Fuera de Cuadro. Ideas sobre historieta

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Descripción

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LAURA VAZQUEZ

De Fuera de cuadro como una introducción a los disfrutes de la historieta contemporánea Para hablar del arte o la cultura, y a la historieta ya suele permitírsele estar ahí, antes era más fácil optar: el análisis o la crónica. Y en el límite, extremando la oposición: la Institución del Conocimiento o el Grupo de Amigos. Para definir la opción, y poniéndonos doblemente positivos: de un lado, las normas de un análisis que hará posible la continuidad de un debate afirmado en sus emplazamientos académicos y en la obligación de fundamentar cada proposición atendiendo a reglas y objetivos que se han mostrado esclarecedores en un área de investigación, y del otro, la crónica que hace posible la conversación, con sus derivas que convocan infinitas ocurrencias de sentido y con sus recuperaciones de una memoria a la que las errancias del deseo permiten matizar permanentemente sus relatos, enriquecer permanentemente sus objetos. Mentiras. La investigación académica puede ser el lugar de un trabajo «sombrío, funcional, alienado, movido por la sola necesidad de pasar un examen, de obtener un diploma, de asegurar una promoción en una carrera» (Barthes, «Los jóvenes investigadores», 1972), y en la crónica abierta de un acontecimiento del arte o la cultura, presentada como el resultado del ejercicio de una libertad inocente, puede estar repitiéndose «la cultura aprendida y estereotipada… La espontaneidad es el campo inmediato de lo ya dicho» (íd., íd.). Barthes hablaba de dos males del discurso, que son dos modos de la repetición, y de las ausencias que determinaban: del deseo y la escritura, del hallazgo y la

invención. Y señalaba la necesidad de que las prestaciones del texto respondieran a una lectura posible más allá de los dictados de una Ley, en un caso, y de una costumbre, en el otro. Algún tiempo después, se diría, entre otras cosas, en una serie polémica muy distante en sus temas y motivos, algo, sin embargo, coincidente: que la producción de saber siempre puede ocurrir fuera del campo previsto para su búsqueda, y que siempre lo hará en una condición de incompletud (Rancière, El maestro ignorante, 1987). Y también ocurre que la puesta en fase de modos opuestos de esa producción permita una confluencia creativamente complementaria. En los trabajos de Laura Vazquez reunidos aquí están los elementos de órdenes como el de la crónica y el ensayo científico, y, para que eso ocurriera, los modos del estilo de época no pueden no haber operado como uno de los factores decisorios: la crisis de los grandes relatos también afecta el modo de vigencia de sus asociaciones y confrontaciones, y el lugar de la exposición académica en las expectativas de circulación social de la investigación universitaria enfrenta tantas necesidades de reformulación como las costumbres de relato de la crónica o el anecdotario para grandes públicos acerca de un entretenimiento de género. Laura Vazquez ha recorrido ya distintos espacios de trabajo sobre la historieta con obras novedosamente abarcadoras sobre su historia —tanto la de su producción como la de su circulación— y aportes específicos a la

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PRÓLOGO

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problemática de su análisis. Entonces, hay dos temas, entre los del cambio contemporáneo de la crítica, para los que su perspectiva está especialmente calificada: el de los cierres del texto (cuándo un artículo está para entregar; un libro, para publicar…) y el de los géneros de la historia y la crítica. De sus informes de escritura: [...] tomo el camino equivocado y recopilo una obra antes de que sea una obra.

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Se trata de que los artículos, emplazados en sus publicaciones originales en distintos géneros del ensayo y la crítica, no fueron adaptados, como a veces ocurre, cada uno al conjunto del nuevo libro para construir una secuencia previsible. El lector sabe que ahora ocurre cada vez más eso de leer así, sin avisos previos como el de Laura Vazquez; pero hay algo a considerar a lo que la modestia de la autora impide en principio referir. Tanto en las crónicas y notas críticas aparecidas en una revista, Fierro, que ha incidido en la definición del estado —en cada momento, en el estado de los cambios y de la novedad— de la historieta argentina de las últimas tres décadas como en trabajos para el debate en congresos y coloquios y para la producción de conocimiento en instituciones universitarias, hay ese cuidado paradójico que resguarda la permanencia, en forma o contenido, del desvío o el cambio de tono que dio cuenta de la factura reciente. Así, en «Bolita»:

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«Trillo/Risso», «Risso/Trillo»: una dupla destinada a «llevarse bien» por prepotencia de sonoridad. Casi la misma cantidad de letras, idénticas proporción y simetría. Porque el nombre no es poco, ya se sabe, y ellos se plantaron así de entrada: como un sello o signatura. [...] Los evoco en un café imaginario a medio camino entre Olivos y Rosario, hacia finales de los ochenta, firmando un convenio societal: uno se compromete a dibujar como si estuviera escribiendo; el otro, a escribir con imágenes.

Leyendo vino el recuerdo personal: una vez oí a Trillo hablar de un dibujante y contar que lo había visto actuar como «una mano»: dejaba que sus dibujos anduvieran al ritmo del guión, como si el guión dibujara, y con el estilo de dibujo que iban pidiendo las palabras. Pensé entonces que lo contrario tal vez haya sido Breccia, con sus páginas de diseño circular o radial: era como si esas secuencias de Breccia se dejaran llevar por los disparos del dibujo, así como las representaciones del dibujante de Trillo se dejaban llevar por la palabra. Pero hay una diferencia en el comentario sobre Trillo-Risso: el guión mandaba en la anécdota de Trillo, y el dibujo, en la de Breccia, mientras que en el juego circunscripto por Laura está el complejo efecto de la historieta como lenguaje: un texto que no quiere significar solo y un dibujo que no puede vivir sin hablar. La reflexión sobre el lenguaje aparece en este libro no sólo en cada acceso a la tira o a la página, sino también

en cada anécdota, y esa es otra razón por la que los artículos de crítica periodística pueden seguir a las presentaciones a congresos sin que baje el nivel de complejidad del objeto. Aparte: debe haber algo bueno en las dudas de esta contemporaneidad —fea, mala en tantas cosas—, ya que implantó dudas saludables sobre la seguridad con que pueden formular sus proposiciones los analistas, los críticos: Trillo tiene eso también. Sabe elegir buenos nombres. No sé si sus guiones son los mejores, pero estoy casi segura de que son perfectos.

Lea tranquilo, lector, las descripciones de estilo de la autora. Nunca confundirá reconocimiento de maestrías con valoraciones de obra. Pero la tranquilidad no podrá ser permanente por otras razones, como la de la evidente negativa a reducir el nivel de complejidad de lo que define a la historieta del momento. Por ejemplo, en relación con el cruce y la cita de géneros, en un recorrido del mundo gráfico y narrativo de Gustavo Sala: En el universo gráfico y narrativo de [Gustavo] Sala están las lecturas de una formación ganada en quioscos de revistas: las creaciones de García Ferré y Quinterno, pero también el material publicado en revistas

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importadas (Mortadelo y Filemón, Zipi y Zape). Y Robert Crumb, por supuesto. Y, más adelante, los dibujos animados de Cartoon Network. Las lecturas de la Fierro de los ochenta están ahí, como referencia innegable de su escuela profesional: Nine, Manara, Mandrafina, Bilal, Moebius, Solano, Pratt [...].

No importa, para el caso, que medie o no el testimonio de Sala. En otros tiempos críticos, se hubiera tratado de encontrar influencias centrales y claramente dominantes. Aunque hubiera que forzar las cosas. Ahora se acepta que las influencias pueden ser múltiples, pero… Pero, en este caso, corresponde señalar la presencia de un complemento de la enumeración: la referencia al medio en unos casos, al territorio estilístico o de género, en otros. En tiempos más creyentes en la condición individual de la aventura estética no se practicaba. Como tampoco la valoración de la ausencia de cierre en la concreción de un proyecto de búsqueda. En el trabajo sobre Copi: Copi no resuelve la tensión, sino que se queda en el rito de pasaje, en el durante: como si nunca hubiera terminado de irse ni de llegar: [...] No terminar de apropiarse del lenguaje adoptado y estar bordeando siempre las orillas es asumir la periferia, pero también cuestionar la legitimidad del centro. Al transgredir la regla y plantear su relación tensa con el origen y con el destino, asume la perturbación.

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No verse estando del todo, no reconocerse completo ni terminado, son parte de las asunciones reclamadas por el estilo de época. Que obligan a la continuidad de la autorreflexión y, entonces, cuando hay comicidad, del humor. Los límites están para ser traspasados, los territorios de sentido de cada estilo o de cada género serán invadidos por operatorias constantes de transposición: desde que las tecnologías lo permitieron, siempre hubo pasajes de la literatura al cine, de la literatura y el cine y el teatro y el relato oral al cine, a la historieta… Pero Laura Vazquez advierte que ahora, definitivamente, ya no se trata de censar y revisar los efectos del pasaje de determinados relatos de un medio o lenguaje a otro, sino de percibir la transposición como «fuente de lenguaje». Y de analizar los modos de ese juego entre lenguajes y medios y sus operadores: Esta historieta [Intrusos, de Agrimbau y Ginevra] podría ubicarse en las antípodas del automatismo artístico. Siguiendo a Barthes, «lo espontáneo no es forzosamente auténtico». [...] Es, en este sentido, una historieta genuina y transparente: todos los cosidos de la composición están a la vista.

Puede pensarse: por fin la historieta tiene su desquite. No será ya «arte menor» (el que adorna y cuenta historias con procedimientos detenidos en el tiempo) porque muestra su hacerse, su reinventarse en cada obra, y lo hace

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no sólo por presión de los tiempos sino también por la condición, ahora en el sentido de esa presión, de su ser de lenguaje: todas las otras artes, incluido el cine, pueden ocultar, en alguna medida, y así sea por momentos, su dispositivo de producción; la historieta no, y tiene que hacer arte con él. Para Laura Vazquez, a la manera de la poesía: [...] historietistas y poetas no se parecen en nada. Sin embargo, si bien sus prácticas profesionales no sólo no se asemejan sino que hasta se oponen, algo distinto pasa con sus públicos. Las formas de reconocimiento de sus consumidores crean ritos de iniciación, aceptación y pertenencia muy parecidos entre sí. La pregunta que podemos hacernos es: ¿en qué momento la adquisición de historietas comenzó a ser un goce puramente estético?

La pregunta es abismal y obliga a hablar tanto del presente como del pasado. Pero es útil para avanzar en algún esbozo de respuesta —por qué no, tratándose de historieta— paradójica: si se trata de la nueva historieta de superhéroes, es como si los nuevos placeres de la historieta pusieran en escena —lúdica— la muerte de un relato y la posibilidad inmediata del nacimiento de muchos. Pero no lo digo tratando de ocupar el lugar del ensayista o el opinante, sino de seguir la ilación del libro hacia su final. Allí hay fragmentos de una historieta que la autora quiso

poner como ejemplo del arte de Trillo y Breccia. Que terminan con una información acerca de lo que solía ser el rotulado de las historietas de Breccia y sobre el trabajo del letrista. Traída con naturalidad, como parte de una experiencia estética: la de que la historieta anda de a partes, porque, en ella sí, en las partes siempre puede estar el todo. En este libro se encontrará, paso a paso, la posibilidad de abrirse a la percepción de esta posibilidad con la que sabe jugar de manera tan plural y cambiante la historieta contemporánea.

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Oscar Steimberg AGOSTO DE 2012

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PRÓLOGO

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Acerca de LENGUAJES DIBUJADOS o del por qué Fuera de cuadro

De responder a la pregunta para qué sirve la crítica de historietas se encarga, y muy bien, la autora en uno de los capítulos de este libro. Como editores podríamos hablar de por qué publicar libros sobre historietas, pero esta es una cuestión que no zanjaremos aquí. Tampoco de por qué publicar libros de historietas, o, ni siquiera, de la que podría juzgarse como más fundamental de todas: por qué leer historietas. La respuesta a esta última pregunta puede ser dada con igual autoridad por todo aquel que tenga este libro en sus manos y será, seguramente, similar en su esencia a las que nosotros daríamos ante las dos anteriores. Nos interesa, sí, profundizar en las razones por las que editamos este libro: analizar por qué decidimos inaugurar nuestra colección LENGUAJES DIBUJADOS con Fuera de cuadro es una manera, también y sobre todo, de hablar de la colección y de lo que, como editores, esperamos de ella. Para ser honestos, cuando a fines de 2011 le propusimos a Laura Vazquez la posibilidad de editar con nosotros un libro sobre historietas, no sabíamos que ese libro sería este libro. Nos interesó desde un comienzo su forma de aproximarse a la investigación y a la crítica en sus distintos trabajos en el campo: su labor como directora de Viñetas Serias; su anterior libro, El oficio de las viñetas; sus artículos aparecidos en Fierro. Cuando, finalmente, acordamos con ella llevar adelante este proyecto de antología de esos textos escritos para Fierro y otros aparecidos en otros medios gráficos (todavía no se

llamaba Fuera de cuadro), tampoco habíamos advertido la estrecha relación de identidad que se generaría entre la forma y el contenido de este libro con las formas y contenidos que definirían el inicio de esta serie de libros de análisis, de crítica, de reflexión y de investigación. Fue con el trabajo de edición, con las sucesivas correcciones, reuniones de trabajo, lecturas y relecturas del material que empezamos a ver puntos de coincidencia entre su visión autoral y nuestra visión editorial que, en un momento dado, se revelaron como fundantes. De una lista más extensa, extraemos aquí tres de ellos, los que nos parecen más determinantes: la riqueza y variedad de los temas elegidos para el análisis, el uso arbitrario de la agenda como disparador y la forma y calidad de la escritura. En consonancia con los trabajos de otros investigadores y críticos de su generación (y con algunos pioneros, aquellos que comenzaron a escribir sobre historietas en nuestro país en los años 60 y 70), es notoria y explícita la intención de Vazquez de extender y diversificar los tópicos de discusión, ampliando las temáticas habitualmente acotadas y recurrentes que abordan muchos estudios sobre historieta. Tomemos la excepción a modo de ejemplo: no es casual que el único ensayo que aborda en este libro la figura de Oesterheld sea un texto breve y, hasta ahora, inédito. El genial guionista viene siendo desde hace ya mucho tiempo número puesto en ensayos, crónicas, notas periodísticas y hasta textos escolares; como si no se pudiera hablar de

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PALABRAS DEL EDITOR

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historieta en Argentina si no se habla de él. Y aunque tiene sobrados méritos autorales para ser una figura central del género, su omnipresencia mediática pareciera obedecer a otras razones: su vida y su muerte son estudiadas y analizadas con mucha más frecuencia que su obra. Los autores, editores y lectores de historietas tenemos que celebrar la aparición de una nueva camada de críticos e investigadores que, saludablemente motivados por sus gustos e intereses personales y sin necesidad de encontrar justificaciones extra-historietísticas, ponen la lupa sobre otras obras y otros autores, demostrando(nos) una obviedad: hablemos de lo que hablemos, nuestro tema es la historieta. El uso selectivo de las cuestiones de agenda podría tomarse como una consecuencia de lo anterior. Las cuestiones coyunturales no son nunca el centro del análisis, sino la excusa para bucear en otros temas que, conforme avanza la lectura, se convierten en estructurales. Esto es lo que hace que el libro adquiera, con el correr de las páginas, una solidez a priori impensada para una compilación de ensayos sin una conexión temática evidente entre sí. Aunque en los casi cuarenta artículos que ocupan este volumen se aborda un igual número de tópicos diferentes, las preocupaciones que realmente dominan la totalidad del texto no son tantas. Cuestiones esenciales de la historieta como lenguaje, los límites y las posibilidades de la representación, la cartografía actual

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del campo historietístico en nuestro país: lugares a los que el texto vuelve una y otra vez, siempre desde un punto de vista distinto gracias al sentido de novedad que brinda la agenda. Novedad que es, claro, una ilusión. Pero eso no importa: uno intuye que ese interés circunstancial podría haber recaído tranquilamente en algún otro tema propuesto por la coyuntura, y la cohesión analítica que despliega Vazquez se habría encargado de todos modos de convertirlo en una pieza más para este rompecabezas tan incompleto como coherente. Ideas sobre historieta, de ellas trata este libro; y cierto azar en el proceso de escritura, combinado con la decisión voluntaria de la autora de no evidenciarlas, le dan al lector una importante cuota de protagonismo, al cederle generosamente la tarea de encontrarlas, enunciarlas y, sobre todo, cuestionarlas. El tercer y último punto destacado más arriba se refería a la escritura de la autora. Específicamente, a su prosa. Este libro es prueba cabal de que se puede escribir sobre un objeto de estudio complejo como la historieta sin necesidad de desplegar un lenguaje críptico o sólo decodificable por un acotado espectro académico. Sin descuidar el interés del lector proveniente de la academia, se abre el juego a la participación de otros actores, rompiendo esa barrera que tantas veces aparece como infranqueable entre el mundo de la producción científica y los demás interesados en la historieta: lectores, periodistas, docentes y, especialmente, autores:

dibujantes y guionistas a los que les interesa reflexionar sobre su oficio. Con rigor, con la suficiente honestidad y coherencia intelectual para evitar concesiones, reduccionismos y simplificaciones que convertirían el texto en mera divulgación y le sacarían la complejidad que lo hace atractivo. Y con creatividad, con un goce evidente por la producción literaria. Por esto pensamos que inaugurar nuestra colección con Fuera de cuadro es, en cierto modo, una declaración de principios. Estamos convencidos de que una serie de libros basados en estas premisas, atravesados por enfoques multidisciplinarios, escritos por investigadores, críticos y autores de historietas, van a resultar interesantes para todos aquellos que busquen un abordaje inteligente y creativo a la historieta como arte, lenguaje y medio de comunicación, lejos de los lugares comunes y las definiciones de manual. Sean todos bienvenidos a LENGUAJES DIBUJADOS, sean todos bienvenidos a Fuera de cuadro. Nadie está obligado a entrar, pero están todos invitados.

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El editor

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PALABRAS DEL EDITOR

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Presentación

Oscar Steimberg dijo que «lo que tiene de bueno la historieta es que es imposible»,1 y difícilmente yo pueda decir algo más sugestivo que eso. Porque si es improbable poder descifrar la escritura, tanto más absurdo es poder definir un lenguaje compuesto de imágenes y palabras. Esa capacidad del medio para producir la ilusión del movimiento a partir de dibujos discontinuos y no ocultarnos que lo que produce es un artificio. Las condiciones de posibilidad están en la superficie y su manipulación técnica no puede hacernos truco porque tarde o temprano «descubrimos» su coartada. La historieta, en última instancia, remite a un juego de fuerzas entre la información y el significante. El punto y la línea mantienen en suspenso la fluidez del movimiento y la tensión entre la palabra y el dibujo, nunca termina de ensamblar sus tachaduras, su sentido de cadena flotante. Borra, suma, quita, vuelve incesantemente a cero y recomienza. Es como si no pudiera «hacerse cargo» de su imperfección dramática: un punto más una línea, más un punto, más una línea, producen una forma que significa siempre algo más que una raya. La narrativa en secuencia gráfica no tiene límites formales ni materiales. Es movimiento a pesar de sí aunque, en rigor, sea

transparente y «durante» su representación sólo exista la mano del dibujante. Barthes lo plantea muy bien: «Cuanto más difícil es detectar el origen de la enunciación, más plural es el texto».2 Y creo que la historieta tiene el encanto de ser un lenguaje continuamente quebrado por el trabajo de un comentario suspendido, que algunas veces es texto y otras, imagen. Hay algo de maltrato entre un componente y otro que me fascina. Como si por «su naturaleza» no terminaran de acomodarse entre sí y la soldadura siempre estuviera a punto de estallar. La sobreimpresión es un indecible en la historieta (que necesita de ambos lenguajes para realizarse) y, sin embargo, siempre es apenas un deseo. Es la imposibilidad de la que habla Oscar, ese juego perverso entre guión y dibujo que impide que el sentido, simplemente, cuaje. Y, de ahí, lo maravilloso: la ambivalencia del lenguaje puesta a favor de un absurdo. Fuera de cuadro puede entenderse como distorsión, y, sin embargo, salir (se) del cuadro también puede ser el modo de obtener otro punto de vista, ampliar el enfoque y renovar la perspectiva. Así, la toma precisa cede lugar a la imperfección y el movimiento se realiza en el descentramiento. El título del libro hace referencia a esas miradas dislocadas (torcidas y perturbadas por la duda y el desconcierto) y pone el acento en el desvío antes que en la norma. La reunión de escritos asume la forma de lo inacabado, de la superposición y el desplazamiento y nada de lo dicho confirma una versión definitiva.

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PRESENTACIÓN

Escribir es cuidarse de lo que se escribe porque lo que se escribe puede ser utilizado. Oscar Masotta

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Por el contrario, son ideas en tránsito que buscan intervenir en distintas coyunturas del arte, el mercado y los medios. El plan de la antología intenta un método de percepción que combina la literatura y la crítica, las formas del periodismo y la academia. Y es que ya no me resisto a un modo de escritura que me viene dado. Podría decirse que la historieta me pasa por el cuerpo, por lo que difícilmente pueda asimilarla como un «objeto de estudio». Pese a esta autorreferencialidad, sigo manteniendo la creencia de que siempre se escribe para alguien o para algo. Espero no estar equivocada al sostener que este libro es resultado de una conversación esparcida y no de un deslucido monólogo. Los lectores podrán advertir los caprichos de la deriva y el gusto, pero no el interés por contribuir a una «memoria de la historieta nacional». Por suerte, no estoy sola en la empresa. En los últimos tiempos, la producción crítica no sólo ha crecido de manera significativa, sino que ha girado su perspectiva de trabajo. Retomando el impulso de los pioneros, varios investigadores se han apartado del tributo y del homenaje laudatorio para pensar el medio en otras dimensiones. La tarea no es fácil: sostener una mirada crítica tiene un alto costo cuando el objeto de análisis no resulta ajeno. Quizá por ello, y frente a algunos temas y problemas, opté por una posición críptica demorada por los interrogantes y paréntesis. En todos los casos, la reflexión surgió del cruce entre coyunturas públicas y posiciones personales. Exploro mi biblioteca y me doy cuenta de que las

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recopilaciones de ensayos de que dispongo son resultado del tiempo. El sentido común indica que hay que reunir «lo mejor» tras cumplir, al menos, dos requisitos básicos: el acumulamiento de lo publicado (o publicable) y la experiencia que otorgan los años. En un acto de indisciplina (como si a mi edad todavía se pudiera ser rebelde), tomo el camino equivocado y recopilo una obra antes de que sea una obra. Me privaré, entonces, del pudor frente a lo escrito y de la revisión de manuscritos porque algo es evidente: no hay viejas ideas en estos textos. Se trata, apenas, de un puñado de páginas precipitadas y, en consecuencia, sujetas a revisión, cotejo y divergencia. Con ello no quiero decir que la mirada sea ligera ni, mucho menos, frívola. La sola idea de pensar en categorías como «profundidad» o «superficialidad» (como andariveles paralelos) me resulta irritante porque la escritura, a fin de cuentas, siempre es un ejercicio de estilo. Y, por lo tanto, un error bastante tranquilizador. Este libro trabaja un corpus en movimiento cuyo único deseo es la borradura de los límites y la expansión de las formas. Hablar de historietas nunca puede ser algo serio, en sentido de legibilidad, de transparencia y de ahogo del ruido. Todo lo contrario: escribir sobre historietas te aleja de la coartada de «lo concreto». Es casi como trabajar sobre una descomposición, un sentido desencadenado: un indicio que siempre se pierde de vista. Y, sin embargo, vuelve a obsesionarte una y otra vez.

El temario revela mis preferencias y, sobre todo, mis debilidades. No he intentado «coser» la desprolijidad de la trama ni los saltos de tono y contenido. Discontinuos y fragmentarios, estos ensayos son persistentes en sus preocupaciones. Hay un sentido de cohesión que no se revela de antemano, sino que asoma en las intervenciones y determinaciones del oficio. Dicho en otros términos: la clasificación está fuera de la serie y nunca la antecede. El registro de la academia se confunde con la escritura ensayística o periodística y las fracturas entre un estilo y el otro, más que mezclarse, se sobreimprimen hasta amontonarse. He intentado librar la escritura de la asepsia discursiva y la sofisticación endémica de la teoría. Y, a riesgo de ser sincera, no me he tomado el tiempo necesario para trabajar con rigor sobre el material. Ningún «año sabático» ni dedicación exclusiva coronan el resultado. Espero que los lectores sean menos implacables al saber que este libro fue escrito en medio de la anarquía y las múltiples actividades. Se reúnen ensayos sobre autores, obras y discusiones de agenda. Además de algunos textos publicados en mi blog o en medios gráficos y digitales, los lectores reconocerán, mayormente, los de la sección «Ojo al cuadrito» de la revista Fierro. Disfruto especialmente de ese espacio por cierta aceleración que impone la entrega, las complicidades y la posibilidad de escribir libremente a partir de las buenas o malas ideas que den vueltas en mi cabeza.

Creo que la línea editorial de Fierro es la de un rompecabezas en la que ninguna pieza encaja. Algunas veces nos parece encontrarle la vuelta y creemos «descubrir» sus intenciones. Y, sin embargo, ahí aparece publicada una historieta que no entra en el puzzle y que obliga a repensar sus estrategias. Como subrayaba Trillo desde las páginas de Récord, y usando esa valiosa frase de Truffaut, «hablemos de las cosas que nos gustan». ¿Puede haber algo más legítimo que eso? En última instancia, se trata de no seguir las reglas del mercado y no ceder frente a la demanda ininteligible de un supuesto «lector modelo» que nunca es uno y siempre dice cosas distintas. Como mi profesión original fue el periodismo, pasé por algunas redacciones y, en algún caso, la memoria prefiere hacerme trampa. Nunca me sentí parte de nada, y a duras penas resistía el mote de «colaboradora» o la incómoda etiqueta de «freelance». En Fierro, cuya estructura se reduce a lo mínimo, me pasa lo contrario: es inevitable «ponerme la camiseta». No la leía en los ochenta porque en casa se compraba la revista de la competencia. Y, ahora que lo pienso, esto puede ser un acto de desobediencia diferido; aunque prefiero pensar que la elijo a consciencia. También seleccioné algunos textos académicos a los que reduje hasta su esqueleto. Son artículos y ponencias que circularon en congresos, jornadas o publicaciones científicas y que han sido transformados para esta publicación. Los escogí por los problemas abordados y porque todavía no he encontrado las respuestas a esas

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PRESENTACIÓN

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preguntas. Pero también —hay que confesarlo— porque me exigen poner a prueba mis propias convicciones. Al leerlos me doy cuenta de que los tópicos deben ser actualizados y de que los presupuestos son más abundantes que lo que pensaba. Por eso están ahí, para ser discutidos, ampliados o, simplemente, desechados. En eso son virtuosos: activan la agenda y están prestos a la sobreescritura. Querría agregar que la selección de autores e historietas no pretende producir ningún catálogo ni, mucho menos, revela algún tipo de «ranking personal». Si opté por hablar sobre determinados dibujantes y no sobre otros y sobre ciertas historietas en particular ha sido, en todos los casos, porque la coyuntura y el interés del momento movilizaron mi escritura. Resta decir que en futuros ensayos abordaré obras y artistas (pero, sobre todo, problemas y temas) de los que aún no pude ocuparme. Tampoco me guió el interés por la novedad, porque pienso que la moda es más bien un criterio obsoleto. Cabe añadir algún comentario sobre las ilustraciones incluidas. Fue un criterio editorial no sumar imágenes como «ornamento teórico», y por tal razón algunos artículos carecen de ellas. Todas las reproducciones funcionan como apostilla del texto; en algunos casos se eligieron viñetas, en otros, tiras o páginas completas. Las elecciones estuvieron sujetas a los planteos generales de cada ensayo, al tratamiento de los problemas y a la mirada propuesta. Se sumaron epígrafes con la

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pretensión de que operen como «comentarios automáticos» y juego de la imaginación: son pura narrativa. Algo similar ocurre con los paratextos: cada cita está presente como acompañamiento y extensión hacia otros textos. En general, se trata de lecturas que me acompañaron durante el tiempo de escritura, de modo que la intertextualidad puede resultar caprichosa y, en cierto modo, lo es. Pero, en todo caso, sólo es eso, notas bibliográficas que asisten la soledad frente al teclado y no la búsqueda de un canon de lecturas, «fuentes de inspiración» o estatus referencial. Si me gustara más la música que la literatura, pondría letras de canciones. Casi no hace falta decir que soy una consumidora de gustos extensos. Leer historietas forma parte de mi educación sentimental y de mis placeres mundanos. Lo popular es un territorio conocido y mi formación asume el riesgo de esos márgenes. La carrera que estudié me convenció de que el problema no es lo que se lee, sino las lecturas diferenciales que hagamos con ello. Y al final del día, cada uno hace de su pasado y presente lo que puede. Por eso y por aquello, estos escritos se articulan desde la diferencia y superponen napas muy distintas: las historietas leídas en mi niñez y adolescencia, una biblioteca familiar e intuitiva, la bibliografía obligatoria de una estudiante de ciencias de la comunicación, la palabra de mis profesores en el grado y en el posgrado, las charlas interminables (las virtuales y las otras), los eventos y sociales, las salidas «al aire libre», las fiestas y el

baile. Pero también la literatura (la buena y la berreta), el cine (sobre todo, las series y la animación), la música, la tele, el teatro, el vino con amigos, la fotografía y, nuevamente, la escritura. Sin todo eso, lo que llamamos «vida académica» sería un total fastidio.

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Recomiendo la lectura completa de esta entrevista realizada por Lucas Berone y

Federico Reggiani y publicada en el sitio Historietas Argentinas: http://historietasargentinas.files.wordpress.com/2010/05/entrevistaaoscarsteimberg _versionfinal.pdf 2

BARTHES, Roland: «El fading de las voces», en S/Z. Buenos Aires, Siglo XXI,

2009, pág. 49 (1.a ed., 1970).

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Agradecimientos

La sección de agradecimientos siempre me resulta incómoda. El juego de a quién poner y a quién sacar nunca nos deja satisfechos del todo. En este libro, entonces, decidí corresponder sólo a los directamente implicados, sin quienes Fuera de cuadro no podría haberse materializado. Estoy en deuda con Federico Grunauer por haber iniciado con este libro una colección de ensayos. Acepté su propuesta porque apostó a una serie de publicaciones teóricas que tengo el placer de inaugurar y porque me dio total libertad para pensar sus contenidos. Quisiera destacar su profesionalismo como editor y su sutileza precisa y aguda a la hora de encarar el manuscrito. Agradezco a Oscar Steimberg, por su encantadora amistad, por su prólogo luminoso y por el aprendizaje continuo. Me siento honrada por tenerlo cerca. A veces me quedó pensando en algo que apunta (y casi susurra) como al pasar y me pregunto ¿cómo se le pueden ocurrir tantas cosas? Es un privilegio oírlo hablar sobre historietas, sobre el lenguaje, sobre los modos y desplazamientos porque como todo buen pionero, Oscar piensa adelantado. A Juan Sasturain y a Lautaro Ortiz, por hacer la revista Fierro (sin la cual este libro no tendría sentido) y por creer que la crítica no puede disociarse de la aventura. A Lautaro, porque es un tipo de fierro, por su inteligencia y porque me sigue bancando en proyectos y apuestas. No tengo muchas palabras para describir a Juan: todos sabemos que es un fuera de serie. Recibí siempre su

apoyo y entusiasmo. Lo mucho o poco que sé sobre este medio se lo debo en gran parte a él. A mi amiga Ale Lunik, por la tapa maravillosa y porque es una genia absoluta. A mis compañeros de Viñetas Serias, porque logramos consolidar un espacio que excedió el estricto marco del Congreso. Trabajar con todos y cada uno es un privilegio: Mariela Acevedo, Diego Agrimbau, Luciano Brom, Azul Blaseotto, Thomas Dassance, Leandro Cerliani, Mónica Kirchheimer, Ana Pedrazzini, Federico Reggiani, Pablo Turnes. A Máximo Eseverri y a Laura Tusi, un reconocimiento personal por la amorosa tarea de realizar la Jornada de Animación en el MALBA. Seguramente este sea el inicio de un largo camino compartido. A la cátedra Historia de los Medios de la carrera de Ciencias de la Comunicación (UBA), en la cual trabajo y a Mirta Varela, por el respaldo y el aporte brindado durante tantos años. Al CONICET, porque sin su apoyo institucional no podría dedicar mi tiempo enteramente a la escritura y a la investigación. Un agradecimiento especial a Dante Ginevra, por los entreactos, los 70 metros cuadrados y los libros que vendrán. A Marta Almeida y a Marcela Gené, por «las veladas de reina» que compartimos y porque son incondicionales. A Juan Amitrano, quien generosamente se ofreció a corregir estos apuntes, respondió mis correos de «¡socorro!» siempre con humor y diligencia y con su «vista de lince» mejoró mi versión.

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AGRADECIMIENTOS

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A los historietistas, los verdaderos protagonistas de este libro. Sin ellos, lo escrito no tendría sentido alguno. Especialmente, a todos los que cedieron generosamente sus dibujos. A los lectores de «Ojo al cuadrito», porque me hicieron llegar sus comentarios y me alentaron de múltiples maneras a la edición de este libro. A Guillermo Decur porque cada mes me acompaña en la sección con su “niña exploradora” y esa lupa entrometida. A Abril, por todo y más. A Diego Agrimbau, porque es mi crítico favorito. Finalmente, quiero dedicar este libro a Carlos Trillo, porque no es joda que duele la partida. Y todos lo queremos de vuelta.

LAURA VAZQUEZ

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FUERA DE CUADRO. IDEAS SOBRE HISTORIETA

AGRADECIMIENTOS

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