¿Funcionario de una sociedad perfecta o servidor de la comunión? (El sacerdote y el poder)

July 18, 2017 | Autor: Pablo Guerrero | Categoría: Pastoral Care and Counselling, Priesthood
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Descripción

¿Funcionario de una sociedad perfecta o servidor de la comunión? (El sacerdote y el poder) Pablo Guerrero S.J.

«Yo me quedo aquí, en mi país, para compartir el destino de mis hermanos, de mis sacerdotes y de mis fieles. No les puedo abandonar». Iuliu Hossu Antes de comenzar a leer estas páginas les invito a que entren en la sección de Google dedicada a imágenes y que introduzcan, entre comillas, el nombre “Iuliu Hossu”. Verán una serie de fotografías correspondientes a sus retratos oficiales como obispo de la Eparquia de Cluj-Gherla. Verán, también, una instantánea tomada el 1 de diciembre de 1918, momento en que Iuliu Hossu, en calidad de senador y vice presidente del Gran Consejo Nacional Rumano (Marele Sfat Naţional Român), lee en Alba Iulia, ante decenas de miles de personas, la Declaración de la Unión de Transilvania con Rumania. Días después, entregaría dicha Declaración al rey Ferdinand, en Bucarest… Y verán, sin duda, una foto que les recordara a los prisioneros en los campos de exterminio nazi durante la Segunda Guerra Mundial. En realidad, no corresponde a ese periodo, aunque Iuliu Hossu podría haber sido internado en un campo de concentración nazi, ya que durante la Segunda Guerra Mundial, cuando Rumania estaba ocupada, se convirtió en el líder espiritual de los rumanos de Transilvania, denunciando públicamente los crímenes cometidos por los ocupantes y saliendo en defensa de la población judía. Se trata de la foto de su ficha de la cárcel de Sighet, uno de los lugares en los que fue recluido por el régimen comunista rumano. Iuliu Hossu fue arrestado el 28 de octubre de 1948 y durante 22 años (hasta su muerte en 1970) sufrió residencia forzosa, arresto domiciliario, prisión y aislamiento en campos de concentración, prisiones y monasterios ortodoxos. Su delito, compartido con la Iglesia greco-católica de Rumania, no fue otro que permanecer fiel a Roma (“siervos del Vaticano y enemigos del comunismo, una amenaza para la felicidad del pueblo”) y rehusar la unión forzosa con la Iglesia ortodoxa que propugnaba el gobierno comunista según las directrices que le llegaban de la Unión Soviética1. Durante su cautiverio, Hossu rechazo la oferta del gobierno de convertirse en Metropolita de una Eparquia de la Iglesia ortodoxa. Un cargo que, de hecho, habría hecho su vida mucho más fácil y cómoda. Al final de su largo cautiverio le ofrecieron la posibilidad de exiliarse en Roma, pero el también rechazo esta oferta. A ese periodo pertenece la cita con la que abro este artículo. Unos meses antes de su muerte, fue creado cardenal in pectore por Pablo VI. Se convertía así en el primer cardenal de la historia de Rumania. En su lecho de muerte confió sus últimas palabras a Alexandru Todea, otra gran figura de la Iglesia greco-católica rumana que sería también creado cardenal unos años más tarde: “mi lucha ha terminado, ahora comienza la vuestra” (“Lupta mea s-a sfârşit, a voastră continuă”). Estos hechos, estas situaciones de “lucha”, forman parte de nuestra historia y, para sano orgullo de la Iglesia, no se trata de fenómenos aislados. Europa oriental, Latinoamérica, África, Asia han sido, y son, testigos de situaciones similares. Situaciones que nos muestran y ayudan a entender cuál es el verdadero poder de un sacerdote: identificarse con Jesús y compartir la suerte de su pueblo. Son momentos que nos hacen descubrir la verdad que esconde el viejo proverbio inglés: “un mar calmado no hace buenos marineros”.

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Se trataba de reunir a todos los creyentes de lengua rumana en una estructura más fácil de controlar. La Iglesia grecocatólica suponía un inconveniente en este deseo de control. El 1 de diciembre de 1948 el régimen rumano emitió el tristemente famoso decreto 358, en el que extinguía la Biserica Rumana Unita cu Roma y la incorporaba a la Iglesia Ortodoxa Rumana. Todos los obispos y un gran número de laicos y de sacerdotes fueron arrestados por permanecer fieles a Roma, acusados de actividades antidemocráticas. Gran parte de ellos moriría de frio y de hambre en las cárceles esparcidas por el territorio de Rumania.

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El sacerdote y el poder de la cruz2. “Uds. esperan todo del sacerdote, excepto la única cosa que fue ordenado para darles: Cristo crucificado.” Karl Rahner

Están palabras, pronunciadas por Rahner en la homilía de la primera misa de un joven sacerdote mexicano, resumen, creo que con clarividencia, la esencia del poder presente en el ministerio sacerdotal. El poder del sacerdote (no nos engañemos, el sacerdote tiene y ejerce un cierto tipo de poder) no puede separarse del poder que se manifiesta en la cruz. En esta línea, hace unos años, el obispo Gordon Bennett recordaba a unos jesuitas en el día de su ordenación de diáconos que “un sacerdote que no haya experimentado su propio Getsemaní, o su propio calvario o que busque refugios que no sean la sombra de la cruz del Señor, no merece el pan que come”. A muchos, sacerdotes y laicos, “se nos llena la boca” diciendo que queremos seguir al Señor. Ahora bien, se trata de seguirle a donde va. El problema es que el Señor tiene la “mala costumbre” de dirigirse hacia la cruz y el seguimiento que lleva en esa dirección no es un camino tan gratificante 3. Y es que el poder del sacerdote tiene que ver más con el “madero” que con “andar en la mar”. Una pregunta importante para todo cristiano, pero imprescindible para toda persona que ostente algún tipo de responsabilidad en la Iglesia es la siguiente: ¿a qué poder se nos invita desde la cruz? Correlativamente a esta pregunta: ¿de qué manera debe un sacerdote ejercer el poder para transparentar el estilo del Señor? Creo que las respuestas a estas preguntas no deben darse por supuestas, ni deben ser pronunciadas por inercia. Evidentemente surgirán dos teologías diferentes si entendemos que el poder de la cruz es dominio/imperio o si entendemos que el poder de la cruz es fuerza/vigor. Me detengo en tres elementos. En primer lugar, creo que descubrir el poder de la cruz nos revela que el amor autentico es pasión. La cruz nos da un lugar desde el que mirar apasionadamente a la realidad. Es muy importante (qué duda cabe) contemplar la cruz (mas importante aun es contemplar al Crucificado) pero es imprescindible contemplar el mundo desde la cruz y mirar en la misma dirección afectiva y efectiva que el Crucificado. Primer poder de la cruz, el poder de la mirada. En segundo lugar, creo que descubrir el poder de la cruz lleva a esforzarse seriamente para que no haya cruces en este mundo. Ésa es la auténtica compasión. A veces pensamos que compadecerse es, simplemente, “padecer con”. Nuestras homilías están llenas de este “lugar común”. Pero, en realidad, ésa es sólo la mitad de la compasión. La compasión tiene un segundo momento y es el de luchar para terminar con las causas del dolor. Si no, no es compasión cristiana. La compasión cristiana es padecer con el que sufre y trabajar para que, el que sufre, ya no sufra más. Steve Privett sugiere que la metáfora más adecuada para designar lo que es la compasión no es la simpatía llorosa sino la reacción de una osa cuando sus cachorros están en peligro. Es la metáfora que aplica el profeta Oseas a Yahvé: “caeré sobre ellos como una osa privada de sus cachorros” (Os. 13,8); porque la compasión evoca no sólo ternura, sino también la voluntad de enderezar lo torcido, de trabajar por la justicia4. Dicho de otra manera, ahondar en el misterio de la cruz nos 2

Al no tratarse de un artículo de filosofía política ni de psicología social, no me detendré en la discusión sobre el concepto mismo de poder. Baste señalar que me moveré en torno al segundo grupo de acepciones de la palabra “poder” en el diccionario de la RAE: Dominio, imperio, facultad y jurisdicción que alguien tiene para mandar o ejecutar algo / Fuerza, vigor, capacidad, posibilidad, poderío. En mi opinión gran parte del problema que nos ocupa surge de la dialéctica que existe entre “poder” entendido como “dominio e imperio” y “poder” entendido como “fuerza, vigor”. 3 Antonio Machado sabía muy bien lo que decía al escribir La Saeta: ¡No puedo cantar, ni quiero, / a ese Jesús del madero, / sino al que anduvo en el mar! 4 Alicia Partnoy, (quien fuera vicepresidenta de Amnistía internacional en USA y víctima de la guerra sucia en Argentina, tres meses “desaparecida”, año y medio encarcelada, torturada, amenazada de muerte y finalmente expulsada del su país), decía hace unos años, en la universidad de Stanford que muy a menudo se confunde y malinterpreta lo que es la compasión, reduciéndola a sentir o sufrir con el otro, reduciéndola a mostrar lástima… Decía que había aprendido por propia experiencia que simplemente sentir el dolor del otro deja a la víctima en una situación de impotencia e indefensión. Según ella lo que las víctimas quieren no es gente que simplemente sufra con ellos, sino personas que

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hace considerar la entrega de la vida para que no haya cruces, es decir, dar la vida por los crucificados de este mundo. Es experiencia recibida y transmitida por la Iglesia que difícilmente podremos dar vida sin entregar la propia vida. Segundo poder de la cruz, el poder de la compasión. En tercer lugar, creo que descubrir el poder de la cruz nos desvela lo inhumanas que pueden llegar a ser determinadas maneras de entender la vida, la religión, la política, la sociedad, etc. “Los sumos sacerdotes decidieron dar muerte también a Lázaro, porque a causa de él muchos judíos se les iban y creían en Jesús” (Jn. 12, 10-11); “Sin embargo, aun entre los magistrados, muchos creyeron en él; pero por los fariseos, no lo confesaban, para no ser excluidos de la sinagoga” (Jn. 12, 42); “... convenía que muriera un solo hombre por el pueblo” (Jn. 18, 14); “peque entregando sangre inocente (...) A nosotros, que? Tu veras” (Mt. 27, 4); “Inocente soy de la sangre de este justo, vosotros veréis. Y todo el pueblo respondió: ¡Su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos!” (Mt. 27, 24-25). La cruz nos desenmascara que las ideologías pueden (y de hecho lo hacen) matar al justo. Para el ámbito que nos ocupa, no toda práctica y/o creencia religiosa es automáticamente humana y humanizadora. Tercer poder de la cruz, el poder reconocer lo humanizador. Mirar como Cristo, compadecer como Cristo, humanizar como Cristo (evidentemente no están todos los elementos que son, pero creo que si son todos los que están). Me pregunto si es posible “presidir la eucaristía en la caridad” de otra manera. Me pregunto si es posible una existencia sacerdotal auténtica (es decir, real, fecunda, plena) sin identificarse con Aquel que nos envía. ¿Qué se desprende de esto? ¿No será que solo es cristiano el poder de un sacerdote si éste actúa como Cristo?

Credibilidad, atractivo y poder sacerdotales. “... precisamente para que su ministerio sea humanamente lo más creíble y aceptable, es necesario que el sacerdote plasme su personalidad humana de manera que sirva de puente y no de obstáculo a los demás en el encuentro con Jesucristo Redentor del hombre”. (PDV n.43)

Seria de una ingenuidad peligrosa pretender que los sacerdotes, incluso en las sociedades más secularizadas, no tienen poder (o que la ambición y el ánimo de medrar nos son ajenos). El tema es cómo se ejerce dicho poder: como servicio (a través del diálogo, de la vida compartida, del respeto auténtico, del amor vulnerable, del riesgo, etc.) o como privilegio (desde la distancia – sobre todo afectiva, aunque no sólo-, desde la prepotencia “sacral”, desde el dogmatismo, desde la “superioridad esencial”, desde el control de las conciencias, o desde el “yo soy el cura y se hace lo que yo digo”). Poder como servicio y poder como dominio. En definitiva, poder para liberar o poder para dominar. A comienzos de la década de los 60, H.C. Kelman, un destacado psicólogo social, estudió las características que presentaban los sujetos que pueden influir en otros (como fuentes de información, como inductores de cambio, como personas de consejo) así como los procesos que tienen lugar en el interior de la persona receptora de la información y objeto de dicho influjo. Creo que los sacerdotes también podemos ser “analizados” desde esta perspectiva5. La primera característica a la que Kelman hace referencia es la credibilidad. Una persona tiene credibilidad si es percibida como experta, como “sabia”. Pero también es necesario que sea considerada como digna de confianza, honrada, y sin prejuicios ni motivaciones ocultas. Se trata de alguien que es percibido como sincero y fiable. La credibilidad provoca “en el otro” el proceso que trabajen con ellas codo con codo para conseguir justicia, que es la necesidad más profunda de todas las víctimas. Cfr. S. Privett, "Like a Bear Robbed of Her Cubs." Issues in Ethics 9 (Summer, 1998): 2—5. 5 Evidentemente los sacerdotes también somos personas receptoras de información y, a su vez, somos influidos por otros. Aquí, sin embargo, me centraré en las características de los sacerdotes en tanto “consejeros”, “fuentes de información” e “inductores de cambio” y en los procesos que pueden tener lugar en las personas que nos escuchan y sobre las que tenemos influencia.

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Kelman llama internalización. Quien nos escucha, si nos considera creíbles, integra nuestro mensaje en su sistema de valores y creencias. En estos casos, la asimilación del mensaje suele ser profunda y estable. Puede permanecer, incluso, aunque el comunicante original cambie de postura (o se le destine a otra parroquia). No creo que se trate de algo muy diferente a lo que sintieron aquellos que dijeron en su día “éste habla con autoridad y no como los fariseos”. La segunda característica es el atractivo. Así, una persona tiene (y/o ejerce) atractivo cuando provoca en otros el deseo de ser como él, de ser aceptado por él, de formar parte de su “equipo”, etc. El motivo radica en que esta aceptación “mejora” el autoconcepto, aumenta la propia autoestima. Esta atracción, normalmente, se basa en la familiaridad, la semejanza, la simpatía, el afecto, el atractivo físico, etc. (Kelman defiende que la semejanza más decisiva es la del sistema de creencias y valores). El atractivo provoca “en el otro” el proceso que Kelman denomina identificación. El “receptor” desarrolla su conducta y elabora sus actitudes de tal modo que le ayuden a definir su identidad en función de su relación con el “emisor” (para poder definirse como un buen “compañero”, “colega”, “amigo”, “discípulo”, etc.). Cuando se da este proceso de la identificación, el mensaje no se internaliza. Así, si el “emisor” cambia de opinión, también lo hace el “receptor”, para que no sufra la relación con él, para que no cambie su “status” en relación con la persona “admirada”. La última característica es el poder. Tener poder, en la terminología de Kelman consiste en controlar premios y castigos6. Básicamente, tiene poder quien controla los recursos disponibles y puede proporcionar placer y dolor. El poder provoca “en el otro” un proceso llamado sumisión. En realidad, no es un verdadero proceso de cambio interno7. Cuando se trata de sumisión al poder el cambio suele durar lo que dura el control de los recursos y el potencial de administrar premios y castigos del que ejerce el poder. En ocasiones tan solo dura lo que dura la presencia del “poderoso”. Es claro que no es indiferente desde que característica se relaciona un sacerdote en su ministerio. Evidentemente lo ideal sería que el sacerdote tuviera, ante todo credibilidad. Sin embargo, los sacerdotes no estamos exentos de la tentación de funcionar desde el atractivo y, lo que es aún peor, desde el poder (entendido, como ya está dicho, como establecimiento de relaciones de poder).

Patologías del poder y tentaciones del sacerdote. “(...) el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, será vuestro servidor”. (Mt. 20, 26-27) ¿Renunciáis a todas sus seducciones, como pueden ser: el creeros los mejores; el veros superiores; el estar muy seguros de vosotros mismos; el creer que ya estáis convertidos del todo; el quedaros en las cosas, medios, instituciones, métodos, reglamentos, y no ir a Dios? Renovación de las promesas bautismales-Vigilia Pascual

Tengo que reconocer que soy optimista y que veo a mi alrededor, en la Iglesia, muchos “buenos sacerdotes”. Abundan, gracias a Dios, los sacerdotes auténticamente servidores, testigos de Aquel que da sentido a todo ministerio eclesial. Abundan los sacerdotes que no establecen su estatus a través de relaciones de poder y que ponen su vida al servicio de la comunión, al servicio de los predilectos del Señor. Abundan los sacerdotes que no se apoderan del mensaje cristiano, ni lo utilizan como arma arrojadiza. Abundan los sacerdotes que no se consideran como los 6

Es claro que en la concepción de poder que tiene Kelman está presente, también, el establecimiento de relaciones de poder. 7 No obstante, puede desembocar en un cambio profundo y estable ante situaciones más o menos extremas. El llamado “Síndrome de Estocolmo”, la reacción de determinadas personas ante sus antiguos verdugos, la adopción de las actitudes del amo por parte del esclavo, son ejemplos de cambio profundo basado en la sumisión.

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intérpretes únicos de la voluntad de Dios, que no se creen que los escalones que separan el presbiterio del Pueblo en las celebraciones significan superioridad alguna8. Abundan los sacerdotes que saben que han sido “separados” para estar en medio del Pueblo, pueblo del que forman parte y con el que comparten todo9. Abundan, en resumen los sacerdotes que, animados por el Concilio, miran a la Iglesia no como quien mira a una sociedad perfecta, sino como quien mira a un Pueblo de Dios en marcha10. Dicho esto, sería ingenuo (en el mejor de los casos) y prepotente (en el peor de ellos) pensar que los sacerdotes permanecen inmunes a las patologías y tentaciones que surgen del ejercicio del poder. Con respecto a las patologías que pueden afectar al poder (y a su ejercicio), la Filosofía y la Historia nos han ido abriendo los ojos durante siglos. En tiempos más recientes, tanto el análisis del mundo de la política como el del mundo de la empresa han contribuido a profundizar nuestro conocimiento en este ámbito. Sin ánimo de ser exhaustivo, señalaría que las principales patologías en el ejercicio del poder (también el del sacerdote) serían: manipulación (y creación de dependencia), corrupción, abuso de la autoridad, entrada en juego de alianzas y coaliciones (cuando únicamente se busca el beneficio propio o “el de los míos”) y, finalmente, “seducción” por los símbolos del poder (lo que origina una “necesidad” de estar cerca de los centros de poder y una, más o menos implícita, “política del halago” a los que ostentan más poder que yo). Y es que los sacerdotes, como todo hijo de vecino, nos podemos engañar mucho bajo especie de bien y creo que nuestro principal engaño es olvidar que el sacerdocio es ministerio, es decir servicio. Y ¡qué lejos está el servicio de los “escenarios” que acabo de señalar! Pero también sabemos por experiencia que existen antídotos para estas patologías. Señalo los que a mi juicio son más importantes y eficaces: transparencia, rendición de cuentas, consultas, toma de decisiones de manera colegiada, no olvidar el “amor primero”, una vida apostólica rica, mantener una cierta disciplina física y mental, madurez afectiva en el ámbito de las relaciones 8

Los presbíteros, por tanto, deben presidir de forma que, buscando, no sus intereses, sino los de Jesucristo, trabajen juntamente con los fieles seglares y se porten entre ellos a imitación del Maestro, que entre los hombres "no vino a ser servido, sino a servir, y dar su vida en redención de muchos" (Mt., 20, 28). Reconozcan y promuevan sinceramente los presbíteros la dignidad de los seglares y la suya propia, y el papel que desempeñan los seglares en la misión de la Iglesia. Respeten asimismo cuidadosamente la justa libertad que todos tienen en la ciudad terrestre. Escuchen con gusto a los seglares, considerando fraternalmente sus deseos y aceptando su experiencia y competencia en los diversos campos de la actividad humana, a fin de poder reconocer juntamente con ellos los signos de los tiempos. Examinando los espíritus para ver si son de Dios, descubran con el sentido de la fe los multiformes carismas de los seglares, tanto los humildes como los más elevados; reconociéndolos con gozo y fomentándolos con diligencia. Entre los otros dones de Dios, que se hallan abundantemente en los fieles, merecen especial cuidado aquellos por los que no pocos son atraídos a una vida espiritual más elevada. Encomienden también confiadamente a los seglares trabajos en servicio de la Iglesia, dejándoles libertad y radio de acción, invitándolos incluso oportunamente a que emprendan sus obras por propia iniciativa. (PO n. 9) 9 Podríamos aplicar al sacerdote las mismas palabras pronunciadas por el judío Shylock en el Mercader de Venecia: “¿No tenemos manos, órganos, dimensiones, sentidos, afectos, pasiones? ¿No comemos lo mismo? ¿No nos hieren las mismas armas? ¿No sufrimos las mismas dolencias y nos curan los mismos remedios? ¿No sufrimos en invierno y en verano el mismo frío y el mismo calor que los cristianos? Y si nos pincháis, ¿no sangramos? Si nos hacéis cosquillas, ¿no reímos? Si nos envenenáis, ¿no perecemos? Y si nos ultrajáis, ¿no nos vengaremos?”. 10 Por ello, la eclesiología de comunión resulta decisiva para descubrir la identidad del presbítero, su dignidad original, su vocación y su misión en el Pueblo de Dios y en el mundo. [PDV, 12] Una definición de Iglesia debe incluir el componente de relación entre personas, ya que aquélla es una comunidad de salvación. De este modo, la comunidad que es la Iglesia, puede ser definida como la comunión de personas convocadas por el Espíritu del Señor. El concepto de comunión, junto con el de Pueblo de Dios, subraya la corresponsabilidad de todos los creyentes. Será en esa comunión como la Iglesia realice un significado y un valor comunes: fe, esperanza, amor. Así se puede afirmar que "lo que hace que un grupo de hombres y mujeres sean iglesia en un determinado lugar es exactamente lo que hace que otro grupo lo sea en un lugar distinto: una misma comunión de vida, amor y verdad que en todas partes se hace realidad en virtud de una sola Palabra, un solo Bautismo, una sola Eucaristía, un solo Espíritu, bajo el único Dios y Padre de todos. Esta comunión permite al cristiano descubrir «una fraternidad de respuesta común» no sólo a través de los siglos, sino también por encima de todas las culturas". J. Komonchak, La Iglesia universal como comunión de iglesias locales: Concilium, 166 (1981), 375 .

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personales, una dirección espiritual seria y sincera, visitar periódicamente las periferias (afectivas, socio-económicas, religiosas, geográficas, etc.) y, finalmente, en la medida de lo posible, ser fuerte con los fuertes y débil con los débiles (y nunca al revés). Pero no sólo hay patologías, también en el ejercicio diario de su ministerio, el sacerdote se encuentra con no pocas tentaciones. Señalo alguna de ellas acompañadas por preguntas “amables”: Tentación de ejercer el liderazgo en solitario. Es posible la confusión entre “presidir en la caridad la eucaristía” y “ser la última instancia de decisión en todo lo que afecta a la vida eclesial diaria de nuestras comunidades”. Caemos en esta confusión cuando olvidamos que cuantos más servicios ayudemos a hacer surgir en la comunidad, mejor habremos realizado la “presidencia” como servicio a la comunión y a la participación. Porque creo que quien ejerce su ministerio en el horizonte de la participación y corresponsabilidad es mejor “presidente” de la asamblea 11. La pregunta que deberíamos hacernos es si nuestro servicio al Pueblo de Dios es el de un jefe o el de un acompañante. Tentación de utilizar un lenguaje de dogma y de moral. Entiendo esta tentación como la “comodidad” de mantener nuestro discurso (también el homilético) en este plano, rehuyendo, conscientemente o no, el uso de un lenguaje de experiencia de Dios. Sin duda, movernos en el ámbito de compartir nuestra experiencia de Dios nos hace vulnerables, pero, también nos hace más creíbles. La pregunta que deberíamos hacernos es si tenemos experiencia de Dios. Tentación de entender la vocación sacerdotal como predilección. Hay una manera de entender la vocación sacerdotal y la vocación religiosa como una especie de predilección de Dios por la persona a la que llama a ser sacerdote. Nadie se atrevería a formularlo tan crudamente pero respondería a una especie de: “Dios quiere más al que llama al sacerdocio”. La pregunta que podríamos hacernos es si nos creemos de verdad que Dios está enamorado, claro que sí, pero de su Pueblo y, especialmente, de los más pobres. Así entendida, la vocación sacerdotal y religiosa no es un privilegio para un grupo de “selectos”, sino un servicio para el Pueblo de Dios. Un pueblo que, a imagen de Cristo es un pueblo de sacerdotes, profetas y reyes. Tentación de hablar en lugar de escuchar. Todos debemos escuchar, pero especialmente los que tienen la misión de hablar (los sacerdotes, por ejemplo). Nuestros contemporáneos quieren ser y tener palabra en la Iglesia pero es bastante evidente que en la Iglesia esos hombres y mujeres se sienten mucho más invitados a escuchar y a obedecer que a opinar y proponer (E. Biser). No es esa la dirección que nos marca el Concilio que insistía en que “se promueva en el seno de la Iglesia la mutua estima, respeto y concordia, reconociendo todas las legítimas diversidades, para abrir, con fecundidad siempre creciente, el diálogo entre todos los que integran el único Pueblo de Dios, tanto los pastores como los demás fieles” (GS 92). A este respecto la pregunta “amable” podría ser si nos creemos de verdad que merece la pena escuchar y con qué talante lo hacemos 12. 11

(…) los presbíteros se encuentran en relación positiva y animadora con los laicos, ya que su figura y su misión en la Iglesia no sustituye sino que más bien promueve el sacerdocio bautismal de todo el Pueblo de Dios, conduciéndolo a su plena realización eclesial. Están al servicio de su fe, de su esperanza y de su caridad. Reconocen y defienden, como hermanos y amigos, su dignidad de hijos de Dios y les ayudan a ejercitar en plenitud su misión específica en el ámbito de la misión de la Iglesia [PDV. N. 17]. 12

Existen, al menos, cuatro talantes de escucha, cuatro maneras de escuchar. Aunque, en mi opinión, solo la ultima, la escucha vulnerable, es merecedora de tal nombre: a) escucha fundamentalista: es la del que tiene la respuesta a todas las preguntas. Su esquema mental está cerrado y es el único válido. Lo diferente es peligroso, malo, inútil… No puede haber lugar para el cambio. Aunque aparentemente el otro pudiera tener razón, se trata sólo de apariencias y de pseudo verdades… b) escucha acrítica: es la del discípulo hacia su gurú, o la del “pelotas” que quiere medrar. Se “disuelve” la personalidad del que escucha en la del que habla. Se acata… la única actividad es incorporar el pensamiento de otro. c) escucha ideológica: no estamos realmente interesados en la opinión del otro, sino en lo que le vamos a contestar. No recibimos verdaderamente lo que está diciendo. No dejamos “terminar”. Ya tenemos la respuesta antes del final de la pregunta… d) escucha vulnerable: es dejarse “afectar” por lo que la otra persona dice… No es tanto una comunicación de “cabeza a cabeza”, sino también de “corazón a corazón”. Intento ponerme en su piel. Dejo que “me llegue”.

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Tentación del dogmatismo. Muy parecida a la anterior. A todo dogmatismo, sobre todo en el tema de las creencias religiosas, le corresponde la sensación de estar en y de poseer la verdad. Se expresa en fórmulas claras y taxativas en el seno de instituciones fuertes y suficientemente herméticas y cerradas. Los "otros", los que piensan distinto, se constituyen en rivales, en sujetos sospechosos y peligrosos. Evidentemente, la personalidad dogmática queda inutilizada para el diálogo o la colaboración. En este sentido, el dogmatismo abre la puerta que conduce al tristemente actual fundamentalismo que llega a hacer de la intolerancia, persecución. Asimismo, quien se cree en posesión de la verdad, quien se siente "seguro" en la verdad, prescinde de lo que sea progreso o cambio, ya que no son necesarios ni deseables. La pregunta que necesitamos hacernos se refiere a cómo es nuestra acogida a los que piensan distinto. Cuando hablamos con otros sobre la fe, ¿nos sentimos “creyentes en camino” o “campeones de la fe”? No tienen que ver con el tema de este artículo, pero existen al menos otras tres tentaciones que pueden atacar (y de hecho lo hacen) al sacerdote en el momento histórico actual aunque alguna de ellas ya es “añeja”. Simplemente las cito: tentación de buscar identidad “a toda costa”; tentación de compensar un cierto sentimiento de insignificancia social; y, finalmente, la omnipresente tentación de demonizar el mundo y los tiempos presentes, es la tentación de los “profetas de calamidades”. Pero estas tentaciones, estas amenazas, más o menos permanentes, no tienen la última palabra, porque hay terapias, hay pedagogías que nos ayudan a ser servidores de la comunión. A ellas estará dedicada la sección final.

¿Qué sacerdotes necesita hoy la Iglesia? Además, precisamente porque dentro de la Iglesia es el hombre de la comunión, el presbítero debe ser, en su relación con todos los hombres, el hombre de la misión y del diálogo. Enraizado profundamente en la verdad y en la caridad de Cristo, y animado por el deseo y el mandato de anunciar a todos su salvación, está llamado a establecer con todos los hombres relaciones de fraternidad, de servicio, de búsqueda común de la verdad, de promoción de la justicia y la paz. [PDV. N. 18]

¿Qué rasgos presentaran los sacerdotes que han descubierto el poder de la cruz, que suscitan credibilidad, que son lúcidos sobre los problemas y tentaciones inherentes al poder, que intentan identificarse con Jesús y quieren compartir la suerte de su pueblo? Dicho de otra forma, ¿qué sacerdotes necesita hoy la Iglesia? Yo señalaría, al menos, cinco rasgos (recojo algún elemento de la homilía del obispo Gordon Bennett a la que he hecho referencia con anterioridad): 1.- Personas que irradien alegría y esperanza. No cualquier alegría, sino aquel sentimiento que brota de una confianza total en Dios. Hacen falta sacerdotes que tengan sentido del humor, porque nos va a ayudar a comprender como trabaja Dios y, también, porque nos va a hacer más resistentes... 2.- Personas que irradien ternura, amabilidad y compasión. Porque en el fondo, el mismo trabaja nos lleva ser modelo de dogmatismo, o de falta de comprensión, o de dureza que ser modelo de reconciliación, de paciencia, de comprensión, de confianza... Y esto segundo, sin duda, se acerca más al sueño de Dios. 3 Personas capaces de colaborar con otros, personas que, siendo conscientes de sus virtudes y seguros en ellas, pueden reconocer las virtudes de todos aquellos que se sientan en torno a la misma mesa. Personas que saben que no tienen todas las respuestas.

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4.- Personas que presten especial atención a la predicación y a la palabra de Dios. Que sean, en expresión de Rahner, “oyentes de la Palabra”. A veces aburrimos tanto... ¡y de qué manera...! Contestamos a preguntas que no tiene el Pueblo de Dios y no nos planteamos las preguntas que le acucian. Se necesitan sacerdotes que ayuden a las personas con sus problemas reales, con sus obstáculos reales en su búsqueda de Dios. La Iglesia necesita personas que piensan en los hombres y mujeres que tienen delante, que los conocen, que saben lo que la gente necesita escuchar y como lo pueden escuchar. ¡Qué pocas veces hablamos los sacerdotes de nuestra propia experiencia de Dios! Y eso que probablemente es lo mejor de nosotros mismos. Pocas veces tenemos el coraje de compartir con las personas a las que servimos nuestro camino en la fe, nuestras certezas, nuestras dudas, nuestro pecado. Más veces de lo que sería deseable, no acertamos a comunicar el regalo de un Dios que quiere a sus hijos e hijas como sólo una madre puede querer... 5.- Finalmente la Iglesia necesita sacerdotes que sean personas oración. Esto no lo sustituye nada. No importa las carreras que hayamos estudiado, ni lo bien que hablemos en público, ni lo austeros, ni lo obedientes, ni lo insertos que seamos. Es en la oración donde las cualidades del sacerdote se unen y encuentran su raíz, su base más profunda. La vida de un sacerdote no tiene sentido sin la oración. Ni nuestra educación, ni nuestros títulos académicos, ni nuestras cualidades, ni nuestra personalidad pueden sustituir al hábito de ponernos diariamente en presencia de Dios. Esa existencia sacerdotal, tan antigua y tan nueva, se caracterizara por ser: más mística que ascética; más apostólica que individual; más cercana que distante; más disponible que asentada; más radical que calculada y, finalmente, más despojada que recompensada (otra vez la cruz). -o-o-oLo que hacemos por nosotros muere con nosotros. Lo que hacemos por los demás y por el mundo, permanece y es inmortal. Albert Pine

Quisiera terminar este artículo proponiéndoles otro ejercicio en Internet. Les invito a una visita virtual al Museo-Memorial de Sighet (www.memorialsighet.ro). Recorran las diferentes salas y deténganse en la sala numero 13, en las historias que cuentan las fotografías agolpadas en esas cuatro paredes. Ese es el resumen de lo que debe ser el poder de un sacerdote. Identificarse con Jesús y compartir la suerte de su pueblo… Escribo estas páginas en tiempo de Navidad, quisiera terminarlas con la letra de un villancico de José Luis Blanco Vega S.J. Como en tantas ocasiones, el lenguaje poético puede expresar, en profundidad, la verdad de las cosas: Cuando llegaron los reyes Les ha dicho San José Pasen señores y vean Lo que es un reino y un rey. Dejen coronas y cetros Dejen orgullo y poder. Solo quien sirve a su pueblo Puede ser rey en Belén.

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