FUENTES FOS, Carlos Damián, Juan Andrés: entre España y Europa, Institució Alfons el Magnànim, València 2008, 305 págs. + Anexos e Índice onomástico.

July 18, 2017 | Autor: V. León Navarro | Categoría: Humanismo, - Compañía de Jesús, Ilustración, Exilio de los jesuitas, Tiraboschi
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FUENTES FOS, Carlos Damián, Juan Andrés: entre España y Europa, Institució Alfons el Magnànim, València 2008, 305 págs. + Ane- xos e Índice onomástico.

Mayans escribía sobre la situación educativa y cultural en el siglo XVIII dibujando un panorama sombrío. Sobre el mismo tema, Juan Andrés, desde Italia, sostenía que las noticias que le llegaban de España eran poco halagüeñas. Muchas voces hoy en día cuestionan también el sistema educativo y su paulatina o acelerada –según se mire– degradación. Aun siendo todo ello cierto, sólo es una parte de la realidad, la otra, brilla y desvela aspectos positivos sea en el siglo XVIII o en el siglo XXI. Quiere esto decir que siempre hay estudiantes, intelectuales o investigadores valiosos que hacen bien su trabajo, como es el caso de Carlos D. Fuentes y ello satisface además por tratarse de un profesor de Enseñanza Secundaria que investiga sin esperar ninguna recompensa académica y en condiciones poco favorables. La figura de Juan Andrés (1740-1817), olvidada durante bastante tiempo, constituye un ejemplo del buen hacer. Un humanista, en el pleno sentido de la palabra, que se interesó por todas las disciplinas. Erudito, conciliador, capaz de valorar los aspectos positivos de todos, olvidando los negativos, sosegado, apacible e inclinado ante todo a ver al hombre y sus valores, fuera protestante, judío, musulmán o ateo, por encima de cualquier otra prejuicio y verdadero dinamizador de la cultura española en Italia. Le pesaba y le dolía el atraso de España, olvidando que su rey, Carlos III, con el beneplácito de su gobierno le había expulsado de sus dominios, lo mismo que al resto de jesuitas, porque así convenía a determinados intereses del Estado. A pesar de eso, la labor intelectual desarrollada en el incomprendido exilio no fue sino la continuidad de lo que hacían en España, en peores condiciones económicas, morales y psicológicas, pero con más libertad. Y brillaron en numerosas disciplinas en nombre de España, como es el caso de Juan Andrés. El padre Ignacio Casanova hablaba de esa corriente “florida, literària i científica que en el darrer terç del segle XVIII esclata a Italia per l'acció de aquells cinc mil jesuïtes que arriben allí exiliats de terres hispàniques”. Corriente bien estudiada por el padre Batllori. Andrés había estudiado en el colegio de San Pablo en Valencia y aprendió bien a pesar de las críticas, excesivas en algunos casos, contra la educación jesuítica y su viciado sistema pedagógico. Ingresó luego en la Compañía y tras varias estancias en diversas casas de la Orden estudiaba de nuevo teología en el colegio de San Pablo. El ambiente intelectual y universitario valenciano con su cara y cruz tenía su entidad propia y sobresalía del resto de España gracias a la herencia de los novatores, al interés por el buen gusto y por las novedades frente a la tradición, el apriorismo y la autoridad. El deseo por acudir a las fuentes y 214

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leer a todos los autores para evitar la tutela de la escuela fue creciendo entre alabanzas y críticas. Y es posible que Andrés viera con interés ese tiempo cargado de cambios y que constató en su relación, aunque breve, con Gregorio Mayans, al ser nombrado catedrático de Retórica de la universidad de Gandia, a cuyo frente estaba precisamente Mateo Aymerich. Mayans influyó en el joven Andrés, al menos en el campo del criticismo histórico –búsqueda de la verdad– y del conocimiento empírico. La relación entre ambos fue excelente, hasta el punto que Mayans intentó evitar que Andrés marchase al exilio en 1767. Un exilio calamitoso.

En Mantua fue preceptor del hijo de los marqueses de Bianchi, donde trabajó con tesón y ahínco en los distintos campos del saber y se integró en la vida cultural italiana, dándose a conocer a través de algunas de sus publicaciones y de la controversia que sobre las literaturas italiana y española iniciaron los jesuitas italianos Betinelli y Tiraboschi criticando la negativa influencia española. Las opiniones de estos autores tuvieron rápida respuesta por parte de algunos jesuitas españoles como el catalán Lampillas y el valenciano Serrano. También Andrés participó, aunque su postura fue menos polemista y más razonable, manteniendo relaciones cordiales con Bettinelli y consiguiendo la amistad y colaboración de Tiraboschi. Andrés aparecía como un intelectual moderado, elegante y un fino diplomático que procuraba apaciguar la polémica del ardiente Lampillas con el italiano. El asunto no era menor, se cuestionaba la importancia de la cultura española y su papel en Europa, así que personajes como Azara, Roda y Floridablanca no desaprovecharon la ocasión que les brindaban los jesuitas ad maioren Hispaniae gloriam, aunque estos mismos jesuitas hubieran sido expulsados de su patria con el beneplácito y contento de estos mismos político. ¡Paradojas de la vida y misterios insondables de los intereses del Estado! Efectivamente, Andrés consiguió que Tiraboschi moderara ciertos planteamientos, se reconciliara con la corte de Madrid –sería nombrado incluso miembro de la Real Academia de la Historia–, colaborara con Andrés y aceptara algunas críticas a su obra Storia della literatura italiana. Andrés se movía con suma habilidad en todos los terrenos, transmitiendo amistad, colaboración y conocimiento, por lo que fue bien visto y respetado tanto en España como en Italia y otros países europeos. La relación de Andrés y Tiraboschi fructificó humana e intelectualmente. Éste aceptó la teoría de aquél sobre la influencia árabe en los orígenes de la poesía europea en lengua vulgar y en concreto en la rima provenzal y su papel como transmisores de la cultura grecolatina en el occidente europeo medieval. Tiraboschi se convirtió en un excelente difusor de la cultura española y a él recurrieron muchos intelectuales de la corte a través del abate Andrés para dar a conocer sus obras. Pero nuestro autor mantuvo muchas más relaciones y colaboraciones. Sus obras fueron admiradas, especialmente Dell'origine, progressi e statu attuale d'ogni letteratura, no obstante aceptó siempre con agrado las críticas constructivas. Fue el caso de Lorenzo Mehus que se convirtió en el corrector RECENSIONES

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y distribuidor de sus obras. Tuvo amigos y corresponsales en todos los lugares que visitó, aunque no pudo evitar alguna polémica por la aparición de sus Cartas familiares con expresiones poco afortunadas. Algunos se ofendieron, pero la obra tuvo éxito. Andrés se opuso a su publicación. Las relaciones con España a partir de 1773 crecieron y Andrés colaboró con el gobierno para fomentar la cultura española, al igual que con los intelectuales, unos antijesuitas y otros afines a la Compañía, Eugenio Llaguno, Cavanilles, Juan Antonio Mayans, Francisco Borrull, Juan Bautista Muñoz, etcétera. Contó con el apoyo de su hermano Carlos en la corte, quien también se benefició del buen hacer de Andrés, difundiendo el trabajo de los expulsos en pro de las letras hispanas. No dejaba de ser curioso que los proscritos jesuitas se convirtieran en arietes de la cultura española en Italia y en agentes del gobierno que los había expulsado. En ningún momento se planteó la vuelta. Floridablanca y Azara no dudaron en aprovechar el potencial intelectual que ofrecían los jesuitas y les apoyaron en sus escritos, al tiempo que se sirvieron de ellos para difundir la cultura española y los esfuerzos de la monarquía por dar a conocer sus programas culturales. Andrés lo hizo con placer, pero sin caer en la apología patriotera, ni dejar de criticar las deficiencias y el evidente atraso español que desde la atalaya italiana se percibía con más nitidez y objetividad. Esta colaboración hizo

posible la publicación de sus obras, especialmente Origen, progresos y estado actual de la literatura, cuyo primer volumen se tomó como libro de texto de la cátedra de Historia Literaria de los Reales Estudios de San Isidro. La dureza del exilio tuvo sus momentos de expectación. Se divulgaron rumores de una posible vuelta a España que, en efecto, llegaría en 1798. Carlos IV revocó el decreto de su padre ante el peligro que corrían los jesuitas, y algunos de éstos regresaron pensando en una vuelta definitiva. No fue así. Andrés, que había hecho de Italia su patria, fue dilatando la decisión, si bien en algunos momentos estuvo resuelto, tanto por la ocupación francesa como por las presiones del gobierno español, en concreto de Jovellanos, que lo reclamaba. Acarició la idea de la vuelta, pero no cuajó. Tal vez, su encuentro con José Pignatelli decidió su permanencia en Italia. Hombre erudito se interesó por la cultura francesa y leyó a sus ilustrados. No censuró a ninguno sin haber leído sus obras y, aunque no estuviera de acuerdo, siempre encontraba aspectos positivos que alabar. Su punto débil fueron los philosophes por sus ataques a la religión y a los dogmas desde posturas poco respetuosas. Viajó por Suiza, en Ginebra conoció muchos intelectuales. Mantuvo buenas relaciones con el mundo germánico, especialmente con la universidad de Gottinga, que los mantenía con Gregorio Mayans. Viajó a Viena por iniciativa de la familia Bianchi y se reencontró con viejas amistades y le permitió hacer otras nuevas, pero criticó el excesivo regalismo de la corte, perjudicial para la Iglesia. Conoció bien la literatura inglesa, admiró a Locke y mantuvo contactos con algunos ingleses. Su carácter abierto, ecuménico diríamos hoy, le 216

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acercó a científicos protestantes que, en su opinión, defendían la religión, aspecto importante para él. Andrés vivió la Revolución francesa con preocupación por su negativa influencia sobre la religión católica y sobre la cultura, no sólo para Francia, sino para toda Europa. La ocupación francesa de los territorios italianos y las continuas guerras eran una muestra clara. Por ello adoptó una postura antirrevolucionaria y fue huyendo de los franceses, pero no se decidió a regresar a España como hicieron otros Fue el momento en que Francisco II le encargó la dirección de los estudios y de la biblioteca de la universidad de Pavía. La obra importante de Andrés es Dell'origine, inspirada en el trabajo de los jesuitas italianos y en el carácter enciclopedista de la Ilustración. Pretendía superar el enciclopedismo francés y llevar a cabo una obra que, tomando por objeto toda la literatura, describiera de forma crítica los progresos y el estado que en ese momento se encontraba, proponiendo algunos medios para adelantarla. Y no sólo de la literatura, tal como la entendemos, sino de todas las disciplinas, de todo el conocimiento, suprimiendo cualquier apriorismo, es decir, evitando las ideas preconcebidas. Demostraba el talante humano e intelectual de Andrés que ya había expuesto en su ensayo sobre Galileo, al que defendía en todos los sentidos. Lo importante era buscar la verdad. Como historiador le interesaba el cómo y por qué, no sólo el qué, la narración de los hechos. Criticismo empírico que cuestiona la tradición sin más. Juan Andrés se nos presenta como un ilustrado. Por una parte, defiende el progreso, que aparece en su obra. Progreso práctico, útil, material, aplicado a la técnica y a las ciencias en general. El progreso que ha de llevar a la humanidad hacia un conocimiento del mundo y de su funcionamiento, teniendo siempre en cuenta que el hombre no alcanzará ese conocimiento total jamás. Progreso discontinuo, como es el avance de la humanidad, dependiente de factores concretos y variables que hacen que se “pierda” en algunos momentos para ser recuperado posteriormente con esfuerzo redoblado. Esto es, la humanidad es capaz también de retroceder. Por otra, nuestro autor vio claramente la evolución

de la ciencia y el papel desempeñado por los hombres del siglo XVII que permitió la revolución científica, basada en una nueva forma de ver y entender el mundo, y que la Compañía no supo ver. ¿Era posible que un hombre de fe como Andrés no tuviera problemas con la ciencia que defendía? En principio no. La cosa era simple, aunque atrevida. Ni las Sagradas Escrituras, la teología o la tradición, tenían nada que decir a la ciencia, ni ésta podía poner en duda la fe. Hombre de una gran talla científica y de fuerte convicción religiosa separó ciencia y religión. Reconocía que la teología no había contribuido en nada al avance de la física y no sólo eso, recomendaba a los teólogos acudir a la física para interpretar la Biblia. Daba la vuelta al pensamiento tradicional y planteaba una antropología positiva, distinta a la acostumbrada por parte de la Iglesia. No era el tiempo de la teología ni de los teólogos, sino de la ciencia. No olvidaba poner RECENSIONES

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las cuestiones religiosas bajo el epígrafe de “ciencias eclesiásticas” con todas sus implicaciones. El Juan Andrés que nos presenta Carlos Fuentes es un hombre tolerante, amable, comprensivo, dialogante y poco dado a la polémica. Un español que, aun viviendo en el exilio, amó y defendió la cultura española. Un humanista al que le interesó todo. Un sabio que brilló tanto por sus virtudes intelectuales como humanas. Un hombre fiel a sus principios religiosos, primero para con la Compañía, después para con la religión a la que jamás puso en cuestión su saber científico. Además, el autor ha sido capaz de hacerlo con una prosa amena y fluida y con una gran claridad de ideas. Es de agradecer.

Vicente León Navarro

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