Freud y el Mundo Antiguo

May 26, 2017 | Autor: Teresa Magadán | Categoría: Sigmund Freud, Classical Reception Studies, History of Collections (Archaeology)
Share Embed


Descripción

FREUD Y EL MUNDO ATIGUO Conferencia Club Museo Egipcio-23/3/2012

Dra. M. Teresa Magadán Olives

1. FREUD Y EL MUNDO ANTIGUO La figura de Sigmund Freud es bien conocida por todos. Sus aportaciones a la ciencia neurológica y muy especialmente la terapia del psicoanálisis lo han situado entre los personajes más influyentes del s. XX y de la cultura contemporánea. No obstante, no se suele hablar en demasía de su vida privada ni de sus pasiones, más allá de las relacionadas con su trabajo. Y, en cambio, Freud tenía, como todo el mundo, manías y pasiones. Bien es cierto que no solía manifestarlas ni exteriorizarlas, salvo en algunas circunstancias, como demuestran ciertas referencias conservadas en la correspondencia con sus amigos y parientes, así como algunas alusiones personales contenidas en sus obras más tardías. Pero por pocas que sean, estas referencias nos ayudan a estudiar facetas suyas poco conocidas, como la de la pasión que sentía por el mundo antiguo y la arqueología en general, y por Grecia en particular, que será el tema de la presente charla. Es un hecho constatado que Freud hizo famosos muchos nombres mitológicos griegos al aplicarlos a comportamientos y trastornos psíquicos que él identificó e investigó. Sin embargo, hasta hace pocos años no se había planteado la pregunta más importante: ¿Por qué Freud puso a estos trastornos nombres de héroes griegos? ¿Por qué en su obra se alude constantemente a conceptos derivados de autores antiguos? En cierto modo, este cambio de actitud con respecto a la figura de Sigmund Freud empezó a la muerte de su hija pequeña, Ana, ocurrida el año 1982. Ana Freud había legado la casa familiar de Londres al Estado Británico para que fuera convertida en Museo, lo que ocurrió en 1986. Asimismo, había cedido una parte de los muebles y objetos personales de su padre al Museo creado unos años antes en Viena, en 1971, en la casa donde la familia Freud había pasado gran parte de su vida. A la hora de inventariar todo el material acumulado, hubo dos cosas que llamaron la atención. Por un lado, la gran cantidad de libros y revistas de arqueología e historia antigua que Freud poseía en su biblioteca y, por otro, las numerosas antigüedades que había llegado a coleccionar. Este hecho dio pie a una exposición itinerante que recorrió Inglaterra y Estados Unidos, y a la celebración paralela de varios congresos y jornadas que intentaban explorar esta pasión que Freud mostraba hacia el mundo antiguo. Ya no se trataba tan sólo de aspectos más o menos anecdóticos, los estudios ponían en evidencia que Sigmund Freud era un buen conocedor de la antigüedad. Así pues, a partir de la década de los 90 del s. XX, varios autores se fueron adentrando en la biografía y en la obra de Freud para averiguar qué le había llevado a desarrollar una relación tan estrecha con el mundo antiguo. Hoy, varias décadas después, podemos decir que esta relación entre Freud y el mundo antiguo constituye una rama importante dentro de los estudios que analizan la incidencia de la antigüedad y, más concretamente, de los descubrimientos arqueológicos llevados a cabo durante la segunda mitad del s. XIX en la intelectualidad europea de finales del s. XIX y principios del s. XX, hasta más o menos la II Guerra Mundial. Este período coincide precisamente con los años que vivió Sigmund Freud, puesto que nació el 6 de mayo de 1856 y murió tres meses después de estallar la II Guerra Mundial, el 23 de septiembre de 1939. Freud representa en consecuencia un ejemplo paradigmático de ese intelectual europeo marcado por el avance del conocimiento sobre el mundo antiguo a través de la arqueología y la filología.

2. FREUD Y LA FORMACIÓN EN LENGUAS CLÁSICAS En esta charla quisiéramos acercarnos a la figura de Freud desde una perspectiva algo diferente a la habitual. No hablaremos de su obra ni de sus teorías, únicamente incidiremos en la deuda que el pensamiento freudiano tiene con el mundo antiguo. Esta deuda tiene su base en la formación que Freud recibió en la escuela, el famoso Gymnasium de las escuelas alemanas y austríacas de la época. Uno de los objetivos principales del Gymnasium era formar ciudadanos que contribuyeran a mejorar el país, y por esta razón se concedía gran importancia a la educación moral. Esa educación moral se basaba en unos comportamientos éticos que se hacían derivar de la lectura de las obras de autores antiguos, griegos y latinos, principalmente Quinto Curcio Rufo y Cornelio Nepote. Freud, que tuvo la suerte de ir a la escuela en un momento que se permitió el acceso a jóvenes de origen judío, quedó muy marcado por la educación allí recibida, pues le dejó una huella muy profunda tanto a nivel personal como profesional. A nivel personal, baste mencionar la insistencia con que presionó a sus padres para que su hermano pequeño -al que siempre estuvo muy unido pues era el único varón de los 7 hermanos vivos-, se llamara Alejandro, pues la figura de Alejandro Magno le fascinaba a sus 10 años de edad, como también le fascinaba la de Aníbal. O su conocimiento de las lenguas clásicas, del que estaba muy orgulloso y aprovechaba cualquier ocasión para mostrarlo. Varios de sus amigos más íntimos eran filólogos clásicos, y un tío de su mujer, Jacob Bernays, era un renombrado especialista en Aristóteles. A nivel profesional, Freud no se limitó a usar neologismos latinos y griegos para describir enfermedades o a poner sin más nombres antiguos a los comportamientos neuróticos que trataba, sino que a ello le impulsó el hecho de observar en las tradiciones mitológicas antiguas unas pautas de comportamiento muy similares a las que demostraban sus investigaciones. Consideraba que la función del mito podía interpretarse en ocasiones como una terapia, pues el mito reformulaba en historias las experiencias del hombre y, sobre todo, sus miedos. No hay que olvidar que el conocimiento del mito le llegó a Freud no a través de los mitógrafos griegos, sino de las tragedias, que adaptan la tradición mitológica a las exigencias dramáticas de obras en las que se reflexiona sobre la condición humana. En el caso de Edipo, Freud partió de la tragedia de Sófocles Edipo Rey, que en opinión de Aristóteles constituía la tragedia más perfecta. Freud aceptó la versión del mito que da Sófocles y tejió todo su entramado a partir de ella, desechando otras versiones. Fascinado por el episodio de la esfinge, Freud llevó su pasión por el mito al plano material, coleccionando cerámicas griegas, cuadros modernos y litografías de la escena, así como numerosas esfinges tanto egipcias como griegas, incluido un fragmento de mural pompeyano. Es posible pues que, de no haber tenido esta formación clásica, hoy no estaríamos hablando de complejo de Edipo, sino de un nombre diferente. Ahora bien, independientemente de la formación que recibió en el Gymnasium, Freud, como hombre de su tiempo, se interesó por la obra de los autores griegos y latinos. Durante la segunda mitad del s. XIX, la ciencia y la filosofía antiguas se habían recuperado como contrapartida a la religión dominante, y a menudo se usaban para dar legitimidad a los nuevos descubrimientos científicos, poniendo de manifiesto que, de hecho, no constituían una novedad en sí, sino que esos mismos temas ya habían sido abordados en la antigüedad. Freud usó el punto de vista de los autores griegos para cotejarlo con sus impresiones en los estudios que llevó a cabo sobre la histeria, siguiendo la pauta marcada per sus predecesores, aunque en ocasiones adaptara el contexto original para que se adecuara mejor a lo que él sostenía. Igualmente recurrió a conceptos griegos para usarlos como metáfora

o analogía que le permitieran explicar de manera comprensible los principios de la ciencia psicoanalítica. También, especialmente a partir de 1915, citaba con frecuencia frases de autores antiguos para legitimar algunas de sus opiniones y defenderse ante sus detractores. En consecuencia, al analizar las teorías de Freud, no hay que perder de vista todo aquello que le aportó la lectura de los tratados antiguos, bien fuera para refrendar sus puntos de vista, bien para llegar a conclusiones opuestas, como en el caso de la teoría de los sueños. Freud leyó con atención a Aristóteles y a Artemidoro, tomando de los dos aspectos concretos, pues mientras Aristóteles opinaba que los sueños eran un fenómeno fisiológico, Artemidoro defendía que eran signos enviados por la divinidad; signos que tomaban forma en un relato, que podía tener poder curativo. Freud no podía estar más de acuerdo en este último punto, pero a diferencia de Artemidoro, y en general del mundo griego, quien pensaba que en los sueños podemos hallar la clave del futuro, él consideró que los sueños nos dan la clave del pasado. 3. FREUD, SCHLIEMANN Y LA ARQUEOLOGÍA Otro aspecto igualmente importante en el estudio del pensamiento freudiano, y muy concretamente del proceso de elaboración de la teoría del psicoanálisis, es la incidencia que, en Freud, tuvo la arqueología como ciencia reveladora de la antigüedad. Arqueología y Psicoanálisis son hijos de la misma época, pero además comparten un objetivo similar: revelar aquello que se esconde a la vista, lo que está oculto. Freud se consideraba a sí mismo una especie de arqueólogo de la mente. Pensaba que su trabajo era muy parecido al de un arqueólogo, el cual con paciencia y constancia va descubriendo estrato a estrato civilizaciones antiguas de las cuales no se tenía noción de su existencia. De igual modo, el psicoanalista escarba en la mente del paciente para llegar al fondo de los recuerdos, y así, como el arqueólogo, va levantando con la misma paciencia las distintas capas que esconden esos recuerdos. Freud estaba al corriente de los grandes descubrimientos arqueológicos, como demuestran los volúmenes de su biblioteca y los pasquines y revistas con ilustraciones de los principales hallazgos, como el de la tumba de Tutankamón, por lo cual no es extraño que sintiera gran admiración por Heinrich Schliemann, descubridor de Troya y Micenas. Freud consideraba Schliemann un modelo a seguir -el hombre que había conseguido realizar sus sueños infantiles. Incluso llegó a confesar a su amigo Wilhelm Fleiss que él mismo se sentía como un segundo Schliemann, comparando el descubrimiento de Troya con el del psicoanálisis. El psicoanálisis venía a ser una segunda Troya, puesto que hasta el momento que Freud formuló su teoría no se sabía que existía un inconsciente donde se depositan, al igual que la tierra cubre los restos arqueológicos, nuestras experiencias. Freud adquirió y leyó con sumo interés la obra de Schliemann, subrayando y anotando comentarios, de igual modo que lo hizo con la de Arthur Evans, excavador de Cnosos, en cuyas páginas creyó hallar la explicación sobre la fase pre-edípica del comportamiento humano, una fase matriarcal anterior al complejo de Edipo, que parecía poder rastrearse en la religión minoica. Incluso la reconstrucción de Cnosos le pareció una analogía del psicoanálisis, puesto que, de los restos apenas visibles hallados, Evans había conseguido levantar unos edificios que el público podía visitar, al igual que el psicoanalista reconstruye el recuerdo a partir de detalles apenas perceptibles. Otras obras menos conocidas influyeron también en la construcción de los principios teóricos del psicoanálisis. De un amigo y colaborador de Schliemann, Rudolf Virchow, médico pionero en el ámbito de las autopsias, tomó Freud la teoría

de la arqueología de los desechos (Dreckologie) y su relación con el subconsciente. Freud consideraba que, de igual modo que en la vida diaria, desechamos lo que ya no sirve o está roto, nuestra mente desecha aquello que no desea recordar, provocando lapsus, pero estos desechos se pueden recuperar, trayéndolos a la superficie con el método psicoanalítico. Una vez más, la metáfora de la estratigrafía arqueológica le servía para explicar la estratigrafía de la mente humana y la posibilidad de recuperar la información perdida. Todas estas obras formaban parte de su amplia biblioteca, compuesta por unos 2500 volúmenes, en su mayoría primeras ediciones de las publicaciones más importantes editadas entre 1850 y 1930, además de numerosas revistas, entre ellas varias de arqueología y filología clásica. Cuando, al final de su vida, hubo de afrontar la salida del país tras la ocupación alemana de Austria, se llevó a cabo un inventario de todo el fondo a fin de decidir qué se ponía a la venta y qué se llevaba a Londres. Freud decidió quedarse con la mayoría de las obras relacionadas con el mundo antiguo -Egipto, Mesopotamia, Asiria, Grecia-, mientras que se desprendió, por razones monetarias obvias, de las de psiquiatría y medicina. En total se trasladaron a Londres 2000 ejemplares y una sola revista, Die Antike. Kunst und Kultur des Klassischen Altertums, la actual Antike und Abenland, revista de filología clásica ligada al círculo de Willamowitz y opuesta a Nietzsche. Los volúmenes vendidos lo fueron en dos lotes, el primero de los cuales se ha perdido en parte, pues sólo se conservan los 70 que retuvo el primer comprador, Paul Sonnenfeld, y que hoy son propiedad de la Biblioteca Pública de Washington. El segundo lote, adquirido por el librero Heinrich Hinterberger, se custodia en la Biblioteca de la Universidad de Columbia. Los volúmenes restantes se pueden contemplar en la casa-museo de Londres. 4. FREUD, TURISTA Dos aspectos más, los dos de tipo personal, revelan la intensa relación de Freud con el mundo antiguo. Freud, pese a que vivió prácticamente toda su vida en Viena, fue un gran viajero. Viajaba para formarse, para dar conferencias, de vacaciones con la familia o por motivos de salud -estancias en balnearios y en centros hospitalarios durante las 8 operaciones a las que se sometió-, pero también viajaba por placer. De hecho, se reservaba siempre 15 días al año, entre finales de agosto y mediados de septiembre, para hacer pequeñas escapadas, bien solo, bien acompañado, primero de su hermano Alejandro, y más tarde de su discípulo Sándor Ferenczi. Viajar además constituía, para Freud, una metáfora del psicoanálisis, en especial si se trataba de un viaje en tren. Freud consideraba que, al viajar en tren, el viajero, cual paciente, emprende una travesía hacia su pasado, que es el paisaje que atraviesa. Ese pasado lo vislumbra únicamente en fragmentos, cuando mira por la ventanilla, y puede así ir recuperando los recuerdos. Roma, Grecia y el Mediterráneo oriental fueron los destinos habituales en sus viajes de placer, tal como correspondía a un hombre culto de finales del s. XIX, si bien por motivos profesionales tuvo ocasión de conocer la mayor parte de Europa y de viajar a América en 1909, invitado por la Universidad de Clark, en Worcester, Massachusetts. Este viaje transatlántico, que llevó a cabo en compañía de Jung y Ferenczi, no le produjo gran satisfacción, pues América no fue de su agrado, demasiado ruido, demasiada prisa, comida de mala calidad. “América es un gran error”, confesó a sus acompañantes. Su mayor satisfacción fue visitar el museo de Historia Natural y el Museo Metropolitano, donde gozó de las salas egipcias y griegas y se sorprendió con la colección Cesnola de antigüedades chipriotas. También salió

satisfecho de su visita a la joyería Tifanny’s, donde adquirió piezas de jade chinas y japonesas. Las grandes capitales europeas fortalecieron en mayor grado su relación con el mundo antiguo a través de sus museos, como lo haría el recién creado Museo de Arte de Viena, al cual se habían trasladado las colecciones egipcias y griegas del emperador. Así, durante su estancia en París entre 1885 y 1886 tuvo ocasión de conocer de cerca las piezas arqueológicas egipcias y mesopotámicas conservadas en el Louvre, el cual visitaba con asiduidad, y de admirar las colecciones de antigüedades privadas de los intelectuales parisinos, como la de su mentor Jean Martin Charcot, cuyo gabinete abarrotado de cuadros, esculturas y objetos de todo tipo constituyó sin duda un referente y modelo a seguir cuando Freud se instaló en Viena. El Museo Británico le cautivó igualmente cuando lo visitó en 1908, despertando en él la pasión por los jeroglíficos, además de adquirir reproducciones de objetos egipcios y de los relieves del Partenón. No le ocurrió lo mismo con los museos de Berlín, que había visitado anteriormente, pese a admirar el altar de Pérgamo. Paradigma del burgués en muchos más aspectos de los que nos podemos imaginar, Freud mantuvo una relación muy tensa con las dos grandes capitales del mundo antiguo, Roma y Atenas. Por un lado, deseaba visitarlas y, por otro, temía su reacción una vez cumplido el deseo; le aterraba que la impresión fuera negativa. Aunque su primera visita a Italia tuvo lugar en 1895, no visitó Roma hasta 1901, acompañado de su hermano Alejandro. De hecho, hasta 1896 sus viajes combinaban las visitas turísticas con las vacaciones familiares o las estancias profesionales. Es a partir de 1896 cuando Freud se plantea reservarse unos días para viajar a sitios que desea conocer. El destino principal será casi siempre Italia, siguiendo la pauta de los románticos alemanes para quienes Italia representaba el epítome de la cultura. No obstante, hay que decir que la estancia en Roma de 1901 representó un punto de inflexión en la vida de Freud. Freud encontró una ciudad que combinaba la belleza del paisaje, la bondad del clima y la presencia de la cultura con una liberalidad de costumbres en equilibro con el componente religioso. Roma le dio a Freud la oportunidad de superar sus miedos y completar el autoanálisis que venía realizando desde la muerte del padre. En Roma, Freud era quien quería ser, y más de una vez pensó en instalarse allí, aunque acabara descartándolo. Fascinado por la ciudad, allí era un simple turista y como tal se comportaba; visitaba los museos y lugares arqueológicos, frecuentaba los parajes turísticos, compraba antigüedades y se detenía largo rato ante el Moisés de Miguel Ángel en la iglesia de S. Pietro in Vincoli, sobre el que llegaría a escribir un tratado. Roma era la manifestación material de la metáfora de la arqueología aplicada al psicoanálisis. Como en la mente humana, en Roma existían restos de diversas etapas que convivían entre sí y que se podían examinar en conjunto y por separado. Si bien Roma nunca llegó a defraudarle y la visitó en siete ocasiones, una de ellas con su hija Ana y otra con su cuñada Mina, la reacción con respecto a Atenas fue diferente. Tan diferente que tan sólo al cabo de bastantes años fue capaz de poner por escrito sus sensaciones en lo alto de la Acrópolis de Atenas en septiembre de 1904, en compañía de su hermano Alejandro, para cuya visita se había preparado casi como si fuera un ritual y que se vio truncada por la lluvia. La sensación de estar o no estar en el lugar, de tratarse de hecho de una “revisitación”, dio pie a una monografía en la que exploraba los sentimientos contradictorios de estar ante un lugar conocido de antemano a través de estampas, dibujos o libros, el cual no se reconoce como tal, se duda de su existencia pese a estar allí, estableciendo una distancia entre lo contemplado y la recreación forjada en la mente. Es lo que

denominó Desrealización. Esta monografía, que terminó dos años antes de morir, es como una especie de testamento de la relación edípica que mantuvo con su padre. Él mismo reconocía que hasta ese día no fue del todo consciente de su complejo de Edipo, pues comprendió que detrás de lo que ocurría existía un sentimiento de culpa por haber superado a su padre intelectual y socialmente. La culpa afloraba al cumplirse uno de sus mayores deseos. También ese día fue consciente de la diferencia que existía entre la Grecia antigua y la moderna. Orgulloso de su conocimiento del griego clásico, no pudo contener la rabia cuando el cochero que les llevó del Pireo a Atenas no comprendió ni una palabra de lo que Freud le decía y hubieron de entenderse por señas. No volvió nunca a territorio griego. Recomendaba ir a Sicilia para ver la verdadera Grecia. 5. FREUD, COLECCIONISTA La última manifestación de la pasión que sentía por el mundo antiguo es la más visible: su colección de antigüedades. Freud llegó a poseer unas 3000 piezas, la mitad de las cuales eran egipcias, aunque en la colección figuraban también objetos prehistóricos, chinos, hindús, tailandeses, etruscos, minoicos, micénicos, romanos, griegos, iranios, mesopotámicos (sumerios y acadios), sirios, chipriotas, precolombinos, y uno judío, una lámpara de Janucá alemana del s. XV. La colección de antigüedades era una de sus posesiones más preciadas, hasta el punto que sólo abandonó Viena cuando el gobierno nazi le concedió el permiso para llevárselas consigo. La colección le acompañó a su nueva residencia en Londres, donde murió. De ahí que en el museo de Viena haya pocas piezas, pues la mayoría, salvo las que Ana Freud regaló al museo, se han conservado en el lugar que ocupaban en Londres. Antes de marchar de Viena no sólo se llevó a cabo un inventario de los objetos, sino que el fotógrafo E. Engelmann realizó un reportaje sobre la disposición de las piezas en el despacho de Freud para que en Londres se colocara todo igual. Gracias a las fotos podemos saber cómo estaba distribuida la casa de Freud en Viena. Freud vivió en varias casas en la ciudad, primero en Leopoldgasse, en el barrio judío de Leopoldstadt cerca del famoso Prater, con sus padres y hermanos; después, tras volver de París en 1885, en la Rathausstrasse, junto a la arteria principal de Viena, la flamante Ringstrasse; y más tarde, una vez casado, en el número 7 de la calle Schottenring, donde nacieron tres de sus hijos, Matilde, Martin y Oliver. La casa definitiva fue la que ocupó en el número 19 de la calle Bergstrasse, un espacioso principal en el que anteriormente había vivido su hermana Rosa y en el que Freud se instaló en 1908, tras haber residido primero en el entresuelo a partir de 1891 y haber adquirido la planta baja para usarla como consulta en el año 1896. 1896 es un año crucial en la vida de Freud, pues en su transcurso se produjeron varios hechos determinantes: la muerte de su padre en el mes de octubre, que le supuso una liberación económica y espiritual, y le obligó a autoanalizarse y a intentar superar la figura paterna; la adquisición de la planta baja del edificio de Bergstrasse, que le permitió separar la esfera familiar de la profesional; y la compra, durante su viaje a Italia, de las primeras reproducciones en yeso de obras antiguas y renacentistas. Esas piezas constituirían el estímulo inicial de la pasión por las antigüedades que Freud desarrollaría a partir de entonces, pues en diciembre de ese año adquirió la primera pieza antigua. Ese mismo año además empleó por primera vez la palabra psicoanálisis en sus escritos. La colección de Freud es muy curiosa, pues está formada por piezas pequeñas, que se pueden sostener en la mano. A menudo eran estatuillas y figuras. Freud estableció una peculiar relación con ellas, en la que el sentido del tacto era

vital. Él mismo las acariciaba –a la hora de entrar y salir del despacho- y veía en ellas un elemento vivo. Solía usarlas con los pacientes como parte del proceso del tratamiento, bien para estimular en ellos alguna reacción, bien para fomentar una relación más próxima que ayudara al paciente a entender su patología, bien para establecer analogías entre la pieza rescatada del pasado y el proceso que había de seguir la mente para recuperar el propio. Bastante a menudo las regalaba –los miembros de la sociedad psicoanalítica recibían un anillo romano cuando pasaban a formar parte de la misma-, las cambiaba por otras, o las rompía a modo de acto expiatorio. Por esta razón no eran ni muy grandes ni costosas. Freud tenía que mantener una familia numerosa -esposa, Marta; 6 hijos, Matilde, Martin, Oliver, Ernst, Sofía, Ana; y cuñada, Mina-, además de contribuir a la manutención de su madre y hermanas solteras, razón por la cual era muy estricto con el dinero. La compra de antigüedades la financiaba con los derechos de autor de los libros y con los ingresos extra de unos pacientes que venían fuera del horario habitual, de 3 a 4 de la tarde. Por otro lado, se trataba de posesiones estrictamente personales. Las guardaba en su gabinete, 3 salas situadas en el ala izquierda del piso -sala de espera, sala de consulta y despacho-, siguiendo una distribución temática y de significado. Las piezas que tenían más valor para él -una estatuilla de Atenea, una figurita del dios egipcio Ptah- estaban depositadas encima de su escritorio. El resto estaba distribuido sobre los muebles y estanterías del despacho y la sala de consulta, mientras que en la sala de espera de los pacientes sólo había grabados y reproducciones de mitos. La sala de espera actuaba así de transición entre la esfera privada -el gabinete- y la familiar -comedor y salón, amueblados con los típicos muebles burgueses de la época que Freud nunca substituyó; y entre la privada pública -sala de consulta e interrelación con los pacientes- y la privada propia -el despacho-, entre reproducción y autenticidad. No obstante, cada nueva adquisición a menudo una a la semana- era acogida primero en el comedor y después pasaba a ocupar su lugar en el gabinete, como si la pieza hubiera de realizar también la transición. Hay que decir que Freud no coleccionaba sólo antigüedades. Postales, fotos, reproducciones, flores, anécdotas judías, traducciones de libros suyos en distintas lenguas, compilaciones de erratas y lapsus, constituían diferentes ámbitos del afán coleccionista de Sigmund Freud, para quien coleccionar era a la vez un método científico -coleccionar para analizar, tipificar y etiquetar comportamientos de manera parecida a lo realizado por Linneo en botánica y Richard von Krafft-Ebing en el campo de las neurosis- y una manifestación del subconsciente, pues como le comentaba a su amigo Wilhelm Fleiss en 1895, “Coleccionar es dirigir hacia un objeto la falta de otro. Este nuevo objeto idealiza el que se ha perdido”. La relación entre objeto y memoria, tomando el objeto como depositario del recuerdo perdido, la desarrollaría en una obra en la que intentaba analizar el personaje protagonista de la novela de W. Jensen, Gradiva, un arqueólogo fascinado por un relieve de Pompeya. Una reproducción del relieve, adquirido en uno de sus viajes a Italia, presidía precisamente la pared de la sala de consulta, justo al lado del diván donde se tendían los pacientes. En este sentido cabe destacar la importancia de la colección de grabados, comprados durante sus viajes. El grabado representaba para Freud un doble recuerdo. Por un lado, encapsulaba el tiempo representado convirtiéndolo en atemporal y, por otro, constituía un recuerdo del propio viaje y del lugar visitado, de tal manera que formulaba un pasado a la vez personal y universal. Si en vida las antigüedades lo envolvieron, creando una atmósfera muy especial en su despacho y sala de consulta, considerada la más acogedora de toda

Viena, también lo envuelven en la muerte, pues sus cenizas y las de su mujer, Marta, reposan en una crátera suditálica de campana del s. IV a.C. cargada de símbolos de ultratumba y cuyo perfil recuerda el del útero materno. La crátera, propiedad suya, había sido un regalo de la princesa María Bonaparte, una de sus pacientes aristocráticas, con quien tenía gran amistad y gracias a la cual pudo obtener el permiso para salir de Austria. No hay prueba más elocuente de la relación tan especial que Sigmund Freud, el hombre y el teorizador, mantuvo con el mundo antiguo. Lacan, otro buen conocedor de la Antigüedad, comentaba que el psicoanálisis de Freud estaba demasiado ligado a la cultura antigua para sobrevivir en la actualidad en un mundo que va perdiendo los referentes culturales griegos y romanos. Posiblemente Lacan tenía razón. El psicoanálisis es sin duda una teoría de su tiempo, no sólo de la sociedad burguesa de la Viena de finales del s. XIX, sino también un producto del Gymnasium y de la Altertumwissenschaft, los dos pilares del saber prusiano que se impuso en Centroeuropa en la segunda mitad del s. XIX y que dio tantas personalidades en el ámbito de la cultura y de la ciencia. Muchas de estas personalidades eran judías, como Freud, hijos de judíos de la clase media que, gracias al ambiente liberal que presidió Europa durante unas breves décadas del s. XIX, pudieron gozar de una educación excepcional. Freud constituye un producto de esta doble conjunción, en la cual el mundo antiguo desempeñaba un papel muy destacado.

6. BIBLIOGRAFÍA RECOMENDADA GAY, P. 2010. Sigmund Freud. Una Vida de Nuestro Tiempo. Paidos-Ibérica, Barcelona. JONES, E. 2013. Vida y Obra de Sigmund Freud. 3 Vols. Paidos-Ibèrica, Barcelona.

7. BIBLIOGRAFÍA TEMÁTICA AMSTRONG, R.H. 2005. A Compulsion for Antiquity. Freud and the Ancient World. Cornell Univ. Press, Ithaca-Nueva York. AMSTRONG, R.H. 2012. “Freud and the Drama of Oedipal Truth”, en K. Ormand (ed.), A Companion to Sophocles. Willey-Blackwell, Chichester: 477-491. BARKER, ST. (ed.) 1996. Excavations and their Objects. Freud’s Collection of Antiquity. State Univ. of New York Press, Nueva York. BARTELS, D.-BARTELS, A. 1998. “Oedipus, Freud, and the hegemony of Patriarchy”. Échos du Monde Classique 42: 115-127. BENTHIEN, CL.-BÖHME, H.-STEPHAN, I. (eds.) 2011. Freud und die Antike. Gotinga. BERGSTEIN, M. 2010. Mirrors of Memory. Freud, Photography, and the History of Art. Cornell Univ. Press, Ithaca-Nueva York. BOWLBY, R. 2007. Freudian Mythologies. Greek Tragedy and Modern Identities. Oxford University Press. Oxford. BURKE, J. 2006. The Sphinx on the Table. Sigmund Freud’s Art Collection and the Development of Psychoanalysis. Walker & Company, Nueva York. FORRESTER, J. 1994. “’Mille e tre’: Freud and Collecting”, en J. Elsner y R. Cardinal (eds.), The Cultures of Collecting. Reaktion Books, Londres: 224-251. GAMWELL, L.-WELLS, R. (eds.) 1989. Sigmund Freud and Art. His personal Collection of Antiquities. State University of New York and Freud Museum, London in association with Harry N. Abrams Inc., Publishers, Nueva York. GERE, C. 2009. Knossos and the Prophets of Modernism. The University of Chicago Press. Chicago-Londres.

GIEL, R.F. 2000. “Freud und die Antike – oder: Hatte Ödipus einen Ödipus-Komplex?“, en B. Effe y R.F. Giel (eds.), Genie und Wahnsinn. Konzepte psychischer ‚Normalität‘ und ‚Abnormität‘ im Altertum. Tréveris: 9-24. GUBERMANN, M.C.-MARTINEZ, P. DE-UGARTE, C.-RIXON, C. 1995. „La interpretación de los sueños. Abordaje teórico-práctico de Artemidoro, Freud y Jung”. Epimeleia. Revista de Estudios sobre la Tradición 4(8): 249-265. HORDEN, P. (ed.) 1985. Freud and the Humanities. St. Martin’s Press, Nueva York. LE RIDER, J. 2004. Freud – von der Akropolis zum Sinai. Die Rückwendung zur Antike in der Wiener Moderne. Viena. LOBO, A.L. 2008. “Freud face à l’Antiquité: le cas du Complexe d’Oedipe”. Anabases 8 : 153185. LLOYD-JONES, H. 1985. „Psychoanalysis and the Study of the Ancient World“, en Greek in a Cold Climate. Duckworth, Londres: 172-195. MARINELLI, L. (ed.) 1998. ‘Meine alten und dreckigen Götter‘ - aus Sigmund Freuds Sammlung. Sigmund Freud-Museum, Viena. NOUILHAN, M. 1992. “Freud, lecteur de la Tragédie Grecque”, en Dramaturgie et Actualité du Théatre Antique. Actes du Colloque International de Toulouse, 17-19 Octobre 1991. Pallas : 117-129. PRICE, S. 1990. “The future of dreams: From Freud to Artemidorus”, en D.M. Halperin, J.J. Winkler y Fr.I. Zeitlin (eds.), Before Sexuality. The Construction of Erotic Experience in the ancient Greek World. Princeton Univ. Press, Princeton, NJ: 365-387. SCHLESIER, R. 1999. „Auf den Spuren von Freuds Ödipus“, en H. Hoffmann (ed.), Antike Mythen in der europäischen Tradition. Tubinga: 281-300.

Lihat lebih banyak...

Comentarios

Copyright © 2017 DATOSPDF Inc.