras no lo admiten, lo que ilustraré con un ejemplo tomado de la Geometría. La línea recta, o la Hiperbólica o la parabólica no implican fin, y pueden producirse de cualquier modo, y las lineas de la circunferencia del círculo o de la Elipse están determinadas, para que quien quiera concebir un movimiento continuado, sea empujado a reunir las huellas anteriores. Por lo que la circunferencia del círculo no puede aumentarse, a no ser que se tome un círculo nuevo mayor que el anterior, mientras que la misma línea recta siempre puede aumentarse. Del mismo modo ha de decirse que la naturaleza del Cuerpo, aquél mismo por el que tiene figura, es incapaz de infinito, y que la naturaleza de la Mente no implica ningún límite. Si alguien ciertamente dijese que el mismo Universo es un cuerpo infinito ha de saberse que, si no se pone ningún fin del cuerpo, el mismo Universo infinito no sería Ente uno o todo, así como tampoco el Número infinito es todo uno, lo que ya otros han mostrado. A saber, el infinito en acto por modo del todo uno no tiene lugar entre aquellos que se forman por composición de las partes, como el cuerpo de los miembros, y en los cuales se concibe más simple lo finito que lo infinito, si no sólo en aquellos que son por sí, y por eso mismo son infinitos, porque se conciben 2309 absolutamente, y en los cuales el infinito mismo es anterior por naturaleza o concepto, que el finito, que, a saber, resulta por cierto concepto que ocurre y limita a partir del infinito. Sin embargo nada prohíbe que se conciba al Espíritu como infinito, a saber, el que no recibe sus pensamientos de otro lugar, puesto que en nosotros las verdades eternas no son aprendidas por el sentido y la experiencia, sino que fluyen de la misma naturaleza del espíritu, lo que también quiso Platón con su reminiscencia; y por tanto cada uno de los Espíritus es por esto más perfecto que aquello que tiene necesidad de aprender por experiencia. El Espíritu en consecuencia concibe lo perfectísimo a priori y por sí mismo a medida de las verdades eternas. Por tanto en Dios hay omnisciencia que piensa en acto todo lo posible o actual y todo lo pasado o futuro. Y conoce cierta posibilidad de las cosas, es decir, la esencia por la consideración de su intelecto, que contiene las ideas de todas las cosas o esencias expresadas de modo eminente; y conoce la actualidad de las cosas por la consideración de su voluntad, es decir, de sus decretos libres, de los cuales el principal es que las cosas se produzcan de modo perfectísimo. Lo mismo que un Geómetra absoluto que haya de resolver algún problema no está ligado por ninguna construcción, sino que sólo por su sabiduría, elige aunque no por lo necesario sino por lo cierto, que es lo máximamente simple y universal, y esto no estorba más la libertad divina, que el que no pueda pecar. Por el contrario, el concepto de la Divina Bondad y Justicia parece conectado con esto, hasta tal punto que, en efecto, todos los bienes han sido instituidos por Dios, lo que ha de tenerse por cierto, todavía más por quien fuese siendo más sabio y más avanzado en el conocimiento del universo más habría de conocerlo, que tampoco podría elegirse lo mejor y nadie tendría que preguntar por qué derecho. Estas nociones me parecían en efecto ciertas y que excitaban admirablemente al amor de Dios sobre todas las cosas; y por lo que era más sabio, y más instruido en la verdadera ciencia de las cosas y el divino amor hacia ello era más ardiente, pues se alimentaba con argumentos siempre nuevos. Quien no está realmente versado en los arcanos particulares de las cosas, que mantenga por lo menos esto mismo así: todo ha sido hecho por Dios óptimamente, con 3

Marciano Capela (s. V), escritor y retórico romano. Escribió De Nuptiis Philologiae et Mercurii et de septem Artibus liberalibus libri novem. El pasaje al que hace referencia Leibniz se encuentra en el noveno libro.

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esto ya es suficientemente sabio para amar a Dios sobre todas las cosas y que guarde el resto de la 2310 vida para cosas mejores. Sin embargo, quienes piensan como Momo 4 que algunas cosas del Mundo pueden ser reprendidas, que sepan que no la naturaleza de las cosas, sino su temeridad ha de ser acusada, quienes osan juzgar de lo inmenso con pocas reflexiones. Y ciertamente como en la república, así hay en el Mundo la peor clase de hombres, los malcontentos. De hecho quienes sufren en medio de las miserias de la Providencia no sólo con necesidad servil (a lo que los filósofos antiguos acostumbraban a aconsejar que no se ha de desear otra cosa que lo que está en la potestad), sino con confianza filial en la bondad divina, dirigiendo todo hacia lo mejor pueden descansar, y perseverando serán coronados. En cuanto a su esperanza, está fundada en el amor, esto es en la contemplación de la belleza divina; y saben que para los que aman a Dios todo debe ir a mejor. Además la Ciencia y la providencia divina quitan alguna incertidumbre de las cosas, pues ya las cosas que han de ser verdaderamente han de ser, es decir, son ciertas por parte de las cosas, pero no quitan la libertad, porque así como nosotros ignoramos que será, igualmente elegimos como si la verdad de los futuros no fuese cierta. Dios sin embargo conoce con antelación que vamos a elegir, porque conoce con antelación cual será el estado de nuestra Mente, o qué bien y cuándo se nos aparecerá. Pues sabe que la naturaleza futura de nuestra Mente construida por él es que sigamos el bien que aparece mayor tan libre como seguramente. Por tanto yerran y confunden todas las nociones quienes piensan que a veces queremos el mal o menos bien, sabiendo que es así, es decir, bajo razón de mal y cuando dicen que elegirán lo que es peor por la gracia de ejercitar su libertad, sin darse cuenta de que este mismo deseo de ejercitar la libertad tiene ante ellos razón de bien aparente que pesa más que el resto de consideraciones. Tampoco traerán un ejemplo contrario, y mucho menos una razón, sino que intentan oscurecer con consecuencias absurdas la verdad más que manifiesta por sí. Pues temen que el enemigo saque como conclusión el fatal trastorno de que Dios es el autor de la libertad humana y el pecado. Pero estos varones célebres tanto por la santidad como 2311 por la doctrina, Agustín y Tomás de Aquino satisfacen abundantemente. Pues la libertad pugna con la necesidad, pero no pugna con la certeza, y así como es cierto que Dios siempre elige lo mejor, y al Ángel confirmado en el bien que se le muestran dos contradictorios de los cuales uno es inmune al pecado, el otro conlleva culpa, sin duda habría de elegir el primero, siempre conserva la libertad, porque la elección de uno u otro es posible por sí; así no veo por qué deseamos para nosotros una libertad mayor que la de Dios mismo y la del ángel feliz que siempre elijamos libremente y sin embargo con seguridad algo que aparece como mayor bien, con sólo una distinción entre nosotros y ellos: que puede haber error por nuestra parte, por la suya no puede. Sin embargo la dificultad de un Dios autor del pecado apremia a todas las Hipótesis de todos los que saben que Dios es omnisciente y autor y conservador de todas las cosas, ya que la conservación continua es cierta creación. En realidad los Socinianos, con ciertos Remonstrantes, son los únicos que se libran a las puertas, ya que por este miedo osan quitar las mismas perfecciones divinas. Ya que tanto ha destacado el divino Apóstol5 en relación a esto mismo, más que los atributos de Dios -la sabiduría y grandeza de Dios-, el hecho de que nada se hará por Dios sino del modo más justo y, como se dice, más equitativo, igual que lo que se dará a entender a las almas hará que nuestra ignorancia se oscurezca ante este sol, pues por esta misma supereminencia de la perfección Divina tendría que ser perjudicada. Pero que tampoco se piense que la objeción es invencible. Sin duda Dios vio que el pecado había de darse si creaba el Mundo así como lo hizo; mejor dicho, fundó la serie de cosas que contendría el estado del espíritu en Adán, puesto en el cual él ciertamente habría de elegir el pecado, esto no puede negarse por nadie excepto por aquellos que niegan que todo es conocido y depende de Dios; ¿se está diciendo por tanto que Dios es el Autor del pecado? No, pues no por esto el hombre elige menos libremente. Pero insistirás, podría ser que Dios impidiese esta 2312 serie inmutable de cosas, y sin embargo no quiso. Lo concedo. Por tanto, ¿le será imputada alguna culpa? De ningún modo, si no se muestra que lo exige. Pero preguntas por tanto si quiso el pecado; 4 5

Dios griego de la crítica y la censura. Se refiere al Apóstol Pablo.

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respondemos: no lo quiso, sino que lo permitió. Por tanto no lo odió lo suficiente. Respondo que lo odió, al modo que conviene a Dios odiar algo, quien no puede ser dañado por nada. Prohibió, declaró que el hombre se habría de castigar; le propuso tanto la vía de la vida como de la muerte. Pero no odió el pecado de tal manera que quisiese absolutamente que éste no existiese en la naturaleza, de otro modo seguramente no hubiese existido. Pues la causa del pecado no se encuentra en la voluntad de Dios, sino en la voluntad de la criatura, que por la naturaleza de las cosas, si no por experiencia o si no estuviese sustentada por la gracia de Dios, está inclinada a juzgar con un intelecto insuficiente. Pero preguntas por qué Dios no dio su gracia a todos en todo lugar; o por qué eligió esta serie más perfecta de cosas, en la cual sabía que el pecado habría de existir. Pero esta pregunta es más indiscreta, y no puede ser contestada claramente por un mortal. Nos baste saber que eligió aquello mismo porque lo eligió, y que es óptima y justísima, y que si ha de investigarse cuál sea la razón, pensemos entonces que el pecado de Adán es llamado feliz a causa del santísimo varón que lo expió con el divinísimo misterio de la encarnación. Pero los condenados pueden lamentarse de que cayese esta suerte, como así le dicen, sobre ellos. Verdaderamente es injusta la disputa, porque no la podrían emprender los vivos, ya que no saben si han sido elegidos, pero ellos mismos podrían ser contestados que serían salvos si quisieran; y tampoco nadie en un juicio requiere de dónde haya nacido la mala voluntad de los que pecan en los crímenes que se han de castigar. Pero tal vez los condenados no se pueden lamentar de ningún modo, si es cierto lo que algunos piensan, que ellos se perpetúan espontáneamente la condena de Dios juez justísimo con un odio voluntario. En resumen, no son menos inoportunos esos lamentos con pretexto de la predestinación, que las excusas de la pereza (τοῦ ἀργοῦ λόγου)6 con el pretexto de la providencia y el destino, como si aquel que no quiere mover el pie con el argumento de que ha sido decretado por el destino los alimentos que o bien no o bien sí deben obtenerle sus obras, cosa que no se sigue, pues en efecto no hay en absoluto decreto alguno, sino las causas previstas; de este modo no hay decreto de que 2313 tuvieses necesidad de hacer o no hacer alguna cosa, sino que si fuese cierto que te habría de ser necesario con ese argumento tuyo tan pulcro, también sería cierto que habrías de ser un perezoso. De este modo ves que tu acción es no por el destino sino de las voluntarias. Ahora bien, de dónde tienes aquella voluntad, no es nada en la práctica, por la que tampoco se adecuarán con razón a la dificultad de la predestinación ni a los asuntos morales o las cuestiones de derecho porque la voluntad mala basta a cualquier juez para la pena; y quien está convencido de esto, no tiene nada que lamentar.

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El sofisma perezoso, en griego en el original.

Borrador Fundamentación de la fe Católica De Dios Uno

1) Dios es Sustancia perfectísima. A la cual es evidente que se le pueden atribuir todas las perfecciones y de la cual se deben negar todas las imperfecciones. En efecto todas las perfecciones que son entendidas en las otras cosas formalmente se atribuyen a Dios eminentemente; es evidente que se tiene que procurar que se conciba purgada de toda imperfección. Pues la perfección no es otra cosa que el atributo que no implica ninguna limitación, como ser, actuar, vivir, saber, poder: a los Cuales se añade limitación en 2314 las Criaturas, de donde resulta: ser hecho, padecer, morir, aprender lo ignorado, estar impedido. Así que estas cosas no pueden decirse sobre Dios, las anteriores pueden, si son entendidas del modo más absoluto, como que su esencia es máximamente amplia e independiente, su acción tan universal que todo dependa de él; su vida la eternidad; su conocimiento, omnisciencia; su fuerza omnipotencia. Consta que esta noción de Dios ha sido recibida por antiguos filósofos ilustres por la sublimidad de su pensamiento y por toda las Iglesias Católicas, ni siquiera los Protestantes disienten. Sólo los Socinianos y ciertos Remonstrantes (: entre los cuales es notable Konrad von dem Vorst7 con su censurable libro sobre Dios :) idean que Dios se ha circunscrito por ciertos límites, y dicen muchas cosas indignas sobre esto, su sumo poder, quienes están evidentemente inmersos en la consideración de las cosas finitas, y no captan aquellos conceptos sublimes, y por eso los tienen por imposibles. Pero ha de saberse que el concepto absoluto es siempre anterior y más simple que el limitado, de donde se siguen estas cosas, que las verdades eternas se contemplan por la mente distraída por los sentidos, que el concepto de Dios es manifiesto, aunque no puede percibirse más por la imaginación y los sentidos que el color ser oído o el sonido gustado. 2315

2) Dios existe. Se demuestra tanto a priori como a posteriori. A priori a partir de la esencia o posibilidad de Dios: esto es a partir del mismo concepto de Ente perfectísimo. Pues Dios es quien no carece de ninguna perfección. Ya que la existencia también es una perfección, entonces en todo caso es más perfecto el Ente por sí, es decir, aquel cuya esencia implica la existencia, o que es Ente necesario, que el que sólo es contingente. Si en efecto el concepto, es decir, la esencia, de Dios implica la existencia, en todo momento podrá predicarse la existencia de Dios. El primero que aportó este argumento fue Anselmo de Canterbury en el libro contra el ignorante. A posteriori se prueba la existencia de Dios a partir de la existencia de las cosas finitas contingentes, cuya razón no puede darse si no viene de un Ente necesario que tiene la razón de la existencia en sí mismo, y por consiguiente tampoco tiene límite, como corresponde a quien no puede sino asumirlo por lo extrínseco. Se confirma especialmente la Existencia de Dios a partir de la bellísima estructura de todas las cosas, y principalmente a partir de la naturaleza de la mente. Así de mala manera Socino negó contra la sagrada escritura y la sentencia de la Iglesia Católica que Dios puede conocerse por las criaturas con la luz natural. 3) Dios es eterno. Se sigue a partir de eso de que su esencia implica la existencia. Por tanto su existencia es necesaria, lo que es necesario, en efecto, es eterno. 4) Dios es único. Pues si [fuesen] muchos, diferirían; también en algunas perfecciones, porque nada se entiende que otro en Dios, por tanto cada uno de ellos carece de alguna perfección contra la definición de Dios.

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5) Dios es incorpóreo. 7

Konrad von dem Vorst (1569-1622), teólogo Remonstrante. El libro al que hace referencia Leibniz es Tractatus theologicus de Deo, seu Disputationes decem de natura et attributis Dei, Steinfurt 1610.

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Porque todo cuerpo tiene un límite que hace la figura. Por tanto erraron gravemente los gentiles, quienes adoraban el sol y las estrellas. Pues el sol ciertamente ha sido tenido por el sumo Dios a menudo, y Macrobio8 intentó mostrar que a esto se dirige la Teología mística de los antiguos; error que se confirma por la ignorancia de los verdaderos sistemas del mundo, pues quien considera que todo el mundo se apoya en una esfera, que otras esferas lo incluyen en sí, cuya superficie última es la de los astros, que se apoya en esferas cristalinas diferenciadas por la proporción áurea, más fácilmente se persuadirá de que el sol cuya belleza y fuerza parece máxima es o bien Dios, o bien el cuerpo o al menos el trono de Dios; excepto aquellos que como Aristóteles prefieren vincular a Dios con la última Esfera. Y quien sabe que las estrellas están fijas como otros tantos soles y que no hay en el mundo ningún cuerpo primario, con mayor facilidad advierte que Dios es una inteligencia ultramundana como dice Marciano Capella, cuyo trono está en todas partes, el límite en ninguna parte. Sin embargo si alguno establece que Dios es un cuerpo infinito cuyos miembros son todos otros cuerpos, este parece inclinarse a quienes como los Estoicos hacen del mundo o naturaleza Dios, este debe pensar, aun si se le concede que el número de los cuerpos es mayor que cualquier número asignable, sin embargo no podría a partir de ellos componerse un todo infinito, así como a partir de la unidad excedente de un número cualquiera no puede entenderse algún otro número infinito que se haya forjado, como se ha mostrado en otro lugar. Así Dios siempre será algo fuera y sobre el agregado de los cuerpos. 6) Dios es una mente y ésta separada de todo cuerpo. Sin duda los atributos del cuerpo en Dios son sólo eminentemente; pues en efecto, aunque Dios no está en lugar alguno, sin embargo está presente, y concedido que carece de movimiento, sin embargo mueve. Y los atributos de la mente están en Dios formalmente, porque los atributos de la mente, como saber, querer, poder, no implican ninguna imperfección. Por tanto nada prohíbe que la mente se conciba infinita, es decir aquella que no obtiene sus pensamientos de otro lugar, pues en 2317 nosotros las verdades eternas no se aprenden a partir del sentido y la experiencia, sino que fluyen de la misma naturaleza de la mente, y de los conceptos o ideas, cuya reminiscencia también quiso Platón9. Y cada mente es más perfecta por esto, que tiene menos necesidad de aprender por experiencia. Pues la mente perfectísima concibe todas las cosas a priori y por sí misma, al modo de las verdades eternas. Ahora bien, Dios no es una Mente que informa algún cuerpo, como la nuestra; consta que no puede decirse que es el Alma del Mundo a partir de que es el autor del mundo, por lo que es posterior. Además el mundo o es finito o infinito. Si finito, la mente infinita no será el alma de un cuerpo finito; si el mundo es infinito, no constituirá un algo todo infinito, como advertíamos poco antes, ni por consiguiente puede ser tenido por un cuerpo animado. 7) Dios es omnisciente. Pues conoce las posibilidades o esencias de las cosas a partir de la consideración de su intelecto, que como es perfectísimo, produce así todas sus ideas, que pueden pensarse. Y conoce las contingencias o existencias actuales de todas las cosas fuera de sí mismo a partir de la contemplación de su voluntad, o de los decretos libres, de los cuales el primario es que de muchos posibles se elija el que es más perfecto o mejor. Leibniz marcó el texto impreso en letra menor con una L. Pues no será mejor que no dependa de la voluntad de Dios, ya que es un dogma peligroso, pues hace que se diga que la justicia depende del arbitrio de Dios y por esto realmente no haya de haber atributo de Dios, sino sólo de las cosas que quiso Dios. Pues qué sea que el bien perfecto no depende de la voluntad de Dios sino de las ideas que hay en su intelecto, al modo de qué sea verdadero y falso, par e impar, conmensurable e inconmensurable. Pero que lo bueno y justo se saca no de las nociones mismas de las cosas sino del mero arbitrio del legislador, o mejor dicho, que todo derecho es positivo, es una sentencia peligrosa que quita de Dios la alabanza del justo; y del mismo modo que el Demagogo de la Tiranía según Platón10 hace justo lo que place al poderoso. En efecto, porqué ha de ser alabado por la belleza, la perfección, la justicia 8 Macrobio: Saturnalia, I, 17. 9 Platón: Menón, 85b-86b. 10 Platón: La república, 338c-341a.

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de las cosas que hizo, si son llamadas bellas y justas porque las hizo, si nada conviene a lo que ha hecho, y si también las cosas contrarias a aquellas que hizo y esas mismas que ahora se llaman torpes también fuesen llamadas justas por el modo en que fuesen producidas. De donde es evidente cómo la Ciencia de Dios no induce necesidad en las cosas, pues es diverso el modo como conoce las cosas necesarias de como conoce las contingentes, y si una y otra son ciertas y a priori. Pues las verdades necesarias pueden demostrarse por los solos conceptos o esencias posibles, las contingentes sin embargo se conocen ciertamente por hipótesis de los decretos libres de Dios u otros arbitrios suyos que tenga en la Mente. Pues por esto ninguno de ambos opuestos por sí deja de ser posible, incluso en el caso de que Dios por que le parece bien elija el que es mejor; pues es evidente que otra Mente es mejor. Por tanto yerran no sin peligros las mentes de los imbéciles, que piensan que todo se hace por necesidad fatal, y creen que lo que ni fue, ni es, ni será es imposible, confundiendo lo cierto con lo necesario. Yerran por otro lado quienes piensan que una Mente sin algo [se interrumpe]

Hay además también dificultades, que algunos levantan contra la divina omnisciencia, como que Dios puede saber lo que otra Mente habrá de elegir según plazca a su libre arbitrio; y esto turba no poco a aquellos que piensan que podemos elegir sin razón alguna, pues puede haber alguna ciencia de las cosas completamente indiferentes. Pero quienes con Aristóteles y Tomás afirman que la voluntad nunca es conducida a algo si no bajo razón de un bien mayor al menos aparente, fácilmente deshacen el nudo; pues como Dios prevé las cosas contingentes por sus decretos libres, por ellos mismos conoce qué se dará el estado de las mentes libres que deliberan sobre alguna elección, o qué argumentos han de observar en ambas partes. Sabe por tanto de qué parte de los opuestos será mayor el bien o el mal que habrá de aparecer, y por consiguiente qué habrá de elegir la Mente libremente, si bien con certeza. De donde también se advierte fácilmente cómo Dios sabe que alguna Mente libre habría de elegir, si devendrá en algún estado en el que con todo nunca llegará a ser realmente, y en efecto no es cierto que Dios no puede ver de qué parte estarán las razones más hermosas en el futuro o los afectos más fuertes. Quienes verdaderamente no quieren usar una explicación tan natural por ciertos prejuicios de escuela, en parte están obligados a dudar si 2319 un Dios así puede saber algo que en efecto es indigno de Dios, eso mismo que es contrario a la escritura santa, en parte a causa de estas dificultades imaginan cierta ciencia de Dios que es poco consistente con la perfección divina; en efecto nadie ha de pensar que algo es conocido por Dios por modo de percepción o especie, (al modo que es conocido por nosotros) como si no pudiese ver a priori la razón de su ciencia a partir de la misma naturaleza de las cosas y de la conexión del sujeto con el predicado, eso es, a partir de la intelección de sus ideas. En efecto, aunque Dios no razonase, sin embargo siempre vería y en sí descubriría las razones, de otro modo se daría algo independiente de él. 8) Dios es omnipotente y creador y conservador de todas las cosas. Todo tiene origen en Dios, la esencia de las cosas en su intelecto, la existencia en su voluntad. Por eso de aquí es evidente que la potencia o virtud de actuar es una perfección, y que por tanto ha de atribuirse a Dios y ciertamente en grado sumo; luego así no se pone como contradictoria o absurda, al modo que les ha parecido a algunos Entusiastas. Ahora bien, Dios crea la cosa, la conserva, y en el operar concurre con ella. Y la conservación no es nada más que la creación continuada, ya que la cosa siempre depende absolutamente de Dios en el existir igual en el progreso que en el inicio; en efecto, por lo que se refiere a ser producido por Dios, de nada ha de decirse que a partir de lo precedente, sino que a partir de la nada, ya que nada puede decirse que permanece a partir de lo precedente que no sea eso mismo que de nuevo se produce. Así pues es incompatible tanto si la Materia es eterna como si consiste por el contrario en un flujo momentáneo, y no hay inconveniente en que se pusiese que siempre ha de haber alguna Criatura, sin embargo, no puede decirse que el Mundo es eterno. Ahora bien, en esta producción continua de las cosas consiste el concurso de Dios con las criaturas que obran porque la sustancia y la fuerza para obrar y todos sus requisitos continuamente los atribuye Dios, aunque la operación misma no sea de Dios sino de la criatura. 2320

9) Dios es bueno, es decir, justo. Se sigue de su sabiduría, pues la justicia no es otra cosa que la inclinación constante del ánimo que conoce las cosas dignas, hacia lo bueno y lo malo de las otras cosas. Así que ha de tenerse por

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cierto, quienes puedan entender la economía arcana de toda la providencia habrán de advertir que nadie puede quejarse con derecho, y que nada mejor se puede elegir; que quienes saben no pueden no amar a Dios sobre todas las cosas, incluso si todavía no han sido admitidos al conocimiento distinto de los consejos divinos y a la visión beatífica. Pues qué sea lo bueno, lo perfecto, lo justo, o lo digno del que sabe no depende de la voluntad de Dios, sino de su esencia, es decir, de las ideas que están en su intelecto, como qué es posible o imposible, para o impar, conmensurable o inconmensurable. Es una afirmación peligrosísima la de aquellos que deducen lo justo y lo bueno no de las mismas nociones de las cosas, sino del mero arbitro del legislador, y hacen todo derecho positivo; como el demagogo de la Tiranía según Platón 11 que definió lo justo como lo que place al poderoso. Con este planteamiento realmente la noción de justo en sí sería nada, y la justicia no sería algún atributo de Dios, ni Dios diferiría de un tirano excepto en la potencia. Y por qué razón suplico que Dios sea alabado a causa la justicia de lo que hizo con belleza y perfección, es decir, de sus decretos; cómo el mismo vio que lo que hizo era bueno; si no hay diferencia entre las cosas que hizo, si cuando las hizo, por eso mismo habían de ser bellas, buenas justas, incluso aquellas que ahora se tienen por impías. Por último como actuase sabiamente y al modo que conviene a la Mente perfectísima, ha de decirse si en lo que produjo se impuso más como una suerte ciertamente fatal que recurrió a cierta razón para elegir. 10) La presciencia y la providencia de Dios no quitan el libre arbitrio, ni Dios es la causa del pecado, ni la miseria de los malos le ha de ser imputada. A pesar de que a partir del artículo precedente se concluya que nadie puede quejarse de Dios, sin embargo es útil ir al encuentro de las objeciones que por todas partes y desde antiguo se han tratado entre los hombres y que dieron ocasión a gravísimas herejías. La primera objeción es que es necesario que pequemos y somos miserables si Dios conocía esto desde la eternidad. Se responde 2321 que Dios sabía que aquello es cierto, pero no que es necesario; pues sabe qué elegirás libremente. Pero se sigue otra objeción más grave, a partir de la providencia o predeterminación, pues cómo puedo decir que yo elijo algo libremente, si al elegir dependo de Dios, si mi Mente está inclinada por él mismo a una u otra parte; es decir, si quiere la serie de las cosas fundadas por Dios de tal modo, que se observen por mi mente deliberante razones falsas o aparentes las cuales impelen a elegir. Ha de responderse que ciertamente las razones falsas inclinan la mente a elegir, pero no obligan, para hablar como la escuela; pues quien tiene buena voluntad siempre puede evitar el crimen; que realmente no consiste si no en la mala voluntad. Pero urge aún más que se pregunten porqué Dios atribuye buena voluntad a uno a quien puso en las circunstancias de las cuales surge la mala voluntad. Sin embargo aunque se confiese que es suficiente para la pena de los criminales su mala voluntad, de cualquier sitio que proceda; son culpados también los padres que educaron mal a los hijos, o la República que hizo que se corrompiesen sus ciudadanos. Responderemos que cierta masa de los hombres ya estaba corrupta en Adán, y por esto más bien ha de agradecerse a Dios que eximió a otros, que arrojar la culpa de los restantes que dejó. Pero se replicará que la masa en el inicio podía no ser corrompida y por consiguiente se dirige la misma dificultad sobre el pecado del mismo Adán; ni en nuestro arbitrio está que dudemos como los sublapsarios; sino que es necesario que los supralapsarios asciendan, si no queremos disimular la dificultad. Y Dios habría podido impedir todo pecado en el universo si hubiese querido, ya que no se le puede negar nada. Pero en el momento en que permitió el pecado, ha de tenerse por cierto que fue inducido por las mayores razones de su sabiduría. Al contrario ha de establecerse que la perfección de las cosas es mayor con el pecado permitido que excluido, aunque a nosotros que no podemos percibir las cosas arcanas esto no nos aparece distintamente. Así Pablo apeló al abismo de la sabiduría divina. Y ciertos varones piadosos y penetrantes llamaron a la culpa de Adán feliz porque obtuvo el misterio de la encarnación. Pues la causa del pecado no ha de llevarse hasta la voluntad de Dios ya que él mismo 2322 siempre tendió a lo más perfecto, y nada omitió por su suma bondad y lo graba en los hombres con el amor exuberantísimo que guió la fundación de las cosas que se han de perfeccionar; sino que se ha de reconducir la causa del mal al no Ente o la privación, esto es, a la limitación natural de las 11 Platón: La república, 338c-341a.

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cosas, es decir, la debilidad o lo que es lo mismo, a la imperfección original anterior al mismo pecado original, lo mismo para los supralapsarios ortodoxos en la defensa de la justicia de Dios, que para los sublapsarios quienes destacan que el pecado original hizo que toda mente creada esté inclinada a juzgar a partir de poco examen, si no está sustentada o bien en la experiencia de los errores precedentes, o bien en la gracia divina. Pues esta limitación e imperfección depende de las ideas de las cosas, es decir de las esencias, no de la voluntad de Dios, y también por ello sucede que Dios ayuda a algunos con la gracia, abandona a otros con la debilidad natural, tiene la gloria de ser la causa eterna del mayor bien en el universo, ha hecho la elección en Cristo no por mero arbitrio ni por la dignidad de los que serían elegidos, sino respecto a la mayor perfección del todo que se había de conseguir: pues aquella suma perfección no se obtendría sin que inmediatamente fuese admitido aquello que pueden parecer o cosas malas o menos excelentes por sí; al igual que si se admiten disonancias de vez en cuando se hace mejor la armonía. Quien haya de considerar rectamente esto reposará siempre en la voluntad divina, adorará la potencia del creador, amará la bondad; quien conoce, que estas percepciones del ánimo que penetran en la mente y que impelen a lo mejor y a los deberes de la fe y la caridad, vienen por el espíritu divino, y aún más, los que así están afectados por eso mismo están en estado de gracia, y Dios lleva a los que le aman al bien. De este modo el varón piadoso estará alejado de los errores, que rebajan mucho la dignidad divina y desvían los ánimos de los hombres del amor a las cosas bellísimas y beneficiosísimas, como son los errores de los Socinianos y de ciertos Remonstrantes que disminuyen la ciencia de Dios y la dependencia de todas las cosas de Dios, como si su justicia y la libertad humana deliberasen; además contra otros que como contemplan la magnitud de Dios, todo lo refieren a su voluntad, y quitan a los preceptos toda 2323 noción de justicia, los preceptos de Dios se conservan por imposibilidades, y establecen los pecados como necesarios, no veneran a Dios a quien hacen autor de los crímenes, como si estos fuesen malos no por la naturaleza, sino por la ley; o como si el Señor de todas las cosas pudiese establecer sobre sus criaturas con el mero arbitrio sin respeto alguno a las condiciones previstas antecedentes de las cosas, y a su misma idea de lo bueno y lo justo. Ambos se han satisfecho por nosotros no evitando la dificultad o cambiando el estado de la cuestión, como a menudo se hace, sino con una sincera y lúcida explicación, como tal vez juzgarán los que lo estimen.

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